Te recomiendo que tomes un tiempo para leer un interesante artículo publicado por la revista online “Science” (de octubre 2008, puedes hacer clic aquí para abrirlo y leerlo, previamente deberás registrarte gratuitamente allí).
Los autores (Jennifer A. Whitson y Adam D. Galinsky) exponen una serie de experimentos que confirman que cuando la persona se encuentra en una situación de pérdida de control (impotencia, indefensión, desesperación) crea patrones ilusorios para tratar de dar algún patrón de coherencia a los estímulos que percibe y no puede dominar.
De cierta forma, se quiere controlar ilusoriamente aquello que está (o se siente) fuera de control.
Entonces, se reconocen imágenes en donde no las hay (paraeidolia), se enlazan asuntos que en verdad están desconectados entre sí, se anclan en supersticiones o se elaboran teorías conspiratorias, con la intención de afrontar la pérdida de control y en cierta forma retomarlo de manera “mágica” (pensamiento mágico), por medio de una aparente comprensión de los hechos.
Como lo hemos enseñado en muchas ocasiones, una de las herramientas del EGO (la pasiva) es la desconexión de la realidad. Ésta se consigue por medio del dormir, del fantasear, del mentir, del engaño, de la adicción, de la distracción, de las excusas, de los olvidos, de las fabulaciones, de las supersticiones, de las religiones, en fin, de las múltiples y variadas maneras que las personas nos inventamos para no asumir nuestra impotencia y presentar alternativas creativas o prácticas a nuestra situación.
Al ser impotente se aparente poder; al carecer de fuerza, se recurre a la violencia; al estar en situación desventajosa, se hace trampa; al crecer dentro de la mentira, se niega la verdad por medio de reforzar la ceguera del fanatismo. Como venimos diciendo desde hace tiempo, es el EGO que ha tomado el timón de la vida y lleva a la persona por aguas peligrosas, hacia la muerte en vida. Pero, con astucia, no dando la impresión de derrota, no admitiendo la falta de control, no asumiendo la propia debilidad, con ardides para mantener sometida a la persona a la esclavitud.
Así, se mantiene en las sombras al prisionero, encerrado en su celdita mental, pero con la presunción de creerse el amo del universo. Porque bien sabemos, el esclavo del EGO a menudo pretende controlar todo, incluso lo incontrolable, incluso a Dios, aunque ni siquiera puede controlar los cuatro palmos de su existencia.
Cuanto más impotente te sientes, eres más susceptible a que el EGO tome el control sobre tu vida y a través de sus herramientas tu pretendas controlar lo que no controlas. Procurarás usar la violencia física, o la verbal o la manipulación emocional, si no funciona, caerás en estado de desconexión de la realidad. Probablemente interpretes los eventos bajo la sombra del EGO, y veas conspiraciones donde todo es honesto; te sientas burlado, cuando nadie te presta atención; supongas que podrás ejercer influencias mágicas por medio de rituales o procedimientos místicos. Todo esto no te acerca a la solución de los conflictos, ni te dota de poder, sino que te hunde más en la oscuridad, en la falta de confianza, en la celdita mental.
Esto es bien sabido, conscientemente o no, por los que te dominan y manipulan. Te harán sentir indefenso, falto de poder, a su merced, culpable, en falta, pecador, sin esperanza, con esperanza pero solamente a través de cumplir con lo que él te demande. Lo importante para el manipulador es que te hundas en el temor de la impotencia, que el espanto del terror de la impotencia inicial te lleve a la inacción. Procurarán desactivar tus mecanismos activos del EGO (violencia física, verbal o manifestaciones de dolor), para que no reacciones ante sus trampas. A menudo harán que redirijas tus mecanismos activos hacia otros, hacia lo que ellos te proponen como “enemigos”, a los cuales culpará de tus males, reales o fantaseados; te inducirá a que direcciones hacia esos “enemigos” tus fuerzas, para preservar ellos su poder sobre ti. Es por ello que las sectas y otros grupos liderados por manipuladores emocionales tienen tan a menudo presente a los “enemigos” contra los cuales descargar sus injurias, amenazas, golpes, persecuciones, etc. No es que el “enemigo” solamente les sirva para unirse en su contra, sino especialmente para que los que son manipulados no se liberen de las garras del líder manipulador, sino que sigan adoctrinados, fanatizados, haciendo de cuenta que tienen cierto poder y que lo están aprovechando para algo positivo, cuando en realidad todos esos actos violentos y de fanatismo simplemente aprietan más fuerte el lazo de esclavitud en torno a sus vidas.
Con esta enseñanza quizás puedas comprender un poco más lo que has visto o vivido en sectas o relaciones en las cuales eras dominado y manipulado por lobos expertos en pastorear ovejitas. Tú estabas en el rol de la ovejita indefensa, atacando falsos lobos cuando en los hechos estabas siendo pastoreada por el lobo feroz. Tus agresiones iban hacia un ilusorio Satanás, los traidores, los de otras sectas, estos o aquellos, y de esa forma te mantenías bajo las garras de tu pastor, que era el que ciertamente te estaba drenando tus energías, tu dinero, tu existencia.
Recuerda como siempre te presentaban a quien odiar, a quien insultar, a quien temer, a quien violentar, para de esa forma dirigir tu atención hacia falsos enemigos y no reconocer que el que te manipula es el verdadero enemigo. Ese que se queda con tu poder, con tu dinero, con tu honor, con tu alma. Que se enriquece a tu costa. Que se deleita cuando tú sufres. Que posee lo que tú le das, lo que le robas a tus hijos de la boca. Ese que te esclaviza es el débil, pero con habilidad para aparentar fortaleza y hacerse tu señor.
Probablemente al principio te alientan, te esperanzan, te dan ánimos, te elogian. Se van convirtiendo en aquellos que atizan tu fuego casi apagado, el de la baja autoestima. Ellos están ahí para hacerte sentir importante y querido, pero es solo una trampa. Es la carnada en su anzuelo. Luego, como sin darte cuenta, comienzan las agresiones, las exigencias, las demandas, los golpes, las amenazas, el dolor. Te esfuerzas por obtener el cariño que perdiste, haces lo que está por fuera de los límites para recibir cariño y aprobación, pero hay solamente hielo, o culpas, o más agresiones. Ya estás atrapado, entre las amenazas, los sentimientos de culpa, las falsas promesas de bienestar, todo se conjuga para mantenerte esclavo de esos EGOs externos, de esos líderes religiosos, cabezas de sectas, malos padres, pésimos amigos. Y sí, también está el miedo. Siempre el miedo. El miedo, cuya base principal es el terror inicial, aquel que no se quiere volver a vivir. El de la impotencia más terrible, el de la soledad extrema, el de la carencia de todo recurso y explicación.
Si surge algún rayo de esperanza, de libertad, te impondrá el que te manipula interpretaciones o enseñanzas que te corten tus alas y te impidan el alejarte hacia una vida de mayor plenitud. Harán conexiones entre cuestiones desconectadas, te presentarán falsas evidencias, darán sermones por medio de los cuales te harán creer en cualquier cosa absurda, pero que te mantendrá en la esclavitud.
Si lo vieras desde fuera, “objetivamente”, percibirías todo el truco, el teatro, la falsedad, la terrible manipulación a la que estás siendo sometido. Pero desde dentro, angustiado, atormentado, amenazado, presionado, vapulado, puesto en estado de indefensión, tu EGO se encargará de sincronizar con las falacias del pastor-lobo y mantenerte desconectado de la realidad. Indefenso, a merced del que te está devorando en vida. Pelearás contra fantasmas, falsos enemigos. Harás de tu vida un vacío, lo que confirmará tu impotencia, lo que dará más poder al que te manipula para seguir haciéndolo.
Es una visión horrible, dramática, pero muy real.
Es posible otra vida.
Es posible dejar de lado este masoquismo.
Es posible dejar de sufrir, de ser esclavo, de vivir engañado.
Sí, es posible, aunque no fácil.
El comprender estos mecanismos, el tener claro cómo funcionamos, el profundizar en la ciencia de la conducta humana, es meritorio para toda persona leal al Eterno (judío o noájida), pues nos permite llevar una vida de mayor verdad, actuar con real bondad, servir al Eterno desde la lealtad, ayudar al prójimo con misericordia, establecer justicia con derecho, no ser más una marioneta del EGO y sus manifestaciones externas. Por ello nos parece necesario continuar con estas enseñanzas y es imperioso dedicar tiempo a ellas y luego aplicar el conocimiento a nuestra existencia.
Veamos un notable ejemplo de la parashá de esta semana, Vaierá.
Está escrito al principio mismo:
"El Eterno se apareció a Avraham [Abraham] en el encinar de Mamre, cuando él estaba sentado en la entrada de la tienda, en el pleno calor del día. Alzó sus ojos y miró, y he aquí tres hombres que estaban de pie frente a él… "
(Bereshit / Génesis 18:1-2)
¿Qué vio Abraham?
A tres hombres comunes, gente típica del medio oriente, adoradores de ídolos, hombres de paso.
No se podía imaginar, no había nada en ellos que señalara que en realidad eran tres enviados (ángeles) del Eterno.
Para Abraham hubiera sido sencillo permanecer en su casa, a la sombra pues afuera hacía un calor ardiente. De hecho, allí debería estar, puesto que había tres días se había circuncidado y el también ardía por la fiebre y padecía fuertemente por el dolor. Y allí estaban esos tres hombres que vagaban por el desierto, tres hombres y nada más. Otro, quizás, hubiera dado excusas, hubiera puesto su sufrimiento por delante, hubiera rebajado la condición humana del idólatra pobre y “sin valor”, hubiera interpretado la realidad en base a su EGO. No hizo así el patriarca judío Abraham.
Él salió de su casa y corrió al encuentro de estos extraños, les ofreció hospitalidad, sombra, agua, alimentos, compañía, instrucción noájida. Porque él vio hombres comunes, que ya por ello ameritaban ser tratados con respeto y dignidad, pues eran hijos de Dios, criaturas del Padre celestial. No les interrogó acerca de sus creencias, no los discriminó negativamente en base a lo que él escogía, no los hizo sus enemigos por ser diferentes. Muy por el contrario, desplegó su cualidad de jesed, bondad desinteresada, por un hermano noájida. No hizo cálculos para ver cómo podría obtener ventajas de esto, no evaluó si llegarían a pagar por su entrega, no consideró que él era viejo y estaba adolorido y enfermo. Solamente quiso hacer lo que sabía era bueno hacer: recibir con cordialidad y respeto al prójimo, aunque fuera diferente, aunque fuera idólatra, aunque luego del encuentro no creyera solamente en el Eterno, aunque fueran vagabundos del desierto.
Abraham no pretendía controlar al prójimo, porque sabía que nadie controla a otro. A lo sumo se lo manipula, se lo domina por medio del uso de la violencia, se lo obliga a hacer o decir cosas para no sufrir castigos, se lo engaña, pero nunca se tiene real poder sobre el otro. Se lo acepta como es, o se sufre por querer cambiarlo según el propio criterio. Abraham los aceptaba tal como eran. Por supuesto que instruía acerca de noajismo, de la fidelidad al Eterno, de los mandamientos que Él había encomendado a las naciones; pero no era un misionero aberrante, no hacía la guerra para “convertir” al otro, no andaba violentando al otro para manipularlo. Hacía mucho tiempo, muchas décadas, que Abraham había aprendido que no tiene valor el convertir a la gente a la fuerza, usar métodos extorsivos, emplear la violencia, engañar, nada de eso sirve realmente. Se consiguen éxitos superficiales, el falso éxito del EGO. Para llegar a los cambios radicales se debe partir y llegar del AMOR. Enseñar, pero no imponer. Predicar con el ejemplo, no solo con la palabra. Aceptar al otro con sus ritmos, tiempos, diferencias, contradicciones, dudas, zonas oscuras, y no pretender hacer de todos “santitos” al imagen y semejanza del dios que uno inventa.
Es por ello que el Eterno se apareció a Abraham en aquella oportunidad. NO ERA uno de los visitantes, ellos eran enviados de Dios y no Dios mismo. Pero Dios apareció a visitar al patriarca porque él con su conducta hacía de Dios una presencia real, palpable, constante. Por medio de su acción cotidiana, de su respeto a la vida, de su arreglo a las leyes, de su control real sobre el EGO, de su AMOR, así era como Abraham estaba siempre en presencia del Padre.
Por ello también la parashá anterior dice algo muy bonito acerca del primer patriarca de los judíos, en otra ocasión en que el Eterno se apareció a él:
"Avram [Abram] tenía 99 años cuando el Eterno se le apareció y le dijo: -Yo soy el Elokim Todopoderoso; camina delante de Mí y sé íntegro."
(Bereshit / Génesis 17:1)
Abraham caminaba delante del Eterno, estaba unido a Él. Lo hacía porque había conquistado su EGO y estaba en comunión con el Padre, sin máscaras ni cáscaras que ocultaran su Yo Esencial.
El EGO había sido puesto en su mínima expresión, por lo cual Abraham era libre, era un hombre auténtico. Estaba en control real, no en la ilusión que padecemos nosotros.
Es bueno recordar que Abraham era un hombre común, no era un súper héroe, no un ángel, no un enviado celestial, no un ser milagroso, era un hombre, como tú y yo. Aprendió a salir hacia sí mismo, desprenderse del EGO natural, del que se activa al momento de nacer, del que viene en las enseñanzas que se reciben en el contacto con los otros. Ese es parte del secreto de la orden divino que le dijo:
"Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre"
(Bereshit / Génesis 12:1)
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