Esta pequeña historia suelo recordarla y siempre que tengo oportunidad la cuento, pero hoy cobra un sentido diferente para acompañar las palabras de éste post.
“-Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarlo.
-Permiso denegado. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. Replicó el general.
Desobedeciendo la prohibición, el soldado salió y una hora más tarde regresó gravemente herido transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: -¡Le dije que había muerto! Dígame, ¿¡valía la pena ir allí para traer un cadáver!?
Y el soldado moribundo respondió: -Claro que sí, señor. Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme «ESTABA SEGURO DE QUE VENDRÍAS».” Autor: Anthony De Mello
Mientras redactaba las líneas que a continuación comparto, por alguna razón recordé la historia anterior, espero puedas encontrar una relación entre ambas historias.
(El texto que cito a continuación está basado en un diálogo real, paso hace casi dos años)
Entonces él, refiriéndose a ella me dijo:
– Eli, ¡No vale la pena!-
No supe exactamente lo que ocurrió en mí en ese instante, hallaba sabiduría en esas palabras, sin dudas era el producto de un análisis que bien precisaba mi atención, sin embargo casi que instantánea e instintivamente respondí con una pregunta y una afirmación a la vez.
-¿Será?… Yo creo que sí.-
Hubo seguridad en mi respuesta, un total convencimiento y certeza que en realidad no sé de dónde provenía.
Pero él, moviendo su cabeza en señal de negativa, volvió a repetirme que no, acompañando esta vez su respuesta con algunas descripciones o ideas que bien la soportaba, lo recuerdo exactamente, siendo sinceros esas palabras de mi querido amigo eran obvias para mí, ciertas y sensatas en ese momento, en realidad me percataba de la validez de ellas, claro… no está de más aclarar aquí que ese ¡No vale la pena! era el resultado de un diálogo anterior, y que no hacía referencia al valor de las personas, pues mi amigo sin dudas sí que sabe valorarlas.
Aun así mi nueva respuesta sonó un tanto esperanzada, con una aparente seguridad de que los seres humanos no somos estáticos, como con una extraña certeza de que tampoco son casuales los encuentros, y que siempre aprenderemos algo si elegimos hacerlo; pero ahora que lo veo nuevamente mis palabras sonaban tal vez a las de alguien obnubilada totalmente por el ego que insistía en ver lo que quería y deseaba, aunque en realidad no me era muy claro.
Quizás no pude haber mostrado en ese momento un mayor estado de testarudez de mi parte con esas respuestas que ofrecería luego. Finalmente, aquella tarde concluyo con esas palabras nuestro diálogo en relación a esa persona.
Por un lado la expresión en el rostro de afecto de mi amigo, le hacían “parecer” satisfecho de alguna forma por mis respuestas,(eso fue lo que quise ver) su mirada y sonrisa me decían que ahí estaba yo pintada, su rostro me hacía comprender algo de eso que tal vez apreciaba de mí, quizás yo tenía una esperanzadora mirada cargada de buenos deseos, sin reparamientos, y aunque a veces egoísta intentando siempre reconocer lo bueno y rescatarlo, …quizás;
Por otro lado quedaría en el aire mi firme intención de mostrar que en realidad: sí valía la pena, como si fuese un reto personal, en el que solo precisaba de tiempo.
Hoy sale ese diálogo nuevamente del baúl de mi memoria, ha pasado desde entonces casi ya dos años, y esas palabras recobran la validez del momento, pero el tiempo también ha dado cierto valor a las mías, porque ya no hablo para defender u opinar sobre alguien, para justificar mi deseo primitivo manifiesto en las respuestas instantáneas, mis respuestas toman validez en eso que me es propio y natural, y porque de alguna manera fue algo que también pude trabajar en éste tiempo, lo hice y ahora lo siento así, el reto fue para mí, y no hay dudas de que ese : -¡No vale la pena!- merece una nueva respuesta:
– Vaya que sí, ¡sí que valió la pena para mí!-
¿Por qué comparto parte de éste pequeño episodio en mi vida hoy contigo?, bueno te brindo una idea, y espero sirva para que también puedes agregar tus opiniones o conclusiones.
No estamos exentos de la influencia de nuestro Ego.
En algunos casos nuestras respuestas casi que instantáneas e instintivas, parecerán la gran mayoría de las veces lógicas, valientes, atrevidas, dotadas de amor por el otro, incluso inspiradoras, aunque en realidad la mayoría de las veces, oculten objetivos primarios y propios del Ego.
Pero finalmente también podemos aprovechar los beneficios de tener a nuestro Ego, porque gracias a él (nuestro amigo – enemigo) estaremos frente a la oportunidad de aprender y crecer, y esto sólo lo haremos cuando podamos reconocerle, cuando trabajamos por aprender en realidad algo de nosotros y elijamos responder sin su influencia,
Podemos hacerlo ese Faraón no tiene un poder más grande de aquel que le hemos otorgado, da un paso entonces para alcanzar tu libertad, que sea ese un reto personal ¡aún es tiempo!
Y quizás sea una buena manera de acompañar a nuestros hermanos judíos en la celebración de la fiesta de la libertad que por estos días se celebra.
¡Un abrazo y que elijamos construir shalom!
gracias mi bella amiga, es muy bueno tenerte en las filas de los cosntructores de shalom.
un abrazo para ti, tu marido y los niñitos queridos
Gracias querido moré… claro que les daré sus saludos de mi parte, un abrazo en la distancia!
Gracias Eli ¡
Con gusto, Luis… !!!
Me dejás pensando porque cuántas veces no tomamos decisiones que creemos correctas aunque en el fondo sepamos que no lo son simplemente por quedarle bien a los demás.