Podría describir aquí numerosos detalles del traslado desde Miami hasta nuestras prisiones. El trato que nos dieron: separación, caja negra, celdas de castigo, etcétera, no sorprendió, siempre es el mismo. Nada significó para las autoridades carcelarias la reducción de nuestras sentencias.
Particularmente, mi estancia en el Centro de Transito Federal de Oklahoma fue larga. Dieciocho días, aislado, en una celda del llamado “hueco”, días que parecieron una eternidad.
Con algo de papel y diminutos lapicitos, fui escribiendo el diario de estas jornadas, así como un grupo de cartas personales y muy especiales, nacidas en esa soledad, donde, parafraseando versos de Juan Ramón Jiménez, diría: “Tú eres dios de tu pecho, tú eres solo Universo, tu eres uno en tu centro”.
Solo una parte de ese diario y una de las nueve cartas escritas llegaron a su destino. Me dolió muchísimo que esto pasara, y recurrí a la poesía para revivir las vivencias de aquel aislamiento y, de alguna forma, reponer la irreparable perdida.
Para este poemario decidí escribir versos decasílabos con una rima libre, en la cantidad de versos del soneto. No es mi objetivo la búsqueda de belleza rítmica o de perfección de estrofa, mucho menos crear algo novedoso.
Solo pretendo llevar al lector hasta los rincones de mi alma por aquellos días de injusto y total asilamiento, aunque también, como dijera Darío: “mi protesta queda escrita” contra el trato y contra la inusual perdida.
Antonio Guerrero
Martes, 26 de enero de 2010
Sucede que la injusticia sigue.
Sucede que llevo caja negra.
Sucede que soy yo quien lo dice.
Sucede que quisiera que me creas.
Sucede que vuelo sin temores.
Sucede que sacudo mis venas.
Sucede que se cruzaron dos soles.
Sucede que oscurecen las piedras.
Sucede que la sombra no es de árbol.
Sucede que la hora tiene dueño.
Sucede que se unen las paredes.
Sucede que me ríe un hermano.
Sucede que penetra en mi pecho
una serenidad, que sucede.