No estamos interesados en la verdad, ni en la justicia, ni en establecer shalom;
en el fondo (o más arriba) todos estamos pidiendo que nos quieran.
Que una madre esté atenta, que nos alce en brazos, que nos mime, que nos cobije y nos diga cuanto nos quiera solamente por ser quien somos.
Que un padre nos proteja, nos sostenga, nos aliente, nos dé una palmadita de confianza, y hasta una nalgada para enderezarnos, que también nos quiera y por ello nos corrige.
Ser alguien para algún alguien.
Entonces, viene el pastor, el gurú, el político, el jefe de la manada, el referente y no nos interesa que tan sabio sea, ni cuanto conozca de su libro revelado, ni cuanta verdad haya en sus palabras y gestos, tampoco estamos tan atraídos por la mística en sí misma, ni tan siquiera por milagros o apariencia de tales. Solo queremos que nos quieran.
Que el rabino, o el “padre”, esté allí para nosotros. Que nos conozca. Que nos pregunte de nuestra vida. Que nos diga alguna palabra alentadora. Que nos consuele. A veces que diga algo interesante y con contenido. Pero siempre, siempre que sea una presencia querendona, que destile amor, aunque sea solo para cumplir su labor profesional.
Así, el brillante maestro, el inteligente consejero, el listo psicólogo, el educado ministro espiritual, el experiente líder del grupo, de poco vale si no aporta ese carisma especial, que poco y nadie tiene que ver con dotes intelectuales, habilidades sociales, sino solamente con estar ahí para que la persona se sienta satisfecha, como el niño aupado a la madre luego de saciarse con su leche.
Desde el pequeñito al anciano, hasta el que está con un pie ya entrando a la tumba, lo que se anhela es esa mano firme, ese seno acariciante, esa aura de protección y cuidado, esa magia inconfesable de ser hijo de una madre (un padre) que atiende y concede su presencia activa.
Cuando este “secreto” está en manos de los manipuladores (de toda calaña, religiosos, políticos, mercantiles, sindicales, grupales, etc.),
sea porque están conscientes de él, o simplemente porque lo emplean sin mucha teorización detrás,
podemos comprobar cómo caen masas de ovejas que se fidelizan a su pastor.
Se congregan en torno a esa imagen de solvencia, que es un remplazo para esa madre (padre) añorada desde las entrañas.
Puede ser el guía más obtuso, el que les inyecta venenos de todo tipo, el que les quita sus pertenencias y sueños, el que poco ayuda a mejorar sus vidas en la realidad; pero, sigue siendo el que les provee de esa magia que desde lo profundo les succiona la existencia. Así ha sido, y sigue siendo. Cuando vemos con detenimiento las figuras clásicas que congregan gente a su alrededor, nos encontramos con este estereotipo. Desde el curita de la cuadra, hasta el dictador enloquecido pero amado por las masas. Desde el nuevo gurú cabalistero, hasta el maestrito ignorante pero poblado de discípulos. Desde el rabino que convoca multitudes aunque su profundidad halájica y conceptual es escasa, hasta el demagogo que ofrece más de la misma miseria pero no pierde una elección. Es gente muy hábil en esto de aparecer como figura de “amor”, que está presente en las cosas de la vida de sus seguidores, aunque probablemente en los hechos no tenga ninguna efectividad. Pero está, conoce por el nombre, pregunta por la esposa, se acuerda del aniversario, le dice la palabrita cursi pero esperada, se vende como el ser especial que te ama y tú lo compras.
Queremos que nos quieran, lo que nos conduce por caminos no siempre luminosos y de crecimiento.
Por supuesto, si conoces nuestras enseñanzas, habrás descubierto al EGO también detrás de esto.
Lo sabemos.
Y ahora me dirijo especialmente a los líderes actuales y futuros de FULVIDA, y sus ramificaciones. Es una exhortación apta para todos, pero dirigida personalmente a cada uno de ellos.
Resulta imprescindible educarnos para ser esa persona amorosa, atenta, que se ocupa por la gente que está a nuestro alrededor. Para fortalecer nuestras comunidades, hacer que los grupos a los que pertenecemos o lideramos no se pierdan detrás de cantos de sirenas asesinas que llevan a la muerte pero ofrecen la atención que el niñito lastimado y necesitado está llorando por recibir.
Eduquémonos también para ser complacientes, a la par que firmes, no dejemos solamente llevarnos por elaboraciones intelectuales, por estudios elevados, por aspiraciones de mundos ideales; seamos constructores de shalom en los hechos cotidianos, con acciones de bien Y justicia. Y, si el niñito (aunque tenga 90 años) está precisando de esa mística de la atención, ofrezcámosla con sinceridad, aunque nos cueste actuar de esa forma. Aprendamos a hacerlo. Tendremos mucha precaución de no actuar como manipuladores, no aprovecharnos del poder que implica ser esa figura que atiende; estaremos preparados para no ser usurpadores ni personificaciones del EGO. Andaremos con cuidado para no ser sometidos por las trampas del EGO, nuestro y del otro.
Pero, trataremos de dar esa comprensión, ese llamado telefónico, esa pregunta por la familia, ese abrazo, ese no sé qué que está esperando el otro, y no tanto el inteligente refrán o el sabio consejo metafísico.
Atiendo a tus comentarios.