El gran maestro, el Rav Kook enseñó:
אדם נשחת ראוי לשנאתו רק מצד חסרונו, אבל מצד עצם צלם-אלהים שלו ראוי להוקירו באהבה, גם לדעת שמציאות יקרת ערכו היא יותר עצמית לו ממציאות מקריו הפחותים.
(מידות ראיה, אהבה)“El hombre corrompido es pasible de ser odiado, pero solamente por aquello que está en falta, pero su esencia es a imagen de Dios y por tanto digna de amoroso aprecio;
también hemos de saber que su esencia es más real y preciosa, que aquella realidad eventual y humillante.”
(Midot Reia, Ahava)
¿Es necesario repetir nuestras insistentes lecciones acerca de las identidades de la persona?
Creo que no, por lo que solamente haré una breve síntesis y luego te pido que estudies con detenimiento la sección dedicada a tal fin, que encuentras haciendo clic aquí.
Está el Yo Esencial, la NESHAMÁ, el espíritu, que proviene directa y completamente del Eterno.
Es nuestro ser eterno, el que nos acompaña aquí y en la eternidad.
Es el canal de conexión constante con Dios, pero también con el resto de la creación, sin límites de espacio o tiempo.
Nada de lo que hacemos lo afecta, ni se ve perjudicada por acciones y omisiones. No hay factor humano que le dé existencia o le provoque variaciones.
Su presencia se intuye, nunca se impone. Su acción es casi silenciosa, al punto que los que niegan su existencia parecen tener la razón.
Es lo más propio que somos, al mismo tiempo que lo más ajeno.
La NESHAMÁ del gentil (no judío) tiene un punto de conexión diferente a la NESHAMÁ del judío, por ello es que existen estas únicas dos identidades espirituales: la noájica, de gentiles; la judía, de judíos. Cada una de estas identidades espirituales recibe su nutriente correspondiente, con los Siete Mandamientos Universales para los gentiles, y los mandamientos acordes a los 613 de la Torá para judíos. (Por ser este de las identidades espirituales un tema complejo, no ahondaremos más, encuentra lo que ya hemos explicado en varias oportunidades anteriormente).
Está el Yo Auténtico, formado por la NESHAMÁ y por el material genético que recibimos de nuestros progenitores. Su existencia depende de otros, está determinada por otros y no por nuestra voluntad o deseo. Nacemos con esta identidad y nos acompaña por el resto de nuestros días, pautando todos los aspectos de nuestra identidad.
Por sobre Yo anterior se construye el Yo Vivido, el cual es el que habitualmente denominamos “yo”.
Está formado por las vivencias, recuerdos, acciones, decisiones, conflictos internos, elementos reprimidos, etc.
Son múltiples máscaras que ocultan el verdadero rostro, el de la NESHAMÁ.
Cuanto mayor es la distancia de las máscaras con ésta, mayor es nuestro grado de exilio interno, de enfermedad. Al contrario, cuando se encuentra sintonizar las máscaras para que representen la esencia, se está en estado saludable. La dificultad radica en descubrir y vestir las máscaras que mejoren representen al rostro esencial.
Ahora, al haber repasado esto, podemos comprender mejor las palabras del gran maestro que citamos al principio.
Es aborrecible la mala conducta, aquella que afecta a la persona y a otros, o al ambiente.
Es detestable y despreciable lo que causa el mal. No debe ser admitido ni promovido.
Para tener una guía, contamos con la Torá (judía y noájica).
Pero, si no conociéramos dicha guía, la ética espiritual, la que irradia la NESHAMÁ, debiera ser suficiente para mantener a la persona alejada del mal evidente.
Las máscaras negativas que usa la persona, que lo aferran al mal, que le imponen la mala conducta, deben ser quitadas del rostro, eliminadas del reportorio vital.
Aunque puedan proveer de ciertos beneficios temporarios, a largo plazo son malignos; y a plazo eterno, contraproducentes.
Llevan a la persona a estar en un exilio torturante, alienado de su identidad, en falsa existencia.
Es por ello tan tajante el maestro en determinar que es esto lo que debe ser aborrecido.
Pero, no podemos olvidar que la esencia de la persona es divina, es un hijo de Dios, aunque esté pecando.
A diferencia de las religiones, no se considera a la persona en oposición a Dios, desconectada de él, en estado de pecado perpetuo y sin remedio. No precisa de fe, salvadores mágicos, sacrificios milagrosos, y otros malabarismos para despojarse de la mancha del pecado.
Sino la TESHUVÁ.
Porque, sigue siendo un Yo Esencial puro, luminoso, conectado a Dios.
Aunque esté sumergido en el lodo del pecado, de la mala acción, de la religión, de la idolatría, del EGO en cualquiera de sus versiones nefastas y desubicadas.
No podemos olvidar que esa persona, incluso el pecador frecuente, en su esencia es LUZ.
Pero, tampoco podemos dejar de lado el imperativo de establecer justicia, también en términos humanos.
Y hasta, aunque suene feo decirlo y repetirlo, aborrecer aquello que es odioso en la persona.
No es dando la otra mejilla como se establece el bien y la justicia.
Ni esperando que sea Dios quien juzgue.
Ni siendo misericordioso con el que actúa malignamente.
Tales no son caminos espirituales.
Por el contrario, es obligación trabajar para extirpar al mal del mundo, de esa forma también estamos ayudando al malo a que retorne a su verdadero rostro.
Y cuando decimos malo, obviamente tenemos todos una pesada mochila, quien más quien menos, la cual revisar y de la cual expulsar las costras horrendas, así como las piedras siniestras.
Por supuesto, cada uno con la gravedad de sus acciones, sin minimizar la verdadera culpa, ni excusar lo que no merece misericordia alguna.
Entonces, tenemos un inmenso trabajo para hacer con nosotros mismos y con el prójimo.
Amar al ser, pero odiar su mal actuar.
¿Cómo hacer para no confundir las cosas?
Sabiendo de nuestras múltiples identidades y atribuir adonde corresponda lo que corresponde.
Aquel que peca, realmente ha hecho el mal. Aunque su esencia siga siendo pura, merece el “castigo” acorde a sus acciones. Que se encargan los tribunales de hacerlo, cuando es de su competencia. O nos encargamos cada uno de lo que está a nuestro justo y legal alcance.
Está también la misericordia, cuando el mal no es a causa del deseo de hacerlo. Sin por ello obviar la necesidad de hacer responsable al culpable y de ayudarle en el proceso de reparación.
Y está la TESHUVÁ, en todo caso.
Porque la TESHUVÁ no es un regalo exclusivo para quien ha pecado o se ha apartado de la buena senda, sino que es una manera de denominar el encontrar y andar el camino hacia la unificación del ser.
Lo que llamamos realidad, este mundo, es eventual y pasajero, sin embargo, nuestras acciones tienen fruto en la eternidad.
Hagamos lo que podemos, aquí y ahora, para convertir este mundo en un verdadero paraíso.
Revisemos el catálogo de nuestras caretas, dejemos de usar las que nos empobrecen y dediquémonos a encontrar el canal para irradiar la LUZ de la NESHAMÁ en nuestra vida y en la del entorno.
Construyamos SHALOM.