Corría alrededor del año 360 AEC (según cronología tradicional, aproximadamente 520 AEC según cronología occiental), el mundo estaba dominado por el poderosísimo imperio Persa.
De un extremo al otro del mundo Persia dominaba.
Entre las naciones sojuzgadas estaba la judía, que se encontraba dispersa entre los 127 estados y provincias del Imperio. También la tierra de Israel estaba bajo posesión persa.
El jefe de tan magno imperio era un torpe a la vez que malévolo emperador, Ajashversosh se llamaba, tal como es recordado en la memoria milenaria judaica.
Por saberse inepto para el gobierno, coloca como primer ministro plenipotenciario al hombre más capacitado para controlar los bienes del imperio, para desarrollar la economía, para aumentar el poderío de Persia.
Ubica a Aman, descendiente de la nación de Amalek, como primer ministro.
Éste era un hombre perverso, pero muy hábil para los juegos de la política y la diplomacia. Mezlaba con calidad la presión con la apariencia de bondad.
Era allegado al poder, se regodeaba con los poderosos, manipulaba con maestría los destinos del imperio.
A pesar de todo su poderío, interiormente era un ser oscuro, a causa de su enfermizo odio hacia los judíos y desprecio por el monoteísmo del Eterno, y también por su baja autoestima, que lo llevaba a inflar su ego artificialmente.
Los judíos que estaban exilados en el imperio no discernían el mal que se les avecinaba.
Confiados en sus décadas de residencia entre sus opresores, se habían acostumbrado a su vida diaspórica. Llamaban «único hogar» a las tierras de su desolación, adoptaban la cultura local con buen ánimo y sin inmutarse por la creciente asimilación que los estaba consumiendo.
El ideal de Sión estaba apagado, la idea de la redención nacional parecía un mito de abuelas, el apego a la tradición judaica era consdierado por muchos como muestras de arcaísmo, de algo ridículo y pasado de moda.
En silencio, hasta con admiración, se admitía por la mayoría de los dirigentes el insulto que se profería en contra del judaísmo y de las cosas del Eterno. Y en esa onda conducían a sus seguidores.
Por supuesto, había un núcleo de personas justas, temerosas del Eterno, apegados a la Torá, conscientes de su identidad espiritual, cumplidoras de los preceptos, adeptos a la bondad y la justicia.
Este núcleo era encabezado por Mordejai, un rabino y líder nacional político de los judíos en Persia.
Pero incluso él tenía que conciliar su ferviente adhesión a su identidad con la realidad circundante. Sin variar un ápice de lo halájico, lo legal, pero siendo flexible en lo que pudiera serlo.
Como es un resumen, continuaremos siendo breves.
Amán orquestó el primer plan de «la solución final del problema judío».
Era sencillamente brillante en su maldad y perfeccion genocida.
El plan ya estaba en marcha.
Lentamente los judíos fueron perdiendo su identidad, en parte por propia responsabilidad, en parte por el medio en el que se encontraban.
Ahora también perderían ciertos derechos, hasta que finalmente perderían todos la vida.
¿Te lo imaginas?
Tú, tus padres, tus hijos, tu esposa/o, tus hermanos, tus vecinos, todos, pero todos los judíos que conoces (y los que eran anónimos para ti) morirían un día.
Sin salida, sin negociación, sin escape.
La sentencia estaba echada sobre la nación judía.
El edicto malvado ya había sido sellado y firmado por el emperador.
Nada, aparentemente nada, podría detener la inminente masacre.
Los asesinos tenían casi un año para ultimar los detalles del genocidio.
Tenían tiempo suficiente para solucionar esos aspectos que no podían quedar librados al azar.
Todo estaba preparado para la solución final… todo…
En tanto, el Eterno había ocultado Su rostro, que metafóricamente significa que permitía que la historia se desarrollara según sus carriles lógicos. Si debía haber una matanza global, ésta ocurriría, el Eterno no intervendría para detenerla.
No habría plagas, como las que detuvieron al poderoso faraón.
No habría milagros evidentes, deslumbrantes manifestaciones del poder inusitado del Eterno.
Pasaría lo que tendría que pasar.
Pero, aunque el Eterno tenga Su rostro oculto, aunque el milagro parezca ausente, Él no abandona ni deja desamparado a Israel.
El pueblo judío, la niña de «Sus ojos», nunca es entregada completamente a los lobos que desean su destrucción.
Podrán caer millones de santos y justos, pero la nación santa prevalece.
Así también fue en aquella remota época.
El milagro oculto se llamaba Ester, una señora judía que había sido desposada a la fuerza por el emperador.
Ella mantenía también oculto su rostro, ya que no había confesado su nacionalidad ni su identidad.
A ojos del emperador Ester era una chica persa, con sus costumbres y formas de vida.
Pero ella era judía, era familiar directa de Mordejai, era la que podría traer la salvación a los judíos.
En asuntos palaciegos finalmente Ester manifiesta su judeidad al emperador, al tiempo que «por casualidad» Amán era defenestrado de su poder y emergía el sol del noble Mordejai.
No contaremos la historia, esto es un resumen, si deseas conocerla tienes la Meguilat Ester a tu disposición, léela, estúdiala… es uno de los cuatro preceptos que los judíos tenemos para Purim.
Finalmente Amán es colgado en la horca que había preparado para Mordejai.
Su familia fue aniquilada, a causa de su rebelión en contra del rey.
Los judíos recibieron ayuda estatal para defenderse de sus enemigos, y tras cruenta batalla los judíos vencieron a sus enemigos.
Mucha sangre corrió esos días por Persia. Sangre de inocentes judíos que morían defendiendo su vida; y la sangre de corruptos asesinos, que morían a causa de su odio en contra de los sacerdotes del Eterno, de su odio en contra de los judíos.
Mordejai quedó en el cargo de primer ministro.
Ester mantuvo su sitial de reina principal, incluso fue madre del siguiente emperador de Persia.
Para los judíos fue una época de terror que se trastoco en una de Luz y alegría.
El holocausto fue detenido, también el holocausto blanco de la asimilación.
Reverdeció el ideal de Sión, el amor por la Torá, la adhesión a los preceptos.
Los judíos y sus amigos noájidas vencieron.