Hay tres honores que el hombre recibe según su talento; tres honores que permiten potenciar la energía creativa que emana de la Fuente de Vidas; estos tres honores según se desprende de la Tradición son el oficio, el cargo y el título; se llaman honores porque ensalzan la nobleza del hombre según su talento y lo califican como útil en todos sus planos; pues estos honores son tradicionalmente la vía por la cual se conecta lo natural con lo racional y a su vez con lo sobrehumano.
Explico esto último primero; el hombre ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, o como se explica también, es emanación divina; tzelem (imagen) es una palabra que alude específicamente a “esencia” y demut (semejanza) alude a “potencia”, podríamos, sin temor a usurpaciones, decir, con toda propiedad que el hombre es esencialmente “igual” a Dios y en él se manifiesta toda Su potencia; igual porque puede “manifestar” los atributos divinos, aunque nos lo pueda contener como bien lo hace el Eterno; el hombre puede manifestar la misericordia, aunque en él no pueda contener la misericordia (en Dios si se contiene), igualmente puede manifestar la justicia (aunque Dios es Justicia), también puede manifestar la Paz (Dios es Paz) y así; y esto sólo es posible mediante la cualidad de semejanza, es decir, hay un potencial para acceder a la Divinidad, momentáneamente y experimentar los atributos continentes del Uno y Único. Este potencial justamente se vale de estos tres honores; oficio, cargo y título; para la emulación del juego divino.
Ahora bien, los oficios son todos aquellos que emulan de alguna manera las leyes naturales desde la perspectiva racional, para construir una base cultural que permita entender los fenómenos propios del mundo; son la base de toda sociedad y de su funcionamiento. La herrería por ejemplo, constituye un secreto, el trabajo de los metales, hay un conocimiento que sólo un herrero experimentado puede transmitir; de la misma manera la confección (tejido, bordado, curtido teñido), comprende una práctica que encierra a su vez distintos niveles de comprensión y trabajo específico; algo muy notable es que todo oficio es como una escalera, en la cima para el principiante está el maestro y a lo largo del recorrido hay objetivos que cumplir para comprender el conocimiento oculto.
El cargo, contrario al oficio no es precisamente responsable del funcionamiento de una sociedad, por lo menos directamente; pero si está íntimamente relacionado con el oficio, pues en cada oficio hay, por nivel de compromiso, un cargo y el más alto cargo en cualquier oficio, es el de Maestro. Me detendré aquí, pues es este el tema que me interesa profundizar.
El título supone una jerarquización, no tiene ninguna relación con el oficio ni contiene cargos ni necesita de ellos; el título supone la superposición de un cuerpo de titulares por encima de una sociedad; son títulos el Sacerdocio, el Reinado, la Profecía o Videncia, el Juzgado, la Caballería y cualquier ordenamiento militar; las funciones primordiales del título vienen dada por el servicio desde un ángulo protector, superior; los Reyes son por la gracia de Dios para beneficio del pueblo, lo mismo un profeta, es enviado para beneficio de un pueblo, como un Juez administra la Justicia (que podríamos en otro artículo discurrir mejor sobre esto) y así los caballeros dan su vida por un pueblo pues su honor es servir desinteresadamente y sus cuentas no las ajustan con un oficio, pues su manutención es celestial; de una manera muy particular.
Expuesto todo lo anterior, puedo continuar con lo que hemos querido dejar de lado por un momento, para desarrollarlo como se debe; así proveemos luces necesarias en un momento donde la oscuridad pareciera encontrar más resquicios donde anidar.
La maestría es un cargo superior a todos los demás cargos y es en consecuencia el pináculo de todo oficio, pero no sólo eso, es comparable con un título debido a su sustancial relevancia; permítasenos explicar que la etimología de la palabra maestro la sitúa en el latín MAGISTER y así podemos comprender un poco mejor que un Maestro no es otra cosa que un Mago; un Alquimista, que ha aprendido a “transformar” la cosa bruta en la cosa pulida, y la cosa bruta es lo que sale de la veta de hierro, convertida en un azadón, como la cosa bruta representa también el aprendiz ignorante convertido en sucesor, pero por encima de estas analogías, la cosa bruta es su condición natural, y la cosa pulida es la libertad; el mago es un hombre libre, no debe nada a nadie, sino a su consciencia, a su trabajo; no es siervo de ningún dios ni de los hombres, es un hombre libre y como tal puede ir desde allá hasta acá con la debida numinosidad que conoce, porque ha aprendido los secretos que lo hacen libre.
Un maestro transforma, conduce sus energías para influir; su práctica no es la mística, no es la política ni la guerra; él conjuga la mística en su oficio, pues es un observador, conjuga la política con el oficio por su relación con los alumnos y con otros maestros y conjuga la guerra dentro del oficio porque para él es un propósito, una campaña, lo que ha emprendido; ha de haber sido por esa razón que el cargo de Maestro fue tomando con el tiempo un papel tan relevante y que con la caída de los viejos esquemas monárquicos arropó toda la escena.
Pero un maestro no es siervo de nadie ni de nada, ni del aplauso, ni el dinero, no obedece a sus pasiones ni a sus pulsiones, no pretende conocer a Dios, ni lo busca en las religiones; lo ha visto en sus instrumentos, lo ha percibido en la transformación; un maestro sabe esencialmente que la energía no muere, así que dado este conocimiento, la no-muerte, se hace a sí mismo libre del único condicionamiento que nos encierra, aparta de sí el miedo a la muerte y vive en libertad.
Cómo ansío que todos aquellos que año tras año se gradúan de docentes en las universidades del mundo comiencen a ejercer sus cargos de maestro.
Para la tarea; hay un título inherente al Magisterio. La Magistratura.