Un gigante verde de verdad

amanecertipico.jpgPrimero que nada, ¿dónde vives?-le dijo la montaña al chico- y bueno, -contestó- vivo en aquella montaña de enfrente; -Entonces mucho me ves, puedo asegurártelo- replicó el imponente cerro; -no hay hombre alguno que no viva en esta ciudad que no me admire por lo menos un segundo de su vida- continuó diciendo la cumbre rocosa cubierta de verde vegetación; aquella imponente masa orogénica levantada con el trabajo del subsuelo por miles de años. -Todos acá me han compuesto canciones, me han loado en prosas, en bellas baladas; me han pintado, han plasmado en cientos de papeles, lienzos y otros materiales mi imagen, descollante, sin igual, única entre mis hermanas de esta parte del mundo.
¡Vaya! -dijo el chico- no me sorprende que tu ego de montaña sea tan enorme como tu masa, pero sé que tu corazón es blando y muy volátil, las montañas cuando nacen son como los chiquillos humanos; son tiernas y juguetonas las lomas y verdes colinas; luego que son adolescentes como tú, entonces se ponen jactanciosas de su estatura, de sus admiradores, son a veces muy crueles con los que ahondan en su exploración; pero llega un momento en el cual maduran, como las lejanas montañas andinas del sur, tan quietas, reposadas, miran con objetividad las cosas, no se sientes ufanas de ser lo que son, conocen que más allá del horizonte hay cadenas mucho más grandes y altas que ellas, conocen bien la profundidad de su interior, saben por donde brotará, quizás, algún día, la lava que se desprende de su corazón y no temen… más bien avisan con humos que se avecina una erupción… llegan a ganarse el respeto de quienes las circundan. Y cuando ustedes, las montañas, rascan la cima del cielo, sus aires de sabiduría las impregnan de un misticismo atrayente, aquellas cimas nevadas, aquellas vertientes sinuosas, los valles formados por donde circulan rios que más arriba serán ventisqueros depositarios de la frialdad con la cual viven ya sus últimos días. Ustedes las montañas se creen muy diferentes de nosotros, no había hablado con una hasta hoy; pero no me sorprende lo que dices. -La montaña miró con un aire de nobleza al insignificante jovenzuelo atrevido y sólamente pudo reir- jajajaja; eres un hombre particularmente extraño, te has ganado mi respeto, -esto dijo la montaña- puedes cruzar mis verdes valles aún jóvenes y tiernos con toda confianza, puedes bañarte en mis dulces y frios rios, aún frescos, sin temer al estío. -El joven replicó- no es necesario tu permiso, aunque creas ser más grande que yo, no he venido a venerarte como hicieron mis ancestros, ni he venido a temerte como los hijos de éstos, tampoco he venido a pedirle permiso a los espíritus que viven en tus moradas para que intercedan por mi, yo simplemente conozco que eres el producto sucesivo del acto más grandioso de la historia, la creación del mundo. Mucho antes que tú ya el mar batía sus incontrolables brazos por encima y debajo de lo que aún no eras. Tú eres para mi sólo lo que eres, una montaña y nada más. Muy insolente has sido viniendo entonces acá, -respondió la montaña- te hubieses quedado entonces en la montaña de enfrente, y a ella hubieras humillado, y no a mi; mucho me han admirado durante siglos, mucho he protegido a esta ciudad; yo les he dado renombre en los libros de naturalistas y exploradores extranjeros, yo les dado sosiego cuando entre ustedes ya no se soportan más, yo les abro mis brazos y mi calor, les abro mis laderas siempre aireadas por la brisa fresca del mar, para que se distraigan de sus preocupaciones, para que olviden sus penas, para que enamoren a la mujer que quieren, para que enseñen a sus hijos el valor de la naturaleza; yo les he dado motivos para quererme, y vienes tú hoy y me dices todas esas cosas; no me pones triste, porque apenas eres un mozalbete que no sabe de la vida, apenas eres como yo, torpe para hablar. -El joven se volteó a mirar el inmenso valle invadido en su totalidad por los hombres, miró los techos de las casas, las torres sobresalientes, los claros tomados para autopistas, los resquicios de verdor que probablemente algún día desaparecerían en el tiempo, miró sobre la ciudad y vio una capa blanca, y dijo a la montaña: -Yo vine aquí a despejarme de todo ese bullicio, de toda esa polución, de todas las cosas que empañan nuestras vidas; y lo que he hecho es drenar contigo toda la rabia que se contagia en la calle; te pido me perdones por venir acá e insultarte, no he actuado correctamente. He debido bendecirte y dar gracias al creador por haber hecho al mundo, por tenerte acá, muy cerca de nosotros. -La montaña lo miró, un leve temblor hizo revolotear algunos azulejos y turpiales; la suave brisa meció las copas de los altos árboles y entonces los dos estuvieron allí, contemplandose el uno al otro, mirando sus cualidades; así llegó el atardecer y así fue como un joven habló con la montaña avileña…

5 comentarios sobre “Un gigante verde de verdad”

  1. Yo creo que tiene que ver con la enseñanza que da la fabula, a mi en lo personal me da el mensaje de la sencilles que debemos tener antes de querernos coronar de glorias que no merecemos, que en muchas ocaciones creemos que las debemos recibir, y nos olvidamos de que lo que hacemos y aportemos siempre sera un grano de arena (valioso si, pero nunca suficiente); además podemos aprender que por mucha razon que tengamos nunca seremos quien para enjuiciar a nadie aunque esten equivocados, por que asi lo percibimos lo cual nos vuelve a la humildad verdadera, como dice un dicho lo cortez no quita lo valiente, y para concluir es bueno que entendamos de que estamos hechos, qeu conozcamos nuestro interior, como las montañas que saben que dentro de si hay lava que puede destruir pero ellas lo aceptan y lo asimilan, asi nosotros deberiamos saber que tenemos dentro y controlarlo. (es solo una opinión)

    Felicidades Andres,

  2. ademas de ser sencillos, hay que aceptar los errores y saber ofrecer disculpas y pedir perdon cuando es necesario… hay que ser humildes ante todo

    y es muy linda la historia

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