No sólo en lo que a descargas de archivos se refiere, sino que también en múltiples ámbitos, nuestra cultura ha ido desarrollando un culto a lo inmediato. La gratificación instantánea ha pasado a ser uno de los principales argumentos de influencia en la venta de productos.
Tómate esto, haz aquello, compra el producto, descárgalo de Internet, invierte en este negocio, que en muy corto tiempo… obtendrás lo que quieres.
Es, en cierto sentido, un mundo artificial. Y desde la experiencia de lo instantáneo pasamos a esperar lo mismo de todo lo que hacemos.
Queremos finanzas «haz click» (pulsa un botón y listo, disfruta de tus ganancias); relaciones instantáneas; cuerpos espectaculares de «cajita»; éxito en segundos.
A veces perdemos perspectiva y se nos olvida que los sistemas naturales funcionan en ciclos y según leyes inmutables. Primavera, verano, otoño e invierno. Siembra y cosecha.
Es posible acelerar las cosas. Podemos lograr más rápido lo que a otros les ha tomado años. Pero de lo que no escapamos es de lo siguiente:
Todo lo que realmente tiene valor y trascendencia en la vida requiere de nuestra disposición a pagar el precio para vivirlo.
Todo requiere un precio. No hablo de sufrimiento, ni sacrificios – estos son opcionales. Me refiero a la base de una de las leyes fundamentales de la vida: lo que obtenemos depende (en gran medida) de lo que damos; si queremos obtener más, tenemos que estar dispuestos a dar más.
Si quremos lo mejor de la vida, tenemos que estar dispuestos a dar lo mejor de nosotros.
Es el precio, en ocasiones, de la paciencia. De la perseverancia. Del enfoque apasionado y eficazmente productivo. De no soltar cuando se tiene la tentación de abandonar. De confiar en el proceso. De apostarle a la cosecha que vendrá como resultado de la siembra.
Quizá no ahora. Quizá no en segundos. Porque aunque estemos en la era del «haz click», conseguir archivos sin virus que dañen el computador requiere su tiempo.
¿Estamos dispuestos a vivir el proceso del logro de lo que queremos, aunque tome su tiempo?
Disfrutemos de lo inmediato pero no dejemos de construir lo que, aún lejano, trascenderá en nuestra vida.