 … las peores víctimas de la judeofobia zarista fueron          los niños. La causa principal fue un sistema de reclutamiento          de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo.          La ley establecía que la edad de conscripción          obligatoria serían los doce (12) años, bajo el pretexto          de excluir a quienes sostenían a sus familias. El objetivo lo          aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos          serán colocados en establecimientos de entrenamiento          preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco          años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar          el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban          cantonistas ("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los          disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales.
 … las peores víctimas de la judeofobia zarista fueron          los niños. La causa principal fue un sistema de reclutamiento          de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo.          La ley establecía que la edad de conscripción          obligatoria serían los doce (12) años, bajo el pretexto          de excluir a quienes sostenían a sus familias. El objetivo lo          aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos          serán colocados en establecimientos de entrenamiento          preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco          años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar          el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban          cantonistas ("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los          disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales.
 
 
 
Unidad 09: Rusia: entre Zares y Soviets
Por:  							      							    Gustavo Perednik   
          Dedicamos las últimas dos lecciones a dos modelos de la          judeofobia moderna, Francia y Alemania. Ahora pasaremos al tercer          paradigma, el conspiracional. Hemos dicho que en la época          moderna, el país con más libelos de sangre fue Rusia,          donde el agravante adicional fue que, en contraste con los papas y          monarcas de Occidente, los zares estimularon la calumnia.       
          El primer caso ruso ocurrió en Senno en 1799, cuando antes de          la Pascua cuatro judíos fueron arrestados debido al hallazgo de          un cadáver. Ese año se solicitó al poeta Gabriel          Derzhavin que investigara. Su Opinión elevada al zar acerca          de la organización del status de los judíos de Rusia          denunció el "parasitismo económico" y que "en estas          comunidades se hallan personas que perpetran el crimen, o que por lo          menos protegen a quienes lo perpetran, de derramar sangre cristiana,          de lo que los judíos fueron sospechosos en varias épocas          en distintos países. Si bien considero que tales          crímenes en la antigüedad fueron cometidos por          fanáticos ignorantes, creo apropiado no pasarlos por alto".       
          Con este sello semioficial, el zar Alejandro I dio instrucciones para          que el libelo fuera revivido en Velizh, en donde el juicio duró          diez años. Y aunque los judíos probaron finalmente su          inocencia, el mero debate público bastó para que el          siguiente zar Nicolás I se negara a firmar una circular de 1817          que requería no incriminar a judíos sin evidencias. La          judeofobia se exacerbaba mientras duraban esos procesos, cualesquiera          fueran los veredictos.       
          Libelos en Kovno, Zaslav, Volhynia, Saratov, etc., llevaron a que en          1855 se designara otro comité investigador. Una vez más          sus conclusiones fueron categóricas: no había ninguna          evidencia para acusar a los judíos. Y sin embargo, la noticia          del asesinato ritual se difundía sin pausa y "expertos" en el          tema publicaban libros que "describían los modos" en que la          sangre cristiana se utilizaba (ejemplos de libelistas en Rusia fueron          Lutostansky y Pranatis, fuera de ella Desportes y Cholewa).       
          Después de la partición de Polonia a fines del siglo          XVIII, el mayor bloque de israelitas quedó bajo dominio ruso;          durante el siglo XIX la mitad de los judíos del mundo          vivían en Rusia (aproximadamente cinco de los diez millones).          La judeofobia se intensificaba agravada por los sucesivos juicios de          asesinato ritual.       
          Los judíos tenían prohibido residir fuera de la Zona          de Residencia (Catalina II había formulado una          invitación a los extranjeros para que se radicaran en el          país, pero explicitó: "todos, excepto los          judíos". También la emperatriz Elizabeth, cuando le          solicitaron la admisión de judíos con propósitos          comerciales había replicado: "No acepto beneficios de los          enemigos de Cristo").       
          Con todo, las peores víctimas de la judeofobia zarista fueron          los niños. La causa principal fue un sistema de reclutamiento          de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo.          La ley establecía que la edad de conscripción          obligatoria serían los doce (12) años, bajo el pretexto          de excluir a quienes sostenían a sus familias. El objetivo lo          aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos          serán colocados en establecimientos de entrenamiento          preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco          años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar          el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban          cantonistas ("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los          disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales.       
          Sobre los hombros de los líderes comunitarios judíos se          depositaba la responsabilidad de alcanzar altos cupos de adolescentes.          Estos provenían de los hogares más pobres, de los que          eran arrancados para siempre. Cada comunidad se veía en la          obligación de recurrir a bravucones llamados jpers          ("secuestradores" en idioma ídish) que arrebataban a los          niños ante los gritos de padres y vecinos. Desde los ocho (8)          años de edad, los niños eran aprisionados en el edificio          de la comunidad y de allí los retiraba el ejército. El          sistema se hizo más riguroso durante la Guerra de Crimea (1854)          cuando la cuota se fijó en treinta conscriptos por cada mil          judíos, y las bandas de jápers acechaban para          cazar a sus víctimas.       
          De la Zona de Residencia, los niños eran transferidos          hasta Siberia, en viaje de varias semanas. El pensador ruso Alexander          Herzen registró su encuentro con un convoy de cantonistas en          1835, y la explicación que recibió del oficial a cargo:          "un muchachito judío es una criatura debilucha y          frágil… no está habituado a marchar en ciénagas          por diez horas diarias, ni a comer galleta entre gente extraña,          sin madre ni padre que lo mimen; por ende tosen y tosen hasta que se          tosen ellos mismos a la tumba… Ni la mitad llegará a destino;          mueren así nomás como moscas… Ya dejamos un tercio en          el camino" dijo, señalando la tierra.       
          Durante las tres décadas en que hubo cantonismo, cuarenta mil          niños judíos fueron reclutados. El nombre bíblico          Be-emek Ha-Bajá, En el Valle de Lágrimas,          que mencionamos hace tres clases, también fue el título          de una novela del escritor ídish Mendele Mojer Sforim (m.          1917), en la que se narra ese horror (Peretz Smolenskin y otros          escritores también incluyeron páginas escalofriantes          sobre el tema).       
          Una vez en las barracas, los niños que sobrevivían eran          entregados a sargentos que habían sido entrenados para          "influir" en la religión de los mancebos. Los "educadores"          usaban hambre, privación de sueño, azotes y varios otros          tormentos hasta que se alcanzaba el bautismo, o la muerte.          Después de la ceremonia, los jovencitos debían cambiar          sus nombres, eran registrados como hijos de padrinos designados, y          comenzaban el entrenamiento propiamente dicho. Sus nuevos camaradas          frecuentemente les hacían recordar su origen judío por          medio del maltrato y la humillación. El zar Nicolás I          definía el cantonismo como "el método para corregir a          los judíos del reino".       
          Un efecto colateral del sistema fue que muchos padres optaban (aunque          reticentemente) por enviar a sus hijos a escuelas públicas o a          colonias agrícolas, ya que así se los eximía de          la conscripción. Por ello éstas pasaron a ser          financiadas por el impuesto de vela, un gravamen sobre las          velas para rituales judíos, tales como recordatorios y          casamientos.       
          El Baile Y Su Fin       
             La deplorable situación de los judíos de Rusia hizo             que creyeran que un zar con nuevas ideas personificaría un             promisorio amanecer. Alejandro II es todavía llamado el              Zar Libertador en la historiografía rusa, debido a su             política liberal, la Era de las Grandes Reformas. En             lo que se refiere a los judíos, el cantonismo fue abolido y             la Zona de Residencia mitigada. Como escribe Jaim Potock en             su historia de los judíos, los iluministas judíos en             Rusia supusieron que comenzaba la Emancipación según             el modelo occidental "y el baile comenzó". Pero no             calcularon que el proceso liberador desataría un violento             contragolpe.          
             Ya avanzados en el curso de judeofobia, podemos prever lo que             ocurrió: como en Francia y Alemania, los judíos             ingresaron en las artes y el periodismo, fueron abogados y             dramaturgos, críticos y compositores, pintores y poetas. De             súbito se los percibió notorios y ubicuos en la vida             política y cultural del país. Y no a todos los             gentiles los entusiasmó esta repentina participación             judía en la vida de la patria. Estereotipos judíos             repulsivos comenzaron a aparecer en las obras de Lermontov, Gogol y             Pushkin. Dostoievsky fue más lejos y en La             Cuestión Judía (1873) justificó la             repulsa, acusando a los judíos de "explotadores,             chupasangres de la población que los rodea, en especial de             los pobres e ignorantes campesinos… Los rusos, ciudadanos del             único país donde el cristianismo es aún fuerza             dominante, son considerados por los judíos como bestias de             carga". Para él, los judíos, sentados sobre sus             bolsas de oro, tramaban contra Rusia desde el Oeste.          
             Pero el baile continuaba. La prensa y la literatura judía             florecieron, especialmente en hebreo y en ídish;             también en ruso. Zvi Dainow publicó en hebreo un             sermón en honor del zar, y Lev Levanda llamaba a los             judíos a "despertar bajo el cetro de Alejandro II". Y de             golpe se apagaron las luces.          
             El 31 de marzo de 1881 fue una de las fecmás             fatídicas de la historia judía. Marcó el mayor             éxodo de judíos de la historia, cuando dos millones             de ellos establecieron las comunidades judías de los EE.UU.,             de Latinoamérica, y de la Tierra de Israel.          
             El asesinato de Alejandro II, fue el trampolín para una             furibunda reacción judeofóbica, so pretexto de que en             la célula revolucionaria que asesinó al zar             había una joven judía. El nuevo y precario             régimen convocó a las masas culpando a "los             judíos" del regicidio. Las viejas formas de la judeofobia             rusa (Zona de Residencia, cantonismo, etc.) fueron             reemplazadas a partir de Alejandro III por otras más             temibles aún, como los pogroms ("embestida" en ruso)             que eran ataques del populacho contra la población             indefensa, con saqueos, incendios, violaciones y asesinatos.          
             El bao de sangre inspirado por el gobierno ocurrió en tres             olas de furor creciente, y dejó decenas de miles de muertos,             e incontables mutilados y heridos. El primero de los pogroms tuvo             lugar en abril de 1881 en Yelizavetgrad. El nuevo ministro de             interior, conde Nicolás Ignatiev, los denominó "actos             de justicia espontánea del pueblo ruso explotado".          
             Por un lado, los grupos revolucionarios redoblaron su accionar; por             el otro, surgieron organizaciones ultraconservadoras para             combatirlos, y para que se revirtiera la liberalización de             Alejandro II. Entre ellas la Liga Sagrada, la              Unión del Pueblo Ruso, las Centurias Negras, la             Nobleza Unificada. Su lema era "Golpea al judío y             salva a Rusia". En cuanto a los bolcheviques y anarquistas, muchos             aceptaron los pogroms, en los que veían un medio para             despertar al pueblo, que eventualmente se volcaría contra el             régimen. Su lema revolucionario era "Golpea a la             burguesía y al judío!"          
             Ignatiev informó al zar acerca de la violencia desatada:             "durante los últimos veinte años -escribe- los             judíos gradualmente ganaron el comercio y la industria…             hicieron todos los esfuerzos para explotar a la población             general… Así han fomentado una ola de protesta, que             cobró la infortunada forma de violencia… La justicia exige             normas severas que alteren las relaciones entre los habitantes             generales y los judíos, y protejan a los primeros de la             dañina actividad de los últimos".          
             Estas "normas severas" fueron conocidas como las Leyes de             Mayo, decretos "temporarios" que se aplicaron a los             judíos hasta la revolución de 1917, y que les             prohibían residir fuera de ciertas ciudades y aldeas (cien             en total) y cancelaban todo contrato de compraventa con             judíos en las áreas prohibidas. De este modo los             comerciantes rurales se libraron de la competencia de sus colegas             judíos, y los policías fueron dotados de un             instrumento permanente de extorsión y maltrato a los             judíos que aún vivían en regiones vedadas.          
             Gracias a presión internacional, un decreto proyectado fue             abortado: la expulsión de todos los judíos a las             planicies de Asia Central. Pero una restricción que             sí se agregó en la nueva Rusia fue el Numerus             Clausus ("números cerrados") para estudiantes             judíos (esta práctica restrictiva prevaleció             en muchos países, incluso en los EE.UU.). En julio de 1887             el Ministerio de Educación estipuló para los             establecimientos secundarios y terciarios, un tope de 10% de             judíos en las ciudades de la Zona de Residencia, 5% afuera             de ella, y 3% en Moscú y Petersburgo. A veces estos topes             incluían aun a judíos que se habían convertido             al cristianismo.          
             Uno de los propulsores de estas restricciones fue el conde             Constantino Pobedonostev, cuyo cargo era similar al de un ministro             de religión. Como opinaba que los judíos             tenían más talento que los rusos, temía que             los dominaran. Por ello bregaba por la total rusificación y             vaticinó el destino de los judíos de Rusia: "Un             tercio morirá, un tercio emigrará y un tercio se             asimilará".          
             Además de lo antedicho, la faceta de la judeofobia rusa que             tuvo mayor influencia a largo plazo fue su modo de justificarse. La             Ojrana, policía secreta del zar, procuraba explicar             ideológicamente sus acciones por medio de un libro             actualizara la vieja tradición demonológica.             Había buenos precedentes.          
             El primero de ellos, según vimos, era la obra en cinco tomos             del abate Barruel (el mismo que frustró el              Sanhedrín de Napoleón) en la que mostraba la             detestada Revolución Francesa como la culminación de             una milenaria conspiración secreta. Tres libros que             emparentaban la conspiración con los judíos             aparecieron en 1869: uno alemán (El discurso del             rabino de Hermann Goedsche), uno francés (El             judío, el judaísmo y la judaización de los             pueblos cristianos de Gougenot de Mousseaux, quien             recibió "por su coraje" la bendición papal de             Pío IX), y uno ruso (El libro del Kahal de Jacob             Branfman).          
             También se citaba una fuente inglesa, que no surgía             de textos judeofóbicos sino de una travesura literaria. Me             refiero a Coningsby, la novela de Benjamín Disraeli             publicada en 1844. En un párrafo el rico y             aristocrático judío Sidonia refiere cómo             durante sus travesías por Europa en busca de un             préstamo, comprobaba que en cada país el ministro al             que entrevistaba, era indefectiblemente judío. Y concluye             con el siguiente comentario: "Ya ves, entonces, mi querido             Coningsby, que el mundo está gobernado por personajes muy             diferentes de los que imaginan quienes no están             detrás del escenario" (capítulo XV del libro             tercero). ¡Y esto había salido de la pluma de un             judío que llegó a ser Primer Ministro! (Innecesario             aclarar que quienes lo citaban para "demostrar el poder de los             judíos" salteaban el hecho de que los varios ministros             mencionados en la novela en rigor no eran judíos).          
             El mito reaparece hacia 1850 en muchos diarios alemanes que             buscaban misteriosas raíces para la revolución de             1848. En la novela Biarritz de Goedsche, el capítulo             En el cementerio judío de Praga refiere una             reunión secreta nocturna durante la Fiesta de los             Tabernáculos, en la que los delegados de las doce tribus de             Israel planeaban una vez por siglo la toma del planeta.          
             Otra publicación en alemán, que para 1875 ya iba por             la séptima edición, fue La conquista del mundo por             los judíos, de un tal Millinger (alias Osman-Bey).             Allí se señalaba como fuente del mal a la Alliance             Israélite Universelle (aunque fundada en 1860, se la             presentaba tan antigua como los judíos) y se auguraba que             "En un mundo sin judíos las guerras serán menos             frecuentes porque nadie lanzará a una nación contra             la otra; cesarán el odio entre las clases y las             revoluciones, porque los únicos capitales serán             nacionales que jamás explotan a nadie… Tendremos ante             nosotros la Edad de Oro, el ideal del progreso en sí.             ¡Arrojad a los judíos al Africa! ¡Viva el             principio de las nacionalidades y de las razas! ¡La              Alliance Israélite Universelle sólo puede ser             destruida mediante el exterminio total de la raza judía!".          
             Como varios señalaban a la Alliance de París             como centro de la confabulación, allí fue donde la             Ojrana (policía política del zar)             instaló al agente Orgeyevsky con el objeto de "documentar"             las siniestras actividades judías. El ministro Peter             Stolypin descartó varias propuestas por "propaganda             inadmisible para el gobierno", pero terminaron por aceptar un             panfleto del místico Sergei Nilus, escrito por 1902.          
             El libro supuestamente contenía los "verdaderos" protocolos             del congreso efectuado en Basilea (Suiza) un lustro antes (el             Primer Congreso Sionista Mundial) que, aunque supuestamente             había fingido el objetivo de establecer un hogar nacional             para los judíos, en realidad se había convocado para             un plan de dominación mundial. En dichos Protocolos de             los Sabios de Sin, rabinos y líderes expresan sin             vueltas su sed de sangre, maquinaciones y ansias de poder. La             historia completa de cómo se fraguó el libro fue             explicada por Norman Cohn en El mito de los Sabios de             Sión (1967).          
             Durante los primeros tres lustros los Protocolos tuvieron             poca influencia. Luego los rusos, motivados por un artículo             publicado en el Morning Post de Londres (7/8/1917) que             sugería la existencia de un gobierno judío secreto e             internacional, decidieron enviar copias de los Protocolos a             numerosos diarios europeos para "corroborar" la hipótesis.          
             El éxito de la patraña no tuvo precedentes. Millones             de ejemplares se vendieron en más veinte idiomas. En los             EE.UU. su gran mentor fue el magnate del automóvil, Henry             Ford, quien durante los años veinte difundió la             mentira en su diario The Dearborn Independent.             También The Spectator londinense requirió en             1920 que se designara una Comisión Real para revisar si             existía una confabulación judía internacional             para destruir el cristianismo. De ser probada su existencia, "se             justificará nuestra cautela para admitir judíos a la             ciudadanía… Debemos arrastrar a los conspiradores a la             luz, y mostrarle al mundo cuán malvada es esta plaga             social".          
             ¿Suena al Sínodo de Conversos del año 1235?             ¿Beben los judíos sangre cristiana? ¿Nos             dominan secretamente? La Comisión Real nunca fue erigida,             gracias a que un corresponsal del diario The Times, Philip             Graves, descubrió casualmente la novela en base de la cual             se habían fraguado los Protocolos. Era una             sátira contra Napoleón III escrita medio siglo antes             (en 1865), Diálogos en el infierno de Maurice Joly,             en la que los franceses (no los judíos) acumulaban poder. De             2.560 renglones, 1.040 habían sido copiados literalmente por             Nilus, palabra por palabra. El editorial del Times del 18 de             agosto de 1921 fue una resonante admisión del macabro error.             Los Protocolos eran falsos y la conspiración             judía mundial un nuevo mito judeofóbico.          
             Pero tal como había sucedido con el libelo de sangre, el             hecho de que la patraña fuera racionalmente desenmascarada             no disminuyó el odio. Los Protocolos siguieron             difundiéndose y creyéndose como ninguna obra             anterior. Aun en 1992 salió en primera página del             diario Sovetskaia Rossiia una serie de artículos de             Yoann (Metropolitano Ortodoxo Ruso de Petersburgo) que denunciaba             con los Protocolos un complot judío del que Rusia era             el primer blanco.          
          Nueva Esperanza, Nueva Frustración       
             Otra vez el déja vu. Nos hace recordar las esperanzas             que despertó el iluminismo después de siglos de             judeofobia cristiana. ¿Qué vemos ahora en el             horizonte? Parece nuevamente la salvación de los             judíos de los mitos acumulados, de la discriminación             y el desprecio, las mentiras y leyendas. Es la Rusia del siglo XX             en cuyo aire flotan racionalismo y socialismo, en la que los             revolucionarios que luchan por la igualdad se mofan de las             supersticiones del pasado y planifican la religión de la             razón en un mundo de confraternidad. La revolución             bolchevique pondría fin a la discriminación y la             violencia de los zares… Pero oh sorpresa, muchos de sus             portaestandartes mostraron ser ellos mismos judeófobos.          
             Entre ellos, los teóricos del anarquismo, quienes             propugnaban la destrucción de todo el viejo régimen,             salvo una parte. Así escribía en 1847 el             francés Pierre Proudhon acerca de los judíos: "Esta             raza lo envenena todo al entrometerse por doquier. Exigid su             expulsión de Francia, a excepción de los hombres             casados con mujeres francesas. Prohibid las sinagogas, no los             admitáis en ningún empleo, procurad la             abolición final de esta secta… El judío es el             enemigo de la raza humana. Uno debe devolver esta raza al Asia o             exterminarla… Por fuego o expulsión el judío debe             desaparecer… Lo que los pueblos de la Edad Media detestaban por             instinto, yo detesto por reflexión, y de modo irrevocable".          
             El principal teórico de la revolución, Carlos Marx,             nació judío y fue bautizado a los seis años             por su padre, Hirschel, hijo, yerno y hermano de rabinos, y             descendiente de sabios talmúdicos. Hirschel cambió su             nombre por Heinrich y se hizo protestante cuando un edicto prusiano             de 1817 prohibió a los judíos ejercer la             abogacía (fue uno de los miles a los que nos referimos, que             se convirtieron al cristianismo con la reversión             post-napoleónica de la Emancipación).          
             El primer ensayo de Carlos Marx, La Cuestión             Judía (1844) fue en respuesta a Bruno Bauer, quien             había condicionado la Emancipación de los             judíos a que éstos abjuraran de su religión.             Para Marx ni la apostasía era suficiente: "La nacionalidad             quimérica del judío es la del comerciante… La base             secular del judaísmo es la necesidad práctica, el             interés propio. ¿Cuál es el culto mundano del             judío? El chalaneo. ¿Cuál es su dios mundano?             El dinero. La sociedad burguesa crea continuamente judíos…             La emancipación del chalaneo y del dinero, y             consecuentemente del judaísmo real, será la             autoemancipación de nuestra era". La emancipación             humana es, en el libro de Marx, un sinónimo de la             abolición del judaísmo.          
             Hemos trazado dos contrastes. Uno, el del enciclopedismo con el             contexto medieval del que provenía; otro, el del socialismo             con su telón de fondo zarista. La pregunta es por qué             estos dos movimientos basados en el racionalismo y la             confraternidad estuvieron infestados de la judeofobia que             caracterizaba el viejo orden. Aparentemente, las sociedades             europeas estaban tan saturadas por siglos de odio antijudío,             que fueron incapaces de producir un iluminismo o un socialismo             libres del mal.          
             En un abarcador estudio, el historiador Zosa Szajkowski no pudo             encontrar una sola palabra en defensa de los judíos en la             literatura socialista francesa entre 1820 y 1920, aun cuando la             mitad de ese lapso estuvo repleta de seiscientos pogroms. Como             ejemplos de la judeofobia izquierdista, mencionamos a Toussenel,             Fourier y Proudhon. Saint-Simon es la notable excepción. En             cuanto a Marx, a partir de sus escritos y biografía, podemos             reflexionar acerca de cuatro aspectos de la judeofobia, a saber:          
             A) Los judeófobos inflan la importancia de los judíos             de los que disgustan, y enfatizan su judeidad aun cuando sea             virtualmente inexistente. Así, para los nazis el comunismo             era una ideología judía. Y dentro de la izquierda, el             anarquista Mikhail Bakunin (quien consideraba a los judíos             "una nación de explotadores") llamaba a Marx "un             Moisés moderno". Por el contrario, cuando hay judíos             importantes para su causa, los judeófobos se esmeran en             empañar la judeidad. Así, el origen judío de             Marx fue soslayado por los regímenes comunistas. En la             edición de 1952 de la Enciclopedia Soviética             se omitió toda mención al respecto.          
             B) Como los judíos eran acusados desde los dos flancos del             espectro político con argumentos contradictorios, no             tenían ninguna posibilidad de salir airosos de la             acusación (como cuando se les censura a un tiempo el ser             avaros y ostentosos, o entrometidos y muy cerrados). A pesar de su             sufrimiento bajo los estados cristianos, los judíos fueron             ulteriormente vistos por muchos librepensadores como el germen del             cristianismo. Del mismo modo, la judeofobia de Marx y los marxistas             no disuadió a los judeófobos anticomunistas de acusar             a "los judíos" de haber creado el marxismo. Por esta             razón, durante la guerra civil que siguió a la             revolución bolchevique, las bandas de combatientes             anticomunistas en Ucrania asesinaron a cincuenta mil judíos             inocentes que residían en Ucrania.          
             C) Otro rasgo típicamente judeofóbico de Marx fue             pasar por alto tanto el sufrimiento de los judíos como la             existencia del odio antijudío en su época. Su             antagonismo hacia los judíos se expresó en sus             ensayos como en su correspondencia privada. Nunca tuvo una palabra             de solidaridad para las víctimas de los pogroms, cuya             inmigración a Londres comenzó mientras Marx             vivía allí. Este "humanismo selectivo" es una             característica de los judeófobos de izquierda,             judíos y no-judíos por igual. En 1891 la             reunión de la Segunda Internacional Socialista en Bruselas             (que incluyó a muchos delegados judíos)             rechazó una moción de condena a la creciente             judeofobia. Cuando queramos desenmascarar tendencias             judeofóbicas, debemos preguntar al sospechoso si la             judeofobia realmente existe en el presente. Una respuesta negativa             sería muy elocuente.          
             D) Marx también ejemplifica un fenómeno que exacerba             la judeofobia: el que dio en llamarse judío ajudaico             (como en el título del libro de Isaac Deutscher publicado de             1968, un año después de su muerte. El judío             ajudaico es un revolucionario radical quien, aunque no tiene             conexión alguna con el judaísmo, es percibido como             "el judío" por la sociedad que aspira a destruir. El             judío ajudaico simpatiza con todo perseguido, siempre y             cuando no sea judío. Así lo definía             Rosa Luxemburgo en una carta de 1916: "¿Para qué             vienes a mí con tus penas judías? Me sicerca de las             desdichadas víctimas de las de las plantaciones de caucho en             Putumayo, o de los negros del Africa con cuyos cuerpos los europeos             juegan a la pelota… No tengo un rincón para el ghetto             reservado en mi corazón: me siento en mi hogar en todo el             mundo, doquiera que haya nube, y pájaros y lágrimas             humanas". En retrospectiva, esos judíos del ghetto en 1916             habrían gustosamente cambiado su destino con los             trabajadores brasileños o africanos. Pero como lo dijera             Irving Howe "aún en el más cálido de los             corazones hay un lugar frío para los judíos".          
             En cuanto a los seguidores de Marx en la Rusia comunista,             estudiaremos su judeofobia en nuestra próxima clase.