Reflexionando un poco sobre el tema de los problemas en Medio Oriente y cómo es que después de tantos años las cosas no se logran solucionar, sino que más bien se empeoran, y después de leer un par de posts de dos personas distintas, una que es mercurial y antojadiza y otra que es serena, lógica y muy letrada, deseo compartir contigo las experiencias que he visto en el tema de la diplomacia.
Si se pudiera definir de manera simple, la diplomacia es hija de la comunicación auténtica y aunque la Real Academia española diga que la diplomacia es una cortesía aparente y con disimulo, yo no creo que sea así, te voy a explicar por qué. He tenido la oportunidad de interactuar en el ámbito diplomático y en representación de varias organizaciones por lo que puedo decirte que esa idea que el Diccionario de la Real Academia Española presenta, de una hipocresía a la hora de actuar, no es cierta, pues existen muchas personas que trabajan en beneficio mancomunado y lo hacen con la mejor de las intenciones, como en todo, siempre habrá hipócritas, pero la diplomacia como tal no debe concebirse como que parte de la hipocresía sino de la comunicación auténtica.
Deseo compartir contigo un poco del aprendizaje que me ha enseñado la diplomacia y por qué es tan importante el saber conducirse uno así por la vida, pues de lo contrario, lo que existen son insultos y exaltaciones del ánimo que a la larga lo que terminan es desencadenando en violencia que lleva ínsito el caos y el dolor.
Te invito a que volvamos a repasar el tema de la comunicación auténtica, pero ya no vista desde la perspectiva entre parejas sino entre individuos en sociedad. La comunicación auténtica se compone de cuatro elementos que son la sinceridad, el ánimo constructivo, el respeto y el no suponer. En el campo de la diplomacia estos elementos son de suma importancia toda vez que es de esta manera como los líderes se comunican con personas de otras latitudes.
Hay que entender el poder que las palabras tienen, pero cuando se trata de contextos a nivel internacional es mucho más fuerte aun, porque lo seres humanos tenemos unos comunes denominadores que no obstante si hablamos chino, hindi, árabe, hebreo, castellano, inglés o alemán, la naturaleza del ser humano es la misma y la forma de comunicarse parte de un mismo principio, la generación de energía que se convierte en ondas sonoras o visuales e inclusive sensoriales, que llevan determinada información que es recibida por el receptor y que éste decodifica e interpreta a su manera.
He ahí el problema, interpretar a su manera, entonces lo que en nuestros respectivos países quizás sea aceptable, en otros lo pueden ver como una ofensa, así que el diplomático por naturaleza es una persona que aprende a ser callada, a observar y, como diría Napoleon Hill, “cierra la boca y abre los ojos y los oídos”, para no meter la pata, como decimos popularmente.
Pero la diplomacia no solo es un asunto de representantes de los respectivos estados, pues la diplomacia es algo que debería de aplicarse en el diario vivir; lejos de andar con insultos al hombro o burlándose de los demás, las personas deberíamos de buscar comunicarnos auténticamente. Hay que tener la suficiente inteligencia emocional para saber que existen ocasiones para ser jocoso pero que hay que ser serio cuando se debe serlo.
Bueno, yo creo que con este preámbulo ya podemos ir abordando el tema de la diplomacia y de la comunicación auténtica desde un punto de vista más acorde con el espíritu de este post. Cuando hablamos de diplomacia, usualmente lo que nos imaginamos es a un embajador, y es que los noájidas como tales somos embajadores de Shalom. En una ocasión uno de nuestros estimables colaboradores en Fulvida abordó el tema de que somos embajadores de Dios, lo cual vino a generar cierta controversia, no es tanto decir embajadores de Dios sino embajadores de Shalom.
Decía Einstein que el ejemplo es el mejor método para convencer a las personas. El noajismo como tal es un ejemplo de paz y de armonía, porque es de reglamentación muy básica pero muy profunda a la vez, que si se aplica como tiene que ser, permite vivir a plenitud y en paz con los que nos rodean. Así que no es que realmente seamos embajadores de Dios, pues Dios no precisa de embajadores, sino que lo que somos es embajadores de nosotros mismos, como seres humanos que somos, porque nosotros sí precisamos de embajadores y de líderes.
Toda organización tiene sus líderes, personas ordinarias con funciones extraordinarias, quienes tienen la tarea de guiar a los demás, no de imponerles las cosas, no de insultarles o de amenazarles con armas sino hacen lo que al déspota le da la gana; no, son líderes que facilitan el camino, que tienen un poco más de experiencia en determinado campo y que por ello saben que tienen una responsabilidad de transmitir ese conocimiento y que ello no les da el derecho de menospreciar a otros. En efecto, el verdadero líder va adelante, señalando el camino y siendo constructor de Shalom.
El diplomático es un líder, es una persona que representa a un país, grupo o región, es un embajador y como embajador que es, debe de comportarse como tal. No ocupa tener credenciales de un gobierno, puede ser el líder comunitario que representa a su barrio en el cabildo de la municipalidad, puede ser la madre de familia que cuida de sus hijos o el jefe en el trabajo con subalternos, es decir, somos líderes muchas más veces de lo que realmente imaginamos pero no actuamos como tales.
Un diplomático sabe que debe de medir sus palabras so pena de causar grandes estragos que a la postre terminen generando inclusive hasta guerras. Muchas de las guerras que se dieron en Europa fueron por amores no correspondidos entre miembros de determinados estados y esto llevó a que pueblos enteros se masacraran, simplemente por el EGO exacerbado de unos pocos que terminó en el óbito de muchos.
El diplomático debe buscar ser una persona sincera. Sí, en este mundo se debe de ser sincero, bajo la situación actual en la que nos desenvolvemos hay mucha hipocresía, pero ello no le quita que debamos conducirnos con sinceridad, pero la sinceridad no significa el insultar o herir sentimientos, pues el segundo elemento de la comunicación auténtica es el ánimo constructivo, por eso hay que medir las palabras, porque no solo se trata de ser honesto sino de decir las cosas siempre buscando que las personas no se sientan mal y siempre atinando a que se vaya a construir algo provechoso de lo dicho y no más bien a destruir o a entorpecer las cosas.
Todo esto debe de darse dentro de un marco de respeto, donde no se haga mofa ni escarnio de la persona a la cual se le dicen las cosas, sino más bien, que lo que se le diga sea algo que vaya a ser para beneficio de la persona. No se gana nada insultando a las personas y como decía Dale Carnegie, para convencer a una persona hay que demostrarle que lo que ella va a hacer va a ser para su propio beneficio, esto no significa que haya que manipularla, sino simplemente enseñarle las ventajas de comportarse de determinada manera.
Por último está el no suponer. Esto es un problema que se da mucho en la diplomacia porque siempre hay dobles intenciones de parte de los Estados; un préstamo para la construcción de una carretera probablemente implicará cierta cesión en los derechos de pesca; una donación para la construcción de un museo probablemente lleve a que el Estado beneficiado tenga que apoyar al Estado beneficiante en determinada política a nivel internacional, o sea, al haber dobles intenciones hay un juego de ajedrez constante para ver qué es lo que realmente quiere el otro bando.
En el caso de los embajadores de Shalom no tiene que ser así. El conducirse con diplomacia y aplomo, pero siempre con comunicación auténtica, hace que nos ganemos la confianza y el respeto de las personas y esto a su vez nos lleva a que las personas sepan que somos directos y al sabernos como personas directas y respetuosas que siempre buscan que las acciones engendren unión y no separación, automáticamente llevan a que asumamos puestos de liderazgo porque la sinceridad respetuosa y constructiva es muy difícil de encontrar.
Al darse los tres elementos previos de la comunicación auténtica, las personas no estarán con esa incertidumbre de que si lo que decimos es lo que vamos a hacer y viceversa, y como dijo Lao Tse, cuando se genera respeto, se genera amor, yo creo que existe un paso previo que es la confianza; cuando hay respeto hay confianza, cuando hay confianza hay cariño y cuando hay cariño se engendra el amor, bien sea en la forma de ágape o de eros, pero que en el caso de la diplomacia a nivel supraindividual, se da en la forma de ágape, es decir, de un amor no erótico.
A través de la diplomacia que se genera como resultado de la comunicación auténtica llegamos a ser líderes de confianza, queridos por las personas e influyentes en nuestro medio, donde podremos avanzar la obra necesaria para disfrutar de este mundo, maravillarnos en él, reconociendo que Dios es su Creador a la vez que contribuimos a mantenerlo y mejorarlo para el disfrute nuestro y de las futuras generaciones en tanto que servimos de ejemplo para que otros nos sigan y emulen en nuestro actuar.