Algunas personas parece como si se rodearan de alambre de espino, como si se convirtieran en un cactus, que se encierra en sí mismo y pincha.
Y luego, sorprendentemente, se lamentan de no tener compañía, o de que les falta el afecto de sus hijos, o de sus padres, o de sus conocidos.
La verdad es que todos, cuando pasa el tiempo, casi siempre acabamos por lamentar no haber tratado mejor a las personas con las que hemos convivido: Dickens decía que en cuanto se deja atrás un lugar, empieza uno a perdonarlo.
Cuando nos enfadamos se nos ocurren muchos argumentos, pero muchos de ellos nos parecerían ridículos si los pudiéramos contemplar unos días o unas horas más tarde, grabados en una cinta de vídeo.
Pero no vale la pena Algunos piensan que más vale dar unas voces y desahogarse de vez en cuando, que ir cargándose de resentimiento reprimido. Quizá no se dan cuenta de que la cólera es muy peligrosa, porque en un momento de enfado podemos producir heridas que tardan luego mucho en cicatrizar.
Hay personas que viven heridas por un comentario sarcástico o burlón, o por una simpleza que a uno se le escapó en un momento de enfado, casi sin darse cuenta de lo que hacía, y que quizá mil veces se ha lamentado de haber dicho.
Los enfados suelen ser contraproducentes y pueden acabar en espectáculos lamentables, porque cuando un hombre está irritado casi siempre sus razones le abandonan. Y de cómo sus efectos suelen ser más graves que sus causas nos da la historia un claro testimonio.
Pero con prudencia ¿Entonces, no hay que enfadarse nunca? Fuller decía que hay dos tipos de cosas por las que un hombre nunca se debe enfadar: por las que tienen remedio y por las que no lo tienen. Con las que se pueden remediar, es mejor dedicarse a buscar ese remedio sin enfadarse; y con las que no, más vale no discutir si son inevitables.
A veces, enfadarse puede ser incluso formativo, por ejemplo para remarcar a los hijos que algo que han hecho está mal, pero serán muy poco frecuentes. Hace falta un gran dominio propio para hacerlo bien.
El mal genio deteriora la unidad de la familia. Y cuando uno se inhibe o se desentiende hace daño, pero cuando desune hace quizá más.
Señores del carácter Muchas veces, además, carga con el mal genio el menos culpable, el que más cerca está, incluso el propio mensajero de la mala noticia. Y es terriblemente injusto. «Voy a decirle cuatro verdades…», ¿y por qué han de ser cuatro? Sólo con eso ya veo que estás enojado.
Es verdad que el ánimo tiene sus tiempos atmosféricos. Que un día te inunda el buen humor como la luz del sol, y otro, sin saber tú mismo bien por qué, te agobia una niebla pesada y basta un chubasco, el más leve contratiempo, un malestar pasajero, para ponerte de mal humor. Pero debemos hacer todo lo posible para adueñarnos de nuestro humor y no dejarnos llevar a su merced
Los expertos estudiaron a 14 mil adultos, comprobando que aquellos que tienden a enfadarse con facilidad poseen un mayor riesgo de desarrollar un infarto cerebral, incluso con niveles altos de colesterol HDL ó «bueno».
El estudio –en línea con trabajos anteriores que han asociado una personalidad agresiva con el riesgo de enfermedad cardiovascular– muestra que enfadarse con uno mismo eleva ligeramente el riesgo de ictus pero, a medida que aumenta el mal carácter, las posibilidades de sufrir crecen tres veces entre los participantes de 60 años de edad o menores.
Además, los individuos con mal carácter pueden tener mayor aumento de la presión arterial, la vasoconstricción y de sustancias que favorecen la formación de coágulos sanguíneos, y en su cuerpo se descargan hormonas como la adrenalina, que pueden dañar las paredes de los vasos.
Por otra parte, la ansiedad y la ira suelen ser el precedente y la causa de ciertas enfermedades físicas, sobre todo trastornos cardiovasculares, y en especial si aparecen juntas y se mantienen en el tiempo, de acuerdo a algunos expertos en trastornos emocionales.
Fuentes:
Azcentral.com