En el espíritu de cada ser humano se encuentra la sed intensa por servir al Uno y Único, por servirLo, por adorarLo, por vincularse con Él.
Pero, la mayoría de la gente se ha perdido detrás de doctrinas humanas, de servicios ajenos, que apartan de Dios, que se constituyen en cárceles para el espíritu, que hambriento sigue clamando por el abrazo con el Padre Celestial.
La próxima vez que veas a un «religioso», alguien de «fe», una persona sincera en sus creencias religiosas respétala, tratala con intenso cariño, no le ofendas a su diosito (aunque sea el grotesco y patético colgadito).
Pues, esa buena persona está perdida, no por ánimo rebelde, no por desprecio a Dios, no por odio a Sus fieles, sino por su enorme hambre de Dios, que no es solucionada en su religión, y por eso, cual niño pequeño, patea, gime y reclama por más atención, por alguien que lo pueda nutrir.
Si tú le insultas, o maltratas a su diosito, entonces el pobre ingenuo pensará que lo odias a él, que no lo quieres. Y eso no es cierto.
Tú desprecias a los que ofenden a Dios, a los que son de esos estafadores, piratas de la fe, que hacen de la religión su negocio. Tú rechazas completamente a las falsas deidades, y a los vivillos que hacen plata con ellas.
Pero no puedes aborrecer al pobre ignorante, al ingenuo, al niñito espiritual que por tanto anhelar el pan espiritual, por tanto querer el abrazo del Padre, se pierde detrás de mentiras que parecen verdades.
Tenlo presente, por favor.
Con calma, con paciencia, con «cintura» (capacidad para dialogar y negociar), con dulzura, con firmeza, atrae hacia el verdadero alimento a ese familiar tuyo, a ese vecino, a ese conocido, a aquel transeúnte.
No lo increpes, no lo agredas, no le reclames que madure de un minuto al otro, no lo regañes, no lo desprecies.
Desecha su vacío diosito, pero no dejes que él (tu pobre y desnutrido prójimo) se siga perdiendo.
Cada vez que veas a un «religioso», estás viendo a alguien que con desespero está clamando por comer del buen pan espiritual que tenemos en FULVIDA, pero que él no lo sabe aún apreciar y reconocer.