«No cambiarás de lugar los linderos de tu prójimo»
(Devarim / Deuteronomio 19:14)
Los justos límites brindan seguridad, por tanto es menester respetarlos.
El romperlos, tergiversarlos, correrlos, sin motivo justo o a causa de verdadera misericordia, solamente conlleva dolor y confusión.
Te pondré un ejemplo bien simple, fácil de entender, que luego lo puedes extrapolar a otros aspectos de la vida individual o colectiva.
Tu hija, esa bella criatura de tres añitos, se niega a comer, solamente quiere sus caramelos.
Por supuesto que como buen padre tú harás mil y un intentos para que la pequeña comprenda, admita, participe… en fin, que coma, aunque sea obligada.
Pero la obstinada no entra en razón, eso de negociar no es un concepto que le quepa en su modelo de conducta, y comer comida es impensable para ella, que solamente quiere sus caramelos, nada más, ni nada menos.
Al fin, movido por tu amor y no por tu baja autoestima o frustración, le impones un apropiado castigo, que tiene la única finalidad de que la niña deponga su actitud nociva para ella.
Recuerda que te estoy hablando de un castigo justo y amoroso, no de una agresión de cualquier índole, o una descarga miserable de tus emociones iracundas.
Has «decretado» que la niña no irá al parque de diversiones junto a su hermanito.
Le has dado chance para que ella coma, para que el castigo se cancele, para que se vista de fiesta y concurra a divertirse al parque.
Pero las amenazas de no ir al parque no la inmutan.
Como recurso de manipuladora ella se tira al piso y llora como poseída por algún demonio.
Pero de comer su comida… ¡ni hablar!
La hora del paseo se aproxima.
Le recuerdas que su «pasaje» a la felicidad es comer algunos bocados de su comida. Ya no quieres que limpie su plato y se deleite. Con que coma cuatro o cinco cucharadas te sientes feliz, pues has establecido un principio de autoridad y un modelo a seguir.
Pero ella, sigue llorando, sumida en una pataleta de aquellas.
Llega la hora de salir.
Ella te mira con cara tierna, bañada en lágrimas, cansada de tanto gritar y reclamar ir al paseo (pero sin pagar el pasaje correspondiente).
¿Cuál sería la mejor actitud de tu parte?
Quizás su manipulación haya surtido efecto y te sientas el peor de los padres, un sujeto de la más baja calaña, un maltratador sádico y sin alma.
Para peor tu esposa te trata de bárbaro e inhumano.
Así que aflojas, te olvidas de tus palabras, omites el límite que pusiste con justicia y amor, lo quiebras y la invitas al paseo, aunque ni por justicia ni por amor ella se lo merece.
¿Crees que esta falsa misericordia sea lo mejor?
Por supuesto que te salvas de soportar el llanto, de sentimientos de culpa (que no es una culpa real, sino solo sentimiento), de reproches de tu esposa, de todo tipo de malestares.
PERO, y es un PERO en mayúsculas, estás educando para el mal a tu hija, a tu familia.
Les haces ver que los límites están pero que no debe ser respetados.
Que quebrantar la ley es admisible, en tanto obtengas ventajas.
Que la manipulación es un sistema correcto para obtener lo que no corresponde.
Y por si esto no fuera malo, además le estás diciendo indirectamente a tu hija que no puede confiar en ti. Que no eres una persona de confianza. Que tu palabra no vale. Que no tienes fuerza o voluntad.
Así que no la estás llevando de paseo al parque, sino que la estás llevando directamente al lado oscuro de la vida.
A sentir que no puede confiar en su padre, que los adultos mienten, que la manipulación emocional es buena, que la ley es inútil, etc.
Pero, si a pesar de todo, con flexibilidad pero sin caer en injusticia o falsa misericordia, si a pesar de todo mantienes los límites, por tanto ella no va al parque… ¿sabes qué pasa?
Tu hija te dirá luego de que se le pase el berrinche: «Papá te amo».
Y lo dice en serio, con total sinceridad.
Porque en ese padre «duro» se puede confiar.
Si él te dice algo, lo tratará de cumplir, aunque le duela.
Porque su palabra vale.
Porque tiene voluntad firme.
Porque no se deja manipular como una pluma al viento.
Porque anda por un camino seguro y te lleva con firmeza por él.
Así pues, considera esta enseñanza y si te parece acertada, comienza a aplicarla en tu vida, en tu relación con tus congéneres, no solamente con tus hijos.
Respeta los límites, en tanto sean justos y buenos, sé flexible pero no una ramita que se deja vapulaer por las circunstancias.
Respeta los límites y estarás construyendo Shalom.
Sostener los límites es la forma más práctica de preocuparse por el bienestar de uno y del otro. Lo de poner la otra mejilla es una clara manifestación de egoísmo.
¿A quién ayudo dejando que me estafen, me insulten, me pasen por arriba?
¡Al estafador!
¿Qué pasa con los que no saben poner un filtro de spam o tienen conexión lenta?
¡Se trancan y pierden tiempo, vida!
Y todo por culpa de protocolos de falsa espiritualidad y excesiva cortesía basada en planteos incorrectos.
El constructor de Shalom aprende los límites, los demarca, los mantiene, vive de manera legal, justa y buena.