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Resp. 1016 – Encontré un zohar

Roger Chain nos consulta:

Buenas noches Moré.

Me encontré hoy un librillo

THE HOLY ZOHAR

The Book of Avraham

The Writings, Teachings & Light of the Holy Kabbalist

Rav Shimon bar Yochai

A Book of Healing & Protection

PINCHAS

La verdad no sé que hacer con él (además está escrito en hebreo), ¿me puede indicar qué debo hacer como noajida?
Roger Chain, Bogotá, Colombia

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Conocimiento de vida

En todas las épocas, pero con mayor intensidad en la nuestra, hubo y hay gente que con total convicción e ingenuidad dicen: «busca en tu interior la verdad, que allí está«.
Basados en estas creencias se apoyan innumerables religiones y sectas.
Si no me equivoco, todo lo de la Nueva Era (y lo derivado de ella) se sustenta en creencias del estilo.
Se habla del dios interior, del ser un dios, de secretos metafísicos para alcanzar el éxito al controlar al universo, entre otras creencias.
Lo dicen como si la persona fuera la medida de todas las cosas, como si el criterio personal fuera el patrón de medida para reconocer la validez y autenticidad de las cosas.
Por consiguiente, no existe “bien” ni “mal”, ya que cada cual es quien define las cosas. Todo es “relativo”, y en supina ignorancia mezclan a Einstein con esto y a la física cuántica, como método tergiversado de demostrar sus creencias al apelar a nombres insignes, cuerpos científicos complejos, conceptos escabrosos para el promedio de los mortales.
Abundan en palabrería hueca y sin sentido, pero que en magistral pirueta circense parece corroborar sus creencias.

Se apoyan en enunciados indemostrables, pero siempre bien esgrimidos con técnicas de manipulación y/o mercadeo.
Declaran poder, pactos con deidades, capacidad para profecías y milagros. Son demiurgos, creadores, sanadores, salvadores, enlaces con la vida perfecta.
Todo ello gracias a “demostrar” que todos somos dios, que cada uno es parte del “todo”, que cada senda es una senda a la deidad, etc.
Los babas, gurúes, iluminados, pastores, rabinos, cabalisteros, jasideos, abundan a la hora de fortalecer tales creencias.
Es una fiesta para los traficantes de la fe.

Pero, ¿es así en la realidad?
¿La verdad está dentro de cada persona?

Comencemos una respuesta con una sencilla evidencia que resulta incontrovertible.
Mira por favor la imagen que acompaña a este texto, hazlo con cuidado, pon toda tu atención en esto.
Ahora responde, ¿estás viendo que hay una espiral doble, uno de los brazos es verde y el otro celeste/azul?
¿Es verdad que lo estás viendo?
Vamos, mira nuevamente por favor. Tómate todo el tiempo que desees.
¿Listo?
Ciertamente todos vemos el verde y el azul, pero realmente es solamente el color verde el que allí se encuentra.
Puedes comprobarlo abriendo la imagen en un programa de edición de imágenes, usa luego el selector de color; o emplea alguna herramienta añadida a tu navegador de internet; o delimita una pequeña porción con tus dedos de lo que estás viendo celeste y otra de la que estás viendo verde.
Vamos, hazlo por favor.
La realidad no es la que tus ojos y cerebro te brindaron, sino otra bastante diferente.

Con esto tan simple, tan sencillo, tan banal ya se derrumba el mítico poder de la “verdad interior”.
Somos víctimas de nuestra limitación como humanos.
Ni siquiera podemos estar seguros de lo que estamos viendo en este mismo momento.
¿Cómo aventurarnos a presumir algo acerca de lo que está por completo por fuera de nuestra capacidad?

Sin embargo, el hombre es terco.
Su EGO es poderoso, aunque en realidad es un pobre impotente, y por tanto no admite su derrota, sino que se empecina y enceguece hasta que le den la razón, por las buenas o no tantas.
Ya se está inventando excusas, argumentos, justificaciones. Peleará hasta el fracaso antes de admitir que no tiene razón.

Así pues, veamos ¿qué es lo que el Eterno tiene para decir al respecto a la “verdad interior”?

En la sagrada Tradición reconocemos que el patrón real acerca de las cosas lo pone el Eterno, Él y solamente Él es quien determina lo bueno y lo que no lo es, y ÉL quien decide lo que es permitido hacer de lo que no lo es.

Tristemente se sigue ignorando esta verdad, y por lo tanto el relativismo moral cunde: hay personas que llaman «bueno» a lo «perverso» y que llaman «misericordia» a la simple y vacía «flojera».
Los asesinos y depravados son elogiados y respaldados por incautos y por poderosos, en tanto se lacera y acusa a los que se defienden para meramente sobrevivir y ser.
Los honestos viven tras rejas, temerosos, impedidos de disfrutar su libertad; al tiempo que los delincuentes e inmorales vagan con impunidad por doquier, sin siquiera un asomo de responsabilidad o arrepentimiento.
Así anda el mundo adoctrinado por la religión (que va desde el ateísmo más militante al ritualismo ortodoxo de cualquier secta de creyentes religiosos), cada recoveco saturado de EGO, desprovisto del Norte fiel e inquebrantable de la ética espiritual que proviene de la línea directa con la divinidad.
Todos somos dioses, al decir de estos creyentes, porque no hay un Dios.
¿Es así realmente?

El hombre NO es la medida de todas las cosas, en palabras del Tanaj (el mal llamado “antiguo testamento”):

«Así ha dicho el Eterno: ‘Maldito el hombre que confía en el hombre, que se apoya en lo humano y cuyo corazón se aparta del Eterno.
Será como la retama en el Arabá; no verá cuando venga el bien, sino que morará en los pedregales del desierto, en tierra salada e inhabitable.
»
(Irmiá / Jeremías 17:5-6)

Son palabras muy duras, pero que no dejan dudas: aquel que convierte la ética en una cuestión de valoración personal, o que hace del hombre su sistema de medida, termina por vivir en un desierto, sin bien y con mucho mal.
Ni la persona, ni un grupo de personas son los patrones de medida para definir lo bueno de lo que no lo es, solamente el Eterno es quien hace esto.

No está en el interior del hombre la respuesta a todas las cosas del mundo, sino en la Palabra del Eterno que ha sido interiorizada en el ser humano.
No está en los fantasmas, máscaras, actuaciones del Yo Vivido nuestra verdad, sino en la conexión con lo más puro que llevamos dentro, nuestro Yo Auténtico, que nos vincula constantemente con el Eterno.
No somos dioses, no llevamos dioses en nuestro interior, pero sí tenemos la esencia divina en nuestra anatomía multidimensional.
Esta esencia está en armonía con los mandamientos dados por el Eterno, a cada uno de acuerdo a su identidad espiritual (de acuerdo a si es noájida o judío).

Notemos lo que el sabio Salomón anuncia:

«escucha Tú (Eterno) en los cielos, el lugar de Tu morada, perdona y actúa.
Da a cada uno conforme a todos sus caminos, pues conoces su corazón [porque sólo Tú conoces el corazón de todo hombre];»
(1 Melajim / I Reyes 8:39)

El Eterno conoce el camino de las personas, es decir, aquello que la persona hace, por donde sus pasos le van llevando, que construye con sus decisiones.
El Eterno conoce lo que el corazón de cada uno atesora, los motivos de sus actitudes, incluso aquello que para la persona es desconocido de sí misma, Él lo conoce.
El Eterno es bueno y misericordioso, perdona, es paciente, encuentra la forma de mitigar el mal que la persona se auto provoca, sin embargo, de acuerdo a sus acciones es que el Eterno lo retribuye.
Si el corazón de la persona está en sintonía con la Palabra del Eterno, habrá gozo; pero si el corazón está en desarmonía con el Eterno… ¿acaso gozará?
Podrá parecer libre, salvo, alegre, sin estrés, exitoso, lleno de esperanzas y bienestar… ¿pero es esto real?

Hay un versículo que pareciera dar un vuelco a esta reflexión, que nos induciría a pensar de que es cierto lo que creen que tenemos la verdad en nosotros.
Prestemos atención:

«Ciertamente muy cerca de ti está la Palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.»
(Devarim / Deuteronomio 30:14)

Pareciera como si el versículo admitiera que el conocimiento está dentro de la persona, que es subjetivo y no depende de referencias permanentes externas.
La Palabra está en el corazón y en la boca, es decir, cada uno de los judíos podría ser poseedores de la verdad en su ser y que cada palabra que expresare es verdadera.
Pareciera como si la voz del Eterno escuchada en Sinaí por tres millones de individuos fuera una voz más en el concierto desafinado del universo, una voz con el mismo valor y peso que todas las demás voces. Como si el deseo del Eterno expresado explícitamente por Él estuviera en el escaparate del cual uno puede escoger lo que mejor le parezca.

Sin embargo, si somos atentos, sin necesidad de ser muy profundos, podemos notar que en realidad el versículo no está indicando que el conocimiento a encontrar dentro de la persona es el SUYO, sino que es el conocimiento que proviene de la Palabra, es decir, de la Torá.

Por tanto, nuevamente reconocemos que para el Eterno no es la persona la que decide el valor de las cosas, ni la que determina lo bueno y lo que no lo es, sin que es Él quien lo hace.
Pero, sí depende de la persona el esforzarse por re-encontrar la Palabra del Eterno resonando en su interior, para de ese modo acatar con fidelidad Su deseo.

Recordemos el famoso midrash que nos enseña acerca de la Palabra del Eterno guardada en el interior del alma:

«…Una luz alumbra sobre la cabeza del feto en el útero y él puede vislumbrar de uno a otro punto del mundo… y no debes sorprenderte pues una persona duerme aquí pero su sueño puede estar viendo su sueño en España… se le enseña también toda la Torá de principio a final… ni bien el niño nace a la luz del mundo un ángel golpea sobre su boca y provoca que olvide completamente toda la Torá…»
(TB Nidá 30b)

Al feto humano en el útero materno desde Arriba se les enseña la Torá. No debiera entenderse por esto el texto que conocemos de la Torá, sino la esencia espiritual, el núcleo pre-creación, la raíz de la cual se desprende la realidad. Una Torá que es eterna y cuenta con una “vibración” que corresponde a los noájidas y otra diferente para los judíos. Es la Torá que sustancia la ética espiritual, que se manifiesta a través de los Siete Mandamientos para los hijos de las naciones y los 613 para la nación judía.
También, al feto se le muestra el gozo espiritual en el Más Allá.
Es un momento de plena conexión, desprovisto de experiencias mundanales, sin afectaciones, sin EGO, un vistazo al paraíso desde antes de nacer a este mundo.
Luego de esta completa instrucción, de esta sustanciación de su identidad espiritual, cuando ya está por nacer, el ángel le borra de la “conciencia” todo el conocimiento que se le había impartido. En realidad, en ese punto de su vida el bebe no tiene “conciencia”, no tiene aún cómo registrar en su memoria racional ningún recuerdo, mucho menos del período intrauterino, por tanto, no se olvida de nada que haya pasado por su conciencia, sino que aquello que estaba en su supraconciencia no entró a pasar a su conciencia.
Ese conocimiento sagrado, la verdad de la ética espiritual, la Palabra de Dios inscrita en el alma, queda impreso en los rincones ocultos de su inconsciente  y puede ser reencontrado, reconocido en su vida por medio del estudio y la reflexión adecuada.

Esto significa que el conocimiento lo tenemos en nuestro interior, pero no accedemos a él de manera directa y voluntaria.
Para que ese conocimiento interior sea provechoso no basta con buscar en nuestro interior, ni siquiera basta con desear con fuerzas alcanzarlo, sino que se precisa desbloquear las trabas que cierran la senda hasta él por medio de las claves adecuadas.
Está en lo profundo del inconsciente y no se accede por medio de palabras, porque fue incrustado en el ser en una sección que no maneja palabras, que no es racional, que existía antes de toda experiencia y relación interpersonal.
Para peor, se interpone una numerosa cantidad de “cáscaras” que son producto del EGO, que se interponen para que no podamos disfrutar de ese sagrado resplandor, de esa Luz espiritual que da sentido eterno a nuestra existencia mundana.
El EGO se encarga de desviarnos del conocimiento sagrado, nos hace vivir vidas de fantasía, actuamos personajes, huimos de miedos intensos, nos escondemos de nosotros mismos, llamamos yo al Yo –Vivido desconociendo la esencia perfecta de nuestro ser: el Yo Auténtico.
Voces nos pueblan, nos conquistan. Son voces que vienen de fuera pero que se hacen internas. Nos hablan, nos mandan, nos desmerecen, nos llenan de dudas, nos aterran, nos hacen extraviarnos y olvidarnos de nosotros. Nos hacen creer que somos dueños de la verdad, el centro del mundo al mismo tiempo de que somos impotentes y fracasados.
Es una paradoja dolorosa, pero real.
Y allí, al fondo, detrás de tanta máscara y cáscara, sigue resonando una sola y única vocecita sagrada, la que aprendimos del ángel, la que nos conecta con Dios constantemente, pero sin que le prestemos atención.

¿Cuáles son esas llaves para las puertas del conocimiento atesorado en nuestro interior?
La única manera de no engañarnos, de no creer que nuestras fantasías son verdades, es cuando comparamos nuestros pensamientos, nuestras intuiciones, nuestras sentimientos con el fiel perfecto de la Torá (la que nos corresponde) y los preceptos (que nos son propios, de acuerdo a nuestra identidad espiritual).
Cuando desbloqueamos las trampas del EGO.
Cuando no actuamos movidos por el miedo, la impotencia, la agresividad, el rencor, el afán irracional.
Cuando nuestros pasos vibran de acuerdo a la música sagrada y penetramos a través de las cáscaras y alcanzamos a conectarnos con nuestra esencia.

En el momento que la persona reencuentra alguna partícula de conocimiento verdadero, una llamarada de placer espiritual se extiende por su ser.
La persona que está en el camino del Bien goza con esta sensación de reencuentro, pues siente que está un poco más próximo a la Verdad, más estrecho su abrazo con el Eterno.
Pero la persona que no suele andar por el camino del Bien, sea por ignorancia o falta de esfuerzo, al sentir esa sensación del reencuentro con la Palabra, experimenta un vacío, que es aquel que se encuentra en su vida, y por lo tanto hace un esfuerzo para negar el conocimiento que ha reconocido. Lucha contra la luz reencendida en su interior y la ofusca con numerosos discursos y excusas.
Escapa rápidamente hacia la idolatría, se amansa ante un pastor, se disfraza de lo que no es, se vuelve religioso, se petrifica en rituales, repite lemas religiosos, se niega a ser libre, porque la libertad da miedo al principio, una sensación de estar perdido, cuando en verdad se está en el mejor momento.

Es triste, pero así padece buena parte de la humanidad, que llaman «placer» al engaño y «dolor» al verdadero goce espiritual.
Sin embargo, hemos nacido para reencontrarnos con esa esencia espiritual con la que estamos formados, para que el cuerpo y la neshamá -espíritu- trabajen en pos de la misma meta.

El Midrash (Otzar HaMidrashim, Ietzitrat Ulad, pag. 244 y 245, Eizenstein) nos relata con bellas metáforas el período de la concepción y gestación humana y nos aporta algunos datos más que son relevantes para nuestro tema:

Cuando está por ser concebido un humano,  el Todopoderoso ordena al ángel Laila: «¡Tráeme esa neshamá del Gan Eden -paraíso-!«, para que la introduzca dentro de la semilla germinal.
Sin embargo, la neshamá se resiste a que se la arranque de su fuente Divina, y se queja al Todopoderoso: «Yo soy pura y sagrada, unida a Tu Gloria. ¿Por qué es que debo ser degradada e introducida a un cuerpo humano?«.
El Eterno le responde: «No es como tú dices. El mundo en el cual vivirás es mucho más hermoso que el mundo del cual provienes. Fuiste creada con el solo objeto de que te conviertas en parte del ser humano y seas elevada con sus acciones.«

¿Captamos la belleza de esta enseñanza?
¡Éste Mundo, material y tan cargado de problemas, es potencialmente más bello que el mundo espiritual del cual proviene la neshamá!

¿Por qué?
Pues, porque en Este Mundo la persona (espíritu-cuerpo) está capacitada para crecer por medio del cumplimiento de las mitzvot, los mandamientos que le corresponden de acuerdo a su identidad espiritual.
La belleza de Este Mundo estriba entonces en cada acto que reencuentra a la persona con su neshamá, pues con cada reencuentro el grado de gozo de la neshamá aumenta.

Está en nuestras manos el hacer de Este Mundo un lugar de placer, ¿querremos intentarlo algún día?
Podríamos comenzar desde hoy…

¡Qué sepamos construir shalom!

Moré Yehuda Ribco

 

Preguntas y datos para meditar y profundizar:

  • El artesano y las jarras
    «¡Ay del que contiende con su Hacedor, siendo nada más que un pedazo de tiesto entre los tiestos de tierra! ¿Dirá el barro al que le da forma: ‘¿Qué haces?’ o ‘Tu obra no tiene asas’?»
    (Ieshaiá / Isaías 45:9)

    • ¿Por qué es presentado el Eterno como un artesano y la persona como un jarrón de barro?
    • ¿Cómo se opone la gente al Eterno sin rebelarse directamente contra Él?
  • Superioridad
    «Los justos son superiores a los ángeles»
    (Sanedrín 93a)

    • ¿Cómo se explica esto, siendo que los ángeles son entidades espirituales sin inclinación a lo negativo?
    • ¿Cómo influye el autoengaño para que la persona sufra?
  • «El Rabí de Rozdoler decía: ‘Cuando me siento enojado contra alguna persona, yo pospongo la expresión de mi enojo. Yo me digo: ¿Qué pierdo si pospongo mi enojo?»
    (Niflaot HaRabbi, M.M. Walden, pg. 94)

Lleno de vacío

Nietzsche dijo: “La actividad constante es el refugio de quienes temen encontrarse consigo mismos”.

Antes de analizar la frase, corroboremos algo acerca de la fuente.
Como sabemos, es bueno tomar la sabiduría de donde se encuentre, sea de un idólatra, un religioso, una persona espiritual, de quien sea. Lo importante es reconocer la sabiduría, evaluar la idoneidad del emisor, y adquirir comprensión para aprovechar todo aquello que es beneficioso.
No le podemos pedir a Nietzsche, ni a Gandhi, ni a Chopra, Luther King, sabiduría espiritual, ellos no la tienen, no es de los sabios de las naciones del mundo el terreno del liderazgo en materia espiritual.
Estos cuatro que mencione como ejemplo tuvieron/tienen luces y sombras, muchas sombras, especialmente en lo que a sintonía con su propia identidad espiritual y herencia correspondiente, y sin embargo sus dichos pueden ser citados, siempre y cuando tengan algún valor práctico.
No son maestros de espiritualidad, aunque las masas consideren a más de uno como tales, sino tan solamente gente inteligente, con experiencia, con lecturas y vivencias que tienen algo para compartir.
Ese algo no cuenta con carácter de espiritual, aunque ellos o sus seguidores así lo crean, pero sin embargo pueden poseer un valor que empleados correctamente sirven para encaminar bien.
En la cita con que comenzamos tomamos la sabiduría acerca del ser humano, de nuestras fallas, de nuestra huida para no afrontar el sentido trascendente.
Sobre esto podemos prestar atención a Nietzsche y considerar sus palabras a la luz de lo que conocemos y valoramos como correcto.

Nos encontramos excusas a cada rato para seguir presos del EGO.
Desde que vamos adoptando como propia la vivencia de las máscaras del Yo Vivido, cada vez menos nos conectamos con nuestra esencia, con nuestra pureza interior.
Cada vez más atareados, ajetreados, entre-tenidos, ociosos y aburridos, justificando las mil horas de trabajo, las dos mil frente a los jueguitos en un monitor, las cada vez más pastosas horas ante la pantalla con un partido ignoto de algún deporte que no practicamos pero que bobaliconamente vemos mientras engordamos.
Sumamos amigos a nuestra cuenta en la red social, pero ni sabemos quienes son.
Corremos detrás del peso/bolívar/sol/dólar/euro para el sustento, cuando debiéramos decir que es para el sustento de los políticos, pastores, traficantes, comerciantes desalmados, multinacionales, etc.
Nos sumergimos en mares de mp3, tubes, streams, tuits, chats, etc.
Tal vez hablamos con alguien, pero son monólogos, sordos que conversan de cualquier cosa para pasar el rato sin conocerse, ni uno al otro, ni uno a uno.
Estamos fatigados, dormimos pero no descansamos, vacacionamos pero no nos relajamos, amamos pero mirando el reloj, nos hacemos viejos y somos vacíos pero llenos de cosas, grupos, nombres, redes, nadas…
Completamos agendas a nuestros hijitos, quienes desde antes del amanecer hasta bien salidas las estrellas no paran de una actividad a otra, de un curso a otro, de un entrenamiento a una clase particular, hasta que se encierran a chatear,  masturbarse soñando en nada, mensajearse, adoctrinarse frente al canal “infantil” de turno…
Somos apurados para llegar al cementerio, vacíos, ridículos, religiosos, creyentes, ateos, viciosos.
Y las mujeres, doble presión reciben, aún hoy.
Que la casa y el trabajo, que la ocupación laboral y que los chicos, que ser bella y ser experta, que ser prostituta y ser santa, que… una vida de apariencias, de fracasos maquillados, de exigencias desmesuradas.

Sí, tenía razón el teutón hace tantos años, el refugio –ficticio- en la actividad desenfrenada, en el no parar, en el no detenerse a auto conocerse, en vivir en ignorancia.
Al tiempo que Gandhi decía: «Todo lo que hagas en la vida no tendrá importancia, pero de todas formas tienes que hacerlo».
Seguramente que el sentido que tenía al decirlo era otro, pero lo podemos aplicar a la idea que estamos analizando: hagas lo que hagas, eso que te resulta tan importante, eso que te crees que debes hacer sino el mundo se detiene, no vale de nada, se lo comerán los gusanos… pero igual tienes que hacerlo.
¿Por qué?
Porque te han mandatado así tus padres, tus amigos, tus jefes, la sociedad, tu cónyuge, tu religión, la tele, tu mismo.
Y tienes que hacerlo, para llenarte de actividades, para asilarte en el correr sin pausa, no sea cosa que te pares un rato y te vayas a encontrar a ti mismo…

Nos fragmentamos, nos quebramos, nos hundimos, jadeamos de cansancio, padecemos, estamos exiliados de nosotros mismos.
Nos buscamos afuera, nos vemos en espejos, en videos, esperamos que otro nos diga que somos buenos, lindos, merecedores de paz y satisfacción.
Pero no está afuera la respuesta.
Tampoco adentro, al menos no en el adentro ese tan superficial de los gurúes y clérigos.

No está en la meditación al estilo oriental.
Ni en rezar en iglesias.
Ni en terapias psicológicas.
Ni en retiros seudo espirituales.
Ni en bailoteos místicos.
Ni en vestirse de forma curiosa.
Ni en repetir frases de supuestos iluminados.

Quizás esté en aprender a no vernos como imprescindibles, al tiempo de tampoco vernos como impotentes.
Estaría en el término conocido como humildad.
Ser quien uno es, sin desprecio, sin vanagloria.

Está en recorrer el camino de conocer el Yo Auténtico, desbloquear la luz interior, dejar fuera de foco al EGO.
Asumir la propia identidad espiritual, multidimensional.
Está en vivir acorde al legado primordial de cada uno.
Está en des-aprender, detenerse, analizar, cotejar, corregir, arreglar.

Tienes mucho que aprender.
Tienes mucho que dejar de hacer para empezar a ser.

Religión es sordera

Como dice Michael Shermer, la gente lista cree en cosas raras porque está entrenada en defender creencias a las que ha llegado por razones poco inteligentes. Pero el siguiente experimento que os voy a referir trata más bien de personas normales que profesan algún tipo de fe y que no son especialmente duchas en defenderla. Entonces prefieren no escuchar. No escuchar para impedir la entrada en su mente de puntos de vista inconvenientes.

El experimento se llevó a cabo en la década de 1960 por los científicos cognitivos Timothy Brock y Joe Balloun. La mitad de los participantes en el experimento eran religiosos, y la otra mitad, ateos. A ambos grupos se les pasó un mensaje grabado que atacaba el cristianismo.

Pero había algo más. En la grabación se añadió un poco de molesta electricidad estática, una especie de chisporroteo de fondo que impedía entender bien todas las palabras. No obstante, el que escuchaba el mensaje tenía la posibilidad de reducir estas interferencias pulsando un botón: entonces el mensaje se entendía sin dificultad.

Los resultados fueron totalmente previsibles y bastante deprimentes: los no creyentes siempre intentaban eliminar las interferencias, mientras los individuos religiosos preferían que el mensaje fuera difícil de oír. En posteriores experimentos de Brock y Balloun en que unos fumadores escuchaban un discurso sobre la relación entre el tabaco y el cáncer se reveló un efecto parecido. Todos acallamos la disonancia cognitiva mediante la ignorancia autoimpuesta.

Naturalmente, esto ocurre en toda clase de personas: también entre científicos ateos frente a argumentos de creyentes. Aunque, en este caso, el hecho no es tan flagrante porque los científicos acostumbran a aducir pruebas (o se limitan a negar que no creen, y la carga de la prueba está en el que afirma, no en el que niega). Y raramente veremos que un científico se siente ofendido en sus creencias si un creyente critica sus ideas científicas: sólo es buen científico precisamente el que anhela encontrar errores en sus ideas a fin de armar ideas mejores. En el caso del creyente, incluso se aplaude la inmovilidad de las ideas aunque todo apunte a que están equivocados.

Por ello,
muchos creyentes se niegan a escuchar los argumentos esgrimidos por ateos, o por la misma ciencia, si éstos entran en conflicto con sus creencias. Y si los escuchan, es como si sólo oyeran el sonido de las palabras, pero el mensaje no les empapa la mente.

Algo parecido sucede en un artículo de ciencia donde se critique o cuestione la fe: enseguida se llenará de lectores que tratarán de defender con uñas y dientes sus creencias (en el mejor de los casos) o censurar el contenido de cualquier forma, por ejemplo aduciendo que el contenido les ofende profundamente (en el peor). (En ese sentido, resulta curioso lo de tener que respetar las creencias ajenas: si se respetaran todas las creencias, también debería respetarse el no respetar determinadas creencias. O incluso deberíamos respetar ideas como el nazismo, la esclavitud o la pederastia. Las ideas no merecen respeto, sino las personas; y las personas no deberían ser sus ideas, sino difícilmente progresarían y aprenderían de los errores de las mismas).

Dicho lo cual, si acaso debiéramos respetar un único mandamiento, el undécimo: aprenderás, dudarás de todo, sobre todo de quienes dicen saber la verdad, y también dudarás de ti mismo y del resto de los 10 Mandamientos. Y si alguien dice que lo que crees es falso o es peligroso, desearás con toda tu alma que te expliquen la razón, para no desperdiciar ni un minuto más en ello.

Extraído de “Cómo decidimos”, de Jonah Lehrer

Adoremos al hombre

Las religiones, todas ellas, son mecanismos para manipular a las personas al tiempo que conlleva pretensiones de dominar a la divinidad (sea al verdadero Dios o a los dioses imaginados por el hombre).
Las religiones no son el camino espiritual marcado por el Eterno, no fomentan la libertad, ni la responsabilidad, ni el disfrute, ni el crecimiento, sino que sirven para todo lo contrario.
Las religiones son exteriorizaciones del EGO en su búsqueda por someter a personas y colectivos.

Lo espiritual nada tiene que ver con religión.

Dicho esto, enfoquemos nuestra atención por un instante en Dios, el Uno y Único, y en ciertas actitudes de algunas (muchas) personas, que se creen fieles, espirituales, aplicados a las cosas de Dios.
Es sabido y tomado como cierto que:

           a) Dios está en completo control de todo, y

           b) Dios puede alterar o cambiar la realidad a causa de que la persona haga determinados actos o pronuncia palabras específicas (rece).

Es sabido y tomado como cierto, ¿pero es realmente así?

Los que afilian a esta creencia  tienen una gran ventaja: en apariencia no hay para demostrar que es falsa y errónea.
¿Por qué?

Si la persona opera o reza de tal o cual forma y se obtiene el resultado esperado, es “evidente” de que Dios ha actuado de acuerdo al deseo de la persona.
Pero, si el resultado no es el deseado, la persona se encoge de hombros y admite que no rezó lo suficiente, o que no practicó tantos mandamientos como debiera para alcanzar a ejercer control sobre Dios, o que Dios ha respondido que “no” y nosotros "no podemos entender los caminos de Dios."
Como sea, la persona queda a resguardo de confrontar sus creencias, porque sea porque resulta o porque no resulta, siempre tiene la razón (en apariencia).

Ahora, hay un detallito que no debe quedar desapercibido.
Quienes creen de esta manera y en consecuencia actúan, parecieran tener a Dios como todopoderoso, en control de todo, como amo y señor, tal como indica el ítem “a”.
Sin embargo, si somos atentos podemos descubrir que esta creencia (junto con patrañas tales como “El Secreto”, el pensamiento positivo que conjura al universo, las leyes metafísicas de la asociación y el éxito, entre otras), en realidad NO tiene a Dios como el Jefe, Aquel que está a cargo, sino como un esclavo personal, que está a la espera de recibir órdenes para actuar de acuerdo al deseo del “amo”, que sería el peticionante o el que cumple tal o cual mandamiento.
A ver, para que quede claro: Dios está en control, pero la persona es la que hace que Dios cambie la realidad de acuerdo a su deseo personal.
Se trata entonces de “pactar” con Dios, negociar con Él, proclamar “decretos”, obligarlo a actuar en consonancia con lo que la persona quiere, a cambio de unas moneditas en forma de rezo o de rituales o tal o cual práctica (que en sí misma pudiera ser muy loable y positiva).

Es tremendo.
Es desdibujar los roles, inventar una esquizofrénica realidad en donde la persona está realmente al mando en tanto Dios es un títere.
Un Dios desfigurado, capaz de morir para salvar al hombre, dispuesto al auto sacrificio con tal curar al dolido, impotente aunque se presuma de todopoderoso, incapaz de regir el mundo a no ser que reciba órdenes de parte de los que tienen fe en Él.

Entonces, no tiene nada de extraño que sepamos de religiones en las cuales dios manda a su hijo a morir para salvar al pecador, religiones en las cuales se da dinero para que dios envíe riqueza, religiones en la cuales uno se reza a sí mismo pues es un dios, religiones en las cuales el hombre es dios al igual que el resto de la naturaleza, religiones en las cuales dios se aplaca con rezos y sacrificios, religiones en las cuales dios está a la espera de que uno pida un deseo para que él lo realice, religiones…

Esto, mis amigos, es la religión.
Es el EGO.

Para ser feliz: evaporar al Faraón

El EGO es aquel que bloquea tu bienestar emocional.
Ha recubierto tu Yo Auténtico con cáscaras que impiden o perturban el pasaje de luz (energía) entre fuera y dentro. Distorsiona las imágenes (creencias, ideas, pensamientos, sentimientos). Satura de máscaras que te envuelven asumiendo para sí el poder de tu identidad. Vives en la creencia de que eres tu Yo Vivido, muy lejano a tu Yo Auténtico en realidad.
Esas máscaras se imponen como tu personalidad, pero no son otra cosa que personajes, a los que sientes totalmente verdaderos, singulares, tú mismo, pero lejos están de serlo.

Es cierto, eres una amalgama de Yo Esencial, yo Auténtico y Yo Vivido.
Tristemente nos quedamos con la superficie, la careta, dejando de percibir y atender a lo Auténtico que somos.

Uno de los personajes que te habita, atención que es lenguaje figurado, es al que podemos llamar Faraón interno.
A semejanza del Faraón del relato en Shemot/Éxodo, aquel que esclavizara y sometiera a todo tipo de torturas al pueblo de Dios. Aquel que se atrevió a desafiar a Dios. Aquel que fue apaleado por el “dedo” de Dios y Su “brazo” extendido. El mismo que Faraón que ejercía su poder de manera despótica y sanguinaria, cuando en los hechos era un pobre sujeto, impotente, inestable, carente de toda trascendencia.
A semejanza de ese Faraón hay uno dentro de ti, es una de las manifestaciones de tu EGO que opera en ti, te domina, te mancilla, te debilita, te absorbe las energías, te usa para sus trabajos desquiciados, te impide ser feliz, te niega toda esperanza, te acecha en las sombras con presiones, burlas, amenazas, maldiciones, culpas.
En tu reside esa imagen espantosa, ese personaje formado por tu EGO.
Estás bajo el mando del Faraón interno, el cual se suele aliar con déspotas externos, con maltratadores, traficantes de la fe, líderes religiosos, mafiosos, buscapleitos, y otros patanes que vagan por la tierra.

Es hora de que aprendas a lidiar con este Faraón.
Te invito a que seas por un rato Moshé/Moisés, pues dentro de ti también habita esa imagen, que no es producto del EGO, ni te atormenta, sino que resplandece desde las profundidades de tu ser esencial.
Puedes confrontar a tu Faraón, para reconocerlo en su impotencia, para quitarle todo poder sobre ti, para desbloquear en buena medida algunos de los tropiezos que te impiden disfrutar, crecer, aprender, ser pleno.

Vamos a darle un rostro visible.
Pon delante de ti una pared en blanco, una tela, un papel, un pizarrón, cualquier cosa que sirva como una pantalla vacía en la cual proyectar las imágenes desde tu interior.
Ahora, imagínatelo.
Velo en sus ropajes faraónicos, con sus atavíos de apariencia de poder, con sus rasgos marcados y de presunta nobleza sádica.
Ahora mira sus ojos, descubre el destello de miedo que irradian. Él no quiere que te des cuenta de eso, por ello trata de ver a otro lado, te exige que no lo mires a la cara, pero tú no dejarás que te manipule. Mira directamente a sus ojos, date cuenta del terror que él te tiene a ti.
Sus ojos lo delatan, está lleno de pánico ante ti.
Puede esconderse con su maquillaje, travestirse con sus ropajes de realeza, hacerte creer que tiene poder por estar acompañado de símbolos imperiales y armas, pero realmente es un pobre tipo, impotente, pequeñito, débil, lleno de miedo, que se espanta ante tu presencia.
Se quiere escapar, pero tú retienes allí en la pantalla su imagen.
Observa con más atención, mira los colores, los gestos, las actitudes, ¿te das cuenta de que no es otra cosa que un astuto estafador, un hábil actor, uno que se hace pasar por todopoderoso pero que en los hechos es una sombra quebradiza, humo, debilidad, arrogancia y autoritarismo que sirven como escudo para su pobreza?
Y si eres atento reconocerás que aparte del miedo que le inunda, ese que expresan sus ojos con claridad, también está un poco desquiciado, no anda muy en sus cabales, no es tan racional y coherente como te hace creer su apariencia, su disfraz.
Sí, es cierto, es un pobre tipo que se hace pasar por una autoridad superior… es cierto, es un pobre tipo que está al mando cuando ni siquiera puede mandar en su vida.
¿Lo estás viendo?
Hasta te podría dar pena ahora que eres consciente de su patética realidad.
Ya no te inspira ningún temor, ni respeto, no es más ese súper hombre que decidía por tus cosas, que era el amo de tu vida.
Es un payaso temeroso, aterrorizado.
Un mediocre perezoso que se instaló en el poder porque tú le diste autoridad, porque tú se lo permitiste, porque te dejaste manipular.
Pero en verdad, no es nada, no es nadie.
Es un payaso.
Hasta te puedes dar lugar para reírte de él, ni siquiera se merece tu enojo, ni tu rencor, solamente tu desprecio, tu burla, la cual tiene totalmente merecida.
Velo, contempla con calma, es tal cual te lo he descrito.
Nada puede contra de ti.
No controla tu vida.
No es tu amo.
No tiene ningún poder.
Ni siquiera coordina sus acciones y pensamientos, tan solamente es una pobre figura de humo oscuro que ahora que se hace la luz va desapareciendo.
Sí, se esfuma, es un girón de humo, se desvanece, se hace nada.
De pronto ya ni siquiera te lo puedes imaginar, solamente es un borroso recuerdo de un pasado que ya no volverá.
Contempla la pantalla en blanco, está vacía, el Faraón no existe, ha muerto.
Eres libre.

Cuéntame que sentiste, que pensaste, cómo te sientes a partir de ahora.
Hasta luego.

Tú eres salvo

"Los padres no serán muertos por los hijos, ni los hijos serán muertos por los padres; sino que cada cual será muerto por su propio pecado."

(Devarim / Deuteronomio 24:16)

Esto puede ser comprendido en su sentido más directo, el cual expresa muy bien el profeta Iejezkel:

"El alma que peca, ésa morirá. El hijo no cargará con el pecado del padre, ni el padre cargará con el pecado del hijo. La justicia del justo será sobre él, y la injusticia del impío será sobre él.”

(Iejezkel / Ezequiel 18:20)

Cada uno es responsable por sus actos y las consecuencias de los mismos recaen sobre el que los ejecutó.

Hay un Juez que es en extremo justo, infinitamente justo, por lo cual no hará maldad ni condenará al inocente a causa del culpable.

Los hijos no son reprobados por las acciones de sus mayores, al igual que estos no lo son por lo que hacen o dejan de hacer sus descendientes.

En la mente saludable esto es claro, por lo cual es impensable suponer que algún otro vaya a cargar con la culpa del pecado ajeno, o que exista una culpa intergeneracional, o que pudiera haber algo así como un pecado original que mancha a toda persona, o que un presunto salvador místico lava los pecados de los que le tienen fe.

Es la palabra de Dios, la directa contenido en Su Torá tal como la expresada con cabalidad por un profeta de la Verdad.

Pero no faltan los religiosos, los traficantes de la fe, los menesterosos del alma, los hábiles manipuladores tendenciosos que te dirán que si tienes fe en tal o cual redentor tus pecados te son quitados, puesto que el “Hijo” carga la culpa de los pecados de sus fieles.

Esos mismos payasos de la fe te inducirán a sentirte mortalmente culpable y pecador, no por algo que realmente hayas hecho, sino por lo que supuestamente hicieron tus antepasados, cualquiera de ellos, hasta el mismísimo Adán.

Te harán sentir un paño de inmundicias tanto por tus ideas, por tus dudas, por tus actos, por tus omisiones pero también por aquello de lo cual no tienes ninguna responsabilidad ni culpa.

Para esos predicadores, pastores, “rabinos” mesiánicos y otros de similar calaña tú eres un pecador que irás al infierno, a no ser que tomes la píldora mágica de Jesús, el cual se hizo cargo de tomar para sí tus pecados, ser castigado por ellos, y entonces su “Padre” lo condenó a terribles dolores y padecimientos inhumanos solamente para que tú seas “salvo”. Su sangre te lava, dicen ellos con total desparpajo y religiosidad, carentes por completo de espiritualidad, amor, respeto, o lealtad a Dios.

Ya puedes tú corroborar lo que Dios realmente afirma y lo que esos malabaristas de la fe te enseñan.

Tú no eres culpable de nada de lo que ellos te endilgan, así como tampoco tienes esa protección mágica del impotente dios que ellos adoran.

Dios, el verdadero, no quiere la muerte del que pecó, ni desea el dolor. Tampoco maltrata al inocente injustamente para darle carta blanca al que tiene fe en un muchacho colgado a causa de sus propias rebeliones.

Dios te juzga por tus actos, no por tus sentimientos, ni por tu fe, ni por lo que piensas, ni por lo que crees, ni por lo que hicieron otros, sino simplemente por lo que tu haces o dejas de hacer.

Dios es infinitamente justo, al mismo tiempo es infinitamente misericordioso, por lo cual tus errores tienen una verdadera solución.

No se trata de magia, ni de fe, ni de adorar a un intermediario, ni de procurar que un santo te proteja, ni que un difunto rabino acuda a tu auxilio porque peregrinas a su europea tumba.

Cuando pecas, cuando te equivocas, cuando te apartas de la buena senda, tienes un modo de conseguir la rectificación, se llama Teshuvá, el completo y sincero arrepentimiento.

Ya hemos escrito al respecto muchas veces, nuestra última enseñanza la encuentras al hacer clic aquí.

Ahora, te lo sintetizo en las propias palabras de Dios a través de Su profeta Iejezkel:

“Si el impío se aparta de todos sus pecados que cometió, guarda todos Mis estatutos y practica la justicia y la misericordia, ciertamente vivirá; no morirá.

No le serán recordadas todas sus transgresiones que cometió; por la justicia/misericordia que hizo vivirá.

¿Acaso quiero Yo la muerte del impío?, dice el Señor Elokim. ¿No vivirá él, si se aparta de sus caminos?"

(Iejezkel / Ezequiel 18:21-23)

Esa es la verdadera misericordia de Dios, y no el fantasioso cuento de que le nace un hijo por medio de una virgen, que el chico se hace maravilloso, es crucificado, y entonces quien tiene fe en él se salva de los crímenes que haya cometido. Esta es una historia patética, ni siquiera congruente para la mágica mente infantil, ni siquiera coherente con el caos mental del demente.

Pero la verdad es muy claro, simple, cierta.

Pecas, te arrepientes, hace lo bueno, entonces Dios es misericordioso contigo.

Él no es el dios mediocre, sanguinario, violento, vengativo, de pacotilla que te hacen creer en las religiones.

Él no anhela el dolor del que ha pecado.

No se regocija con condenar a nadie a la “hoguera eterna”.

No precisa de manipular y extorsionar con amenazas de castigos eternos.

No envía mediocres salvadores para que por medio de la fe y el negociado te solucionen la vida aquí y en la eternidad.

Él te da el camino, la hoja de ruta, la brújula, el método para retornar y alcanzar el buen hogar.

No es con Jesús, ni con fe, ni con iglesias, ni con repetir salmos, ni con vestirse divertidamente, ni con danzas mesiánicas, ni con palabras en hebreo, ni con rituales.

El camino a la vida, la salvación, la eternidad es vivir una vida de bondad y justicia, y en caso de haber errado algún paso, entonces retornar al buen camino.

Dedicarse a construir Shalom, por medio de llevar una vida digna.

Simple, cierto, sagrado, tan lejos de las fanfarrias de los líderes de las religiones.

Tan bueno y sin embargo tan despreciado por la mente de las personas atribuladas por su esclavitud a sus EGOs.

Tú puedes ser salvo, hoy mismo.

Es cuestión de que hagas el bien y practiques la justicia.

Nada más.

¿Lo harás?

Recuerda que ese el único camino que Dios claramente ha afirmado y confirmado.

Te da una y otra vez oportunidad para que te rectifiques, para que te arrepientas, para que seas espiritual y no religioso.

Por ello Él sentencia:

"Yo soy el Eterno tu Elokim, un Elokim celoso que recuerdo la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me aborrecen.”

(Shemot / Éxodo 20:5)

Él guarda el recuerdo de lo hecho por los padres, por los hijos, por los nietos, porque aguarda “paciente” a que los hijos rompan la mala costumbre que le transmitieron los padres. Él anhela que los hijos, los nietos, pueda quebrar el yugo del adoctrinamiento al que fueron sometidos.

Él recuerda y espera.

Pero, si a la cuarta generación la maldad sigue su camino, si la cadena del mal no se cortó, entonces está claro que es una familia de personas rebeldes contra Dios, que odian al hombre por aborrecer a Dios.

En ese caso, la maldad es tan profunda, en los hijos de la cuarta generación, que pareciera que la senda de la Teshuvá está bloqueada.

Tienen tanto odio enquistado en sus almas, tanto EGO pululando, tanta manipulación, tanta religión y tan poca religiosidad, que pareciera que la Teshuvá es imposible para ellos.

Es hora, amigo mío, de que atiendas a Dios, de que repruebas las doctrinas de muerte de tus mayores y te lances a la aventura de ser libre, de ser leal, de ser bueno, de ser justo, de ser un hombre de Dios.

No dejes que sea demasiado tarde.

Él es paciente, pero todo tiene un límite.

La oportunidad es ahora, vive hoy de acuerdo a los mandamientos que te corresponde.

Sé bueno, sé justo, sé espiritual, desprecia la mentira.

Eres tú quien te salva o quien te hunde.

Espero que escojas la vida.

Hasta luego.

Consejos para fortalecer los vínculos con tus hijos

Te presento aquí unos pocos consejos que desde la sagrada Tradición nos llega para fortalecer los vínculos con tus hijos.

Síguelos, aprovéchalos y toda tu familia será la que vivirá con dicha y bendición.

  1. Habla, no precisas ladrar. ¿Acaso eres perro o lo son tu hijos?
  2. Mantén en un tono mesurado tu voz. ¿Crees que te escuchan mejor si gritas?
  3. Endulza tus palabras. ¿Te parece que beneficies a la autoestima de tu hijo si lo desprecias con tus dichos?
  4. No mientas. ¿Te sientes seguro cuando sabes que el que te habla de podría estar mintiendo?
  5. No exijas ni demandes. ¿Sabes que se conquistan imperios con ternura?
  6. Sé respetuoso. ¿A ti no te gusta que te respeten?
  7. Sé amable. ¿No te gusta cuando te tratan con amabilidad?
  8. Sé coherente. ¿Cómo te sentirías si a cada rato tu padre cambiara de opinión?
  9. Cumple con tu palabra. Si no estás seguro de poder hacer algo que has dicho, ¿no te parece más prudente si guardas silencio?
  10. Aprende a escuchar. ¿Acaso solamente tú tienes la voz en tu casa?
  11. Aprende a comprender. ¿Comunicarse es solamente emitir aire por la boca y que pase por los oídos?
  12. Manifiesta tu amor. ¿No te das cuenta de que tus hijos te saben más fuerte y recio cuando más tierno y justo eres con sinceridad?
  13. Sonríe. ¿No es contagioso el humor? Sea bueno o malo, siempre se contagia.
  14. No juzgues a tus hijos. ¿Acaso ellos son perfectos, o tú lo eres? Puedes juzgar sus acciones concretas, pero no sus intenciones ni su personalidad.
  15. Admite tus errores. ¿No sabes que creces como persona y a ojos de tus hijos cuando reconoces tus faltas y haces algo positivo para corregirlas?
  16. No compares a tus hijos. ¿Recuerdas cuando te comparaban con tu hermanito, primito o vecinito?
  17. Ten confianza en las capacidades de tus hijos. ¿Cómo crecerán si no les permites experimentar con seguridad el mundo?
  18. Sé generoso. ¿Todo tiene que tener un precio, todo está para comerciar?
  19. Sé justo. Ni demasiado estricto, ni demasiado permisivo. Tanto el látigo como la caricia perenne carcomen el alma de tu hijo.
  20. No presiones por demás. El camino del medio, severidad con bondad, ¿no es éste el modo de que las cosas funcionen?