La Fuente “Q” no entra dentro de la categoría de los mundos posibles sino de los necesarios, es condición “sine qua non” para la existencia de los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, también llamados sinópticos por provenir de un mismo referente, este referente es “Q”.
Referente perdido y, supuestamente, contemporáneo o casi a lo que se dice relatado en esos evangelios, Dicha fuente pudo ser oral, escrita, o un conjunto de ambas opciones, y atendería más a un formato de dichos sapienciales que a uno narrativo como es el de los evangelios.
Fuera de “Q” -y muy cerca del gnosticismo- queda el evangelio de Juan, cuya estructura y contenido es bastante diferente a la de sus otros colegas canónicos, tanto es así que en su “Adversus haereses” Ireneo de Lyon tuvo que emplearse a fondo para reivindicar la “cristiandad” de dicho evangelio, utilizado ampliamente -con exégesis incluida- por grupos “gnósticos” cristianizantes como los valentinianos.
La Formación de los evangelios
Esta cuestión ha sido ampliamente tratada por investigadores y teólogos alemanes bajo el nombre de “formgeschichte”. Al parecer la primera manera de difundir el mensaje evangélico es oral, luego, nos hallamos ante una inicial tradición oral -aunque sea de breve duración comparada con otras-. Su transformación en elemento literario se debe, sobre todo, al deseo de dotarles de una carácter más didáctico para su audiencia y de unificar criterios de exposición, que ayudasen y corroborasen la exposición oral.
Ya los relatos utilizados por los primeros predicadores cristianos presentan una estructura común o, cuando menos, identificable a partir de bloques temáticos, así nos encontramos:
a) los dichos de Jesús, que pueden aparecer como exposiciones sapienciales, o bien revestidos de controversias, milagros o episodios que enriquezca su atractivo, pero el centro de atención es la sentencia,
b) milagros, aquí es el fenómeno extraordinario en sí lo que se desea destacar, cualquier elemento narrativo estará al servicio de lo fenomenológico,
c) contenidos biográficos o datos personales, la finalidad en esta ocasión es presentar las “cartas credenciales” del personaje de Jesús de Nazaret
d) sumarios y transiciones, son fases en los que el relato hace un compendio o un resumen de lo anterior o de parte de lo anterior: episodios ejemplares, milagros, dichos sapienciales, sucesos personales de Jesús, etc.
De la oralidad a lo escrito
Todo esto, en principio, como se ha dicho, se transmitía oralmente a modo de mensaje, este tipo de transmisión se llama “kerigma”.
La palabra «kerigma» es griega y significa realizar labores de emisario, digamos que comunicar un mensaje
Normalmente con este término se define a la primeras predicación cristiana que se iniciaría poco después de la supuesta muerte de Jesús de Nazaret. En ese sentido, por ejemplo, «Q» o sería un «kerigma» o estaría formado por ellas.
En la búsqueda del Jesús histórico primero se desechó todo material que se consideraba propio de tal género -por una sencilla razón: era material “post morten”-. Una vez visto que, a partir de aquí no se obtenía absolutamente nada -por otra sencilla razón: todo material acerca del personaje de Jesús de Nazaret es “post morten” a su teórica crucifixión-, se hizo lo contrario: acudir a lo más primitivo, luego, a todo el material que se podía entender como «kerigma»
En su paso al escrito se tuvo que adaptar el credo expuesto a las circunstancias de los destinatarios u oyentes, influyendo desde las necesidades propias de la predicación hasta la apologética, la formulación doctrinal y, también la litúrgica -por ejemplo, el episodio de la Última Cena.-.
Esta elaboración irá dando paso a colecciones extensas de textos que serán la base sobre la que se levantarán los evangelios. De una de estás colecciones, más su complemento oral correspondiente, es de donde se supone que surge “Q”, o, mejor dicho, que es “Q”.
La Fuente “Q”
Las relaciones y coincidencias entre los textos de Mateo, Marcos y Lucas, llevaron a la cuestión de los sinópticos. Esto es, que esos textos pueden disponerse de manera que puedan ser vistos juntos, en nuestro caso debido a las múltiples coincidencias entre los mismos, al tiempo que se observan, también las discordancias.
No obstante las coincidencias, su número y su categoría indicaban que esos textos tenían una relación común, bien ¿qué relación había pues entre ellos? La hipótesis mayoritaria es la de las dos fuentes, que, en definitiva se resume en una, puesto que todos ellos procedían de un mismo texto anterior -repetimos que de este asunto se excluye el texto de Juan-.
Biblistas e investigadores, principalmente anglosajones y alemanes, apoyaron la tesis que el texto de Marcos debía aproximarse más a ese original y que Mateo y Lucas se apoyaban en Marcos -teoría de las dos fuentes-.
Digamos que, según esto, Marcos no sería “Q” sino “Q1”o “sub-Q”, siendo Mateo y Lucas adaptaciones de Marcos, pero de ninguna manera Marcos sería, tampoco “Q”, En cualquier caso, ese fondo común sería “Q” (del alemán “quelle” o “fuente”), al que podría añadirse, para el particular evangelio de Lucas, otras fuentes aún más desconocidas -es decir más intuidas, porque “Q” se intuye pero no se conoce- que la propia fuente “Q”.
“Q” y otros textos”
En general para referirse a este origen primigenio y común pasó a usarse el nombre de «Quelle» (fuente en alemán) o, abreviando, el nombre de «Q», que se generaliza a partir de su uso J. Weiss en 1890 y, denominación, por la cual se le conoce actualmente.
La opinión mayoritaria es que «Q» es un texto que se escribió originariamente en griego. Idioma, por lo demás, en el que, curiosamente, se confeccionó la totalidad del Nuevo Testamento.
Para añadir mayor variedad -y tal vez confusionismo- al tema, en 1897 se publican unos fragmentos griegos, los papiros de Oxirrinco (Egipto), de una colección de dichos atribuidos a Jesús. Y, también en Egipto, posteriormente aparece en 1945 la llamada “Biblioteca de Nag-Hammadi”, que es un códice en copto con numerosos textos completos en el que aparece, también el apócrifo de Tomás, pero que… son textos gnósticos, es decir, no cristianos aunque usen la figura de Jesús y aseguren que dijo o hizo tal o cual cosa.
Sea como sea, la aparición de estos textos, cuyo género literario es básicamente -aunque no únicamente- el de una recopilación de textos sapienciales, parece indicar -aunque ya lo indicaba Juan- que la fuente «Q» no es la única y primigenia en sentido estricto, sino que puede ser una obra más entre otras de un género literario, común en la primitiva literatura cristiana. Lo que sí debiera ser “Q” es la obra primigenia sobre la cual se levantan los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas.
Los problemas de «Q» y las aventuras deconstructivas y reconstructivas
El mayor problema de «Q» yel mayor argumento contra la misma es su carácter hipotético y reconstructivo. Ya mencionábamos al principio que «Q» no era un «mundo posible» sino un mundo o condición necesaria para explicar los sinópticos, pero su problema es que es una condición, no un documento material, en ese sentido no pasa de ser hipótesis aunque parezca ineludible, pero no debemos perder de vista dicho carácter hipotético y caer en la tentación de convertirlo en axioma.
Así, los investigadores católicos normalmente intentan explicar el problema sinóptico por contactos literarios mutuos entre los textos existentes, antes que recurrir a un documento hipotético, su problema es que no han logrado explicarlo o, al menos, no de manera satisfactoria, por lo cual el documento hipotético sigue siendo condición necesaria.
Lo más metodológicamente estricto hubiera sido quedarse ahí, es decir, señalar el problema sinóptico y la hipótesis «Q». Ahora bien, resulta que ha habido aventuras deconstructivas de los sinópticos y después reconstructivas -desde dicha deconstrucción- de “Q”, quienes las han hecho se han quedado además muy ufanos, afirmando que habían reconstruido “el documento Q” -cosa harto difícil teniendo en cuenta que si damos por válida o imprescindible su existencia, hemos de dar por valida, también, su desaparición-.
El método es relativamente sencillo -lo que no significa que no sea laborioso-, explicado a grandes rasgos, se procede a una “dissémination” de los textos de Mateo, Marcos y Lucas y, a partir, de la resultante, se desechan los materiales no estructurales de los mismos y… se dice que eso es “Q”.
Obviamente la “hipoteticidad” y “acientifidad” de tales métodos resultan visibles a simple vista, seguro que también se puede hacer eso entre “Los tres mosqueteros” y “El conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, no por ello tendríamos “la novela original”, tan sólo tendríamos una amalgama de fragmentos aparentemente coincidentes o encajables,
Dicho de otra manera: la “deconstrucción/reconstrucción” de los sinópticos no nos da “Q”, nos da un ejercicio deconstructivo -además, un magnífico ejemplo de lo que dice Derrida respecto a la no originalidad de sentidos- y, en cuanto a “Quelle” nos da… el monstruo de Frankenstein.
Las reconstrucciones de «Q»
Pero no pensemos que tal aventura no se ha realizado, por el contrario, se ha hecho y alegremente, cabe citar entre otros autores -que, además, dan por buena y segura su reconstrucción, vaya, que hasta parecen prescindir de la esencia hipotética de “Q”- a A. von Harnack, J.Smichd. T. W. Manson, A. Polag y, en castellano, a César Vidal Manzanares, quién, pese a reconocer en su texto la imposibilidad de una reconstrucción sobre algo hipotético, da por buena “mayoritariamente” su aportación y la de sus predecesores:
“Aunque ninguna reconstrucción -incluyendo lo propia- coincide en un ciento por ciento, sí existe un amplio consenso en la inmensa mayoría de los aspectos. Igual puede decirse de la presente” (César Vidal Manzanares, “El Documento Q”, pág. 14, Editorial Planeta, Barcelona, 2005)
El pequeño problema de estas actuaciones metodológicas -o, más bien, antimetodológicas- es que no proceden a reconstruir nada, lo que hacen es construir algo a partir de una hipótesis que es condición necesaria para explicar los sinópticos pero… no tenemos material de esa hipótesis sobre el que reconstruir nada, sólo tenemos la necesidad de la misma.
Ergo, todo lo que puede hacerse es construirse sobre el vacío y eso es lo que hacen todos los “reconstructores” de “Q”, construir sobre el vacío que crean en los sinópticos al deconstruirlos y sobre el vacío de una hipótesis necesaria pero… ausente de material.
El «documento Q» y algún intento de aproximación al Jesús histórico
Respecto al “Jesús histórico” y el listado de puntos que César Vidal incluye en lo que el denomina partir “de un criterio meramente histórico” en su obra “El documento Q”, el mismo autor señala que dará las “fuentes históricas” en las que apoya cada uno de sus puntos, y, ciertamente, da ciertas fuentes, que iremos revisando.
Estas fuentes se han incluido en lo que creemos debe ser -y pensamos que esa era la intención de don César Vidal- poco más que un listado sintético con las cuestiones puntuales que se deseaban resaltar, por eso, también, hemos acortado el contenido de algún fragmento reproducido donde el autor se explayaba en comentarios o exposiciones casi doctrinales y que, en nuestra opinión no había lugar -fuera de la libertad creativa, por supuesto- en un listado que pretendía ser “resumen histórico”.
Revisión de puntos, argumentos y fuentes
Bien, lo primero que diremos al respecto es que, efectivamente, en “El documento Q”, se nos presenta un listado sintético, pero, lo es de aquello que en nuestra infancia se llamaba “Historia Sagrada”, en absoluto lo es de la disciplina académica y científica llamada Historia.
Por ello, a continuación, revisaremos las argumentaciones de don César Vidal y las supuestas fuentes históricas -una por una- que, según don César, apoyan sus afirmaciones -en nuestra mucho más humilde opinión especulaciones dictadas por la fe, nada que objetar, excepto que… eso no es Historia-.
Veamos lo que entiende don César Vidal Manzanares como datos pura y meramente históricos, a partir de lo que él mismo menciona junto al listado de puntos “incontrovertibles” que aparecen entre las páginas 232-235, muy cerca de la parte final de su obra “El Documento Q”.
Antes que nada indicar que no se ha añadido nada a las citas de don César Vidal, pero, como se ha dicho, sí se han acortado extensos párrafos que, a nuestro entender, no añadían información alguna sobre hechos y bastante sobre doctrina, dogma y catequesis –o escuela dominical-.
Ámbitos muy respetables pero que ninguno de los cuales puede calificarse de “histórico” o que incumba a la disciplina académica y científica llamada Historia.
Dicho lo cual, daremos la cita bibliográfica exacta por si algún amable lector desea comprobar, por sí mismo, los argumentos -del todo respetables y honorables- que expone don César Vidal Manzanares, esta cita es la que sigue:
César Vidal Manzanares, “El documento Q”, páginas 232 a 235, Editorial, Planeta, Barcelona 2005.
Los puntos incontrovertibles e históricos sobre Jesús de Nazaret según César Vidal
Pasemos ahora a repasar los argumentos “mínimos” de historicidad indiscutible según el criterio del autor mencionado, seguiremos la numeración de puntos de su listado, así como las fuentes que cita en la medida que lo hace.
1. “Jesús pertenecía a la estirpe davídica”. Esta es la afirmación de don César, las fuentes para basar la misma son: Mateo, Lucas y Eusebio de Cesarea. Es decir, ni una sola fuente contemporánea, todas parciales, dos de ellas apologéticas cristianas (Mateo y Lucas), y sobre la tercera, además de ser igualmente cristiana y apologética (luego, parcial) resulta irrisorio dar crédito a Eusebio de Cesarea, quién vivió cuatro siglos después de los supuestos acontecidos y, además, era autor dado a interpolar cosas de propia mano en escritos ajenos –por ejemplo, en “Las Antigüedades de los judíos” de Flavio Josefo- y a manipularlos.
Ni una sola de esas fuentes es:
a) histórica,
b) contemporánea,
c) imparcial,
Todas ellas son, como se ha dicho, apologéticas, y una de ellas, además, responde al credo sincrético formulado bajo el reinado de Su Sagrada Majestad Constantino I e instaurado en los concilios de Nicea y Constantinopla.
¿Son documentos históricos? En sí mismos sí, lo son, pero su contenido carece de verosimilitud que la Historia pueda contemplar como determinante, más allá de lo que el propio texto explica –de la misma manera que ocurre con “La Ilíada de Homero”, o la sumeria “Epopeya de Gilgamesh”-.
Por todo lo cual debemos descartar la totalidad de esas fuentes en tanto en cuanto documentos que demuestren, no ya el linaje de Jesús de Nazaret, sino, siquiera, la existencia de la persona –al margen del personaje-.
2. “Su nacimiento no fue normal”. El autor nos cita aquí a Mateo, Lucas, Juan y el Talmud.
Tal vez sea oportuno recordar que los evangelios de Mateo, Lucas y Marcos muestran dudas sobre la filiación, y que el Talmud, al igual que Celso, no muestra ni una duda: señala a un soldado romano llamado Pantera o Panthera –Jesús sería, entonces, Iesu ben Panthera-.
Ni unos ni otros textos son en absoluto imparciales, y resulta por completo imposible verificar su verosimilitud, más allá…de la existencia real del nombre “Pantera” o “Panthera” como nombre romano y de soldado romano, uno de los muchos ejemplos que pueden encontrarse en el CIL (Corpus Inscriptionum Latinarum):
“Aquí yace Tiberio Julio Abdes Pantera, de Sidón, vivió 62 años, y durante cuarenta sirvió como soldado de la cohorte de los arqueros”
(Lapida en Bingeium, Germania, Dessau. Inscriptiones Latinae Selectae, 2571)
En consecuencia deben descartarse tanto las fuentes dadas como el argumento que supuestamente demuestran.
La controversia sobre los dos primeros puntos
Resulta cuando menos curioso dar por académicamente verosímiles un par de afirmaciones basadas exclusivamente o en la apologética favorable o, por el contrario, en su refutación.
Porque la filiación davídica fuera de la fe personal que el autor de la obra deposite en fuentes religiosas, de parte y en absoluto comprobables o verificables por otras vías, es, cuando menos, incomprensible.
Ahora bien, dónde ya se riza el rizo es en el punto sobre la “anormalidad” del nacimiento, porque la misma se basa en las propias dudas que mencionan los textos evangélicos acerca de la filiación –si bien, para, finalmente refutarlas-, y en las nulas dudas sino directa imputación de adulterio por parte de las fuentes talmúdicas y, también, de Celso.
Como vemos, apenas empezados los puntos “históricamente incontrovertibles” que nos presenta don César Vidal Manzanares ya debemos descartar, desde la metodología de la Historia, los dos primeros presentados. Será necesario ver que sucede con el resto.
La fuente «Q»: Construcciones a partir de una hipótesis
El principal problema de la fuente “Q” es el de su inexistencia, inexistencia física dado que su único nivel de realidad es el que la creó: la condición necesaria. Lo que nos lleva directamente a lo hipotético, la hipótesis es aceptada en cuanto es imposible no hacerlo, dado que mi un sólo evangelio es texto original.
Con independencia de que las copias que poseemos sean más cercanas o lejanas en el tiempo de los supuestos contemplados, pondremos un ejemplo de lo que esto significa, la copia más cercana a la época de Julio César de “La Guerra de las Galias” puede estar muy alejada del tiempo de César, pero, al margen de eso, sabemos que reproduce lo que escribió e hizo César. Cosa que no sucede con ninguna fuente evangélica: no sabemos -porque no son copias del original- si lo que dicen que hizo o dijo Jesús lo hizo o lo dijo, es más, ni siquiera tenemos la seguridad de que no se mezclen diversas personas para generar un personaje.
Las construcciones de “Q”
Los intentos de reconstrucción de “Q” no tienen excesivo sentido porque caen por su base: carecemos del documento “Q”, lo único que tenemos es una hipótesis necesaria, actualmente formulada como de doble origen, por un lado estaría el evangelio de Marcos como “sub-Q” enraizado directamente en “Q” y, por otro- los de Mateo y Lucas, dependientes de “sub-Q” -es decir, de Marcos- y puede que también de la propia “Q”.
Por bien intencionados que sean los esfuerzos de diferentes autores, como Harnack, Polag o G.R. Habermas, empeñados tanto en “construir” la fuente “Q” -que no “reconstruir”- como dar listados de “patente de historicidad” de ciertos pasajes o postulados evangélicos al a búsqueda obsesiva del “Jesús histórico”, todo eso no lleva a ninguna parte, en cualquier caso no lleva al Jesús histórico, tan sólo hay que observar las fuentes citadas y contrastarlas con sus afirmaciones para ver como éstas se derrumban como castillo de naipes.
En ese sentido, resulta que la “historicidad” pretendida al linaje davídico de Jesús o a circunstancias extraordinarias en su nacimiento, esgrimidas por César Vidal en su obra “El Documento Q”, no tienen la menor consistencia dado que se basan en la escasamente histórica razón de “que la Biblia y la patrística lo dicen” o bien.. .en que sus adversarios señalan… situaciones denigrantes hacia el personaje y su entorno -señales que, sin poder afirmar que sean verídicas, sí puede afirmarse por la evidencia epigráfica que se molestaron en buscar datos plausibles-.
Algunos puntos derivados de la construcción de «Q» de César Vidal
Del considerable listado que da César Vidal en los capítulos finales de su libro “El Documento Q”, acabamos de citar el porqué cabe descartar como “hechos demostrados” la filiación davídica y algo extraordinario en su “nacimiento físico” (no podemos considerar “extraordinario” la filiación de padre distinto al putativo, aún menos su el padre biológico resulta ser un soldado).
Pero podemos seguir con el análisis de alguno de esos puntos que César Vidal da por “hechos históricos”.
Así dice en su punto tres “Estuvo en Egipto”, como fuente se cita a Mateo y al Talmud, pero… sucede que no se cita en que sentido lo citan. Así en Mateo ese dato no es sino una de esas historias o mitos arquetípicos aplicables a numerosas deidades, así “la huida” se presenta en numerosas ocasiones y culturas, como mostró Joseph Campbell en “El Héroe de las misl caras”, donde aplica en la práctica la teoría expuesta por Carl Gustav Jung sobre los arquetipos y el inconsciente colectivo Por lo cual eso cabe considerarse una leyenda, no una fuente verificable.
Jesús el egipcio (Iesu bar Soteda) en el Talmud
En cuanto al Talmud, es cierto, habla de un Jesús que subió de Egipto, e incluso en los “Hechos de los apóstoles” hay referencia a él, veámoslas:
Según el Talmud Iesu bar Soteda fue, muy posiblemente, otro Jesús que no el supuesto nazareno. Como tantos profetas de la época vaticinó la caída de los muros de Jerusalén -el vaticinio tampoco era especialmente difícil, dado el permanente ambiente de hostilidad entre judíos entre sí y judíos y romanos-.
Al parecer había subido de Egipto acompañado de una tropa de de cuatro seguidores. Ni tan sólo hizo falta la intervención de Roma Herodes Filipo, Tetrarca de Batanea, Gaulanitis, Trachonitis y Auranitis , acabó con esa tropa. Cabe la posibilidad que ese Iesu bar Sotedaä fuése arrestado y apedreado en Lud, tal y como lo cuenta el Talmud, en Sanedrín: 67.
Igualmente en los “Hechos de los apóstoles” -curiosamente olvidados en este punto por don César Vidal- se menciona a este profeta de Egipto. Aquí aparece como Teudas (Hech 5, 36), y en otro versículo (Hech 21, 38) se dice a Pablo por un tribuno: “¿No eres tú entonces el egipcio que estos últimos días ha amotinado y llevado al desierto a los 4.000 sicarios?”
Referencias que no coinciden demasiado con la imagen de la Sagrada Familia refugiada en la tierra del Nilo huyendo de Herodes el Grande, beatífica imagen que no tiene el menor apoyo histórico, desde luego no en las fuentes citadas por César Vidal para dar por válido y verificado tal suceso.
Dada la ausencia de fuentes fiables que verifiquen tal dato -o son apologéticas o se refieren a otro asunto, tanto las cristianas como las de parte contraria- no queda más remedio que descartar ese punto tres de los “hechos históricos” desde la Historia, ahora, otra cosa es la “Historia Sagrada”, pero eso es religión no una ciencia social.
Los problemas de la Fuente «Q» ante la aplicación del método histórico
En primer lugar tal vez sea conveniente dejar claro cual es la base del método histórico, es decir, de aquello que convierte a la Historia en una disciplina académica y científica, dentro del campo de las Ciencias Sociales.
Cualquier fuente documental es un dato en sí mismo, en ese sentido la totalidad de las fuentes cristianas son datos y documentos, como lo es la historiografía senatorial romana, la epopeya de Gilgamesh, o «la Iliada» o «la Odisea» de Homero.
El documento histórico y la fiabilidad de lo que dice
¿Se puede extraer información de esas fuentes? Sí ¿podemos creer literalmente todo aquello que dicen? No, desde la Historia académica, no.
Pondremos un ejemplo, la historiografía senatorial romana es parcial siempre, habla bien de los emperadores que favorecieron o actuaron acorde lo que deseaba el Senado y mal o muy mal de aquellos otros que no le favorecieron, o bien porque se apoyaron en el “populus” –como Nerón- o en el ejército –como Septimio Severo-.
Por eso se debe insistir en que no puede tomarse de ninguna manera como fuente imparcial, fidedigna y verosímil las fuentes cristianas, por el sencillo motivo de que son parciales y su objetivo es apologético, y si se ha de sacrificar la verdad en aras de la apología pues…se sacrifica –véase a Eusebio de Cesarea y sus “arreglos”, o cosas más delirantes como la «Carta de Léntulo» o el «Ciclo de Pilatos»-.
La fiabilidad histórica de las fuentes documentales
Al abordar una serie de documentos o fuentes históricas, en relación a un supuesto concreto, existen unos pasos fundamentales que se han de observar, caso contrario el análisis crítico resulta imposible, podemos resumirlos en seis puntos, puntos que reflejan una situación ideal:
- Hay muchas, cuantas más haya mejor, de manera que se pueden comparar entre sí y cotejar los resultados
- Unas y otras son contemporáneas o muy cercanas al supuesto estudiado, eso hace menos probable que estén contaminadas por leyendas, rumores, mitificaciones, exageraciones y, en definitiva, todo aquello que se la va añadiendo a algo cuando de por medio pasa tiempo, no digamos ya si interviene la tradición oral
- Su composición es diferente e independiente entre sí, digamos que los autores de los diferentes documentos no hayan tenido la posibilidad de ponerse de acuerdo para confeccionarlos..
- Que sus contenidos no se contradigan en todo o en parte, eso sería un indicador de que una o todas ellas no son errónea, digamos que es un indicador de verosimilitud. Indicador que adquiere mayor credibilidad cuanto más independientes –y, por tanto, menos contaminadas- sean las fuentes entre sí.
- Coherencia interna en el documento o documentos, Eso es otro indicador de la preocupación del autor por la fiabilidad del contenido, de lo relatado.
- Que no sean tendenciosas o parciales respecto al asunto contemplado –aquello que deseamos analizar-. Que tengan una imparcialidad mínima y una tendencia a la objetividad que asegure o que haga más creíble que no se han manipulado datos o se han interpolado versiones falsas de manera que el relato no es objetivo sino que se ha puesto al servicio de un objetivo, Igualmente se precisaría que no suprimiesen datos significativos.
Ese es el escenario ideal ante un documento histórico y ese es…el escenario que nunca se da, no al menso al cien por cien, pero hay grados y grados, veamos ahora cual es el grado de fiabilidad de las fuentes históricas sobre Jesús de Nazaret.
La fiabilidad histórica de las fuentes documentales sobre Jesús de Nazaret
En el caso que nos ocupa y respecto al punto «uno», las fuentes no son numerosas… fuera de las propias apologéticas cristianas. Aunque puede compararse las que hay entre sí. Sucede que el cristianismo, consciente de lo escaso de las «fuentes externas» respecto a ese tema, intenta y ha intentado hacer creer que hay mayor evidencia externa que la realmente existente.
El punto «dos», en el mejor de los casos muy relativa esa cercanía. Por no haber cercanía no la hay ni en lo temporal, ni en lo territorial ni…en el asunto específico -demasiado insignificante en el momento en el que sucedieron los supuesto acontecimientos para que nadie se tomase la molestia de anotarlos-.
El punto «tres», muy independientes no son los textos apologéticos entre sí, al menos en cuanto a su finalidad, si se da por buena la «fuente Q» aún lo serían menos entre sí los sinópticos, puesto que procederían de una misma fuente o compilación de datos no de fuentes diversas coincidentes, es más, es a partir del «documento Q» que se pretende explicar las diferencias o disimilitudes entre los textos sinópticos. Dicho de otra manera: esos textos no sólo no serían independientes sino que no podrían confirmar nada entre sí, por el contrario sus diferencias vendrían dadas a partir de distintas «interpretatio» de «Q». Respecto a las fuentes externas y no apologéticas del cristianismo –como las romanas-, resulta que… no confirman nada -más allá de la existencia del cristianismo y de una más que borrosa figura a partir de la cual se generó-. Eso por una parte, por otra resulta que en ocasiones esas fuentes externas son tan poco neutrales como las apologéticas, son otra cosa: polémicas -Celso mismo lo es, las referencias del Talmud, escasísimas y oscuras, también lo son-.
El punto “cuatro”, se contradicen muchísimo entre sí, tanto los textos cristianos como los externos -de hecho, el Talmud, por ejemplo, parece referirse a «varios» «Jesuses», ibidem por lo que hace a Josefo, en cuyos textos aparecen al menos dos personajes que comparten ciertas características de la figura del cristianismo-.
El punto “cinco”, respecto a la preocupación por la «fiabilidad» hay que relativizarla en cualquier texto antiguo, no existe pretensión de «objetividad» en esos autores, ni tan siquiera «tendencial», existe siempre pretensión de defender o mostrar una u otra «subjetividad». «Coherencia interna» si nos ceñimos a los evangelios…depende, depende de dónde la busquemos y a que nos refiramos con ello, doctrinalmente, aún así mucho depende de la «interpretatio»…de la doctrina, a las diferentes ramas del cristianismo me remito.
El punto “seis”, la tendenciosidad en este tema es global y absoluta por todos lados y en todas las fuentes. Tal vez las menos sean las escasas referencias romanas de los siglos I y II de la era común, aunque siempre son frías y despreciativas respecto al cristianismo.
Ese es el panorama ante el que nos enfrentamos en la totalidad de la documentación histórica, no ya sobre Jesús de Nazaret sino sobre el cristianismo primitivo.
(continua)