Soy uruguayo.
Tenemos nuestro símbolos patrios, nuestros emblemas de identidad.
Objetos, colores, uniformes, casacas deportivas, héroes, himnos, historias, relatos, anécdotas, cánticos, lemas, regiones, banderas, etc.
Uruguay es La Cumparsita, Gardel, Diego Forlán, la Celeste, la bandera bicolor, Artigas, Batlle, el mate y termo con bizcochos, la rambla de Montevideo, el asado el 1º de Mayo, habernos creído la Suiza de América, la carne vacuna criada a campo abierto y extensivamente, el alfajor, Punta del Este, Rocha, Colonia del Sacramento, la final de Maracaná, Nacional y Peñarol-Peñarol y Nacional, la rivalidad con los porteños (habitantes de Buenos Aires), el palacio Salvo, ser un país laico pero que tiene por feriados no laborables festividades cristianas, creernos los campeones de América y del Mundo, creernos los más cultos de las Américas, creernos libres de racismos y prejuicios, creernos el ombligo del mundo pero con más humildad que los argentinos, eso es Uruguay y algunas cosas más.
Si voy por el mundo, supongo que tengo a mano mi pasaporte “Oriental”, que es así como se llama a los uruguayos.
Mi cédula de identidad. Mi credencial cívica, aunque no la vaya a usar en el extranjero. Mis recuerdos, mis amores, mis afectos, mis apegos.
Mi idioma, con sus modismos, giros lingüísticos, entonaciones, deformaciones, porque hablamos “uruguayo”, que es un derivado del español, muy parecido al “argentino”, pero que no es lo mismo. Aquí decimos “tá”, “bó”, “botija”, “bichicome”, “el cante”, lo entiendas o no.
(Tal como tú tienes todo esto, tal cual, pero de tu propia identidad).
Si estoy en Madrid o Caracas y veo la bandera de franjas azul punzó sobre fondo blanco, con el sonriente sol dorado a su lado superior, me siento identificado y curioso por saber de qué se trata.
Si juega la Celeste, hinchamos por ella, aunque no tengamos mucha gloria verdadera en los últimos años, lustros o décadas.
Si me hablan de la rambla y estoy en Acapulco, la comparo y la extraño.
Soy uruguayo, y me resulta ingrato que me confundan por mi acento o modos de hablar con un porteño.
Es que somos un pequeño país, una nación que entra en un barrio de Sao Paulo o Ciudad de México, pero orgullosos de nosotros, aunque con conflictos de enano entre gigantes, un gran complejo de inferioridad poco trabajado en terapia.
Está claro hasta aquí mi breve retrato, aunque quizás no tienes mucha idea de qué se trata “rambla”, “mate”, “bó” o “Rocha”.
Te percatas de que tengo una identidad y cosas que la refieren.
¿Qué dirías de mí, o de cualquier uruguayo, que se presentara ante los demás con cosas tales como:
el obelisco de Buenos Aires, el Cristo Redentor carioca, la Torre Eiffel, la Casa Blanca gringa, la efigie de Nelson Mandela, el escudo de Gran Bretaña, la camiseta de la selección de Italia, el sauerkraut (chucrut) alemán, el shawarma mediterráneo, saludando como un sensei de artes marciales oriental, hablando con una mezcla de palabras inglesas-latinas-japonesas, y sin nada que me hiciera dar a conocer como perteneciente a la nación uruguaya?
Probablemente estarías de acuerdo con que no estoy muy orgulloso de mi uruguayismo o uruguayidad, o que soy un ignorante, o me repele mi identidad, o que me atrae lo ajeno más que mi propio tesoro.
Probablemente verías deplorable que tuviera tan poco afecto por mí mismo, por lo mío, por lo de mi acervo, por mi cultura, por mi pasado, por mi presente.
Quizás peor si ni siquiera fuera tan cosmopolita, sino que me concentrara en una sola presencia extranjera: presentara la bandera tana como propia, hablara en una mezcolanza italo-hispana, comiera pasta y pizza a diario, hablara de «la mia mamma», festejara los goles de la azzurra, soñara con el pasado imperial de los césares, coleccionara objetos de la cohortes imperiales, llamara a mi hija «Milanessa», y a mi hijo «Udinese», anhelara mis vacaciones pasarlas en la isla de Capri, bebiera vino de la Toscana, mencionara los códigos de la Famiglia, y diera la impresión poderosa de ser un italiano más… aunque con incongruencias, faltas de conocimiento y otros datos que para el ojo entendido demostraría mi falsa identidad itálica.
Entonces, ¿qué me dirías de los “noájidas” que se presentan en Facebook, por ejemplo, con imágenes de estrellas de David, con palabras en hebreo (a veces pésimamente escritas), con lemas judíos, con citas judaicas, con saludos hebreos, con permanentes referencias a asuntos internos de Israel, con aspiraciones judaicas, con sentimiento nacional sabra (israelí), pero escasamente si tienen algún modo de representar su verdadera identidad, su misión, su esencia noájica?
¿Qué me dices de todos esos buenos gentiles que se andan presentando aquí y allá de forma tal que uno no sabe si el otro es judío natural con algún padre de origen gentil, judío legal que se convertido formalmente al judaísmo, gentil que usurpa la identidad judía tales como los “mesiánicos”, gentil confundido espiritualmente, o un noajUda?
Veo a diario noájidas que no pronuncian ni una idea gentil, pero abundan en disparar palabras en supuesto hebreo, citar a rabinos, mencionar obras judías, resumir noticias de diarios de Israel, comentar acerca de la política israelí, rezar con “tejilim”, saludar con “chalon”, poner estrellas de David como perfil, entre otras cosas muy poco noájidas y muy “demasiado” judaicas»?
Si tienes orgullo de ser quien eres, si te amas, si re respetas, si te conoces, si te cuidas, si respetas el derecho y propiedad del otro, si respetas a Dios, entonces aprenderás acerca de tu propio tesoro, lo cuidarás, te presentarás como noájida, con tus propios símbolos, en tu idioma, con tus frases, con tus formas que te corresponden.
¿O no?
No…