“Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos”
Este es el introito magistral de Erasmo de Rótterdam a su obra, “Elogio de la locura”.
El contexto en el cual el autor escribió esta obra no es el más indicado para mostrar acá, ni es mi intención servir de puente entre ustedes y la idea un tanto errada de nuestro no muy poco leído Rótterdam. Sabemos que este Elogio de la locura fue uno de los catalizadores de la reforma protestante, por culminar, precisamente, en una serie de versos que más que elogiar a la locura, elogiaban la doctrina cristiana… Pero no sirve y al mismo tiempo sirve para discutirlo, pues él compara el cristianismo con la locura…
Y yo pienso que así es, pues quienes piensan y creen ciegamente en algo/alguien no pueden menos que llamarse locos, estultos, como bien los llama Don Erasmo.
Y a quienes muchos tildan de locos, a quienes la sociedad aparta por pensar diferente, por ser auténticos, a quienes no se conforman con el cuentito del coco, a esos es injusto llamarle locos… A menos que éstos, conociendo a la sociedad donde viven, les de por burlarlos, y en guachafita comiencen a llamarse “locos”.
Soy un profundo admirador de la ironía, cuando ésta es bien usada, pues creo que aquella persona capaz de jugar sabiamente con el dicho del otro y beneficiar la razón, es merecedor de loas.
Pero bien sabemos que no somos nosotros los locos en este mundo, pues por ser diferentes es que nos apartamos del resto.
“Pero ¿por qué hablo tanto de los mortales? Examinad el cielo todo e insúlteme quienquiera si encuentra en alguno de los dioses, fuera de lo que deben a mi poder, algo que no sea áspero y desdeñable.”
Cara cita, porque la locura es un ámbito propio de la memoria, propio de los pensamientos, de lo único que la persona posee como individualidad.
La gente se inventa dioses, ásperos y desdeñables, pero la locura, en el poder con el que subyuga a los hombres los dibuja apreciables y en tanto más aprovechables.
¿Cuánto poder puede dar la fe ciega (una de las formas de locura más comunes actualmente) a un pastor, a un mito crucificado, a una iglesia, a una guerra?
¿Cuánto poder puede otorgar la razón desmedida (la menos común, pero igualmente dañina, de las locuras de este tiempo) a la creación, al ego?
No más es el muestreo del abismo en el cual se yergue la isla de la conciencia, no más es la simple visión de lo que es el profundo océano de la esclavitud mental.
Pero atisben, aquellos que son llamados locos, pero que ni un tornillo fuera de su cabeza tienen, están creciendo, día con día menos son los esclavos de la fe ciega, los dominados por la razón desmedida.
Esperemos que pronto los conceptos que amarran en la locura a tantos desaparezcan y den paso a los conceptos que acercan a la cordura, a la conciencia, a la luz…