La humildad.
Hay una cualidad muy importante que se debe profundizar y llevar a la práctica en los constructores de Shalom: «La humildad»
Historias de Vida.
«Hace algunos días atrás me encontraba en el trabajo y entre charla y charla surgió el tema de religiosidad. Todos daban su opinión y todos creían tener la razón. Uno creía saber mucho más que el otro. Y yo quise dar mi opinión, pero mi mente estaba blanca, no tenía palabras, no salían de mi boca. No recordaba historias, era como si hubiera perdido el conocimiento y no podía hacer nada en la situación.»
Porqué de mí no salía y bramaba conocimiento? pues porque no tenía humildad, sino orgullo. Al ser influyente en el trabajo o popular, el orgullo es uno de mis principales rivales.
El orgullo obstaculizó mis conocimientos y las palabras de mi corazón.
Historia Jasidica.
«Dos grandes Sabios fueron juntos a una ciudad para dar públicamente disertaciones de la Sagrada Torá.
Uno hablaba de los sagrados ritos, el otro exponía geniales e ingeniosos comentarios y narraciones. La multitud era atraída por las ingeniosas explicaciones del segundo quedando el primero en poco tiempo solo y abandonado.
El pobre no podía resignarse y se sentía completamente humillado y su compañero para consolarlo le habló así:
– ¡Amigo mío! Que tanta gente se reúna a escuchar mis enseñanzas no es una ofensa para ti ni un honor para mí. Pues si dos mercaderes se dirigen a determinada ciudad, uno llevando piedras preciosas y el otro cosas de poco valor, es sabido que la multitud correrá rápidamente tras el último y muy pocas personas hacia el primero. Es una clara imagen de las diversas cosas que tu y yo enseñamos.» (1)
La humildad es muy importante, es una virtud que cualquier constructor de Shalom debe desarrollar. Es una manera de apagar el orgullo y de crecer siendo una persona honesta y sabia.
El orgullo obstaculiza los conocimientos y nos dirige hacia una conducta rebelde y desagradable a los ojos de El Eterno.
Una manera de acercarse a la humildad.
Nuestro Maestro enseña:
«El que verdaderamente anda detrás del Conocimiento y la Verdad, debe saber/aplicar tres cosas básicas:
- No alcanzará jamás su meta.
- Nunca sabrá todas las respuestas.
- A reconocer lo anterior, y a decir: «no sé», cuando sea así; y a ponerse a investigar si es posible hacerlo.
Y es menester de una condición fundamental:
- La humildad, pues el orgulloso no aprende.
Ya lo dijeron los Sabios: «Los sabios deben ser precavidos en sus palabras… no sea que sus alumnos yerren y se pierdan y el Nombre Santo sea profanado» (Avot 1:11)
Si esto fue dicho para los sabios, ¿cuánto más para nosotros?
Y más preciso aun: «Enseña a tu boca a decir: ‘no sé’, para que no inventes y caigas en una trampa» (TB Berajot 4a)
En definitiva, la inteligencia + sabiduría + comprensión (o el anhelo de éstas) no se descubre en la cantidad de respuestas, sino en:
- profundidad y amplitud de las mismas;
- precisión y capacidad de indagar nuevas/otras opciones;
- aceptar la propia limitación.» (2)
En mi caso no pude dar opiniones ni demostrar mis conocimientos porque estaba en un momento de orgullo, estaba siendo orgulloso frente a los demás.
Una historia para meditar y recordar.
Una vez, Rabí Janoj Henij de Alexander, habló del tema de la humildad. «Si quieren saber qué es real humildad» dijo, «les contaré un incidente que sucedió con el Rabino Principal de Frankfurt».
Su nombre era Abraham Abish y aparte de las muchas horas que estaba ocupado con los deberes rabínicos, se dedicaba al precepto de proporcionar comida y vestimenta a los pobres. Era su costumbre hacer rondas entre los ciudadanos adinerados y comerciantes de la ciudad para solicitar caridad que distribuía después a los indigentes, las viudas y los huérfanos.
Una vez, se detuvo en una de las posadas locales y se acercó a un comerciante que visitaba la ciudad por negocios. «Discúlpeme», empezó el Rabino. «Por favor ¿podría hacer una contribución para ayudar a los pobres con comida y vestimenta?»
Parecía como si el comerciante no había oído, porque no hizo más que levantar sus ojos para mirar fijamente al solicitante parado ante él.
Rabí Abraham, por su parte, era demasiado modesto para anunciar su nombre, y se mantuvo de pie ante él, esperando pacientemente. Volvió a repetir su pedido. El comerciante no estaba de humor. Miró fijamente al necesitado que tuvo el descaro para interrumpirlo. «Márchese. Salga de aquí y deje de molestar a la gente ocupada». Rabí Abraham se volvió y dejó la posada, sin insistir y nunca imaginando usar su identidad para coercer al donante involuntario.
Unos minutos después, cuando el comerciante terminó de estudiar sus cuentas, se preparó para salir y buscó su bastón, pero para su sorpresa no podía encontrarlo. Era una posesión apreciada y estaba muy disgustado.
No le tomó mucho tiempo asumir que el pobre lo había robado en venganza. El comerciante persiguió al ‘ladrón’. Unos metros más adelante se encontró con el sospechoso.
«¡Deme mi bastón, ladrón!» gritó.
«Lo siento, pero no he visto su bastón, buen hombre» Rabí Abraham contestó serenamente.
Pero el enojo del comerciante, en lugar de suavizarse, creció con ferocidad y virulencia hasta que incluso golpeó a Rabí Abraham. Sin embargo, el Rabino Principal de Frankfurt no respondió con enojo; se retiró continuado en su misión.
La Providencia Divina hizo que el comerciante permaneciera más tiempo en Frankfurt. Shabat se encontraba aun en la ciudad. En la tarde del día santo todos los judíos se reunían para oír palabras de Torá, y él decidió unírseles, porque supo que el Tzadik, Rabí Abraham Abish se dirigiría a la comunidad y deseaba oír al gran hombre personalmente.
El comerciante entró en el vestíbulo y levantó sus ojos al podio para echar un vistazo al Rabino. Para su gran susto, reconoció al hombre y la terrible escena de unos días antes vino a él.
Incapaz de soportar la vergüenza, se desmayó. Cuando recobró la conciencia, estaba rodeado por feligreses que intentaban reanimarlo.
«¿Que ha pasado?» todos preguntaban ansiosamente. Con gran vergüenza, relató el terrible suceso.
«¡Debe ir al Rabino y pedirle perdón!» fue el consejo de todos. El comerciante comprendió que debía hacerlo.
Cuando el Rabino terminó de hablar, atravesó a la muchedumbre, saludando a todos cortésmente. El comerciante estaba temblando, mudo por la turbación, cuando el Rabino se acercó. Rabí Abraham lo miró, pero no dijo nada; sólo sus ojos tenían un brillo de reconocimiento.
Antes de que el comerciante pudiera tartamudear una disculpa, Rabí Abraham habló con voz conciliatoria, queriendo calmar al hombre.
«¡Por favor, créame, yo no tomé su bastón! Le doy mi palabra de honor.»
Al Rabino ni siquiera se le ocurrió que el hombre deseaba disculparse. Era tan humilde que nunca consideró su propio honor. El Rabino Principal de Frankfurt estaba disculpándose de nuevo ante el comerciante irreflexivo, incluso ante los ojos de sus admirados feligreses.» (3)
Cuán importante es la humildad y cuanto esfuerzo se debe aplicar para mejorar como individuo. Atraves de nuestros Siete preceptos y su cumplimiento sumando nuestras buenas obras y acciones llegaremos a ser humildes, no solo a los ojos de los demás sino a los ojos del Amo de la vida. Pues somos limitados, no tenemos honor, somos apenas nada delante de Dios.
¿¡Has aprendido algo hoy!? Sé humilde en la respuesta y de ahora en más, en la vida.
Saludos!
Notas:
1 – Una historia recordada personalmente, leída hace bastante tiempo, su fuente es el Talmud.
2 – http://serjudio.com/rap701_750/rap728.htm
3 – Historia de Jabad.