Aprender a lidiar con el EGO, a ubicarlo en su rol correspondiente, implica necesariamente liquidar por completo la idolatría en nuestra existencia.
Es decir, si esfumamos el seudo poder del EGO en nuestra vida, uno de los beneficios será librarnos de cualquier tendencia o cercanía con la idolatría.
Pero además, estaremos más sanos, disfrutaremos más y mejor de las cosas habituales y permitidas, tendremos un ánimo más positivo, andaremos construyendo SHALOM con actos de bondad y justicia sin apenarnos por cuestiones irrelevantes o enfrascarnos en asuntos impertinentes.
El EGO es un compañero de toda la vida, y es bueno que así sea, porque es útil y necesario en su trabajo correspondiente, siempre y cuando no usurpe otras funciones ni se convierta en el titiritero.
Por ello, nuestra tarea es conocerlo, entender como trabaja, no permitir que siga ejerciendo control donde no tiene cabida, esfumar su dominio pero sin pretender desaparecerlo o anularlo. El EGO está bien que esté allí en donde tiene que estar.
Tampoco podemos pretender educarlo, porque es una porción de nuestro cerebro no pasible de educación, responde instintivamente, así es y así debe ser.
Sin embargo, también son conductas aprendidas que se han convertido en hábitos, y como tales se disparan de manera involuntaria, inconsciente. Son estos hábitos los que se deben modificar, muchos de ellos extirpar, otros contener, evaporar.
Entonces, la clave está en darnos cuenta cuando el EGO secuestra el pensamiento, arrebata la acción, se transforma en el amo allí en donde solamente es un siervo; y no permitir que eso acontezca.
Es decir, si vamos a llorar, gritar, patalear o desconectarnos de la realidad (con cualquiera de sus derivados), deberemos hacer un mínimo esfuerzo para no hacerlo. Permitir que el flujo reactivo primitivo pase sin acción, para luego tomar decisiones voluntarias, razonadas, inteligentes, que permitan construir SHALOM.
Cuando el EGO, en su faceta netamente orgánica actúa, es necesario e indispensable, no podremos controlarlo, no tendremos cómo detenerlo, actuará más allá de cualquier idea que quisiéramos imponerle. Es una impulsividad instintiva, sin componentes ni emocionales, sociales o intelectual. Esa reacción está para garantizarnos la vida física, para encontrar el auxilio en otros que nos atienda, cuando somos realmente impotentes e ineficaces para lograrlo por nosotros mismos. Es un agente de rescate y seguridad.
Pero, cuando el EGO en su faceta de patrón de conducta negativo intente actuar, es entonces cuando tendremos el poder para domesticarlo, anularlo, hacer algo diferente y mejor.
La clave está en no reaccionar ciegamente, sino hacer una breve pausa para escoger tomando en cuenta los datos que se tienen a disposición.
La intención debe ser construir SHALOM, que es paz, integridad, plenitud.
Esto se consigue con el equilibrio del bien Y la justicia.
No una, ni otra, sino la combinación de ambas.
El exceso de bondad perjudica, a uno, al otro, al ambiente.
Lo mismo pasa con el exceso de justicia.
Aquel que es muy extremo en la bondad, termina agotado, sin recursos, enojado con la vida, iracundo consigo mismo, vacío, abusado por otros.
El que se sobrepasa en justicia termina agobiado, rígido, abrumado, estresado, peleado, hastiado, vanamente perfeccionista, desesperanzado y a veces violentado a sí mismo y a otros.
Pero, cuando se consigue detener el vaivén de uno a otro, o el paralizarse solo en uno de ellos, para conseguir una combinación exquisita, entonces por fin hay SHALOM.
Complicaciones para lograr la armonía no faltan.
Una de ellas seguirá siendo el deseo de control, de seguridad; aspiramos a controlar la realidad. El EGO nos ha enseñado a que podemos conseguirlo con sus trampas.
En verdad, no lo logramos jamás, pero ese seudo poder, la apariencia de control, es una droga adictiva. Cuando no lo conseguimos con los trucos habituales, seremos más manipuladores, más perversos, más tóxicos, descendiendo cada vez más en la celdita mental que nos arma el EGO.
El tener fe es una forma terrible que toma ese deseo. Tenemos fe y con ella pretendemos controlar a dioses y poderes sobrenaturales. Con la magia, superstición, religión estaremos manipulando para seguir en aparente control, seguros poderosos. Nos entrenan para eso, nos adoctrinan para ser personas de fe, es decir, esclavos del EGO al que endiosamos.
Y lo cierto es que seguimos impotentes, y peor, ignorantes del daño que nos estamos provocando con esta conducta horrible, que aleja del espíritu, que inunda de malestar pero se rodea de canciones, lemas, promesas, y todo lo que sirva para mantenernos hipnotizados y encerrados en la celdita mental.
Ahí entra nuestras otras herramientas, las que como personas maduras deberíamos desarrollar. El intelecto, la razón, la construcción, la aceptación; el construir SHALOM.
Para desarrollarnos y crecer, dotar nuestra existencia de algún sentido propio y orientado a lo espiritual, abandonando el deseo irreal de seguridad y control de la existencia. A eso lo podemos llamar «creer» o tener “EMUNÁ”.
Para el que tiene «fe» todo tiene una respuesta mágica; pero, para el que «cree» (tiene EMUNÁ) todo constituye una oportunidad para CONTRUIR un sentido lógico.
La fe es idolatría, EGO.
La EMUNÁ es conexión.
Entonces, ¿cómo no va a ser el estudio exhaustivo acerca del EGO uno lleno de espiritualidad, de TORÁ, de TESHUVÁ?