La visita del Sumo Pontífice a Tierra Santa ha despertado numerosos interrogantes acerca de las relaciones entre dos de los estados más pequeños y, probablemente, más influyentes del mundo: El Vaticano e Israel. ¿Cuáles son los verdaderos y peregrinos objetivos de la Santa Sede?, ¿Qué representa este viaje del Papa para el Estado Judío?
La hostilidad de la Iglesia Católica hacia los hebreos, sustentada durante siglos por variadas doctrinas teológicas, influyó para que los conflictos entre Israel y el Vaticano comenzaran en 1948, cuando la Santa Sede condicionó el reconocimiento del Estado Judío a que éste «revisara el Juicio Final a Jesucristo».
La tradicional postura histórica tuvo un favorable punto de inflexión durante el papado de Juan XXIII, quien además de excluir la frase «pérfidos judíos» de los rezos ecuménicos, impulsó el Concilio Vaticano II, el cuál concluyera su sucesor Pablo VI (1965) con la declaración Nostra Aetate (En nuestros tiempos), atestiguando que los judíos son bien queridos por Dios y comparten el mismo patrimonio espiritual que los cristianos.
Pasarían veinticinco años, (30/12/1993), hasta que la Santa Sede e Israel formalizaran un acuerdo para regir las relaciones entre ambos estados y abrigar esperanzas concretas. Desde entonces, representantes de ambos Estados han negociado acerca de diferentes temas, en particular aquellos vinculados a la propiedad y administración de los lugares santos católicos en Israel.
Aunque las cordiales negociaciones no acabaron con la totalidad de arcaicos desencuentros y resentimientos entre el Vaticano e Israel, existe mayor conciencia sobre la necesidad, complejidad y alcance de cada nuevo acuerdo; el cuál trasciende los reducidos límites geográficos e influye directamente sobre la vida de cientos de millones de católicos y millones de judíos.
La visita oficial de la Iglesia Católica a Tierra Santa es siempre una oportunidad para que todos sus participantes comprendan el alcance histórico de las decisiones, profundicen compromisos y encuentren nuevos espacios de consenso.
Los intereses del Vaticano
Dos centros de interés dirigen la visita del Santo Padre: Mejorar su deteriorada imagen y promover un acuerdo definitivo sobre el status de los sitios católicos bajo soberanía Israelí.
El primer tema requerirá de un significativo esfuerzo por parte del Vaticano. En lo que va de su papado, Benedicto XVI ofendió en varias ocasiones al Pueblo Judío. Principalmente cuando defendió a Pio XII, conocido como ¨El Papa Nazi» y también, al levantar la excomunión a los cuatro obispos consagrados en 1988 por el prelado antisemita y cismático Marcel Lefebvre. Entre los clérigos absueltos estaba el británico Richard Williamson, tristemente famoso por declarar que en Alemania nazi «no existieron las cámaras de gas» y sólo 300.000 personas murieron en los campos de concentración.
Respecto al otro interés pontificio, el acuerdo fiscal sobre las propiedades de la Iglesia aún no ha sido firmado. La razón es sencilla. Aunque la ley israelí reconoce a los templos religiosos exención de los impuestos sobre bienes inmuebles, el Vaticano pretende dispensas semejantes sobre otras instalaciones de su propiedad, (hoteles, escuelas y residencias), de controvertido status fiscal pero considerable beneficio económico.
Valor estratégico para Israel
El gobierno israelí considera de vital importancia el respaldo del Papa para que los iraníes detengan su plan de desarrollo atómico y cese el financiamiento a los grupos armados que atentan contra la seguridad de Israel.
Aunque el Vaticano está comprometido en aportar una solución pacífica al conflicto árabe israelí, tanto su silencio frente al apoyo iraní a los grupos terroristas de Hezbollah y Hamas; cuanto la permanencia de la delegación oficial en la última Conferencia Mundial contra el Racismo, mientras el presidente Mahmoud Ahmadinejad, calificaba a Israel de ¨Estado totalmente racista»; plantea serios interrogantes sobre la confiabilidad del apoyo diplomático internacional que el Estado Pontificio ofrece a Israel.
Nada nuevo bajo el sol
Los ambiciosos intereses de la Nación Hebrea y la Santa Sede ponen a prueba a ambos Estados, y vale la pena señalarlo, liderados hoy por facciones políticas conservadoras e inflexibles a la hora de ceder en negociaciones.
Desde un punto de vista pragmático, Israel puede ofrecer a la Iglesia Católica los sitios sagrados y las concesiones fiscales que ésta persigue pero, cabe reconocer, el Sumo Pontífice no goza de la misma libertad para darle a Israel el apoyo diplomático que requiere. Se trata de una amenaza existencial: El fundamentalismo islámico también condiciona las acciones del Vaticano y representa un peligro inminente para todos los miembros de la comunidad católica que habitan la aldea global.
En este contexto, judíos y católicos vuelven a desencontrarse y se rigen una vez más por la seguridad que brinda el status quo. Sin embargo, con el pacto de 1993 como horizonte de referencia, esta visita aún se ubica al comienzo de un complejo proceso de normalización de relaciones.
Por Daniel Alaluf y Gabriel Bacalor
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