Hay un viejo dicho que reza: «No ofende quien quiere, sino quien puede».
El otro día, una amable persona se quiso burlar de mí diciéndome que yo era disléxico, ya que a menudo en los emails me olvido letras o las cambio de lugar.
Y sí, eso me pasa a menudo, de hecho quizás realmente yo padezca de una leve dislexia (o quizás mis dedos no vayan tan rápido como mi pensamiento).
¿Y qué con eso?
(Habría mucho para seguir disertando sobre esto, como por ejemplo, qué bueno es recibir críticas, que necesario se hace reconocer los propios defectos, etc. sin dejar que el EGO grite para acallar la oportunidad de cambiar para bien).
Si fuera cierto, que quizás lo fuera, ¡me alegro de padecer tal presunta dislexia!
¿Saben por qué?
Porque no use mis defectos como excusa para dejarme llevar por la apatía y el resentimiento, sino que me esforcé para superarme día a día.
Debí concentrarme el doble para leer correctamente, trabajar con intensidad y amor propio para escribir sin errores ni faltas de ortografía.
Gracias a mi esfuerzo por no sumergirme en un océano de llantos, excusas, echaderos de culpas, etc., es que pude escribir decenas de miles de articulos, responder miles de preguntas, viajar a dictar conferencias a varios países, escribir numerosos libros, presidir el despertar noájico en el mundo de habla hispana, entre otras dignas actividades basadas en la palabra escrita.
Por no usar el defecto como excusa para abandonarme en quejas y llantos, por no ser un perezoso y pedigüeño, aproveche el problema como trampolín para superarme.
Leí más, aprendí más, me concentré más, fui más cuidadoso, repasé mis lecciones, sometí mi EGO a la dedicación superior, etc.
Sin la presunta dislexia, hoy cometería horrores de escritura como muchos, no tendría en mi acervo cultural miles de libros leidos con esmero, no habría avanzado por sobre la línea del mediocre que se queja pero no construye (a no ser que obtenga alguna ventaja por hacerlo).
Así pues, ¡gracias Dios por los errores y defectos!
No los quiero, pero si están ahí, pues a encararlos con sinceridad, sin escondernos detrás de las excusas del EGO y a aprovecharlos para construir y crecer.
Todos tenemos defectos, y todos podemos tener la habilidad para inventar excusas más o menos creíbles.
Lo bueno no está en dar excusas y escudarnos detrás de presuntos defectos, sino en reconocerlos (si existen) y a partir de ellos mejorar como personas en cada momento.
Cuando lleguemos al «otro lado» estaremos libres de defectos, pero mientras estemos en este mundo seamos capaces de usar defectos y virtudes en pos de la construcción de shalom.
Ahora, a encaminar nuestro EGO por la senda del bien.
A reconocer nuestros defectos así como virtudes para poder emplearlos en la consecución de nuestros altos fines de construir Shalom.
Por último, agradezco a la persona que me dijo disléxico, no por su tono ofensivo, sino por permitirme con sus palabras escribir este post. Bendiciones joven persona en donde quiera que esté.
Y recuerda, no te ofende quien quiere, sino quien puede, y si tú no lo permites, nadie te puede ofender.
Cariños y bendición.