La agresividad en tu vida
Debemos conocer acerca de la agresividad, pues forma parte de nuestra vida, tanto interna como externamente.
No podemos eludirla, sea que actuemos de manera agresiva, reprimamos nuestras intenciones agresoras, deseemos agredir, seamos víctimas de agresiones, sintamos rabia, etc.
Es una parte constitutiva del ser humano (y también de los animales), no le es ajena ni resulta anormal o producto de enfermedades o posesiones de ningún tipo.
Por tanto, al tener un conocimiento más acabado podremos tomar decisiones más acertadas y actuar con mayor precisión como constructores de Shalom.
Agresividad hace referencia a un conjunto acciones y actitudes que pueden llegar a manifestarse (o no) a través de:
- diversos canales (gestos, golpes, palabras, sonidos, etc.),
- con variada intensidad (pelea física, discusión verbal, insulto, olvidos, etc.),
- más o menos activa (amenaza, violencia; sabotaje, inhibición, quejas, manipulación emocional),
- provocada por variados objetos o situaciones (persona o grupo en concreto, un acontecimiento, un pensamiento rumiado, el recuerdo de un momento adverso, etc.) y
- repercute en cualquiera de los planos que integran al individuo: físico, emocional, social, mental y espiritual.
De acuerdo a los planos:
- Físico: cambios fisiológicos y biológicos (ritmo cardíaco y presión arterial aumentan, variaciones en los niveles de las hormonas adrenalina y noradrenalina) que acompañan a la ira, lucha, golpes, gestos, destrucción de objetos, portazos, ataques, enfermedades, lesiones, suicido, asesinato, rapto, privación de libertad, etc.
- Emocional: rabia, cólera, expresiones faciales, tonalidad y volumen del habla, mentiras, gruñidos, omisiones, silencios, implantar sentimiento de culpa, manipulación, ciertos chistes, ironía, negación de ayuda, adicciones, religiosidad, etc.
- Social: falta de respeto, ofensas, provocaciones, amenazas, presiones, hostigamiento, robo, fraude, acoso, ataques, relaciones inarmónicas de poder/sumisión, lesionar el derecho legítimo de otra persona, etc.
- Mental: ideas o fantasías destructivas, elaboración de planes perversos, ideas persecutorias, obsesiones, rumiación de pensamientos, deseos de venganza, guardar rencor, provocaciones, parálisis ideativa a causa doctrinas de alguna religión, etc.
- Espiritual: actitudes/acciones negativas que no permiten o dificultan el cumplimiento de alguno de los mandamientos que deben ser cumplidos por cada quien (siete fundamentales para los gentiles, 613 para los judíos).
Si quisiéramos encontrar alguna idea que englobara todas las anteriores podríamos mencionar:
la actitud o acción que tiende a forzar a un cierto grado de impotencia a alguna persona, sea uno mismo u otro individuo o colectivo.
Con esta idea podemos contemplar que en ocasiones se puede ser agresivo (y es necesario y correcto serlo) dentro de lo lícito y/o adaptativo, aunque cuando está fuera de control pareciera enraizarse la agresividad en el lado oscuro del ser.
La impotencia, o su sentimiento, en la base de toda agresividad.
La IMPOTENCIA, o el sentimiento de la misma, está en la raíz de la conducta agresiva.
El sentimiento de impotencia puede ser vivido como una sensación de ira o malestar que surge a partir de lo que se considera un agravio, malos tratos, rechazo, imposibilidad, incapacidad, desprecio, u oposición entre otros disparadores del sentimiento.
La agresividad luego se presenta como un deseo de combatir la posible causa de la impotencia y alcanzar un estado de poder.
Generalmente se asocia a la agresividad como dirigida hacia afuera, hacia otra persona, o indirectamente hacia un objeto relacionado o que simboliza a otra persona.
Sin embargo, la persona al agredir puede, directa o indirectamente, hacerse daño a sí misma.
Puede también reprimir la manifestación externa de la agresión, o dirigirla directamente a sí misma.
Sin embargo, tengamos en cuenta que la energía reprimida termina siempre acarreando daños a la persona que no expresa de forma constructiva su ira, o no la canaliza adecuadamente.
La supresión constante lleva a estados de estrés, de frustración, de desgaste de energía. Cuando se acumula la energía agresiva, se crea un núcleo que va succionando energía del ser, debilitándolo, llevándolo a estados menos adaptativos. Esto lleva a que la persona reaccione de manera desmesurada, pues no reacciona ante un estímulo en concreto, sino que éste sirve como disparador para la explosión del contenido reprimido. Pero, ¿qué ocurre si la persona suprime también esta explosión? Pues, tenderá a reprimirse más y más, gastará mayor esfuerzo en imponer mayores barreras de contención, sufrirá de mayor ansiedad o angustia pues cada vez es mayor el trabajo de no expresar la agresividad. Es un círculo vicioso, que hunde a la persona en más y más frustraciones, llevándolo a sentimientos cada vez más pesados de impotencia, de imposibilidad, que se harán reales en una parálisis cada vez más completa.
Otra ocasión de sentirse impotente es cuando uno percibe una dificultad que es negada o no admitida por otros.
Esto puede deberse a problemas de perspectiva, pero también a cuando uno juzga de acuerdo a intenciones ajenas en lugar de reaccionar ante los hechos explícitos.
El prejuicio, o el juicio de intenciones es causa frecuente que nos puede llevar a tener reacciones violentas desmesuradas y desproporcionadas.
Como hemos mencionado, la agresividad adaptativa es la que permite conseguir para el sujeto cierto estado de satisfacción de alguna necesidad, sin por ello pretender dañar adrede a otra persona.
Es importante tener en cuenta este aspecto, pues en la base de la asertividad se encuentra esta agresión básica adaptativa, que recurre a afianzar a la persona, a dotarla de sentimiento saludable de potencia, aunque con ello se menoscabe la posibilidad o realización de otro.
Por ejemplo, la persona que debe tener el ánimo, la disposición y la realización para competir contra otros, o confrontarse, para alcanzar sus metas acordes con las normas sociales.
Así pues, se hace imprescindible conocer los límites entre lo apropiado y no, para no negarse ni inhibirse en aquello que es necesario y requiere el ejercicio de alguna dosis de agresividad.
En ocasiones la agresividad es usada de manera consciente, como herramienta de manipulación para generar miedo en otros y presionarlos a actuar conforme a los propios deseos, como mecanismo de coerción. Por supuesto que este uso NO es asertivo, ni debiera estar entre tus recursos de conducta.
Por otra parte, no es conveniente, ni saludable, ni resolutivo, expresar de forma iracunda, violenta, destructiva nuestra energía agresiva.
Las reacciones violentas han de quedar restringidas para aquellas situaciones extremas, de imperiosa necesidad de supervivencia, y no otras.
Aprovechar de manera constructiva la energía agresiva
La agresión es una reacción del sentimiento de impotencia, y/o un mecanismo para superar tal sentimiento.
Existe en ti, por lo cual lo primero es reconocer cuando se manifiesta en cualquiera de tus planos.
Admisión.
El peor consejo que te podrías dar sería que negarás su presencia, aunque te resulte incómodo, mejor es admitir que está en ti y pugna por manifestarse.
Ya teniendo conciencia de su presencia, podrás hacer algo positivo con su energía.
Porque, si la niegas, si la reprimes, si la tapas, si haces de cuenta que no está, no por ello deja de existir.
Es cierto que no debes rumiar acerca de tus frustraciones, ni estancarte en pensamientos negativos que se relacionen con tus deseos o necesidades que no han podido realizarse.
Pero no por ello haz de mirar para otro lado, esperando que las cosas se solucionen por sí solas y sin participación tuya.
La energía que introduces dentro de ti, o que movilizas de una zona a otra sin emplearla luego, y que no desplazas de manera constructiva o no modificas hacia otras formas de energía que te aprovechen, termina por estancarse en ti, lo que puede repercutir en un estado de estrés continuo, en enfermedad en cualquiera de tus planos del ser, en brotes de violencia por cuestiones menores, entre otras afecciones a tu saludable transcurrir cotidiano.
Así pues, ya lo sabes, reconoce cuando estés con sentimiento de agresión, con deseos de explotar, planificando algún daño, actuando con hostilidad, siendo cínico, degradando a otros, etc.
Identificación del deseo y del obstáculo.
Si además de reconocerla puedes advertir qué es lo que te ha llevado a ese estado, cual es el sentimiento de impotencia que te hizo pasar al modo agresivo, entonces has dado otro paso en tu crecimiento personal.
Muchas veces si identificas lo que generó o disparo la agresividad, podrás trabajar directamente con la causa (sentimiento de impotencia) en lugar de con el resultado secundario (deseo de agredir), lo que te habilitará para articular una respuesta más provechosa y una forma de vida con mayor armonía.
Probablemente no lo conseguirás enseguida, pero si te entrenas en conocerte y en aprender a darte cuenta de tus estados de ánimo, entonces estarás cada vez más en «poder» y menos sumido en sentimiento de impotencia.
En ocasiones el reconocimiento de la propia impotencia, real y muy humana, habilita a desmontar la respuesta agresiva innecesaria para adquirir un estado de admisión consciente y saludable de la impotencia, o tal vez el uso de un recurso agresivo adaptativo (comunicación auténtica, acciones asertivas).
Por otra parte, el conocimiento de la causa posibilita el recurrir a toma de decisiones, a veces laterales o creativas, que permiten sobreponerse a la impotencia y alcanzar el objetivo deseado sin recurrir a excesos negativos.
Es posible entonces, expresar la agresividad de una forma constructiva para resolver el estado o sentimiento de impotencia.
La impotencia puede resolverse en ocasiones cuando se elaboran o adquieren habilidades que eran deficitarias.
No reaccionar automáticamente, darse un tiempo y espacio para elaborar otra opción.
Cuando percibas que estás por reaccionar, toma distancia (física, emocional, mental), cuenta hasta diez, respira profundo, discúlpate y sal a dar un paseo o sal al balcón, no manifiestes tu ira, pues si bien puedes suponer que la descarga del momento te ayudará a destrabar la situación conflictiva, en realidad solamente será un incentivo para acrecentar el estado de impotencia y la controversia con otros.
Luego de este tiempo fuera, quizás puedas expresar tus deseos de manera asertiva, por ejemplo, en vez de decir “Estoy enojado contigo”, podrías decir “Me gustaría si pudiéramos tal y cual cosa”.
Darse tiempo y oportunidad para pensar otras opciones es una necesidad que no debe dejar de intentarse.
¿No puedo? ¡Sí puedes!
Recuerda que en muchas ocasiones eres tú el que piensa o siente que no puedes, por eso te conviertes en un impotente o frustrado por decisión propia.
Actúa con confianza, aunque no la sientas, actúa como si pudieras, que cuando en verdad no puedas ya se encargará el mundo de ponerte un freno.
Mientras eso no ocurra, mientras no choques contra la pared de los verdaderos límites, no te dejes guiar por la impresión de los “no puedo”, sino que da un paso más, uno por vez, y ya verás hasta donde llegarás.
Artes marciales.
El entrenamiento en artes marciales, desprovistas de elementos religiosos, es oportuno para aprender a canalizar y emplear de manera constructiva la agresividad.
Se entrena en respiración, posturas, gestualidad, amabilidad, roles sociales, etc. a la par que se adquieren técnicas que permiten desplegar las potencialidades, reforzando la conciencia del propio poder y los límites.
Registro y evaluación.
Es especialmente útil llevar un registro de los momentos de enojo.
Éstos permiten a la persona adoptar una visión más detallada y meditada, permitiendo tomar distancia de reacciones impulsivas y sentimientos de frustración y rabia.
Para conseguirlo habría que tener a mano constantemente una libretita en la cual tomar nota de la hora, incidente, persona involucrada, resolución, pensamientos así como cualquier otro dato que pueda aprovecharse para evaluar posteriormente con detalle el episodio.
Además, sirve lo registrado como material para realizar, más adelante, un intento de resolución alternativa, es decir, pensar qué otra reacción se hubiera podido implementar para obtener un sentimiento de potencia y una satisfacción mayor.
También permite tomar conciencia de las señales somáticas que anuncian que se está entrando en un estado de enojo, lo que habilita a realizar alguna técnica de relajación o de interrupción de la reacción automática habitual. Por otra parte, el hecho de estar pendiente de llevar un registro metódico abre una brecha a la reacción automática, pues reclama que se someta la conducta a una supervisión racional, apartada de la emoción sin control.
Cambiar la dirección de la acción.
La energía cinética (de movimiento) que se destinaría para una acción agresiva, en determinadas circunstancias, puede ser usada en la dirección contraria.
Por ejemplo, cuando se quiere dar un golpe y efectivamente se estira la mano y se alcanza a la persona a la cual se desea agredir, PERO, se la acaricia (por supuesto que esto solamente con quien corresponda y como corresponda).
La caricia en lugar del golpe, aunque el pensamiento sea hostil, llevará a una respuesta amorosa de parte del otro y de una reversión del ánimo en uno mismo.
De manera similar hacer con la caricia verbal en lugar de la palabra terrible que luego de pronunciada no tiene retorno ni arreglo.
Por supuesto que esta práctica no debe servir para negar la conciencia de un conflicto, de un sentimiento de impotencia que debe ser corregido.
Cuando lo pruebes, podrás comprobar su efectividad y su capacidad para resolver cuestiones que te hacen sentir impotente.
La risa.
El sentimiento de impotencia es de contracción, de limitación.
La agresión es un intento de expansión.
Así pues, el grito, el golpe, la respiración agitada, la risa nerviosa y falsa, el insulto, etc., son conductas expansivas, de dilatación o ensanchamiento del espacio personal.
Si se cancelan estas conductas y se las reemplazan con manifestaciones de alegría, tales como carcajada o el canto, que son también de dilatación y ampliación, pero constructivas.
Prueba a hacer esto, encontrarás que habrá un sentimiento liberador, pero ten cuidado de que tu conducta expansiva gozosa no sea tomada de manera adversa por la otra persona.
Que no se sienta despreciada o amenazada, o similar, por tu risa o canto.
La solidaridad.
Es un fuerte protector y fortalecedor en todos los planos el vivir de una manera solidaria, caritativa, con apertura generosa hacia el prójimo, particularmente sin personas cercanas o instituciones que ayuden a las masas (tales como FULVIDA.com y SERJUDIO.com).
Por lo cual un gran bálsamo y potenciador es el actuar con bondad, caritativamente, compartiendo de lo nuestro con el prójimo, sin por ello llevarnos a situaciones de pobreza o sufrimiento.
Dona de tu dinero, aprende a dar en lugar de querer solamente recibir para ti, sé un socio del Eterno en la creación de un mundo de Shalom, también a través de tu economía. No te quedes siendo impotente, ni ambicionando lo que no te corresponde, ni guardándote lo que es para compartir, ni siendo avaro. Excusas puedes inventar miles para no colaborar con FULVIDA.com o SERJUDIO.com, o con aquellos que de una u otra forma te alimentan y sostienen; puedes justificar tu avaricia de manera muy original o aburrida, pero no dejas de ser un avaro que se está aferrando a su EGO y por tanto a su IMPOTENCIA.
Da caridad, comparte, regala, aprenderás a saborear tu poder y a ser feliz.
La plegaria.
Es muy bueno acordarse de conversar con el Padre Celestial, directamente con Él, sin intermediarios de ninguna especie (ni ángeles, ni santos, ni enviados, ni tzadikim, ni hijos, ni corderos, ni nada), tú en franca charla con Él.
Derrama tu corazón ante Él, expone tu caso y admite tus fallas para corregirlas, así como reconoce tus virtudes para aprovecharlas en la sagrada tarea de construcción de Shalom que te compete a ti.
Usa aquello que tienes permitido, de acuerdo a tu identidad espiritual (noájida o judaica), para ayudarte a elaborar tus rezos, a conocerte más, a conectarte con tu alma y de esa forma expresarte abiertamente y con respeto venerable hacia Dios.
Encuentra las fuerzas que hay en ti, manéjalas para tu provecho y para beneficiar a otros.