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Romper el círculo vicioso

Al comienzo de nuestra vida en este mundo somos sumergidos en una espantosa sensación de suprema impotencia.
Es un trauma intenso el momento del nacimiento y lo que sigue a continuación.
Cualquier miedo, sufrimiento o pesadilla es menor a lo que se siente en esa ocasión.
Cada órgano sensorial es atiborrado de información que no puede procesar, ni organizar, ni filtrar. Fluyen torrentes de sensaciones caóticas y que se sienten como terriblemente dolorosas.
Para peor, no existe recurso fisiológico ni de aprendizaje a disposición para poner orden a ese caótico malestar, ni esperanza, ni consuelo, ni noción que lleve a “ser fuerte y soportar” hasta que el temporal pase. Nos “salva” el hecho de que nuestro sistema nervioso no está desarrollado y por tanto el cerebro está naturalmente “embotado”.

Nuestra especie está impedida de todo, no sobreviviríamos ni unas pocas horas, o tal vez minutos, sin la asistencia de algún otro que nos sostenga, proteja, alimente, críe.
Sin embargo, en nuestro diseño se nos ha provisto de un rudimentario sistema de supervivencia, extremadamente primitivo, irracional, inconsciente, que consiste en pocas y pobres herramientas: llorar, gritar y patalear; de modo tal de conseguir la atención de aquel que nos puede sostener con vida. Si nada de eso alcanza la meta, el mismo sistema de supervivencia pone al niño en un estado de desconexión con la realidad insoportable, generalmente a través del dormir.
A este sistema lo denominamos EGO, que a pesar de su escaso alcance y poder suele alcanzar su meta de que el niño sobreviva.
El EGO es útil en tanto el niño va adquiriendo madurez fisiológica y destrezas que le permitan vivir de modo cada vez más independiente y empleando otros instrumentos y recursos más allá de los básicos que provee el EGO.
Pero, el EGO se mantiene al mando y ejerce diferentes presiones para seguir en él.
El EGO, que no es un demonio, ni un ángel, ni un espíritu sino un mecanismo normal y natural del hombre, recurre a “trucos” que mantengan el estado o sentimiento de impotencia, para que la persona continúe sometida al pavor inicial, que puede estar maquillado o disfrazado, y así se siga esclavizado al supuesto poder salvífico del EGO.

Que quede claro, el EGO está diseñado para ayudarnos a sobrevivir en situaciones extremas, cuando realmente la impotencia invade a la persona y no hay otros instrumentos ni mecanismos para sobrevivir.
Pero el EGO se mantiene “encendido”, al mando de la vida del individuo, a través de los mismos instrumentos rudimentarios del inicio, si bien los va modificando y complejizando sus modos de actuar no se basan en que la persona ejerza un verdadero poder sobre sí mismo y el entorno, sino que manipule para alcanzar la satisfacción de sus necesidades de supervivencia.
Así, por ejemplo, el niño de 6 o 7 años puede cortar con cuchillo y tenedor su carne para comer, pero se enoja, grita, hace un berrinche, se niega a comer o algo parecido para que su mamá le corte el trozo de carne.
Se paraliza en el ejercicio de su poder pero para alcanzar la satisfacción de sus necesidades manipula a otro.
Y la madre cede, también el padre, y los abuelos, y la maestra, y…
Los niños bien pronto aprenden a manipular, al principio por no poder hacer otra cosa, realmente no están capacitados en una gran cantidad de acciones ni en comprensión del mundo.
Luego siguen manipulando porque es más cómodo, más fácil, en apariencia más placentero, en apariencia más seguro, brinda una especie de “dominio” sobre otros y en muchas ocasiones también brinda la satisfacción de la necesidad.
Se inventa aquello de “más vale malo conocido”, se insiste en transitar por la senda ya transitada y que no es buena.
Todo vale con tal de alejar el miedo a la impotencia, de obtener el control al punto de exceder lo que es saludable y caer en grotescas acciones y barruntados pensamientos saturados de emociones negativas.

Sería bueno dejar de manipular y esforzarse, comprometerse, responsabilizarse, dominar positivamente, pero el EGO conduce a negar la realidad, retine en la sensación de impotencia con tal de perseverar en su rol de “dios”, “salvador”, “redentor”, “camino, verdad y vida”.
Sería bueno dije, pero no es lo que se suele hacer.

Es extraño que nos aferremos al EGO, porque éste nos hunde en oleadas de miedo, de sensación de impotencia, en lugar de desprendernos de él y ser libres, saludables, dichosos.
Pero, nos aferramos, nos esclavizamos, nos sometemos, somos adoradores del EGO, al que luego podremos dar diferentes aspectos, disfraces y nombres.
Todas las excusas, mentiras, manipulaciones, justificaciones, racionalizaciones, intelectualizaciones, modos de actuar, sometimiento a mandatos externos que vamos esgrimiendo para seguir bajo el reinado del EGO se constituyen en máscaras que ocultan nuestro rostro. Son ropajes que vamos usando, de acuerdo a nuestro apego al EGO en las diversas circunstancias. Son las cáscaras del Yo Vivido, al que solemos llamar “YO”, pero que no son en realidad nuestro Yo Auténtico, sino lo que hacemos para no sincronizarnos con éste.

Es extraño, pues pareciera que amamos la impotencia, aunque le tememos profundamente, huimos de ella con toda nuestra alma, hacemos cualquier cosa para manipular y no caer en su sensación, pero no damos los pasos necesarios para afirmarnos en nuestra verdadera identidad.

Es extraño, la verdad asusta.
La luz que espanta las oscuridades, también asusta. Lo que libera es lo que se repudia.
Es extraño… ¿o no lo es teniendo claro cómo es que funcionamos bajo el imperio del EGO?

Se pretende vivir en control, se sobreexcede en la pretensión de controlar, se manipula, se cae en fallas, lo que produce inseguridad, lo que lleva al miedo, lo que es sentir la impotencia, lo que refuerza la necesidad de control, lo que hace exceder en la pretensión de controlar, lo que produce mayor inestabilidad, lo que conlleva cometer errores, lo que da miedo, lo que hace sentir aún mayor impotencia, lo que impulsa a sobredimensionar los problemas y la necesidad de controlar más allá de toda razón, lo que…
Es una especie de lucha por obtener el control para no hundirse en el caos, pero es precisamente la necesidad angustiosa de controlar –incluso lo que no se puede ni debe controlar- lo que produce mayor realidad o sentimiento de caos e impotencia.

¿Cómo superar esto?

Si tuvimos un entorno familiar asertivo, que nos impulsara a valorarnos, que nos contuviera, que nos amara en verdad y por tanto nos comprometiera a respetar los límites y a ejercer nuestro potencial a la medida de nuestra capacidad, estamos en la senda correcta.
Pero todo esto no dependió de nuestra decisión, sino de las elecciones y conductas de otros.
Además, probablemente ya somos adultos, por lo cual no tenemos como volver el reloj atrás y mejorar aquello que los otros no hicieron por nosotros.
Si somos adultos, si tenemos hijos, es hora de trabajar para que ellos no sean afectados por el imperio del mal ejercido por el EGO y sus emisarios (religiones, misioneros, sectarios, fanáticos, malandrines, corruptos, manipuladores, vejadores, falsarios, estafadores, egocéntricos, entre una larga lista).
Está en nosotros tomar conciencia y actuar de una forma provechosa, beneficiosa, nutricia, que permita al hijo conocerse en su auténtica identidad, que le permita desplegar sus mejores capacidades, que le infunda valor, que mitigue sus angustias y miedos, que refuerce lo mejor que hay en él y es posible que se desarrolle en él. No es una tarea ni sencilla ni cómoda. Sencillo y cómodo es ponerlos delante de la tele todo el día, estupidizarlos con juguetitos electrónicos las 24 horas, hacerlos adictos a tal o cual cosa, momificarlos, negarles su identidad espiritual, hacerles creer que es la manipulación el sistema para gobernarse y gobernar el mundo, estimularlos a huir de la realidad, mostrarles que fácil es mentir y echar culpas, hacerlos religiosos, obligarlos a vivir en dependencia constante, desvalorizarlos, todo eso es fácil y cómodo…
Pero no es la forma de criar hijos sanos, buenos, lindos, inteligentes, santos… Para ayudar a crecer a nuestros hijos es necesario desprenderse del EGO, porque es virtualmente imposible educar en libertad en tanto uno es esclavo del EGO.

Volviendo a aquel que ya es adulto y esclavo del EGO, ¿qué podemos hacer AQUÍ y AHORA?

Tomar conciencia del círculo vicioso que hemos descrito anteriormente con el primado del EGO sobre cada uno.
No es imprescindible tener noción de cada aspecto, ni “recordar” lo acontecido en el momento del espantoso trauma inicial, ni estar totalmente de acuerdo con esta teoría, sino conocerla.

Luego hay que reconocer aquellos aspectos en los que uno es potente y en cuales no, enumerarlos, tenerlos claro, evaluar el potencial real que se puede alcanzar.
Es hora de dejar de querer controlar aquello que no se puede controlar. Soltar, liberar, dejar ser, no asumirse en el rol del que está 100% a cargo; pero tampoco hundirse en la inacción y el caos.
Controlar aquello que es posible controlar.

Y luego está la parte que me parece más esforzada: confiar.
Confiar en el orden cósmico, diseñado y sostenido por Dios (si eres ateo, confiar en el orden de las leyes naturales).
Confiar en el prójimo… ¡nada fácil para algunos!
Confiar en que el prójimo hará su parte, sin vivir como un inocentón súper confiado y que no es precavido.
Por lo cual, es necesario ser precavido, atender a lo que nos rodea, prestar suma atención, ser “temeroso”, para que el miedo agazapado desde nuestras más íntimas entrañas no se fortalezca y prevalezca.

Luego, perdonar, ser tolerante con el fracaso propio y ajeno, pero sin dejar de actuar con justicia y rectitud.
El perdonar, perdonarse, pedir perdón, es un bálsamo poderoso… pero que muy pocos saben saborear.

Hay un aspecto fundamental, que lamentablemente no es tomado en cuenta por la gran mayoría de las personas.
Los Siete Mandamientos Universales son básicos para sostener una vida individual y colectiva saludable, que deja al EGO reducido a su mínima expresión, que brinda confianza, que potencia para superarse.
Los mandamientos de no adorar otros dioses, no blasfemar y de sostener las cortes de justicia son como las columnas que sostienen a los otros mandamientos en su finalidad de promover una sociedad saludable, en la cual se pueda vivir confiando en el prójimo.
Por no adorar otros dioses ni blasfemar, se aparta la persona de doctrinas extrañas, de religiones, de moralidades corruptas aupadas en creencias seudo espirituales. Se tiene la protección de la confianza en Dios, en el Uno y Único, quien ha provisto y ordenado los mandamientos. Al actuar en consonancia con estos dos mandamientos, se encausa a la persona en confiar, puesto que hay un poder superior, incorruptible, perfecto, que siempre está a cargo.
Por respetar a los juzgados, por promover el imperio de la justicia entre los hombres, se brinda un marco regulatorio, se alienta el ejercicio de la conducta responsable que está sometida al control de las autoridades civiles.
Estos son los marcos que contienen a los otros mandamientos, que como te dije sirven para estimular la confianza en el prójimo.
Puedes caminar tranquilo, pues nadie te atacará ni para herirte, ni para asesinarte, ni para robarte, ni para obligarte a hacer cosas que no quieres.
Puedes salir tranquilo, sin celos, sin complejos, sin resquemores, sin dudas corrosivas, porque sabes que tu esposa/esposo te será fiel, tal como tú lo eres.
Puedes dormir tranquilo, porque nadie entrará a tu casa, nadie te molestará, a tus hijos nada les pasará cuando salen por la noche.
Puedes respirar en paz, porque vives en una sociedad en la cual se respeta la vida animal en todas sus formas, lo que enfila la conducta a contemplar al prójimo y sus pertenencias, para que no se cometan actos deleznables.
Puedes confiar, porque el imperio de la LEY divina y humana está al control, al sano control, de la sociedad.
Los percances pueden ocurrir en este mundo ideal protegido por los Siete Mandamientos, por supuesto que ocurrirán accidentes, pero serán verdaderos accidentes y no imprudencias, desacatos de las normas, locuras del momento.

Pero, no vivimos en el paraíso de los Siete Mandamientos Universales.
Vivimos en un mundo dominado por el EGO, sometidos a la impotencia, rodeados de indiferencia, llenos de odio, vapuleados por las religiones, angustiados, ansiosos, deprimidos.
Vivimos encerrados en celditas mentales, acomplejados, desvalorizados, con cero autoestima, violentando los derechos de los otros, adorando falsos dioses, adulando a Jesús y otras patrañas, elogiando a los falsarios, pretendiendo ser lo que no somos.
Desconfiamos, en nada confiamos.
Somos enfermos, estamos enfermos, enfermamos.
Las diversiones son burlas, morisquetas ofensivas, mofarse de los que creemos más débiles.
Usamos de nuestra inteligencia para inventar formas de destrucción y excusas y justificaciones y mecanismos perversos de manipulación.
Abusamos de los recursos naturales, explotamos hasta la enfermedad las riquezas de nuestro mundo.
Damos la espalda a Dios pero corremos a abrazarnos a los pastores mentirosos, a cabalisteros, jasideos, seudo rabinos, iluminados, gurús, diosecitos a nuestra imagen y semejanza.
Nos creemos la gran cosa, pero no somos más que amebas un poco más sofisticadas.
El EGO domina, la impotencia está en todas partes, la promovemos nosotros.
Escapamos de la responsabilidad, de la libertad, del deber, de la justicia, de la bondad, del perdón… escapamos de todo lo bueno para seguir en la cómoda, o en lo que parece que lo es.
No tenemos vidas, encerrados, con pánico, victimizados, siendo victimarios, manipuladores…
Andamos por la vida, como patéticas sombras.
Destruimos pero somos “religiosos”.

No es casualidad que desde hace unos miles de años Dios ha dado el plan de vida para la humanidad, los Siete Mandamientos Universales, pero igualmente sigamos en el fango sin sacar la cabeza y ser libres.

Escucho tus comentarios mientras te recomiendo la relectura de http://fulvida.com/?p=434.

Dios desechó a los judíos…

Es demasiado frecuente  que perversos misioneros, inocentes que están extraviados, o simplemente imbéciles, que envíen mensajes insultantes entre los que incluyen la hueca repetición (falsa y necia) que Dios ha dejado a los judíos de lado a causa de que éstos han pecado y ahora son otros los que están bajo la “elección” de Dios. Ellos dicen, en su ciega irracionalidad, que los nuevos elegidos son los que siguen al siniestro y patético personaje de la cruz.

Pero… ¿es eso lo que enseña Dios en Su Sagrada Palabra?

Veamos:

"Y Shemuel [Samuel] respondió al pueblo: -No temáis. Vosotros habéis cometido todo este mal;
pero con todo, no os apartéis de en pos del Eterno, sino servid al Eterno con todo vuestro corazón.
No os apartéis tras las insignificancias que no sirven ni libran, ya que son insignificancias.
Pues el Eterno no desamparará a su pueblo, por causa de Su gran nombre; porque Él ha querido haceros pueblo suyo.
En cuanto a mí, ¡lejos esté de mí pecar contra el Eterno dejando de rogar por vosotros! Al contrario, os instruiré en el camino bueno y justo.
Solamente prestad suma atención al Eterno y servidLe con fidelidad y con todo vuestro corazón, considerando cuán grandes cosas Él ha hecho por vosotros.
Pero si perseveráis en hacer el mal, vosotros y vuestro rey pereceréis."

(1 Shemuel / I Samuel 12:20-25)

La cosa está clara en la economía Divina.
Vamos por partes.

Y Shemuel [Samuel] respondió al pueblo: -No temáis. Vosotros habéis cometido todo este mal;
pero con todo, no os apartéis de en pos del Eterno, sino servid al Eterno con todo vuestro corazón.

Samuel fue uno de los profetas y jueces más grandes de todos los tiempos.
Su obra es inapelable a ojos de Dios y de los hombres.
Él, en su rol de mensajero de Dios, expresa que es cierto, los judíos –al igual que cualquier persona- también caen ante los errores o extravíos.
¿Quién está libre del mal actuar? ¡Nadie!

Pero él indica claramente que el haber pecado no implica que Dios se haya apartado de la persona,
ni que la persona deba seguir empecinada en vivir en error.
Por el contrario, el profeta de la Verdad enseña con firmeza y reiteradamente: “no os apartéis”.
Si bien has pecado, eso no significa que debas seguir apartado.
¡Todo lo contrario!
Dios, el verdadero y no ese monigote de pacotilla que inventan los “teólogos” del sujeto colgado,
Dios ama el arrepentimiento y aguarda con paciencia y amor hasta el último instante para que la persona se dé cuenta de que ha hecho mal,
se arrepienta y retorne a la buena senda que Él marca.
Él no desprecia a la persona por haber pecado, Él no echa eternamente a nadie al olvido porque se equivocó.
Eso describe más bien al fantasioso dios que es creación de los idólatras, tal como los seguidores del sujeto de la cruz. Ese falso dios es el que desprecia al pecador, envía al “infierno” al que peca, tiene “demonios” para carcomer la vida y el alma del errado, existe un “anti dios” que se regocija con hacer arder al que es malvado… en fin, una incoherencia e irracional teología que es instrumento del EGO para dominar a los que se someten a ella.

El profeta de la Verdad dice que el que hayamos pecado no es excusa para sentirnos sin la Presencia de Dios.
Por el contrario, debemos darnos cuenta de lo que hemos hecho, arrepentirnos, aferrarnos a Dios por medio de servirLo cumpliendo con Sus mandamientos.
Un servicio de TODO corazón, sin hacer pactitos, ni negociados, ni comerciar con Él.
No obedecer a Dios, cumpliendo Sus mandamientos, para que Él te dé algún beneficio aquí o en el más allá.
Tampoco para que lo halagues a cambio de que Él te pague.
ServirLo de TODO corazón, tal es la senda del que es leal a Dios y no del que se inventa excusas para seguir siendo adorador del EGO al que endiosa.

No os apartéis tras las insignificancias que no sirven ni libran, ya que son insignificancias.

El deber es servir a Dios, aunque no seamos perfectos, porque nadie nos demanda que lo seamos.
Servir a Dios, actuar movidos por el deseo de perfeccionarnos pero sin imponernos metas imposibles de cumplir.
No dejarnos boicotear por el EGO, con sus astutas pero simplonas estrategias.
Tampoco inventarnos justificaciones para hacer lo que nos complace, en lugar de enderezar nuestra voluntad según la Divina Voluntad.
Adorar dioses de pacotilla, tal como el monigote de la cruz, es hacer cosas que NO libran, NO salvan, puesto que son insignificancias, el EGO exteriorizado en la payasada de la religión.

El haber pecado o errado en el pasado no es excusa para seguir pecando, para seguir andando en el desvío en lugar de por el sendero.
No tenemos que creernos pecadores eternos por haber hecho el mal.
Muy por el contrario, es nuestro deber hallar sentido a nuestra vida.
Un sentido trascendente, un sentido de vida pleno, y no las cosas insignificantes con las que llenamos nuestras horas.
Nos poblamos de imágenes, de ídolos, de palabrejas, de sectarismos, de mentiras, de plegarias, de cancioncitas idotizantes, de rituales, de subterfugios, de religiones, de jasideísmos, de cabalisterías, de supersticiones, de tantas cosas irrelevantes a las que izamos a lo alto como si fueran realmente importantes.
Dios nos reclama que hagamos otra cosa.
Que seamos leales a Él, que andemos por Su camino, que seamos íntegros (Devarim / Deuteronomio 18:13)., que seamos justos y buenos…
Esto es de Dios y no andar viendo quién es “elegido”, quién es “salvo”, quién tiene algún “don”…
Dios no verá quien es “elegido” y quien no lo es, pues eso es un detalle. Dios verá quien anda según Sus mandamientos y quien no lo hace.
Quien Le es fiel, a pesar de los altibajos, de los contratiempos, de los errores; y quien se inventa dioses para dejar a Dios.

Pues el Eterno no desamparará a su pueblo, por causa de Su gran nombre; porque Él ha querido haceros pueblo suyo.

Dios no dejará jamás de lado a la nación judía, a la que Él escogió como Su nación santa y de sacerdotes.
Él quiso hacer del pueblo judío Su pueblo especial y nunca dejará de cumplir esta promesa.
Él no dejará de amparar a los judíos, aunque los iracundos asesinos quieran contradecirLo, aunque los fanáticos sectarios se inventen nuevas elecciones, aunque los religiosos escupan maldiciones y juren que Dios cambió de parecer.

Puede parecer injusto, poco bonito, pero tal es la realidad según la decretó el Uno y Único.
Él no se arrepiente.
Por tanto, esos pelafustanes que dicen que Dios desechó a los judíos por no aceptar al postrado pecador de la cruz, son unos mentirosos, unos blasfemos, unos asesinos de almas, gente que odia a Dios, lo que los lleva a odiar a los judíos y a toda la especie humana.

En cuanto a mí, ¡lejos esté de mí pecar contra el Eterno dejando de rogar por vosotros! Al contrario, os instruiré en el camino bueno y justo.

El verdadero fiel a Dios no deja de trabajar por el bienestar colectivo y no solo de él o de los de su secta.
El fiel a Dios construye Shalom, pues enseña acerca del bien y la justicia.
Es el fanático, el misionero, el religioso, el mentiroso, el ladrón de dinero y almas el que maldice al que no cree sus tonterías.
Es el idólatra, el creyente en falsos dioses, el seguidor del tal Jesús/Yeshuah/nombre-que-le-quieran-inventar, el que vive pecando y haciendo pecar, lo que constituye una corrupción tremenda que lleva al mundo al estado actual de caos e inmoralidad general.
El leal a Dios ora y vive en armonía con los Siete mandamientos, si es gentil, o con los 613 mandamientos si es judío.

Nada de maldiciones, nada de reprobaciones, nada de presiones o amenazas… el fiel y líder del pueblo de Dios no anda por la vida manipulando para alcanzar sus vanidosos objetivos.
Tampoco se aprovecha de la debilidad o pobreza para presentarse como “benefactor”, pero al mismo tiempo corromper hasta el hueso a la persona.

Solamente prestad suma atención al Eterno y servidLe con fidelidad y con todo vuestro corazón, considerando cuán grandes cosas Él ha hecho por vosotros.

Queda claro, lo repite el profeta, no somos abandonados por Dios aunque hayamos hecho algo malo en el pasado.
Probablemente habremos de padecer las consecuencias, pero no por castigo de Dios, ni porque hemos perdido el pacto con Él, sino porque cada acción es seguida por su necesaria consecuencia.

Dios nos ama, nosotros debemos amarLe.
¿Cómo?
Atendiendo a lo que Él nos pide: servirle con fidelidad al servir de todo corazón por medio del cumplimiento de los mandamientos que nos corresponden.

Cada persona tiene una lucha interna con su EGO, los idólatras creen ser superiores, perfectos, amados por sus inexistentes dioses, cuando en realidad son siervos estériles de sus EGOS.

El que batalla contra el EGO sin someterse a él, actúa con generosidad, con agradecimiento, recuerda el bien recibido y procura vivir con bien y justicia.
Eso es lo que Dios pretende de ti, no que seas perfecto a tu entender o según evalúa tu seca secta.

Pero si perseveráis en hacer el mal, vosotros y vuestro rey pereceréis

El que se aferra al mal, a su EGO, logra obtener mal e incluso que “su rey”, el EGO perezca junto a él.

No es sirviendo al EGO en sus multitud de disfraces como alcanzamos la plenitud en esta vida y en la eternidad, sino controlando su dominio, liberándonos de su patronazgo para ser leales a Dios por medio del cumplimiento de los mandamientos que Dios nos ha dado para que cumplamos.

Así pues, Dios en Su Palabra NO dice que Israel haya sido desechado, ni que exista otro Israel alternativo.
No hay fe en ningún colgado que tenga alguna significancia.
No es el camino de la religión lo que permite ser salvo.

Tú que estás a la Luz del Eterno lo comprendes.
Tú que estás despertando de la esclavitud del EGO lo alcanzas a comprender.
Pero tú, que sigues repitiendo los lemas malditos de la idolatría, que eres un esclavo del EGO, te negarás a entender nada que pueda ayudarte a ser feliz, libre, pleno, santo.

Resp. 973 – como educo a mi hija

William nos consulta:

Buenas. Gracias por esta pagina pues es el unico contacto por el momento que tengo con un noajida
Tengo una hermosa hija que esta cursando primer grado el problema es que en la clase de religion le dejan tareas acerca del bautismo,sobre jesus y sobre sacramentos paganos
Sin embargo trato de incunlcarles los valores noajidas pero no puedo omitir esta materia pues es necesaria para que siga avanzando en su en su formacion academica
¿Que puedo hacer en este caso?

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Observamos lo que somos

Werner Heisenberg, un gran científico gentil alguna vez dijo: “Lo que observamos no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta por nuestro método de cuestionar”.

Interesante.

Nos vemos la realidad, la construimos de acuerdo a quien somos.

Pero, ¿quién somos?

Ah… nada fácil de resolver en pocas líneas, como me propongo compartir contigo ahora.
¿O es más fácil de lo que supongo?

  • Somos Yo Esencial, es decir espíritu, aquello que nos conecta constantemente con Dios, con el todo.
  • Somos Yo Auténtico, el espíritu y el cuerpo.
  • Somos Yo Vivido, que resultan ser las máscaras que vamos asumiendo a lo largo de nuestra existencia terrena.

Estas máscaras suelen presentarse y considerarse como el Yo, como el único e importante, siendo que en verdad son aditamentos, condiciones externas que tomamos o nos imponen, que se convierten en centro cuando son solamente periferia. Nos embarcamos en desarrollar y conocer nuestro Yo Vivido y perdemos la pista a nuestro Yo Auténtico.

El Yo Vivido es expresión del EGO, por tanto engaño, instrumento de dominación y manipulación, herramienta para mantener en estado de impotencia y apartados de nuestro real poder y nuestra real conexión con nuestro ser, con el prójimo y con Dios.
Al enfocarnos en lo vivido dejamos de atender lo auténtico.
Nos alejamos de lo que conecta para girar en torno a lo que aliena.
Perdemos la energía, nos debilitamos, erramos, fallamos a nuestro sentido de vida.

El desvío del camino certero se dice en hebreo “jet”, que comúnmente se traduce como “pecado” ((Se puede clasificar de modo más preciso, pero nos conformaremos ahora con una simplificación. Se puede profundizar buscando lo publicado en el sitio.)).

Pecado, significa en su sentido original hebreo hacer un desvío, errar el blanco.
No implica una cuestión moral o religiosa, sino que es un concepto afín al “excursionismo”, o mejor aún al “senderismo”.
Hay un camino delimitado, señalizado, comprobado en su eficiencia, en este caso diseñado y especificado por Dios para el hombre.
Al salir de los bordes, al quebrar las pautas, al apartarse del sendero, se está “pecando”.

El cumplir con los mandamientos que Dios te ha dado (Siete Universales para los gentiles, los que corresponden de los 613 para los judíos), es acatar las reglas, seguir las guías, andar con seguridad por el camino establecido por Dios para ti.
Por tanto, cada mandamiento cumplido, es un paso hacia la meta sagrada de vida.
En otra imagen que empleamos en otras ocasiones, cada mandamiento a tu haber es otro eslabón que te conecta con la vida.

Creo que te das cuenta que el pecado es una deficiencia en la conexión con la vida.
Cuando pecamos estamos debilitando nuestro vínculo con el ecosistema, con nuestro vecino, con Dios pero también con nosotros mismos.

¿Qué nos lleva al pecado?
Básicamente el EGO.
Permíteme que te recuerde los grados del pecado, de menor a mayor:

  • Por error.
  • Por ignorancia.
  • Por comodidad.
  • Por rebeldía.

En ocasiones la ignorancia y el erro, pero casi siempre la comodidad y la rebeldía son expresiones directas del EGO que nos carcome desde dentro y nos somete a su primado.
No te lo explicaré ahora, te dejo la tarea que medites, reflexiones y te des cuenta (y compartas luego con nosotros) cómo se conectan estos grados del pecado con el imperio del EGO en ti.

Anda por allí nuestro sistema de creencias, la identidad que hemos adoptado, la necesidad de sentirnos con poder y en control, las etiquetas y roles con las cuales procuramos sostener nuestra imagen “pública” que sentimos eternamente en falta y herida.

Podemos intentar responder a las siguientes cuestiones:

  • ¿Cuáles son mis conductas más habituales?
  • ¿Cuál viene siendo mi patrón de conducta en lo que respecta a la conexión?
  • ¿Qué estoy  construyendo con mi estilo de vida?
  • ¿Tengo presente y soy consciente de mi estado de conexión conmigo, con el prójimo, con el ecosistema, con Dios?
  • ¿Qué estoy haciendo para mantener limpia la luz que irradia desde mi esencia espiritual hacia el resto de mi personalidad?
  • ¿Tengo claro cuánto de EGO hay en mi forma de vida?

Da por sentado que no nos agrada sentirnos inseguros, padecemos la incertidumbre.
Ambas nos retrotraen a la pesadilla inicial de la absoluta impotencia.
Por tanto andamos a los tumbos por la vida consiguiendo aquello que nos asegure el sentirnos seguros en todos los planos materiales: mental, social, emocional y físico.
Andamos a la búsqueda constante de trofeos que nos amurallen en la sensación de seguridad y control.
Pretendemos armar un orden que nos organice nuestra vida y así dejar fuera la ansiedad y la angustia.
A veces nos engañamos, porque creemos lograrlo.
Pero ese orden, esa falsa seguridad es una ilusión, que deja de percibir el influjo del EGO, niega lo que está sucediendo para de esa forma pretender que todo está bien.
Pero allí sigue reinando el caos, la impotencia.
Por lo cual, si una breve ficha se mueve, sentimos que se tambalea toda la estructura, se nos dispara el estrés, nos hundimos en angustia, recurrimos a desesperados manotones para sostenernos en precaria estabilidad.
Así estructurados nos inclinamos a construir una realidad poblada de etiquetas, ponemos cada cosa en compartimientos catalogados y enumerados, tejemos redes que contengan aquello que nos puede hacer percibir nuestra debilidad interior.
Adoramos ídolos, endiosamos al EGO que se nos presenta como el “salvador”, como “camino, verdad y vida”, todo para huir con desaliento de esa tremenda muerte en vida que fue el padecer la impotencia inicial.
Nos llenamos de aire, nos enviciamos, perdemos la conciencia con todo tipo de adicciones, nos regodeamos con cosas superfluas, nos afiliamos a dogmas y clubes insubstanciales, nos hacemos fans de sectas en sus diversas caricaturas, imponemos cierto orden en el caos, para no ordenar el caos interior que sentimos como irrecuperable.
Cosificamos al prójimo, masificamos nuestras relaciones, por lo que nos petrificamos nosotros mismos, así es fácil comprender que adoremos dioses de piedra y madera, aire al que adulamos como divinidad.
La raza, el país, la bandera, el partido, el cuadro deportivo, el ídolo del espectáculo, el jugador de fútbol, el pastor, el rabino, el Rebbe, el cabalistero, los ángeles, dioses, las creencias, los líderes, el cónyuge, el padre, la naturaleza, etc. vienen a ser los nuevos dioses que tienen la mágica respuesta, el orden anhelado, el poder y el control que se fantasea adquirir para escapar de la tremenda sensación de impotencia.
Todo es lo mismo: EGO.

El apego a lo pasajero, el afán por lo falso, el servilismo al EGO, el llorar por lo que no vale, el morir por ideales absurdos, el matar por adquirir prestigio… desconexión, pecado, debilidad, auto impulsarse a caer en esa impotencia que tanto se teme y de la que tanto se huye.
Es simpático… para escapar de la impotencia uno se mete por completo en un círculo vicioso que arrastra hacia la continua impotencia…

El miedo nos ahoga, la duda, el conflicto, porque no andamos por la senda de la conexión, sino por la del deseo oscurecido.
Cada instrumento que aplicamos para procurar corregir nuestro mal, termina por desviarnos aún más.
Entonces, no es extraño que la religión sea poderosa, el fanatismo, los terroristas ponderados como luminarias actuales. No tiene nada de raro que en cualquier parte estemos inseguros, que los malandrines gobiernen, que la corrupción sea habitual. Es que el falso orden que imponemos desde el EGO no es más que una faceta del caos irreverente de nuestro interior mal trabajado y peor encausado.

El EGO para todo encuentra respuestas, y si no… las inventa.
Es hora de hacer que nuestra voluntad se acompase con la Divina Voluntad, de acuerdo a lo que Él decreto para cada uno según su propia identidad espiritual.
Noajismo para noájidas.
Judaísmo para judíos.
De esta forma estaremos en la vía de la conexión, del verdadero orden, del dominio sobre nuestra realidad, la que construiremos con la pureza de las doctrinas correctas y las acciones de shalom.

Maimónides acerca de una visión de salud integrada

El gran maestro RaMBaM ha dado numerosas consejos y reglas al respecto del cuidado y promoción de la salud del individuo, de la sociedad e incluso del entorno.
Si bien vivió hace ocho siglos atrás su visión trascendente, su conocimiento sagrado, le permite seguir resonando con fuerza aún en nuestros días.
Si bien los avances de la tecnología y del saber nos han provisto de novedosas herramientas y conceptos, es bueno que demos una mirada a las palabras del maestro.
Para lo cual iremos citando y analizando someramente el capítulo 23 del tercer tomo de su magna obra “Guía de los Descarriados o Perplejos”.

Ya en su título nos encontramos con una directa relación de las mitzvot con la temática de la salud: “DE QUE LOS PRECEPTOS DIVINOS PERSIGUEN ASEGURAR EL BIENESTAR DEL CUERPO Y DEL ESPÍRITU DEL HOMBRE”.
Los preceptos divinos, es decir las mitzvot, tienen una finalidad, la cual es proveer de bienestar al ser humano íntegro, tanto en su faceta corporal como espiritual.

Notemos que en este texto es posible asimilar lo “corporal” con lo “material” del ser humano, por tanto cada vez que encontremos el término “cuerpo” o “corporal” podremos traducirlo a lo que conforma la materia del ser humano.

En cuanto a lo espiritual, es un concepto amplio y a veces confuso.
Para tener un marco compartido y eficiente de comprensión convengamos en lo siguiente:

· Nefesh –alma- hace referencia a la energía vital, aquella que nos sostiene con vida en Este Mundo.

· Neshamá –espíritu- indica al menos tres ideas simultáneas:

o La información que se recopila constantemente, consciente o inconscientemente, por parte de la persona.

o La conexión inquebrantable que conecta al hombre con Dios.

o Aquello que no es corrompido de ninguna forma por el trajinar en Este Mundo y permanece en existencia luego del deceso del individuo.

Así pues, Maimónides nos asegura que los mandamientos que el Eterno ha dado a cada uno para cumplir necesariamente llevan a un estado de salud tanto en lo material como en lo espiritual.
Al ser lo espiritual un fondo incorruptible, se está indicando que las acciones de salud no solamente tendrán efectos en Este Mundo sino que también en el Mundo Venidero.

Continuemos con el texto del maestro: “El designio general de la Torá es doble: Asegurar por una parte la felicidad del espíritu, y por otra, el bienestar del cuerpo.”

El objetivo de la Torá es que la persona alcance la felicidad en su plano espiritual al tiempo que su plano material goza de bienestar.

Es interesante que notemos que no habla del bienestar del espíritu, sino de su felicidad.
Uno de los motivos podría ser que el espíritu en sí mismo jamás es modificado por la conducta de las personas.
Lo que se puede dañar y reparar es el nexo que se establece entre el espíritu y el cuerpo, pero nunca se llega a modificar el espíritu en sí mismo.
El espíritu es un lazo divino, está por fuera de los parámetros tiempo/espacio que conforman lo material. Es la conexión continua y constante que no depende de nuestra voluntad o conducta.
Sin embargo la conexión a nuestro espíritu es pasible de cambios a causa de nuestra conducta.
Cada acto erróneo, cada pecado, cada transgresión, es como una mancha, como una cáscara que se interpone entre nuestra esencia espiritual y nuestro Yo Vivido.
Cuanto más nos hundimos en errores o pecados, significa que más cáscaras hemos permitido que bloqueen el influjo positivo que irradia desde el plano espiritual.
Nada de lo que hagamos afecta nuestro espíritu, ni para bien ni para mal. Sin embargo nuestro ser íntegro se afecta, puesto que no recibimos la “luz” espiritual desde nuestro interior, al tiempo que nos poblamos de información negativa.
Para comprender mejor estas ideas precisamos de dos imágenes que nos sirvan como analogía.

La luz de este farol no cambia ni se perjudica si el vidrio que la circunda se va llenando de manchas que la oscurecen.
Hacia fuera hay menos luz, pero ésta permanece en realidad tan brillante y diáfana como siempre.
Cuando se limpia el vidrio, cuando se van quitando las manchas, es que la luz vuelve a ser percibida por el afuera. En apariencia hay más luz, cuando en realidad lo que hay es menos cáscaras interponiéndose entre ésta y el afuera.
Así pues, ninguna acción nuestra toca la llama, aunque a la vista pareciera que sí.

La segunda analogía es cómo se llena de información negativa y sin embargo no se afecta.

Probablemente hemos escuchado hablar de la fibra óptica.
Un material transparente por el cual fluye un haz de luz que transporta información.
Millones de datos viajan a velocidad fantástica en forma de luz, la cual no cambia su esencia.

Los preceptos divinos permiten llenar de información positiva, de felicidad, esas transmisiones que se establecen en el espíritu personal. Es gozo que deleita en Este Mundo pero que queda también para ser disfrutado en el Mundo Venidero, en lo que podemos entender como el deleite del paraíso.

Al ser definida como felicidad le reconocemos un componente subjetivo, pues cada quien percibe la felicidad de acuerdo a quien es. Sin embargo el generador de esta felicidad espiritual siempre está vinculado a la acción en consonancia con los mandamientos divinos que corresponden a cada quien.
Esto es, ninguna felicidad verdadera puede estar en desequilibrio con los mandamientos.

Para este plano material el objetivo de la Torá es brindar bienestar, que es un concepto que incluye lo objetivo y lo subjetivo. Al respecto trataremos más adelante.

Al actuar conforme a la Torá se estaría posibilitando el bienestar y felicidad para la persona.

Continuemos con la palabra de Maimónides: “Promuévese la felicidad del espíritu gracias a las correctas opiniones y doctrinas que comunica la Torá al pueblo, según su capacidad.”

Como habíamos mencionado anteriormente, al actuar conforme al sentido de la Torá se reducen los bloqueos entre el espíritu y lo material. Se eliminan falsas creencias, se extirpan las supersticiones, se desvanece el poder de las religiones, las ideas fantasiosas ocupan el lugar que merecen, las ideas se ordenan, por lo que la persona tiene un pensamiento más claro, una conducta más equilibrada.

Sigue el maestro: “Algunas de estas doctrinas se comunican en forma llana y sencilla, otras, en alegoría; porque ésas son manjar demasiado fuerte para que la común capacidad del vulgo las asimile.”

Algunas ideas se expresan de modo directo, por ejemplo: “No robes”. Para la generalidad de las personas es comprensible vertido de tal modo.
En ocasiones las ideas son extraídas de historias, de relatos, de ejemplos, de un modo indirecto, para que así sean captadas por las personas o se extraigan moralejas que resultara árido expresar de otra manera. Ejemplo: el patriarca Avraham se había circuncidado hacía tres días, tenía dolor y fiebre y sin embargo salió presuroso a recibir a tres extraños para hospedarlos, les brindo agua y buena comida, los acompañó, se encargó de ellos como si fueran príncipes. De esta anécdota se derivan numerosas ideas, de las que mencionamos: recibir visitantes, ser solidario, no juzgar por apariencias, el altruismo libera del dolor, entre otras ideas sublimes y necesarias.

Al actuar en sintonía con estas buenas enseñanzas, tanto las formuladas de manera directa como indirecta, estamos rompiendo la esclavitud al EGO, liberándonos de las celditas mentales que nos encierran, adoptando estilos de vida saludables.
Todo esto nos provee de gozo, de aquella felicidad que corresponde al plano espiritual.

En cuanto a lo material: “Consolídase el bienestar del cuerpo mediante la adecuada ordenación de las relaciones conforme a las cuales vivimos unos con otros. De dos maneras puede alcanzarse esto: la primera, alejando la violencia de nuestro medio, esto es, logrando que cada cual haga, no lo que le place, puede y desea, sino lo que contribuye a la común felicidad; la segunda, enseñando a cada cual las normas morales susceptibles de producir un buen orden social.”.

El bienestar radica en un “estar bien”.
Esto es, que cada componente se encuentre en su lugar y orden correspondiente.
Que se establezcan las relaciones armónicas y por tanto se reduzca el efecto perjudicial del caos.

El orden incluye un apartarse de lo que es prohibido, por ser perjudicial; pero también un aproximarse a aquello que es permitido, por ser beneficioso.

El EGO rechaza el orden, promueve el caos, puesto que en esa situación es que impera la impotencia, la cual es aprovechada por el EGO para seguir manteniendo su dominio sobre la persona.
Por lo cual, al actuar de modo altruista, solidario, generoso, comprometido, reconociendo los límites, se está destituyendo al EGO de su falso sitial de predominio para permitir a la persona desarrollar sus potencialidades, hacer uso de sus capacidades, encontrar el bienestar armónico interno y externo.
En tanto sea el EGO el que comande las acciones, el caos seguirá imperando, la impotencia no dejará de sentirse en cada ocasión, la persona estará reducida a la esclavitud y a la enfermedad.

La salud individual no es independiente de la salud colectiva y del entorno.
Por tanto al irse ordenando las relaciones entre los factores internos, entre las personas, entre ellas y su medio, la salud se extiende y fortalece.

Por tanto, parece necesario ampliar el alcance de nuestra idea de salud y de nuestra idea de persona. No basta con centrarse en el individuo, y así es como lo entendió y manifestó Maimónides: “Porque ha sido hallado que el hombre goza de una doble perfección: La una es la perfección del cuerpo, y la otra la del espíritu. Consiste la primera en la salud que sólo es posible cuando el hombre puede suplir sus necesidades a medida que se presentan, alimento, abrigo, baño, vestido, y cosas del mismo linaje. Pero el hombre no podría a solas procurarse todo esto; es imposible que un hombre aislado alcance bienestar y comodidad, lo cual sólo es hacedero viviendo en sociedad, pues que, como bien sabes, el hombre es por naturaleza sociable.

El plano material, por su misma naturaleza es cambiante y formado por diversos elementos.
Para facilitar nuestra comprensión señalamos cuatro dimensiones que la forman:

· Mental: pensamiento, imaginación, creación, razonamiento, creencias

· Social: valores, códigos compartidos, cultura, tradiciones, lenguaje, reconocimiento

· Emocional: estima, disfrute, afecto, intimidad, autovaloración

· Físico: el cuerpo y sus necesidades básicas, que son objetivas y sin las cuales la persona muere.

Estas dimensiones están íntimamente entrelazadas, es muy difícil encontrar que se pueda aislar una de las otras. Cada una afecta y es afectada de manera diversa.
Si bien es posible discernirlas, elaborar ideas al respecto de ellas, no dejan de asentarse en lo corporal, no dejan de ser elementos que constituyen un sistema complejo.
Por tanto, aquellas doctrinas que niegan alguna de las satisfacciones necesarias a cualquiera de los planos, están en discordancia con el plan de Dios expresado en la Torá, reniegan de la salud, atentan contra el bienestar de la persona y de la comunidad.
Es imposible pretender aislar al hombre, cercenarle sus derechos, impedirle la obtención de aquellos satisfactores que no colisionan contra la Divina Voluntad.
Una cosa son los mandatos del EGO, que impulsa el caos, que deteriora la salud individual, colectiva y ambiental; y otra cosa es el reclamo o anhelo por alcanzar la satisfacción en aquellos factores que son permitidos.

Prosigue Maimónides: “La segunda perfección consiste en que llegue a ser de hecho inteligente. Esta segunda perfección ciertamente no incluye cualquier acción o conducta, sino sólo conocimiento, al cual se llega reflexionando e indagando. Y es claro que esta segunda y superior categoría de Perfección sólo puede ser alcanzada cuando ha sido satisfecha la primera; porque la persona; que padece hambre, sed, calor o frío en demasía, no puede concebir una idea, ni cuando se la comunican otros, ni menos aun cuando ha de alcanzarla por propio razonamiento.”.

Es imposible pensar correctamente cuando los tres planos anteriores están desbalanceados.
Por tanto, la salud requiere no solamente de un organismo en armonía, sino también de las emociones correctamente balanceadas, relaciones sociales saludables lo que permite el despliegue mental acorde a la capacidad personal.
El plano mental ejerce su potencial de acuerdo a su capacidad biológica, a los contenidos con los que ha sido llenado y a las facilidades que permite el entorno.
Entre los contenidos que repercuten en lo mental están los mensajes que provienen de afuera pero también de las propias emociones.

Por otra parte, es necesario comprender cómo el plano mental sirve como puente hacia el plano espiritual.
El plano espiritual se satisface por medio del cumplimiento de mitzvot (aquellas posibles y pertinentes) y por medio del estudio de Torá (lo que sea pertinente).
Como menciona Maimónides es necesario el orden para alcanzar la perfección.
Un pensamiento ordenado, en el cual los factores emocionales impulsan hacia la armonía, los elementos aprendidos potencian la creatividad y el razonamiento, en un entorno cultural que favorece el análisis y la investigación, es un factor sustancial para adquirir el conocimiento necesario para llevar a cabo los mandamientos así como extirpar las creencias y doctrinas que entorpecen el desarrollo personal y colectivo.

Sigue Maimónides: “Una vez conseguida la primera perfección es posible llegar a la segunda, la más noble, sin duda alguna, ya que merced a ella sola el hombre es inmortal.”.

Como ya hemos explicado, lo que queda del individuo tras su muerte es su espíritu con la información que recabó durante su transcurso de existencia mundana.
La inmortalidad, la eternidad, la vida postrera por tanto depende de alcanzar grados de equilibrio corporales que permitan un correcto despliegue del ser humano, que lo lleve a actuar conforme la Torá, por medio del cumplimiento de los mandamientos que le corresponden. De tal forma adquiere su porción de gozo para deleitarse en el Mundo Venidero.
Pero si el hombre padece, sobrevive entre carencias, lleva su vida por caminos de insatisfacción en cualquiera de los planos que lo conforman, está poblando de información negativa su porción de eternidad.
Es por tanto imperioso lograr un equilibrio multidimensional, para uno y para el conjunto de los miembros de la sociedad.
Esto permite el despliegue de los propios potenciales, el bienestar y la felicidad, que son finalidad de la Torá, según resalta Maimónides.

Concluye el maestro: “La verdadera Torá, que es una, y fuera de la cual no hay otra Torá, de nuestro Maestro Moisés, aspira a otorgarnos esta doble manera de perfección.”

Refuerza lo expuesto anteriormente e indica que no hay otra “ley espiritual”, ninguna forma de reemplazar las enseñanzas y mandamientos que la Torá provee para una salud completa, que incluye lo espiritual.

Una síntesis, tal cual amplía Maimónides en el Capítulo 31, podría ser: “El verdadero objeto de los seiscientos trece preceptos es inculcar alguna verdad, desvanecer alguna opinión errónea, consolidar el trato social, disminuir el mal, educarnos en buenas maneras y advertirnos contra las malas costumbres.”

Esta prédica del maestro no son conjeturas o sabias ideas personales, sino que se fundamentan profundamente en la propia Palabra del Eterno:

Y el Eterno nos mandó que cumpliéramos todos estos estatutos y que atendiéramos siempre al Eterno nuestro Dios, para que nos fuera bien todos los días y para conservarnos la vida como en el día de hoy.” (Devarim/Deuteronomio 6:24)

El bienestar todos los días, por medio de atender la Palabra del Eterno y cumplir con los mandamientos.
El preservarnos con vida como hoy, a pesar de ya haber dejado Este Mundo.

No vemos al hombre como desconectado, como aislado, como caótico, pues tal es el engaño que promueve el EGO.
En tanto que el hombre integrado, en armonía interna y externa, es el camino que establece la Torá. Una integración del hombre consigo mismo, con el prójimo, con el colectivo, con el mundo y con lo eterno. Todo esto atravesado por su conexión con Dios.

La salud se forma entonces por el desarrollo de un estado de desconexión hacia uno de mayor integración y conectividad multidimensional.

Engañoso EGO

Nuevamente te brindo un sano mensaje noájico a partir de la enseñanza que brinda la lectura semanal pública que se hace en el seno del pueblo judío. En esta oportunidad la sección se denomina “Koraj”.

Compartamos juntos.

Seleccionamos de la parashá

1. El EGO está detrás de todas las rebeldías.

2. No es bueno asociarse para hacer el mal.

3. Apartarse del mal y hacer el bien.

4. Preservar el honor de las cosas santas.

5. Un pueblo sano es un pueblo generoso.

6. Respetar los roles y funciones de cada uno.

7. Toda acción tiene consecuencia.

8. Reconocer –agradecer- es un gran paso en el camino del bien y la justicia.

Dice la parashá:

«Ellos se juntaron contra Moshé [Moisés] y contra Aarón, y les dijeron: -¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y el Eterno está en medio de ellos. ¿Por qué, pues, os enaltecéis vosotros sobre la asamblea del Eterno?» (Bemidbar / Números 16:3)

Pero la Torá testifica acerca de la humildad de Moshé, el más humilde de los seres que pisó la tierra:

«Y el hombre Moshé [Moisés] era muy humilde, más que cualquiera de los hombres sobre la faz de la tierra.» (Bemidbar / Números 12:3)

Entonces, ¡qué absurdo es el reclamo de Koraj y su banda cuando acusan a Moshé de ser vanidoso y ambicioso perseguidor de fama y renombre!

¡Cuánta distorsión en las percepciones provoca el enojo y el desánimo!

Y es precisamente acerca de esto que nos quiere instruir la Torá: cuando nos enrolamos en una disputa cuya finalidad es el ego, necesariamente nos sentiremos enojados y carentes de un «algo» que creemos esencial, y en ese estado perturbado, nuestros sentidos se embotan, especialmente el menos usado de los sentidos: el sentido común.

Y así, con el ego gobernando a tontas y locas nuestras vidas, andamos a ciegas y con el fracaso como única recompensa.

 

Relato: El pobre rico

Aquel hombre había encontrado la guarida secreta de algunos antiguos ladrones, o quizás habían sido piratas… ¿o era de algún rico desconfiado?
¡Qué importa!
Lo sustancial es que el antro estaba repleto de monedas de oro, variadas joyas, objetos codiciables y otras cosas que no sabía nombrar pero que parecían sumamente valiosas.

No podía creer en su suerte. Jamás había visto tantos reflejos dorados. Ni en sus más atrevidos sueños se había atrevido a fantasear con semejante riqueza.

Para mejor, todo tenía aspecto de viejo, como detenido en el tiempo siglos atrás. ¡Nadie reclamaría este tesoro!

Se abrazó a un cofre, acarició algunas relucientes monedas y luego las lanzó al aire para sentir el golpeteo de la lluvia millonaria.

No cabía en sí de tanto gozo.
– “¡Soy rico!” -gritó feliz, mientras daba saltos y se acariciaba con su recién descubierta fortuna que podría hacerlo dichoso por el resto de su existencia…

– “Pero, un momento” -pensó- “¡algo anda mal! De seguro mis envidiosos vecinos me acusarán ante las autoridades sospechándome un ladrón. ¡No quiero problemas!
O… seguramente verdaderos ladrones se enterarán de mi riqueza y me buscarán para lastimarme y robarme… ¿Qué hago ahora?”.

Por lo que decidió ir a refugiarse a una cueva perdida, en medio de una espesa jungla, pues, sabía que nadie lo encontraría allí, ya que ninguna persona acostumbraba pasar por esos lugares…

Y así vivió prisionero de su tesoro unos años, rodeado de soledad y temor, abrazado a sus inútiles y muy refulgentes objetos de los que se creía su dueño…

Preguntas para repasar y reflexionar

1. ¿Cuál fue el error más grande del personaje del cuento?

2. ¿Qué le hubieras recomendado hacer al personaje del cuento?

3. ¿Quién era dueño de quién?

4. ¿Cómo relacionas este relato con el contenido de la parashá?

5. ¿Te parece que esta enseñanza tiene alguna relevancia para la vida cotidiana?

6. ¿Conoces algún otro relato o anécdota que tenga similar contenido?

La lección de Koraj

Hay un personaje en la Torá llamado Koraj, Coré en español.
Era un personaje judío, pero cuestiones de su vida sirven como moraleja para los noájidas.
Un modelo para conocer y NO seguir.

Nos cuenta la Tradición que Koraj era un hombre que poseía innumerables fortunas; mucho poder; gran astucia; renombre; familia; amistades; en resumen, Koraj podía considerarse el hombre más satisfecho y feliz sobre la tierra.
Pero, no lo era.
Estaba insatisfecho, y por eso, era infeliz.
Le faltaba una cosa, una pequeña cosa: humildad.
La humildad es reconocer con justicia el valor de cada persona, de cada cosa, de cada cualidad.
Humildad es esforzarse por convertir en realidad lo potencialmente positivo.
Humildad es tener confianza en que lo mejor es aliado de lo bueno.
Humildad es tener conciencia de que el fracaso justo no es humillación, ni el éxito es motivo para enorgullecerse y despreciar a otros.
Le faltaba humildad a Koraj.
Y cuando la humildad no está, entonces se vive insatisfecho.
La fortuna económica parece miseria.
La salud se vive como enfermedad.
Las amistades en lugar de apoyar, incitan a equivocarse.
La felicidad no se aprovecha.
Así que, pobre Koraj, teniendo todo y con la sensación de carecer de todo…

Y Koraj expresó su falta de humildad rebelándose contra Moshé y Aarón.
Él y sus malandrines acompañantes pretendían convertirse en los líderes de Israel, es decir, no aceptaban el liderazgo que el Eterno había dispuesto para Su pueblo.
Entre gritos y piquetes de los revoltosos, Dios pone en evidencia Su deseo, demostrando públicamente que el mando político debía permanecer en manos de Moshé, y el sacerdocio para oficio de Aarón y sus descendientes.
Fue Dios el que se encargó de poner las cosas en su sitio.

¿Qué pasó con Koraj, el que tenía de todo, pero le faltaba humildad?
¿Cómo terminó su vida el exitoso Koraj que siempre quería estar un poco más arriba?
Koraj y los rufianes que lo aconsejaban y seguían, en lugar de ascender y transformarse en la cabeza del Pueblo, fueron tragados por la tierra.
Tal cual lo dicho, hubo un temblor de tierra, entonces una gran zanja se abrió bajo Koraj y los suyos, y todos los descarriados por el hambre de poder y orgullo desaparecieron para no volver.

Este hecho ocurrido en la realidad, tiene su lectura educativa: si queremos elevarnos y superarnos, es imprescindible ser humildes y correctos, porque de lo contrario, en lugar de subir- bajamos.

Enfocarse en el bien en lugar de lamentarse

Tristemente, pero con su habitual sinceridad lacónica la Torá nos relata que:

    "Aconteció que el pueblo estaba como quejándose amargamente a oídos del Eterno.
Lo oyó el Eterno, y se encendió Su furor; y un fuego del Eterno ardió contra ellos y consumió un extremo del campamento."
    (Bemidbar / Números 11:1)

Un clásico comentario a este versículo, nos dice que aquellas personas quejosas, más precisamente los perversos y corruptores, no tenían verdaderos motivos para quejarse, sino que estaban buscando excusas para separarse del Eterno.
Nada nuevo, nada fuera de lo “normal”.
Hartos de todo anhelamos lo que no precisamos ni es bueno para nosotros.
Poseemos una identidad sagrada, pero nos disfrazamos de otra cosa.
Somos ricos de diversas formas, pero queremos aquello que es propiedad de otro.
Recibimos bendición constante de lo Alto, pero nada nos deleita ni llena, pues nos sentimos vacíos, huecos, sin sentido.
Es como si algo en nuestra percepción de la realidad estuviera fallado, como si no tuviéramos la capacidad para reconocer, agradecer y disfrutar, porque somos –en apariencia- incapaces de percibir la realidad tal como es.

La queja brota como un manantial desde lo profundo.
Aparece e inunda con su caudal amargo.
Allí en donde nuestra existencia es vacía de sentido la llenamos de reproches, dudas, reclamos, demandas, miserias.

Percibimos el mundo de forma distorsionada, por lo que nada nos basta.
No somos educados para valorar ni para valer ni hacernos valer, entonces nada importa pero todo se pretende.

Por supuesto, detrás de esto se encuentra el perenne EGO que nos domina desde las cavernas de nuestro ser.
Si nuestra vida estuviera plena, si viviéramos con sentido trascendente, si gozáramos de lo que nos toca por porción, ¿cómo haría el EGO para aprisionarnos?
Por lo cual recurre al engaño constante, a falsear los hechos, a fantasear con sueños vacíos para que nos aferremos a él como a un salvador, como a un dios proveedor.

Cuanto más amargados andemos, cuanto menos satisfechos, cuanto más pendientes de lo que creemos nos falta, entonces somos mejor manipulados por nuestro tosco EGO.
En vez de vivir plenos, vamos muriendo en vida agazapados, quejosos, amargados, sonriendo pero en el fondo muy tristes.
Nada nos basta, aunque todo tengamos.

Es probable que realmente algo te esté faltando, ¿a quién no?
el problema no es que sepas lo que te falta, ni que algo te falte, sino que hagas de la falta el centro de tu vida.
Que nada sea valorado sino solamente aquello que no se tiene y se desea con pasión.

Como sabemos,
el Eterno nos devuelve aquello que nosotros damos.
Si abrimos nuestra mano con generosidad, Él es generoso con nosotros.
Si cerramos el puño y amenazamos, Él permite que seamos amenazados.
Si nos quejamos amargamente, como excusa para promover altercados, entonces seremos consumidos por los fuegos de la discordia y el resentimiento.
Y tal fue lo que ocurrió en aquella oportunidad: la crítica ácida y corrosiva culminó con una tragedia hiriente.
Según algunos comentaristas, algunos de los promotores de la queja incierta murieron trágicamente; según otros comentaristas, algunos de los grandes dirigentes populares fueron los que cayeron víctimas de la tragedia.
Como sea, el mal se cernió sobre el Pueblo a causa de la ingratitud y el alejamiento con respecto al Eterno.

Debemos recordar que existen dos tipos de críticas:

  •     La que es conocida como "critica destructiva", que se puede denominar "criticonería", o "quejismo".
        Su finalidad es apartar a la persona de la realización, del crecimiento.
        Es una herramienta empleada para mantenerse en un estado deplorable y, para peor, ausente de responsabilidad y compromiso personal.
        Sin dudas que esta crítica es enfermiza y enfermante, y por tanto su meta, tal como ella misma, es solamente la destrucción por la destrucción misma.  
  • La crítica que se conoce como "constructiva", que tiene por finalidad des-cubrir aquellos aspectos negativos que pueden y deben ser superados.
        Esta crítica por supuesto que tiende a destruir, pero no es la destrucción su meta, sino solamente el medio por el cual se llega a la construcción de algo mejor y más desarrollado.

Nosotros también, sin estar al nivel de perversos o corruptores, podemos (y solemos) desplegar la queja destructiva, para separarnos del Eterno, del prójimo y de nuestro ser.
Pasemos a explicar brevemente.

El Eterno: cuando achacamos a Él aquellos males que ciertamente podrían haber sido evitados o minimizados con la correcta intervención humana, estamos usando pretextos para apartarnos de Sus mandamientos, es decir, de Él.
En el momento que nuestra atención se centra en aquello que nos falta, nos enceguecemos para aquello que tenemos; siendo así, no importa cuánto tenemos, siempre encontraremos un "pero" para exteriorizar una queja, un dolido reclamo por lo que falta.
Ciertamente que esta manera de vivir es de mísera, a pesar de la riqueza con la que se pueda contar; y sin dudas que es una contravención al mandato de ser sinceramente agradecidos.
Apreciar, reconocer, valorar y agradecer aquello que tenemos es indispensable para alcanzar la dicha y vivir espiritualmente.

El prójimo: cuando prestamos atención a lo que los otros hacen equivocadamente, sea esto cierto o solamente idea nuestra; o cuando pretendemos más del prójimo, porque sentimos que no ha dado lo suficiente; estamos bregando por desligarnos de la gratitud que les debemos por aquello que nos han dado.
Esta actitud indigna causa miseria a uno mismo y al prójimo.
Para empeorar el panorama, nuestros Sabios nos enseñan que la persona que no valora lo que otros hacen por él, eventualmente también niega las bondades recibidas de Arriba.
La ingratitud nos cierra al prójimo, consume el canal de bondad dirigido a nosotros, y se convierte en un negro pozo de creciente dolor y soledad.

Nosotros mismos: cuando nos creemos víctimas, sin responsabilidad personal, sea porque echamos culpas al Eterno, porque reclamamos del prójimo algo que sentimos nos ha fallado, o porque nos consideramos portadores de una tara insoluble; ciertamente que estamos ampliando la brecha que nos ciega de conocernos a nosotros mismos, y de valorarnos en nuestra justa proporción.
Esta actitud nos lleva a vivir sumidos en un sentimiento de inutilidad, de angustia, en continua dependencia de la valoración ajena, del reaseguramiento de que tenemos un lugar en el mundo y que tenemos derecho a vivir.
En lugar de aproximarnos a liberar nuestras vidas de cadenas mentales, emocionales, materiales y espirituales, cuando nos sentimos víctimas solamente incrementamos el caudal de malestar y desesperanza.

¿Y por qué nos llegamos a sentir víctimas desamparadas?
¿Por qué achacamos en el otro, o en el Eterno, culpas y/o responsabilidades que no les conciernen realmente?
¿Por qué quejarnos sin hacer lo necesario para hallar en nosotros la respuesta, y mucho menos la pregunta que nos abrirá el camino a la libertad?

Esta ineptitud, en un gran porcentaje de las personas, está motivado en una escasa autoestima, es decir, en una auto-valoración inadecuada que minimiza los propios potenciales y virtudes, en tanto magnifica las deficiencias padecidas.
Este error en la percepción, esta distorsión de la interpretación, es obra del EGO. En parte por la cantidad de cáscaras y máscaras que van recubriendo al Yo Auténtico y que nos impide conocernos en profundidad. En parte por los instrumentos que emplea el EGO para sostenerse en su sitial de poder.
La persona se desconoce, se rechaza, se inventa roles, se fantasea identidades, da vueltas sin cesar como un hámster en su encierro, se mantiene en estado de indefensión para que el EGO siga siendo el amo y el dios, el salvador milagroso.
Es esta misma percepción distorsionada del ser la que conlleva otras actitudes negativas en la vida (sean propias, o como reacciones del prójimo), que también son descritas en el capítulo 11 de Bemidbar/Números, tales como:

  •     deseo materialista excedido de límites (v. 4);
  •     falsos testimonios y/o ideas delirantes (v. 5);
  •     ingratitud (v. 6);
  •     desesperanza (v. 10);
  •     enojo o rechazo (v. 11);
  •     hartazgo/desgana (v. 14);
  •     deseos de muerte o separación terminante (v. 15);
  •     pérdida del ánimo (v. 17);
  •     bajo rendimiento intelectual (v. 17);
  •     falta de confianza en el Eterno (v. 22);
  •     habladurías (v. 27);
  •     celos (v. 28);
  •     envidia (v. 28);
  •     muerte (v. 33).

En su contraparte está la vida, la libertad, el gozo, la paz… todos ellos dependen de auto-valorarse correctamente,
sin inflarse, como hacen los orgullosos que en el fondo se sienten como poquita cosa,
y sin echarse abajo todo el tiempo, como  hacen los que se sienten poca cosa.

Creo que es evidente, y por eso mismo, lo diré con claridad:
la autoestima saludable, el auto-valorarse correctamente, es solamente posible cuando la persona vive con sinceridad cada instante de su existencia. Cuando la verdad empieza a empañarse con la falsedad, va cayendo un manto de oscuridad sobre la autoestima, sobre la dicha, sobre la realización.
Y así, es posible encontrar gente muy adinerada, llenas de casi todo lo material que uno pudiera imaginar, pero que viven comiendo el pan de la mentira, y por eso, a pesar de los esplendores materiales su corazón plañe dolido por la carencia de TODO.

Como dicen los Sabios:

"¿Quién es rico? Aquel que está feliz con lo que posee."
(Pirkei Avot 4:1)

¿De quién depende para estar feliz?

¿Depende de algún rabino milagroso, vivo o muerto, al cual se le pide que rece por nosotros?
¿Depende de que sepamos de memoria tales o cuales frases o plegarias?
¿Depende de si usamos tal o cual medallita o cintita que nos parece súper poderosa?
¿Depende de la fe en tal o cual santo o dios?
¿Depende de lo que otro hará por ti?

Recuerdo a una persona que quería sentirse mejor, ser más feliz, vivir con corrección, pero no podía pues de continuo unos pensamientos "como intrusos" le amargaban y perturbaban.
Le pregunté: "¿Qué es lo qué quieres?".
Y me contestó: "¡No quiero caer!".
Entonces le respondí: "¿No te parece que sería más saludable si te enfocarás en subir?".

Cuando nos centramos en no tropezar espiritualmente, estamos cayendo y no haciendo nada realmente por ascender en nuestra espiritualidad.
No es el miedo lo que eleva, sino el amor virtuoso…

No es el aislarse, rodearse de murallas, girar en torno a sí mismo lo que procura bienestar real.
Atendamos a las palabras del insigne sabio:

     "Para el judío es un precepto de la Torá estar alegre… La clase de alegría que es obligatoria es aquella que compartes tus bienes con los menos afortunados, como los huérfanos, viudas, los pobres, los desdichados y las personas sin hogar. Pero, el que cierra sus puertas a los otros y utiliza lo que tiene para él mismo y su familia, entonces su alegría no es alegría de un precepto, sino que es alegría del estómago. Ésta es una señal de vergüenza…"
    (basado en Maimónides, Mishné Torá, Leyes de Iom Tov 6:17, 18)     

¿Estás viviendo de tal modo que puedas considerarte “alegre”, de acuerdo a  estas definiciones? 
¿Qué puedes cambiar de tu vida para alcanzar mayor alegría verdadera?