“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.” (Romanos 13, 1-7)
Por último, en Lucas 3, 7-9 hay un ejemplo en el que se muestra el infierno como castigo eterno para los que no cumplen lo que manda Dios:
“Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego.”
Primer punto a considerar aquí: el arrepentimiento. El Nuevo Testamento resalta la culpa como parte inherente del ser humano, y lo único que hay para combatirla es el arrepentimiento. Todo ser humano lleva una culpa innata (según El Nuevo Testamento) y por ello hay que arrepentirse. ¿Pero, arrepentirse de qué? Tal parece que lo único importante es arrepentirse de los pecados en general (sin especificar qué pecados), es decir, lo que importa es convertirse en seres sumisos y subyugados; sin culpa real innata, pero arrepintiéndose de cosas que no se han cometido. En todo caso, lo que quiere decir el El Nuevo Testamento es que hay que arrepentirse simplemente de haber nacido, ya que el pecado nace irremediablemente con uno y la culpa acompaña nuestra vida entera.
Y la segunda cosa a considerar es lo que se dice en el último párrafo del pasaje mencionado: “el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego”. Esto quiere decir que todos ya estamos condicionados de antemano. Desde el momento que existimos el hacha está puesta sobre nosotros, y depende de si somos buenos o malos para que esa hacha nos corte o no. ¿Acaso eso no es una tortura psicológica? En caso de que seamos malos, el hacha nos cortará y nos iremos al infierno, en donde seremos torturados eternamente. Por otro lado, el concepto de “ser malo” se vería condicionado según lo que el colgado Jesús considere malo, lo cual, como ya hemos visto, es altamente contradictorio, variable y absurdo, situándonos entonces en una situación de constante condicionamiento y gran incertidumbre.
Conclusión: El colgado es un torturador e inquisidor eterno.
Después de todo esto, resumiendo, tenemos a un colgado Jesús absolutamente absurdo y rencoroso, absolutamente vanidoso, absolutamente injusto y estrechamente vinculado con intereses políticos, y torturador e inquisidor eterno. Entonces, ¿de qué se habla cuando se menciona a un Jesús absolutamente misericordioso, absolutamente bondadoso y absolutamente sabio? Si uno compara al Jesús que se conceptualiza popularmente y el Jesús del Nuevo Testamento, parecería que fueran dos personajes totalmente distintos y opuestos. El el Jesús del Nuevo Testamento dista mucho de la bondad, la misericordia y la sabiduría.
Lo más probable es que la gente extraiga lo más conveniente del Nuevo Testamento para formar su idea de Jesús, y dejar de lado lo malo, como si no existiera. Aún así, tienen el atrevimiento de declarar el Nuevo Testamento como el libro de mayor contenido moral y de sabiduría de la historia de la humanidad.
Habría que preguntarles en qué se basan para afirmar eso.