 Junto al antisionismo, la otra manifestación de la judeofobia          contemporánea es la Negación del          Holocausto (NH). Ambos son un intento por reescribir la          historia reciente, y por ello se presentan juntos. Porque, si no se          justifica el Estado judío (como arguye el antisionismo) debe de          ser porque el sufrimiento judío es una maliciosa          fantasía (como plantea la NH)…   La judeofobia fue             muy activa durante la dictadura militar en la Argentina 1976-1983.             De entre los miles de "desaparecidos", los judíos eran la             víctima favorita en los centros de tortura… Entre los periodistas que             defendían el régimen, Enrique Llamas de Madariaga             difundió por la televisión estatal un programa             insidioso (30/10/1980) bajo la consigna de que "Si los persiguieron             durante cuatro mil aos, por algo será".
           Junto al antisionismo, la otra manifestación de la judeofobia          contemporánea es la Negación del          Holocausto (NH). Ambos son un intento por reescribir la          historia reciente, y por ello se presentan juntos. Porque, si no se          justifica el Estado judío (como arguye el antisionismo) debe de          ser porque el sufrimiento judío es una maliciosa          fantasía (como plantea la NH)…   La judeofobia fue             muy activa durante la dictadura militar en la Argentina 1976-1983.             De entre los miles de "desaparecidos", los judíos eran la             víctima favorita en los centros de tortura… Entre los periodistas que             defendían el régimen, Enrique Llamas de Madariaga             difundió por la televisión estatal un programa             insidioso (30/10/1980) bajo la consigna de que "Si los persiguieron             durante cuatro mil aos, por algo será".
 
 
 
Unidad 11: La Negación del Holocausto – La judeofobia actual
Por:  							      							    Gustavo Perednik   
          Junto al antisionismo, la otra manifestación de la judeofobia          contemporánea es la Negación del          Holocausto (NH). Ambos son un intento por reescribir la          historia reciente, y por ello se presentan juntos. Porque, si no se          justifica el Estado judío (como arguye el antisionismo) debe de          ser porque el sufrimiento judío es una maliciosa          fantasía (como plantea la NH).       
          En Mi patria, Palestina; el sionismo, enemigo del pueblo          (publicado en Alemania en 1975) Ahmed Hussein sostiene que el promotor          de la judeofobia es el sionismo, interesado en que los judíos          huyan hacia Israel. Así se reitera el ardid de poner a la          víctima como victimario. "La mejor propaganda para el Estado de          Israel es el judío muerto", explica sin rodeos Hussein y          agrega: "después de estudiar profundamente el tema, y basado en          eruditos, he llegado a la conclusión de que durante la Segunda          Guerra Mundial ni un solo judío fue muerto por ser          judío… Sólo la mentira de los seis millones          posibilitó la presión sionista para establecer el Estado          de Israel y su financiamiento con capital alemán".       
          Una variante aun más cruel del mismo argumento, es que los          sionistas se asociaron con los nazis para exterminar judíos. La          expuso Lenni Brenner, muy difundido en la URSS, y llegó al          escándalo en Londres en 1987 cuando el Royal Court          Theatre decidió no presentar la obra Perdition de          Jim Allen, que sostenía esa calumnia. Era en palabras del autor          "el ataque más letal contra el sionismo escrito jamás".       
          Un rastreo de los comienzos de la NH nos lleva al Holocausto mismo,          durante el cual por lo menos dos cabecillas nazis, Martin Bormann y          Heinrich Himmler, prohibieron toda mención pública de la          "Solución Final". Pero por entonces el objetivo de la NH se          limitaba a preservar la inconsciencia judía acerca de la          dimensión del ataque, a fin de asesinarlos sin resistencia.       
          Después de la guerra, fueron trotskistas y anarquistas          franceses quienes curiosamente iniciaron la NH al descalificar la          evidencia del genocidio como "propaganda stalinista". Su primer libro          fue Desenmascarando el mito del Holocausto de Paul Rassinier          (1964).       
          En 1979 la NH se organizó en un prolífico Instituto          para la Revisin Histórica (IHR) en Torrance, California,          que mantiene convenciones anuales y publica el trimestral Journal          of Historic Review, enviado sin cargo a doce mil historiadores          norteamericanos. Su mentor, Willis Carto, de vieja militancia nazi,          fundó el Liberty Lobby (la propaganda judeofóbica          más grande de los EE.UU.). El IHR es pseudoacadémico;          aunque convoca a profesores, todos ellos carecen de títulos en          historia (Rassinier estudió geografía, Butz          ingeniería electrónica, Faurisson literatura, etc.).       
          Desde 1991 uno de ellos, Bradley Smith, coloca avisos en los diarios          de las universidades americanas en nombre del CODOH (Comité          para el Debate Abierto sobre el Holocausto). Lograron reclutar a          un tal David Cole de padres judíos, y a un comentador militar          británico, el neonazi David Irving, cuyo best-seller La          Guerra de Hitler (1977) esgrimía que Hitler nunca          supo que los judíos eran asesinados en Europa.       
          La NH nos plantea un serio dilema: perdemos al refutar sus argumentos          (ya que de este modo los legitimamos como "opinión para abrir          el debate acerca del Holocausto"), pero también perdemos si           no les contestamos ("los judíos carecen de argumentos").          Los métodos para confrontar el fenómeno          merecerían una clase especial que, nuevamente, escapa al marco          de nuestro curso. Pero debo mencionar los cuatro niveles de la NH, en          orden de la sofisticación de sus argumentos: 1) el Holocausto          nunca ocurrió; 2) las cifras fueron abultadas; 3) no hubo          ningún plan sistemático de exterminio; 4) en cada guerra          hay Holocaustos, y los judíos cacarean sólo el suyo como          si fueran los monopolizadores del dolor.       
          La NH es un fraude peligroso, porque al blanquear los          crímenes del nazismo hace posible su reedición, y          disemina el odio bajo la excusa de "libertad de expresión"          mientras transgrede doblemente la ley: por apología del delito          y por incitación a la violencia.       
          La NH ha expandido la mitología judeofóbica. A leprosos,          adoradores de asnos, deicidas, pueblo testigo, asesinos de nios,          bárbaros, virus racial, explotadores, confabuladores          internacionales y racistas, se agrega ahora el de "inventores de          Holocaustos".       
          La Judeofobia en América       
             Desde la misma creación de los Estados americanos, los             judíos fueron activos en ellos. Por ello no hizo falta su             Emancipación legal como en Europa, en donde, según             vimos, la judeofobia moderna fue una reacción (inmediata o             tardía) contra la Emancipación. Por ello en las             Américas la judeofobia puede entenderse parcialmente como un             vicio importado.          
             Aunque en 1654 hubo en New York (por entonces New Amsterdam) un             intento de expulsar a los judíos por parte del gobernador             holandés Peter Stuyvesant, en general, antes de la             independencia de las colonias de Norteamérica, los             judíos no sufrieron agresiones físicas, y otras             minorías fueron más atacadas.          
             Durante la Guerra de Secesión norteamericana desde ambos             bandos se acusó a "los judíos" de ayudar al enemigo,             y el 17/12/1862, Ulysses Grant (el victorioso general de la             Unión y 18vo. presidente americano) ordenó la             expulsión de todos los judíos de Tennessee. Esta              Orden General Número 11 fue revertida por el presidente             Lincoln, después de que ya se había aplicado en             varias ciudades.          
             En la última década del siglo pasado apareció             una judeofobia más nítida, no como respuesta a             Emancipación sino a una brecha cultural frente a los             inmigrantes. Según vimos, en 1881 comenzó en Rusia la             era de los pogroms y el éxodo más grande de la             historia. En 1890 habían ingresado a los EE.UU. más             de un millón y medio de judíos, y para 1920 ya eran             tres millones.          
             Parte de la población veterana receló de los             recién llegados. Henry Adams (bisnieto del segundo             presidente americano) escribía: "La atmósfera             judía me hace sentirme aislado. Los judíos van a             controlar completamente las finanzas y el gobierno de este             país, o estarán muertos". En su novela Las             columnas del César (1890), Ignatius Donnelly cuenta que             los judíos toman el poder para vengar sus padecimientos en             los cristianos. El corolario de esta animosidad fue el             "restrictionismo" o movimiento antiinmigratorio. Uno de sus             mentores, Madison Grant, en El paso de la gran raza (1916)             endilgó a los judíos el mestizaje de la             nación. El movimiento logró en 1924 la limitativa              Acta de Inmigracin.          
             Pero la norma fue otra. Los presidentes y líderes             norteamericanos expresaron con frecuencia su gran estima por el             pueblo judío. Los padres fundadores de los EE.UU.             compartían las raíces de los puritanos ingleses             quienes, a partir de su amor por la Biblia, revaloraron de ella su             idioma, su tierra y su nación. Cuando la Rusia zarista se             negó a emitir visas de visita a judíos americanos y             dio maltrato a los pocos que las obtuvieron, el gobierno             norteamericano canceló en 1911 un viejo Tratado             Ruso-Americano.          
             Si hubo similitudes entre la judeofobia americana y la europea, la             escala siempre fue mucho más pequea. Por ejemplo, "el             Affaire Dreyfus" americano tuvo lugar en 1913 en Atlanta, cuando el             ingeniero Leo Frank fue acusado de asesinato por la sola evidencia             del testimonio del principal sospechoso. La Jeffersonian             Magazine exigía la ejecución del "abominable,             perverso judío de Nueva York" y su editor creaba la Orden             de los Caballeros de Mary Phagan (tal era el nombre de la             asesinada) para boicotear todos los negocios judíos de             Georgia. Dos aos después de comenzado el juicio, Frank fue             arrancado de su celda y linchado. Se trató del primer caso             de asesinato judeofóbico en los EE.UU., y el último             hasta los recientes episodios de Crown Heights. En estos,             norteamericanos de color arremetieron contra judíos al azar             (mataron a uno) en "venganza" porque dos nios negros murieron             atropellados cuando un conductor jasídico perdió el             control de su auto.          
             El parecido con el escenario europeo es más claro en algunos             países de Latinoamérica, en donde la judeofobia es             más p. Los fundadores de los Estados latinoamericanos no se             educaron en el amor puritano por la Biblia y su pueblo; el ambiente             de muchos de ellos fue la Iglesia inquisitorial espaola. El caso             argentino fue especialmente oscuro, y a él nos referiremos             en particular, teniendo en cuenta que se trata de la comunidad             más grande y la que más judeofobia sufrió. En             el resto de los países el odio antijudío fue casi             siempre marginal, y la historia de cada uno escapa a los marcos de             nuestro curso.          
             En los EE.UU. la estela del caso de Leo Frank se disipó en             la unidad nacional que acompaó la Primera Guerra Mundial. La             posguerra volvió a destapar la judeofobia, debido al temor             de que los valores y estilo de vida tradicionales fueran amenazados             por la inmigración masiva, por la creciente población             urbana y por el liberalismo religioso. El Ku Klux Klan             (grupo racista, reaccionario y judeofóbico) llegó en             1924 a cuatro millones de miembros. Como hemos visto, los              Protocolos eran difundidos por Henry Ford. Su campaa se detuvo             en 1927 con un pedido público de disculpas.          
             En 1922 la discriminación en la educación se             transformó en un tema de debate nacional cuando la             Universidad de Harvard anunció que estaba considerando un             sistema de cuotas para estudiantes judíos. Aunque el plan             fue eventualmente abandonado, las cuotas se aplicaron por medios             velados en muchas instituciones terciarias, a fin de limitar el muy             alto número de judíos que asistían a ellas             (aun para 1945 Dartmouth Colege admitía abiertamente un             sistema de cuotas para estudiantes judíos).          
             El acceso de judíos también estaba limitado para             puestos en bancos, compaías de seguro, empresas             públicas, hospitales, grandes estudios jurídicos y             planteles académicos universitarios. Esta restricción             dio en llamarse la judeofobia "cortés" en los EE.UU., que             tuvo en los aos treinta un impulso ideológico, con la             noción de que "los judíos dominaban el             gobierno de Franklin Roosevelt, causaban la gran depresión             económica, y querían arrastrar a los EE.UU. a la             Segunda Guerra contra una admirable Alemania que surgía".          
             El principal vocero fue el sacerdote Charles Coughlin, cuyo             programa semanal de radio atraía a millones de personas.             Cuando en 1942 se supo del Holocausto, la Iglesia ordenó a             Coughlin cesar toda actividad no-religiosa. (Es notable cómo             ecos de esa voces se escucharon en los EE.UU. a principios de esta             década, como la del líder republicano Pat Buchanan             cuando acusaba a "los judíos" de arrastrar al país a             una guerra contra Irak). En la década del cuarenta la             vanguardia aislacionista fue el Comité por América             Primero, que incluyó al héroe de aviación             Charles Lindbergh. Aun en 1944 una encuesta pública             mostró que un cuarto de los norteamericanos veían en             los judíos "una amenaza". Pero a partir de la Segunda             Guerra, la judeofobia americana descendió notablemente,             excepto entre los negros.          
             En efecto, a pesar de la activa participación de israelitas             en el movimiento civil por los derechos de los negros en los aos             cincuenta, el movimiento de Poder Negro generó             fricciones en las relaciones con los judíos. Nació             una forma americanizada del Islam que atrajo a millares de negros             en busca de identidad, precisamente en el período de guerra             entre el mundo islámico y el Estado judío.          
             Uno de sus líderes más extremos, Kwame Ture             (ex-Stokely Carmichael) declaró en el setenta "nunca haber             admirado a un hombre blanco, pero Hitler fue el más grande             de entre todos ellos". Expresiones similares de odio se escuchan             hoy por parte de Louis Farrakhan y otros jefes del grupo              Nación del Islam. Allí se concentran hoy los             peligros de la judeofobia en los EE.UU.          
             En cuanto a Sudamérica, la evidencia de judíos             participando en la lucha independentista es más tenue que en             el Norte, y se dio en casos como el de Alejandro Aguado en la             Argentina. A este país, los judíos fueron             explícitamente invitados por el gobierno. En decreto             presidencial del 6/8/1881, se enviaba a un agente que atrajera a la             Argentina a quienes huían de los pogroms. Hubo alguna             reacción hostil contra esa invitación, incluida la de             uno de los máximos próceres argentinos, Domingo F.             Sarmiento, en El Diario de 1888.          
             Pero el verdadero comienzo de la judeofobia es literario,             relacionado a la novela La Bolsa (publicada en 1891 en el             prestigioso diario La Nación). En una época en             que virtualmente no había judíos en la Argentina, el             autor Julián Martel los culpa de la crisis financiera y de             la clausura de la Bolsa de comercio, en un libro que constituye un             mediocre remedo del francés Drumond. En rigor, la judeofobia             de La Bolsa tuvo que ver, más que con la novela en             sí, con la glorificación que le dedicaron grandes             intelectuales argentinos, al punto de que el texto fue por             décadas lectura obligatoria en las escuelas.          
             Las tensiones con el judío real, con el inmigrante, se             dieron sobre todo cuando los sectores más conservadores             tendían a identificar bajo el común epíteto de             "ruso" tanto a los judíos como a los revolucionarios de             Rusia. El detonante para esa reacción fue el asesinato del             jefe policial de Buenos Aires, Ramón Falcón, quien             había reprimido en forma sangrienta la manifestación             del Primero de Mayo de 1909. Ese ao Falcón fue muerto por             Simón Radowitzky, de diecisiete aos de edad, un judío             recién inmigrado y, para el caso, doblemente "ruso".          
             A pesar de que la comunidad judía (de la que Radowitzky             estaba totalmente desvinculado) hizo todo lo posible por             distanciarse del hecho, un ataque físico se lanzó             contra los judíos indiscriminadamente el 15/5/1910, en             plenos preparativos para celebrar el centenario de su             revolución independentista argentina.          
             La judeofobia creciente estalló unos aos después, en             1919, en el marco de la llamada Semana Trágica, que             comenzó como represión a una huelga. Ese ao la              Liga Patriótica fue fundada por Manuel Carlés,             abuelo de quien fuera en las dos últimas décadas             cabecilla del Partido Nacionalista Social argentino.          
             El periodista ídish Pedro Wald fue detenido acusado de             tramar un "gobierno maximalista judío en la Argentina". Al             salir de la cárcel torturado escribió la novela              Koshmar (pesadilla). Así relató los episodios del             9/1/1919: "…salvajes eran las manifestaciones de los nios             bien que marchaban al grito de ‘¡Mueran los             judíos!;¡Muerte a los extranjeros y maximalistas!’             Refinados, sádicos, torturaban y programaban             orgías… Detienen a un judío y luego de los primeros             golpes comienza a brotar un chorro de sangre de su boca; acto             seguido le ordenan cantar el himno nacional. No lo sabe; lo             liquidan en el acto… No se selecciona. Pegan y matan a quien             encuentran…"          
             El 10 de enero fueron asaltados los locales de las organizaciones             Avangard y Poalei Tzion y la Asociación             Teatral Judía (IFT). Todo fue arrojado a la calle y quemado,             mientras la guardia civil azotaba y robaba. La policía             montada observaba cómo ardían en la noche muebles,             biblioteca y archivos. Entre otros testimonios reveladores, dos son             elocuentes, de un judío y un cristiano.          
             Escribió el primero, José Mendelson: "Jinetes de la             policía arrastraban a los viejos judíos desnudos por             las calles de Buenos Aires, les tiraban de sus encanecidas barbas,             y cuando ya no podían correr al ritmo de sus caballos, su             piel se desgarraba raspando contra los adoquines, mientras los             sables y látigos de los hombres de a caballo golpeaban sus             cuerpos… En el Departamento Central de Policía pegaban             espaciosamente. Cincuenta hombres, ante el cansancio de azotar, se             alternaban para cada judío… En la comisaría 7ma.             los soldados, vigilantes y jueces, encerraron a los judíos             en los baos, donde los torturadores tiraban en forma salvaje de sus             bocas, mientras la policía argentina y los soldados les             orinaban en la boca…"          
             El segundo testigo presencial fue Juan Carulla: "Oí que             estaban incendiando el barrio judío y hacia allí me             dirigí. Al llegar a la Facultad de Medicina, me tocó             presenciar el primer pogrom en la Argentina. En medio de la calle             ardían piras formadas con libros… se luchaba dentro y             fuera de los edificios… se acusaba a un comerciante judío             de hacer propaganda comunista pero el cruel castigo se hacía             extensivo a otros hebrbajo los gritos de ‘¡Mueran los             judíos!’ Pasaban a mi vera viejos barbudos y mujeres             desgreadas. Nunca olvidaré el rostro pálido y la             mirada suplicante de uno de ellos al que arrastraban un par de             mozalbetes, así como la de un nio sollozante que se aferraba             a la vieja levita negra, ya despedazada, de otro de aquellos pobres             diablos". El saldo en vidas de aquella Semana Trágica             fue de ochocientos muertos y cuatro mil heridos.          
             Con el auge del nazismo en Europa, recrudeció la judeofobia             de publicaciones y grupos "germanófilos" nacionalistas. Uno             de los más difundidos escritores argentinos, Hugo Wast             (seudónimo del director de la Biblioteca Nacional,             Martínez Zuviría) publicó en 1935 un par de             novelas que difunden el mito de la conspiración             judía, El Kahal y Oro. Ese ao se creó             la DAIA, nacida para defender los derechos judíos.             Zuviría llegó a ser ministro de educación del             país en 1943.          
             Las bandas y las publicaciones nacionalistas no cejaron             después de la guerra, y para la década del sesenta la             más activa banda judeofóbica argentina fue              Tacuara, que tenía por mentores a los sacerdotes Alberto             Ezcurra y Julio Meinville. En connivencia con el representante de             la Liga Arabe Hussei Triki, Tacuara secuestró,             torturó y asesinó. A los padres del estudiante             asesinado Raúl Alterman enviaron una explicación:             "Nadie mata porque sí nomás; a su hijo lo han matado             porque era un perro judío comunista… Si no están             conformes, que se retiren todos los perros y explotadores             judíos a su Judea natal". Este caso, como los otros             crímenes de la judeofobia argentina, quedaron impunes, y             esta regla incluye a las voladuras en los últimos aos de la             Embajada de Israel y del edificio comunitario AMIA.          
             Con todo, hay que tener en cuenta que la peligrosidad de grupos             como Tacuara no deriva de sus acciones violentas ni de su             propaganda nazi, sino de la medida en que están cerca del             poder. En este caso, amplios sectores del partido mayoritario, el             peronista, apoyaban a la agrupación judeofóbica. En             rigor, el parámetro para medir el peligro de la judeofobia             en un país determinado, no debe ser el tamao de sus             organizaciones, sino su cercanía al poder.          
             Una versión local de los Protocolos aparece en la             Argentina cuando en 1971 un profesor de economía de la             Universidad de Buenos Aires, Walter Beveraggi Allende,             difundió la patraa del Plan Andinia, supuesto complot             para desmembrar la Patagonia de la Argentina y crear allí             otro Estado judío. Su denuncia fue llevada a la             Confederación del Trabajo y a diversos medios             periodísticos. Cuatro aos después Beveraggi             publicó La inflación argentina, en cuya tapa             la Argentina aparecía crucificada con estrellas de David por             el estereotipo de un judío. El periodista Jacobo Timerman             narró que cuando era interrogado por la dictadura militar de             los aos ochenta, se le exigían detalles del Plan             Andinia.          
             Aunque la judeofobia tiende a ser más visible durante             gobiernos democráticos (sobre todo en la transición)             en esos momentos se halla más alejada de las cúpulas.             Durante las dictaduras, por el contrario, se encuentra encaramada             en el poder y precisamente por ello a los gobiernos les es             más fácil dominarla. Por ejemplo, la judeofobia fue             muy activa durante la dictadura militar en la Argentina 1976-1983.             De entre los miles de "desaparecidos", los judíos eran la             víctima favorita en los centros de tortura. Pero salvo             excepciones (como la del general Ramón Camps) no abundaban             las expresiones de judeofobia oficial. Entre los periodistas que             defendían el régimen, Enrique Llamas de Madariaga             difundió por la televisión estatal un programa             insidioso (30/10/1980) bajo la consigna de que "Si los persiguieron             durante cuatro mil aos, por algo será".          
             El estudio de cada uno de los otros países excedería             las posibilidades de nuestro curso, pero con gusto             contestaré las preguntas de estudiantes interesados en la             judeofobia de alguna nación específica (recordar:             <gustavop@jazo.org.il>).          
             En la próxima, nuestra última clase, analizaremos el             fenómeno de la judeofobia de modo global y ofreceremos para             el mismo algunas explicaciones.