Existe una gran enseñanza acerca de la niñez. Un niño es inocencia pura, y esa inocencia forma parte de los fundamentos de la vida. Si nacieramos como adultos, preparados para las exigencias de la vida, nunca experimentariamos la magia de la niñez, la licencia para explorar la vida con los ojos bien abiertos. La niñez nos da la oportunidad de pasar de lo sublime a lo cotidiano, de lo grandioso a lo rutinario.
Así que la próxima vez que pases tiempo con tu hijos – o cualquier otro niño – no tomes tal experiencia a la ligera. Mira al chico/a detenidamente y date cuenta: Dios te ha dado este regalo para nutrirlo y cuidarlo, para enseñarle buenos hábitos y la diferencia entre lo correcto y lo no correcto. Tu actitud hacia este niño y las sensibilidades que le impartas será cruciales para su buen crecimiento y cómo influenciará a otros. Más importante: Permite a tu niño ser él, a tu niña ser ella, permite que ellos te enseñen a vivir de manera significativa.
¿Cuándo fue la última vez que tuviste un charla de corazón a corazón con una persona más jóven que tu acerca de los asuntos de la vida? Una charla acerca de nuestro lugar en el mundo y lo que se supone debemos hacer con nuestra vida. Sentémonos calmadamente con nuestra familia, con nuestros niños, y hablamos acerca de nuestras vidas y aspiraciones.
Pero recuerda, sin amor, nuestra influencia será incompleta e incluso destructiva. Amor significa sensibilidad – no a nuestras ideas y estándares, sino a los de nuestros niños, y más importante, a los de Dios (en nuestro caso, los Siete Mandamientos dados a nuestro ancestro Noaj).
Como padres y maestros debemos recordar ser humildes, desarrollar el trato con humildad. No somos la fuente por excelencia de orientación e información, sino vehículos por los cuales pasa el conocimiento Superior. ¿Cómo podemos ser arrogantes al dispensar este conocimiento? Deberiamos sentirnos bendecidos por tener la oportunidad de enseñar a nuestros niños. Sobretodo recordemos esto: Las palabras que salen del corazón entran al corazón. Como padre y maestro, debes ser congruente con lo que dices, y debes ser un ejemplo viviente de lo que enseñas.