"Entonces dijo Elokim: ‘Haya lumbreras en la bóveda del cielo para distinguir el día de la noche, para servir de señales, para las estaciones y para los días y los años.
Así sirvan de lumbreras para que alumbren la tierra desde la bóveda del cielo.’ Y fue así.
E hizo Elokim las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para dominar en el día, y la lumbrera menor para dominar en la noche. Hizo también las estrellas.
Elokim las puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la tierra, para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Elokim que esto era bueno.
Y fue la tarde y fue la mañana del cuarto día."
(Bereshit / Génesis 1:14-19)
PROBLEMA
El hombre primitivo no tenía conciencia del tiempo, ¿o sí?
¿Festejaba cumpleaños?
¿Hacía rituales colectivos o familiares en determinadas fechas?
¿Contaba los días para salir de vacaciones?
¿Medía las horas para saber cuánto exigir como salario o jornal trabajado?
¿Tenía un día semanal especial, diferente al resto de los otros?
¿Diferenciaba entre días, semanas, meses, años?
Y si tenía/hacía algo de todo esto, ¿de dónde tomó la idea?
Además, ¿qué nos importa saberlo o imaginarlo? ¿Nos cambia en algo? ¿Nos aporta a llevar una mejor vida?
SOL – SHEMESH
Desaparecía esa cosa misterioso que proveía luz y calor. Se llenaba de sombras, miedo, susurros, sigilo, aullidos, terror, oscuridad, muerte, frío, silencio, nada…
Había que arrimarse a los demás para encontrar un poco de calor, algo de cobijo, sentirse un poquito menos inseguros, desafiar el destino que los atormentaba. Y así como se había marchado, regresaba, y con esa luminaria volvía la luz, el calor, el atreverse a salir, inspeccionar el entorno, reconocer los peligros con menos dificultades, separarse un poquito de la manada. Hasta que nuevamente sombras, frio y todo lo otro tan temido.
De alguna forma asoció esa bola misteriosa allá arriba con que es mañana, y cuando la bola desaparece es noche.
¿Cuántos milenios de seres parecidos al hombre se precisó para establecer tal afinidad? ¡Cómo voy a saberlo!
Ni me imagino tampoco cuando se les ocurrió la genial idea de convertir a la tarde/noche (EREV) y la mañana (BOKER) en una unidad a la cual llamar IEMAMÁ o IOM (en hebreo = día, jornada).
(Ver: http://serjudio.com/exclusivo/cterapia/haz-la-luz)
¿Tal vez porque entendió que su vida estaba en caos pero tenía el poder para organizarlo y vivir con menos tensión? ¿Porque se podía pasar de dificultades a calma? ¿Porque después de la tormenta viene el silencio? ¿Porque al ir ahuyentando un poquito la ignorancia se obtiene cierta seguridad? (Ver: http://serjudio.com/exclusivo/respuestas-a-preguntas/resp-4170-la-creacion). ¡Qué sé yo!
En algún punto de su evolución llegó a poseer el día, una unidad compuesta de dos “opuestos”, ¿sumaba días o simplemente reconocía que pasaba una jornada y comenzaba otra? ¿Era otra la jornada que comenzaba o era la misma que se repetía? ¿Entiendes la pregunta?
¿Da lo mismo vivir en una sucesión de días solamente conectados por estar uno detrás del otro, a vivir en lo mismo pero que se repite de manera un tanto diferente?
¿Es lo mismo tener una cadena de jornadas superficialmente conectadas, a acumular jornadas unidas profundamente entre sí?
¿Sumaba días o los iba restando?
Si los sumaba, ¿con qué finalidad?
¿Asociaba la aparición de arrugas, abdomen y senos fláccidos, pérdida de dentadura y pelos, mayor debilidad, etc., con la “edad” (días acumulados)?
¿Tenía noción el hombre (o prehombre) del paso del tiempo?
Y, ¿cuándo comenzaba la jornada? ¿Al caer el sol? ¿Al verse las estrellas? ¿Al aparecer nuevamente? ¿Al estar en su máxima altura? ¿Al estar en su mínima altura? ¿Cuándo y por qué?
Y, ¿dónde estaba el sol cuando no estaba a la vista? ¿Bajaba o subía? ¿Moría y renacía? ¿Era el mismo sol o era otro cada día? ¿Qué fuerza misteriosa lo movía? ¿Qué fuerza poderosa lo mantenía colgado del cielo?
¿Será que al ver el sol y sentir su poder experimentaban con sus cuerpos la necesidad de creer en Dios?
¿No bastaba la vocecita de su neshamá –espíritu- para alertarles de la presencia del Eterno, o con creencias fantásticas a partir de preguntas sorprendentes de la naturaleza recurrían a buscarLo sin saber de Él conscientemente?
¿Es casualidad que en tantas regiones y épocas el sol, así como astros, hubieran sido adorados como deidades?
Aparte de Avraham, ¿hubo algún otro antiguo que descubrió al Eterno a través de preguntarse cosas que le fascinaban de la naturaleza y eran explicadas fantásticamente por sus culturas?
¿Cuánto tardaron en idear rituales relacionados con el nacimiento y muerte del sol?
¿Cuánto en rendir homenajes al amanecer así como plañideros ruegos al anochecer?
¿Cuáles supersticiones brotaron del terror de la noche y del anhelo por mantener algo del poderoso sol al servicio personal?
¿Qué tan difícil fue para ellos asociar la oscuridad con el mal y la luz con el bien?
¿Les costó mucho esfuerzo imaginativo vincular al fuego con el sol, y hacerlo su hijo, su representante, su manifestación en la tierra?
¿Qué se preserva de aquellas fantásticas creaciones en nuestras épocas tan modernas?
Como el tiempo existe porque hay espacio, o el espacio porque hay tiempo, o ambos al unísono, no es sorprendente que tengamos en hebreo dos puntos cardinales basados en el aparente desplazamiento del sol.
MIZRAJ (Este) porque de allí zaraj –asciende- el sol y MAARAV (Oeste) porque allí se empieza a le-arvev el sol con la oscuridad.
El hombre al ver y atender a su entorno descubrió que la naturaleza sufría cambios, de los cuales él dependía para sobrevivir. Que había mucho frío, que lluvia, que calor ardiente, que seca, que algunas especies desaparecían del mapa para retornar luego, que las crías de ciertos animales pululaban, que la vegetación estaba verde o aparentaba morir para renacer, que no siempre estaban a disposición tales y cuales frutos, que… cambios y más cambios, dudas, temores, incertidumbre.
A alguien se le antojó que tal vez se podía asociar, de alguna manera, la cuenta de las jornadas con esos cambios. Por ahí se percataron que los cambios tenían como cierto patrón, o que quizás no eran producto del azar, sino que existía alguna especie de organización, de orden. ¡Cómo puedo saberlo! El hecho es que se tomaron la molestia de contar cuantos días, aproximadamente supongo, había entre los comienzos del calor y los comienzos del frío, o de la lluvia y la seca, o de que tal especie produjera frutos, o… lo que sea que les llamó la atención y movió a asociarlo con la suma de días.
Este prematuro experimento científico probablemente sufrió de percances, tales como veranillos en medio de la temporada de frío, sequías prolongadas, pestes que modificaran el ritmo de maduración de las especies, etc.; pero igual… ¿tenían algo mejor que hacer que seguir intentando descubrir el misterioso patrón cíclico que estaba manejando el universo? Así, un buen día encontraron que había unos 180 soles de frío y otros tantos de calores. Días más, días menos.
Presumo que muchos siglos más tarde a alguno se le ocurrió llamar a una temporada KAITZ (verano) y a la otra STAV o JOREF (invierno), o tal vez con otros nombres pero que servían para etiquetar esos períodos que se oponían. Hasta que un buen día otro genio ideó asociar los dos opuestos en un unidad, como mucho antes alguien hizo con el día/noche. Así surgió algo parecido al concepto de SHANÁ (año).
Shaná, que se asocia lingüísticamente con los verbos cambiar, transformar, pero también con repetir.
Se dieron cuenta que había cambios y que había repetición.
Caos y orden.
Una temporada de claridad y luz, otra de temores, desesperación, oscuridad. Como el día/noche pero en grande.
La unidad menor formada por opuestos: la jornada; la unidad mayor formada por los opuestos: el año.
Se repite indefinidamente, se cambia indefinidamente.
Con tantos siglos, o milenios, de observación de su entorno y de las señales celestiales, estas buenas personas (¿o prehombres?) percibieron que el sol hacía extrañas danzas en el cielo, y que había un punto que se alcanzaba un punto máximo/mínimo una sola vez en el año, y otro similar en la fecha opuesta. Lo que nosotros denominamos equinoccios. Coincidía de manera “mágica” con el cambio de estación. Entonces, no era una fecha casual, algo realmente poderoso debía estar ocurriendo. ¿Qué? ¿Cómo saberlo? Pero si no se sabe, ¡se inventa! Ellos idearon diferentes respuestas entre las cuales, seguramente que motivados por la supervivencia, o tal vez la comodidad, o tal vez por alguna reciente creencia religiosa, encontraron oportuno marcar allí el fin/comienzo del año.
Pero, ¿cuándo comenzar el año? ¿Al terminar el calor y empezar el frío? ¿Al revés? Luego percibieron que el sol tenía otros dos puntos “mágicos”, los que nosotros conocemos como solsticios, los cuales no se usarían para marcar fin/principio de año, pero sí para eventos religiosos, de los cuales no trataremos específicamente.
A todo esto, ¿para qué les serviría tener esta nueva noción en su diccionario? ¿Serían más ricos, felices, sanos, por tomar en cuenta el principio del año?
Principio, que es RESHIT, de donde proviene ROSH (cabeza).
Tuvieron a disposición dos ROSH (rashei, en plural) haSHANÁ: al empezar la época de frío/lluvias (alrededor de lo que conocemos como Setiembre), o la de calor/seca (Marzo); más o menos en las fechas de los equinoccios correspondientes.
Hubo quienes priorizaron una ocasión por sobre la otra, por motivos de supervivencia, seguridad, comodidad, creencias, imposición… ¡cómo saberlo!
Así, en pocos kilómetros hubo grupos festejando o deplorando su propio ROSH haSHANÁ, sea en Setiembre, sea en Marzo.
Sí, festejando, si lo sentían como una oportunidad de celebración de esperanza, de renovación, de vida.
Sí, deplorando, si lo sentían como angustia, desesperanza, agotamiento, muerte.
Unos grupos atándose a deidades que representaban la luz, otros esclavizándose a los de la oscuridad. Cada quien se maneja como puede y le dejan en lo que respecta a sus propios sentimientos de impotencia y lo que emana desde el EGO.
Podemos entender con cierta facilidad el querer unirse a dioses de alegría, que llenen de optimismo. No voy a detenerme a explicar sobre ello.
Pero, ¿qué llevaría a la gente, a individuos o grupos, a querer adorar deidades de la oscuridad, a celebrar el cumpleaños de la deidad o su fecha magna al comenzar el invierno?
Una posible respuesta: apaciguar al dios tremendo.
Yo, miserable hombre impotente, me mortifico para que el dios poderoso no me castigue. Yo me lesiono y privo de satisfacciones, para preservarme del castigo que el dios estricto pudiera querer enviarme. Yo me disminuyo aún más de lo poco que me siento, con tal de que el dios no me persiga para humillarme. Porque así soy yo quien controla el daño, y me cuido de que el dios me haga algo inmensamente más terrible. ¿Se entiende la perversa formula que se esconde aquí?
Otra opción podría ser, adoro a un dios espantoso para que se apiade de mí. ¿Parecen ideas muy estrafalarias? ¿En serio? Pues… ¡de ellas está plagada la humanidad de todas las épocas!
De acuerdo a la tradición judía, en el principio del mes de TISRHEI (setiembre/octubre) se celebra el aniversario de la humanidad. Es nuestro cumpleaños. Es también el aniversario de la primera vez que alguien (ADAM) en la tierra reconoció la existencia de Dios y lo proclamó soberano del universo.
Dice la Tradición que el mes de NISÁN (marzo/abril) es el cumpleaños de la nación judía, la cual además de saber que Dios existe reconoció y difundió que Él actúa en la realidad, de manera evidente u oculta.
La Torá marca a Nisán como el primer JODESH (mes) para el pueblo judío, pues allí da inicio el año hebreo.
NO ES en TISHREI, que según la Torá es el mes séptimo.
Por ello, la festividad de Rosh haShaná, que vulgarmente se llama “año nuevo judío o hebreo”, en realidad debiera denominarse “año nuevo universal o humano”, porque celebra el nacimiento del hombre y no el del pueblo judío o de algún dignatario particular del pueblo hebreo.
Siendo así, ¿por qué está tan extendida la creencia de que en Tishrei es el año nuevo judío? ¿Por qué los propios judíos lo celebramos como año nuevo y dejamos de lado el reconocimiento de Nisán? (Ver: http://serjudio.com/rap851_900/rap853.htm).
Interesante es notar, también, que la Torá pauta dos motivos para que la nación judía celebre el día especial, Shabbat.
Uno es el recuerdo por la Creación, el otro es el recuerdo que Dios liberó a los judíos de Egipto.
¿Cuál crees que tiene más impacto en la memoria colectiva del pueblo judío? ¿Por qué?
¿Cómo cambia profundamente el sentido de Shabbat si es a causa de la Creación a que si es a causa de que Dios ME sacó de la esclavitud en Egipto?
Hablando de Shabbat, ¡aún no sabemos el origen de las semanas ni de los meses!
Creo que tenemos que levantar la vista al cielo nuevamente para encontrar algunas respuestas.
LUNA – IAREAJ, LEVANÁ
Ahí había otro cuerpo, o ser, o dios, o algo que se movía.
A diferencia del otro no daba tanta luz, y seguramente que no hacía variar la temperatura.
Pero además, tenía una extraña conducta. A veces estaba en plenitud, a veces desaparecía por un rato, a veces creía y otras se achicaba. Cambiaba de forma, no solamente aparecía en el día o en la noche. En resumen, algo extraño, como impredecible. O quizás no fuera su culpa, sino algún ente maligno que le hiciese daño. ¿Cómo saberlo? ¡Ni que hablar de los eclipses!
Algún genio, como los anteriores mencionados, comenzó a percibir cierto patrón, no tan irregular finalmente. Dado que el otro genio ya habían inventado los días y su cuenta, entonces se tomó la molestia de ir contando la cantidad de días entre una forma de la luna y su reaparición. ¿Qué descubrió? Pues, que había siete días entre un cambio y otro, veintiocho días en que otra vez estuviera nueva o llena o creciente o menguante.
En resumen, a alguien le apeteció idear dos nuevas mediciones de tiempo, para formar conjuntos con esos días sueltos (o encadenados que hablamos antes): la SHAVUA (semana), llamada así por tener SHEVA (siete) días; el JODESH (mes), por traer una renovación (jadash). Al mes también se le dice IERAJ, porque deriva de IAREAJ.
Por supuesto que si somos precisos, descubrimos pronto que cada fase lunar no dura siete días, sino que a estos les debemos sumar unas nueve horas. Por tanto, realmente el mes no dura veintiocho días, sino 29,5 aproximadamente.
Es por esto que el calendario hebreo tiene meses de 29 y otros de 30 días, para que de esa forma se pueda mantener un cierto orden, aunque las semanas sean estrictamente de siete días.
Recordemos que el calendario hebreo es luni-solar y requiere de complejas matemáticas y conocimientos varios para su determinación exacta. Afortunadamente contamos con el software que nos aligera la carga.
De buenas a primeras pareciera que el amontonamiento de días para formar semanas y éstas para formar meses no tuviera ningún sentido. ¿Qué nos cambia saber si afuera hay luna en tal o cual fase? No es lo mismo que el cambio de estaciones, o si hay luz o tinieblas. Simplemente, ¿de qué nos sirve estar pendientes de la luna?
Pero, como en el hombre hay algo más que la dimensión física, algo motivó al hombre a prestar atención a estas modificaciones y a marcarlas de manera especial. Luego a originar rituales y todo tipo de creencias en torno a ellas. Porque, supongo que no es novedad para ti que el hombre también adoró a la luna y los cultos lunares se continúan camuflados incluso hasta nuestros tan modernosos días libres de prejuicios. ¿Cómo dices? ¿Que no conoces cultos lunares actuales? Te mencionaré uno, tú busca otros si te interesa: la reina o diosa del cielo (Isis, Astarté o Ashtarot, etc.), que por estos barrios alguno la llaman “virgen María”… ¿te suena?
CONCLUSIÓN
Estamos a escasas tres semanas de un nuevo Rosh haShaná, el que celebramos a principio de Tishrei, con sus tradicionales llamados a la reflexión, tzedaká, teshuvá, tefilá, crecimiento personal.
¿Hemos aprendido algo con este texto que he compartido hoy contigo?