El fenómeno del enfoque en los aspectos materiales de los planos existenciales, nos ha llevado a que como sociedad, suplamos nuestros vacíos existenciales con la adquisición de bienes y servicios. En otras palabras, cuando la mayoría de las personas nos sentimos mal, lejos de buscar la introspección y el acercamiento espiritual, acudimos a lo que nos es “más fácil” y cercano, el aspecto material.
Los efectos fenoménicos de la materialización de la existencia se echan de ver en la manera en cómo hemos venido arruinando la naturaleza, bajo un paradigma económico de crecimiento continuo en boga, donde el enfoque se da en trabajar muchas horas a costa de nuestros sueños y de nuestra familia, para así adquirir más bienes y más servicios.
A las personas se les mide por cuánto tienen o cómo se ven, no se les mide por su bondad y su espiritualidad, aspectos que parecieran ser más bien motivo de reproche más que de felicitación, pues nuestro mundo está patas arriba y resulta ser que lo digno de encomio es tenido por oprobio y lo que debería de ser motivo de oprobio es utilizado para encomio.
Te voy a poner un ejemplo práctico, la forma de medir el éxito de las personas en las compañías es con base a la productividad absoluta, no así en cuanto a las relaciones humanas ni cómo su buena disposición haya influido en el buen humor de los trabajadores, los cuales se desempeñaron mejor por esa buena disposición producto del buen trato recibido por parte de ese trabajador de buen talante, el cual, pese a no ser el más productivo directamente, contribuyó a la productividad general del grupo como tal.
Efecto fenoménico de la cuantificación material de los procesos bioquímico-neurológicos y la imposibilidad de la cuantificación de las emociones, aplicado analógicamente al plano de inmanencia espiritual.
Ahora bien, resulta ser que, como el plano de inmanencia espiritual está ahí presente y no ha desaparecido pese a la materialización de la existencia, entonces las personas, como seres con espíritu y alma que somos, nos vemos en una encrucijada: Compramos bienes que no necesitamos, adquirimos servicios innecesarios, pero al final del día nuestro ser sigue estando vacío y esos bienes y servicios adquiridos en pos de suplir nuestras falencias existenciales, no lograron más que disminuir nuestros ahorros o, acaso peor, aumentar nuestro saldo debido en la tarjeta de crédito.
Cuando el origen de una creencia con apariencia espiritual parte de un concepto material, no es posible obtener espiritualidad óntica sino tan solo ontológica de algo engendrado desde el plano material. Te pondré otro ejemplo para entenderlo mejor: Si alguien toma una piedra y la talla y la nombra dios, y consigue a un grupo de personas adoradoras de esa piedra, no porque le hayan dado carácter de deidad a un simple trozo de piedra, ello implique que la piedra vaya a transformarse por arte de magia y volverse dios o generar milagros. ¿Por qué se da esto así? Por un aforismo que dice que “el que puede lo más puede lo menos pero no al revés”.
Es decir, una piedra es un objeto inerte, carece de vida, tiene ojos pero no puede ver, tiene oídos pero no puede oír, tal y como dijera el salmista, por tanto, no se le puede pedir lo imposible a una piedra, no se puede pretender que se vuelva un dios o que adquiera vida, pues para que esa piedra adquiriera vida requeriría de la intervención de Dios, pero la piedra por sí sola no va a adquirir vida, precisamente por ser una piedra.
Como podemos observar, el ejemplo de la piedra puede aplicarse de manera analógica a otros credos basados en leyendas, con semihombres o semidioses, dependiendo desde cuál perspectiva se les quiera ver, pero que al final de cuentas tienen el mismo problema que el culto adorador de la piedra, pues la base óntica del ser supuestamente divino pero producto de la creación humana es un objeto inerte al cual, ontológicamente hablando se le da un valor, una vida artificial, pero esta vida artificial no es más que un atributo ontológico, una adjetivación de la naturaleza inerte del ser, por lo que nunca dejará de ser una piedra, un semidios, una estrella, o cualesquiera formas humanas o materiales sean, por medio de las cuales los seres humanos le han dado el calificativo de dios.
Surge una pregunta por parte del incrédulo:
“¿Por qué no habría un planeta, cosa que es evidentemente no creada por un humano, ser catalogado como una deidad? Evidentemente su lógica argumentativa es falaz, pues no porque un objeto haya dejado de ser creado por un ser humano, ello implique que fue creado por un dios, ya que sigue existiendo en el plano material, producto de las colisiones de distintos elementos en el espacio exterior que le dieron forma de planeta”.
La respuesta sigue siendo la misma, no puede ser una deidad porque la deidad se encuentra en el plano superior de la existencia, o sea, en el espiritual, no en el material, y desde el momento en el que puede ser concebido y comprendido por un ser humano deja de ser Dios, porque la premisa mayor de la creencia monoteísta inmaterial es precisamente que ningún ser humano puede entender la naturaleza de Dios, por tanto, Dios no puede pertenecer al plano material. El hecho de que elementos externos hayan dado forma a ese planeta, no implica que sea un dios, sino la obra de Dios.
Heidegger logró con sumo tino diferenciar lo óntico de lo ontológico, donde lo primero es la sustantividad del ser vista de forma pasiva por el espectador, en tanto que lo segundo es la adjetivación del ser, al cual se le dota de una serie de características para traerlo a la vida.
Los ateos y negadores de la deidad utilizan el argumento de la negación del ser en su absolutez para justificar la inexistencia de Dios, recurren también a las supuestas imperfecciones de la deidad para demostrar sus falencias, las cuales, por tanto, al evidenciarlo como un ser no perfecto, implicna que no puede ser dios, mucho menos Dios.
Los avances científicos y tecnológicos nos han llevado a determinar que en el debate de Nils-Bohr vs. Einstein, con respecto a la casualidad versus la causalidad, han hecho que el primero gane el debate pues la Ciencia ha demostrado la inexistencia del principio de causalidad, por tanto, impera la casualidad, es decir, el alea, y Einstein perdió el debate. Este hecho científico ha tenido profundas repercusiones a nivel filosófico y axiológico, ya que las personas justifican la aleatoriedad del universo como una verdad evidente y manifiesta acerca de la inexistencia de Dios.
Curiosamente, esto lejos de llevar a dar mayor tranquilidad a las personas más bien las ha llevado a un aumento de la zozobra, pues resulta ser que los seres humanos, los cuales somos animales de hábitos, nos encontramos ahora con que la Mecánica Cuántica ha demostrado que el universo es completamente aleatorio y esto implica que cualquier cosa nos puede suceder.
¿Qué sentido tiene la oración y a las buenas acciones si estamos regidos por el alea y no por la certidumbre?
Nuevamente aquí se evidencia otro problema entre el aspecto óntico y ontológico de la confección del pensamiento. Se toma como parámetro absoluto el material, con lo cual se entra en una disyuntiva paradójica, pues los defensores de la tesis de la absolutez material se contradicen a sí mismos ya que niegan la existencia de la causalidad, con base a los estudios subatómicos realizados, pero a la vez aceptan la existencia de las emociones y tratan de encuadrarlas dentro de la actividad neurológica del ser humano, para de esta manera justificar por medio de procesos bioquímico-materiales los estados de ánimo de las personas.
No se puede negar que dependiendo de la combinación bioquímico-material a nivel neurológico central, ello tiene una incidencia sobre las reacciones emocionales de las personas, pero dotar de materialidad a las emociones es un sinsentido, pues una cosa son las emociones y otra los gatillos materiales que las puedan potenciar.
Esto genera dos dudas: En primer lugar, el proceso autonómico generado por agentes alopáticos ha demostrado que las depresiones sentidas por las personas, muchas veces son inducidas y creadas de manera artificial por los medicamentos, con lo cual el ateo y el negador de Dios tendría la posibilidad de decir que las emociones son parte del plano material. En segundo lugar, el proceso decisorio-autonómico de las personas, ejercido por medio de la voluntad de cada quien, lleva muchas veces a que, por medio del libre albedrío, el cual es un proceso material, según los defensores de esta tesis, se den efectos a nivel material y emocional, por tanto, las emociones no pueden ser sino una extensión material de los procesos bioquímico-neurológicos, producto del ejercicio del libre albedrío, el cual también se encuentra en el plano material.
Nuevamente los dos argumentos presentan fallos intrínsecos desde su elaboración por las siguientes razones: La Ciencia no ha logrado tomar una emoción ni cuantificarla como tal, más allá del cálculo bioquímico-neurológico, del cual ni siquiera se han logrado dar con datos o fórmulas exactas, sino con aproximados, debido a las amplias variantes en los procesos de biodisponibilidad de las personas. Si utilizamos el argumento negatorio en la misma manera en que los ateos y negadores de Dios recurren a la ausencia de la absolutez de la causalidad o, en su defecto, de la supuesta perfección divina, comprobada por medio de la aleatoriedad evidenciada por la mecánica cuántica para demostrar la inexistencia de Dios, tenemos entonces que la falta de la cuantificación exacta de una emoción, más allá de los aproximados bioquímico-neurológicos, llevan a que no podamos hablar de una emoción dentro del plano material como tal, es decir, como un cuerpo que ocupa un lugar en el tiempo y en el espacio, por tanto, debe de existir, y de hecho existe, pero en un plano ajeno al material.
De manera analógica y utilizando el símil de las emociones para demostrar que éstas no se encuentran en un plano material, se puede aplicar de manera antonomásica que la existencia de un plano material tampoco puede cuantificar ni el plano intelectual ni el espiritual. Esto nos lleva a la primera conclusión, no porque algo no sea cuantificable a nivel material, ello implica que no exista. Aterricemos este concepto dentro del ámbito del título de este comentario, el cual atañe al Yom Kippur “noájida”.
Del por qué Yom Kippur no es una celebración para los noájidas
Antes de comenzar el abordaje de esta sección, es menester mencionar que las prohibiciones atinentes a Yom Kippur, no implican un desligue total por parte del noájida de la trascendencia de la celebración, sino simplemente la abstención de la celebración de esta fecha a la usanza judía, es decir, el noájida puede entender y apreciar el valor de la celebración, pero sin una participación activa, más allá de instar al judío no observante de cumplir con el mandamiento del respeto a Yom Kippur.
Es innecesario entrar en detalles de cómo celebran los judíos el Yom Kippur, pues dichas formalidades son ajenas al espíritu de este comentario, sin embargo, para dar mayor sustento a la tesis presentada, recurriremos a lo dicho en el acápite anterior.
Las leyes espirituales, tal y como lo dijera Aryeh Kaplan, se rigen por principios distintos a los de las leyes materiales. En tanto que la lógica lineal ha sido nuestra principal herramienta para el desarrollo del plano material, especialmente por medio de los avances científicos y tecnológicos, la lógica espiritual no se basa en conceptos geométricos y lineales como sí lo hace la norma y el pensamiento ingenieril, sea a nivel de construcción de edificios, de medicina o de leyes, tan solo para mencionar unas pocas disciplinas.
He aquí otro de los errores conceptuales en la aplicación y seguimiento de las leyes de la Torá por parte de los no versados en ella, pues la lógica lineal no es el medio idóneo para respetar los principios establecidos de manera espiritual y, como ya mencionamos anteriormente, no porque el plano espiritual no se pueda cuantificar a nivel material, ello implique su inexistencia, sino más bien todo lo contrario, precisamente por no poder darse la cuantificación del plano espiritual es que debemos de ser humildes y aceptar su existencia, pues en tanto no logremos desprobarlo, no podemos tampoco negarlo.
Ahora bien, resulta ser que dentro de la aplicación de la lógica lineal y del pensamiento geométrico del ángulo recto generado por la escuadra, que es, dicho sea de paso, desde donde proviene el concepto de las normas, no es posible para una persona el pensar que si hoy es el Día del Arrepentimiento y hoy se sellan a quienes fueron inscriptos en el libro de la vida y del sustento en Rosh Hashaná, que ahora exista un fuero de exclusividad para que el judío celebre el Yom Kippur pero el noájida no.
Visto desde un punto de vista material con una lógica lineal aplicada en el tiempo y en el espacio tridimensional, ello podría tener cierta validez, aunque inclusive en este plano hay varias falacias argumentativas, sin embargo, en atención al principio de inclinarse por la libertad, podría ser admisible hasta cierto punto la tesis, pues la aplicación exclusiva de la lógica lineal y de la escuadra, darían lugar a la duda y, por tanto, a la absolución.
Sin embargo, el argumento presentado a favor de la permisión de la celebración del Yom Kippur por parte del noájida lleva ínsito otro problema más, el mandamiento es de carácter espiritual y no de carácter material, por ende, encuentra su origen en el plano de inmanencia del espíritu, no así en el físico y, tanto a nivel óntico como ontológico, la lógica a seguirse debe de ser la del espíritu y no la del fuero material.
Es decir, así como el ateo y el negador de Dios no pueden probar la inexistencia de Dios por la no cuantificación de una emoción, y esto en ningún momento implica la negación de su existencia, así tampoco puede negarse la existencia de un plano espiritual, simple y llanamente porque no se puede cuantificar a nivel material.
Por tanto, si la regla emanada desde el plano espiritual dice que la celebración de Yom Kippur es para los judíos, el argumento en contra de este precepto no puede ser combatido con lógica material, pues lo congruente sería debatirlo con lógica espiritual, así llegamos a la segunda conclusión: remedios iguales para situaciones iguales, remedios desiguales para situaciones desiguales. Esto implica que no pueden aplicarse, ni remedios iguales para situaciones desiguales, ni remedios desiguales para situaciones iguales.
Con base a esto, queda claro entonces que la prohibición de la celebración del Yom Kippur para los no judíos, proviene de un plano espiritual, y como a situaciones desiguales remedios desiguales, el hecho de que los judíos celebren el Yom Kippur, producto del mandato divino, de manera exclusiva (aspecto espiritual), implica que, debido a la exclusividad, la cual es excluyente de manera absoluta, el noájida no puede celebrar el Yom Kippur, pues la exclusividad judía separa al no judío de la celebración de esta fecha.
Espero que esto aclare el punto, ya no solo para Yom Kippur sino para el resto de celebraciones de exclusividad judía. Te deseo una excelente semana y un muy próspero año nuevo.