No saben cuán asombroso es volver a ver civilización», dijo Pablo Emilio a los medios de comunicación en sus primeras palabras tras su liberación.
El sargento, que dejó entrever que analiza si sigue o no en el Ejército, dijo sin embargo que lo que vivió en estos 12 años de cautiverio lo soportó «por amor al uniforme». «En todo este tiempo he conservado mi uniforme, he soportado por amor a la institución -dijo el sargento-. Respeto la Constitución como soldado y ciudadano».
Moncayo no trajo cartas, pero sí noticias de dos secuestrados: el coronel Yesid Duarte y el sargento Libio Martínez, que era con él el secuestrado más antiguo en manos de la guerrilla de las Farc. Ahora ostenta solo ese triste reconocimiento: «Solicitan que alguna ONG internacional ayude a su libertad (…) Manifestaron que sus vidas corren peligro. Por eso este mensaje, para que tomen nota».
El suboficial, que se fue de su casa a los 19 años y que regresa como un hombre de 31, no ocultó su sorpresa por todos los avances tecnológicos. «Ha sido bello el recibimiento, no saben cuán asombroso es volver a ver civilización», dijo.
Sobre las Farc y cómo fueron sus más de 12 años en cautiverio no quiso opinar. Lo que sí dijo fue que esa guerrilla «existe, es una realidad que no se puede negar». «Parecen invisibles, pero ahí están», anotó.
Moncayo agradeció por su liberación a los presidentes de Ecuador, Venezuela y Brasil, que, aseguró, pidieron y lograron «un gesto de paz» de la guerrilla y señaló que la labor de la senadora Piedad Córdoba fue «incansable» para lograr que regresara a su casa después de todos estos años.
«Yo sé que muchos salen con el síndrome de Estocolmo, recuerdo que un periodista de Radionet nos calificaba a los de Patascoy como guerrilleros. Eso me dolió porque yo he conservado mi uniforme, he soportado estos años por amor al pueblo de Colombia y a la institución a la que pertenezco. Respeto la institución como soldado que soy y como ciudadano que soy de Colombia», señaló Moncayo.
Agregó que su familia «ha cambiado mucho. El cambio es radical, más sin embargo siguen siendo aquellos seres amorosos que siempre me han brindado su apoyo».
Sobre la caminata de su padre, desde Sandoná hasta Bogotá, dijo que tuvo que verla sufriendo una enfermedad que lo tuvo caminando siete meses en muletas. «Para mi fue demasiado duro ver a mi padre en esas circuinstancias o, no tanto no verlas, porque oí todo por radio».
Aseguró estar maravillado con los actuales avances tecnológicos: «Todo ha cambiado, la tecnología me deja admirado, lo poco que he visto hasta ahora».
La llegada
Tras doce años de espera, Pablo Emilio Moncayo se abrazó, en libertad, con su familia. A esta hora, se dirige a los medios.
A las 5:35 de la tarde la aeronave carreteó y se abrio la puerta. Al bajar, Moncayo le hizo a su padre, quien corría a gran velocidad, una señal de ‘tómalo con calma’.
Luego se fundieron en un enorme abrazo. La hermanita, a quien el sargento no conocía, y el resto de la familia, le dieron claveles blancos.
La familia, padre, madre e hijo, caminaron tomados de la mano por la pista del aeropuerto de Florencia. Gustavo y Pablo Emilio levantaron los brazos en señal de victoria.
A través de su cuenta de Twitter la senadora afirmó que Pablo Emilio les trajo a sus familiares «una olla llena de carne» y «dos loritos».
La congresista Piedad Córdoba, por su parte, explicó a los medios detalles de la liberación. Contó que llegaron a un sitio donde recogieron a dos guerrilleros. De ahí partieron con los subversivos a otro punto donde, después de una hora, se reencontraron con Pablo Emilio Moncayo.
En la zona de liberación recibieron comunicados de la población y de los guerrilleros. Una hora y media después de haber llegado al sitio apareció el sargento. Piedad Córdoba aseguró además que no se dieron cuenta en qué momento se grabaron las imágenes publicadas por Telesur.
«El Comité Internacional de la Cruz Roja expresa su gran satisfacción que ambas misiones humanitarias se hayan podido llevar a cabo con éxito gracias a los esfuerzos conjuntos del Gobierno y la Fuerzas Pública de Colombia, del Gobierno de Brasil, de los miembros de la comisión de Colombianos y Colombinas por la Paz, de la Iglesia Católica, así como de las Farc-Ep», dijo Adolfo Beteta, vocero del CICR.
Y agregó: «Como Institución humanitaria, neutral, imparcial e independiente, el CICR reitera su disponibilidad, en cualquier momento, para facilitar la liberación de otras personas privadas de libertad, así como la entrega de los restos mortales del mayor de la Policía Julián Ernesto Guevara a su familia».
Por su parte, el presidente Álvaro Uribe Vélez se mostró alegre con el regreso del sargento Moncayo, le dio la bienvenida y agregó que «Colombia recibe con los brazos abiertos a quienes regresan del cautiverio y rechaza con la mayor firmeza a los secuestradores».
También expresó su gratutud «al Gobierno del Brasil; al Comité de la Cruz Roja Internacional; nuestra gratitud a la Iglesia Católica» y «al Alto Comisionado, por la tarea que han cumplido».
La lluvia puso en peligro la operación
La operación sin embargo, fue accidentada y por poco se frustra por culpa de las lluvias.
Desde que comenzó el día, las nubes grises que se posaron sobre Florencia despertaron la preocupación entre quienes esperaban, en la capital del Caquetá, la liberación.
Los primeros en llegar fueron decenas de periodistas, a las 5 a.m., que libraron una batalla campal por los mejores puestos bajo unas carpas que estaban al lado de la pista del aeropuerto Gustavo Artunduaga.
En ese momento se esperaba que la operación, como en Villavicencio, comenzara hacia las 9:00 de la mañana a pesar de que una leve llovizna caía sobre los dos helicópteros de la fuerza aérea brasileña, que desde ayer en la tarde estaban en Florencia.
Dos horas después, a las 7:00 a.m., la preocupación se sentía entre quienes esperaban que comenzara la operación. Un fuerte aguacero se desató sobre la capital del Caquetá.
El defensor de derechos humanos Iván Cepeda, quien apareció durante una corta escampada, decía que a pesar del mal tiempo tenían pensado que el operativo comenzara a la hora prevista.
Pero los fuertes aguaceros, que no dieron tregua las horas que siguieron, hicieron que los rumores llenaran de incertidumbre el ambiente.
Hacia las 10:00 se hablaba de que la operación estaba en un «punto de espera». Que en el lugar donde la guerrilla esperaba a la comisión con el militar secuestrado estaba lloviendo mucho más que en Florencia. Y que, incluso, todo podría cancelarse si el tiempo no mejoraba hacia el medio día.
Una hora después apareció en el aeropuerto, sonriente, monseñor Leonardo Gómez Serna, el representante de la Iglesia Católica en el proceso. Él, que llegó con el profesor Gustavo Moncayo y su familia, contó que se había pasado la mañana pidiendo al cielo para que la lluvia se detuviera.
«Estábamos orando para que deje de llover. Lo hice con el profesor, su familia y toda Colombia» dijo el cura. Y agregó, que a pesar del mal tiempo, Gustavo Moncayo había pasado la mañana inmensamente feliz. Las oraciones de Gómez y el profesor Moncayo, al parecer, dieron resultado.
Uno minutos después el comisionado para la paz, Frank Pearl, llegó hasta la pista del Gustavo Artunduaga para decirle a los periodistas que el clima había mejorado y que los militares brasileños que conducirían en el helicóptero, acababan de informarle que ya podían partir hacia la selva para traer al sargento de regreso.
Y entonces, pocos minutos después, apareció Piedad Córdoba. Vestida completamente de blanco, caminó a paso rápido hacia el Super Cougar que los llevaría a la zona de la liberación. No dio declaraciones, tan sólo se asomó por la ventana de la aeronave y saludó.
Acompañándola estaban seis miembros de la tripulación de Brasil, dos delegados del CICR, un médico y monseñor Leonardo Gómez Serna.
A través de su cuenta de Twitter, la congresista contó algunos detalles del despegue, como la oración que hizo el obispo de Magangué quien dijo que hablaría «con su jefe en el cielo» para que la operación humanitaria fuera exitosa.
Y entonces, a las 11:18 de la mañana, tras más de tres horas de incertidumbre, por fín el helicóptero alzó vuelo. De inmediato, el padre del sargento, el profesor Gustavo Moncayo, su hija Yuri Tatiana y la mamá del oficial, Estela Cabrera, se fundieron en un abrazo en el que no faltaron las lágrimas.
En el aeropuerto ya no se respira un ambiente de incertidumbre. Y el profesor Moncayo espera con su familia sobre la pista que llegue, de una vez por todas, el sargento, su hijo.
ALBERTO MARIO SUÁREZ
CARLOS ALBERTO GONZÁLEZ
Enviados especiales de ELTIEMPO
Florencia (Caquetá)