Atentos a este relato por favor:
«Cuando los enemigos de Yehudá [Judá] y de Benjamín [1] oyeron que los que habían venido de la cautividad edificaban un templo al Eterno Elokim de Israel, se acercaron a Zorobabel y a los jefes de las casas paternas, y les dijeron:
-Permitidnos edificar con vosotros; porque como vosotros, buscamos a vuestro Elokim, y a Él hemos ofrecido sacrificios desde los días de Esarjadón, rey de Asiria, que nos trajo aquí.
Pero Zorobabel, Jesúa y los demás jefes de las casas paternas de Israel les dijeron: -No edificaremos con vosotros una casa a nuestro Elokim, sino que nosotros solos la edificaremos al Eterno Elokim de Israel, como nos lo mandó el rey Ciro, rey de Persia.
Entonces el pueblo de la tierra desmoralizaba al pueblo de Yehudá [Judá] y lo amedrentaba, para que no edificara.»
(Ezrá / Esdrás 4:1-4)
Veamos un hecho muy actual a través de esta milenaria narración verídica.
En tierra judía vivían unos extranjeros, ajenos por completo a Dios y Sus cosas (2 Melajim / II Reyes 17:24).
Sin embargo, por cuestiones acomodaticias pretendían rendir honores al Eterno (2 Melajim / II Reyes 17:28), aunque en realidad hacían unos rituales estrafalarios, una mescolanza imperfecta entre algo parecido a Torá y religiones por completo apartadas del Eterno (2 Melajim / II Reyes 17:33).
No por convicción, amor, dedicación, devoción, fidelidad, sumisión, sino como un modo de conseguir alguna ventaja, salvación, o algo similar (2 Melajim / II Reyes 17:25).
Así vivían ellos, en completo error, pero disfrazando su impiedad en ropajes de apariencia de santidad, tal cual hacen los mesiánicos (fanáticos cristianos pero que se hacen pasar por judíos) de nuestros días (2 Melajim / II Reyes 17:34).
Y de esa manera educaban en perdición con disfraz de salvación a sus hijos y discípulos y a todo ingenuo que caía en sus garras sanguinarias con apariencia de bondad (2 Melajim / II Reyes 17:41).
Con esa misma apariencia de rectitud se acercaron a los valientes judíos que estaban retornando del cautiverio en Babilonia y que con gran dedicación comenzaron a edificar trabajosamente el Templo para el Eterno en Jerusalén.
Con mentiras y media verdades (que son peores y más letales que las mentiras) anunciaron que querían participar de las cuestiones propias de los judíos.
Daban buenas excusas, manejaban muy bien las palabras como para hacer creer ciertas cosas y confundir y generar dudas y hacer de esa manera que los poco preparados admitieran sus afiebradas teorías.
Ellos decían adorar a Dios y por eso pedían participar de las cosas propias de los judíos.
Ellos decían ser fieles a Dios, aunque cuando uno se ponía a indagar con capacidad y paciencia, más pronto o más tarde descubría cosas grotescas: el odio intenso hacia los judíos, el odio profundo hacia lo judaico, el desprecio hacia el Eterno, la adhesión pasmosa a dioses ajenos, entre otras cosas aberrantes.
Asumían cierta familiaridad con los judíos, que realmente no poseían.
Declaraban que ciertos individuos de la historia los habían naturalizado como judíos, aunque ciertamente nada tenían de judíos, ni podían tenerlo.
Y recuerda amigo lector que te estoy hablando de los samaritanos de hace 2500 años atrás, aunque en todo parezca calco de lo que hacen los mesiánicos (netzaritas, ebionitas, amitas, entre otros desquiciados) de la actualidad.
Además de aquellos otros gentiles que desprecian su identidad espiritual noájica y pretenden tener derechos sobre las cosas que Dios ha declarado patrimonio y herencia perpetuos de Israel.
Esos, que se dicen amigos, que quieren participar en las cosas concernientes a los judíos sin querer entender que no les corresponde, terminan por descubrir su hilacha profunda, oscura, antijudaica, oponente a Dios.
De tanto querer lo que les es ajeno, de tanto envidiar la identidad ajena, terminan por odiar a aquellos que envidian, sin darse cuenta de que están odiando intensamente su propio ser.
Es complicado, pero lamentablemente cotidiano.
A diferencia de los gentiles concientes de su patrimonio como noájidas, que se contentan con su bella porción otorgada por el Eterno. Que son verdaderos socios en la construcción de Shalom. Que no se afanan buscando la propiedad de otro, ni quieren tomar parte en lo que no les corresponde.
Son amigos sinceros, pues entienden que cada uno tiene un rol determinado por Dios y que así debe ser.
No pisotean la propiedad del otro, con la excusa de que quieren tener parte en ella.
No desprecian su identidad, pues la conocen y la encuentran estupenda, como todo lo que es obra del Padre Celestial.
Estos noájidas, los conscientes de que tienen su propia identidad y su propio patrimonio, son los amigos de los judíos, los que se comportan como hijos ante el Padre.
Esos otros gentiles, los que pretenden tomar para sí lo que no han sido llamados a poseer, son personas confundidas, extraviadas, ignorantes, quizás con buenas intenciones, pero cuando se aferran a sus deseos dejan la bondad y la justicia y se embarcan en la senda de los enemigos de Dios.
A tenerlo presente.
Los líderes, los sabios, los entendidos, los capacitados, los poseedores de autoridad denegaron a los extraños el participar de las cosas del Eterno. Ellos no podían admitir que los enemigos tomaran parte de las cosas concernientes a los judíos.
Sabían que cuando algo puro se mezcla con los que se disfrazan de pureza, termina por contaminarse todo el contenido.
Si los enemigos de Dios, disfrazados de constructores, se hubieran sumado a las fuerzas de verdaderos constructores, bien pronto hubiera comenzado una crisis profunda. Se hubiera desangrado el caudal sagrado de los leales. Se hubiera introducido la corrupción idolátrica y perversa entre los cimientos de la Luz.
Por lo cual, tuvieron que dejar bien en claro quien formaba parte de los edificadores del Templo y quien no.
Porque hay ley, porque debe imperar el orden.
Entonces, los enemigos mostraron su verdadero rostro.
Dejaron tiradas a un costado sus caretas de amistad y por fin enseñaron los afilados dientes dispuestos a asesinar a los leales a Dios.
Ya no se hacían pasar por ovejas deseosas de trabajar en la obra del Eterno, sino que dedicaban todos sus esfuerzos misioneros para obstaculizar, retrasar, entorpecer, destruir, maldecir.
Usaban su poder material, ejercían presión, hacían actos de terror, manipulaban a las masas, difamaban, enseñaban mentiras atroces acerca de los leales.
Ya dejaron de jugar a los «buenos» y «amigables» para ser quienes eran todo el tiempo debajo de sus disfraces de bondad.
Ahora el desprecio estaba a flor de piel, se sentía a cada instante.
El odio no era imaginario, sino una realidad intensa.
Esos mismos que hasta ayer lloraban quejosamente: «¿Por qué no nos dejas aprender hebreo contigo? ¿Cómo quieras que sepamos cosas de noajismo si no nos muestras cosas de judaísmo?» Esos mismos que se hacían pasar por amables ovejitas perdidas en busca de sentido, ahora demostraron su verdadera naturaleza porfiada, extranjera al Bien.
Usaron sus caretas para disfrazarse, sus excusas para conseguir sembrar la duda, promover la discordia, generar la controversia, malquistar a los socios en la construcción.
La historia, tristemente, se repite.
Hay un enemigo que quiere parecer que es interno, que es uno más de los anhelantes de ser leales al Eterno, de ser constructor de Shalom.
Se visten con las ropas apropiadas para la ocasión, para tapar sus verdaderas intenciones.
Reclaman cosas que no les pertenecen, dan vueltas para justificar sus deseos prohibidos, se venden como buenas víctimas de malos victimarios; pero en el fondo, solamente tienen rechazo hacia ellos mismos, hacia los judíos, hacia los noájidas leales, hacia Dios.
Tengamos en cuenta esta enseñanza, pero no para salir a perseguir a los que dudan, a los que critican sanamente, a los que preguntan para aprender.
No tenemos necesidad de ser inquisidores, pues ese rol es para los enfermos, los de alma mortal, los colegas de la idolatría.
Pero sí tenemos la obligación de ser despiertos vigías en la atalaya, para que los que se vienen con ofrendas de supuesta paz no entren dentro de las murallas de la ciudad de la Luz y la infecten con sus mensajes desmoralizadores, con sus dudas perversas, con sus media verdades ofensivas, con sus retóricas aburridas pero atrapantes.
Estemos atentos, no para iniciar una caza de brujas, sino para seguir siendo constructores de Shalom y no meramente gente perdida y sin rumbo en la vida.
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