Cara y respetada amiga:
He leído varias veces todo lo que me has escrito. Sobre tu oposición a la violencia, de cualquier parte que proceda. Sobre tu anhelo de que los hombres puedan convivir en paz. Todo ellos deseos que yo plenamente comparto. Aunque tal vez no lo sepas, es como si hubieras citado a los grandes profetas bíblicos, a los que sentaron las bases del judaísmo, que a su vez dieron lugar a lo que hoy conocemos como la civilización occidental. No hay como nuestro modo de pensar sobre la santidad de la vida humana. “Quien salva una vida es como si hubiera salvado a todo un mundo”, reza el adagio talmúdico en Mishná Sanedrín 4:6. Y es un precepto hasta tal punto vigente hoy, que constituye el lema del Maguén David Adom, el equivalente israelí de la Cruz Roja.
Yo también me siento amargado por todo lo que ocurre. No soy partidario de la guerra, como no lo son la pluralidad de mis compatriotas. A lo largo de su historia, el pueblo judío ha empuñado las armas únicamente para defenderse. Los israelitas que anduvieron errantes 40 años por el desierto del Sinaí solamente atacaron para recuperar el predio milenario perdido, luego del éxodo de Egipto. Pero Israel jamás fue una gran potencia, ni aspiró a conquistar tierras ajenas. Eso lo hicieron los grandes imperios de la antigüedad, desde el sumerio hasta el romano. Los judíos se contentaron con las tierras que el Señor había prometido al patriarca Abraham. En la pluralidad de los casos las contiendas eran de autodefensa, para permitir la existencia de una nación que no estaba dispuesta a renunciar a su identidad. Nunca hubo un imperio israelita. Precisamente por ello, por ser un pueblo modesto y sin ansias de grandeza y que aborrecía la violencia, se vio finalmente conquistado, esclavizado y dispersado por todo el mundo.
En contraste, desde un primer momento el Islam consiguió adeptos empuñando la espada. Conquistando tierras y degollando a quienes rechazasen la fe de Mahoma. Como lo hicieron en tu país desde el momento en que Tarik Ibn Ziyad “el pegador” pisó la costa de lo que habría de ser Al Andalus. Lo que dio lugar más tarde a la Reconquista, que fue una terrible sucesión de guerras y matanzas. Hoy no faltan musulmanes que recuerdan aquellos tiempos, y tratan de recuperar el terreno perdido. En base a lo que afirma el Corán que la tierra que fuera una vez musulmana, ha de volver a serla.
Me molesta decirlo, pero estimo que la fe musulmana no se basa en bases humanitarias. Humilla a la mujer y enaltece la pederastia. No llama a la convivencia, sino que simplemente dicta que se ha de degollar al infiel. No coincide con los principios y valores que ha profesado nuestro pueblo desde siempre.
Cuando los judíos regresaron a la Tierra Prometida en tiempos modernos, para recuperar su patria inmemorial anhelada durante milenios, no lo hicieron por medio de las armas. Compraron tierras casi en su totalidad yermas, incultivables y afectadas por la malaria, en un país “dejado de la mano de Dios”. Y todo ello a precios exorbitantes, de latifundistas que no residían generalmente en sus dominios y nada hacían para desarrollarlos. Con mucho esfuerzo y sacrificio lograron erradicar la malaria, cultivar tierras estériles y fructificar el país. Es innecesario repetir lo que bien se sabe: la motivación de rehabilitar un malparado país, logró que del yermo surgiera todo un vergel. Un verdadero milagro que seguramente recordarás ha asombrado al mundo.
Planteada la disputa el mundo trató de resolverla repartiendo el país. Aunque decepcionados por lo mucho que habían perdido, los judíos aceptaron. Los árabes se negaron rotundamente, aunque desde un primer momento el nuevo Estado de Israel les extendió la mano en señal de paz y de la reconciliación. Pero ésta fue rechazada y en lugar de ello seis países árabes emprendieron una guerra de exterminio. A ella siguieron otras cuatro más, en las que inútilmente trataron de hacer desaparecer el nuevo Estado. Su lema ha sido siempre la violencia, y nunca han ocultado siquiera sus intenciones de derramar sangre judía.
En los últimos tiempos hemos presenciado el horrible fenómeno del terrorismo. No han sido judíos los que han matado a diestra y siniestra; no fueron los de mi estirpe los que han creado el horripilante terrorista suicida que mata a mansalva. Para poder exterminar a musulmanes, cristianos y, sobre todo y ante todo, los odiados judíos. Nosotros hemos pregonado a los cuatro vientos la comprensión y la paz y ellos siempre han insistido en la violencia y la muerte. Sus templos son muchas veces antros de odio en el que se llama a matar al infiel. Sus escuelas, aulas preparatorias para detestar al judío. Y aniquilarlo de cualquier modo que sea. El fin justifica los medios.
Y para terminar quisiera citar lo que habría dicho Maimónides, insigne médico, rabino y teólogo judío del siglo XII, en su famosa oración: «Que mi espíritu se mantenga claro en el lecho del enfermo, que no se distraiga por cualquier pensamiento extraño, para que tenga presente todo lo que la experiencia y la ciencia le enseñaron; porque grandes y sublimes son los progresos de la ciencia que tienen como finalidad conservar la salud y la vida de todas las criaturas».
Eso se aplica hoy en la práctica en Israel. Posiblemente no lo sepas, pero en el hospital Barzilai de Ashkelón, la ciudad que es ahora el blanco de los misiles palestinos, hay niños de Gaza afectados por terribles males, que son esmeradamente atendidos como cualquier otra criatura israelí. Esto es la esencia del judaísmo moderno. Qué lástima que gente extremista del otro lado piense de otro modo, y cree la terrible situación que se ha planteado.
Afectuosamente
Moshé Yanai