Noaj construyó el famoso «bote salvavidas» que lo salvó a él y a siete otros humanos (su esposa, sus tres hijos con sus esposas) del Gran Diluvio. Así que usted puede agradecerle a Noaj haber salvado a la humanidad, o puede criticarlo (como lo hace el Zohar) por no salvar al resto de su generación.
La Torá nos dice que Noaj no entró en el arca hasta el último minuto, cuando ya estaba lloviendo. Usted puede loar su optimismo, o puede señalar (como lo hace Rashi) que él era «poco creyente» en las palabras de Di-s.
La Torá también cuenta que incluso después de que las aguas del Diluvio hubieran retrocedido y la tierra se hubiera secado, Noaj no saldría del arca hasta que Di-s expresamente se lo ordenara. Usted puede llamarlo tímido, o puede admirar (como lo hacen nuestros sabios) su obediencia: Di-s le ordenó que entrara en el arca, por lo que permaneció en ella hasta que Di-s le ordenó que saliera.
Lo primero que hizo Noaj para desarrollar la tierra árida que encontró al salir del arca, fue plantar un viñedo, fabricar vino y emborracharse. Usted puede desaprobar su inconstancia, o aplaudir su determinación por infundir un poco de alegría y júbilo en un mundo desolado.
Noaj vivió 950 años–bastante tiempo para hacer todo mal y todo bien.
Todos nosotros somos los descendientes de Noaj. Noaj es descendente de Adam, por lo cual todos nosotros somos, también, hijos de Adam. Pero el término que usa el Talmud y la Halajá (la ley de la Torá) para la humanidad en conjunto es Bnei Noaj («los hijos de Noaj»). Las siete leyes universales de moralidad en cada ser humano (prohibición de idolatría, blasfemia, asesinato, robo, adulterio e incesto, crueldad a los animales, y establecimiento de cortes de justicia) se llaman «Las Siete Leyes de Noaj»–aunque se ordenaron seis de ellos realmente a Adam.
Adam fue el primer hombre. Noaj fue el primer ser humano.