SHEM en hebreo quiere decir nombre.
Es una etiqueta que se asocia íntimamente con lo que está nombrando.
La usamos para referirnos a personas o cosas, reconocerlos, distinguir unos de otros.
Uno adjudica nombres a los hijos, a veces con conciencia de la importancia del hecho, otras de manera totalmente infantil y/o superficial.
Algunos precisan un nombre para registrar a sus hijos, entonces disparan lo que se les viene a la mente: Marcelo, Hugo, Estela, Jorge, Ricardo, Manuela, sin darle mucha vuelta, o quizás un poquito y nada más.
Otros, se afilian al nombre X que está de moda, porque es el personaje de una telenovela, o un crack deportivo, o una estrella del espectáculo, o simplemente la onda es llamar a los hijos X; entonces, habrá una generación completa de Onures, Diegos Armandos, Jeniffers, Rickys, Angelinas, Jonathans, etc.
Otras personas toman nombres que suenen bonito/extraño, que rimen, que den placer estético aunque pudiera serlo de forma arbitraria e incluso bizarra, que llamen la atención por el mero hecho de hacerlo, o de alguna cualidad egoísta de los padres. Por respeto a los que portan estos nombres, evito ejemplificar.
Otros quieren demostrar su devoción o pertenencia a sectas, grupos, clubes, partidos, religiones, ideologías y no encuentran mejor manera que colgar un cartel en la frente de sus hijos de por vida. Así habrá Juanes Pablos, Josés Marías, Marías Josés, Jesúses, Kirshnas, Kremlins, Lenins, Husseins, Moishes, Menajemes Mendeles, Adolfos Benitos, Fideles, Mardoqueos, Ishbaales, y sigue tú encontrando ejemplos.
Otros siguen costumbres familiares, como nombrar en honor a un pariente vivo tal como es habitual entre los sefaradim, o de un pariente fallecido entre los ashkenazim. Entonces, por ejemplo tendrás algún Yehuda Arie (como yo) que se llama así por su abuelo paterno que ya había fallecido años antes de mi nacimiento. O verás familias típicas sefaradíes en donde se repite el nombre, por ejemplo Víctor, del abuelo vivo el cual recibe orgullosamente su nieto.
En línea con esto se encuentra la clásica tradición judía de nombrar a los niños con nombres de personajes destacados, luminosos, modelos de buena vida, para que de alguna forma el niño al crecer vaya adquiriendo rasgos positivos, quizás al indagar sobre el origen de su nombre o de aquellos que supieron darle lustre en la historia. Abraham, David, Moshé, Shmuel, Albert, Esther, etc.
Como variante del anterior podrían estar los que quieren saber la etimología del nombre, no sé muy bien con qué intención. Quizás porque suponen que si llaman Alexander al hijo, éste será un gran conquistador (como el Magno) o un gran defensor (según el origen del nombre griego), o si la llaman Sherezade será una belleza increíble (según etimología persa)además de inteligente seductora (como la del cuento clásico). Luego la vida se encargará de demostrar o no esta apuesta.
Hay personas que van en busca de secretos místicos de poder y gloria, por ello rebuscan entre sabios y engrupidos para encontrar aquella etiqueta mágica que adosar a sus hijos, con la excusa de que por medio de ella se les abrirá los tesoros más impresionantes del mundo, o del otro mundo. Esto da pie a que muchos engañados atosiguen a sus engañadores reclamando consejos cabalisteros mágicos a la hora de poner un nombre a sus recién nacidos.
Podría haber alguna dosis de realidad en esto, pero la gran masa está ausente de la realidad, solamente quieren el premio sin el esfuerzo.
Y seguramente habrá otras maneras variadas estrategias para encontrar nombres a los hijos, para bien o para mal de ellos…
Como también existen las sociedades que admiten el cambio legal de nombres; así como culturas en las cuales la gente adquiere varios nombres y es conocido oficialmente por todos ellos: Itró, suegro de Moshé; el propio Moshé; Abram/Abraham; Iaacov/Israel; entre otros y sin olvidar a Esav/Edom.
Todo muy interesante, ciertamente.
Pero, hay un pequeño detallito a tomar en cuenta, si me permites el consejo.
SHEM en hebreo antiguo, aquel que algunos llaman “bíblico” era nombre, por supuesto, pero quería decir: “la meta y/o la función”.
Los nombres no solamente eran letreros para señalar objetos o personas, sino indicaciones de para que sirven, como se usan, que hacen, hacia donde se dirigen, que buscan en la vida.
En un aparte, me desvío un instante: una de las formas de denominar al Eterno es HASHEM, el Nombre, ¿será casualidad?
Regreso al tema central.
Construye tu SHEM, porque es mejor el SHEM TOV (buen nombre), que el más fino SHEMEN TOV (buen aceite), según dijera el más sabio de los hombres de su época llamado Iedidiá (querido de Dios), al que conocemos como Shelomó/Salomón (el completo, el del SHALOM), en Kohelet/Eclesiastés 7:1.