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Skepsis, ataraxia y epoché

Hola a todos,

En ocasiones cito a la skepsis como práctica y la idea de ataraxia como objetivo, algún amable contertulio me ha pedido a veces una pequeña definición de eso, me parece buena idea publicar a continuación un pequeño artículo que escribi sobre el tema y que, creo, aclara posturas, a continuación lo expongo a vuestra lectura.

El escepticismo filosófico o “skepsis” -término, este último que preferimos para diferenciarlo del escepticismo académico y científico- declara imprescindible el dejar todo juicio en suspensión. Pero, en puridad, más que la imposibilidad de emitir juicios o realizar valoraciones, lo que proclama la “skepsis” es la suspensión de todo juicio definitivo, así, el relativismo esta relacionado con la “skepsis”, dado que es la formulación de absolutos lo que pone en tela de juicio.
Investigación y duda

La investigación y la duda, casi permanente, son las bases de la skepsis, junto a ellas hay otro concepto, instrumental, imprescindible, que es la epoché. La formulación inicial la realiza Pirrón de Elis y, en numerosas ocasiones, esta mal entendida. Pirrón lo que hace es declarar la imposibilidad de cualquier juicio definitivo, a la hora de analizar algo, pero, lo que no dice…es que no se pueda valorar, el énfasis aquí está en la palabra “definitivo” y no tanto en “suspensión”. Los detractores de Pirrón recogen numerosas anécdotas que lo ridiculizan, citando a los datos que recoge Laercio:
«Parece pues que Pirro filosofó nobilísimamente introduciendo cierta especie de incomprehensibilidad e irresolución en las cosas, como dice Ascanio Abderita. Decía que no hay cosa alguna honesta ni torpe , justa o injusta. Así mismo decidía acerca de todos los demás que nada hay realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las cosas por ley o por costumbre; y que no hay mas ni menos en una cosa que en otra. Su vida era consiguiente a esto, no rehusando nada, ni nada abrazando, si ocurrían carros , precipicios , perros y cosas semejantes; no fiando cosa alguna á los sentidos: pero de todo esto lo libraban sus amigos que le seguían , como dice Antígono Carístio. No obstante, dice Enesidemo, que Pirro filosofó según su sistema de irresolución e incertidumbre; pero que no hizo todas las cosas inconsideradamente. Vivió hasta 90 años.» (Diógenes Laercio. “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, Libro IX, Tomo II, págs. 771-772, Madrid, 1792)

La epoché
Pero, en puridad, la epoché es imprescindible para la “skepsis” y es racional, diríamos que altamente racional. En ese sentido hacemos nuestras las palabras de Gustavo Bueno:

“Del pirronismo sólo diremos, que pone, como objetivo de la acción filosófica, la imparcialidad conseguida tras un esforzado ejercicio de detención o abstención (epoché) de todo juicio favorable o desfavorable acerca de la realidad (…). El pirronismo representaría la posibilidad de una perspectiva que, sin ser militante, habría que considerar como filosófica. Y, según ella misma, como auténtica Filosofía, porque se abstiene de juzgar, de tomar partido” (Bueno, G.,“La vuelta a la caverna”, págs. 30-31, Ediciones B, Barcelona, 2005).

Ciertamente el profesor Bueno, en su última parte de la definición, pone el dedo en la llaga, a su peculiar manera y con su no menos peculiar socarronería nos dice que la “skepsis pirronista” es “según ella misma…auténtica Filosofía”, es obvio que aquí se resalta un apriorismo, un axioma que no es el de la “suspensión de juicio definitivo” sino el de un…juicio definitivo -y favorable- de la “skepsis” respecto a sí misma. Pero dejando de lado estas sutilezas -discutibles, por lo demás- que no nos hemos resistido en señalar, diremos que, para entendernos coloquialmente la definición de pirronismo y, por, extensión de “skepsis” y de “epoché”, de Gustavo Bueno puede valer para entendernos.

La utilidad de la epoché

Si lo que se enfatiza es la palabra “suspensión”, correctamente interpretada y no caricaturizada, resulta que esa parte del concepto “epoché” es un instrumento inapreciable para el análisis, especialmente para el análisis de formas de pensamiento ajenas al nuestro, puesto que, esa “suspensión” que conlleva la “epoché” puede traducirse como “ver las cosas suspendido desde fuera”, es decir, buscar apartarse de la propia subjetividad para, desde ahí, introducirse en subjetividades ajenas. Y ser capaz de observar las lógicas internas de las mismas, incluyendo sus parámetros doctrinales y dogmáticos si los tienen.

Verlos, así, “desde dentro” habiendo entrado “desde fuera” y observándolos sin la menor intención de enjuiciarlos durante la observación , posteriormente sí se podrá hacer una hipótesis argumentada -una conclusión- a partir de lo observado, sucede que, lo que no será tal conclusión es definitiva, pues la “epoché” y la “skepsis” lo impiden, pero lo que no impiden es “cerrar dejando una puerta entreabierta”. Dicho de otro modo permitirán establecer hipótesis concluyentes pero sujetas a posibilidad o probabilidad, lo que en términos jurídicos sería un “exceptis excipiendis” (exceptuando lo exceptuable).

La “skepsis” se basa, así, en la duda y en la “epoché» para abordarla -concepto que también usará Edmund Husserl en su fenomenología y, en concreto, para abordar la gnoseología-, es una duda tranquila que lleva a investigar y preguntar y, generalmente, la respuesta obtenida a una pregunta llevará a otra pregunta, ese es el proceso básico de la “skepsis”.

Skepsis y Ataraxia

¿Cómo se logra aquí la ataraxia? Pues, por la vía de la tranquilidad que supone el relativismo, tanto el de la “epoché”, como método, como el de la “skepsis”- como planteamiento. Esas dudas, esas investigaciones, esas respuestas y esas nuevas preguntas, carecen de objetivo finalista, por eso son tranquilas, apacibles y, por eso, favorecen la ataraxia, porque no sólo no afectan sino que favorecen la serenidad, la imperturbabilidad y la ecuanimidad .
Significan, también, que no hay ningún problema en combinar la “skepsis” con el epicureísmo, pero diríase que más con el estoicismo, es famosa la frase del escéptico Carnéades (considerado fundador de la Tercera Academia o la Nueva Academia) respecto al estoico Crispo -colega suyo en una embajada en Roma- cuando dijo “Si Crispo no hubiera existido, tampoco existiría yo” (Diógenes Laercio. IV, 62).

No es en la idea de la ataraxia donde surge el conflicto entre la “skepsis” y el estoicismo, en su logro coinciden -junto al epicureísmo- . Ese conflicto se debe a otros factores, como las doctrinas del destino y la providencia sostenidas or los estoicos, dónde chocaban con la “Skepsis”, que las consideraban falsas en sus presupuestos axiomáticos, por chocar con el azar y la libertad humana.

El último gran representante de la “skepsis” antigua es Sexto Empírico, que vuelve a ciertas raíces del pirronismo.

Canaán, Judea y Palestina

Canaán es Canaán, no Israel, ni Judea, ni, después Judea y Samaria, Canaán pasa a ser Israel cuando es conquistado “manu militari” por los hebreos -aprovechando un cierto vacío de poder en la zona de las grandes potencias del momento, Egipto y el Imperio hitita-, hasta entonces un grupo nómada o semi-nómada, lo de «Tierra Prometida» es solo denominación religiosa y nunca lo fue topográfica.

El nombre Palestina

El nombre «Palestina» tiene origen en los filisteos y se aplica sólo para el territorio de las cinco ciudades de la Pentápolis filistea -Gaza, Ashdod, Askhelon, Gath y Ekron-, obviamente no aparece tal denominación hasta que allí se instalan los filisteos tras las invasiones de los Pueblos del Mar -hacia el 1200 antes de la era común, que acaban con el Imperio Hitita y que a duras penas son frenadas en el delta del Nilo por Ramsés III, los relieves de Medinet Habu son testimonio de tal suceso-, y esa denominación para ese estricto territorio es la que recoge Herodoto con posterioridad.

La pugna entre filisteos e israelitas es conocida sobre todo por el relato bíblico, fuera de eso poquísimo testimonio hay de tal pueblo, hay que decir que, pese al nombre, los filisteos no son los antepasados de los actuales palestinos, estos son árabes, y lo más probable es que los filisteos tuviesen un origen micénico -uno de los reinos micénicos se llamaba, precisamente, «Pylo»-, es decir, griego, puede que mezclados con elementos minoicos -pero esto aún es más oscuro-.

Israel y Judá

Cuando Israel se parte en dos reinos hacia el 931 a.e.c. aparecen las denominaciones «Israel y Judá», el reino del norte es Israel con capital en Samaria, el reino del sur es Judá con capital en Jerusalén.

Es, desde entonces, cuando se puede hablar con propiedad de «judíos» como genérico de los habitantes del reino de Judá, antes solo eran judíos los miembros de la tribu de Judá -por otro lado el principal componente del reino de Judá, el otro componente era la tribu de Benjamín, menos numerosa que la de Judá-.

El reino de Israel acaba por sucumbir ante los asirios hacia el 721 a.e.c., los asirios comienzan a poner en práctica una política de deportaciones -que incluye tanto el deportar población israelita a otras partes de sus dominios como traer población foránea a lo que fue el reino de Israel- que tiene cierto nivel de éxito, así la población de esa región acaba estando configurada por una mezcla de israelitas y no israelitas, esa población pasará a conocerse como «samaritanos» y esa región como «Samaria», dicho sea de paso no se llevan muy bien con los judíos-

El reino de Judá acaba cayendo definitivamente ante Babilonia -hacia el 587 a.e.c.-, Nabucodonosor deporta a parte de su población a la propia Babilonia, pero a diferencia de las tribus del norte la población judía no se diluye en el exilio sino que conserva su identidad y retorna al territorio de Judá cuando Ciro de Persia conquista Babilonia -eso se relata en Esdras y Nehemías-.

Los diferentes territorios de la región

Así la configuración de esos territorios seria la siguiente -groso modo- entre la época del Imperio persa y los reinos helenísticos: Judea, Samaria al norte de Jerusalén, en la franja costera al sur la Pentápolis filistea (palestina), y hacia el interior al sur y el este los territorios de Edom y Moab -pueblos emparentados con los antiguos hebreos pero que no eran hebreos y que se fueron arabizando progresivamente- y Perea.

Cuando Roma ocupa la región esa composición territorial no cambia mucho pero sí algo, Edom pasa a denominarse Idumea, Moab viene a caer en la órbita del reino nabateo de Petra -también parte de Edom- y la Judea y Samaria controladas por los romanos se dividen en los distritos de Judea, Samaria y Galilea -al norte del distrito de Samaria- los judíos de Judea eran los que se consideraban algo así como «judíos viejos», los de Galilea eran aceptados como judíos pero con ciertos reparos -pues había habido mezcla de población- y los samaritanos no eran considerados judíos propiamente dichos pese a similitudes religiosas.

Esa es la «Palestina» de Octavio y Tiberio, como puede verse no existía «Palestina» ni palestinos entonces -fuera de la Pentápolis filistea-. y, en cualquier caso, la identidad «nacional» de los palestinos de la Pentápolis no tenía nada que ver con la de los palestinos actuales -que es árabe-,

La guerra judía estalla durante el reinado de Nerón y se resuelve en el de Vespasiano con la derrota de los judíos, se produce bajo Adriano una segunda rebelión igualmente sofocada (135 de la era común), es entonces cuando los romanos renuevan la diáspora judía y dan a esos territorios el nombre de «Palestina» -para borrar la memoria del pueblo rebelde y extendiendo el nombre del exiguo territorio de la Pentápolis a toda la región-.

Con el nombre de «Palestina» entra esa región en la órbita árabe cuando los musulmanes la conquistan en el 637 e.c. de manos del Imperio Romano de Oriente, y ahí se encuentra el origen de la actual Palestina y los actuales palestinos -no antes-, ya que la región se arabiza y se islamiza muy rápidamente, queda claro, pues, que «Palestina» no existía en época del Alto Imperio Romano, no la actual Palestina ni los actuales palestinos.

Pese a las sucesivas diásporas siempre quedaron grupos residuales judíos en Palestina, pero dejaron de ser la población mayoritaria más o menos de Adriano en adelante, además, entre los siglos IV y V e.c. la mayor parte de la población de esa zona se convirtió al cristianismo, lo que aún diluyó más la antigua identidad judía.

El texto masoreta

La llamada escuela Masoreta (que significa tradición) de Tiberiades es una escuela de escribas rabínicos que trabajó entre los siglos VII y X de la era común.

El texto masoreta

Los masoretas remontan su compilación a textos más antiguos (esa escuela se remite a la época de Esdras, a la hora de hablar de los textos de los que parten), si esto fuese así obviamente la versión del texto masoreta (TM) sería anterior a la Septuaginta, pero eso lo dicen ellos y viene a ser cuestionado por los críticos respecto a dicho texto, que, entre otras cosas, remiten a Qumrán.

Bien, vayamos a algunos textos de Qumrán y, en concreto, al fragmento más extenso de los Salmos encontrado allí. De la cueva 11 de Qumrán se descubrió en noviembre de 1961 un texto que pertenece al Libro de los Salmos (la denominación técnica de dicho rollo es 11QPs), en esa cueva también se hallaron fragmentos sueltos que aparentemente pertenecen a dicho rollo, en el 11QPs se conservan 36 de los 150 Salmos y su disposición es distinta a la canónica -también ocho Salmos no canónicos, pero estos los dejaremos a un lado, por lo demás cinco de estos ocho ya eran conocidos-, pues bien ¿qué sucede comparando el 11QPS con la versión TM? pues… que coinciden completamente.

Los textos tanajicos en hebreo y griego

Se debe hacer notar que, en hebreo, el texto más antiguo conservado es la compilación TM, hasta los materiales de Qumrán, y el material de Qumrán, en cuanto a los Salmos, coincide con el TM -y de hecho el conjunto del material de Qumrán coincide con el TM, al punto que a gran parte de ese material se le denomina «protomasorético».

Por otro lado el núcleo original y propiamente dicho de la Septuaginta –la versión griega de las Escrituras judías- es solo la Torá, en cualquier caso y aún siendo más flexibles o amplios respecto a ese corpus y admitiendo en él a las posteriores traducciones de otras partes del Tanaj al griego…estamos hablando de textos escritos en griego ¿cómo polemizar desde una versión escrita en un idioma sobre la corrección gramatical de la versión de otro idioma? La única manera de hacerlo es recurrir a otra versión del mismo idioma, no se ve, entonces que pueda aducirse la Septuaginta como controversia respecto al TM.

La Peshita aramea

La Peshita aramea, otro texto mencionado en la controversia con el masorético. Lo primero de todo es decir que, como su propio nombre indica, se trata de un texto escrito en arameo y se supone que… se está analizando la corrección gramatical de un texto hebreo.

Segundo asunto bajo “Peshita aramea” encontramos a veces diversas referencias, la Peshita aramea propiamente dicha se trata de una traducción de la Biblia cristiana –AT y NT- al arameo oriental, en otras ocasiones esa referencia remite a una versión no cristiana del AT o Tanaj al arameo occidental, en el primer caso es de pura lógica que la traducción –y repito, “traducción”, luego no sirve para hablar de la corrección o incorrección de la forma hebrea- coincida con los postulados cristianos –no va a coincidir con los judíos o musulmanes, sería absurdo, dado que pura y simplemente se trata de una versión en arameo oriental de la Biblia cristiana-, incluso en el segundo caso, volvemos a indicar que estamos hablando de arameo, por lo cual dificilmente podrá discutirse el contenido de otro texto en hebreo.

Las críticas al texto masoreta

¿Se puede criticar una versión hebrea? Claro que se puede, pero se debe hacer desde el hebreo, desde otro texto en hebreo que recoja versiones anteriores o contemporáneas al texto analizado, lo que es absurdo es remitirse a una versión griega y a otra aramea para discutir términos hebreos, y aún es más absurdo que cual estandarte se levante un texto hebreo anterior al criticado que confirma lo que dice el criticado.

Resumiendo ¿qué textos hebreos tenemos cercanos al original? Pues el TM y Qumrán –de más moderno a más antiguo-, esos y no otros. Y ¿qué sucede con Qumrán? pues que ratifica al TM. Todo lo demás –la comparación con la Septuaginta, con la Peshita aramea- es puro humo.

En definitiva, en ocasiones, lo que se hace es, exactamente, lo mismo que hacia Justino cuando dijo: “Vuestras Escrituras, o mejor dicho, no vuestras, ¡sino nuestras!”, y nuevamente los críticos se equivocan y, a la vez, vuelven a tener razón, porque acaban utilizando unas Escrituras que son “sus” Escrituras.

La mística judía y la semántica

Cabría explorar la idea de fondo de un dios de la palabra, y es expreso poner ambas cosas en minúscula porque eso no hace alusión ahora a un dios concreto y un mensaje concreto sino a la divinización del lenguaje, lo cual enlazaría con la semántica.

Creación y divinidad

Si en determinado sentido por las palabras -el lenguaje- creamos las cosas -por ejemplo, una galaxia no sabe que es una galaxia, es una galaxia porque nosotros hemos creado el concepto, lo hemos aplicado y hemos dicho que es y que no es una galaxia- resulta que el lenguaje crea, y un0 de los atributos -y hasta funcion- de la divinidad  es la creación.

Dado que por lo que objetiva y empíricamente sabemos nosotros creamos el lenguaje, nosotros somos los dioses y… también creamos a Dios -que es cristiano- o a D_os -que no lo es- al primero lo creamos clarísimamente, al segundo menos claramente porque atiende a otro concepto, hay bastante más por dónde buscar, de hecho está lo bastante bien creado -el concepto- como para especular si no surge de la propia palabra, del logos lingüístico, cobrando «vida propia», pero, en última instancia… nosotros hemos creado al logos, sin nosotros no sería, así que, en ese sentido, también somos creadores -aunque ese logos se nos pueda independizar, el otro, el dios trino, no puede de ninguna manera independizarse: o lo sostenemos (quienes lo sostienen) o naufraga estrepitosamente-.

La mística judía

La mística judía que se plasma en la cábala es bastante más reciente que el judaísmo antiguo. El “Zohar” aunque quiere remontarse a finales del siglo I de la era común o inicios del siglo II EC y a Simon Bar Yojai -figura real pero muy mitificada porque es uno de los responsables de la supervivencia y continuación del judaísmo, por la vía rabínica, tras la destrucción del segundo Templo- tiene su florecimiento en realidad del siglo XIII EC y, sobre todo, viene de mano de un autor sefardi: Moshé ben Sem Tob.

La autoría del “Sepher Yetzirah” -el otro pilar de la cábala- es desconocida -o, al menos, está tan poco clara que equivale a ser desconocida-, también quiere remontarse hacia el siglo II EC. y, también, se le considera más moderno que tal pretensión, aunque se entiende que es más antiguo, no obstante, que el “Zohar”, y bastante más breve, la mayoría de autores recogen que su cronología no se remonta más atrás del siglo X EC. En ambos casos sería el “recurso de autoridad” lo que empuja “hacia atrás” aquello que es relativamente nuevo. Su conexión con lo antiguo tiene, pero ésta seria más evolutiva que generativa.

Si el judaísmo rabínico surge en el siglo I-II EC, tras la destrucción del Segundo Templo, y, sobre todo, tras el concilio de Jamnia. La cábala es medieval, ese es su gran momento, igual que Maimónides aunque de tendencia bastante distinta, digamos que la cábala tiene su filosofía pero no tiende los puentes con el helenismo que sí tiende Maimónides, por ejemplo con el aristotelismo .

La mística judía nace alrededor de una reflexión cuyas raíces son las del judaísmo rabínico pero su generación es, sin duda, medieval, a “sensu contrario” tenemos, en el propio judaísmo, testimonios que así lo indican, pues desde posturas más tradicionalistas ese misticismo de la cábala fue seriamente contestado en su momento, así en la obra de Rabbí Meir Ben Simón “Milhemet miswah nehed ha-nasrut” (Guerra santa contra el cristianismo) se cuenta sobre el “Sepher ha-Bahir” (Libro de la Claridad), que es una de las primeras obras cabalísticas, lo siguiente: “Tales herejías no se oyeron jamás en el pueblo de Israel. Hemos oído que ya han compuesto un libro que llaman “de la Claridad” y no vieron en él luz alguna”.

Eso nos indica dos cosas , la primera que la cábala era una novedad en la Edad Media, en concreto a mediados del siglo XIII siguiendo a la fuente crítica indicada, así que dificilmente se podía remontar a los siglos I o II EC, cuando menos en la formulación que nos ha llegado, la segunda que era una novedad que el tradicionalismo más cerrado -la ortodoxia más estricta del momento, de la que es buen ejemplo Rabbí Meir Ben Simón- no la miraba, precisamente, con buenos ojos, y es que la ortodoxia y el misticismo raramente son amables compañeros de viaje.

La reflexión de la cábala

Así que todas las fechas coinciden con los inicios del judaísmo rabínico tras la destrucción del segundo Templo, y la genérica «plasmación» o «florecimiento» medieval de todo ese judaísmo tanto por la vía mística -cábala, que estudia, reflexiona, pormenoriza e inquiere sobre la forma del texto, sobre la semántica formal del texto tanájico y, esencialmente, en la Torá-, como por la filosófica – Maimónides y su “Guía de perplejos”.

La cábala entiende que la forma es, a su vez, continente y contenido, y que, por tanto, una forma particular y concreta es así debido a un motivo particular y concreto, digamos que en su método el sinónimo puede emplearse en la interpretación pero no en el propio texto al que se remite ésta. En el continente está la clave del contenido, en eso, no en lo que aparentemente se dice en la forma narrativa, mejor dicho no en el argumento de la narración, por eso hace caso omiso a los teóricos motivos de ese dios aparentemente iracundo y vengador que permite, por ejemplo, a Josué, masacrar a gusto a sus enemigos echándole una mano con la iluminación, esas historietas son solo un envoltorio y, a la vez, un «camuflaje». No se aborda ese texto ni desde la literalidad ni desde la hermenéutica, porque esas dos vías convierten a D_os en algo incomprensible.

En la cábala no hay hermetismo o secretismo por «afán mistérico», pero sucede que si el judaísmo rabínico no es nada proselitista tampoco es, en consonancia a eso, excesivamente divulgador-aunque eso está cambiando de un tiempo a esta parte-.

Las fuentes esenciales ya las hemos dicho, además las tenemos en una versión que dada su cercanía temporal escasamente variará en relación a los originales: el “Sepher Yetzirah” y el “Zohar” -tanto monta, monta tanto-.

Fuentes romanas y Jesús

Parece oportuno mencionar ahora las fuentes romanas de los siglos I y II EC respecto a la figura de Jesús y el cristianismo. Para empezar hay que indicar la parquedad de las mismas y que, siempre, son o despectivas o «indiferentemente frías». Por otro lado más que mencionar a Jesús las fuentes romanas de los siglos I y II EC se dedican a breves referencias a los «cristianos», mucho más que a la vida, hechos y muerte de la figura que adoraban. Veámoslas.

Las fuentes romanas de los siglos I y II EC

Los escritores romanos de los dos primeros siglos de la era común, Plinio el Joven, Cornelio Tácito, Cayo Suetonio Tranquilo y Dión Casio dan alguna información sobre los cristianos, directamente, y muy indirectamente sobre Jesús.

El testimonio más antiguo que se conserva de fuente romana sobre los cristianos es de Plinio el Joven (62-113 d.C.) quien, por indicación de Trajano, prohibió la formación de «asociaciones religiosas privadas», así dice Plinio «prohibí las asociaciones (hetaerias), conforme a tus ordenes» (Epist. X, 96)», considerando sospechosas las reuniones realizadas durante la noche y antes de la salida del Sol, pese a la inocencia aparente de los ritos, ceremonias e himnos que los cristianos dedicaban «a Cristo como a un Dios» (Epist. X, 96). Plinio concluye que según su entender se trata meramente de «una superstición irracional y desmesurada» (Epist. X.96)

No obstante ni Trajano ni Plinio fueron ningunos «perseguidores», por el contrario cabe añadir que Trajano no da instrucciones a Plinio -que era gobernador de Bitinia, de ahí esa consulta a Trajano- de perseguir activamente a nadie, se limita a indicar que si existe alguna denuncia se investigue y que ignore las denuncias anónimas, esta es parte de la respuesta que da Trajano:

«No deben ser perseguidos de oficio (conquirendi non sunt). Si han sido denunciados y han confesado, han de ser condenados, pero del siguiente modo: quien niegue ser cristiano (qui negaverit se christianum esse) y haya dado prueba manifiesta de ello, a saber, sacrificando a nuestros dioses, aun cuando sea sospechoso respecto al pasado, ha de perdonársele por su arrepentimiento (veniam ex paenitentia impetret). En cuanto a las denuncias anónimas, no han de tener valor en ninguna acusación, pues constituyen un ejemplo detestable y no son dignas de nuestro tiempo» (Epist. X, 97).

Tácito (61-117 d.C.) hace alusión a los rumores que culpaban a Nerón del incendio de Roma en el año 64 EC, dice: «Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dió por culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúmnente cristianos. El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato, procurador de Judea. Por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición; pero tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, sino también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas atroces y vergonzosas que hay en las demás partes» (Anales 15, 44).

Cayo Suetonio Tranquilo (muerto hacia el 160) en su Vida de Claudio (25,4) dice lo siguiente: «Hizo expulsar de Roma a los judíos, que excitados por un tal Cresto, provocaban turbulencias«. Durante cierto tiempo se pensó que esa referencia a «Crestos» era una referencia al término «Cristo», hoy se sabe que no es tal, sino que se trataba de un griego que se había convertido al judaísmo y organizaba disturbios en Roma, lo cual confiere además de lógica a la expresión «a los judíos». En la Vida de Nerón (16,2) este autor cuenta -ahora sí referido a los cristianos- que «Los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio«.

Dión Casio, escribe una historia romana que ocupa ochenta libros, en ella habla de la ejecución del cónsul Flavio Clemente y del destierro de su mujer, a quienes se acusa de «ateísmo», muriendo junto con otros por simpatizar con la fe judía (Epitome 67,14). No obstante el dato en sí es enormemente escueto y textualmente habla de «la fe judía» -no de las «nuevas supersticiones» a las que aluden Plinio, Suetonio o Tácito-, pese a eso algún autor lo relaciona con una persecución contra los cristianos bajo el reinado de Domiciano.

Lo escaso -por no decir nulo, fuera de la referencia de Tácito respecto a su ejecución- de información sobre la figura de Jesús demuestra que esta figura era percibida como cosa de poca importancia por parte de los autores romanos. Son coincidentes, sin embargo, en que sus seguidores apoyaban una «doctrina nueva» que era «perniciosa» y «supersticiosa».

En ese sentido parece que los autores clásicos citados sí diferencian entre cristianismo y judaísmo, pese a que algunos autores -tal vez impulsados por el ansia de encontrar más referencias externas al propio cristianismo de las existentes- insisten en identificar ciertas menciones a los judíos (como la de Suetonio en la Vida de Claudio XXV, 4) o teñidas de ambigüedad (como la de Dion Casio) como referencias a Jesús y el cristianismo. En puridad tales identificaciones caben ponerse ampliamente en cuestión.

Falta de identidad propia

El problema fundamental del cristianismo es la ausencia de una identidad propia. El cristianismo no se basa en el mensaje de Jesús -cierto o supuesto. ahora no entro en eso- sino en su muerte y resurrección y, resulta, que para redondear la cosa, precisan, vincular a Jesús al D_os de Yisrael porque si no establecen tal vinculación carecen de sentido, de ahí la necesidad -del cristinianismo- de relacionar la crucifixión con el Génesis, lo que es altamente complicado.

Porque de partida no entienden el significado de lo que ellos llaman Génesis y se llama Bereshit, no lo entienden en absoluto, y menos en la actualidad -quienes escribieron los evangelios aún entendían algo del judaísmo, por eso hay más de una señal en ellos que pone en boca de Jesús su proclamación divina, señales que pasan del todo inadvertidas para la mayoría de los cristianos actuales ¿Cuantos relacionan el «Yo Soy» con el nombre de D_os? Poquísimos-.

La creación del Antiguo Testamento -que no es el Tanaj, sino un libro cristiano- implicó la manipulación puntual pero significativa de los textos tanajicos -un ejemplo clarísimo de eso es el Libro de Isaías, pero hay más, en los Salmos, en Daniel…- ¿Por qué toda esa molestia? Pues porqué o vinculaban al llamado Jesús de Nazaret o Cristo a Hashem o… desaparecía su conexión con la divinidad, porqué ésta no se basa en el mensaje de Jesús sino en su muerte y resurrección: y para ello necesitaban que fuese el mismo D_os que el de Yisrael. Jesús no precisa ser divino pero el cristianismo sí precisa que lo sea, ya lo dice Pablo en 1 Corintios 15:14: «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe». Es decir, el cristianismo necesita que Jesús muera y resucite, el cristianismo necesita vincular a Jesús con En Sof y lo necesita imperiosamente, pero esa necesidad, o, mejor dicho, la búsqueda de un pecado original en el que basar esa necesidad es…i nsostenible, atenta no ya a la razón sino al menor razonamiento teológico serio. De ahí que el protestantismo se abandone tanto en la «fe pura», porque esa conexión… solo es aceptable por una fe que no atienda a otra razon que la de su propio sentimiento.

Fuente Q y formación de los evangelios

La Fuente “Q” no entra dentro de la categoría de los mundos posibles sino de los necesarios, es condición “sine qua non” para la existencia de los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, también llamados sinópticos por provenir de un mismo referente, este referente es “Q”.

Referente perdido y, supuestamente, contemporáneo o casi a lo que se dice relatado en esos evangelios, Dicha fuente pudo ser oral, escrita, o un conjunto de ambas opciones, y atendería más a un formato de dichos sapienciales que a uno narrativo como es el de los evangelios.

Fuera de “Q” -y muy cerca del gnosticismo- queda el evangelio de Juan, cuya estructura y contenido es bastante diferente a la de sus otros colegas canónicos, tanto es así que en su “Adversus haereses” Ireneo de Lyon tuvo que emplearse a fondo para reivindicar la “cristiandad” de dicho evangelio, utilizado ampliamente -con exégesis incluida- por grupos “gnósticos” cristianizantes como los valentinianos.

La Formación de los evangelios

Esta cuestión ha sido ampliamente tratada por investigadores y teólogos alemanes bajo el nombre de “formgeschichte”. Al parecer la primera manera de difundir el mensaje evangélico es oral, luego, nos hallamos ante una inicial tradición oral -aunque sea de breve duración comparada con otras-. Su transformación en elemento literario se debe, sobre todo, al deseo de dotarles de una carácter más didáctico para su audiencia y de unificar criterios de exposición, que ayudasen y corroborasen la exposición oral.

Ya los relatos utilizados por los primeros predicadores cristianos presentan una estructura común o, cuando menos, identificable a partir de bloques temáticos, así nos encontramos:

a) los dichos de Jesús, que pueden aparecer como exposiciones sapienciales, o bien revestidos de controversias, milagros o episodios que enriquezca su atractivo, pero el centro de atención es la sentencia,
b) milagros, aquí es el fenómeno extraordinario en sí lo que se desea destacar, cualquier elemento narrativo estará al servicio de lo fenomenológico,
c) contenidos biográficos o datos personales, la finalidad en esta ocasión es presentar las “cartas credenciales” del personaje de Jesús de Nazaret
d) sumarios y transiciones, son fases en los que el relato hace un compendio o un resumen de lo anterior o de parte de lo anterior: episodios ejemplares, milagros, dichos sapienciales, sucesos personales de Jesús, etc.

De la oralidad a lo escrito

Todo esto, en principio, como se ha dicho, se transmitía oralmente a modo de mensaje, este tipo de transmisión se llama “kerigma”.

La palabra «kerigma» es griega y significa realizar labores de emisario, digamos que comunicar un mensaje

Normalmente con este término se define a la primeras predicación cristiana que se iniciaría poco después de la supuesta muerte de Jesús de Nazaret. En ese sentido, por ejemplo, «Q» o sería un «kerigma» o estaría formado por ellas.

En la búsqueda del Jesús histórico primero se desechó todo material que se consideraba propio de tal género -por una sencilla razón: era material “post morten”-. Una vez visto que, a partir de aquí no se obtenía absolutamente nada -por otra sencilla razón: todo material acerca del personaje de Jesús de Nazaret es “post morten” a su teórica crucifixión-, se hizo lo contrario: acudir a lo más primitivo, luego, a todo el material que se podía entender como «kerigma»

En su paso al escrito se tuvo que adaptar el credo expuesto a las circunstancias de los destinatarios u oyentes, influyendo desde las necesidades propias de la predicación hasta la apologética, la formulación doctrinal y, también la litúrgica -por ejemplo, el episodio de la Última Cena.-.

Esta elaboración irá dando paso a colecciones extensas de textos que serán la base sobre la que se levantarán los evangelios. De una de estás colecciones, más su complemento oral correspondiente, es de donde se supone que surge “Q”, o, mejor dicho, que es “Q”.

La Fuente “Q”

Las relaciones y coincidencias entre los textos de Mateo, Marcos y Lucas, llevaron a la cuestión de los sinópticos. Esto es, que esos textos pueden disponerse de manera que puedan ser vistos juntos, en nuestro caso debido a las múltiples coincidencias entre los mismos, al tiempo que se observan, también las discordancias.

No obstante las coincidencias, su número y su categoría indicaban que esos textos tenían una relación común, bien ¿qué relación había pues entre ellos? La hipótesis mayoritaria es la de las dos fuentes, que, en definitiva se resume en una, puesto que todos ellos procedían de un mismo texto anterior -repetimos que de este asunto se excluye el texto de Juan-.

Biblistas e investigadores, principalmente anglosajones y alemanes, apoyaron la tesis que el texto de Marcos debía aproximarse más a ese original y que Mateo y Lucas se apoyaban en Marcos -teoría de las dos fuentes-.

Digamos que, según esto, Marcos no sería “Q” sino “Q1”o “sub-Q”, siendo Mateo y Lucas adaptaciones de Marcos, pero de ninguna manera Marcos sería, tampoco “Q”, En cualquier caso, ese fondo común sería “Q” (del alemán “quelle” o “fuente”), al que podría añadirse, para el particular evangelio de Lucas, otras fuentes aún más desconocidas -es decir más intuidas, porque “Q” se intuye pero no se conoce- que la propia fuente “Q”.

“Q” y otros textos”

En general para referirse a este origen primigenio y común pasó a usarse el nombre de «Quelle» (fuente en alemán) o, abreviando, el nombre de «Q», que se generaliza a partir de su uso J. Weiss en 1890 y, denominación, por la cual se le conoce actualmente.

La opinión mayoritaria es que «Q» es un texto que se escribió originariamente en griego. Idioma, por lo demás, en el que, curiosamente, se confeccionó la totalidad del Nuevo Testamento.

Para añadir mayor variedad -y tal vez confusionismo- al tema, en 1897 se publican unos fragmentos griegos, los papiros de Oxirrinco (Egipto), de una colección de dichos atribuidos a Jesús. Y, también en Egipto, posteriormente aparece en 1945 la llamada “Biblioteca de Nag-Hammadi”, que es un códice en copto con numerosos textos completos en el que aparece, también el apócrifo de Tomás, pero que… son textos gnósticos, es decir, no cristianos aunque usen la figura de Jesús y aseguren que dijo o hizo tal o cual cosa.

Sea como sea, la aparición de estos textos, cuyo género literario es básicamente -aunque no únicamente- el de una recopilación de textos sapienciales, parece indicar -aunque ya lo indicaba Juan- que la fuente «Q» no es la única y primigenia en sentido estricto, sino que puede ser una obra más entre otras de un género literario, común en la primitiva literatura cristiana. Lo que sí debiera ser “Q” es la obra primigenia sobre la cual se levantan los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas.

Los problemas de «Q» y las aventuras deconstructivas y reconstructivas

El mayor problema de «Q» yel mayor argumento contra la misma es su carácter hipotético y reconstructivo. Ya mencionábamos al principio que «Q» no era un «mundo posible» sino un mundo o condición necesaria para explicar los sinópticos, pero su problema es que es una condición, no un documento material, en ese sentido no pasa de ser hipótesis aunque parezca ineludible, pero no debemos perder de vista dicho carácter hipotético y caer en la tentación de convertirlo en axioma.

Así, los investigadores católicos normalmente intentan explicar el problema sinóptico por contactos literarios mutuos entre los textos existentes, antes que recurrir a un documento hipotético, su problema es que no han logrado explicarlo o, al menos, no de manera satisfactoria, por lo cual el documento hipotético sigue siendo condición necesaria.

Lo más metodológicamente estricto hubiera sido quedarse ahí, es decir, señalar el problema sinóptico y la hipótesis «Q». Ahora bien, resulta que ha habido aventuras deconstructivas de los sinópticos y después reconstructivas -desde dicha deconstrucción- de “Q”, quienes las han hecho se han quedado además muy ufanos, afirmando que habían reconstruido “el documento Q” -cosa harto difícil teniendo en cuenta que si damos por válida o imprescindible su existencia, hemos de dar por valida, también, su desaparición-.

El método es relativamente sencillo -lo que no significa que no sea laborioso-, explicado a grandes rasgos, se procede a una “dissémination” de los textos de Mateo, Marcos y Lucas y, a partir, de la resultante, se desechan los materiales no estructurales de los mismos y… se dice que eso es “Q”.

Obviamente la “hipoteticidad” y “acientifidad” de tales métodos resultan visibles a simple vista, seguro que también se puede hacer eso entre “Los tres mosqueteros” y “El conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, no por ello tendríamos “la novela original”, tan sólo tendríamos una amalgama de fragmentos aparentemente coincidentes o encajables,

Dicho de otra manera: la “deconstrucción/reconstrucción” de los sinópticos no nos da “Q”, nos da un ejercicio deconstructivo -además, un magnífico ejemplo de lo que dice Derrida respecto a la no originalidad de sentidos- y, en cuanto a “Quelle” nos da… el monstruo de Frankenstein.

Las reconstrucciones de «Q»

Pero no pensemos que tal aventura no se ha realizado, por el contrario, se ha hecho y alegremente, cabe citar entre otros autores -que, además, dan por buena y segura su reconstrucción, vaya, que hasta parecen prescindir de la esencia hipotética de “Q”- a A. von Harnack, J.Smichd. T. W. Manson, A. Polag y, en castellano, a César Vidal Manzanares, quién, pese a reconocer en su texto la imposibilidad de una reconstrucción sobre algo hipotético, da por buena “mayoritariamente” su aportación y la de sus predecesores:

“Aunque ninguna reconstrucción -incluyendo lo propia- coincide en un ciento por ciento, sí existe un amplio consenso en la inmensa mayoría de los aspectos. Igual puede decirse de la presente” (César Vidal Manzanares, “El Documento Q”, pág. 14, Editorial Planeta, Barcelona, 2005)

El pequeño problema de estas actuaciones metodológicas -o, más bien, antimetodológicas- es que no proceden a reconstruir nada, lo que hacen es construir algo a partir de una hipótesis que es condición necesaria para explicar los sinópticos pero… no tenemos material de esa hipótesis sobre el que reconstruir nada, sólo tenemos la necesidad de la misma.

Ergo, todo lo que puede hacerse es construirse sobre el vacío y eso es lo que hacen todos los “reconstructores” de “Q”, construir sobre el vacío que crean en los sinópticos al deconstruirlos y sobre el vacío de una hipótesis necesaria pero… ausente de material.

El «documento Q» y algún intento de aproximación al Jesús histórico

Respecto al “Jesús histórico” y el listado de puntos que César Vidal incluye en lo que el denomina partir “de un criterio meramente histórico” en su obra “El documento Q”, el mismo autor señala que dará las “fuentes históricas” en las que apoya cada uno de sus puntos, y, ciertamente, da ciertas fuentes, que iremos revisando.

Estas fuentes se han incluido en lo que creemos debe ser -y pensamos que esa era la intención de don César Vidal- poco más que un listado sintético con las cuestiones puntuales que se deseaban resaltar, por eso, también, hemos acortado el contenido de algún fragmento reproducido donde el autor se explayaba en comentarios o exposiciones casi doctrinales y que, en nuestra opinión no había lugar -fuera de la libertad creativa, por supuesto- en un listado que pretendía ser “resumen histórico”.

Revisión de puntos, argumentos y fuentes

Bien, lo primero que diremos al respecto es que, efectivamente, en “El documento Q”, se nos presenta un listado sintético, pero, lo es de aquello que en nuestra infancia se llamaba “Historia Sagrada”, en absoluto lo es de la disciplina académica y científica llamada Historia.

Por ello, a continuación, revisaremos las argumentaciones de don César Vidal y las supuestas fuentes históricas -una por una- que, según don César, apoyan sus afirmaciones -en nuestra mucho más humilde opinión especulaciones dictadas por la fe, nada que objetar, excepto que… eso no es Historia-.

Veamos lo que entiende don César Vidal Manzanares como datos pura y meramente históricos, a partir de lo que él mismo menciona junto al listado de puntos “incontrovertibles” que aparecen entre las páginas 232-235, muy cerca de la parte final de su obra “El Documento Q”.

Antes que nada indicar que no se ha añadido nada a las citas de don César Vidal, pero, como se ha dicho, sí se han acortado extensos párrafos que, a nuestro entender, no añadían información alguna sobre hechos y bastante sobre doctrina, dogma y catequesis –o escuela dominical-.

Ámbitos muy respetables pero que ninguno de los cuales puede calificarse de “histórico” o que incumba a la disciplina académica y científica llamada Historia.

Dicho lo cual, daremos la cita bibliográfica exacta por si algún amable lector desea comprobar, por sí mismo, los argumentos -del todo respetables y honorables- que expone don César Vidal Manzanares, esta cita es la que sigue:

César Vidal Manzanares, “El documento Q”, páginas 232 a 235, Editorial, Planeta, Barcelona 2005.

Los puntos incontrovertibles e históricos sobre Jesús de Nazaret según César Vidal

Pasemos ahora a repasar los argumentos “mínimos” de historicidad indiscutible según el criterio del autor mencionado, seguiremos la numeración de puntos de su listado, así como las fuentes que cita en la medida que lo hace.

1. “Jesús pertenecía a la estirpe davídica”. Esta es la afirmación de don César, las fuentes para basar la misma son: Mateo, Lucas y Eusebio de Cesarea. Es decir, ni una sola fuente contemporánea, todas parciales, dos de ellas apologéticas cristianas (Mateo y Lucas), y sobre la tercera, además de ser igualmente cristiana y apologética (luego, parcial) resulta irrisorio dar crédito a Eusebio de Cesarea, quién vivió cuatro siglos después de los supuestos acontecidos y, además, era autor dado a interpolar cosas de propia mano en escritos ajenos –por ejemplo, en “Las Antigüedades de los judíos” de Flavio Josefo- y a manipularlos.

Ni una sola de esas fuentes es:

a) histórica,
b) contemporánea,
c) imparcial,

Todas ellas son, como se ha dicho, apologéticas, y una de ellas, además, responde al credo sincrético formulado bajo el reinado de Su Sagrada Majestad Constantino I e instaurado en los concilios de Nicea y Constantinopla.

¿Son documentos históricos? En sí mismos sí, lo son, pero su contenido carece de verosimilitud que la Historia pueda contemplar como determinante, más allá de lo que el propio texto explica –de la misma manera que ocurre con “La Ilíada de Homero”, o la sumeria “Epopeya de Gilgamesh”-.

Por todo lo cual debemos descartar la totalidad de esas fuentes en tanto en cuanto documentos que demuestren, no ya el linaje de Jesús de Nazaret, sino, siquiera, la existencia de la persona –al margen del personaje-.

2. “Su nacimiento no fue normal”. El autor nos cita aquí a Mateo, Lucas, Juan y el Talmud.

Tal vez sea oportuno recordar que los evangelios de Mateo, Lucas y Marcos muestran dudas sobre la filiación, y que el Talmud, al igual que Celso, no muestra ni una duda: señala a un soldado romano llamado Pantera o Panthera –Jesús sería, entonces, Iesu ben Panthera-.

Ni unos ni otros textos son en absoluto imparciales, y resulta por completo imposible verificar su verosimilitud, más allá…de la existencia real del nombre “Pantera” o “Panthera” como nombre romano y de soldado romano, uno de los muchos ejemplos que pueden encontrarse en el CIL (Corpus Inscriptionum Latinarum):

“Aquí yace Tiberio Julio Abdes Pantera, de Sidón, vivió 62 años, y durante cuarenta sirvió como soldado de la cohorte de los arqueros”

(Lapida en Bingeium, Germania, Dessau. Inscriptiones Latinae Selectae, 2571)

En consecuencia deben descartarse tanto las fuentes dadas como el argumento que supuestamente demuestran.

La controversia sobre los dos primeros puntos

Resulta cuando menos curioso dar por académicamente verosímiles un par de afirmaciones basadas exclusivamente o en la apologética favorable o, por el contrario, en su refutación.

Porque la filiación davídica fuera de la fe personal que el autor de la obra deposite en fuentes religiosas, de parte y en absoluto comprobables o verificables por otras vías, es, cuando menos, incomprensible.

Ahora bien, dónde ya se riza el rizo es en el punto sobre la “anormalidad” del nacimiento, porque la misma se basa en las propias dudas que mencionan los textos evangélicos acerca de la filiación –si bien, para, finalmente refutarlas-, y en las nulas dudas sino directa imputación de adulterio por parte de las fuentes talmúdicas y, también, de Celso.

Como vemos, apenas empezados los puntos “históricamente incontrovertibles” que nos presenta don César Vidal Manzanares ya debemos descartar, desde la metodología de la Historia, los dos primeros presentados. Será necesario ver que sucede con el resto.

La fuente «Q»: Construcciones a partir de una hipótesis

El principal problema de la fuente “Q” es el de su inexistencia, inexistencia física dado que su único nivel de realidad es el que la creó: la condición necesaria. Lo que nos lleva directamente a lo hipotético, la hipótesis es aceptada en cuanto es imposible no hacerlo, dado que mi un sólo evangelio es texto original.

Con independencia de que las copias que poseemos sean más cercanas o lejanas en el tiempo de los supuestos contemplados, pondremos un ejemplo de lo que esto significa, la copia más cercana a la época de Julio César de “La Guerra de las Galias” puede estar muy alejada del tiempo de César, pero, al margen de eso, sabemos que reproduce lo que escribió e hizo César. Cosa que no sucede con ninguna fuente evangélica: no sabemos -porque no son copias del original- si lo que dicen que hizo o dijo Jesús lo hizo o lo dijo, es más, ni siquiera tenemos la seguridad de que no se mezclen diversas personas para generar un personaje.

Las construcciones de “Q”

Los intentos de reconstrucción de “Q” no tienen excesivo sentido porque caen por su base: carecemos del documento “Q”, lo único que tenemos es una hipótesis necesaria, actualmente formulada como de doble origen, por un lado estaría el evangelio de Marcos como “sub-Q” enraizado directamente en “Q” y, por otro- los de Mateo y Lucas, dependientes de “sub-Q” -es decir, de Marcos- y puede que también de la propia “Q”.

Por bien intencionados que sean los esfuerzos de diferentes autores, como Harnack, Polag o G.R. Habermas, empeñados tanto en “construir” la fuente “Q” -que no “reconstruir”- como dar listados de “patente de historicidad” de ciertos pasajes o postulados evangélicos al a búsqueda obsesiva del “Jesús histórico”, todo eso no lleva a ninguna parte, en cualquier caso no lleva al Jesús histórico, tan sólo hay que observar las fuentes citadas y contrastarlas con sus afirmaciones para ver como éstas se derrumban como castillo de naipes.

En ese sentido, resulta que la “historicidad” pretendida al linaje davídico de Jesús o a circunstancias extraordinarias en su nacimiento, esgrimidas por César Vidal en su obra “El Documento Q”, no tienen la menor consistencia dado que se basan en la escasamente histórica razón de “que la Biblia y la patrística lo dicen” o bien.. .en que sus adversarios señalan… situaciones denigrantes hacia el personaje y su entorno -señales que, sin poder afirmar que sean verídicas, sí puede afirmarse por la evidencia epigráfica que se molestaron en buscar datos plausibles-.

Algunos puntos derivados de la construcción de «Q» de César Vidal

Del considerable listado que da César Vidal en los capítulos finales de su libro “El Documento Q”, acabamos de citar el porqué cabe descartar como “hechos demostrados” la filiación davídica y algo extraordinario en su “nacimiento físico” (no podemos considerar “extraordinario” la filiación de padre distinto al putativo, aún menos su el padre biológico resulta ser un soldado).

Pero podemos seguir con el análisis de alguno de esos puntos que César Vidal da por “hechos históricos”.

Así dice en su punto tres “Estuvo en Egipto”, como fuente se cita a Mateo y al Talmud, pero… sucede que no se cita en que sentido lo citan. Así en Mateo ese dato no es sino una de esas historias o mitos arquetípicos aplicables a numerosas deidades, así “la huida” se presenta en numerosas ocasiones y culturas, como mostró Joseph Campbell en “El Héroe de las misl caras”, donde aplica en la práctica la teoría expuesta por Carl Gustav Jung sobre los arquetipos y el inconsciente colectivo Por lo cual eso cabe considerarse una leyenda, no una fuente verificable.

Jesús el egipcio (Iesu bar Soteda) en el Talmud

En cuanto al Talmud, es cierto, habla de un Jesús que subió de Egipto, e incluso en los “Hechos de los apóstoles” hay referencia a él, veámoslas:

Según el Talmud Iesu bar Soteda fue, muy posiblemente, otro Jesús que no el supuesto nazareno. Como tantos profetas de la época vaticinó la caída de los muros de Jerusalén -el vaticinio tampoco era especialmente difícil, dado el permanente ambiente de hostilidad entre judíos entre sí y judíos y romanos-.

Al parecer había subido de Egipto acompañado de una tropa de de cuatro seguidores. Ni tan sólo hizo falta la intervención de Roma Herodes Filipo, Tetrarca de Batanea, Gaulanitis, Trachonitis y Auranitis , acabó con esa tropa. Cabe la posibilidad que ese Iesu bar Sotedaä fuése arrestado y apedreado en Lud, tal y como lo cuenta el Talmud, en Sanedrín: 67.

Igualmente en los “Hechos de los apóstoles” -curiosamente olvidados en este punto por don César Vidal- se menciona a este profeta de Egipto. Aquí aparece como Teudas (Hech 5, 36), y en otro versículo (Hech 21, 38) se dice a Pablo por un tribuno: “¿No eres tú entonces el egipcio que estos últimos días ha amotinado y llevado al desierto a los 4.000 sicarios?”

Referencias que no coinciden demasiado con la imagen de la Sagrada Familia refugiada en la tierra del Nilo huyendo de Herodes el Grande, beatífica imagen que no tiene el menor apoyo histórico, desde luego no en las fuentes citadas por César Vidal para dar por válido y verificado tal suceso.

Dada la ausencia de fuentes fiables que verifiquen tal dato -o son apologéticas o se refieren a otro asunto, tanto las cristianas como las de parte contraria- no queda más remedio que descartar ese punto tres de los “hechos históricos” desde la Historia, ahora, otra cosa es la “Historia Sagrada”, pero eso es religión no una ciencia social.

Los problemas de la Fuente «Q» ante la aplicación del método histórico

En primer lugar tal vez sea conveniente dejar claro cual es la base del método histórico, es decir, de aquello que convierte a la Historia en una disciplina académica y científica, dentro del campo de las Ciencias Sociales.

Cualquier fuente documental es un dato en sí mismo, en ese sentido la totalidad de las fuentes cristianas son datos y documentos, como lo es la historiografía senatorial romana, la epopeya de Gilgamesh, o «la Iliada» o «la Odisea» de Homero.

El documento histórico y la fiabilidad de lo que dice

¿Se puede extraer información de esas fuentes? Sí ¿podemos creer literalmente todo aquello que dicen? No, desde la Historia académica, no.

Pondremos un ejemplo, la historiografía senatorial romana es parcial siempre, habla bien de los emperadores que favorecieron o actuaron acorde lo que deseaba el Senado y mal o muy mal de aquellos otros que no le favorecieron, o bien porque se apoyaron en el “populus” –como Nerón- o en el ejército –como Septimio Severo-.

Por eso se debe insistir en que no puede tomarse de ninguna manera como fuente imparcial, fidedigna y verosímil las fuentes cristianas, por el sencillo motivo de que son parciales y su objetivo es apologético, y si se ha de sacrificar la verdad en aras de la apología pues…se sacrifica –véase a Eusebio de Cesarea y sus “arreglos”, o cosas más delirantes como la «Carta de Léntulo» o el «Ciclo de Pilatos»-.

La fiabilidad histórica de las fuentes documentales

Al abordar una serie de documentos o fuentes históricas, en relación a un supuesto concreto, existen unos pasos fundamentales que se han de observar, caso contrario el análisis crítico resulta imposible, podemos resumirlos en seis puntos, puntos que reflejan una situación ideal:

  1. Hay muchas, cuantas más haya mejor, de manera que se pueden comparar entre sí y cotejar los resultados
  2. Unas y otras son contemporáneas o muy cercanas al supuesto estudiado, eso hace menos probable que estén contaminadas por leyendas, rumores, mitificaciones, exageraciones y, en definitiva, todo aquello que se la va añadiendo a algo cuando de por medio pasa tiempo, no digamos ya si interviene la tradición oral
  3. Su composición es diferente e independiente entre sí, digamos que los autores de los diferentes documentos no hayan tenido la posibilidad de ponerse de acuerdo para confeccionarlos..
  4. Que sus contenidos no se contradigan en todo o en parte, eso sería un indicador de que una o todas ellas no son errónea, digamos que es un indicador de verosimilitud. Indicador que adquiere mayor credibilidad cuanto más independientes –y, por tanto, menos contaminadas- sean las fuentes entre sí.
  5. Coherencia interna en el documento o documentos, Eso es otro indicador de la preocupación del autor por la fiabilidad del contenido, de lo relatado.
  6. Que no sean tendenciosas o parciales respecto al asunto contemplado –aquello que deseamos analizar-. Que tengan una imparcialidad mínima y una tendencia a la objetividad que asegure o que haga más creíble que no se han manipulado datos o se han interpolado versiones falsas de manera que el relato no es objetivo sino que se ha puesto al servicio de un objetivo, Igualmente se precisaría que no suprimiesen datos significativos.

Ese es el escenario ideal ante un documento histórico y ese es…el escenario que nunca se da, no al menso al cien por cien, pero hay grados y grados, veamos ahora cual es el grado de fiabilidad de las fuentes históricas sobre Jesús de Nazaret.

La fiabilidad histórica de las fuentes documentales sobre Jesús de Nazaret

En el caso que nos ocupa y respecto al punto «uno», las fuentes no son numerosas… fuera de las propias apologéticas cristianas. Aunque puede compararse las que hay entre sí.  Sucede que el cristianismo, consciente de lo escaso de las «fuentes externas» respecto a ese tema, intenta y ha intentado hacer creer que hay mayor evidencia externa que la realmente existente.

El punto «dos», en el mejor de los casos muy relativa esa cercanía. Por no haber cercanía no la hay ni en lo temporal, ni en lo territorial ni…en el asunto específico -demasiado insignificante en el momento en el que sucedieron los supuesto acontecimientos para que nadie se tomase la molestia de anotarlos-.

El punto «tres», muy independientes no son los textos apologéticos entre sí, al menos en cuanto a su finalidad, si se da por buena la «fuente Q» aún lo serían menos entre sí los sinópticos, puesto que procederían de una misma fuente o compilación de datos no de fuentes diversas coincidentes, es más, es a partir del «documento Q» que se pretende explicar las diferencias o disimilitudes entre los textos sinópticos. Dicho de otra manera: esos textos no sólo no serían independientes sino que no podrían confirmar nada entre sí, por el contrario sus diferencias vendrían dadas a partir de distintas «interpretatio» de «Q». Respecto a las fuentes externas y no apologéticas del cristianismo –como las romanas-, resulta que… no confirman nada -más allá de la existencia del cristianismo y de una más que borrosa figura a partir de la cual se generó-. Eso por una parte, por otra resulta que en ocasiones esas fuentes externas son tan poco neutrales como las apologéticas, son otra cosa: polémicas -Celso mismo lo es, las referencias del Talmud, escasísimas y oscuras, también lo son-.

El punto “cuatro”, se contradicen muchísimo entre sí, tanto los textos cristianos como los externos -de hecho, el Talmud, por ejemplo, parece referirse a «varios» «Jesuses», ibidem por lo que hace a Josefo, en cuyos textos aparecen al menos dos personajes que comparten ciertas características de la figura del cristianismo-.

El punto “cinco”, respecto a la preocupación por la «fiabilidad» hay que relativizarla en cualquier texto antiguo, no existe pretensión de «objetividad» en esos autores, ni tan siquiera «tendencial», existe siempre pretensión de defender o mostrar una u otra «subjetividad». «Coherencia interna» si nos ceñimos a los evangelios…depende, depende de dónde la busquemos y a que nos refiramos con ello, doctrinalmente, aún así mucho depende de la «interpretatio»…de la doctrina, a las diferentes ramas del cristianismo me remito.

El punto “seis”, la tendenciosidad en este tema es global y absoluta por todos lados y en todas las fuentes. Tal vez las menos sean las escasas referencias romanas de los siglos I y II de la era común, aunque siempre son frías y despreciativas respecto al cristianismo.

Ese es el panorama ante el que nos enfrentamos en la totalidad de la documentación histórica, no ya sobre Jesús de Nazaret sino sobre el cristianismo primitivo.

(continua)

El Jesús histórico y la fuente «Q»

Mucho se habla acerca de la historicidad de la figura religiosa de Jesús de Nazaret. Si nos referimos a la influencia histórica, sociológica y religiosa de dicha figura el debate se acaba rápidamente en un sentido: esa influencia es absolutamente indudable. Pero, lo es… en el ámbito especificado y que tiene por centro la religión.

De mucha mayor complicación es intentar abordar eso que se llama el “Jesús histórico”, lo es por dos motivos: por el confusionismo y por la falta de fuentes históricas contrastables entre sí –no de documentación que hay mucha-.

Historia Sagrada e Historia

No faltan autores que confunden la denominada “Historia Sagrada” con la disciplina académica llamada “Historia”, que no otorgará a las fuentes apologéticas cristianas mayor valor del de documento histórico en sí, como tampoco lo hará con Flavio Josefo, Dion Casio, Plinio el Joven, Celso o el Talmud.

Por ello, a veces se confunde mucho la búsqueda del Jesús histórico -que es una, y puede abordarse desde el cristianismo, otra creencia o ninguna-, con el dotar de historicidad a Jesús, que es otra cosa, casi antiacadémica por definición y que solo puede emprenderse desde la creencia, no desde la ciencia, porque el planteamiento ya es “ad hoc” de entrada.

Desde ese punto de vista coincidimos y no con el polémico y popular historiador y comunicador César Vidal Manzanares (ex profesor de la UNED).

Coincidimos cuando dice:

“En estos últimos casos, da la sensación de que existe un mayor interés pro presentar la figura de Jesús que encaje en la última corriente (¿nos atreveríamos a decir “moda”?) que por plantearse seriamente lo que las fuentes nos dicen sobre él. Gacias a ello, hemos “padecido” a Cristos marxistas, hegelianos “guerrilleros”, existencialistas o nihilistas, por sólo citar a unos cuantos, así como un uso de las fuentes intolerables desde una perspectiva histórica” (César Vidal Manzanares, “El documento Q”, pág. 230, Editorial, Planeta, Barcelona 2005)

Hasta aquí estamos de acuerdo con este autor casi punto por punto, no se ha abordado históricamente la figura de Jesús, se ha abordado dotarle de “una historia” que coincidiese con “una ideología” de quién la escribía. Así, tenemos multitud de “biografías” de Jesús que lo mismo lo sitúan en “Cachemira” como dentro de la más absoluta ortodoxia canónica y con el más absoluto desprecio hacia el método histórico.

A vueltas con la «Historia Sagrada»

Pero don César Vidal Manzanares continua y, aquí ya no coincidimos, porque, a partir de un optimismo, no excesivamente justificado en las fuentes, da por buenos y nos presenta como históricos una serie de datos y formulaciones que, tal vez, puedan realizarse desde una “Historia Sagrada” y militante pero, mucho nos tememos, que no puedan realizarse desde la disciplina académica y científica que es la Historia, así, contradiciendo lo que acababa de decir -repetimos que, posiblemente por un exceso de optimismo- se contradice y dice lo siguiente:

“Partiendo de un criterio meramente histórico [sic]*, a mi juicio se puede afirmar que las fuentes, tanto cristianas como judías y paganas, nos permiten conocer y dar como ciertos buen número de datos acerca de la vida de Jesús, en un grado de exactitud que supera en bastantes ocasiones a personajes famosos de la Antigüedad.

Estos datos son, como mínimo, los siguientes:

    1. Jesús pertenecí a la estirpe davídica
    2. Su nacimiento no fue normal
    3. Estuvo en Egipto
    4. Se crió en Galilea
    5. Tuvo hermanos y hermanas
    6. Fue bautizado por Juan el Bautista
    7. Inició su ministerio en Galilea
    8. Sus hermanos no creían en él.
    9. Predico un evangelio centrado en la venida del reino de Dios y en la necesidad de arrepentirse y aceptarlo a él para obtener salvación..
    10. Realizó curaciones y otros hechos que tanto el como sus discípulos y contemporáneos interpretaron como expulsión de demonios.
    11. Realizó varias bajadas a Jerusalén
    12. Se negó a ser mesías de corte guerrero, lo que ocasionó, entre otras razones, su fracaso en Galilea y el abandono de alguno de sus discípulos
    13. En la última etapa de su vida se centro fundamentalmente en el grupo más íntimo de los discípulos de entre los que nombró a Doce, posiblemente como referencia al número de las tribus de Israel: Muy posiblemente fue en esta etapa cuando comenzó a anunciar su muerte en armonía con su visión de sí mismo.
    14. También por esta época desarrollo un ministerio de predicación e Perea.
    15. Realizó una limpieza del Templo
    16. Profetizó la destrucción del Templo
    17. Acudió a Jerusalén con sus discípulos durante una Pascua (…) Durante la misma celebró una cena preñada de contenido escatológico.
    18. Fue traicionado por uno de los discípulos llamado Judas, abandonado por los restantes, prendido, sometido a una reunión plagada de irregularidades, de uno de los tribunales del Sanhedrín y entregado a Pilato.
    19. Éste lo envió a Herodes Antipas para posteriormente intentar ponerlo en libertad acogiéndose a una tradición legal de liberar a un preso en la Pascua. Tras flagelarlo, quizá con la intención de contentar a sus enemigos, procedió a ordenar su crucifixión.
    20. En su condena influyó su pretensión de ser el mesias (de hecho, de eso le acusa el cartel colocado en la cruz por Pilato).
    21. Muerto en la cruz fue sepultado en una tumba que, tres días después, se encontró vacía
    22. Los discípulos afirmaron haberlo visto resucitado de tal manera que su conducta cambió y que incluso algunos incrédulos -como su hermano Santiago o el luego apóstol Pablo- aceptaron la nueva fe tras ser objeto de alguna de sus apariciones.
    23. La única respuesta de sus adversarios a estos hecho fue la de que el cadáver había sido robado.
    24. Sus discípulos siguieron existiendo como un movimiento identificable.

(César Vidal Manzanares, “El documento Q”, pág. 230, Editorial, Planeta, Barcelona 2005)

La fuente o documento Q

Bien, un par de cosas, la siguiente intercalación [sic]* la hemos realizado desde el presente artículo puesto que dudamos muchísimo que “desde un criterio meramente histórico” pueda sostenerse un solo punto de los veinticuatro que, con gran optimismo, sostiene don César Vidal Manzanares, hacia el final de su obra “El documento Q” -toda ella cuajada de optimismo por otros motivos, para ahora nos centramos en la historicidad de Jesús de Nazaret-.

La segunda cosa es la simple y sencilla constatación de que la “fuente Q” –del alemán “quelle”, que significa fuente-, es lo que se supone pudo ser una fuente escrita, oral o mezcla de ambas, más o menos contemporánea a los supuestos relatados y que serviría de base a los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas, otro tema es Juan). Esa fuente está perdida y… sigue perdida, por muchos esfuerzos reconstructivos que, a partir de la de deconstrucción de los sinópticos, algunos autores hagan.

(continuará)

¿QUÉ ES EL NUEVO TESTAMENTO? III PARTE: LA PATRÍSTICA MÁS ANTIGUA

 

La Patrística son los escritos de los llamados “Padres de la Iglesia”, que son los autores y líderes del Cristianismo que ejercieron el liderazgo una vez que terminó la era de los apóstoles. Naturalmente, se trata de un criterio tradicional, pero se considera que la era de la Patrística comienza hacia el año 95, cuando se supone que se elaboró el último libro del Nuevo Testamento -el Apocalipsis de Juan- y cuando se escribió la Epístola de Clemente de Roma a los Corintios, la primera obra de la Patrística cuyo autor podemos identificar (la Didajé es anterior, pero de autor anónimo).

 

De esta etapa de transición del siglo I al siglo II, son dos los autores más destacados: Clemente de Roma e Ignacio de Antioquía. El primero, según la tradición católica, fue el cuarto obispo de Roma después de Pedro, Lino y Anacleto, y habría pertenecido a una familia judía helenizada. Esta última sospecha es razonable, ya que en su Epístola a los Corintios refleja un conocimiento del Tanaj muy superior al que cualquier gentil pudo haber tenido.

 

Se le atribuyeron varios escritos, de entre los cuales destacan las llamadas Homilías Pseudo-Clementinas, pero los especialistas están de acuerdo en que sólo uno -la ya mencionada Epístola a los Corintios- es original de Clemente. Se trata de una extensa carta escrita hacia los años 90-95 en la que intenta colaborar en la solución de varios problemas internos que se habían sucitado entre los cristianos de Corinto.

 

De Ignacio de Antioquía no sabemos demasiado, salvo que fue obispo de la referida ciudad (Siria), y que fue martirizado por órdenes de Trajano. En el camino a su suplicio escribió siete pequeñas epístolas a las iglesias de Éfeso, Magnesia, Trales, Roma, Filadelfia y Esmirna, además de una al obispo Policarpo.

 

El interés de los escritos de Clemente e Ignacio radica en que, se supone, junto con la Didajé son los más cercanos cronológicamente al Nuevo Testamento.

 

Y, al igual que la Didajé, generan una serie de problemas.

 

La idea medular es simple: el nivel de evolución de las ideas, doctrinas o dogmas que encontramos en la Didajé, Clemente de Roma e Ignacio de Antioquía, es inferior al que encontramos en el Nuevo Testamento en general. Eso nos deja con tres opciones:

 

La primera es suponer que Jesús dio una serie de enseñanzas hacia el año 30, lo suficientemente completas como para que entre los años 50 y 95 sus discípulos las pusieran por escrito. Pese a ello, unos veinte años más tarde había un total caos en el entendimiento de dichas enseñanzas, y los mejores autores de la época nos las presentan fragmentadas e incompletas, e incluso decoradas con una gran cantidad de añadidos imposibles de conciliar con lo que dice el Nuevo Testamento.

 

La segunda es que los autores del período transicional del siglo I al II no tuvieron un contacto directo con los escritos de los apóstoles (Nuevo Testamento), y por eso tuvieron que empezar desde cero (o casi) su reflexión doctrinal. Esto implica que los libros se escribieron, pero que se mantuvieron ocultos pese a que, se supone, el plan era hacerlos públicos por medio de la predicación.

 

La tercera es que la perspectiva tradicional está mal enfocada por completo. Ni Jesús ni sus apóstoles dejaron un corpus de enseñanzas (orales o escritas) organizadas, y la sistematización del pensamiento cristiano apenas inició a finales del siglo I. En ese sentido, la Didajé y los escritos de Clemente e Ignacio serían ejemplos de los primero textos cristianos doctrinales. Debió existir más material escrito, seguramente originado en las generaciones anteriores de cristianos (los apóstoles, supuestamente). Pero NADA de ese material ha llegado a nuestras manos. Lo que tenemos en el Nuevo Testamento es una serie de documentos que corresponden a la segunda generación de maestros cristianos, que intentaron darle forma y coherencia a las enseñanzas que habían recibido de la generación previa. Dicho en otras palabras, el Nuevo Testamento es POSTERIOR al año 110, tanto en la definición de sus enseñanzas fundamentales, como en la redacción de las versiones definitivas de cada libro.

 

Un ejemplo de evolución doctrinal: la resurrección de Jesús

 

En la nota anterior vimos que la Didajé no hace ninguna mención relevante sobre este tema. Con Clemente y con Ignacio sucede lo mismo. En sus escritos, apenas si refieren que Jesús resucitó, pero de ningún modo hacen de eso el centro del pensamiento cristiano. No tiene sentido si aceptamos la datación tradicional según la cual el apóstol Pablo escribió I Corintios hacia el año 57, y allí dejó establecido que toda la coherencia de la fe cristiana depende de la resurrección de Jesús, y que si Jesús no resucitó, los cristianos son los seres más dignos de lástima de todo el mundo (I Corintios 15:12-19).

 

El caso de Clemente es el que más llama la atención, porque el único documento que conocemos de él es una extensa carta dedicata también a la Iglesia de Corinto, y en el párrafo XLVII hay una clara referencia a la carta originalmente escrita por Pablo. Es decir: Clemente estaba enterado y seguramente conocía lo que Pablo escribió a los Corintios, al punto de que hizo esta mención.

 

Por ello, cuando diserta sobre la naturaleza de la salvación del ser humano, llama la atención que no exista ni siquiera un eco de lo que Pablo enseña sobre la resurrección de Jesús.

 

Las únicas palabras de Clemente sobre el tema son las siguientes: “Entendamos, pues, amados, en qué forma el Señor nos muestra continuamente la resurrección que vendrá después; de la cual hizo al Señor Jesucristo las primicias, cuando le levantó de los muertos. Consideremos, amados, la resurrección que tendrá lugar a su debido tiempo. El día y la noche nos muestran la resurrección. La noche se queda dormida, y se levanta el día; el día parte, y viene la noche. Consideremos los frutos, cómo y de qué manera tiene lugar la siembra. El sembrador sale y echa sobre la tierra cada una de las semillas, y éstas caen en la tierra seca y desnuda y se descomponen; pero entonces el Señor en su providencia hace brotar de sus restos nuevas plantas, que se multiplican y dan fruto” (párrafo XXIV).

 

Clemente está disertando sobre qué tan certera es la esperanza en la resurrección final. Por ello, cita como ejemplo al propio Jesús, y lo menciona como “la primicia” al respecto, por ser el primero en haber resucitado. Curiosamente, es EXACTAMENTE EL MISMO ENFOQUE del tema que Pablo hace en I Corintios 15, por lo que sorprende con mayor razón que Clemente haya hablado DE LO MISMO, y además A LA MISMA COMUNIDAD (la Iglesia de Corinto), y no haya hecho NINGUNA referencia a lo escrito por Pablo, pese a que -como ya se dijo- es un hecho que conocía sus escritos.

 

¿Se puede apelar a que es una cuestión de estilo? Generalmente, ese es el argumento al que recurren los que quieren defender la perspectiva tradicional. Pero la realidad es que, en este caso, no funciona. Clemente expone un estilo muy peculiar en todo el documento, y evidencia un gusto por hacer extensas citas a los textos bíblicos cuando es pertinente. Entonces, cuando Clemente lo considera necesario, no tiene empacho en citar capítulos completos de Isaías o de los Salmos, y además de manera textual y precisa, demostrando con ello que tenía un gran conocimiento de los textos bíblicos. Por eso, resulta bizarro que en este punto, donde está tocando el mismo tema que tocó Pablo, simplemente se desenvuelva como si lo escrito por Pablo no le importara.

 

O como si no lo conociera.

 

¿Quién expuso ideas más complejas sobre la resurrección de Jesús como prueba de que sí existirá una resurrección al fin de los tiempos? No hay dudas: Pablo. Le dedica el capítulo más largo de toda su epístola (un total de 58 versículos). Clemente sólo le dedica un párrafo. Pablo hace un recuento de los eventos relacionados con la resurrección, y luego diserta sobre la importancia que tiene. Clemente ni siquiera se mete con estos asuntos.

 

Entonces, por donde guste analizarse el asunto, el hecho inobjetable es que las ideas de Clemente son las más rudimentarias, y las de Pablo las más complejas. La deducción lógica debería ser que, por lo tanto, fue Pablo quien se basó en Clemente y no Clemente quien se basó en Pablo.

 

Bien: sabemos que eso es imposible por cuestión cronológica, pero eso no resuelve el problema. Simplemente, nos obliga a replantear la idea: el autor de I Corintios (por lo menos, del capítulo 15) se basó en Clemente, y no al revés. Con ello, estamos dando por hecho que ese capítulo (por lo menos) no fue escrito por Pablo, aunque en el Nuevo Testamento se nos presente como parte de un escrito paulino.

 

¿Qué nos dice Ignacio de Antioquía -unos 25 años después que Clemente- sobre la resurrección de Jesús? En esencia, se conduce exactamente del mismo modo que Clemente, y sólo menciona la resurrección de Jesús como un evento en el que hay que creer, pero sin entrar en ningún tipo de detalle sobre su importancia.

 

Por ejemplo, en una de sus pocas menciones al tema nos dice: “… sino estad plenamente persuadidos respecto al nacimiento y la pasión y la resurrección, que tuvieron lugar en el tiempo en que Poncio Pilato era gobernador…” (Epístola a los Magnesianos, XI). Es una referencia escueta, sin más información (además, inexacta: tal y como está redactada, sugiere que Ignacio suponía que cuando Jesús nació Pilato ya era gobernador de Judea, lo que evidenciaría un desconocimiento total de los evangelios, bastante precisos en esa información cronológica).

 

Jesús de Nazaret

 

El tema de la resurrección no es el único en donde se da esta situación. En realación a Jesús mismo, Clemente es desconcertantemente escueto en sus comentarios. Por ejemplo, dice que por medio de él, D-os nos ha llamado de las tinieblas a la luz (párrafo LIX), o que es el Sumo Sacerdote y guardián de las almas (párrafo LXI). Incluso, a modo de súplica, Clemente dice “… que todos los gentiles sepan que sólo Tú eres D-os y que Jesucristo es tu hijo…” (párrafo LIX).

 

Ignacio, por su parte, se conduce de un modo similar, si bien llega a ser más específico que Clemente: “… Jesucristo, nuestra vida inseparable, es también la mente del Padre…” (Efesios III); “… engendrado y no engendrado, D-os en el hombre, verdadera vida en la muerte, hijo de María e hijo de D-os, primero pasible y luego impasible: Jesucristo nuestro Señor” (Efesios VII); “… Jesucristo, que estaba con el Padre antes que los mundos y apareció al fin del tiempo…” (Magnesianos VI); “… Jesucristo, que era de la raza de David, que era el hijo de María, que verdaderamente nació, y comió y bebió, y fue ciertamente perseguido bajo Poncio Pilato, fue verdaderamente crucificado y murió a la vista de los que hay en el cielo, y los que hay en la tierra y los que hay debajo de la tierra; el cual, además, verdaderamente resucitó de los muertos, habiéndolo resucitado su Padre, el cual de la misma manera nos levantará a nosotros…” (Magnesianos IX); “… él es verdaderamente del linaje de David según la carne, pero hijo de D-os por la voluntad y poder divinos, verdaderamente nacido de una virgen y bautizado por Juan para que se cumpliera en él toda justicia, verdaderamente clavado en una cruz en la carne por amor a nosotros, bajo Poncio Pilato y Herodes el Tetrarca…” (Esmirneanos I).

 

Ambos autores están abismalmente lejos de la descripción que encontramos en Colosenses 1:14-20.

 

“… en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. Él es la imagen del D-os invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten. Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos para que en todo tenga la preminencia, por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”.

 

Se supone que la epístola a los Colosenses fue escrita entre los años 58 y 60. Por lo tanto, para cuando Clemente escribió, esta carta tenía entre 30 y 35 años circulando en las iglesias cristianas. Y para cuando escribió Ignacio, ya era más de medio siglo. ¿Por qué en los textos de Clemente e Ignacio no hay ni siquiera ecos de los complejos conceptos de Colosenses?

 

De Clemente se podría decir que sus objetivos no incluían entrar en profundidades doctrinales, pero no es un buen argumento. De hecho, Clemente opina lo contrario: “Os hemos escrito en abundancia, hermanos, en lo que se refiere a las cosas que corresponden a nuestra religión…” (párrafo LXII). Desde su propia óptica, Clemente había sido muy abundante en sus temas.

 

Por otra parte, es un hecho que Ignacio sí tuvo la definida intención de detallar quién era Jesucristo. Entonces, el problema no se puede evitar: ¿por qué hacia el año 60 ya existen conceptos tan complejos sobre Jesús, y medio siglo después la mayoría -de hecho, los más relevantes- están totalmente olvidados?

 

No tiene sentido. El asunto sólo resulta verosímil si asumimos lo que a muy poca gente le gusta asumir: Clemente e Ignacio escribieron ANTES de que se elaborara la Epístola a los Colosenses que después fue atribuida al apóstol Pablo.

 

Ignacio nos ofrece otras cosas interesantes: en repetidas ocasiones, menciona la relación entre Jesús y María, además del nacimiento virginal. Esos son temas que Pablo JAMÁS mencionó en sus epístolas. Incluso, Ignacio va más lejos en sus detalles biográficos sobre Jesús:

 

Y escondidos del príncipe de este mundo fueron la virginidad de María y el que diera a luz, y asimismo la muerte del Señor —tres misterios que deben ser proclamados—, que fueron obrados en el silencio de Dios. ¿En qué forma fueron manifestados a las edades? Brilló una estrella en el cielo por encima de todas las demás estrellas; y su luz era inefable, y su novedad causaba asombro; y todas las demás constelaciones con el sol y la luna formaron un coro alrededor de la estrella; pero la estrella brilló más que todas ellas; y hubo perplejidad sobre la procedencia de esta extraña aparición que era tan distinta de las otras. A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna…” (Efesios XIX).

 

Aparentemente, son datos clásicos sobre el nacimiento de Jesús (otro tema que, por cierto, Pablo JAMÁS menciona en sus epístolas). Pero hay detalles que rompen esa idea. Por ejemplo, en ningún lugar de los evangelios se insinúa siquiera que al “príncipe de este mundo” (el diablo) SE LE HUBIERAN OCULTADO tres “misterios”: la virginidad de María, su alumbramiento y la muerte de Jesús. Peor aún: Ignacio especifica que son “tres misterios que deben ser proclamados”, evidenciando con ello que estas tres ideas ya circulaban en su época como una especia de fórmula retórica o incluso litúrgica. De eso tampoco existe ABSOLUTAMENTE NADA en ningún lugar del Nuevo Testamento.

 

Luego, Ignacio habla de la famosa Estrella de Belén (aunque sin mencionar a Belén, lo cual también es extraño), agregando otra serie de detalles INEXISTENTES en los evangelios. Por ejemplo, dice que “su novedad causaba asombro”. En el evangelio de Mateo, en ningún momento se insinúa que la gente hubiera vista la estrella. Sólo los magos que llegan de Oriente afirman haberla visto, y la sorpresa de los habitantes de Jerusalén es por lo que dicen los magos, pero no por la aparición de la estrella. Más todavía: Ignacio dice que “ el sol y la luna formaron un coro” a su alrededor, otro dato que tampoco existe en el evangelio de Mateo. Finalmente, agrega que “a partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado…”. Ideas que tampoco encontramos en el Nuevo Testamento relacionadas con el nacimiento de Jesús.

 

Entonces, aunque es evidente que Ignacio está refiriendo los mismos eventos de los que hablan los evangelios, también es evidente que NO SE ESTÁ BASANDO EN LOS EVANGELIOS. Y esto no es tan difícil de explicar.

 

Nuevo Testamento, fuentes de información y Patrística primitiva

 

Una cosa es definitiva (aunque incómoda): la Didajé, Clemente de Roma e Ignacio de Antioquía no se basaron en el Nuevo Testamento para elaborar sus planteamientos doctrinales.

 

Cierto: coinciden en muchas cosas. Pero las diferencias -a veces sutiles, a veces tremendas- que evidencian, son una clara prueba de que no tenían en sus escritorios un ejemplar de los evangelios o las epístolas de Pablo, para usarlos como referencias a la hora de elaborar sus escritos.

 

Evidentemente, lo que tenían era un bagaje de creencias y relatos, seguramente aprendidos de memoria, y que usaban con cierta libertad literaria.

 

Técnicamente, esto se explica del siguiente modo: hubo una o varias fuentes de información, seguramente conservadas oralmente, que sirvieron como base para la elaboración del Nuevo Testamento. Generalmente, se quiere creer que la Iglesia del siglo II ya no tuvo que hacer uso de esas fuentes de información orales, porque ya disponía del Nuevo Testamento. Pero la evidencia que encontramos en estos textos que reflejan el panorama hacia el año 110, demuestran que no es así. En la primera década del siglo II, los autores cristianos no usaban el Nuevo Testamento como base para sus escritos.

 

La prueba nos la ofrece otro autor de la Patrística, Papías de Hierápolis, que hacia el año 130 escribió lo siguiente: “Yo acostumbraba inquirir lo que habían dicho Andrés, o Felipe, o Tomás, o Jacobo, o Juan, o Mateo, o cualquiera otro de los discípulos del Señor, y lo que están diciendo Aristión y el anciano Juan, los discípulos del Señor. PORQUE LOS LIBROS PARA LEER NO ME APROVECHAN TANTO como la viva voz resonando claramente en el día de hoy en sus autores” (citado por Jerónimo de Estridón en De Viris Illustribus, XVIII).

 

Hay varias cosas que llaman la atención de este párrafo. La primera es que Papías no mencione a los “discípulos del Señor” más famosos: Pedro y Pablo. En cambio, empieza por aquellos a los que, paradójicamente, el Nuevo Testamento los relega a un segundo plano: Andrés (el hermano de Pedro), Felipe y Tomás. Pedro y Pablo quedan englobados en ese rudimentario “cualquiera otro de los discípulos del Señor”.

 

La segunda es que menciona a dos “discípulos del Señor” que el Nuevo Testamento JAMÁS menciona: Aristión y el anciano Juan (claramente distinto al primer Juan mencionado). Y es extraño. Al decir “lo que están diciendo Aristión…”, da a entender que Aristión y el anciano Juan debían ser dos personas sorprendentemente ancianas, ya que habrían conocido a Jesús en persona (de otro modo, no tiene lógica que les llame “discípulos del Señor”). Estaríamos hablando, entonces, de dos personas que superaban los cien años de edad (es sorprendente, pero no imposible). Por lo tanto, estaríamos hablando de dos personas cuya madurez como predicadores de las enseñanzas de Jesús se habría dado a partir del año 60, más o menos. Es decir, en la etapa en la que se estaba elaborando el Nuevo Testamento (según la datación tradicional). Justamente, es por eso que resulta doblemente extraño que en el Nuevo Testamento NUNCA se les mencione (muchos pretenden que el Apocalipsis de Juan es, en realidad, obra del “anciano Juan” y no del “apóstol Juan”; pero eso, en realidad, sólo es el eco de un debate derivado de un problema sin solución: no se puede saber quién fue el verdadero autor de ese libro).

 

Finalmente, resulta muy interesante que Papías diga que prefiere escuchar la “viva voz” de los autores de los libros, que leer los propios libros. Pero entonces, ¿por qué no mencionó a los autores del Nuevo Testamento? Veamos: según la tradición, los autores del Nuevo Testamento son Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo, Santiago (en realidad, Jacobo), Pedro y Judas (obviamente, no el Iscariote, sino seguramente Tadeo). De ellos, Papías sólo menciona a Juan, Mateo y Jacobo. ¿Acaso no conocía los escritos de Marcos, Lucas, Pablo, Pedro y Judas? La única opción que tenemos a esta idea es que no le pareció importante mencionarlos. Peor aún, menciona a Andrés, Felipe, Tomás, Aristión y al Anciano Juan en una lista que claramente da a entender refiere AUTORES de libros que, evidentemente, circulaban en las iglesias de su época.

 

Es decir: el tipo de escritos sugeridos en este párrafo de Papías ES MUY DISTINTO al Nuevo Testamento, y además carece de autoridad espiritual. La autoridad, según Papías, radicaba en la predicación oral.

 

Y estamos hablando del año 130 (hay algunos que ponen en duda esta datación para los textos de Papías, y sugieren que podrían ser del año 140).

 

Entonces, hasta este punto podemos afirmar que la evidencia documental de inicios del siglo II (primeras tres décadas, por lo menos) tiende a demostrar que, para ese momento, el Nuevo Testamento no existía.

 

En la siguiente nota, hablaremos de quién fue el primer cristiano que empezó a hablar de una Escritura Sagrada propia del Cristianismo, o Nuevo Testamento.

 

 

Irving Gatell

La dualidad, el hombre y la mujer en el Zohar

En el Zohar, uno de los pilares de la cábala, puede leerse la igualdad en el género humano, la igualdad entre hombre y mujer. Es más, se considera que no existe «hombre» sin mujer.

Dicho de otra manera, el «hombre», como genérico, no es tal sin la mujer ni puede existir con independencia de ésta. Hay que decir que lo mismo sucede a la inversa.

Bereshit/Génesis

El Zohar basa eso en un análisis del comienzo del Bereshit/Génesis, a partir del cual alcanza las conclusiones anteriormente expresadas, en concreto:

Las Sagradas Escrituras dicen: «varón y hembra los creó» (Bereshit 5:2). De esto deducimos que toda figura que no represente al varón y a la hembra no se parece a la figura celestial (…) Tened presente que el Santo, bendito sea, escoge por residencia alli donde varón y hembra están unidos. El colma de bendiciones el lugar dónde se unen varón y hembra». Por esto dicen las Escrituras: «Los bendijo y les puso por nombre Adam (Hombre) (Bereshit 5:2). Pero no dicen «Lo bendijo y le puso por nombre Adam», ya que D_os sólo bendice cuando el varón y hembra están unidos. El varón solo no merece el nombre de hombre sino está unido a la mujer. Por esta razón dicen las Sagradas Escrituras: «Y les puso por nombre Adam» (Zohar, I, 55b)

Aquí se diferencia «hombre» de «varón» y se entiende que «hombre» hace referencia tanto a varón como a hembra, y que «Adam» -que se identifica con el termino «hombre»- no es lo mismo que Adán en cuanto a nombre del varón, «Adam» viene de «Adamah», que significa «polvo de la tierra», lo que se relaciona con lo dicho en Bereshit 2:7.

Según esta interpretación Adam -que no Adán- son tanto varón como mujer, siendo «hombre» la conjunción de los dos, y no pudiendo existir hombre sin mujer. El Zohar identifica, así, el término «hombre» con el género humano en su totalidad, no en uno de sus determinados componentes sexuales.

El principio masculino y femenino como conjunto también tendría su reflejo en la esencia de Elohim pero, aún estando relacionado con lo humano, eso nos llevaría a otro tema.

El principio masculino y femenino en Elohim

De la misma manera que Adam es sinónimo de «género humano» y es varón y mujer, Elohim contiene en sí mismo el principio masculino y femenino, porque también dice el Bereshit que los creó «a su imagen», sobre ello también reflexiona el Zohar:

«Si las Sagradas Escrituras dicen: (Bereshit 1:27) ¿por qué añaden aún: (Bereshit 1:27)? El texto designa de hecho los dos aspectos, lo masculino y lo femenino (…) tal como lo prueba la continuación del versículo: (Bereshit 1.27)» (Zohar, III 117a).

Que Adam designa al género humano, sin distinción de sexo, queda reforzado, además, por la etimología, así en hebreo «hombre» en cuanto varón se escribe «is», mientras que «mujer» es «isah», pongo los términos transliterados -obviamente-.

Y que el principio femenino también se encuentra en Elohim se puede observar también porque una de las maneras de referirse a Él es llamándolo «La Matrona», pues Gevurah, que es fuego, es el principio femenino en Elohim, y se la llama también, Hija, Novia, Esposa o Matrona. Todos esos nombres se unen en un concepto «Tif’eret», que significa «Belleza».

La dualidad de Elohim

Hay diversos pasajes en el Zohar que muestran que igual que coexisten el principio masculino en el hombre y en Elohim, lo mismo sucede con el bien y el mal, son intrínsecos a uno y otro, en ese sentido queda anulado el problema que planteaba Leibniz con la «Teodicea», porque en Elohim se encuentran los dos principios, por eso ángeles y dáimón son lo mismo, y por eso radican en el propio “ethós” humano ambas cosas. Es decisión humana ante unas circunstancias hacer una u otra cosa, la resultante será la que defina si eso ha sido bueno o malo. Un par de pasajes del Zohar para ejemplificar -hay más-:

«Dijo el Santo, bendito sea: Yo y mi Sekinah formamos el alma; el padre y la madre de cada hombre forman el cuerpo. El padre provee el blanco de los ojos, las venas y el cerebro. La madre provee las pupilas, el pelo y la piel. El cielo, la Tierra y todos los cuerpos celestes se asociaron igualmente para la formación del hombre. También los ángeles se asociaron para su formación y también del Espíritu del Bien y del Espíritu del Mal, para que fuera amasado de ambas partes a la vez» (Zohar, III, 219b)

«Si el Santo, bendito sea, no hubiera creado el Espíritu del Bien y el Espíritu del Mal, que emanan uno del lado de la Luz y el otro del lado de las Tinieblas, respectivamente, el hombre no hubiera podido ni merecer ni desmerecer. Por ello, D_os lo creó compuesto de dos espiritus. Los deseos sexuales son buenos o malos según el espíritu que los incita tal como está escrito: « (Zohar, I 23-a)

El bien y el mal son opciones… de acciones, no son entes, como las acciones de Elohim pudieran ser malas si él lo desease, las acciones humanas pueden serlo si se provoca una acción que desemboque en un mal, porque Elohim -no físicamente- comparte las características del hombre, entre otras… crear con la Palabra, así como contener interna y potencialmente bien y mal.

Axiomas y Teodicea

La «Teodicea» nace como una reflexión sobre la naturaleza de Dios y la cuestión del mal, en concreto el porqué un Dios que es amor y bondad, siendo omnipotente, permite la existencia del mal.

El maremoto de Lisboa fue el desencadenante de la especulación teológico-filosófica, realizada dentro del cristianismo de la época (inicios del siglo XVIII de la era común).

La Teodicea de Leibniz

Cuestión que, poco más o menos, inaugura Leibniz en los siguientes términos:

“Los antiguos errores, profesados por los que acusaban a la divinidad o suponían la existencia de un principio malo, han sido a veces renovados en nuestros días; se ha recurrido al poder irresistible de Dios, cuando debía fijarse más bien en su suprema bondad; y se ha considerado como un poder despótico el que debía concebirse como dirigido por la más perfecta sabiduría. He observado que estas opiniones, que pueden causar mucho daño, han sido sostenidas, apoyándose particularmente en nociones confusas tocantes a la libertad, a la necesidad y al destino; esto me ha movido más de una vez a tomar la pluma para aclarar puntos tan importantes, y finalmente me he visto obligado a condensar mi pensamiento sobre todas estas materias tomadas en conjunto, y darlo a conocer al público. Este es el objeto del ensayo presente sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal.”

(Gottfried Wilhelm Leibniz, “Teodicea”)

Leibniz habla aquí del problema de la existencia del mal, ese problema no lo sería sino fuese porque se conjunta con la omnipotencia de Dios, de lo cual surge la pregunta ¿cómo un Dios bondadoso y omnipotente permite la existencia del mal? La respuesta de Leibniz es la elaboración de un sistema filosófico en el cual el mal no lo ha creado Dios y no lo permite aleatoriamente, sino que lo hace con una finalidad –si se quiere hasta probatoria, en el sentido de “prueba de fuego”, de algo iniciático o “depurativo”-, no en vano “teodicea” significa “justicia de Dios” pero, también, “justificación de Dios”.

La cuestión del mal y su relación ajena a la voluntad de Dios también la trata John Milton en “El Paraíso perdido”, pero Milton “esquiva” la cuestión de la omnipotencia y permisividad divina, y se centra en la figura del “Maligno” y, en cierta medida, de la libertad de elección tanto en ángeles como en humanos. Lo curioso de Milton es que las razones que pone en boca de Satanás resultan de lo más convincentes.

La cuestión de la existencia del mal como permisión

La teodicea lo que plantea es el problema de la bondad de Dios y la presencia del mal, aunque Leibniz lo haga “justificando” a Dios. Dicho de otro modo como es posible que un Dios bondadoso y omnipotente permita la existencia del mal.

No es solo el mal introducido en la naturaleza humana a partir del pecado original sino de “todo” el mal -puesto que el mal es, en teoría, preexistente a la naturaleza humana, recordemos que se introduce externamente en ella, no nace con ella, por tanto el mal es, en principio externo y previo al hombre-.

Los axiomas que se barajan en la “Teodicea” son que Dios es bondadoso y que es omnipotente, luego el problema a resolver es el porqué del mal -que es previo y externo a la humanidad, otra cosa es que se introduzca en su naturaleza y pase a formar parte de la misma- ¿cual es el sentido de esa permisividad? eso es lo que se plantea.

Lo cierto es que la teodicea se encuentra con algunos problemas porque parte de: a) que Dios es bueno, b) que Dios es omnipotente -hay más cosas pero eso es lo básico-. Eso hace incomprensible tanto la existencia del mal como que se le permita actuar.

Con lo cual llegamos a las explicaciones. Alguna va por la vía del libre albedrío, solo que eso se encuentra con alguna pequeña paradoja, por ejemplo: un asesino escoge libremente asesinar sin embargo su víctima ve anulada su libertad -dado que no escoge ser víctima-. Otras explicaciones van por la vía de la acción del Maligno –es la vía de Milton-, pero se supone que el Maligno no es omnipotente sino que esta sujeto a la autoridad y omnipotencia de Dios, por tanto esa explicación tampoco sirve puesto que devuelve a las preguntas iniciales de la teodicea ¿cómo un Dios omnipotente y bondadoso permite la existencia y actuación del mal? Hay otra respuesta más, totalmente «ad hoc» y funcionalísima: los caminos y designios del Señor son inescrutables.

Los axiomas

No es del todo correcto identificar dogma con axioma, el axioma es un principio indemostrable sobre el que se basan los dogmas, pero no son lo mismo. El axioma es indemostrable porque se considera que no precisa demostración -la necesidad de una causa incausada de Santo Tomás es un axioma, a partir de él organiza todas las vías tomistas, es un principio indemostrable del que se considera que no precisa demostración-.

Los axiomas que utiliza el cristianismo son los relativos a la primera acepción RAE, es decir, proposiciones tan claras y evidentes que no precisan demostración. Ahora bien, se puede dudar -o poner en tela de juicio- que esas proposiciones sean tan claras y evidentes, porque una cosa es una proposición tan clara y evidente que no precisa demostración y otra una proposición «ad hoc», y muchos axiomas del cristianismo son «falsos axiomas» pues son proposiciones «ad hoc».

“Pero si el conocimiento del principio de continuidad es importante para la especulación, el de la necesidad no lo es menos para la práctica, y éste será el objeto del presente tratado, incluyendo además los puntos que se relacionan con él; a saber: la libertad del hombre y la justicia de Dios.”

(Gottfried Wilhelm Leibniz, “Teodicea”)

Leibniz ya deja claro que va a defender axiomas, sucede que en su caso introduce el concepto de “necesidad”, que viene a salvar –o a intentarlo- el reproche que, objetivamente, puede hacerse a lo “ad hoc”.