Enero 27 de 1945. “Vimos un movimiento en la nieve, era gente que se movía con sábanas blancas, eran los soldados rusos. Les hicimos señas para indicarles que se podían acercar, vieron cómo estábamos, la cantidad de muertos, se descomponían”.
Enero 27 de 2010. El mundo mira hacia Auschwitz, un antiguo cuartel de la monarquía austro-húngara situado en inmediaciones de Cracovia, en Polonia. Un complejo de 40 kilómetros que, entre sus paisajes forestales y pantanos, fue utilizado por la Schutz-Staffel, mejor conocida como la S.S. (la élite de la Gestapo) para cometer los peores crímenes de los que la humanidad tenga registro, los mismos conocidos como la Shoah o el Holocausto.
“Arbeit macht frei”, que significa ‘El trabajo los hace libres’, es un cartel de desprecio y sarcasmo visible a la entrada de este campo de concentración, que en época de guerra abrió “sucursales”. El 18 de diciembre pasado, cuatro ciudadanos polacos hurtaron la placa que porta el lema y hace unos días la recuperaron cortada en tres pedazos. “¿Dónde estaba Dios en aquellos días, cómo pudo tolerar ese exceso de destrucción, ese triunfo del mal?”, dijo el papa Benedicto XVI cuando conoció, en 2006, ese sitio de exterminio.
Allí, en medio de ese infierno donde murieron seis millones de personas por el simple hecho de nacer judíos, estuvo David Galante. Oriundo de la Isla de Rodas, en Grecia, este hombre de voz pausada y con el acento que le ha dado vivir en Argentina la mayor parte de su vida, recuerda lo que pasó.
“Tengo 85 años de edad, soy griego. Tengo una esposa y dos hijos y vivo en Buenos Aires hace 62 años. En 1944, durante la guerra, los alemanes invadieron la Isla y nos tomaron a los judíos. Éramos padre, madre, tres hermanas y dos hermanos. A todos nos llevaron a Auschwitz”.
Luego, por su condición de civiles judíos, tuvieron que vivir lo que nadie imaginó. “En el campo de concentración perdí a mi padre y a mi madre (Abraham y Rebecca) porque apenas llegamos fueron enviados a la cámara de gas. Junto a mis hermanas y hermano (Rosa, Juana, Matilde y Moshe) nos llevaron a trabajar. Nos iban desahuciando para reducirnos a cenizas y cuando alguien no servía lo eliminaban. Trabajábamos en la nieve durante 12 horas y nos daban de comer una vez por día un pedazo de pan o un tazón de caldo. Mis hermanas no aguantaron y fallecieron”.
“Nos desnudaban y los que no estaban sirviendo los iban eliminando en las cámaras de gas o crematorios. Yo estaba jovencito y esto quizás me ayudó mucho porque tenía muchas ganas de vivir, a pesar de todo. Las matanzas eran comunes, se vivía al día. Éramos miles de personas”.
Al borde de la muerte
Y dejó de ser conocido como David Galante. En adelante sería llamado B7328. “Nos pusieron un número en el brazo. Nuestro nombre no existía más, nos llamaban por ese número. Lo tengo todavía en el brazo grabado con una tinta”, asegura. “Era un problema porque no hablábamos alemán, polaco y tampoco idish, un idioma de los judíos de Europa Oriental, así que adaptarnos era difícil. Nos daban una orden y como no entendíamos nos pegaban”, agrega.
En medio de esas adversidades llegaron dos momentos en los cuales estuvo a punto de morir. “Estábamos en fila y un oficial nos estaba contando, sacó un revólver y disparó. Me rozó la nariz, sangré un poco y quien estaba al lado mío fue asesinado. Diez centímetros más adelante y yo moría”.
De la otra situación, sostiene, aún no sabe cómo se salvó. “Estaba enfermo porque fui a trabajar con un grupo de soldados rusos prisioneros y en determinado momento fui al baño y cuando salí no podía abrocharme los pantalones porque tenía los dedos medios congelados del frío que hacía: 10, 20 grados bajo cero en Polonia. Había un fuego cercano donde estaban soldados nazis y me acerqué. Uno de ellos me dio una patada y quedé dentro del fuego, se me quemaron los pies”.
Y prosigue: “Con los días las quemaduras fueron empeorando, se infectaron y llegó la fiebre. No estaba en condiciones de trabajar y fui a la enfermería, que era la antesala de la muerte porque el que entraba no salía. Por esos días había llegado una orden de Berlín de destruir las cámaras de gas y los crematorios porque las tropas soviéticas estaban muy cerca y no querían dejar evidencia. Un médico judío me ayudó mucho, permanecí en la enfermería, hasta que los alemanes evacuaron el campo. De no ser por eso me habrían matado”.
Y aunque este sufrimiento parecía no tener fin, estaba a punto de culminar. “Teníamos rumores de que los aliados estaban avanzando, que ganaban la guerra, pero eso no era ningún aliciente, pensábamos que nos iban a matar a todos. En la mañana del 27 de enero vimos un movimiento en la nieve, era gente que se movía con sábanas blancas, eran los soldados rusos que avanzaban. En Auschwitz pesé 38 kilos, era un esqueleto cuando me liberaron y de los 1.800 judíos que salimos de Rodas nos salvamos 150”.
El infierno había terminado, muchos alemanes huyeron, otros fueron capturados y unos más abatidos. “Volví a Rodas a ver si encontraba a un familiar. No encontré a nadie, pero me enteré, a través de la radio del Vaticano, que un hermano mío, Moisés, estaba en Roma. Dos años después vinimos a Argentina, un hermano (Hizkiá) estaba aquí desde antes de la guerra”.
Fin del silencio
Dicen quienes conocen a David Galante que luego de su liberación duró 50 años en silencio. Sólo pensaba en rehacer su vida y para ello se vinculó a una fábrica de bicicletas en Buenos Aires. Durante todo ese tiempo se enamoró de Raquel, su esposa, con quien tuvo a Sandra y Ezequiel, quienes a su vez le dieron a sus nietos Daniel y Yamit.
“No hablé sino hasta 1995, me costaba mucho. En ese entonces se comentaba la película La lista de Schindler y la gente quería saber más de lo que pasó. Entonces nos juntamos un grupo de sobrevivientes y empezamos a contar. Se fundó en Argentina la Fundación Memoria del Holocausto y ahora trabajamos con testimonios”, asevera. “Discutí con Dios, pero en el fondo sabía que lo que me hicieron en Auschwitz lo hicieron los hombres”, explica.
Ahora que el mundo conmemora 65 años del fin de ese campo de exterminio, este hombre reconoce que, aunque duerme tranquilo, no todos los sobrevivientes han logrado superar el trauma. “Hay gente que no quiso tener hijos por temor a que les ocurriera lo mismo que a ellos”.
Finalmente, este judío insta a quienes administran el mundo a conocer historias como la suya para evitar desgracias. “La humanidad no ha aprendido la lección. Después de la II Guerra Mundial pensé que no iba a haber más guerras. Sin embargo, los genocidios siguen. El mundo debe aprender de esto para que no se repita y nuestros hijos tengan un mundo mejor”.
El Museo del Holocausto de Buenos Aires
Considerado como el único de su tipo en Suramérica, el Museo del Holocausto de Buenos Aires desarrolla a través de textos e imágenes los sucesos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Además, cuenta con muestras itinerantes propias y de museos de Estados Unidos e Israel. También produce materiales educativos para docentes y alumnos, como son ‘El Holocausto en 10 láminas’ y la revista académica Nuestra Memoria, editada de manera ininterrumpida desde 1994.
Tomado del periodico el Espectador de colombia.