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La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 8

  Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi: "Casi toda ideología y nacionalidad europea había estado saturada con odio contra el judío cuando los nazis consumaron la "solución final". En las décadas y siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista habían considerado intolerable la existencia de los judíos. En un análisis final, todos se habrían opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no podría haberlo hecho".

 


Unidad 08: La judeofobia alemana; el fenómeno del autoodio judío

Por: Gustavo Perednik   

El primero de los tres paradigmas de la judeofobia moderna fue el francés, estudiado en la última clase. Ahora pasaremos al racista, que aunque también fue inaugurado en un libro francés, alcanzó su nadir en Alemania. En su Ensayo acerca de la desigualdad de las razas humanas (1853) Joseph De Gobineau sostenía que las diferencias físicas entre las razas humanas conllevan jerarquías intelectuales y morales. Aunque éste era el primer libro en desarrollar la teoría, el racismo como prejuicio, empero, es tan antiguo como la civilización, y aun Platón y Aristóteles arguyeron que los griegos habían nacido para ser libres y los bárbaros eran esclavos naturales.

La tradición antirracista, por su parte, fue una contribución judía que el cristianismo difundió. Su primer ejemplo es provisto en el Talmud, cuando explica el motivo por el que Adán es el único ancestro humano: para que nadie pueda jamás atribuir superioridad a sus antepasados.

Y aunque el prejuicio racial fue omnipresente en la historia europea, en el siglo XVIII se formalizó a partir de los estudios antropológicos. Linné emparejaba el color de piel con tendencias mentales y morales, y para Buffon el hombre blanco era la norma, "el rey de la creación", mientras los negros constituían una raza degenerada. Para Voltaire los negros eran una especie intermedia entre el blanco y el mono. En este contexto dieciochesco, los judíos encajaban como una nación sui generis, pero incluida en la raza blanca.

El siglo XIX complicó las cosas debido a que las luchas nacionales empujaron a los estudiosos a acrecentar el número de supuestas razas y subrazas. El énfasis mayor en Alemania se debe a dos razones: 1) Hasta 1870 sus muchas divisiones políticas internas habían incrementado el fervor nacionalista; y 2) la mayoría de los monarcas europeos eran de ascendencia germánica (recuérdese además que la monarquía dividía a la sociedad medieval en tres estratos: plebe, clero y nobleza, y ésta era considerada la superior, de "sangre azul").

El filósofo Johann Fichte enseñaba que el alemán era la lengua original de Europa (Ursprache) y los alemanes la nación original (Urvolk). Incluso fuera de Alemania hubo algunos partidarios del "Germanismo" o "Teutonismo". Con todo, la visión de Fichte no se quedaba en la superioridad alemana y reflexionaba especialmente acerca de los judíos: "¿Darles derechos civiles? No hay otro modo de hacerlo sino cortarles una noche todas sus cabezas y reemplazarlas por otras cabezas que no contengan un solo pensamiento judío. ¿Cómo podemos defendernos de ellos? No veo alternativa sino conquistar su tierra prometida y despacharlos a todos allí. Si se les otorgan derechos civiles van a pisotear a los otros ciudadanos".

Junto a la antropología y la filososfia, otra disciplina académica estimulaba a los racistas: la lingüística. Ya desde los descubrimientos de William Jones en 1786 y la Ley de Grimm de 1822, se deducía de la afinidad entre el sánscrito, griego y latín, que había un origen común de idiomas indoeuropeos (incluídos celta y gótico, supuestamente el más antiguo de los germánicos). Se tuvo por cierto que las lenguas europeas derivaban del sánscrito, y las naciones que las hablaban pertenecían a la raza aria (que en sánscrito significa "noble").

El contraste de la llamada raza aria fue la "semita", de la que supuestamente derivaban las naciones que habían hablado lenguas semitas en el pasado. Lassen argüía que "los semitas no poseen el equilibrio armonioso entre todos los poderes del intelecto, tan característico de los indogermánicos" y su colega francés Ernest Renan condenaba "la espantosa simplicidad de la mentalidad semita". Todas las creaciones del espíritu humano (con la posible excepción de la religión) fueron atribuídas a los "arios" y por ello los alemanes, los más "puros", debían eludir mezclarse con razas inferiores. Debido a esa pretendida "pureza teutónica", los estudiosos alemanes optaron por la denominación indogermánica.

Durante la primera mitad del siglo pasado se hicieron muchos esfuerzos para racionalizar el odio. Bruno Bauer en Die Judenfrage (1843) denuesta el "espíritu nacional judío" y el compositor Richard Wagner escribe en La judería en la música (1850): "Debemos explicarnos por qué nos repele la naturaleza y personalidad de los judíos… Para compreder nuestra repugnancia instintiva por la esencia primaria del judío, consideremos primero cómo fue posible que el judío deviniera en músico…"

Las justificaciones científicas no provenían sólo desde lo sociológico. Un pionero que había pasado inadvertido fue Karl Grattenauer, quien en 1803 había ofrecido una explicación de vanguardia de por qué los judíos tienen mal olor: hay un fedor judaico producido por cierto amonium pyro-oleosum.

La creencia de que los judíos constituían una raza separada, oriental, se difundió ampliamente durante la segunda mitad del siglo pasado, y en Alemania se tradujo también al mundo de la política. Bajo gobierno de Bismarck, se entendió cínicamente que la judeofobia podía servir de instrumento para completar la unificación de Alemania. Como ironizara en retrospectiva Israel Zangwill (1920): "Si no hubiera judíos, habría que inventarlos para uso de los políticos… son indispensables como antítesis de una panacea; causa garantizada de todos los males". En efecto, a fines de siglo surgen en Alemania partidos políticos abiertamente judeófobos, con tres fundamentos ideológicos, a veces combinados: el económico, el religioso, y el voelkish (nacional-racial). Aunque al principio no tuvieron muchos afiliados, su propaganda seducía a grandes sectores de la población.

Podemos notar una diferencia con el modelo francés. Mientras en Alemania, Austria y Hungría, el uso político de la judeofobia fue una reacción inmediata al otorgamiento de Emancipación a los judíos, Francia, por el contrario, ya había vivido ochenta años de Emancipación cuando fue plagada por formas organizadas de judeofobia.

El primero en organizar el uso de la judeofobia como levadura para un movimiento de masas fue Adolf Stoecker en Berlín. Su Partido de Trabajadores Cristiano-Socialistas (1878) no atrajo votos con una plataforma de ética social cristiana, así que la cambió por una judeofóbica, que inspiró a todo un movimiento estudiantil antijudío a partir del Verein Deutscher Studenten de 1881. Con apoyo conservador, Stoecker fue electo al Reichstag. Para esa época se creaba la mentada Liga de los Antisemitas de Wilhelm Marr, dedicada ésta a temas étnicos más que a soioeconómicos. Y un famoso académico, Heinrich von Treitschke, les otorgó respetabilidad al denominar a todo exceso antijudío "una reacción brutal y natural del sentimiento nacional alemán contra un elemento extranjero". Treitschke acuñó la máxima Die Juden sind unser Unglück! ("-los judíos son nuestra desgracia!") que medio siglo después se transformó en lema de los nazis.

En 1882 se reunió en Dresden el Primer Congreso Antijudío, azuzado por un libelo de sangre en Tisza-Eszlar. Con delegados de Alemania, Austria y Hungría, creó la Alianza Antijudía Universal. Hubo más congresos en Chemnitz 1883, Kassel 1886 y Bochum 1889. Los racistas más pendencieros terminaron por escindirse del partido de Stoecker y en 1886 Otto Boeckel fue elegido al Reichstag como el primer judeófobo per se. A los pocos a¤os fundó el Partido Popular Antisemita, y dieciséis candidatos judeófobos fueron electos al Reichstag en 1893. En 1895, por primera vez en la historia, un partido llegaba al poder con una plataforma judeófoba. Fue el Partido Social Cristiano de Viena, cuyo líder, Karl Lueger, mientras era burgomaestre de la ciudad, recibió la visita de un joven admirador llamado Adolf Hitler.

También a principios de esa década se propuso la doctrina de la judeofobia racial. Para su iniciador, Eugen Dühring "habrá un problema judío aún si cada judío le da la espalda a su religión y se une a una de nuestras principales iglesias… Son precisamente los judíos bautizados los que penetran más profundamente… los judíos deben ser definidos solamente en base de la raza".

En 1899 Houston Chamberlain (yerno de Wagner) elaboró cabalmente la antítesis ario-semita en Los fundamentos del siglo XIX, voluminoso manual de los académicos judeófobos, que explicaba cómo desde la antigüedad "…los arios cometieron el fatal error de proteger a los judíos (bajo el rey persa Ciro) y así permitieron que el germen de la intolerancia semítica esparciera su veneno por la Tierra durante milenios, una maldición contra todo lo que es noble y una vergüenza para el cristianismo". No todos los racistas coincidieron en esto. Por ejemplo, los neopaganos como Alfred Rosenberg y Walter Darré, consideraron el cristianismo como una ense¤anza "típicamente semítica" que socavaba el espíritu "germánico" por medio de una mentalidad de esclavos. Esas diferencias acerca de qué es ario y qué es semita, fue precisamente el problema que nunca resolvieron los racistas.

Su solución fue simple: todo lo bueno era apropiado para "los arios" y lo malo era "semita". Para Chamberlain, por ejemplo, el ideal era el nórdico rubio y dolicocéfalo, entre los que no dudó en incluir nada menos que a Dante Alighieri, e incluso al Rey David y a Jesús. Pero como los gustos de los racistas variaban, algunos resultados de su método fueron tragicómicos. Goethe por ejemplo, era para Chamberlain un "ario perfecto y puro"; para Fritz Lentz, un "híbrido teutónico-asiático"; para Otto Hauser, "un mestizo, puesto que en el Fausto hay centenares de versos lastimosamente malos".

Sin duda aquí radica la paradoja de este racismo: en la vastísima literatura acerca del "veneno judío", y a pesar de la enorme infraestructura montada para combatirlo, no se dio jamás una definición racial del judío. Nunca llegaron más allá de definirlo como alguien cuyos abuelos profesaron la religión judía. Así y todo, algunos fanáticos construyeron sistemas escatológicos muy elaborados en los que la lucha entre la raza aria y la semita era la contrapartida de la lucha final entre Dios y fuerzas diabólicas.

El hecho es que para 1900 la existencia de una raza aria era tenida por la mayoría como una verdad científica, y ya había todo un enorme aparato teórico que denunciaba la "influencia judía" en el arte, las leyes, la medicina, filosofía, literatura, etc. Un ejemplo particularmente escandaloso (aunque menor) fue la obra del campeón mundial de ajedrez Alexander Alekhine, Ajedrez ario contra ajedrez judío en la que se sostiene que los judíos juegan al ajedrez de un modo distinto, hiperdefensivo y oportunista.

La judeofobia racial no dejó salida a los judíos, y algunos encontraron una única reacción posible.

El Auto-Odio Judío

Miles de judíos habían dejado de lado su tradición décadas antes de los escritos racistas. Muchos, nacidos en familias religiosas y educados en ieshivot talmúdicas, abandonaron el judaísmo apenas se pusieron en contacto con la cultura alemana. El hijo de uno de aquellos judíos fue el máximo poeta Heinrich Heine, para quien "el judaísmo no es una religión sino una desgracia" y quien se bautizó ("pero no me convertí", aclaraba). El escritor Moritz Saphir fue aun más lejos: "el judaísmo es una deformidad de nacimiento, corregible por cirurgía bautismal".

Pero cuando la Emancipación se revirtió en Alemania, y los judíos fueron nuevamente confrontados con un odio sistemático que no les permitía en modo alguno liberarse de la carga de su judeidad, apareció un fenómeno muy singular: el auto-odio judío. Ese precisamente fue el título del libro de Theodor Lessing, que en 1930, examinó las biografías de seis judíos que odiaron su ascendencia. Algunos se suicidaron en consecuencia, incluido el conocido psiquiatra y filósofo autríaco Otto Weininger.

Casos de autoodio judío había habido en la antigüedad, como el del sobrino de Filón, Tiberio, que hizo masacrar a los judíos. Y también en la Edad Media hubo casos como Petrus Alfonsi, Nicholas Donin, Pablo Christiani, Avner de Burgos, Guglielmo Moncada y Alessandro Franceschi. Pero todos ellos habían tenido la opción de la apostasía, y aun pudieron unirse al sector más judeofóbico de la Iglesia a fin de perseguir a los judíos.

La novedad de la nueva etapa judeofóbica en Austria y Alemania de este siglo, fue que no dejaba escapatoria alguna, y llevó al auto-odio judío a los mismos abismos que la judeofobia gentil. La Organización de Judíos Nacional-Alemanes fue creada para apoyar "el renacimiento nacional alemán" (nazismo) en el cual esperaban cumplir un rol como judíos (eventualmente recibieron ese rol en Auschwitz).

Uno de los casos que estudió Lessing fue el del periodista vienés Arthur Trebitsch, quien se convirtió al cristianismo, escribió un libro judeófobo, y ofreció sus servicios a los nazis de Austria. Cuando sintió que todo era insuficiente, escribió: "Me fuerzo a no pensarlo, pero no lo logro. Se piensa dentro de mí… está allí todo el tiempo, doloroso, feo, mortal: el conocimiento de mi ascendencia. Tanto como un leproso lleva su repulsiva enfermedad escondida bajo su ropa y sin embargo sabe de ella en cada momento, así cargo yo la vergüenza y la desgracia, la culpa metafísica de ser judío. ¿Qué son todos los sufrimientos e inhibiciones que vienen de afuera en comparación con el infierno que llevo dentro? La judeidad radica en la misma existencia. Es imposible sacudírsela de encima. Del mismo modo en que un perro o un cerdo no pueden evitar ser lo que son, no puedo yo arrancarme de los lazos eternos de la existencia que me mantienen en el eslabón intermedio entre el hombre y el animal: los judíos. Siento como si yo tengo que cargar sobre mis hombros toda la culpa acumulada de esa maldita casta de hombres cuya sangre venenosa me contamina. Siento como si yo, yo solo, tengo que hacer penitencia por cada crimen que esta gente está cometiendo contra la germanidad. Y a los alemanes me gustaría gritarles: Permaneced firmes! No tengáis piedad! Ni siquiera conmigo! Alemanes, vuestros muros deben permanecer herméticos contra la penetración. Para que nunca se infiltre la traición por ningún orificio… Cerrad vuestros corazones y oidos a quienes aun claman desde afuera por ser admitidos. Todo está en juego! Permanezca fuerte y leal, Alemania, la última peque¤a fortaleza del arianismo! Abajo con estos pobres pestilentes! Quemad este nido de avispas! Incluso si junto con los injustos, cien justos son destruidos. ¿Qué importan ellos? ¿Qué importamos nosotros? ¿Qué importo yo? No! No tengan piedad! Se los ruego."

Si consideramos que los postulados judeofóbicos raciales habían penetrado por doquier en Alemania, se entiende el meteorítico crecimiento del nazismo, sobre todo si agregamos la simplicidad de su postura maniquea, que seduce a las masas. De veinte mil afiliados en 1923, el Partido Nazi recibió en 1930 dos millones y medio de votos, elevando a sus representantes en el Reichstag de 12 a 107. Dos a¤os después, ya eran 230. Cuando ascendieron al poder en 1933, el dogma judeófobo era una mitología filtrada en todos los órdenes de la vida, que sirvió para justificar el Holocausto.

El insulto a los judíos servía para enseñar a la juventud alemana el rechazo del pacifismo sentimental. Los maestros lo hacían en clase reprimiendo "debilidades" de otros niños. Siglos de odio acumulado se descargaron contra una población indefensa atrapada en Europa. El judío ya no era el chivo emisario, ni siquiera un miembro de una raza inferior. Era el culpable de todo mal: la derrota alemana en la Gran Guerra (tal acusación era llamada "la teoría de la pu¤alada en la espalda"), la inflación, el crimen, todo. El judío era el destructor inherente, el envenenador de la pureza. Y era incorregible. Sólo restaba una "Solución Final", que el slogan nazi explicitó claramente: Juda Verrecke! (judería, pereced!).

Al comienzo se fingió legalidad, se simuló autodefensa nacional. Luego el programa se aceleró: aislamiento, pauperización, expulsión, exterminio. Pero incluso antes de que el gobierno actuase, las tropas de asalto nazis, la policía y los afiliados del partido tomaron la acción en sus propias manos. Las golpizas, los boycots económicos, y los asesinatos de judíos fueron experiencias cotidianas. Se condenó al ostracismo a los judíos que ejercían como abogados, médicos, maestros, periodistas, académicos y artistas. Los ni¤os judíos eran insultados en las escuelas, por compa¤eros y por maestros, y regresaban a sus casas golpeados, pálidos y temblorosos. Una estrella amarilla debia exhibirse en la ropa, los libros de judíos eran incendiados en público.

Antes de que concluyera 1933, los judíos alemanes eran hombres desesperados, mujeres sollozantes y ni¤os aterrorizados. En septiembre de 1935 las Leyes de Nürenberg cancelaron la ciudadanía de todos los judíos, quienes pasaron a ser "huéspedes". La única salida era la emigración o el suicidio. Se limitó la salida de bienes del país, y para 1938 no podía sacarse ni siquiera un marco. Esta medida enriquecía al gobierno con cada partida, y también hacía del judío un inmigrante aun más indeseable en los países a los que presentaba su solicitud.

La Noche de los Cristales (10/11/1938) fue el horror: ultrajes, asesinatos, saqueos y violaciones. Los judíos corrían presas del pánico mientras hordas de nazis los perseguían. Más de cien judíos fueron asesinados, treinta y cinco mil arrestados (y eventualmente enviados a los campos de muerte), siete mil quinientos negocios saqueados y seiscientas sinagogas incendiadas, mientras los altoparlantes anunciaban: "se requiere de todo judío que decida colgarse, que tenga la amabilidad de colocar en su boca un papel con su nombre, para que sea identificado". El Holocausto había comenzado.

La historia del Holocausto excedería el marco de este curso. En síntesis, una nación entera se trasformó en el brazo ejecutor de la judeofobia más brutal. Y era la nación más civilizada del planeta. Se aplicó la "ideología" nazi, o sea la remoción de los judíos de la sociedad humana, por medio de etiquetarlos como parásitos, como un virus infeccioso que amenazaba al mundo. La mitología judeofóbica llevó así a la pérdida de seis millones de vidas de judíos (un tercio del total) y Adolf Hitler despojaba la judeofobia de todos sus disfraces y desnudaba su esencia. Instintos sádicos descontrolados fueron protegidos por la ley, por el estado, por el silencio del mundo. Tanto la conferencia internacional de Evian (1938) como la de Bermuda (1943) no pudieron proveer a los judíos de un solo sitio en el que refugiarse. Y las puertas de la Tierra de Israel permanecieron selladas por los británicos que devolvían a Europa los barcos cargados de refugiados judíos, o los hundían y así condenaban a miles de judíos fugitivos a ahogarse en el mar.

Millones de judíos que habían rechazado o postergado las propuestas sionistas de emigración, y confiaban que la seguridad del pueblo judío sería defendida por los ideales liberales de Europa, por una legislación justa, y por democrátas por doquier, descubrieron con estupor que incluso sus vecinos y amigos no-judíos no se levantaron a protegerlos, ni incluso a esconderlos. Hubo, sí, miles de "justos entre los gentiles" que expresaron solidaridad con los judíos, algunos incluso arriesgando así sus propias vidas. Pero a pesar de ellos, el panorama global fue de tétrica desilusión para los que creyeron que la judeofobia estaba por superarse.

La opresión de los judíos caía en niveles cada vez peores. Desde legislación discriminatoria hasta exclusión de empleos de los que subsistir, desde actos de violencia contra individuos en las calles hasta campa¤as contra negocios de judíos, desde deportaciones y degradación, hasta el exterminio, y la mayoría de los gentiles cubrieron sus ojos, cerraron sus puertas a los que buscaban refugio y, con demasiada frecuencia, fueron partícipes del asesinato de judíos, arrebatándoles sus pertenencias y delatando sus escondrijos. Aun más que durante las matanzas medievales, los alemanes tuvieron éxito en el genocidio debido a la abrumadora coooperación que recibieron de los ciudadanos de los países ocupados.

Todos los pedidos de los judíos fueron virtualmente desoídos, incluída la solicitud de que se bombardearan los hornos crematorios de Auschwitz, donde un millón y medio de judíos fueron asesinados después de inenarrables sufrimientos. Los ejércitos aliados se negaron a bombardear el campo de muerte, por temor de que sus propios ciudadanos sintieran que habían sido arrastados a una "guerra judía".

Llamar racismo a la "ideología" nazi es otro empe¤o por desjudaizar el Holocausto. Sólo en lo que concernía a los judíos fueron los nazis consistentemente "racistas". Sus principales aliados fueron pueblos latinos y asiáticos, Italia y Japón, y flirtearon con otro pueblo supuestamente "semita", los árabes. Es sabido que cuando el líder de los árabes-palestinos, Hajj Amin Al-Husseini, visitó a Alfred Rosenberg en mayo de 1943, se le prometió que se daría instrucciones a la prensa para que limitara el uso de la voz "anti-semitismo" porque sonaba al oído como si incluyera el mundo árabe, que era mayormente germanófilo. Husseini participó del golpe pronazi en Irak en 1941, y residió en Alemania por el resto de la guerra. Recrutó a los voluntarios musulmanes para el ejército alemán y exhortaba al Reich a extender la "solución final" a Palestina.

El hecho es que el odio nazi se focalizó en los judíos con la virtual exclusión de toda otra "raza" (incluídos los gitanos que, aunque fueron muertos en masa, a diferencia de los judíos, en la visión de los nazis no pasaron de ser marginales).

No fue debido al racismo que los nazis odiaban a los judíos, sino al revés: para ejercer su honda judeofobia utilizaron argumentos racistas. No fue para adquirir poder que los nazis atacaron al "chivo expiatorio" judío, sino al revés, o como Hitler escribiera, ya derrotado, en su diario, en abril de 1945: "Por encima de todo encargo al gobierno y al pueblo a resistir sin misericordia al envenenador de todas las naciones, el judío internacional".

Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi: "Casi toda ideología y nacionalidad europea había estado saturada con odio contra el judío cuando los nazis consumaron la "solución final". En las décadas y siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista habían considerado intolerable la existencia de los judíos. En un análisis final, todos se habrían opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no podría haberlo hecho".

En cuanto al rol específico de la Iglesia, fue objeto este mes de un simposio vaticano bajo el título de "Raíces de antijudaísmo en círculos cristianos". Allí tanto el teologo Georges Cottier como la autoridad vaticana, el padre Remi Hoeckman, convocaron a un "histórico examen de conciencia por parte de los cristianos, a fin de que el fin del milenio coincida con el fin del antisemitismo, del desprecio que los cristianos han tenido por el judaísmo y los judíos".

 

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 7

 … Mahoma no logró que los judíos lo aceptaran como un nuevo Moisés, y entonces se volvió en contra de ellos. Su frustración fue registrada en el Corán, y así proveyó a millones de musulmanes durante siglos, de una antipatía hacia los judíos que se suponía divinamente inspirada (suras 2:61, 2:97, 5:64 y 5:78). … El último libro de Martìn Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras (1543), llama a los judíos el Anticristo: "es más difícil convertirlos a ellos que al mismo satán". 

 


 

Unidad 07: El Islam, el Protestantismo y la Judeofobia Moderna

Por: Gustavo Perednik

  

Después de transitar por la judeofobia medieval a través de sus siete prácticas y tres mitos principales, nos quedó pendiente la pregunta de si el "valle de lágrimas" se dio paralelamente en las dos grandes ramas del tronco cristiano, la católica y la protestante.

Nuestra respuesta pondrá énfasis en el símil del protestantismo y el Islam: ambos comenzaron por procurar su validación en los judíos y, frustrados por el rechazo de éstos, devinieron en judeofóbicos.

Sin embargo, a diferencia del cristianismo, el Islam no emergió del seno del judaísmo. No fue judío su fundador y no arguyó consumar las profecías de Israel. Por ello, su careo con la judería careció de tensiones teológicas.

Cuando el Islam se expandió, los judíos que se encontraron bajo su égida, si bien no fueron exentos de degradación e inseguridad, su vida pocas veces incluyó las torturas, expulsiones y hogueras que les propinó el dominio cristiano.

El Islam nació en el siglo VII en Medina, de cuya comunidad judía Mahoma adoptó varias observancias para la nueva religión: la plegraria en dirección a Jerusalem (que eventualmente se cambió por La Meca), las leyes dietéticas (por ejemplo la prohibición de ingerir cerdo), o el ayuno del Día del Perdón (que fue reemplazado por el del mes de Ramadán). A pesar de este acercamiento, Mahoma no logró que los judíos lo aceptaran como un nuevo Moisés, y entonces se volvió en contra de ellos. Su frustración fue registrada en el Corán, y así proveyó a millones de musulmanes durante siglos, de una antipatía hacia los judíos que se suponía divinamente inspirada (suras 2:61, 2:97, 5:64 y 5:78).

El Pacto de Omar del año 720 fue el código legal musulmán que prescribía el tratamiento que se debía a los Dhimmis (o monoteístas no islámicos). De varios modos los Dhimmis debían aceptar status de inferioridad frente al musulmán: cederle su asiento o vestir atuendos diferentes, y abstenerse de cabalgar o de hacer pública su religión. A veces ello no bastaba: durante el siglo XI el califa Hakim ordenó que los judíos llevaran colgadas del cuello pelotas de más de dos kilos que les recordarían el becerro de oro que sus ancestros habían idolatrado.

De todos los países árabes los judios fueron obligados a irse. El único de ellos que tuvo comunidad judía y nunca fue gobernado por una potencia europea, fue el Yemen. En 1679 casi todos los judíos yemenitas fueron expulsados de las ciudades y aldeas, y la sinagoga de la capital, Sana, fue convertida en mezquita (aún existe y es llamada "mezquita de la expulsión"). Cuando Turquía ocupó el Yemen en 1872 y requirió que se detuviera la costumbre de niños musulmanes de arrojar piedras sobre los judíos, obtuvo como respuesta que no podía prohibirse lo que era una antigua costumbre religiosa a la que llamaban Ada. Hasta que los remanentes judíos partieron del Yemen en 1948, estaban obligados a vestir como mendigos y a los niños se les imponía el Islam cuando los padres morían.

El mito del libelo de sangre fue introducido en el mundo árabe en Damasco en 1840. Sólo después de una condena internacional se liberó a los judíos que sobrevivieron las torturas con que los castigaron, y el libelo se popularizó, y los judíos eran frecuentemente atacados (especialmente en Egipto y en Siria) so pretexto de que bebían sangre musulmana. El actual ministro de defensa de Siria, Mustafá Tlas, es autor de La Matzá de Sión, libro en el que defiende el libelo (¡en 1983!) y que el delegado sirio recomendó a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.

El Protestantismo

Volvamos a la cristiandad. La rama protestante, fundada por Martín Lutero en 1517, sostenía entre sus principios devolver el cristianismo a sus fuentes hebreas, en lugar de la interpretación helenística. En efecto, al comienzo hubo muchos protestantes que se acercaron al judaísmo, algunos en en la expectativa de que los judíos finalmente aceptarían la fe en Jesús si ésta se les presentaba con amor y con el énfasis en su origen hebraico. Pero también aquí, cuando esas expectativas probaron ser infundadas, la reacción fue judeofóbica.

El último libro de Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras (1543), llama a los judíos el Anticristo: "es más difícil convertirlos a ellos que al mismo satán". Lutero exhortó a la violenta expulsión de los judíos de toda Alemania y aconsejó a los nobles de Europa: "Primeramente, sus sinagogas deben ser incendiadas, y lo que no sea consumido por el fuego que sea cubierto de inmundicia… Así sea hecho en honor de Dios y del cristianismo; que Dios vea que los cristianos no toleramos ni aprobamos tal mentira pública, maldición y blasfemia contra Su hijo y Sus cristianos. Segundamente, sus hogares deben ser igualmente derribados y destruidos. Porque perpetúan lo mismo que hacen en sus sinagogas. Colóqueselos en establos. En tercer lugar, príveselos de sus libros de oraciones y del Talmud, en los que se enseña idolatría, mentiras, maldiciones y blasfemias. En cuarto lugar, debería prohibirse a sus rabinos enseñar, bajo amenaza de muerte… La furia de Dios contra ellos es tan grande que están cada vez peor… Para resumirlo, estimados príncipes y nobles que tenéis judíos entre vuestras posesiones, si mi consejo no os es suficiente, buscad otro mejor para que vosotros, y todos nosotros, seamos libres de esta insoportable carga diabólica, los judíos".

Quien esto escribió era y es un reconocido teólogo, fundador de una nueva corriente religiosa mundial, y considerado por muchos como el padre del moderno alemán. Uno de los jerarcas nazis más brutales, Julius Streicher, arguyó en su defensa durante los juicios de Nürenberg que no había hecho sino cumplir con los consejos de Lutero.

La Judeofobia en la Modernidad

Hasta aquí hemos visto el desarrollo de la mitología judeofóbica en tres etapas: la antigüedad (los judíos son leprosos, adoradores de asnos, misántropos y haraganes), la Edad Media temprana (el pueblo judío es deicida y, por medio de su sufrimiento, un testimonio de la verdad del cristianismo), y la Edad Media tardía (los judíos beben sangre cristiana, envenenan los pozos de agua, y son socios del diablo). La principal diferencia entre los mitos paganos y los cristianos es que aquéllos eran básicamente culturales y éstos fueron teológicos: la premisa pasó a ser "Dios los odia".

¿Habría salvación? Pareciera que sí, puesto que en el horizonte se vislumbraba el fin de mitos y la discriminación, de desprecio, calumnias y crueles leyendas. El Siglo de las Luces (el XVIII) traía una atmósfera de racionalismo y enciclopedismo, en la que los librepensadores desechan las supersticiones y postulan una religión de la razón para un mundo de confraternidad. Pero oh sorpresa, ellos mismos no superaron los prejuicios judeofóbicos sino que los reafirmaron.

Cuando Emile Zola escribió que "los judíos como están hoy son la obra de nuestros mil ochocientos años de persecución idiota", entendía que la judeofobia era un problema de los gentiles, y que el modo de superar ésa y otras taras sociales era la educación. Y sin embargo, los responsables de educar e iluminar al pueblo, los que enarbolaban el estandarte de la revolución ideológica, eran judeófobos.

El principal de los autores de la famosa Enciclopédie (1765), Denis Diderot, señaló como virtud de los judíos que son el pueblo más antiguo y que nunca fueron politeístas, pero al mismo tiempo los consideró "ignorantes y supersticiosos". Paul D’Hollbach fue más lejos. En L’Esprit du Judaisme (1770) sostiene que el judaísmo es malo por naturaleza, y constituye corrupto origen del cristianismo. Moisés fue a sus ojos el más perjudicial de cuanto legislador hubo, transmisor de misantropía y parasitismo. El Dios de los judíos era sanguinario y los llevaba al genocidio; los patriarcas, eran lascivos y mentirosos; los profetas, fanáticos; la idea mesiánica, insana; los judíos, el pueblo más vil. (Es paradojal cómo después de dos milenios de sufrir bajo el yugo cristiano, D’Hollbach y otros venían ahora a culpar a los judíos por haber creado el cristianismo).

Digamos que, en términos generales, Montesquieu favoreció el otorgamiento de igualdad de derechos a los judíos y se solidarizó con su sufrimiento ("el judaísmo es una madre que dio a luz a dos hijas que le dieron mil golpes… si no quieres comportarte cristianamente, hazlo por lo menos como un ser humano"), pero también advirtió que "dondequiera haya dinero, hay judíos". Jean-Jacques Rousseau fue una notable excepción y tomó consistentemente una postura favorable a los judíos.

Pero el peor de los judeófobos iluministas fue quien encarnó las ideas de "libertad, igualdad y fraternidad", Voltaire, enemigo de la Iglesia y de la superstición. Su Diccionario Filosófico, en más de un cuarto de sus entradas arremete contra los judíos, "el pueblo más imbécil de la faz de la Tierra, enemigos de la humanidad, el más obtuso, cruel, absurdo…" Los judíos, que constituían el 1% de la población, son motivo de la entrada más larga del libro: "la nación más singular que el mundo ha visto; aunque en una visión política es la más despreciable de todas, sin embargo a los ojos de un filósofo vale la pena considerarla. …De un breve resumen de su historia resulta que los hebreos siempre fueron errantes o ladrones, esclavos o sediciosos. Son todavía vagabundos sobre la Tierra, aborrecidos por todos los hombres… Si preguntas cuál es la filosofía de los judíos, la respuesta será breve: no tienen ninguna… Los judíos nunca fueron filósofos ni geómetras ni astrónomos".

No es posible que Voltaire ignorara quiénes habían sido Maimónides o Spinoza, pero la judeofobia tiene la facultad de torcer el razonamiento del más razonable de los hombres. Y Voltaire toca el nervio mismo de la judeidad, porque si hubo un área en la que los judíos podían exhibir grandes logros, es la educación. Sin embargo, escribe Voltaire: "Estuvieron tan lejos de tener escuelas públicas para la instrucción de la juventud, que ni siquiera tienen un término en su idioma que exprese esa institución… Su estadía en Babilonia y Alejandría, durante la que podrían haber adquirido sabiduría y conocimientos, sólo los entrenó en la usura…"

Este gran racionalista llegó hasta a reafirmar el peor libelo: "vuestros sacerdotes siempre han sacrificado vidas humanas con sus sacras manos". Algunos historiadores sostienen que Voltaire en realidad deseaba atacar a la Iglesia, y lo hacía por medio de arremeter contra los judíos. Disentimos, porque Voltaire no tuvo reparos en embestir directa y abiertamente contra la Iglesia. Nunca necesitó hacerlo por interpósita persona. Firmaba sus cartas con el lema Écrasez l’infâme ("destruyan al infame", en referencia a la Iglesia) salvo aquellas cartas que enviaba a judíos, donde firmaba caballero cristiano de la cámara del rey muy cristiano.

"En suma -concluye el Diccionario- encontramos en ellos solamente un pueblo ignorante y bárbaro, que ha largamente unido la más sórdida avaricia con la más detestable superstición y el más insuperable odio por cada pueblo por el que son tolerados y del que se enriquecen. Empero, no debemos quemarlos".

La judeofobia de Voltaire, muy común entre los librepensadores dieciochescos, tuvo su excepción entre los ingleses, como John Locke y John Toland. Con todo, en Inglaterra la Emancipación completa no se logró hasta 1858, cuando el barón Lionel de Rothschild tomó lugar en el Parlamento, bajo un juramento especial para la ocasión.

Ese otorgamiento de igualdad de derechos es nuestro tema, puesto que la judeofobia moderna fue en efecto una reacción contra la Emancipación, que se dio en tres corrientes, ejemplificadas en sendos países: la socioeconómica (Francia), la racial (Alemania) y la conspiracional (Rusia).

Francia

La Asamblea Nacional revolucionaria debatió por dos años si la libertad, igualdad, fraternidad, debían aplicarse también a los judíos. Al final, en septiembre de 1791, se les otorgó libertades cívicas, y unos lustros después Napoleón asumió el deber de hacer de los judíos buenos franceses.

Presionado por quejas que llegaban desde Alsacia acerca de la práctica usuraria de los judíos, Napoleón convocó a una Asamblea de Notables Judíos que sesionó entre julio de 1806 y abril de 1807, integrada por ciento once rabinos y líderes comunitarios. Debían responder a doce preguntas acerca de los hábitos judíos, a saber: poligamia, divorcio, exogamia, patriotismo francés, la relación con los no-judíos, obediencia a la ley, designacíon de rabinos y marco de su autoridad, profesiones prohibidas, y la usura. Durante los últimos meses de las sesiones, se requirió de setenta y un asambleístas, mayoritariamente rabinos, que crearan en base de las respuestas dadas, leyes religiosas que fueran aceptadas por los judíos. Este grupo fue denominado el Sanhedrín napoleónico.

Napoleón no previó que la judeofobia francesa descargaría su oposición a la Emancipación de los judíos precisamente contra ese Sanhedrín (que representaba la integración israelita a Francia). El jesuita Agustín Barruel alertó al gobierno en 1807, de un complot judío internacional "que transformará iglesias en sinagogas", y que le había sido revelado por un personaje llamado Simonini, del que hasta hoy se ignora si realmente existió.

El término equivocado de Sanhedrín colaboró con la patraña, puesto que Barruel sostenía el absurdo de que "finalmente salía a la luz el Sanhedrín que había actuado clandestinamente durante quince siglos". Durante ese lapso los judíos habrían gobernado el mundo subrepticiamente (nadie parecía notar que por lo visto les había ido bastante mal en ese gobierno, puesto que les cupo mayormente el rol de víctimas). Napoleón disolvió abruptamente su Sanhedrín, y así nacía el primer mito judeofóbico de la modernidad: la conspiración judía mundial, del que hablaremos en la novena lección.

Los aires pre-emancipatoriales regresaban con su peor cara. Y si bien dijimos que el término Sanhedrín fue erróneo (puesto que insinuaba poderes legislativos y judiciales) también es claro que se trató de un mero detonante arbitrario, y de la causa de la judeofobia moderna (la judeofobia en cada época encuentra sus excusas).

El Papa Pío VII le creyó a Barruel, y tanto en los estados papales como en Alemania se revirtió la Emancipación apenas Napoleón fue derrocado (1815). Esos pocos años habían suscitado una gran ola de asimilación entre los judíos que golpeaban las puertas de la sociedad gentil mucho antes de que se abrieran. La vanguardia asimilacionista estuvo en Berlín. Hugo Valentin exageró en su libro Anti-Semitismo que "más judíos alemanes se bautizaron entre 1800 y 1818, que en los previos 1800 años juntos".

Los judíos aprendían con dolor que la judeofobia no se neutralizaba por medio de decretos gubernamentales, ni por doctrinas iluministas, ni por asimilación. La agitación judeofóbica crecía en muchas ciudades alemanas, y en 1819 llegó a un nuevo pico de violencia bajo el grito de Hep, hep, muerte a los judíos!. Las autoridades arguyeron que debían desposeer a los judíos de su Emancipación debido al malestar que ella creaba en las masas.

En Francia, varios filósofos convirtieron la reacción judeofóbica en una ideología. François Fourier (m. 1837) cuya escuela de reforma social se popularizó, consideraba que "el comercio es la fuente de todos los males y los judíos son la encarnación del comercio." Había sido un gran error emancipar a los esclavos y a los judíos, "la nación más despreciable". Su discípulo Alphonse Toussenel escribió en 1845 una obra en dos volúmenes llamada Los judíos, reyes de la época, que inspiró a una judeofobia rural conservadora que eventualmente devino en movimiento político. Toussenel, empero, advertía al lector que en su libro el término judío era utilizado en el sentido de banquero, usurero, pero aprobó abiertamente la persecución que los judíos habían sufrido hasta ese momento como pueblo.

Esta manipulación semántica le permitía incluir bajo el epíteto judío incluso a los países protestantes. Se trata de un juego de palabras. Es cierto que Toussenel era también antiprotestante, pero el hecho de que que acusa a los judíos de todo aquello que le disgusta ilustra la esencia de la judeofobia.

Porque Toussenel censuraba la influencia protestante, pero no proponía destruir a los protestantes como grupo. En el mismo sentido, es incorrecto aseverar que D’Hollbach eran tanto judeofóbico como era anticristiano, o que Stalin era tan judeofóbico como antirreligioso, o que Hitler era tanto anti-judío como anti-comunista. Una cosa es expresar reservas sobre ideas (¡incluso si esa idea viene del judaísmo!) y otra muy diferente es atacar a un grupo que encarna todo "mal" que el agresor detesta.

La paranoia judeofóbica en Francia llegó a su clímax con el libro Francia judía (1886) de Edouard Drumont, en donde se "demostraba" cómo Francia estaba subyugada por "los" judíos, y que en poco tiempo alcanzó centenares de ediciones. En 1889 Drumont fundó la Liga Antisemita (homónima de la Wilhelm Marr en nuestra primera lección) y a los pocos años fue elegido diputado.

El estereotipo de judíos presentados como dominadores de una nación fue repetido muchas veces por nacionalistas de muchos países. Un tal Horacio Calderón publicó hace unas décadas su versión Argentina Judía. El método usual es mencionar los nombres de judíos que son banqueros, editores de diarios, industriales, etc., y después amontonar este poder en la deducción de que pertenece en su conjunto a un grupo solapadamente coordinado: "los" judíos. (El absurdo es parecido al de quien atribuyera poder financiero a "los gordos" por descubrir a muchos banqueros pasados de peso, clamara contra una prensa poseída por "los" miopes porque muchos periodistas usan lentes. Y sin embargo, así es la maniobra: se hacen resaltar los judíos que están es posiciones elevadas y se despierta la sospecha de que actúan bajo coordinación secreta: "los" judíos).

Que muchos franceses aún están infectados por este prejuicio, se puso en evidencia en marzo de este año cuando Jean-Marie Le Pen, líder opositor que recibió apoyo del 15% de la población, acusó al presidente de Francia de estar controlado por "los judíos". La cúspide de la línea judeofóbica francesa fue el affaire Dreyfus.

Alfred Dreyfus, capitán del ejército francés, fue arrestado en 1894 y juzgado por una corte marcial bajo el cargo de traición. Un documento militar secreto (el "bordereau") enviado al agregado militar de la embajada alemana en París, llegó a las manos del servicio de inteligencia francés. El veredicto contra Dreyfus, su degradación, y encarcelamiento en la Isla del Diablo, y su ulterior reahabilitación en 1906, fueron traumáticos para Francia y para el mundo judío en su conjunto. Durante esa década, líderes franceses de alto rango fueron probados cómplices de un escándalo judeofóbico de mayores proporciones.

Los franceses se dividieron en Dreyfusistas (en general liberales y socialistas) y anti-Dreyfusistas (monarquistas, reaccionarios y la Iglesia). El diario La Civiltá Cattolica (que aún hasta hace un siglo difundía el libelo de sangre y mantuvo su judeofobia incluso después de la Segunda Guerra Mundial) se sumó apasionadamente a los anti-Dreyfusistas.

El aspecto más abrumador no fue la probadísima inocencia de Dreyfus, y ni siquiera que se lo perseguía por ser judío, sino la violenta reacción las masas bajo el grito de "muerte a los judíos", provocado por la inculpación de un judío bajo un cargo relativamente menor. Que esto ocurriera en el país de la igualdad de derechos, generó estupor entre los judíos por doquier, y probó que la asimilación no inmunizaba a los contra la judeofobia.

Esa fue la conclusión de un periodista vienés que llegó a París a fin de cubrir el affaire Dreyfus, y parcialmente debido a él se decidió a crear la Organización Sionista Mundial, Teodoro Herzl.

Ecos del affaire Dreyfus reverberaron en Francia por una generación. Durante la Segunda Guerra su eco se reconocía en la división entre el gobierno de Vichy y las fuerza de Francia Libre. Lo curioso es que el máximo líder de esta última, Charles de Gaulle en 1967, llamó a los judíos "pueblo elitista y dominador". Y dicha expresión pública del presidente de Francia se escuchaba sólo veinte años después de que él mismo combatiera al régimen que había asesinado a un tercio de los "dominadores".

En Francia la judeofobia fue mayormente ecnónomica y política. No se centraba en lo cultural (como la del mundo pagano) ni en lo teológico (como la medieval). Produjo el mito moderno de que los judíos gobiernan todo, en cuyo origen volveremos a detenernos. Y tampoco se basó en principios raciales como la que se desarrolló en Alemania, y será motivo de nuestra próxima clase.

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 6

… los judeófobos más virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo) reverenciados como santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la abolición de los derechos a los judíos en Nápoles y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las deudas que cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde, debido a sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron torturados y quemados vivos; muchos fueron empujados al suicidio.

 


Unidad 06: La Mitología judeófoba

Por: Gustavo Perednik

 

El sufrimiento que venimos estudiando fue relatado en un libro de 1558 de Josef Ha-kohen, bajo el bíblico título de El Valle de Lágrimas (Emek Ha-Bajá). Refiere "las penas que cayeron sobre nosotros desde el día del exilio de Judea de su tierra". Tres preguntas pueden formularse acerca de esas lágrimas.

La primera: por qué los judíos siempre sufren. Respuesta: si al decir por qué aludimos a las causas de la judeofobia, bueno, precisamente ése es el tema de nuestro curso, y para el final habrá explicaciones.

Pero si el por qué sugiere que debe de haber cierta paranoia si encontramos a los judíos siempre como víctimas, nuestra respuesta es que la judeofobia es en efecto una enfermedad social enorme que consiste en el odio hacia los judíos, y por ende, siempre los tuvo como víctimas principales. Persistió por milenios exterminando judíos, alcanzó un genocidio de seis millones hace cincuenta años (un tercio de la población judía mundial) y sigue con vitalidad para continuar.

La segunda pregunta es si la gigantesca magnitud de la judeofobia acaso significa que todo el mundo odia (u odió) a los judíos. La respuesta es no, no todo el mundo está enfermo de judeofobia, pero no es la parte sana el objeto de nuestro estudio, aun cuando es mayoritaria.

La tercera pregunta es si el clero de la Iglesia medieval era unánime en su letal postura judeofóbica. Otra vez, la respuesta es no. Incluso en períodos en los que la postura teológica de la Iglesia era judeofóbica, en el plano individual hubo eclesiásticos que rechazaron la violencia contra los judíos. Desde antaño hay ejemplos de obispos y sacerdotes que intentaron proteger a los judíos.

Cuando la sinagoga de Ravenna fue incendiada (c.550), Teodorico ordenó que la población católica la reconstruyera y flagelara a los incendiarios. Durante la primera cruzada el Obispo Comas salvó a los judíos de Praga. En la segunda, Bernardo de Clairvaux defendió activamente a los judíos que eran asesinados.

El problema, sin embargo, es que los judeófobos más virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo) reverenciados como santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la abolición de los derechos a los judíos en Nápoles y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las deudas que cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde, debido a sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron torturados y quemados vivos; muchos fueron empujados al suicidio.

La abolición de los derechos de los judíos en Polonia por Casimiro IV también fue resultado de las maniobras de Capistrano, e inició una ola de desmanes antijudíos. Ni siquiera les permitió a los judíos escapar ese destino: fue el responsable de un edicto papal que prohibía el transporte de judíos a la Tierra de Israel. Durante su vida, recibió tanto el mote de "azote de los judíos" como el cargo de Inquisidor papal. Más de dos siglos después de su muerte fue canonizado y, desde entonces, cada 28 de marzo los católicos reverencian su memoria.

El mensaje de la Iglesia era, cuando menos, incoherente. Difundía la enseñanza del desprecio, pero ocasionalmente intentaba detener a los despreciadores que se apresuraban en cometer horrendos crímenes; el intento era tardío e insuficiente. Esta postura nunca varió radicalmente. Por ello uno de los primeros historiadores del Holocausto, Raul Hilberg, fue capaz de trazar una tabla que muestra cómo cada una de las principales Leyes de Nürenberg de la Alemania nazi tenía su precedente en la legislación eclesiástica.

La declaración de la Conferencia de Obispos Holandeses de 1995 fue un punto de inflexión en la historia de la Iglesia, al admitir que hay un sendero directo que une la teología del Nuevo Testamento con Auschwitz.

También durante la Segunda Guerra la posición del Vaticano reflejó esta habitual ambivalencia, cuando sus reservas acerca del nazismo se limitaron a proteger a católicos "no-arios". Es cierto que las encíclicas de la Iglesia y sus pronunciamientos rechazaban el dogma racista y cuestionaban algunas tesis nazis como erróneas, pero siempre omitieron criticar, o siquiera mencionar, el ataque específico contra los judíos. En 1938, Pío XI supuestamente condenó a los cristianos judeofóbicos, pero esta condena fue omitida por todos los diarios de Italia que informaron sobre el mensaje papal. Su sucesor, el germanófilo Pío XII, ya desde 1942 había recibido información sobre el asesinato de judíos en los campos. A pesar de ello restringió todos sus pronunciamientos públicos a expresiones muy cuidadosamente formuladas de simpatía por "todas las víctimas de la injusticia".

La neutralidad y el silencio del papa continaron incluso cuando los alemanes cercaron a ocho mil judíos de Roma en 1943. Mil de ellos, mayormente mujeres y niños, fueron transportados a Auschwitz. Al mismo tiempo, con la anuencia papal, más de cuatro mil judíos encontraron refugio en muchos monasterios de Roma (algunas decenas en el Vaticano mismo).

Sin duda, el papa no tenía poder como para detener el Holocausto, pero podría haber salvado miles de vidas si hubiera adoptado públicamente una posición contra el nazismo. Hitler, Goebbels y muchos otros cabecillas nazis, murieron como miembros de la Iglesia Católica, y nunca fueron excomulgados (lo que contrasta con el hecho, por ejemplo, de que el presidente argentino Juan D. Perón fue excomulgado cuando en 1955 atacó la influencia de la Iglesia, y unos pocos meses después fue derrocado).

Un sacerdote católico lideró el régimen nazi de Eslovaquia, y tambíen fueron católicos un cuarto de los miembros de las SS, así como casi la mitad de la población del Gran Reich Alemán.

La resuelta reacción del Episcopado alemán contra el programa nazi de eutanasia, logró que virtualmente se suspendiera el plan. Pero los judíos no avivaron en la Iglesia la compasión que despertaron los insanos y los retardados. Respecto de los judíos, la Iglesia estuvo interesada más en salvar sus almas que sus cuerpos. Las cancillerías diocesanas incluso proveyeron al régimen nazi de los registros de las iglesias, con datos personales acerca del marco religioso del que provenían sus feligreses.

Cuando las deportaciones de los judíos alemanes comenzaron en octubre de 1941, el episcopado limitó su intervención a suplicar por los que se habían convertido al cristianismo. Los obispos recibieron informes sobre la matanza de judíos en los campos de muerte, pero su reacción pública se limitó a vagos pronunciamientos vagos que eludían el mero término judíos.

Hubo, claro, excepciones, tanto nacionales como individuales. Una de éstas fue el prelado berlinés Bernhard Lichtenberg, quien rezó públicamente por los judíos (y falleció en su camino a Dachau). Una nación excepcional fue Holanda, en donde ya en 1934 la Iglesia prohibió la participación de católicos en el movimiento nazi. Ocho años después los obispos protestaron públicamente ante las primeras deportaciones de judíos holandeses, y en mayo de 1943 prohibieron la colaboración de policías católicos en las cazas de judíos, aun a costa de que así debieran perder sus puestos. Muchos judíos salvaron sus vidas gracias a las audaces acciones de rescate de clérigos menores, monjes, y laicos católicos.

Ahora pasaremos a lo fundamental que quedó pendiente de nuestra última lección: los tres principales mitos cristianos inventados en la Edad Media, a través de los cuales la judeofobia fue transmitida desde el siglo XIV.

Libelo de Sangre o Asesinato Ritual

Este es una de las expresiones máximas de histeria colectiva y crueldad humanas. Se trata de la acusación de que los judíos asesinan a no-judíos (especialmente cristianos) a los efectos de utilizar su sangre en la Pascua u otros rituales.

Hubo cientos de libelos, que en general seguían el mismo esquema. Se hallaba un cadáver (usualmente el de un niño, y más frecuentemente cerca de la Pascua cristiana), los judíos eran acusados de haberlo asesinado para usar ritualmente su sangre. Los principales rabinos o líderes comunitarios eran detenidos y se los torturaba hasta que confesaban que en efecto eran culpables del crimen. El resultado era la expulsión de toda la comunidad de esa comarca, tormentos para una buena parte de sus miembros, o bien el exterminio expedito de todos ellos. Generación tras generación, judíos fueron torturados en Europa y comunidades enteras fueros masacradas o dispersadas debido a este mito.

Algunos aspectos son indispensables para entender la enormidad del libelo, a saber:

  1. La ignorancia de los gentiles con respecto de la religión judía (por ejemplo en el judaísmo está totalmente prohibida la ingestión de sangre);
  2. En el medioevo, el pan de la comunión creaba una atmósfera emocional en la que se sentía que el niño divino se escondía misteriosamente en el pan compartido. El friar Bertoldo de Regensburg solía preguntar: "¿quién quisiera morder la cabeza, la mano o el pie del bebé?" En este contexto, el libelo podría considerarse como una especie de proyección colectiva: si detestamos ingerir sangre humana, atribuyámoselo a otros.
  3. Según una superstición difundida en Alemania, la sangre, incluso la de cadáveres, podía curar.

En ese país ocurrió el primer caso, en Wuerzburg 1147. Un niño cristiano fue supuestamente crucificado por judíos (el motivo de la cruz explica por qué los libelos ocurrían generalmente en la época de la Pascua). En Fulda (1235) se agregó otro motivo: los judíos beben sangre cristiana con motivos medicinales. En Munich (1286) se enfatiza que los judíos rechazan la pureza, odian la inocencia del niño cristiano. Así narró los hechos el monje Cesáreo de Heisterbach: "el niño cristiano cantaba ‘Salve regina’ y como los judíos no pudieron interrumpirlo, le cortaron la lengua y lo despedazaron a hachazos".

Así lo explican ciudadanos de Tyrnau (Trnava) en 1494: "los judíos necesitan sangre porque creen que la sangre del cristiano es un buen remedio para curar la herida de la circuncisión. Entre ellos tanto los hombres como las mujeres sufren de la menstruación… Además tienen un precepto antiguo y secreto, por el que están obligados a derramar sangre cristiana en honor de Dios, en sacrificios diarios, en algún lugar".

Inglaterra, España, Italia

En el caso de Norwich (1148) "los judíos compraron al niño mártir William antes de la Pascua y lo torturaron como a nuestro Señor, y durante el Viernes Santo lo colgaron en una Cruz". Esa descripción se reitera en Gloucester (1168) y en Lincoln (1255). En 1290, los judíos fueron expulsados de una Inglaterra enrarecida por la difusión de los libelos, y aun un siglo después de la expulsión, Geoffrey Chaucer lo recoge en sus prólogos a los Cuentos de Canterbury.

También la expulsión de España fue precedida por una atmósfera hostil debida a los libelos. El de La Guardia tuvo lugar en 1490-1491, y de inmediato se instituyó el culto del Santo Niño mártir. El primer libelo español data de 1182 en Saragosa, y el asunto terminó por incluirse en la ley. El Código de las Siete Partidas (1263) reza: "Hemos oido decir que en ciertos lugares durante el Viernes Santo los judíos secuestran niños y los colocan burlonamente sobre la cruz".

Detalles fueron agregándose a la historia, que asumió grandes proporciones. En 1583 Fray Rodrigo de Yepes escribió la Historia de la muerte y glorioso martirio del Santo Inocente, que llaman de La Guardia (después de casi un siglo sin judíos en España) y el argumento sirvió de base para la obra de Lope de Vega El Niño Inocente de La Guardia. En el siglo XVIII José de Canizares lo adaptó en La Viva Imagen de Cristo y Gustavo Adolfo Bécquer (1830-1870) en La rosa de pasión. En 1943 fueron republicados por Manuel Romero de Castilla bajo el título de Singular suceso en el Reinado de los Reyes Católicos.

Un caso crucial en Italia fue una especie de crónica anunciada. Durante la Cuaresma de 1475, el franciscano Bernardino da Feltre anunció que los pecados de los judíos pronto serían revelados. El Jueves Santo un niño llamado Simón desapareció, y al poco tiempo su cadáver fue encontrado al lado de la casa del jefe de la comunidad israelita. Todos los judíos, hombres, mujeres y niños, fueron arrestados. Diecisiete de ellos fueron sometidos a torturas durante quince días, después de los cuales terminaron por "confesar". Uno de los judíos murió en tormentos, seis quemados en la hoguera, y a los dos que aceptaron convertirse se los estranguló. Al principio el Papa Sixto IV detuvo los procedimientos judiciales, pero en 1478 su bula Facit nos pietas aprobó el juicio. La propiedad de los judíos ejecutados fue confiscada y a partir de entonces, los judíos tuvieron prohibida la residencia en Trento (hasta el siglo XVIII tenían aun prohibido el paso por la ciudad). El niño Simón fue beatificado.

Después de este éxito, el fray Bernardino urdió escenarios similares en Reggio, Bassano y Mantua, e instó a la expulsión de los judíos de Peruggia, Gubbio, Ravenna, y Campo San Pietro. Sus últimas víctimas fueron los judios de Brescia, en 1494, el año de su muerte. Al poco tiempo el propio Bernardino fue beatificado, y la Iglesia tardó cinco siglos para anular la beatificación de Simón, en 1965.

Con todo, la posición de la Iglesia y de los monarcas fue en general contraria a los libelos. Después del mentado en Fulda (1235), el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II de Hohenstaufen, decidió clarificar el caso definitivamente a fin de proceder: si los judíos eran culpables se los mataría a todos; si eran inocentes, se los exoneraria públicamente. Las autoridades del clero, como no fueron capaces de llegar a una decisión concluyente "creemos necesario… dirigirnos a gente que alguna vez fue judía y se convirtió al culto de la fe cristiana; ya que ellos, como oponentes, no guardarán silencio sobre nada que puedan saber sobre este asunto entre los judíos".

En consecuencia, el emperador solicitó de reyes de Occidente que enviaran "judíos conversos al cristianismo, decentes y estudiosos, para tomar parte de un sínodo", que eventualmente se expidió así: "No puede hallarse, en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, que los judíos requieren de sangre humana. Por el contrario, esquivan la contaminación con cualquier tipo de sangre". El documento, que cita de varias fuentes judías, agrega que "hay una alta probabilidad de que aquéllos para quienes está prohibida incluso la sangre de animales permitidos, no pueden desear sangre humana".

Otro pronunciamiento escrito fue el del Papa Inocencio IV en 1247: "cristianos acusan falsamente… que los judíos llevan a cabo un rito de comunión con el corazón de un niño asesinado; y en cuanto se encuentra el cadáver de una persona en cualquier sitio, se les hace recaer maliciosamente la responsabilidad".

Pero la desaprobación de papas y emperadores no impidió que los casos de libelos se multiplicaran, sobre todo en Polonia, en donde el Consejo de las Tierras, órgano representativo de los judíos, envió un delegado al Vaticano, y logró que el cardenal Lorenzo Ganganelli (más tarde Papa Clemente XIV) emprendiera otra investigación exhaustiva. Ganganelli se sumó a quienes se pronunciaron contra el libelo: "Debe comprenderse con cuánta fe viviente deberíamos pedirle a Dios como el salmista ‘líbrame de la calumnia de los hombres’. Espero que la Santa Sede tome medidas para proteger a los judíos de Polonia, del mismo modo en que San Bernardo, Gregorio IX e Inocencio IV obraron en defensa de los judíos de Alemania y de Francia".

En Tiempos Modernos

Desde el siglo XVII, los casos de libelo de sangre se extendieron a Europa Oriental. En 1636 en Lublin, la viuda Feiguele se mantiene firme ante el tormento. A partir del siglo XIX, judeófobos hicieron conspicuo uso del libelo para incitar a las masas en varios países, incluida Siria, en donde el affaire de Damasco de 1840 introdujo el mal en el mundo musulmán. Allí el influyente cónsul francés se sumó a los libelistas mientras toda la comunidad era arrestada y torturada, en el contexto de la pugna de las potencias occidentales para influir en el Medio Oriente.

Con todo, el principal perpetuador del libelo de sangre en tiempos modernos fue Rusia. Aquí se diseminó sin pausa avalado por los zares, quienes en general tuvieron una actitud mucho peor que la de papas y reyes medievales.

El primer caso en Rusia fue en Senno (cerca de Vitebsk, Pascua de 1799). Cuatro judíos fueron arrestrados despues de que el cadáver de una mujer fuera encontrado cerca de una taberna judía. Apóstatas proveyeron a la corte de extractos de una traducción distorsionada de literatura rabínica como el Shuljan Aruj y Shevet Iehuda. Pese a que los acusados terminaron siendo liberados por falta de pruebas, el poeta G.R. Derzhavin incluyó en su Opinión elevada al zar acerca de la organización del status de los judíos en Rusia, que "en estas comunidades se hallan personas que perpetran el crimen, o por lo menos protegen a perpetradores, de derramar sangre cristiana, de lo que los judíos fueron sospechosos en varias épocas y en diferentes países. Si bien opino que tales crímenes, incluso si fueron cometidos a veces en la antigüedad, eran llevados a cabo por fanáticos ignorantes, creo apropiado no pasarlos por alto".

Entre 1805 y 1816 ocurrieron más casos y, para evitar su mayor diseminación, el ministro de asuntos eclesiásticos, A. Golistyn, envió una circular a los jefes de gobernaciones el 6/3/1817, donde explicita que los monarcas polacos y los papas invariablemente invalidaron los libelos, y las cortes los`refutaron. La circular ordenaba que "de aquí en adelante los judíos no sean acusados de asesinar ninos cristianos, sin evidencia, y sobre el mero prejuicio de que necesitan de sangre cristiana".

A pesar de la circular, el zar Alejandro I dio instrucciones de revivir las acusaciones en Velizh. El juicio duró diez años, y aunque los judíos fueron finalmente exonerados, cabe reflexionar en la atmósfera que generaba un juicio tan largo sobre un tema tan escabroso. El zar Nicolás I se negó a firmar la circular de Golistyn, considerando que "hay entre los judíos salvajes fanáticos o sectas que requieren sangre cristiana para su ritual". El libelo recibía así un sello oficial, y ocurrieron muchos en Telz, Kovno (1827); Zaslav, Volhynia (1830); y Saratov (1853).

Otro comité especial designado en 1855 para investigar, incluyó teólogos, orientalistas y apóstatas. Revisaron manuscritos hebreos y publicaciones y, otra vez, concluyeron que no había evidencia alguna del uso de sangre cristiana entre los judíos.

En los años setenta del siglo pasado recrudeció la judeofobia, y el libelo fue motivo habitual en la propaganda literaria y la prensa. En alguna medida estas obras remedaban las que se habían publicado en Alemania y Francia, en las que "expertos" judeófobos "probaban" el libelo, como: Le mystere du sang chez les juifs de tous les temps, de H. Desportes (1859), prologada por Edouard Drumont; y Talmud in der Theorie und Praxis, de Konstantin C. Pawlikowski (1866).

Dos ejemplos de esta literatura en Rusia son Sobre el uso de sangre cristiana por sectas judías con propósitos religiosos (1876) de H.Lutostansky, que agotó varias ediciones, y El Talmud desenmascarado de J.Pranatis, que sigue publicándose. Contra algunos de los calumniadores se iniciaron juicios de difamación. Y las de crimen ritual continuaban.

Con el fortalecimiento de la extrema derecha (Unión del Pueblo Ruso) en la Tercera Duma, las autoridades necesitaban de más casos que justificaran la judeofobia reinante. Uno muy notorio fue el Caso Beilis (1911-1913), armado por el ministro de justicia Shcheglovitov, que despertó la oposición de centenares de intelectuales rusos, entre ellos V. Korolenko y Máximo Gorki. La eventual exoneración de Beilis fue una derrota para el régimen pero, otra vez, la atmósfera de veneno judeófobo surgía con el mero juicio, independientemente de sus resultados.

Cuando los nazis asumieron el poder en Alemania, utilizaron el libelo en su propaganda. Reanimaron las investigaciones y los juicios (Memel 1936, Bamberg 1937, Velhartice -Bohemia- 1940). El 1/5/1934 el periódico Der Stuermer dedicó al tema una edición horrorífica con ilustraciones. Hombres de ciencia alemanes colaboraron en la difusión.

Incluso para 1960 un periódico soviético de Daguestán afirmó que los judíos devotos necesitaban sangre de musulmanes para sus ritos.

Fuera de Alemania (donde en general ocurrienron un tercio de todos los libelos) hubo cuatro casos en el siglo XX. El primero de éstos fue el caso Hilsner. Tomás Masaryk, fundador y primer presidente de la Checoslovaquia moderna, tomó una activa postura en contra del mismo, "no para defenderlo a Hilsner (el acusado, un joven vagabundo) sino para defender a los cristianos de la superstición". Masaryk fue duramente atacado y su cátedra universitaria fue suspendida debido a las manifestaciones de estudiantes. Este caso también creó una ola de tumultos judeofóbicos en Europa, orquestados por el "especialista" vienés Ernst Schneider.

Los libelos ahondaron el estereotipo satánico del judío y, otra vez, el problema no era que la Iglesia lo difundiera. Por el contrario, vimos que usualmente se oponía, y en general trataba de detener las matanzas, pero con su característica ambivalencia. Los niños "mártires" eran reverenciados como santos, tales como en los casos de San Hugh de Lincoln, el Santo Niño Mártir de La Guardia, y Simón de Trento. Cada año durante siglos, los cristianos honraban la memoria de los puros inocentes que habían sido supuestamente asesinados en espantosos rituales judíos.

La Hostia y la Peste Negra

En el Cuarto Concilio Laterano de 1215 fue reconocida oficialmente la doctrina de la Transubstanciación, según la cual la hostia (galleta usada en la ceremonia de la Eucaristía) se transforma en el cuerpo de Jesús. Los protestantes eventualmente modificaron la doctrina y consideran que se trata sólo de un símbolo del cuerpo mas no Jesús en persona (que es el dogma católico hasta hoy).

Este segundo mito, el de la profanación de la hostia, sostenía que los judíos secretamente las robaban de las iglesias para torturarlas y reeditar los sufrimientos de Jesús. Obviamente, había en esta superstición mayor irracionalidad aun, puesto que los judíos claramente descreían de toda transusbtanciación. Pero esta acusación trajo más persecución y matanzas. La mayor parte de los cuarenta casos principales se perpetraron en Alemania y Austria.

El mito se basaba en los supuestos poderes sobrenaturales de la hostia, y en el prejuicio de que los judíos anhelaban renovar en Jesús los sufrimientos de la pasión. Su perfidia era tal, que no abandonaban los tormentos aun cuando de la hostia emanaran sangre o sonidos, o si echaba a volar. (La explicación de la "sangre" es que un honguillo de color escarlata puede formarse en comida rancia que se deja en lugares secos. Se lo denomina Micrococcus prodigiosus).

La primera supesta profanacíon fue en Belitz (cerca de Berlín) en 1243. Un grupo de judíos y judías fueron quemados en la hoguera en lo que pasó a denominarse Judenberg (monte de los judíos). En Italia hubo pocos casos debido especialmente a la protección de los papas, pero se expresó en el arte, como la Desecración de Paolo Uccenno (1397-1475) hecha para el altar de la Confraternidad del Santo Sacramento de Urbino.

De Inglaterra, los judíos fueron expulsados antes de que se difundiera la desecración de la hostia, pero también allí se reflejó en el arte, como en el Croxton Sacrament Play, escrito en 1491, dos siglos después de la expulsión.

Casos famosos fueron el de París de 1290; el de Bruselas de 1370 (que llevó a la destrucción de la judería belga, se celebró en una fiesta especial y todavía se lo ve grabado en las reliquias de la Iglesia de Santa Gudule); el de Knoblauch en 1510, que resultó en treinta ocho ejecuciones y la expulsión de los judíos de Brandenburgo. Por lo menos dos casos son aún celebrados localmente: el de Deggendorf, Bavaria, que data de 1337, y el de Segovia de 1415, que supuestamente había producido un terremoto, y resultó en la confiscación de la sinagoga y la ejecución de los líderes judíos.

Precisamente en España el infante don Juan de Aragón patrocinó algunas acusaciones. En la de Barcelona de 1367 varios sabios (como Hasdai Crescas, Nisim Gerondi e Isaac B. Sheshet) se hallaban entre los arrestados con la comunidad entera (hombres, mujeres y niños), encerrada en la sinagoga por tres días sin comida. Como no confesaron, el rey ordenó su libertad, y sólo tres judíos fueron ejecutados. Diez años después hubo casos en Teruel y Huesca.

El caso de Lisboa de 1671 se produjo cuando ya no había judíos en Portugal. Por lo tanto, cuando la hostia de la iglesia de Orivellas fue robada, un edicto real ordenó la expulsión… de todos los Nuevos Cristianos. Las supuestas desecraciones continuaron hasta el último caso, en 1836 en Bislad, Rumania.

El último mito de esta trilogía fue la ya mentada Peste Negra. Entre 1348 y 1350 una epidemia múltiple s (bubónica, septicémica y neumónica) causada por el bacilo pasteurella pestis, arrasó a casi cien millones de personas, un tercio de la población europea. En centros de densidad poblacional, como monasterios, la tasa de mortandad era superior. La racción popular fue extrema: o bien se buscó refugio en el arrepentimiento y las súplicas a Dios, o bien lanzándose al libertinaje y el salvajismo. Lo curioso es que estas dos actitudes se combinaron en que arremetían contra los judíos, quienes fueron acusados de envenenar los pozos de agua para destruir la cristiandad. En esos años miles de judíos fueron masacrados.

La bula del Papa Clemente VI (26/9/1348) vino a defenderlos, y definió la plaga como "pestilencia con que Dios aflige al pueblo cristiano". La vasta mayoría de la población, empero, la veía como pestis manufacta (artificial), la forma más simple de entenderla (y después de tanta matanza contra los judíos, podía sospecharse de que en algún momento éstos buscarían venganza).

La primera acusación fue en septiembre de 1348 en Castillo de Chillon del lago de Ginebra. Los judíos "confesaron" que la plaga había sido diseminada por un judío de Savoy guiado por un rabino que había preparado el veneno. Las matanzas se extendieron entre España y Polonia, destruyendo trescientas comunidades. Los llamados Flagelantes expiaban sus pecados matando judíos a su paso.

Las matanzas se dieron especialmente en Alemania, aun cuando al principio el emperador Carlos IV intentó defenderlos. Después se sumó al fervor de las hordas y concedió "perdón por cada transgresión que incluía el asesinato y destrucción de judíos". En muchas localidades los judíos fueron asesinados aun antes de que la plaga llegara. En Mainz, seis mil judíos fueron llevados a la hoguera, y en Estrasburgo dos mil judíos fueron quemados en una pira gigantesca en el cementerio judío.

El mito de los judíos envenenando pozos agravó su imagen diabólica, y después de la Peste Negra el status de los judios se había deteriorado por doquier.

Hubo en la Edad Media otros mitos que armaron el arsenal judeofóbico, pero ninguno fue mortífero como los mencionados. Uno adicional fue el del Judío Errante, una figura de la leyenda cristiana condenada por Jesús a vagar hasta su segunda venida, debido a que lo desairó o le pegó en su camino a la crucifixión. Dio lugar a muchos cuentos aun hasta este siglo. Nación aparentemente en Bolonia en 1233, cuando peregrinos del monasterio de Ferrara relataron que vieron a un judío en Armenia que había presenciado la Pasión de Jesús, lo ofendió, se arrepintió y se convirtió al cristianismo. Los nombres del Judío Errante varían en idiomas y tradiciones: Cartaphilus, Buttadeus, Votadio, Juan Espera en Dios, Ajasuerus, Isaac Laquedem, y Der ewige Jude. Se transformó, en efecto, en símbolo del pueblo judío todo, culpable y errante en el mundo. Este mito influyó arte y literatura, pero no produjo genocidios.

En contraste, la mentada trilogía generó máximo sadismo, y transformó la voz judío en sinónimo de diabólico. El arte medieval muestra al judío con cuernos, cola, cara satánica, postura grotesca, en compañía de puercos y escorpiones.

En el siglo XVI se produjo un cisma en la Iglesia, y nació el protestantismo, que entre otras facetas buscó recuperar las raíces hebreas del cristianismo. Pero fueron infundadas las esperanzas prematuras en que los judíos serían respetados por una Iglesia de mayor compasión hacia ellos. Lo veremos en nuestra próxima lección.

 

Resp. 92 – No colaborar con la expansión de lo ajeno

Saludo cordial, estimado profesor Ribco.
Acompañando de corazón a su pueblo en esta semana de Pésaj. Me asalta una duda:
Soy Benei Noaj, pero tarde o temprano quisiera cumplir los 613 mitzvot, sin afán. Sin embargo, tengo muchos deseos de hacer labor social con los indigentes en mi ciudad, pero lo único que encuentro son grupos católicos y cristianos, y como ud sabe, abundan en idolatrí­­a.
1- ¿Cree ud que podrí­­a coooperar con ellos o es preferible mantenerse alejado?
2- ¿De qué otra manera podrí­­a vestir al desnudo y dar de mi pan al hambriento sin tener que hacerlo con «ellos»?

Como ud sabe, no hay grupos noájicos en Bogotá, pero me gustarí­­a, por qué no, formar uno bajo su tutorí­­a.
Agradezco su respuesta.

Shalom,

Germán Correa
Bogotá, Colombia

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Resp. 87 – El trato diario

Deborah Marin
28 años
Carupano, Venezuela,
como debemos llamarnos ahora?
porque hermano es religioso idolatrico, siervo es del mismo pozo, entonces como nos llamamos ahora?

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Doce caracterí­sticas básicas de un noájida tí­pico

Noájida

Confía solamente en el Eterno, que es el Padre celestial, que es el Creador del universo, que es el Dios Uno y Único, que es el Dios que liberó a los Hijos de Israel, que es el Dios que les entregó directamente a todo el Pueblo judío presente Su perfecta e inmutable Torá. No pone su fe en dioses humanos, ni en dioses ajenos, sino que solamente en Aquel que se manifestó a ciencia cierta delante de TODO el pueblo judío.

Se rige por un simple y estricto código que se basa en la justicia, la bondad, la verdad y la fidelidad. Acata las disposiciones de sus líderes, siempre y cuando no contradigan el código de conducta que proviene de la Torá, tal cual es iluminada por los Sabios verdaderos de Israel. No acepta como verdad espiritual ninguna palabra de otros libros que se hacen llamar «sagrados» y que son base de religiones del mundo.

Se concentra en la vida. Trabaja con libertad, ánimo, coraje, valentía, alegría en la construcción de Este Mundo, con la confianza de que está sembrando los buenos frutos que recogerá en el Mundo Venidero. La muerte es un hecho ineludible al final del camino, por el cual no hay que preocuparse, ya que el Padre celestial le ha dado la vida para que la desarrolle a plenitud. Por tanto, no teme a la muerte, no ronda en su mente todo el tiempo la idea de la muerte, no se dedica a «salvarse», no indaga con ansiedad y angustia al respecto de «cielos e infiernos», pues tiene certeza absoluta de que su cielo y su infierno dependen de sus obras en Este Mundo. Vive a plenitud, en la medida de sus posibilidades, pues confía en la Justicia y Amor del Padre celestial.

Escoge el camino por el cual andará de acuerdo a su libre albedrío, pues confía en que Dios le ha provisto de la capacidad para tomar buenas decisiones. Para actuar con corrección debe estudiar de buenas fuentes y analizar con madurez, para aprender cada vez mejor lo que es correcto. NO pasa su vida aterrorizado por el futuro. Sus líderes NO le amenazan constantemente con el infierno, castigos, tormentos, maldiciones, y otros sufrimientos inconsolables. NO achaca todos sus males a satanases y demonios, a enemigos materiales o etéreos. Sus maestros y líderes NO le exigen total sumisión ni obediencia ciega.
Por el contrario, el noájida puede y debe dialogar, preguntar, criticar con mesura, exponer sus puntos de vista, votar en las decisiones trascendentes de su comunidad, etc.

Colabora maduramente con sus hermanos judíos, pues entiende que cada uno tiene su lugar y su rol. El Eterno ha escogido a Israel para ser la nación santa, el reino de sacerdotes. Por tanto, no ataca a los judíos, no los aborrece, no los quiere suplantar, no quiere robarles su identidad única.
Con sus hermanos noájidas es solidario, colaborador, un amigo fiel, un compañero que no hace depender su ayuda o cariño de las creencias del otro.
Respeto y admisión del otro son sus patrones normales de conducta.

Predican con su acción acorde a los preceptos que Dios ha dado. NO predican con palabras altisonantes, incoherentes, carentes de fundamentos. NO envuelven con palabras complejas, que finalmente no quieren decir nada. JAMÁS amenazan, acusan, agreden, confunden, demandan furiosamente, ni apelan al sentimentalismo barato en procura de manipular a su audiencia. No dan dádivas o caridad como mecanismo para atraer adeptos, ni abusan del prójimo.

Su vida es simple, equilibrada, armoniosa. No rehuyen de los placeres, ni tampoco de sus deberes. Son responsables y comprometidos con la realidad. Carecen de rituales obsesivos, o de actos supersticiosos, o de objetos fetiches.

No tienen dogmas ni doctrinas irracionales. Están libres de doctrinas  faltas de racionalidad o carentes de valor espiritual. NO repiten lemas huecos, ni consignas de los jefes, ni frases rebuscadas pero ridículas, ni versículos fuera de contexto. Sino que desarrollan su intelecto, canalizan sus emociones, cultivan su espíritu en todos los planos que Dios nos ha dado.

Sus líderes viven de su trabajo honrado. No parasitan a los miembros de su comunidad, no amenazan con el infierno para conseguir «diezmos» u otras dádivas.
En caso de recibir sueldo de su comunidad, es un ingreso justo, de acuerdo a la tarea que realiza y al contrato laboral que la comunidad acepta abonar, tal como se paga a un secretario, a un gerente, a limpiador, etc.

La familia es un pilar fundamental. El respeto y aprecio por el cónyuge, el esmero por criar correctamente a los hijos, la unidad familiar, etc. No se abandona a la familia para correr a la «iglesia», ya que el centro de la comunidad noájica es la familia.

No acepta la discriminación negativa, el sexismo, los abusos de poder, las teocracias, el totalitarismo, la corrupción, ni cualquier otra manifestación del extravío del individuo y/o la sociedad. Dentro de la legalidad lucha para establecer justicia.

Son ciudadanos respetuosos y leales de su patria, pues es su deber espiritual participar de la vida pública para que la justicia sea establecida y sostenida.


Te ruego que hagas un ejercicio interesante.
Con total honestidad elabora una lista paralela a la que te he presentado, pero que en lugar de reflejar a un típico noájida, defina a un típico seguidor de Jesús, en cualquiera de sus miles de vertientes (católico, evangélico, bautista, falso judío mesiánico, falso judío netzarita, trinitario, unitario, etc.).
Luego, si lo deseas coméntame lo que has descubierto.
¿Te parece?

FULVIDA EN LA CIUDAD DE MÉXICO

    La ciudad de México hoy esta creando su participación en FULVIDA Internacional. La adherencia a la Torá, a los decretos de los sabios de Israel y lo profundo de la tradición para las Naciones, hoy es posible descubrirlo en el Distrito Federal. En FULVIDA México buscamos crecer. Estamos desarrollando proyectos y actividades para la comunidad Noajída de esta ciudad. Tu participación y tus sugerencias harán de ésta una labor efectiva para todos.

 
FULVIDA te invita a que te integres a nuestras actividades. http://fulvida.com/identidad/agenda-de-actividades-fulvida-oficina-mexico

También a nuestros talleres sobre el estudio de las siete leyes universales, las Sheva Mitzvot Benei Noah, o a que propongas actividades que favorezcan el desarrollo del andar noajída en el Distrito Federal. El proyecto lo construimos todos. Hoy es tu oportunidad para construir una mejor ciudad. Con tu participación, éste será un inicio de operaciones lleno de progreso y satisfacciones duraderas. Nuestra oficina espera saber de ti.

 

Ing. Ramón Ruiz Quezada

Co – coordinador noajídas Ciudad de México

 noajidasmexico@hotmail.com

Resp. 80 – Los animales impuros para los noájidas

 

Hola Lic. lo felicito por su labor, desde hace tiempo tengo una duda,
1- cuando D–s le ordeno a noe subir a los animales al arca hay una parte donde separa animales puros e impuros
2- ¿Acaso tambien nosotros lo debemos de hacer?
3- Segun tengo entendido solo los israelitas estan obligaos a cumplir la tora, cuestiones de alimentacion, etc,
4- ¿noe ya tenia nocion de que habia animales puros e impuros?
por favor saqueme de la duda. gracias.
Pako Moreno
Monterrey , Mexico

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Resp. 79 – De errores se aprende…

Yehuda, Que pena incomodarte tanto Esta es una duda muy personal, y me gustaria que fuera privada …
ahora leyendo sobre los metodos anticonceptivos, me surge una gran duda Yo ya tengo 2 hijos, que han sido un regalo muy hermoso por parte del creador Y dado que con mi esposa decidimos que no queriamos tener mas hijos, me realice la vasectomia Esto lo realice por iniciativa propia, y de comun acuerdo con mi esposa Lo hice por que a conciencia, no crei que hubiera algo malo con esto, ya que nos permitiria tener una sexualidad tranquila, y ademas por que mi esposa tiene prohibido el usar pastillas Como debo proceder como noajida para enmendar mi error ?
Muchas gracias mi gran amigio por tus sabios consejos
Identidad en reserva.

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¿Creer en una novela?

Este texto esta dirigido a aquellos que, si bien, no son seguidores del cristianismo como fieles corderos, practicando con fervor sus ritos y creyendo del todo sus mitos, guardan en lo más íntimo de su esencia un sacro respeto por lo que su tradición inculca.

Jesús ha sido, en esta era del mundo, el más controversial personaje, con respecto a él se han tejido y destejido sectas y organizaciones religiosas grandes y pequeñas, y todo esto sin ninguna de ellas tener suficientes evidencias de su existencia, ninguna religión o secta cristiana o profesora del cristianismo tiene evidencias exactas que muestren históricamente si existió el tal jesús o no, y si realmente son verídicos los milagros y enseñanzas que supuestamente hizo y dio.

Se hace necesario entonces aclarar e investigar los orígenes más o menos reales ó simbólicos del personaje “jesús”.

 

Empecemos:

Desde hace milenios se viene practicando en occidente el culto al sol, esto tiene sus orígenes en el primer héroe solar (Nimrod), que luego dio paso a Mitra en Persia y a Atón en Egipto. El símbolo del héroe solar no ha variado nunca y esta bastante relacionado con la astrología; de los signos egipcios el más conocido es el disco solar con el punto céntrico, y la cruz (que pareciera haberse fusionado con el pez), en la simbología persa/aria tenemos tanto el pez (un óvalo lazado formando una cola), la cruz (en este caso en forma de X o svástica) y nuevamente el sol, (esta vez es un disco con rayos saliendo del mismo).

Este culto, innegablemente irracional, desde todo punto de vista, centra el culto en uno de los millones de astros de igual o mayor tamaño que existen en el espacio.

La simbología no es la única que no ha cambiado, sino que todos los héroes solares entran por el “solsticio de invierno” y salen por “solsticio de verano”… esto esta ejemplificado en los templos solares desde siempre… Una entrada grande dispuesta hacia oriente, hacia dónde nace el sol, y una cúpula al final, con un óculo en la parte superior (la puerta chica) indicando el tránsito de los “fieles”.

Además de esto, los héroes solares mueren atravesados (como peces) con una lanza y además crucificados o colgados en un madero (tal cual se coloca al pez cuando es muy grande para tomarle la foto de rigor), éstos héroes solares nacen en la era de aries (lo que les vale para decir que son “corderos redentores”) y mueren en la era de piscis.

Jesús no es diferente al resto de los héroes solares, pues al igual que sus anteriores referentes nació en solsticio de invierno, en la era de aries, igual que sus pares estudió la magia y las tradiciones ancestrales de la idolatría, se proclamó así mismo: hijo de un dios, cordero que redime, salvador de los pueblos, único camino para conseguir la vida eterna, no dejó escritos propios sino que utilizó a sus discípulos para que escribieran sobre él, vivió una supuesta vida ascética, murió crucificado y atravesado por una lanza, y ascendió en el solsticio de verano.

Creo que durante las decenas de concilios que tuvieron que efectuarse para acordar las definitivas leyes y dogmas cristianos se tuvo muy en cuenta la historia universal de los héroes solares.

Ahora bien, pareciera que yo estuviera hablando de algo real, de algo, que aunque es descabellado, es probable que sea una visión cultural de D-s en occidente.

Pues no, estoy planteando todo esto para que no quede duda de que, desde Nimrod hacia acá, no ha existido ningún héroe solar, todos y cada uno de los héroes solares, tanto egipcios, como griegos, y así el último que es greco-romano no han sido sino mitos, leyendas sin fundamentos, historias entretejidas alrededor de una figura humana equis, existente en equis siglo… Zoroastro, Mitra, Apolo, Jesús no fueron sino instrumentos de unos aprovechados que, conociendo la tradición, implantaron una religión, idéntica a la anterior, solo que cambiaba de personaje.

Ahora bien… así como la tradición hebrea muestra a Nimrod, para aleccionar, así mismo muestra a un tal Ieshu (cuyo nombre es acrónimo coincidencialmente de Iemaj Shemó Vezijró lo que traducido es: que su nombre y recuerdo sean borrados)      

Que lejos está de ser lo que los evangelios muestran; 

Según la tradición hebrea Ieshu HaNotzri nació en el año 3671 de la Creación (año 90 antes de la Era Común)

Fue hijo de una mujer llamada Miriam que estaba casada con Iosef. Miriam cometió adulterio con un romano llamado Pantera y tuvo que esconder el origen del niño para no ser culpada de tan terrible delito y evitar que su hijo fuera considerado bastardo.

Hizo sus primeros estudios con el Rabí Iehoshúa ben Perajiá en el país de Egipto. Así que fue en su estancia en Egipto en donde Ieshu se inició en la brujería y la idolatría.

Al ser llevado su maestro a Israel por Shimón ben Sjhataj, Ieshú lo siguió. Dice el Talmud (Sanhedrin 107b), que fue un pésimo alumno de Rabí Iehoshua. Aterrorizado por el vil proceder de Ieshu, Rabbí Iehoshúa lo echó y lo rechazó como alumno, aunque luego de un tiempo le dio una segunda oportunidad, pero Ieshú lo rechazó y le contestó: "He aprendido que aquel que peca y hace pecar a otros no tiene derecho a arrepentirse", rechazando el ofrecimiento de Iehoshúa.

De acuerdo a los sabios Ieshú tuvo cinco discípulos: Mattay, diminutivo de Matitiyahu (Mateo); Nakay al parecer Lucas; Nétzer; Buny o Bunay; Todá, adaptado de Taday (Tadeo).

Ieshú sacó sus ideas paganas y poderes para realizar prodigios de la brujería que aprendió en Egipto, aprendió ciencias ocultas y perjudiciales. Ante esta situación un tribunal legalmente constituido, y con todas las garantías y de acuerdo al derecho vigente, lo halló culpable de crímenes capitales, siendo condenado a dos penas de muerte y muriendo apedreado a la edad de 36 años, una víspera de Pesaj. Su cadáver fue colgado de un madero, como modo simbólico de cumplir la segunda sentencia a muerte.

Ieshú ben Pantera no fue ni rabí, ni profeta, mucho menos el Mesías:

Ieshú no fue el Mesías pues no estuvo sobre el trono de David, ni dominó sobre el reino judío, ni trajo paz y justicia a los ciudadanos de Israel, en pocas palabras no se cumplieron en él las profecías mesiánicas.

Ieshu no era rabino, por no haber cursado los cursos correspondientes, por no haber aprobado los exámenes, y no llevó una vida que fuera apropiada a tal título. El título de rabino se puede cancelar inmediatamente dependiendo de la conducta adecuada o no de la persona, como ocurre con el oficio de doctor o abogado. Más bien fue un brujo y pecador.

Ahora bien, a nadie que tenga dos neuronas como mínimo funcionando en su cerebro puede caberle la menor duda de que en jesús y en mucho de lo que se le atribuye como doctrina no se puede, es un error demencial, creer.

Les pondré un ejemplo: Usted conoce a una persona mentirosa, ha dicho a todos sus amigos y conocidos muchas mentiras, usted ha escuchado de él mucha mentira, y de pronto viene a usted y le ofrece alguna cosa… ¿sería capaz de confiar usted en alguien que tenga fama de ser mentiroso/estafador?

Es una mentira/estafa creer en algún héroe solar, es una pérdida de tiempo y energía, además de ser un daño profundo para el acerbo espiritual de la persona.

De ninguna manera una persona puede confiar, practicar, celebrar, estar de una u otra manera vinculado a la errónea creencia mítica de jesús, es imperdonable que se lo considere en términos históricos como “un buen hombre”, no solamente porque no existe certeza de ello, sino porque hay una advertencia en el mito de Ieshu HaNotzri para aquellos que deseen ser fieles a la verdad.

Les pondré otro ejemplo: Usted lee un libro sobre algún tipo que vivió hace miles de años, el libro es una novela, en él se presenta al protagonista como un santito se inventan hechos milagrosos de él, evidentemente el protagonista existió, pero todo el adorno fue surgido de la imaginación del autor de la novela. Anterior a la publicación de dicha novela, historiadores han encontrado un escrito referente al tal personaje, el único existente para la época, escrito por personas honradas, en él se advierte que el personaje en cuestión era tracalero, no era de confiar… los historiadores y arqueólogos no saben nada más, no hay registros de que existió el tal hombre, no hay pruebas que demuestren ni bien ni mal… solo la advertencia ha sido encontrada. Y el otro libro que existe es la novela adornada con la mente de un autor que quizás lo que quiere es ganarse un dinerillo publicando la novela.

¿Sería usted capaz de confiar ciegamente en lo publicado en la novela?, supongamos que no crea en la advertencia antigua; sería mucha estupidez creer en una novela de reciente data… lo más sano es simplemente no creer, no tomar para nada en cuenta al sujeto en particular…   

Para concluir, si usted desea ser libre, no se deje seducir por la religión, no tiene ningún sentido creer en algo vacío, si desea verdadera agua refrescante para su sed espiritual, no tome Coca Cola, tome del agua de vida que brota de la Torah. No hay palabra sensata (atribuida) a jesús que ya no haya sido dicha antes en la Torah… de hecho, no hay enseñanza más fresca y constructiva que la que emana de la Torah… lejos de complicaciones, de teologías elaboradas…

Tan solo practicar la bondad, creer en un solo Dios y ser justos y equilibrados. Nada más… sin intermediarios, sin fiestas escandalosas, sin celebraciones al sol ni a la luna, sin medidas estrictas de vestimenta, relaciones personales y/o instrucción académica.

Solo espero que en vísperas de Pesaj, así como los hijos de Israel celebraran su libertad, muchos noajidas también se hallen libertos de sus yugos…

Basado en enseñanzas del moré Yehuda Ribco.