Lo siguiente es un relato netamente personal, una experiencia vivida en nuestro hogar junto a nuestra hija, por lo cual no debe ser tomada en modo alguno como regla, ejemplo o pautas determinantes para la vida de cualquier noájida consciente de su identidad.
Comencemos…
Milca, una niña de tres años que nació en el seno de una familia noájida, está expuesta a decenas y cientos de mensajes publicitarios que son caracteristicos de la épòca decembrina.
Ella, por su edad, se deja vislumbrar facilmente por lo «bonito» que la mercadotecnia hace ver a la idolatria. Nuestra responsabilidad como padres es enseñarle a ella a distinguir entre la verdad y la mentira, hasta que ella tenga la suficiente edad y madurez para evaluar por si misma los principios que iremos enseñándole a lo largo de la vida.
Logramos enseñarle que la navidad es un acto esencialmente idolátrico. Cuando Milca entró a la casa de su abuela y vio aqué arbol lleno de luces y bambalinas dijo: «La navidad es idolatria, yo celebro januca!»
Esa fue su declaración todos los dias previos a januca. Cada vez que veia (y ve) algún mensaje navideño en la televisión, pide que cambien el canal o que apaguen el televisor. Y asi mismo actua si escucha algo en la radio que suene a navidad.
«Yo celebro Januca…» fue su frase para contrarestar la influencia decembrina.
A todas estas, sabia que en algún momento debia ayudar a mi hija a celebrar Janucá PERO sin celebrar Janucá.
¿Qué hicimos?
Junto con mi esposa, acordamos preparar postres, los mismos que preparamos durante todo el año. No vimos necesario buscarnos un recetario judio.
Compramos regalos. Nada ostentosos. Sencillos.
Nos vestimos de manera especial pero sin estrenar.
Cuando se hizo oscuro, ya entrada la noche, servimos la mesa con la cena habitual y los postres. Y en el medio de todo una vela apagada.
Decidimos dejar el intercambio de regalos luego de asegurarnos que le enseñariamos a Milca algo que marcara su alma. Es fácil caer en competencias del tipo: «Si los demas dan a sus hijos regalos de navidad, pues yo le doy regalos de januca».
Comencé apagando las luces de la casa, y preguntándole a Milca: «Qué pasó con la luz?»
Su respuesta fue: «No hay luz papi, se fue»
«Y qué podemos hacer», pregunté.
Ella dijo: «prender el bombillo, él nos da luz».
Con la vela aun apagada le pregunté a Milca:
«Hija, qué tenemos que hacer con la oscuridad?, darle palo?, pegarle?, decirle que se vaya?»
Su respuesta: «no papi, tenemos que prender luz»
Procedimos a encender la vela y la invitamos a jugar con las sombras que podian hacerse acercando un poco las manos.
Luego le dijimos que podiamos usar la luz para alumbrar todos los lugares de la casa.
A medida que fuimos explorando las habitaciones, la ayudamos a descubrir los regalos ocultos en la oscuridad. Le enseñamos que en medio de la oscuridad podiamos conseguir cosas lindas con ayuda de la luz.
Está de sobra decir que su regalo le encantó. Aunque para ella fue muy importante descubrir lo que papá y mamá tenian para ella, procuramos que no fuese el centro de la experiencia.
Luego le preguntamos qué le habia parecido la fiesta de januca.
«Me gustó papi»
Ahora a todos los que conoce les dice: «yo celebré januca»
Finalmente,
Sin ritos, sin religión, sin falsas espiritualidades, sin noajizar lo judío, le enseñamos a nuestra hija la importancia de la luz en su vida. Ella (y nosotros) participamos de Janucá sin echar mano de lo ajeno.
Más adelante, Milca podrá entender que ella realmente no celebra Januca, mientras tanto su alma sigue limpia, su corazón libre de mentiras en nombre de niños dioses o gordos vestidos de rojo.
Además, como noájidas responsables por nuestra identidad, pudimos participar en el tiempo, en el momento, junto a nuestros hermanos mayores, deseándoles lo mejor en su celebración de la fiesta de las luces.
Y uds, ¿qué hicieron?