A los cuarenta días de la fecundación el Eterno impregna la “neshamá” (espíritu) en el feto humano.
Ese es el Yo Esencial de cada uno, nuestro núcleo constante, intransferible, auténtico, inmutable, que es propiamente “YO”.
Es nuestro YO real, aquí y en la eternidad, puesto que no proviene de nuestros padres, no se obtiene por transferencias de otras fuentes, no se forma a partir de elementos provistos de fuera, sino que es lo que directamente el Eterno ha decretado que sea nuestra esencia personal.
Como el profeta Ieshaiá anuncia en nombre del Eterno: “ki-ruach milfanay ya’atof uneshamot ani asiti” – "el alma delante de mí lo envuelve (al cuerpo), y los espíritus (de los hombres) Yo los he creado" (Ieshaiá / Isaías 57:16).
La neshamá es nuestra persona eterna, es nuestra identidad sagrada.
Ese espíritu encarna para darnos la maravillosa oportunidad de experimentar de todo aquello que es lícito gozar en este mundo y que podemos obtener durante el transcurso de nuestra existencia terrena. A través de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos, de nuestras vivencias obtenemos disfrute, gozo, experiencias, un tipo de conocimiento que solamente es posibles de alcanzar encarnados y en relación ecosistémica, puesto que el espíritu en su naturaleza no es pasible de modificaciones ni de sensaciones.
Es decir, estando encarnados es como podemos dotar al espíritu de una mayor perfección, aquella que solamente le llega por intermedio de su encarnación en este Yo Vivido que estamos siendo en el mundo.
El conocimiento que proviene de la experiencia permite a la neshamá saber lo que siendo solo espíritu le es imposible saber.
Esto que te explico ahora es de fundamental importancia, puesto que nos permite ver la vida desde la óptica correcta, la espiritual, la celestial.
Vinimos al mundo a aprender de aquello que nos ocurre, a disfrutar, a sentir placer, a pasarla bien, a obtener el beneficio de cada momento y de todo aquello que es permitido para nosotros.
No estamos aquí para atormentarnos, ni para pagar deudas pendientes, ni para divertir a algunos dioses aburridos, ni para encarcelar al espíritu en un espantoso cuerpo. Tampoco estamos aquí por accidente, producto de algún virtuoso azar que nos coloca en la vida de manera aleatoria y sin sentido último.
Por el contrario, el mundo ha sido creado por Bondad y Amor, para que lo usemos en nuestro provecho, sin abusar de él. Estamos para comer de cada fruto permitido, en tanto nos abstenemos de lo que nos ha sido prohibido. Incluso el hecho de tener límites y esforzarnos por mantenerlos y no traspasarlos es parte de la educación de la neshamá, para que en la eternidad también experimente el gozo del resultado del propio esfuerzo, de comer de la cosecha de lo que uno mismo ha sembrado.
Vinimos al mundo por Amor, para disfrutar, para aprender, para que nuestra neshamá se lleve un tesoro de experiencias sensoriales, de construcción de sentido, de obtención de logros positivos, que en su existencia etérea no puede obtener.
Seguramente que muy raramente pensamos en ello.
En parte porque no nos educan con esta enseñanza profunda y verdadera, sino que nos introducen en ideologías y creencias oscuras, nefastas, de dolor, de incertidumbre, de fanatismo, de amenazas, de manipulación de EGO.
En parte porque las cuestiones diarias nos sumergen en cuestiones del momento, que se hace necesario resolver ya, y que parece necesario que así sea, pero al mismo tiempo nos alejan de preguntas estremecedoras, de pensamientos que se introduzcan un poco más allá de lo obvio, urgente o mandatado por otros.
Asumimos que somos la máscara o máscaras que estamos siendo.
Asumimos que somos el nombre que nos dieron, el título o ocupación que desarrollamos, los lazos que formamos o nos encomendaron, los roles que acordamos cumplir (hijo, hermano, padre, esposo, amante, amigo, jefe, empleado, rebelde, santo, crápula, curioso, inteligente, el mejor, el peor, el loco, troll, etc.), asumimos cosas y las hacemos sin cuestionarnos mucho. Y cuando cuestionamos, rápidamente nos dejamos convencer por fanatismos, creencias, religiones, dogmas, cientificismos, negociantes de la fe, el EGO.
Nos aferramos a las máscaras del Yo Vivido, nos olvidamos de nuestro Yo Auténtico, nos hundimos en lemas y frases repetidas, en mandatos que son de otros, en actuar el papel del personaje que hemos tomado en el gran teatro de la vida. Queremos cosas y nos desesperamos por ellas. Hacemos del tener EL objetivo de la vida, y del no tener la miseria más grande. Pretendemos que el último celular nos dará la felicidad, la tablet más rápida nos dará el acceso al conocimiento, el auto más lujoso el placer, el sexo desenfrenado la placidez, el viaje lejano la aventura deslumbrante, el campeonato de fútbol, la camiseta del jugador goleador, el juguete más llamativo, el cuerpo más esbelto, la dieta para rebajar de peso menos calórica… tener, tener, trofeos, fama, títulos, dinero, posesiones, objetos, amigos en Facebook, seguidores en Twitter, tener, tener, no importa realmente qué mientras sea más, mejor que otros, que me haga creer que tengo y tengo poder… eso parece ser el objetivo de la vida…
Y damos excusas cuando aparece la duda por lo que estamos olvidando, nuestro Yo Auténtico. Queremos escapar de nuestra realidad, de nuestra miseria, de nuestra vida malgasta en falsedades.
Pareciera como si tantas justificaciones y mentiras al solitario vinieran a alivianarnos la carga, ¿para qué esforzarnos en descubrir nuestra verdadera identidad? ¿Para qué el estrés de tratar de adivinar qué quiere nuestra neshamá? ¿Para qué el trabajo de hacer lo correcto, de apartarnos de lo prohibido, si es más sencillo ser una oveja más que sigue al pastor-lobo-loco?
Dejamos al EGO tomar el control, porque es la fantasía de que estamos mejor así.
Encerraditos en la celdita mental, ajenos a la vocecita que desde los profundo nos llama para llevar una vida mejor, así, en las penumbras de nuestra celdita es como pasamos los días, con la impotencia sofocándonos, pero creyéndonos todopoderoso (o absolutamente impedidos de cualquier cambio positivo).
Es el EGO, con las máscaras y cáscaras producidas por el Yo Vivido.
Recordemos que tanto el EGO como sus manifestaciones del Yo Vivido son amigos del Yo Auténtico, siempre y cuando estén en sintonía con él, que sirvan a sus propósitos, que cumplan el rol que les corresponde y no se conviertan en amos cuando su lugar es ser servidores.
Porque, es cierto, queremos sobrevivir, y para ello está el EGO.
Somos padre, amigo, esposo, empleado, estudiante, maestro, hijo, inteligente, torpe, y las mil facetas que componen nuestra vida diaria, somos todo ello pero ninguno de ello en exclusiva.
Somos un mecanismo complejo, que cuando se reduce a una vida de fantasía, monolítica, concreta, estamos endurecidos por fuera y vacíos por dentro.
Y eso nos hace sentir la impotencia, el sufrimiento, la angustia existencial.
Por lo cual trataremos de demostrar que podemos, que somos, que valemos, que tenemos, que no sufrimos, que valemos, pero es todo juego de espejismos, puro EGO.
Esto es el círculo vicioso del EGO.
Sentirse impotente, creerse todopoderoso, hacer para demostrarlo, fracasar porque no eres todopoderoso, reforzar la sensación de impotencia, creerse todopoderoso, hacer para demostrarlo, fracasar, sufrir la verificación de la impotencia, creerse todopoderoso… y así una y otra vez.
(Similar ciclo perverso es el que se creer absolutamente inútil, y no solamente se siente impotente sino que también se lo cree, entonces no hace o mal-hace, con eso demuestra que es un fracasado, lo que verifica su impotencia, lo que le refuerza su creencia de inutilidad, lo que…).
EGO, puro EGO.
Esas vivencias innobles no son las que debiera quedar en la memoria perpetua de la neshamá.
No vinimos al mundo a sufrir, ni a arreglar entuertos de supuestas vidas previas, ni a pasarla mal, ni a ser fastidiados por una deidad aburrida, ni a prepararnos para el infierno… para nada de eso fuimos creados con Amor y Bondad por el Eterno.
Vinimos a disfrutar de lo permitido, para que de eso modo el espíritu obtenga la experiencia de placer que solamente con experiencias de gozo terrenal puede conseguir.
Entonces, cuando permitimos que sea el EGO el que está al control, no solamente arruinamos nuestra permanencia en este mundo sino que estamos llenado de recuerdos negativos la memoria espiritual.
(Estos recuerdos negativos son los que efectivamente podrían considerarse “infierno”).
El poder rectificador de la teshubá, el arrepentimiento sincero, es el que permite armonizar los planos del ser, encuadrar el Yo Vivido al ritmo del Yo Esencial, derrocar al EGO para someterlo.
Porque la teshubá no es para el tiempo del error o pecado, sino para todo momento.
”Lashub”, el regreso, el retorno, la vuelta, el volver a lo más sagrado y auténtico de cada uno, para perfeccionarnos, para disfrutar de la vida y gozar de los frutos en la eternidad.
Pero no solo el retorno a lo individual, sino también a la unidad del ser.
La unidad de los diversos planos propios, pero al mismo tiempo a la unidad primordial de todo lo creado.
Retornar a la Fuente, unificarnos, dejar la separatividad para ser uno en el Uno.
Así traemos el Cielo a la Tierra, elevamos la materia a la espiritualidad.
Dejamos de lado los enconos, las fatigas, los quebrantos, el EGO para ser solidarios, altruistas, bondadosos, justos, nobles.
Tal es el secreto de la felicidad, de la bendición, de la eternidad.
Cuando Rosh Hashaná se acerca, cuando un nuevo aniversario del reconocimiento de Dios como Rey de reyes, podemos seguir en la senda de la ignorancia, penando en la oscuridad de la celdita mental, llenarnos de miedos y deseos vacíos. O podemos comenzar a vivir como Dios quiere de cada uno.