Les presento acontinuación un post de autoría del Moré Yehuda Ribco, un comentario a la Parashá Pekudei del libro Shemot – Éxodo -.
– «Toda persona puede caer en las garras de la insana envidia,
pero cada uno tiene el potencial como para sobreponerse,
y superarla con creces.
Es necesario aprender las técnicas que organizan patrones de conducta saludables, que apartan el negro sentimiento del corazón y despejan la mente de perturbadores pensamientos.
Veámoslo con un ejemplo de la parashá.
Luego de que a Moshé le fuera ordenado que ungiera como Sumo Sacerdote a su hermano, Aarón, el Eterno le exigió que a los hijos de Aarón «los ungirás como ungiste a su padre» (Shemot / Éxodo 40:15).
Rabí Simja Mehir HaCohén explicó que Moshé estuvo dispuesto a ungir a su hermano de todo corazón, sin prurito de ninguna especie.
Moshé, que era el hermano menor, se había convertido en el líder de su nación, y se alegró sinceramente de que a su hermano también le tocara un alto rango en la jerarquía del pueblo del Eterno.
No sentía motivo como para sentirse menoscabado, o desvalorizado; por el contrario, era un honor y privilegio que ambos hermanos pudieran gozar en armonía del liderazgo de su pueblo.
Pero, en referencia a los hijos de Aarón, la situación era totalmente diferente.
Sus propios hijos no lo sucederían en su cargo, ni siquiera tendrían algún nombre destacado, ni una posición de mérito. Desaparecerían en un manto de silencio y oscuridad de los anales de la historia.
Por eso cuando debía proceder a jerarquizar a sus sobrinos, no hubiera sido extraño si su corazón hubiera estado plagado de prejuicios, sentimientos negativos, y biliosa envidia.
‘¿Por qué los hijos de mi hermano y no los míos?’ bien podría haber sido el grito del angustiado por la envidia corazón de Moshé.
Consecuentemente, el Eterno demandó que los ungiera con la misma alegría, integridad y pureza de corazón que había tenido para con Aarón.
Incluso una personalidad descollante como la de Moshé,
el más fiel y humilde de los hombres,
debió voluntariamente internalizar patrones de conducta que no le eran propios,
para que pudiera sobreponerse a la correosa envidia.
El método usado en esta ocasión fue: repetir los gestos y actitudes relacionados con una situación que no generaba envidia (la unción de Aarón), para que de esa manera la situación de envidia (la unción de los hijos de Aarón) perdiera su fuerza nociva.
Otro método implacable para vencer el aguijón de la envidia, es reconocer que el orgullo (nacido en la escasa autoestima) es el padre de la envidia.
Así pues, la lucha no ha de darse en el terreno de los envidia, sino en el de aprender a amarse a sí mismo adecuadamente.
Al superar el primer mordisco de la envidia, es posible que, entrenándonos con asiduidad y destreza, lleguemos al nivel de poder contemplar con gozo y entusiasmo el bienestar y éxito de otra persona, incluso cuando la persona alcanzó un logro que no alcanzamos, y quizás no obtengamos jamás.
Recordemos que con sabiduría Salomón el rey nos enseñó: «El de ojos bondadosos será bendito» (Mishlei / Proverbios 22:9). -«
Por Yehuda Ribco.
«Si aún no eres parte de la comunidad de fieles a Dios, eres la pieza del rompecabezas que falta.»