Hoy en día se hace imperante saber qué maestro elegir, puesto que PARECIERA que una ‘autoridad’ invalida la otra. Permíteme sugerirte unos sencillos pasos que pueden probar la legitimidad de tu maestro:
Si tu escuchas un maestro – o alguna autoridad religiosa – decir algo que no a ti te suena incorrecto, respetuosamente hazle la siguiente pregunta, preferiblemente en privado: ¿Cuál es la fuente de lo que usted declara?
Encontrarás maestros respondiendo tres tipos de respuestas.
Uno dirá o dejará ver con su lenguaje corporal: «¿Qué derecho tiene usted de hacerme esa pregunta? ¿Quién se cree usted que es? Yo… Yo soy el maestro; usted es solamente un simple ignorante!» Algunos maestros quizás no usen exactamente esas palabras, pero ese será en esencia su mensaje. Algunos maestros más condescendientes solo lo colocarán en su lugar en vez insultarlo. Esta primera categoria no le permitirá a nadie que los rete.
Un segundo responderá: «En realidad no tengo una fuente. Es mi propia idea e innovación.» (Algunos orgullosamente añadirán: «No encuentras brillantes mis pensamientos?»)
El tercer tipo: El maestro humildemente te oirá y educadamente te responderá: «Aquí están mis fuentes. Capitulo y verso. Así es como yo interpreto una fuente en particular basado en los siguientes comentarios. Aquí es donde añadí cierto punto, basado en la siguiente lógica.» En otras palabras, el maestro te mostrará sus fuentes (base legal) y te permitirá seguir paso a paso su lógica y proceso.
Pienso que no hay necesidad de decirte cual respuesta es la única aceptable por los estándares de la Torá.
La Ley nos dice que un verdadero Maestro debe ser capaz de verificar sus fuentes y responder a la pregunta: «¿Cuál es tu fuente para juzgarme así? Él maestro no tiene derecho a molestarse ante esa pregunta o sentir algún tipo de afrenta personal. Si lo hace, él deberia buscarse otro ‘trabajo’.
De hecho, Maestros y comentaristas legítimos, sin que se les pida, incluirán en sus interpretaciones legales una lista de fuentes y precedentes que comprueben sus enseñanzas.
Sólo un maestro que demuestre humildad – subyuga su persona a las enseñanzas (no viceversa) – es el que merece el derecho a ser tu verdadero maestro y autoridad, uno que pueda motivarte y sacar lo mejor de ti. Todos los demás quizás impartan información, incluso de vital importancia, pero tu nunca puedes confiar si estás recibiendo «su» verdad o la verdad de la verdad.
De ningún modo sugiere esto que cada persona es igual a un Maestro, y que cada cada uno tiene la misma autoridad. Por el contrario: Humildad sincera – no solamente erudición brillante – hace merecedor a un Maestro del derecho a ser una autoridad. Cualquier otra persona tiene el derecho a preguntar con respeto – pero este cuestionamiento tampoco debe estar lleno de arrogancia o una necesidad de refutar autoridad para justificar la posición personal de uno mismo. Eso tambien debe ser hecho con humildad – la modesta y sincera búsqueda de la verdad, y por la verdadera autoridad que puede guiar a la verdad.
Innecesario decir, un maestro de este calibre proyectará solo amor. Él educará con una actitud cálida y no de juicio. Sus palabras resonarán con sus oyentes y estudiantes. En sus palabras ellos sentirán la presencia de Dios, no su (el maestro) presencia. Las palabras de su corazón entrarán en sus corazones.
Despues de todo, incluso a un Maestro se le ordena amar a su prójimo como a si mismo.
Prueben mi pequeño test para diferenciar a los maestros. Preguntenles por sus fuentes, y déjenme saber qué descubren.
———————
Artículo publicado por Rabbi Jacobson, para ver artículo completo ver link AQUI
Traducido por Prof. Jonathan Ortiz, Licenciado en Educación Mención Inglés, egresado de la Universidad de los Andes Táchira, 2005.