El orgullo es definido en el diccionario (Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe) como:
- m. Autoestima.
- Exceso de estimación propia,arrogancia.
- Satisfacción personal que se experimenta por algo propio o relativo a uno mismo y que se considera valioso.
Como ocurre con muchísimas otras cualidades, hasta cierto punto es noble pero en su exceso o su defecto puede devenir en problemas, en negatividad.
Precisamos de un monto adecuado de orgullo, que puede ser comprendido así como autoestima ajustada a la realidad; pero cuando se traspasa el límite saludable, estamos ante un monstruo interno que provoca diferentes formas de dolor, para uno y para el prójimo.
La cuestión radica, entonces, en tener claro cuál es ese límite y aprender a controlarse para no sobrepasarlo.
Es interesante advertir que en la Torá no aparece ningún mandamiento o consejo explícitos al respecto de limitar la arrogancia.
Encontramos un pasaje que se refiere al rey judío, el cual debe ser estudioso de la Torá y cumplidor de sus preceptos, entre otras cosas para que:
"no se enaltezca su corazón sobre sus hermanos"
(Devarim / Deuteronomio 17:20)
No es un mandamiento en sí mismo, ni se aplica a todos los judíos o al resto de la humanidad, sino específicamente al rey.
Aquel que se supone tiene todo el poder del reino, que es seguido y obedecido por sus súbditos, que legisla y juzga, lleva a la guerra y hace la paz.
A él se le dice que debe ser esmerado en su conducta, para no ser doblegado por su EGO y terminar actuando reactivamente al sentimiento de impotencia. A él se le exige que lleve una vida estricta de Torá y mandamientos, porque si no se pondrá en un sitial superior a sus hermanos, olvidando que son, precisamente, sus hermanos y no sus esclavos o peones en sus maquinaciones.
Al respecto, el comentarista Ibn Eza, explica:
“se puede enaltecer si se cree libre del cumplimiento de los mandamientos”
Por ello, que se someta a la Constitución judía, a la Ley del Eterno, para que no permita nunca la idea o sentimiento vanidoso de suponerse diferente y superior al resto de los mortales.
Es triste, pero la historia lo demuestra una y otra vez, como el hombre se confunde cuando sorbe un poco de poder, y entonces deja de actuar con humildad, pierde el norte, cae en acciones tremendas, desprecia la vida y dignidad de su prójimo, todo por sentirse por encima de las leyes, por creerse libre para actuar según su propia complacencia (que suele ser solamente EGO y nada más que EGO).
En tanto el Ramban enseña al respecto del pasaje de la Torá que se evidencia la prohibición de la Torá con respecto a la GAAVÁ, el orgullo. Su deducción es la siguiente: si el rey, hombre poderoso si lo hay en el país, tiene prohibido enorgullecerse, ¡cuánto más el común de los ciudadanos, que no cuentan con tanto poder! Solo Dios es digno de orgullo, de altivez. En tanto el hombre no, ni siquiera el rey. Por lo cual nos recuerda el pasaje inspirado:
"Abominación es al Eterno todo altivo de corazón; de ninguna manera quedará impune."
(Mishlei / Proverbios 16:5)
El “Sefer Mitzvot Gadol” enumera la prohibición del orgullo dentro del precepto (para judíos) 64, a partir del versículo:
"Cuídate de no olvidarte del Eterno tu Elokim"
(Devarim / Deuteronomio 8:11)
Entendiendo que el orgulloso pone a su EGO en el sitial del Eterno.
Deja de adorar al Eterno para servir a su EGO.
Se olvida de Dios, de tanto orgullo que invade su corazón.
Como pasó con el rey de Babilonia, sobre el cual fue profetizado:
"Tú has dicho en tu corazón: ‘Subiré al cielo en lo alto; hasta las estrellas de Elokim levantaré mi trono y me sentaré en el monte de la asamblea, en las regiones más distantes del norte.
Subiré sobre las alturas de las nubes y seré semejante al Altísimo.’"
(Ieshaiá / Isaías 14:13-14)
A ese punto llega el orgulloso, a creerse un dios, a asemejarse con el Creador.
Como otro perverso en la historia de las religiones, del cual se dice que afirmó:
"El Padre y yo somos uno" (Jn 10,30) y "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,10)
Ese orgullo enfermo, insano, abominable, que es plena idolatría y muerte en vida.
Como bien describe el profeta al altivo rey, y como él a cualquiera que se deja esclavizar por el orgullo:
"Por tanto, así ha dicho el Señor Elokim: ‘Por cuanto se elevó en estatura y levantó su copa hasta las nubes, y su corazón se enalteció con su altura, por eso lo he entregado en mano de la más poderosa de la naciones, que ciertamente hará con él conforme a su impiedad. Yo lo he desechado; y los extranjeros, los más crueles de los pueblos, lo cortan y lo abandonan. Sobre los montes y en todos los valles cae su follaje, y sus ramas son rotas en todas las quebradas de la tierra. Todos los pueblos de la tierra se van de su sombra; lo abandonan.
Sobre su tronco caído habitan todas las aves del cielo, y sobre sus ramas están todos los animales del campo.
Así sucede para que ninguno de los árboles que crecen junto a las aguas se exalte por su altura, ni levante su copa hasta las nubes; y para que ninguno de los árboles que beben aguas confíe en la altura de sus ramas. Porque todos son entregados a la muerte, a la parte más baja de la tierra, en medio de los hijos de los hombres que descienden a la fosa.»"
(Iejezkel / Ezequiel 31:10-14)
El Talmud lo expresa con claridad, este aspecto del EGO ocupando el lugar de Dios, cuando los Sabios mencionan a Dios afirmando:
“Él y Yo no podemos vivir en el mismo mundo”… “se lo debe talar (al orgulloso) como a un árbol dedicado al culto idolátrico”
(Pesajim 66b y Sotá 5a)
Sin embargo, el orgullo dentro de su límite es imprescindible, tal como en el caso de los reyes indica el Talmud:
“¿Por qué fracasó el rey Shaúl?
Porque despreció su honor (orgullo).”
(Ioma 22b)
Y en el mismo Talmud se enseña que del Sabio se espera que tenga 1/64 de orgullo, porque es indispensable para preservar su sabiduría y poder hacer un uso acorde de ella.
Como por ejemplo, el equipo deportivo o deportista solitario, que está siendo ampliamente derrotado pero igualmente sigue jugando el partido con nobleza, con entereza, como si estuviera cero a cero, sin esquivar la responsabilidad, porque respeta al rival, al público, al deporte y especialmente a sí mismo.
Así pues, el orgullo, entendido como autoestima, honor propio y necesario, dignidad, respeto, es aquel que se encuentra dentro del marco de lo saludable y correcto; pero cuando se rompe ese límite y el sentimiento de altivez invade pensamientos y emociones, la persona está en declive, cavando su propia fosa fatal.
Como aconteció en la conocida historia de la Torá:
"Entonces Moshé [Moisés] mandó llamar a Datán y a Abiram, hijos de Eliab, pero ellos respondieron: -¡No subiremos!
¿Te parece poca cosa que nos hayas hecho subir de una tierra que fluye leche y miel a fin de hacernos morir en el desierto, para que también insistas en enseñorearte sobre nosotros?
Tampoco nos has traído a una tierra que fluye leche y miel, ni nos has dado heredades de campos y viñas. ¿Vas a sacar los ojos a estos hombres? ¡No subiremos!
Entonces Moshé [Moisés] se enojó muchísimo y dijo al Eterno: -¡No aceptes su ofrenda! Ni siquiera un asno he tomado de ellos, ni a ninguno de ellos he hecho daño.
…
Aconteció que al acabar él de hablar todas estas palabras, se rompió la tierra que estaba debajo de ellos.
La tierra abrió su boca y se los tragó a ellos, a sus familias y a todos los hombres que eran de Koraj [Coré], junto con todos sus bienes.
Ellos con todo lo que tenían descendieron vivos al Sheol. La tierra los cubrió, y perecieron en medio de la asamblea."
(Bemidbar / Números 16:12-33)
Aquellos que enfermos de orgullo se creían por encima de Moshé (el más humilde de los hombres), y que gritaban a quien quisiera oír que ellos “no subirían”, y que ellos morirían en el desierto; esos terminaron cayendo en lo profundo del abismo que se abrió a sus pies. Como una paradoja jocosamente mortal, los que pretenden ser más de lo que son, llenos de vanagloria, terminan por tropezar y ser menos de lo que pueden llegar a ser.
Por esto, Maimónides que siempre predicó andar por el justo camino del medio, en el caso del orgullo pregona que la persona sea muy cuidadosa, que sepa defender su dignidad y no despreciar su honor, pero se atenga a ser muy modesto y a que su corazón no se hinche pretenciosamente. Es que, como mencionamos, muy pronto el EGO consume las energías, desvía la senda, nubla el entendimiento y hasta el más brillante pierde su capacidad a causa del orgullo (Pesajim 66b).
El Ramban, en la carta de la ética que envió a su hijo, le explica que uno puede ejercer control sobre el orgullo, en parte, al emplear lo que nosotros denominamos Comunicación Auténtica (busca al respecto en el sitio, hay abundante material disponible). Previniendo las reacciones automáticas del EGO, para contenerlo y de esa forma sostener el orgullo en su justa medida. Así, la persona no trata de manipular, no llama la atención de modos indecorosos, no emplea la violencia en ninguna forma, sino que respeta y pretende ser respetado.
En tanto el Ramjal, en Mesilat Iesharim capítulo 11, nos señala algo que es fácilmente reconocible: el orgulloso trata de tapar sus falencias, de hacerse el distraído, de negarlas, de seguir empecinado en el error por el mero hecho de no reconocer su debilidad. Está en constante huida de sí mismo, negando su realidad, inventando excusas para mantenerse en la celdita mental que lo tiene esclavo a pesar de estar la puerta abierta y sin cerrojo. Es que el orgullo, digna herramienta del EGO, sirve fielmente a su señor, pues deja a la persona sumida en impotencia (real o sentida) y por tanto reaccionando de forma automática desde el EGO.
Por tanto, cuando hay una sobre valoración (desmedida) de los deseos, ideas, acciones, opiniones, sentimientos, objetos propios, estamos ante un traspaso del límite saludable.
Lo que conllevará, tarde o temprano, el menoscabo hacia los demás.
El reemplazo de una realidad compartida por otra pergeñada por el EGO, para que acomode a los propios intereses, que finalmente serán reactivos a la impotencia y terminarán en impotencia.
Como aquel que habiéndose dado cuenta de su error, prefiere seguir en él, con la excusa de que es muy tarde para arrepentirse; o ha perdido mucho tiempo en esa senda falsa y sería penoso reconocerlo; o le da vergüenza admitir no ser “perfecto”; o huecas vanidades similares.
Como aquel que por no querer aparecer como menos a ojos de los demás se queda en ignorancia, en falsa sapiencia, en error, en dolor, en angustia, todo por no querer parecer inferior, necesitado, impotente. Lo cierto, es que es impotente y multiplicado por aferrarse a lo que lo empobrece.
Como aquel que evita situaciones que le sugieren vergüenza, o incomodidad, o de alguna forma ser centro de atención negativa, por lo cual se queda encerrado, quieto, inmóvil, oculto, camuflado, no sea cosa que alguien reconozca su estado de supuesta inferioridad, que probablemente solo exista en su imaginación.
Como aquella persona maltratada en su relación matrimonial, o víctima de hostigamiento laboral, que no tiene nada para perder si hace la denuncia judicial correspondiente, pero (en parte, y solo en parte) su orgullo le impide proceder, para lo cual encontrará justificativos más que razonables, pero que solamente le hunden en la violencia, en el malestar, en la muerte en vida.
Y así, podemos seguir recordando a amigos y pacientes, a personajes de libros o los que vimos en películas, o a nosotros mismos.
¿Qué hemos aprendido hoy y cómo nos ayuda a mejorar nuestra vida?