 En el medievo la realeza protegía a "sus judíos" mientras le          resultaban útiles, y hasta tanto no estallara el clamor de los          deudores empobrecidos. Cuando el resentimiento de las masas          hervía debido a los altos impuestos, el rey transformaba a los          judíos en chivos expiatorios, se unía a la furia          popular, y echaba mano a la mitología judeofóbica… Así          ocurrió casi en cada país europeo.
En el medievo la realeza protegía a "sus judíos" mientras le          resultaban útiles, y hasta tanto no estallara el clamor de los          deudores empobrecidos. Cuando el resentimiento de las masas          hervía debido a los altos impuestos, el rey transformaba a los          judíos en chivos expiatorios, se unía a la furia          popular, y echaba mano a la mitología judeofóbica… Así          ocurrió casi en cada país europeo.
 
 
Unidad 05: La Judeofobia medieval
Por:  							      							    Gustavo Perednik
          Vimos cómo a partir del cristianismo fue gestándose una          judeofobia novedosa, más grave, que alcanzó su          acérrimo punto durante el siglo IV, llamado por Flannery "el          más funesto". La teología de odio hacia los          judíos se expresó en bulas papales, y en la          persecución a los judíos por medio de sermones y          bautismos por la fuerza, quemas y prohibiciones de libros, disputas y          ghettos.       
          En esta lección añadiremos dos prácticas: las          expulsiones sistemáticas de judíos, que también          fueron la política a partir del mentado siglo IV, y las          matanzas en gran escala, que comenzaron en el siglo XI.       
          Hubo precedentes de expulsiones en Roma (tres veces: en el 139 a.e.c.,          en el 19 e.c. por Tiberio y en el 50 e.c. por Claudio); y en          Jerusalem, a la que los judíos tuvieron prohibida la entrada          entre el 135 y el 638. Pero las expulsiones posteriores incluyeron la          remoción de judíos de países enteros y por          períodos extensos (por ejemplo, para fines del siglo XIII, ya          habían sido expulsados de Inglaterra, Francia y Alemania).       
          Debido a las persecuciones, y a las restricciones a sus ocupaciones,          cuando un judío llegaba a enriquecerse, optaba por invertir sus          bienes en contante y sonante, y no en bienes inmuebles. Por ello,          frecuentemente era utilizado por los reyes como prestamista oficial          del cual obtener recursos al contado, con la ventaja adicional de que          dichas operaciones no estarían sometidas a las limitaciones          eclesiásticas en materia de préstamo a interés.       
          Asimismo, el rey unificaba las actividades financieras por medio de          colocar al judío como colector de los impuestos que cobraba a          los campesinos. Así, a los ojos de éstos el judío          agravaba su imagen por medio de la odiosa tarea, que era su modo de          garantizar su incierta existencia.       
          La realeza protegía a "sus judíos" mientras le          resultaban útiles, y hasta tanto no estallara el clamor de los          deudores empobrecidos. Cuando el resentimiento de las masas          hervía debido a los altos impuestos, el rey transformaba a los          judíos en chivos expiatorios, se unía a la furia          popular, y echaba mano a la mitología judeofóbica. Se          atribuía visos de "buen cristiano" aun cuando sus          móviles hubieran sido meramente económicos. Y al rey se          asociaban comerciantes y artesanos cristianos que repentinamente se          veían libres de la competencia de los judíos. Así          ocurrió casi en cada país europeo.       
          En Inglaterra, durante la guerra civil de 1262, los judíos          fueron atacados en muchas localidades; sólo en Londres mil          quinientos fueron asesinados. En el 1279 todos los judíos de la          ciudad fueron arrestados bajo cargo de que adulteraban la moneda del          reino. Después de un juicio en Londres, doscientos ochenta          fueron ejecutados y el rey Eduardo I ordenó la expulsión          de todos los demás, apropiándose de todas sus          posesiones. El plazo para abandonar el reino fue el Día de          Todos los Santos del año 1290.       
          En octubre, dieciséis mil judíos partieron a Francia y          Bélgica; muchos de ellos perecieron apenas cruzado el          río Thames en el que un capitán los hacía          ahogarse. La readmisión de los judíos a Inglaterra se          produjo sólo en 1650.       
          Francia los expulsó de la mayor parte de su territorio en 1306          (y los que eventualmente regresaron, volvieron a ser expulsados en          1394) y no fueron oficialmente readmitidos hasta 1789. De las diversas          regiones de Alemania fueron expulsados mayormente durante la Peste          Negra, a la que nos referiremos en la próxima lección.          En Rusia la residencia de los judíos fue prohibida entre el          siglo V y 1772 (cuando masas judías fueron incorporadas desde          los anexados Polonia-Lituania). En 1495 fueron expulsados de Lituania,          y readmitidos ocho años después. Expulsiones de ciudades          específicas hubo muchas, como Praga en 1744 o Moscú en          1891.       
          La expulsión más destacada es la de España, en          1492, que removió por virtualmente medio milenio a casi          trescientos mil judíos, la mayor comunidad hebrea de la          época, que había producido filósofos,          astrónomos, poetas, médicos y notables contribuciones al          Siglo de Oro español.       
          Después de la boda entre Fernando e Isabel, que unificó          los tronos de Castilla y Aragón en 1479, la homogeneidad          nacional española se transformó en un objetivo real, y          los judíos (y más tarde los conversos) fueron          percibidos como una amenaza a dicho objetivo.       
          Al principio, los Reyes Católicos continuaron usando          funcionarios judíos y conversos, pero ulteriormente requirieron          del papa que extendiera a su reino las actividades de la          Inquisición. En el 1480 dos dominicos fueron designados          inquisidores y en los seis años siguientes más de          setecientos conversos fueron quemados en la hoguera. Tomás de          Torquemada, confesor de la reina, fue nombrado Inquisidor General en          el 1483, y la institución impuso el terror a los judíos          de aldea en aldea. En una década la Inquisición          condenó a trece mil conversos, hombres y mujeres.       
          La marcha hacia la completa unidad religiosa fue vigorizada cuando          cayó el último bastión del poder musulmán          en España, con la entrada triunfal de los Reyes          Católicos en Granada, el 2 de enero del 1492. La presencia de          miles de conversos que se mantenían secretamente fieles al          judaísmo, fue considerada un escándalo que probaba que          no bastaban la segregación de los judíos y restricciones          a sus derechos: los Nuevos Cristianos aún debían          ser alejados de la influencia de judía.       
          El edicto de expulsión total fue firmado en Granada y en mayo          comenzó el gran éxodo. A partir de entonces, la vieja          preocupación acerca de los Nuevos Cristianos se          transformó en una obsesión contra aquellos que          habían permanecido. Se prohibió a los Marranos y sus          descendientes ejercer cargos públicos, así como la          pertenencia a corporaciones, colegios, órdenes, e incluso la          residencia en ciertas ciudades.       
          Los roles públicos fueron reservados en exclusividad a los          cristianos de "ascendencia impecable", es decir quienes no eran          sospechosos de antepasados judíos cualesquiera. Si no quedaban          judíos, pues el odio judeofóbico necesitó de otro          continente para descargarse: los Nuevos Cristianos. Con el          transcurso del tiempo, fueron redoblándose los esfuerzos para          desenterrar todo resabio de antepasados "impuros" que hubiera sido          pasado por alto.       
          En Portugal, la discriminación legal entre Viejos y           Nuevos Cristianos fue abolida oficialmente sólo en 1773.          España fue más lejos: hasta 1860 se exigía           pureza de sangre para ingresar a la academia militar, y la          más prestigiosa de sus escuelas, la San Bartolomé          de Salamanca, se ufanaba de que rechazaba todo candidato sobre el que          se corriera el más mínimo rumor de contar con          antepasados judíos. Pero nadie podía estar absolutamente          seguro de tener "pureza de sangre desde tiempo inmemorial", por lo que          la mancha era negociable por medio de testigos sobornados,          genealogías barajadas y documentos falsificados.       
          Con todo, el más atroz de los sufrimientos judíos          aún no ha sido abordado. Lo descripto hasta ahora fue muchas          veces considerado un mal menor, ya que la acechanza de genocidios          siempre se cernía sobre los judios. Así se infiere por          ejemplo de los escritos de un conocido filósofo y rabino, el          Maharal de Praga. Este anota que la era del exilio que a él le          había tocado en suerte era tolerable porque el principal          sufrimiento se limitaba a las expulsiones. Así reza un poema de          Eljanan Helin de Frankfurt de 1692: "partimos en júbilo y en          tristeza; aflicción, debido a la destrucción y la          desgracia. Mas nos alegramos de haber escapado con tantos          sobrevivientes". También en Tevie el Lechero, la famosa          obra de Scholem Aleijem (1894), toma las expulsiones con ligereza: la          razón por la que usamos sombreros, deduce, es que debemos estar          siempre preparados para partir en cualquier momento.       
          Sin embargo, las expulsiones no sólo significaban ingentes          pérdidas de propiedad, sino un debilitamiento de cuerpo y de          espíritu. Dejaron una marca indeleble en el pueblo judío          y su devenir, con sentimientos de extranjería. Los          judíos eran como empujados a los márgenes de la          historia. Considérese que después de 1492 no          había judíos abiertamente identificados a lo largo y          ancho de toda la costa europea del Atlántico Norte, durante un          período en el que allí estaba el centro del mundo.       
          Matanzas Totales: Ocho Ejemplos       
             Pero la peor parte del martirio judío fueron sin duda las             matanzas, que desde la antigüedad habían tenido lugar             esporádicamente, y desde las Cruzadas fueron             sistemáticas. La judeofobia fue superando su crueldad a lo             largo de los siglos, y cada superlativo iba             empequeñeciéndose por eventos posteriores.          
             Matanzas bajo dominio cristiano, datan ya de los primeros siglos.             En Antioquía (ciudad que asumió en el Este la             importancia de Alejandría) facciones enfrentadas (los              azules y los verdes) terminaron por masacrar             judíos e incendiar la sinagoga de Daphne junto con los             huesos de las víctimas (circa 480). El emperador             Zenón se limitó a comentar entonces que hubiera sido             preferible quemar a los judíos vivos.          
             Pero esas masacres ocasionales devinieron en norma durante la             primera mitad de este milenio, el período en el que la             Iglesia alcanzó el cenit de su poder. A modo de resumen,             digamos que los principales genocidios de judíos en la             primera mitad del milenio tuvieron lugar en el transcurso de cada             una de las tres primeras Cruzadas, y de cuatro campañas             judeofóbicas que las sucedieron. Añadiré a su             enumeración, el año y el nombre de los cabecillas, a             saber: la Primera Cruzada (Godofredo de Bouillon, 1096); la Segunda             Cruzada (el monje Radulph, 1144); la Tercera Cruzada (Ricardo             Corazón de León, 1190); los Judenschachters             (Rindfleisch, 1298); los Pastoureaux (el fray Pedro Olligen, 1320);             los Armleder (John Zimberlin, 1337); y la Muerte Negra (Federico de             Meissen, 1348).          
             Como escribiera Flannery, para encontrar en la historia de los             judíos un año más fatídico que 1096,             habría que remontarse a mil años antes hasta la caida             de Jerusalem, o a casi nueve siglos después hasta el             Holocausto. Todo comenzó el 27 de noviembre del 1095 en la             ya mencionada ciudad de Clermont-Ferrand, cuando durante la             clausura de un concilio, el Papa Urbano II convocó una             campaña "para liberar Tierra Santa del infiel             musulmán". Hordas de caballeros, monjes, nobles y             campesinos, se lanzaron sin organización a la aventura, pero             eventualmente optaron por comenzar la purga de los "infieles             locales", y acometieron ferozmente contra los judíos de             Lorena y Alsacia, exterminando a todos los que se negaban a             bautizarse. Corrió el rumor de que el líder Godofredo             había jurado no poner en marcha la cruzada hasta tanto no se             vengara la crucifixión con sangre judía, y que no             toleraría más la existencia de judíos.          
             En efecto, un común denominador de las matanzas enumeradas             fue el intento de barrer a la población judía             íntegra, niños incluidos. Los judíos franceses             advirtieron del peligro a sus correligionarios alemanes, pero             infructuosamente. A lo largo del valle del Rhin, las tropas,             incentivadas por predicadores como Pedro el Hermitaño,             ofrecieron a cada una de las comunidades judías la             opción de la muerte o el bautismo. En Speyer, mientras los             crusados rodeaban la sinagoga, en donde se había refugiado             la comunidad presa del pánico, una mujer reinició la             tradición de Kidush Hashem, la aceptación             voluntaria del martirio para gloria de Dios. Cientos de             judíos se suicidaron y algunos aun sacrificaban primero a             sus propios hijos. En Ratisbon, los cruzados sumergieron a la             comunidad judía entera en el río Danubio a modo de             bautismo colectivo. Las matanzas se sucedían en Treves y             Neuss, en las aldeas a lo largo del Rhin y el Danubio, Worms,             Mainz, Bohemia y Praga.          
             El fin del viaje era Jerusalem, en donde los crusados hallaron a             los judíos agolpados en sus sinagogas y procedieron a             incendiarlas (1099). Los pocos sobrevivientes fueron vendidos como             esclavos, algunos de los cuales fueron eventualmente redimidos por             comunidades judías de Italia. Pero la comunidad judía             de Jerusalem quedó destruida por un siglo. En los primeros             seis meses de la Primera Cruzada aproximadamente diez mil             judíos fueron asesinados, que constituían en esa             época un tercio de las poblaciones judías de Alemania             y el norte de Francia.          
             En el año 1144, los cruzados perdieron Edessa, y se             temió por la suerte del Reino Latino de Jerusalem. El Papa             Eugenio III convocó la Segunda Cruzada, y sus sucesores             "judaizaron" la marcha. Se estipuló que no debía             pagarse interés sobre el dinero que se tomara de de             judíos para financiar la cruzada (nótese que desde el             siglo XIII el término cruzada se aplicó a toda             campaña de la que la Iglesia se veía             políticamente beneficiada).          
             En el 1146 el monje Radulph exhortó a los cruzados a             vengarse en "los que crucificaron a Jesús". Centenares de             judíos del Rhineland cayeron ante las hordas incitadas que             los aplastaban al grito de Hep, Hep! (esta consigna, que             probablemente era la abreviatura del latín Jerusalem se             ha perdido, fue un lema judeofóbico muy popular en             Alemania, y así se denominaron los tumultos contra             judíos alemanes en 1819).          
             Brutalidades se perpetraron en Colonia y Wuezburg en Alemania, y en             Carenton y Sully en Francia. El famoso maestro Rabenu Jacob Tam fue             acuchillado cinco veces en recuerdo de las heridas sufridas por             Jesús. Pedro de Cluny (llamado el Venerable)             solicitó que el rey de Francia castigara a los judíos             por "macular el cristianismo. No debería matárselos,             sino hacerlos sufrir tormentos espantosos y prepararlos para una             existencia peor que la muerte". Puede verse que el pretendido celo             religioso de estos judeófobos no era sino una máscara             para poder descargar sus instintos más sádicos,             ideológicamente justificados.          
             La tregua que se dio a los judíos europeos después de             de las dos primeras cruzadas, fue balanceada por las persecuciones             a las que los sometieron los almohades en España y             Noráfrica. Pero cuando Saladino puso fin al reino crusado en             Jerusalem, una Tercera Cruzada fue lanzada, a la que se sumaron con             entusiasmo el emperador de Alemania y el rey Felipe Augusto de             Francia, quien ya había hecho quemar a cien judíos en             Bray, como castigo por el ahorcamiento de uno de sus oficiales que             había asesinado a un judío.          
             La novedad de la Tercera Cruzada fue que repercutió             más en Inglaterra, que en las dos primeras había             tenido un rol menor. Las comunidades judías de Lynn, Norwich             y Stamford, fueron íntegramente destruidas. En York, los             judíos se refugiaron en el castillo, al que se le puso             sitio, y en el que se autoinmolaron a comienzo de la Pascua hebrea.          
             Para los judíos, las Cruzadas pasaron a simbolizar la             inveterada hostilidad del cristianismo. Trescientos rabinos             emigraron en el 1211 a Eretz Israel, en la certeza de que si             permanecían en Europa Occidental pocas serían sus             posibilidades de sobrevivir. Y como lo rubrica Flannery "los que             decidieron quedarse terminaron lamentando su decisión". Al             mismo tiempo, el recuerdo de los mártires fue para los             judíos una fuente de inspiración para las             generaciones posteriores: Dios los había puesto a prueba y             demostraron ser héroes. Su martirio fue percibido como una             victoria, símbolo del pueblo entero. La mayoría de             los que se convirtieron por la fuerza pudieron ulteriormente             regresar al judaísmo… y terminaron siendo víctimas             de las matanzas que estallaron después. En la             percepción del cristiano, el judío se había             transformado en el implacable enemigo de su fe.          
             Las Cruzadas revelaron en toda su dimensión el peligro             físico en el que se hallaban los judíos, lo que             resultó en dos efectos. En principio, los judíos se             mudaron mudarse a ciudades fortificadas en las que serían             menos vulnerables (esto puede ser una explicación parcial             del carácter urbano de los judíos que fue mencionado             en la segunda lección). Segundamente, se instituyó el             status de "siervos de la cámara real". Los judíos             compraron la protección de emperadores y reyes a un elevado             precio. Se consideraba que tendrían un privilegio si se los             protegía del fanatismo de las masas y de la rapacidad de los             barones. Pero en poco tiempo la supuesta protección se             transformó en un artificio para enriquecer la Corona.          
             La teología ayudaba. El Papa Inocencio III proclamó             la "servidumbre perpetua de los judíos" y el jurista Enrique             de Bracton (m.1268) definió que "el judío no puede             tener nada de su propiedad. Todo lo que adquiere lo adquiere para             el rey". Para el siglo XIII era un buen negocio poseer algunos             judíos, antes de que fueran eventualmente masacrados. Y las             matanzas que sucedieron a las Cruzadas probaron ser las más             sombrías.          
             En Rottingen en 1298 un noble llamado Rindfleisch incitó a             las masas, que quemaron en la hoguera a la comunidad             íntegra. Luego sus Judenschachters (asesinos de             judíos) atravesaron Austria y Alemania saqueando,             incendiando y asesinando judíos a su paso. Ciento cuarenta             comunidades fueron diezmadas; cien mil judíos asesinados.          
             En el 1306 el rey de Francia hizo arrestar a todos los             judíos en un mismo día y les ordenó abandonar             el país en el plazo de un mes. Cien mil lo hicieron y se             asentaron en comarcas vecinas; nueve años después             fueron readmitidos… para ser nuevamente masacrados.          
             Un monje benedictino lideró a los Pastoureaux             (pastorcitos) en una especie de cruzada que destruyó ciento             viente comunidades. En reacción a la matanza de los             Pastoureaux en Castelsarrasin y otras localidades entre el 10 y el             12 de junio del 1320, el vizconde de Tolosa comandó una             tropa para detener a los revoltosos, y cargó veinticuatro             carros de Pastoureaux, a fin de encarcelarlos en el castillo de la             ciudad. Sin embargo, el populacho vino en socorro de los             saqueadores y los liberó. En efecto, otra             característica común de los genocidios es el grado             pasmoso de apoyo campesino con el que contaban. Y como es habitual             en la judeofobia, lo peor estaba por venir.          
             En el 1336 John Zimberlin, un iluminado que había "recibido             un llamado para vengar la muerte de Cristo matando judíos"             lideró a cinco mil enardecidos armados, que usaban bandas de             cuero en los brazos (los Armleder) y se lanzaron al             asesinato de los judíos alsacianos. En Ribeauville fueron             masacrados mil quinientos. Finalmente, el 28 de agosto del 1339 se             concluyó un acuerdo entre el obispo de Estrasburgo y             Zimberlin, que puso fin a los desmanes.          
             El séptimo genocidio mencionado en la lista fue el de la             Muerte Negra. Una plaga mató a alrededor de un tercio de la             población de Europa entre 1348 y 1350 (casi cien millones de             personas). Las comunidades judías de Europa fueron             exterminadas por el populacho enloquecido por tanta muerte.             ¿Quién podía ser culpable de la plaga sino el             archiconspirador y envenenador, el judío?          
             El emperador Carlos IV ofreció inmunidad a los que atacaran             judíos, otorgándoles sus propiedades a los favoritos             de la corte… ¡incluso antes de que una matanza tuviera             lugar! Por ejemplo, le ofreció al arzobispo de Trier los             bienes de los judíos "que ya han sido muertos o lo sean en             el futuro" y a un margrave de Nurenberg la elección de las             casas de judíos "cuando la próxima matanza se lleve a             cabo".          
             Debido a Hitler que superó a todos, se tiene poco en cuenta             los genocidios previos. El ucraniano Bogdan Chmielnicky fue             eventualmente olvidado al perder su rol de peor genocida             judeofóbico. Combatió la dominación polaca de             su país asesinando a más de cien mil judíos en             1648-1649, y hasta hoy es reverenciado como héroe nacional             de Ucrania. Así lo describió el cronista de la             época, Natan Hanover en su libro Ieven Metzula ("El fango             profundo") págs. 31-32: "A algunos de los judíos             les arrancaban la piel y arrojaban su cuero a los perros. A otros             les cortaban las manos y los pies y arrojaban a los judíos             al camino en donde eran finalmente pisoteados por caballos…             Muchos eran enterrados vivos. A los infantes se los mataba en el             pecho de la madre; a muchos niños se los despedazaba como             pescado. Desgarraban los vientres de las mujeres preñadas,             extraían a los bebés no nacidos y se los tiraban a             las madres en las caras. A algunas les abrían el vientre y             reemplazaban el feto con gatos vivos y las dejaban así,             asegurándose primero de cortarles las manos para que las             mujeres no pudieran sacarse el gato de su cuerpo… No hubo nunca             en el mundo una muerte no-natural que no les infligieran".          
             La pregunta acerca de cuán profundo debe de ser un odio que             lleve a semejantes atrocidades, tendrá respuesta parcial en             la próxima clase, cuando nos refiramos a la mitología             judeofóbica que las sostuvo. Pero adelantemos que tanta             muerte atroz debe ser motivo de reflexión. Máximo             Kahn, un intelectual judío que escapó de Alemania y             se radicó en la Argentina, escribió en 1944: "La             muerte de los judíos es, quizá, la más             enigmática de todas las muertes; ciertamente es la             más acusadora. Durante dos mil quinientos años se ha             venido matando a los judíos en vez de permitir que mueran…             Se empezó a matar judíos con tanto éxtasis que             la muerte natural ya no les causó terror… los             judíos se agarraron a la muerte natural como si fuera vida,             como si fuera luz del sol, canto de pájaros, fragancia de             flores o amor. Nada les pareció tan apetecible como poder             morir sin huellas de homicidio en el cuerpo. Su vida se             convirtió en esperar la muerte. Es de extrañar que la             palabra judío no se haya vuelto sinónimo de             moribundo… el judaísmo es una salud incurable".          
             El odio ilimitado que se descargó contra los judíos             estaba sostenido por un cuerpo mitológico que vamos a             revisar en la próxima lección.