 Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi: "Casi             toda ideología y nacionalidad europea había estado             saturada con odio contra el judío cuando los nazis             consumaron la "solución final". En las décadas y             siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar             cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista             habían considerado intolerable la existencia de los             judíos. En un análisis final, todos se habrían             opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no             podría haberlo hecho".
              Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi: "Casi             toda ideología y nacionalidad europea había estado             saturada con odio contra el judío cuando los nazis             consumaron la "solución final". En las décadas y             siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar             cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista             habían considerado intolerable la existencia de los             judíos. En un análisis final, todos se habrían             opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no             podría haberlo hecho".
 
 
Unidad 08: La judeofobia alemana; el fenómeno del autoodio judío
Por:  							      							    Gustavo Perednik   
          El primero de los tres paradigmas de la judeofobia moderna fue el          francés, estudiado en la última clase. Ahora pasaremos          al racista, que aunque también fue inaugurado en un libro          francés, alcanzó su nadir en Alemania. En su Ensayo          acerca de la desigualdad de las razas humanas (1853) Joseph De          Gobineau sostenía que las diferencias físicas entre las          razas humanas conllevan jerarquías intelectuales y morales.          Aunque éste era el primer libro en desarrollar la          teoría, el racismo como prejuicio, empero, es tan antiguo como          la civilización, y aun Platón y Aristóteles          arguyeron que los griegos habían nacido para ser libres y los          bárbaros eran esclavos naturales.       
          La tradición antirracista, por su parte, fue una          contribución judía que el cristianismo difundió.          Su primer ejemplo es provisto en el Talmud, cuando explica el motivo          por el que Adán es el único ancestro humano: para que          nadie pueda jamás atribuir superioridad a sus antepasados.       
          Y aunque el prejuicio racial fue omnipresente en la historia europea,          en el siglo XVIII se formalizó a partir de los estudios          antropológicos. Linné emparejaba el color de piel con          tendencias mentales y morales, y para Buffon el hombre blanco era la          norma, "el rey de la creación", mientras los negros          constituían una raza degenerada. Para Voltaire los negros eran          una especie intermedia entre el blanco y el mono. En este contexto          dieciochesco, los judíos encajaban como una nación sui          generis, pero incluida en la raza blanca.       
          El siglo XIX complicó las cosas debido a que las luchas          nacionales empujaron a los estudiosos a acrecentar el número de          supuestas razas y subrazas. El énfasis mayor en Alemania se          debe a dos razones: 1) Hasta 1870 sus muchas divisiones          políticas internas habían incrementado el fervor          nacionalista; y 2) la mayoría de los monarcas europeos eran de          ascendencia germánica (recuérdese además que la          monarquía dividía a la sociedad medieval en tres          estratos: plebe, clero y nobleza, y ésta era considerada la          superior, de "sangre azul").       
          El filósofo Johann Fichte enseñaba que el alemán          era la lengua original de Europa (Ursprache) y los alemanes la          nación original (Urvolk). Incluso fuera de Alemania hubo          algunos partidarios del "Germanismo" o "Teutonismo". Con todo, la          visión de Fichte no se quedaba en la superioridad alemana y          reflexionaba especialmente acerca de los judíos:          "¿Darles derechos civiles? No hay otro modo de hacerlo sino          cortarles una noche todas sus cabezas y reemplazarlas por otras          cabezas que no contengan un solo pensamiento judío.          ¿Cómo podemos defendernos de ellos? No veo alternativa          sino conquistar su tierra prometida y despacharlos a todos          allí. Si se les otorgan derechos civiles van a pisotear a los          otros ciudadanos".       
          Junto a la antropología y la filososfia, otra disciplina          académica estimulaba a los racistas: la          lingüística. Ya desde los descubrimientos de William Jones          en 1786 y la Ley de Grimm de 1822, se deducía de la          afinidad entre el sánscrito, griego y latín, que          había un origen común de idiomas indoeuropeos          (incluídos celta y gótico, supuestamente el más          antiguo de los germánicos). Se tuvo por cierto que las lenguas          europeas derivaban del sánscrito, y las naciones que las          hablaban pertenecían a la raza aria (que en          sánscrito significa "noble").       
          El contraste de la llamada raza aria fue la "semita", de la que          supuestamente derivaban las naciones que habían hablado lenguas          semitas en el pasado. Lassen argüía que "los semitas no          poseen el equilibrio armonioso entre todos los poderes del intelecto,          tan característico de los indogermánicos" y su colega          francés Ernest Renan condenaba "la espantosa simplicidad de la          mentalidad semita". Todas las creaciones del espíritu humano          (con la posible excepción de la religión) fueron          atribuídas a los "arios" y por ello los alemanes, los          más "puros", debían eludir mezclarse con razas          inferiores. Debido a esa pretendida "pureza teutónica", los          estudiosos alemanes optaron por la denominación           indogermánica.       
          Durante la primera mitad del siglo pasado se hicieron muchos esfuerzos          para racionalizar el odio. Bruno Bauer en Die Judenfrage (1843)          denuesta el "espíritu nacional judío" y el compositor          Richard Wagner escribe en La judería en la música          (1850): "Debemos explicarnos por qué nos repele la naturaleza y          personalidad de los judíos… Para compreder nuestra          repugnancia instintiva por la esencia primaria del judío,          consideremos primero cómo fue posible que el judío          deviniera en músico…"       
          Las justificaciones científicas no provenían sólo          desde lo sociológico. Un pionero que había pasado          inadvertido fue Karl Grattenauer, quien en 1803 había ofrecido          una explicación de vanguardia de por qué los          judíos tienen mal olor: hay un fedor judaico producido          por cierto amonium pyro-oleosum.       
          La creencia de que los judíos constituían una raza          separada, oriental, se difundió ampliamente durante la segunda          mitad del siglo pasado, y en Alemania se tradujo también al          mundo de la política. Bajo gobierno de Bismarck, se          entendió cínicamente que la judeofobia podía          servir de instrumento para completar la unificación de          Alemania. Como ironizara en retrospectiva Israel Zangwill (1920): "Si          no hubiera judíos, habría que inventarlos para uso de          los políticos… son indispensables como antítesis de          una panacea; causa garantizada de todos los males". En efecto, a fines          de siglo surgen en Alemania partidos políticos abiertamente          judeófobos, con tres fundamentos ideológicos, a veces          combinados: el económico, el religioso, y el voelkish          (nacional-racial). Aunque al principio no tuvieron muchos afiliados,          su propaganda seducía a grandes sectores de la          población.       
          Podemos notar una diferencia con el modelo francés. Mientras en          Alemania, Austria y Hungría, el uso político de la          judeofobia fue una reacción inmediata al otorgamiento de          Emancipación a los judíos, Francia, por el contrario, ya          había vivido ochenta años de Emancipación cuando          fue plagada por formas organizadas de judeofobia.       
          El primero en organizar el uso de la judeofobia como levadura para un          movimiento de masas fue Adolf Stoecker en Berlín. Su Partido          de Trabajadores Cristiano-Socialistas (1878) no atrajo votos con          una plataforma de ética social cristiana, así que la          cambió por una judeofóbica, que inspiró a todo un          movimiento estudiantil antijudío a partir del Verein          Deutscher Studenten de 1881. Con apoyo conservador, Stoecker fue          electo al Reichstag. Para esa época se creaba la mentada           Liga de los Antisemitas de Wilhelm Marr, dedicada ésta a          temas étnicos más que a soioeconómicos. Y un          famoso académico, Heinrich von Treitschke, les otorgó          respetabilidad al denominar a todo exceso antijudío "una          reacción brutal y natural del sentimiento nacional          alemán contra un elemento extranjero". Treitschke          acuñó la máxima Die Juden sind unser          Unglück! ("-los judíos son nuestra desgracia!") que          medio siglo después se transformó en lema de los nazis.       
          En 1882 se reunió en Dresden el Primer Congreso          Antijudío, azuzado por un libelo de sangre en Tisza-Eszlar.          Con delegados de Alemania, Austria y Hungría, creó la          Alianza Antijudía Universal. Hubo más congresos en          Chemnitz 1883, Kassel 1886 y Bochum 1889. Los racistas más          pendencieros terminaron por escindirse del partido de Stoecker y en          1886 Otto Boeckel fue elegido al Reichstag como el primer          judeófobo per se. A los pocos a¤os fundó el           Partido Popular Antisemita, y dieciséis candidatos          judeófobos fueron electos al Reichstag en 1893. En 1895, por          primera vez en la historia, un partido llegaba al poder con una          plataforma judeófoba. Fue el Partido Social Cristiano de          Viena, cuyo líder, Karl Lueger, mientras era burgomaestre de la          ciudad, recibió la visita de un joven admirador llamado Adolf          Hitler.       
          También a principios de esa década se propuso la          doctrina de la judeofobia racial. Para su iniciador, Eugen          Dühring "habrá un problema judío aún si cada          judío le da la espalda a su religión y se une a una de          nuestras principales iglesias… Son precisamente los judíos          bautizados los que penetran más profundamente… los          judíos deben ser definidos solamente en base de la raza".       
          En 1899 Houston Chamberlain (yerno de Wagner) elaboró          cabalmente la antítesis ario-semita en Los fundamentos del          siglo XIX, voluminoso manual de los académicos          judeófobos, que explicaba cómo desde la antigüedad          "…los arios cometieron el fatal error de proteger a los          judíos (bajo el rey persa Ciro) y así permitieron que el          germen de la intolerancia semítica esparciera su veneno por la          Tierra durante milenios, una maldición contra todo lo que es          noble y una vergüenza para el cristianismo". No todos los          racistas coincidieron en esto. Por ejemplo, los neopaganos como Alfred          Rosenberg y Walter Darré, consideraron el cristianismo como una          ense¤anza "típicamente semítica" que socavaba el          espíritu "germánico" por medio de una mentalidad de          esclavos. Esas diferencias acerca de qué es ario y qué          es semita, fue precisamente el problema que nunca resolvieron los          racistas.       
          Su solución fue simple: todo lo bueno era apropiado para "los          arios" y lo malo era "semita". Para Chamberlain, por ejemplo, el ideal          era el nórdico rubio y dolicocéfalo, entre los que no          dudó en incluir nada menos que a Dante Alighieri, e incluso al          Rey David y a Jesús. Pero como los gustos de los racistas          variaban, algunos resultados de su método fueron          tragicómicos. Goethe por ejemplo, era para Chamberlain un "ario          perfecto y puro"; para Fritz Lentz, un "híbrido          teutónico-asiático"; para Otto Hauser, "un mestizo,          puesto que en el Fausto hay centenares de versos lastimosamente          malos".       
          Sin duda aquí radica la paradoja de este racismo: en la          vastísima literatura acerca del "veneno judío", y a          pesar de la enorme infraestructura montada para combatirlo, no se dio          jamás una definición racial del judío. Nunca          llegaron más allá de definirlo como alguien cuyos          abuelos profesaron la religión judía. Así y todo,          algunos fanáticos construyeron sistemas escatológicos          muy elaborados en los que la lucha entre la raza aria y la semita era          la contrapartida de la lucha final entre Dios y fuerzas          diabólicas.       
          El hecho es que para 1900 la existencia de una raza aria era tenida          por la mayoría como una verdad científica, y ya          había todo un enorme aparato teórico que denunciaba la          "influencia judía" en el arte, las leyes, la medicina,          filosofía, literatura, etc. Un ejemplo particularmente          escandaloso (aunque menor) fue la obra del campeón mundial de          ajedrez Alexander Alekhine, Ajedrez ario contra ajedrez          judío en la que se sostiene que los judíos juegan al          ajedrez de un modo distinto, hiperdefensivo y oportunista.       
          La judeofobia racial no dejó salida a los judíos, y          algunos encontraron una única reacción posible.       
          El Auto-Odio Judío       
             Miles de judíos habían dejado de lado su             tradición décadas antes de los escritos racistas.             Muchos, nacidos en familias religiosas y educados en ieshivot             talmúdicas, abandonaron el judaísmo apenas se             pusieron en contacto con la cultura alemana. El hijo de uno de             aquellos judíos fue el máximo poeta Heinrich Heine,             para quien "el judaísmo no es una religión sino una             desgracia" y quien se bautizó ("pero no me convertí",             aclaraba). El escritor Moritz Saphir fue aun más lejos: "el             judaísmo es una deformidad de nacimiento, corregible por             cirurgía bautismal".          
             Pero cuando la Emancipación se revirtió en Alemania,             y los judíos fueron nuevamente confrontados con un odio             sistemático que no les permitía en modo alguno             liberarse de la carga de su judeidad, apareció un             fenómeno muy singular: el auto-odio judío. Ese             precisamente fue el título del libro de Theodor Lessing, que             en 1930, examinó las biografías de seis judíos             que odiaron su ascendencia. Algunos se suicidaron en consecuencia,             incluido el conocido psiquiatra y filósofo autríaco             Otto Weininger.          
             Casos de autoodio judío había habido en la             antigüedad, como el del sobrino de Filón, Tiberio, que             hizo masacrar a los judíos. Y también en la Edad             Media hubo casos como Petrus Alfonsi, Nicholas Donin, Pablo             Christiani, Avner de Burgos, Guglielmo Moncada y Alessandro             Franceschi. Pero todos ellos habían tenido la opción             de la apostasía, y aun pudieron unirse al sector más             judeofóbico de la Iglesia a fin de perseguir a los             judíos.          
             La novedad de la nueva etapa judeofóbica en Austria y             Alemania de este siglo, fue que no dejaba escapatoria alguna, y             llevó al auto-odio judío a los mismos abismos que la             judeofobia gentil. La Organización de Judíos             Nacional-Alemanes fue creada para apoyar "el renacimiento             nacional alemán" (nazismo) en el cual esperaban cumplir un             rol como judíos (eventualmente recibieron ese rol en             Auschwitz).          
             Uno de los casos que estudió Lessing fue el del periodista             vienés Arthur Trebitsch, quien se convirtió al             cristianismo, escribió un libro judeófobo, y             ofreció sus servicios a los nazis de Austria. Cuando             sintió que todo era insuficiente, escribió: "Me             fuerzo a no pensarlo, pero no lo logro. Se piensa dentro de             mí… está allí todo el tiempo, doloroso, feo,             mortal: el conocimiento de mi ascendencia. Tanto como un leproso             lleva su repulsiva enfermedad escondida bajo su ropa y sin embargo             sabe de ella en cada momento, así cargo yo la vergüenza             y la desgracia, la culpa metafísica de ser judío.             ¿Qué son todos los sufrimientos e inhibiciones que             vienen de afuera en comparación con el infierno que llevo             dentro? La judeidad radica en la misma existencia. Es imposible             sacudírsela de encima. Del mismo modo en que un perro o un             cerdo no pueden evitar ser lo que son, no puedo yo arrancarme de             los lazos eternos de la existencia que me mantienen en el             eslabón intermedio entre el hombre y el animal: los             judíos. Siento como si yo tengo que cargar sobre mis hombros             toda la culpa acumulada de esa maldita casta de hombres cuya sangre             venenosa me contamina. Siento como si yo, yo solo, tengo que hacer             penitencia por cada crimen que esta gente está cometiendo             contra la germanidad. Y a los alemanes me gustaría             gritarles: Permaneced firmes! No tengáis piedad! Ni siquiera             conmigo! Alemanes, vuestros muros deben permanecer             herméticos contra la penetración. Para que nunca se             infiltre la traición por ningún orificio… Cerrad             vuestros corazones y oidos a quienes aun claman desde afuera por             ser admitidos. Todo está en juego! Permanezca fuerte y leal,             Alemania, la última peque¤a fortaleza del arianismo!             Abajo con estos pobres pestilentes! Quemad este nido de avispas!             Incluso si junto con los injustos, cien justos son destruidos.             ¿Qué importan ellos? ¿Qué importamos             nosotros? ¿Qué importo yo? No! No tengan piedad! Se             los ruego."          
             Si consideramos que los postulados judeofóbicos raciales             habían penetrado por doquier en Alemania, se entiende el             meteorítico crecimiento del nazismo, sobre todo si agregamos             la simplicidad de su postura maniquea, que seduce a las masas. De             veinte mil afiliados en 1923, el Partido Nazi recibió en             1930 dos millones y medio de votos, elevando a sus representantes             en el Reichstag de 12 a 107. Dos a¤os después, ya             eran 230. Cuando ascendieron al poder en 1933, el dogma             judeófobo era una mitología filtrada en todos los             órdenes de la vida, que sirvió para justificar el             Holocausto.          
             El insulto a los judíos servía para enseñar a             la juventud alemana el rechazo del pacifismo sentimental. Los             maestros lo hacían en clase reprimiendo "debilidades" de             otros niños. Siglos de odio acumulado se descargaron contra             una población indefensa atrapada en Europa. El judío             ya no era el chivo emisario, ni siquiera un miembro de una raza             inferior. Era el culpable de todo mal: la derrota alemana en la             Gran Guerra (tal acusación era llamada "la teoría de             la pu¤alada en la espalda"), la inflación, el crimen,             todo. El judío era el destructor inherente, el envenenador             de la pureza. Y era incorregible. Sólo restaba una             "Solución Final", que el slogan nazi explicitó             claramente: Juda Verrecke! (judería, pereced!).          
             Al comienzo se fingió legalidad, se simuló             autodefensa nacional. Luego el programa se aceleró:             aislamiento, pauperización, expulsión, exterminio.             Pero incluso antes de que el gobierno actuase, las tropas de asalto             nazis, la policía y los afiliados del partido tomaron la             acción en sus propias manos. Las golpizas, los boycots             económicos, y los asesinatos de judíos fueron             experiencias cotidianas. Se condenó al ostracismo a los             judíos que ejercían como abogados, médicos,             maestros, periodistas, académicos y artistas. Los             ni¤os judíos eran insultados en las escuelas, por             compa¤eros y por maestros, y regresaban a sus casas             golpeados, pálidos y temblorosos. Una estrella amarilla             debia exhibirse en la ropa, los libros de judíos eran             incendiados en público.          
             Antes de que concluyera 1933, los judíos alemanes eran             hombres desesperados, mujeres sollozantes y ni¤os             aterrorizados. En septiembre de 1935 las Leyes de Nürenberg             cancelaron la ciudadanía de todos los judíos, quienes             pasaron a ser "huéspedes". La única salida era la             emigración o el suicidio. Se limitó la salida de             bienes del país, y para 1938 no podía sacarse ni             siquiera un marco. Esta medida enriquecía al gobierno con             cada partida, y también hacía del judío un             inmigrante aun más indeseable en los países a los que             presentaba su solicitud.          
             La Noche de los Cristales (10/11/1938) fue el horror:             ultrajes, asesinatos, saqueos y violaciones. Los judíos             corrían presas del pánico mientras hordas de nazis             los perseguían. Más de cien judíos fueron             asesinados, treinta y cinco mil arrestados (y eventualmente             enviados a los campos de muerte), siete mil quinientos negocios             saqueados y seiscientas sinagogas incendiadas, mientras los             altoparlantes anunciaban: "se requiere de todo judío que             decida colgarse, que tenga la amabilidad de colocar en su boca un             papel con su nombre, para que sea identificado". El Holocausto             había comenzado.          
             La historia del Holocausto excedería el marco de este curso.             En síntesis, una nación entera se trasformó en             el brazo ejecutor de la judeofobia más brutal. Y era la             nación más civilizada del planeta. Se aplicó             la "ideología" nazi, o sea la remoción de los             judíos de la sociedad humana, por medio de etiquetarlos como             parásitos, como un virus infeccioso que amenazaba al mundo.             La mitología judeofóbica llevó así a la             pérdida de seis millones de vidas de judíos (un             tercio del total) y Adolf Hitler despojaba la judeofobia de todos             sus disfraces y desnudaba su esencia. Instintos sádicos             descontrolados fueron protegidos por la ley, por el estado, por el             silencio del mundo. Tanto la conferencia internacional de Evian             (1938) como la de Bermuda (1943) no pudieron proveer a los             judíos de un solo sitio en el que refugiarse. Y las puertas             de la Tierra de Israel permanecieron selladas por los             británicos que devolvían a Europa los barcos cargados             de refugiados judíos, o los hundían y así             condenaban a miles de judíos fugitivos a ahogarse en el mar.          
             Millones de judíos que habían rechazado o postergado             las propuestas sionistas de emigración, y confiaban que la             seguridad del pueblo judío sería defendida por los             ideales liberales de Europa, por una legislación justa, y             por democrátas por doquier, descubrieron con estupor que             incluso sus vecinos y amigos no-judíos no se levantaron a             protegerlos, ni incluso a esconderlos. Hubo, sí, miles de             "justos entre los gentiles" que expresaron solidaridad con los             judíos, algunos incluso arriesgando así sus propias             vidas. Pero a pesar de ellos, el panorama global fue de             tétrica desilusión para los que creyeron que la             judeofobia estaba por superarse.          
             La opresión de los judíos caía en niveles cada             vez peores. Desde legislación discriminatoria hasta             exclusión de empleos de los que subsistir, desde actos de             violencia contra individuos en las calles hasta campa¤as             contra negocios de judíos, desde deportaciones y             degradación, hasta el exterminio, y la mayoría de los             gentiles cubrieron sus ojos, cerraron sus puertas a los que             buscaban refugio y, con demasiada frecuencia, fueron             partícipes del asesinato de judíos,             arrebatándoles sus pertenencias y delatando sus escondrijos.             Aun más que durante las matanzas medievales, los alemanes             tuvieron éxito en el genocidio debido a la abrumadora             coooperación que recibieron de los ciudadanos de los             países ocupados.          
             Todos los pedidos de los judíos fueron virtualmente             desoídos, incluída la solicitud de que se             bombardearan los hornos crematorios de Auschwitz, donde un             millón y medio de judíos fueron asesinados             después de inenarrables sufrimientos. Los ejércitos             aliados se negaron a bombardear el campo de muerte, por temor de             que sus propios ciudadanos sintieran que habían sido             arrastados a una "guerra judía".          
             Llamar racismo a la "ideología" nazi es otro             empe¤o por desjudaizar el Holocausto. Sólo en lo que             concernía a los judíos fueron los nazis             consistentemente "racistas". Sus principales aliados fueron pueblos             latinos y asiáticos, Italia y Japón, y flirtearon con             otro pueblo supuestamente "semita", los árabes. Es sabido             que cuando el líder de los árabes-palestinos, Hajj             Amin Al-Husseini, visitó a Alfred Rosenberg en mayo de 1943,             se le prometió que se daría instrucciones a la prensa             para que limitara el uso de la voz "anti-semitismo" porque sonaba             al oído como si incluyera el mundo árabe, que era             mayormente germanófilo. Husseini participó del golpe             pronazi en Irak en 1941, y residió en Alemania por el resto             de la guerra. Recrutó a los voluntarios musulmanes para el             ejército alemán y exhortaba al Reich a extender la             "solución final" a Palestina.          
             El hecho es que el odio nazi se focalizó en los             judíos con la virtual exclusión de toda otra "raza"             (incluídos los gitanos que, aunque fueron muertos en masa, a             diferencia de los judíos, en la visión de los nazis             no pasaron de ser marginales).          
             No fue debido al racismo que los nazis odiaban a los judíos,             sino al revés: para ejercer su honda judeofobia utilizaron             argumentos racistas. No fue para adquirir poder que los nazis             atacaron al "chivo expiatorio" judío, sino al revés,             o como Hitler escribiera, ya derrotado, en su diario, en abril de             1945: "Por encima de todo encargo al gobierno y al pueblo a             resistir sin misericordia al envenenador de todas las naciones, el             judío internacional".          
             Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi: "Casi             toda ideología y nacionalidad europea había estado             saturada con odio contra el judío cuando los nazis             consumaron la "solución final". En las décadas y             siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar             cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista             habían considerado intolerable la existencia de los             judíos. En un análisis final, todos se habrían             opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no             podría haberlo hecho".          
             En cuanto al rol específico de la Iglesia, fue objeto este             mes de un simposio vaticano bajo el título de "Raíces             de antijudaísmo en círculos cristianos". Allí             tanto el teologo Georges Cottier como la autoridad vaticana, el             padre Remi Hoeckman, convocaron a un "histórico examen de             conciencia por parte de los cristianos, a fin de que el fin del             milenio coincida con el fin del antisemitismo, del desprecio que             los cristianos han tenido por el judaísmo y los             judíos".