Para los hijos de Israel resulta ciertamente sencillo saber qué cosa es idolatría y que cosa es fidelidad al Eterno.
Brindemos atención al texto, claro, simple, excplícito que el mismísmo Padre celestial nos ha encomendado:
«[Haz de saber que] Yo soy, el Eterno tu Elokim que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud»
(Shemot / Éxodo 20:2)
Dios, el Uno y Único es aquel que sacó a nuestros padres de la angustia de Egipto.
Todas las otras cosas, (objetos, personas, entidades incopóreas, entes, etc.) que no son aquel Dios que rescató a nuestros padres, sencillamente no son Dios.
Así pues, Jesús, Krishna, Apolo, Alá, Mithra, el Buda deificado, Brahma, Iemanjá, Sai Baba, Baal, Vishnú, Ra, Amón, Gaia, el dios de la Metafísica, el Verbo gnóstico entre tantas decenas de otros «dioses ajenos» no son Dios, pues ninguno de estos personajes mitológicos son el Ser supremo que salvó a nuestros antepasados, los condujo, sustentó y les reveló Su Palabra eterna (la Torá).
Dios, el Uno y Único no necesitaba otra «cédula de identidad» que el presentarse como el Ser que sacó a nuestros padres de Egipto.
«Al Eterno tu Elokim temerás, y a Él servirás. A Él te adherirás y por su nombre jurarás.
Él es tu alabanza; Él es tu Elokim que ha hecho por ti estas cosas grandes e imponentes que tus ojos han visto.»
(Devarim / Deuteronomio 10:20-21)
Ese mismo Dios, Uno y Único liberador de las opresiones de Egipto, es el que mantuvo a los israelitas en el desierto durante cuarenta años.
Día tras día manifestaba Su presencia con milagros, inmensos hechos supranaturales, por lo que TODO el pueblo de Israel podía dar testimonio de la veracidad de estos sucesos y por tanto de la presencia e intervención de Dios en sus vidas.
No eran hechos aislados, milagritos, tramoyas fabricadas por un grupo de estafadores, producto de la histeria de algunas personas impresionales, sino que eran portentos impresionantes que eran experimentados por TODO un pueblo, entre los que se contaban también personas no muy dispuestas a someterse a Dios, pero que no podían de dejar de reconocer Su presencia.
Ese Ser, y solamente ese, es Dios.
Ningún otro puede ser reconocido como Dios, o representarLo, o adjudicarse Sus hechos, puesto que a Dios exclusivamente debemos venerar, a Él servir, en Él confiar, por Su nombre bendecir y jurar.
Ese Dios, Uno y Único, que te repito no se Lo conoce por medio de teología o prédicas complejas de taimados pastores, o por la manipulación artera de oscuros pasajes bíblicos,
sino que se Lo conoce a través del testimonio fidedigno que se fue trasmitiendo por TODO un pueblo, de padres a hijos, de maestros a discípulos, que se aferraron al testimonio con plena fidelidad y mantuvieron en vigencia y con vida el contrato de la Alianza eterna que habían sellado con el Padre celestial.
Entonces… ¿Jesús, o la mítica trinidad, o cualquier otro dios ajenos, son los que se manifestaron ante Israel?
¿Son el Dios, Uno y Único que fue testimoniado por generaciones de testigos presenciales?
La respuesta la sabemos… NO, no lo son…
Pero hay más.
Atiende por favor, te citaré un bellísimo pasaje de la santa Palabra eterna, y luego no te daré ninguna explicación. Dejaré que la claridad explícita del pasaje sea la que te haga comprender que a Dios no se llega a través de teología, discursos tediosos, manipulaciones literarias, supuestas profecías en libros faltos de valor. A Dios se llega a través de la confianza, no de la fe tonta. Atiende mi querido:
«Solamente cuídate y cuida mucho tu vida, no sea que te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni que se aparten de tu corazón durante todos los días de tu vida.
Las enseñarás a tus hijos y a los hijos de tus hijos.
El día que estuviste delante del Eterno tu Elokim en Horeb, el Eterno me dijo: ‘Reúneme al pueblo para que Yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán para temerMe todos los días que vivan en la tierra, y para enseñarlas a sus hijos.’
Y os acercasteis y os reunisteis al pie del monte. El monte ardía con fuego hasta el corazón de los cielos, con densas nubes y oscuridad.
Entonces el Eterno os habló de en medio del fuego. Vosotros oísteis el sonido de sus palabras, pero aparte de oír Su voz, no visteis ninguna imagen.
Él os declaró su pacto, el cual os mandó poner por obra: las diez locuciones [aseret hadevarim]. Y los escribió en dos tablas de piedra.
En aquel tiempo el Eterno también me mandó a mí que os enseñara las leyes y los decretos, para que los pusieseis por obra en la tierra a la cual pasáis para tomar posesión de ella.
Por tanto, tened mucho cuidado de vosotros mismos, pues ninguna imagen visteis el día que el Eterno os habló en Horeb de en medio del fuego.
No sea que os corrompáis y os hagáis imágenes, o semejanza de cualquier figura, sea en forma de hombre o de mujer, ni en forma de cualquier animal que esté en la tierra, ni en forma de cualquier ave alada que vuele en los cielos, ni en forma de cualquier animal que se desplace sobre la tierra, ni en forma de cualquier pez que haya en las aguas debajo de la tierra.
No sea que al alzar tus ojos al cielo y al ver el sol, la luna y las estrellas, es decir, todo el ejército del cielo, seas desviado a postrarte ante ellos y a rendir culto a cosas que el Eterno tu Elokim ha asignado a todos los pueblos de debajo del cielo.
Pero a vosotros el Eterno os ha tomado y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis pueblo de Su heredad como en el día de hoy.»
(Devarim / Deuteronomio 4:9-20)
Atiende, no podemos jamás aceptar que un usurpador se ponga en medio de Dios y nosotros.
No es válido admitir un mediador espiritual que nos conecte con el Padre celestial.
Es ilícito olvidar lo que Dios nos ha manifestado y ordenado, para ir en pos de nuevas ideas, «nuevos testamentos», que desvían de la fidelidad amorosa y reverente.
Pues esto se nos ha dicho:
«Ten cuidado; no sea que te olvides del Eterno que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud.
Al Eterno tu Elokim temerás y a Él servirás, y por Su nombre jurarás.
No iréis tras dioses ajenos, tras los dioses de los pueblos que están a vuestro alrededor»
(Devarim / Deuteronomio 6:12-14)
No vimos imagen de Dios, no es cuerpo, no es hombre, ni otro ser de los creados.
No vimos otra cosa que Sus actos, pero oímos Su silenciosa pero penetrante voz, que llena con Su gloria cada milímetro de nuestro ser.
Esa voz que nos ordenó serLe fiel, negar toda adoración o reverencia a otro ser, despojarnos del mínimo rastro de idolatría, es decir quitarnos todo lo que es infidelidad y mentira.
Esa voz que anunció con perfecta claridad:
«Escucha, Israel: el Eterno nuestro Elokim, el Eterno uno Es.»
(Devarim / Deuteronomio 6:4)
Uno, sin dos, ni tres.
Uno sin par, que nada se le iguala.
Uno que no tiene un cuerpo, pues entonces sería más de uno.
Uno que es eterno y que ha sellado una Alianza eterna con nosotros.
Uno que hemos conocido personalmente, que hemos aceptado con confianza, que hemos ido trasmitiendo con fidelidad a lo largo de las generaciones y lo ancho de nuestros exilios.
Uno que no cambia, ni miente, ni cambia Sus promesas.
Uno que no es Jesús, ni cualquiera otro de los dioses ajenos, que no son más que monigotes, fantasías, ilusiones en la febril mente de los que depositan su fe en ellos.
Uno que es nuestro Padre celestial, Padre de todo ser, y que ha escogido a Su primogénito, el pueblo judío, para que sea Luz de las naciones.
Uno que es justo y misericordioso.
Uno que nos ha hablado, nos ha liberado y lo continúa haciendo constantemente.
En resumen, no podemos definir a Dios, ni encerrarlo en palabras o pensamientos.
Pero sí podemos saber quién es Dios y que cosa es falsedad.
Lo sabemos, lo heredamos, lo vivimos y lo preservamos para nuestra posteridad.