En el documental «El mundo según Monsanto», Marie Monique Robin denuncia el impacto económico, ambiental y sanitario que generan las semillas transgénica de soja y el herbicida roundup. Argentina tiene 16 millones de hectáreas plantadas con semillas de Monsanto y la documentalista advierte que el país «está marchando hacia un suicidio programado».
Hay una palabra -o mejor dicho una marca registrada-, que muy pocos dirigentes y periodistas se han atrevido a mencionar como uno de los actores ocultos del conflicto con el agro. Esa palabra es Monsanto, el principal fabricante de organismos genéticamente modificados (OGM), cuyos granos de soja, maíz y algodón se propagan por el mundo pese a las alertas económicas, médicas y ambientales.
El periodista Horacio Verbitsky ha señalado que Monsanto, Syngenta, Bayer, YPF Fertilizantes y Nidera, nucleados en la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID), son actores del conflicto camuflados detrás de las cuatro entidades ruralistas. Con 70 por ciento de la superficie agrícola trabajada, contra 6 por ciento en el resto d mundo, la Argentina es un líder mundial del controvertido método de siembra directa que propiciasn estas empresas.
Un documental que se estrenó a mediados de marzo por la cadena franco-alemana ART, generó revuelo mundial. En el documental «El mundo según Monsanto», Marie Monique Robin denuncia el impacto económico, ambiental y sanitario que generan las semillas transgénica de soja y el herbicida roundup. Argentina tiene 16 millones de hectáreas plantadas con semillas de Monsanto y la documentalista advierte que el país «está marchando hacia un suicidio programado».
El trabajo expone las consecuencias que tiene para el ambiente y el suelo el monocultivo de la soja transgénica. También retrata los efectos en la salud humana de la utilización del Roundup, un herbicida sospechado de producir cáncer.
Robin reproduce una entrevista con el médico entrerriano Darío Gianfelici, que constató un aumento de los abortos espontáneos, las muertes fetales precoces, las disfunciones de la tiroides y del aparato respiratorio, de las funciones renales o endocrinas, de enfermedades hepáticas y dermatológicas o de problemas oculares graves. También denuncia «los efectos que pueden tener los residuos de Roundup que ingieren los consumidores de soja».
Según el médico entrerriano, en la región ha habido un número importante de casos de nenes que nacen sin uno o ambos testículos o cuya uretra no llega al final del pene y de nenas que comienzan a menstruar a los tres años.
Durante una reciiente visita a la provincia de Corrientes, Robin advirtió: «Quisiera de verdad que en la Argentina se entienda lo peligroso que son los productos que vende Monsanto. En el documental hay muchos científicos que me dicen que ese herbicida es cancerígeno. Me indican que el Roundup da cáncer y que va a ser prohibido un día como lo fue el PCB. Pero lo que pasa es que mientras tanto se sigue fumigando medio país con este herbicida cancerígeno», asegura la documentalista.
Como resultado del documental y el libro homónimo de la misma autora, en abril, el gobierno de Francia decidió suspender el cultivo de maíz transgénico de Monsanto. La medida se tomó en el marco de la detección de «elementos científicos nuevos», lo que abre la necesidad de realizar evaluaciones que indiquen los efectos del OGM MON 810 (la sustancia cuestionada) a largo plazo sobre el medio ambiente y sobre posibles efectos sanitarios.
En una entrevista publicada por el diario francés «Le Monde», el relator de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el Derecho a la Alimentación, Olivier de Schutter, denunció que las prácticas de especulación en productos alimenticios están detrás de la crisis alimentaria en más de 40 países.
Schutter se pronunció a favor de «una modificación de las reglas de la propiedad intelectual» de «un pequeño número de empresas» como Monsanto, Dow Chemicals y Mosaic, que controlan las patentes de las semillas, los pesticidas o los abonos y cuyos beneficios se disparan.
A pesar de los reveses y las críticas, las ganancias de la empresa están aumentando aceleradamente debido al aumento de la tasa de lucro media en la agricultura.
Según la revista alemana Der Spiegel, los rendimientos de Monsanto en el primer trimestre del 2007 casi se triplicaron, yendo de 90 millones de dólares a 256 millones. Para José Batista de Oliveira, de la coordinación nacional del Movimiento de los Sin Tierra (MST) de Brasil, tales números representan el control, por parte de Monsanto, de los agricultores de todo el planeta y de la tasa de lucro del comercio internacional.
Con ello se demuestra que los transgénicos no son simplemente organismos genéticamente modificados, sino también productos creados en laboratorios que ponen a la agricultura en las manos del mundo financiero e industrial, controlando las semillas e imponiendo el uso de los insumos y venenos que producen.
Monsanto entró a la Argentina a finales del 90 vendiendo sus semillas a un precio tres veces más bajo que en el mercado mundial, y sin cobrar regalías. Pero en 2005 exigió al Gobierno argentino que le pague los nueve años de regalías que no cobró.
El gigante agroquímico embargó siete cargamentos de harina y pellets de soja argentina en puertos europeos. El poderoso lobby de Monsanto pretendía cobrar licencias retroactivas por un gen que la propia empresa reconoce no haber patentado en tiempo y forma.
Monsanto cultiva su imagen con una sofisticada campaña de relaciones públicas que tratan de perfilar a la multinacional como «una empresa amiga de los hombres de campo que está dedicada a luchar contra el hambre en el mundo. «Nos va bien porque hacemos el bien», es el lema de la empresa que aparece en avisos publicitarios y spots televisivos.
Pero la controversia siempre ha estado unida a esta trasnacional norteamericana.
Uno de los titulares del diario The Independent de Lóndres del 22 de mayo de 2005, sacudió tanto a Monsanto como a la industria biotecnológica y alimentó la controversia sobre el consumo de maíz genéticamente modificado. El artículo de Geoffrey Lean revelaba la existencia de un informe secreto de la empresa sobre su maíz transgénico Mon 863. El informe, de 1,139 páginas, mostraba que las ratas de laboratorio alimentadas con el nuevo maíz Mon 863 «resistente a los gusanos de raíz» desarrollaron riñones más pequeños y exhibieron anormalidades en la sangre. En una primera lectura, los síntomas parecen similares a los descriptos por el médico entrerriano.
Monsanto también le dio al mundo la hormona transgénica BST (hormona somatotropina bovina), cuyo uso está prohibido en la Unión Europea, Canadá, Australia y Nueva Zelanda por los efectos dañinos en la salud animal y las posibles consecuencias en los consumidores de esta leche. En Estados Unidos, fue aprobada gracias a que en el momento de la evaluación de la hormona, dos investigadoras que habían trabajado con Monsanto en el desarrollo del producto, «consiguieron» empleo en la agencia reguladora y emitieron un informe de «inocuidad» que resultó muy oportuno para la multinacional.
La lista de las maniobras de Monsanto para seguir produciendo tóxicos a sabiendas de que tenían fuertes impactos en la salud es extensa. Uno de los casos que más claramente muestra la «ética» de esta multinacional, según denuncia la investigadora Silvia Ribeiro, es el juicio por muertes y daños graves a la salud de más de 20 mil familias en Anniston, Alabama, Estados Unidos. Monsanto y Solutia, una subsidiaria de éste hasta 1997, produjeron en ese pueblo el químico PCB durante más de 40 años, pese a que, como se demostró en el juicio que las condenó en 2003, Monsanto había recibido durante décadas evidencias que estaba contaminando gravemente las cuencas de agua e intoxicando a la población del lugar. Monsanto tenía el monopolio del PCB y decidió ocultar los informes, porque este producto le reportaba enormes ganancias.
Fuente: www.waltergoobar.com.ar