Israel Salomón tenía frío, pero su mente no estaba concentrada en el crudo invierno del Valle de Forge, ni siquiera en la batalla en que habría de luchar al día siguiente. Todo su ser estaba enfocado en encender las velas de Janucá sin llamar la atención de nadie.
«Es posible que éste sea mi último Janucá» pensó mientras encendía las velas. En ese instante sólo pudo murmurar: «Gracias Dios, ¡Gracias por todo!» mientras recitaba las bendiciones bajo el claro y silencioso cielo de Pennsylvania.
De pronto, algo lo trajo a la realidad. Había una persona parada a su lado.
«¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo? ¿Eres un espía?» Quien le gritaba no era sino el Comandante General del Ejército Revolucionario, el General George Washington.
«No, no general», murmuró. «¡Dios no lo permita! Soy un judío observante. Creo en Dios y éste es uno de nuestros preceptos. No soy un espía mi general.»
«¿Qué tipo de precepto es ese?» preguntó el general.
«Hace aproximadamente 2000 años, nosotros, los judíos, luchamos una guerra muy parecida a ésta» dijo Salomón, sintiéndose inspirado. El general lo miraba profundamente a los ojos.
El soldado judío se irguió y le devolvió la mirada. «General, los judíos ganaron esa guerra por que luchaban por la verdad. Luchaban por la libertad. Eran menos en número, muchos menos que nosotros ahora, en una proporción de 1 a 100, pero ganaron porque creían en Dios y Él los ayudó»
«¡Mañana triunfará también usted, señor General!», agregó,
¡Dios nos ayudará de la misma forma en que los ayudó en ese momento!»
El General estaba en silencio, lo miraba y examinaba al soldado incrédulamente. Luego de un instante dijo: «Tú eres judío. ¡Eres de la nación de los profetas! ¡Tomaré tus palabras como si hubieran sido pronunciadas por Dios mismo!». El General estrechó la mano de Salomón, lo saludó cálidamente y continuó con su recorrido.
Lo que sucedió al día siguiente, es historia. Las fuerzas del General Washington vencieron a las fuerzas británicas, lo que resultó ser el comienzo de la victoria y finalmente la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Lo que no es tan conocido es que Israel Salomón sobrevivió a la guerra y retornó a su hogar en Boston. Una noche de Janucá, aproximadamente dos años después de la batalla del Valle de Forge, Salomón se encontraba cenando junto a su familia mientras las velas de Janucá estaban encendidas, cuando escuchó un golpe en la puerta. Se levantó, la abrió y se quedó petrificado al ver que allí estaba un grupo de diez oficiales del ejército junto al primer presidente de los Estados Unidos, el General George Washington.
Los hizo pasar y el presidente le dijo: «estamos aquí para traerte un presente». Uno de los oficiales dio un paso el frente y sacó de su bolsillo un pequeño estuche de terciopelo. El señor Salomón no salía de su sorpresa.
Tomó lentamente la cajita, la abrió y encontró allí una medalla de oro. Al tenerla en sus manos vio que grabada sobre ella estaba la imagen del candelabro de Janucá junto a las palabras, «Con admiración George Washington»
«Señor Salomón, usted no sabe lo que hizo en el Valle de Forge» dijo el presidente, «Yo no podía dormir esa noche pues creía que no teníamos posibilidades de ganar la batalla. Carecíamos de municiones suficientes, teníamos un reducido número de soldados y la comida era insuficiente. Cuando vi a los muchachos durmiendo a la intemperie con el frío intenso azotándolos, pensé en rendirme. Pero sus luminarias y su mensaje inspirador me ayudaron a ver todo distinto. Señor Salomón, gracias a usted y a sus velas, estamos hoy parados aquí como hombres libres».
De acuerdo a la historia, la medalla que le fue entregada a Israel Salomón aún existe como testimonio del mensaje esperanzador de Janucá.
Israel Salomón tenía frío, pero su mente no estaba concentrada en el crudo invierno del Valle de Forge, ni siquiera en la batalla en que habría de luchar al día siguiente. Todo su ser estaba enfocado en encender las velas de Janucá sin llamar la atención de nadie.
«Es posible que éste sea mi último Janucá» pensó mientras encendía las velas. En ese instante sólo pudo murmurar: «Gracias Dios, ¡Gracias por todo!» mientras recitaba las bendiciones bajo el claro y silencioso cielo de Pennsylvania.
De pronto, algo lo trajo a la realidad. Había una persona parada a su lado.
«¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo? ¿Eres un espía?» Quien le gritaba no era sino el Comandante General del Ejército Revolucionario, el General George Washington.
«No, no general», murmuró. «¡Dios no lo permita! Soy un judío observante. Creo en Dios y éste es uno de nuestros preceptos. No soy un espía mi general.»
«¿Qué tipo de precepto es ese?» preguntó el general.
«Hace aproximadamente 2000 años, nosotros, los judíos, luchamos una guerra muy parecida a ésta» dijo Salomón, sintiéndose inspirado. El general lo miraba profundamente a los ojos.
El soldado judío se irguió y le devolvió la mirada. «General, los judíos ganaron esa guerra por que luchaban por la verdad. Luchaban por la libertad. Eran menos en número, muchos menos que nosotros ahora, en una proporción de 1 a 100, pero ganaron porque creían en Dios y Él los ayudó»
«¡Mañana triunfará también usted, señor General!», agregó,
¡Dios nos ayudará de la misma forma en que los ayudó en ese momento!»
El General estaba en silencio, lo miraba y examinaba al soldado incrédulamente. Luego de un instante dijo: «Tú eres judío. ¡Eres de la nación de los profetas! ¡Tomaré tus palabras como si hubieran sido pronunciadas por Dios mismo!». El General estrechó la mano de Salomón, lo saludó cálidamente y continuó con su recorrido.
Lo que sucedió al día siguiente, es historia. Las fuerzas del General Washington vencieron a las fuerzas británicas, lo que resultó ser el comienzo de la victoria y finalmente la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Lo que no es tan conocido es que Israel Salomón sobrevivió a la guerra y retornó a su hogar en Boston. Una noche de Janucá, aproximadamente dos años después de la batalla del Valle de Forge, Salomón se encontraba cenando junto a su familia mientras las velas de Janucá estaban encendidas, cuando escuchó un golpe en la puerta. Se levantó, la abrió y se quedó petrificado al ver que allí estaba un grupo de diez oficiales del ejército junto al primer presidente de los Estados Unidos, el General George Washington.
Los hizo pasar y el presidente le dijo: «estamos aquí para traerte un presente». Uno de los oficiales dio un paso el frente y sacó de su bolsillo un pequeño estuche de terciopelo. El señor Salomón no salía de su sorpresa.
Tomó lentamente la cajita, la abrió y encontró allí una medalla de oro. Al tenerla en sus manos vio que grabada sobre ella estaba la imagen del candelabro de Janucá junto a las palabras, «Con admiración George Washington»
«Señor Salomón, usted no sabe lo que hizo en el Valle de Forge» dijo el presidente, «Yo no podía dormir esa noche pues creía que no teníamos posibilidades de ganar la batalla. Carecíamos de municiones suficientes, teníamos un reducido número de soldados y la comida era insuficiente. Cuando vi a los muchachos durmiendo a la intemperie con el frío intenso azotándolos, pensé en rendirme. Pero sus luminarias y su mensaje inspirador me ayudaron a ver todo distinto. Señor Salomón, gracias a usted y a sus velas, estamos hoy parados aquí como hombres libres».
De acuerdo a la historia, la medalla que le fue entregada a Israel Salomón aún existe como testimonio del mensaje esperanzador de Janucá.
Preguntas para reflexionar
1. ¿De qué forma demuestras tu agradecimiento?
2. ¿Sabes inspirar confianza y dar ánimo a personas que se encuentran atravesando situaciones difíciles?
3. ¿Dejas todo en manos de Dios o te asocias a Él en la consecución de tus metas?
4. ¿Cuál es la enseñanza noájica que se puede adquirir al conocer la existencia, origen y sentido de la festividad judía de Januca?
Textos seleccionados de:
1. «Un principio sin final«, del Rabino Aarón Ribco
2. “Aromas del Paraíso”, del Moré Yehuda Ribco
Imágenes sin copyright tomadas de diversas fuentes.