 … los judeófobos más          virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo) reverenciados como          santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual          impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la          abolición de los derechos a los judíos en Nápoles          y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las deudas que          cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde,          debido a sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron          torturados y quemados vivos; muchos fueron empujados al suicidio.
 … los judeófobos más          virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo) reverenciados como          santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual          impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la          abolición de los derechos a los judíos en Nápoles          y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las deudas que          cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde,          debido a sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron          torturados y quemados vivos; muchos fueron empujados al suicidio. 
 
 
Unidad 06: La Mitología judeófoba
Por:  							      							    Gustavo Perednik
 
          El sufrimiento que venimos estudiando fue relatado en un libro de 1558          de Josef Ha-kohen, bajo el bíblico título de El Valle          de Lágrimas (Emek Ha-Bajá). Refiere "las penas que          cayeron sobre nosotros desde el día del exilio de Judea de su          tierra". Tres preguntas pueden formularse acerca de esas          lágrimas.       
          La primera: por qué los judíos siempre sufren.          Respuesta: si al decir por qué aludimos a las causas de          la judeofobia, bueno, precisamente ése es el tema de nuestro          curso, y para el final habrá explicaciones.       
          Pero si el por qué sugiere que debe de haber cierta          paranoia si encontramos a los judíos siempre como          víctimas, nuestra respuesta es que la judeofobia es en efecto          una enfermedad social enorme que consiste en el odio hacia los          judíos, y por ende, siempre los tuvo como víctimas          principales. Persistió por milenios exterminando judíos,          alcanzó un genocidio de seis millones hace cincuenta          años (un tercio de la población judía mundial) y          sigue con vitalidad para continuar.       
          La segunda pregunta es si la gigantesca magnitud de la judeofobia          acaso significa que todo el mundo odia (u odió) a los          judíos. La respuesta es no, no todo el mundo está          enfermo de judeofobia, pero no es la parte sana el objeto de nuestro          estudio, aun cuando es mayoritaria.       
          La tercera pregunta es si el clero de la Iglesia medieval era          unánime en su letal postura judeofóbica. Otra vez, la          respuesta es no. Incluso en períodos en los que la postura          teológica de la Iglesia era judeofóbica, en el plano          individual hubo eclesiásticos que rechazaron la violencia          contra los judíos. Desde antaño hay ejemplos de obispos          y sacerdotes que intentaron proteger a los judíos.       
          Cuando la sinagoga de Ravenna fue incendiada (c.550), Teodorico          ordenó que la población católica la reconstruyera          y flagelara a los incendiarios. Durante la primera cruzada el Obispo          Comas salvó a los judíos de Praga. En la segunda,          Bernardo de Clairvaux defendió activamente a los judíos          que eran asesinados.       
          El problema, sin embargo, es que los judeófobos más          virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo) reverenciados como          santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual          impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la          abolición de los derechos a los judíos en Nápoles          y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las deudas que          cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde,          debido a sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron          torturados y quemados vivos; muchos fueron empujados al suicidio.       
          La abolición de los derechos de los judíos en Polonia          por Casimiro IV también fue resultado de las maniobras de          Capistrano, e inició una ola de desmanes antijudíos. Ni          siquiera les permitió a los judíos escapar ese destino:          fue el responsable de un edicto papal que prohibía el          transporte de judíos a la Tierra de Israel. Durante su vida,          recibió tanto el mote de "azote de los judíos" como el          cargo de Inquisidor papal. Más de dos siglos después de          su muerte fue canonizado y, desde entonces, cada 28 de marzo los          católicos reverencian su memoria.       
          El mensaje de la Iglesia era, cuando menos, incoherente.          Difundía la enseñanza del desprecio, pero ocasionalmente          intentaba detener a los despreciadores que se apresuraban en cometer          horrendos crímenes; el intento era tardío e          insuficiente. Esta postura nunca varió radicalmente. Por ello          uno de los primeros historiadores del Holocausto, Raul Hilberg, fue          capaz de trazar una tabla que muestra cómo cada una de las          principales Leyes de Nürenberg de la Alemania nazi tenía          su precedente en la legislación eclesiástica.       
          La declaración de la Conferencia de Obispos Holandeses de 1995          fue un punto de inflexión en la historia de la Iglesia, al          admitir que hay un sendero directo que une la teología del          Nuevo Testamento con Auschwitz.       
          También durante la Segunda Guerra la posición del          Vaticano reflejó esta habitual ambivalencia, cuando sus          reservas acerca del nazismo se limitaron a proteger a católicos          "no-arios". Es cierto que las encíclicas de la Iglesia y sus          pronunciamientos rechazaban el dogma racista y cuestionaban algunas          tesis nazis como erróneas, pero siempre omitieron criticar, o          siquiera mencionar, el ataque específico contra los          judíos. En 1938, Pío XI supuestamente condenó a          los cristianos judeofóbicos, pero esta condena fue omitida por          todos los diarios de Italia que informaron sobre el mensaje papal. Su          sucesor, el germanófilo Pío XII, ya desde 1942          había recibido información sobre el asesinato de          judíos en los campos. A pesar de ello restringió todos          sus pronunciamientos públicos a expresiones muy cuidadosamente          formuladas de simpatía por "todas las víctimas de la          injusticia".       
          La neutralidad y el silencio del papa continaron incluso cuando los          alemanes cercaron a ocho mil judíos de Roma en 1943. Mil de          ellos, mayormente mujeres y niños, fueron transportados a          Auschwitz. Al mismo tiempo, con la anuencia papal, más de          cuatro mil judíos encontraron refugio en muchos monasterios de          Roma (algunas decenas en el Vaticano mismo).       
          Sin duda, el papa no tenía poder como para detener el          Holocausto, pero podría haber salvado miles de vidas si hubiera          adoptado públicamente una posición contra el nazismo.          Hitler, Goebbels y muchos otros cabecillas nazis, murieron como          miembros de la Iglesia Católica, y nunca fueron excomulgados          (lo que contrasta con el hecho, por ejemplo, de que el presidente          argentino Juan D. Perón fue excomulgado cuando en 1955          atacó la influencia de la Iglesia, y unos pocos meses          después fue derrocado).       
          Un sacerdote católico lideró el régimen nazi de          Eslovaquia, y tambíen fueron católicos un cuarto de los          miembros de las SS, así como casi la mitad de la          población del Gran Reich Alemán.       
          La resuelta reacción del Episcopado alemán contra el          programa nazi de eutanasia, logró que virtualmente se          suspendiera el plan. Pero los judíos no avivaron en la Iglesia          la compasión que despertaron los insanos y los retardados.          Respecto de los judíos, la Iglesia estuvo interesada más          en salvar sus almas que sus cuerpos. Las cancillerías          diocesanas incluso proveyeron al régimen nazi de los registros          de las iglesias, con datos personales acerca del marco religioso del          que provenían sus feligreses.       
          Cuando las deportaciones de los judíos alemanes comenzaron en          octubre de 1941, el episcopado limitó su intervención a          suplicar por los que se habían convertido al cristianismo. Los          obispos recibieron informes sobre la matanza de judíos en los          campos de muerte, pero su reacción pública se          limitó a vagos pronunciamientos vagos que eludían el          mero término judíos.       
          Hubo, claro, excepciones, tanto nacionales como individuales. Una de          éstas fue el prelado berlinés Bernhard Lichtenberg,          quien rezó públicamente por los judíos (y          falleció en su camino a Dachau). Una nación excepcional          fue Holanda, en donde ya en 1934 la Iglesia prohibió la          participación de católicos en el movimiento nazi. Ocho          años después los obispos protestaron públicamente          ante las primeras deportaciones de judíos holandeses, y en mayo          de 1943 prohibieron la colaboración de policías          católicos en las cazas de judíos, aun a costa de que          así debieran perder sus puestos. Muchos judíos salvaron          sus vidas gracias a las audaces acciones de rescate de clérigos          menores, monjes, y laicos católicos.       
          Ahora pasaremos a lo fundamental que quedó pendiente de nuestra          última lección: los tres principales mitos cristianos          inventados en la Edad Media, a través de los cuales la          judeofobia fue transmitida desde el siglo XIV.       
          Libelo de Sangre o Asesinato Ritual       
             Este es una de las expresiones máximas de histeria colectiva             y crueldad humanas. Se trata de la acusación de que los             judíos asesinan a no-judíos (especialmente             cristianos) a los efectos de utilizar su sangre en la Pascua u             otros rituales.          
             Hubo cientos de libelos, que en general seguían el mismo             esquema. Se hallaba un cadáver (usualmente el de un             niño, y más frecuentemente cerca de la Pascua             cristiana), los judíos eran acusados de haberlo asesinado             para usar ritualmente su sangre. Los principales rabinos o             líderes comunitarios eran detenidos y se los torturaba hasta             que confesaban que en efecto eran culpables del crimen. El             resultado era la expulsión de toda la comunidad de esa             comarca, tormentos para una buena parte de sus miembros, o bien el             exterminio expedito de todos ellos. Generación tras             generación, judíos fueron torturados en Europa y             comunidades enteras fueros masacradas o dispersadas debido a este             mito.          
             Algunos aspectos son indispensables para entender la enormidad del             libelo, a saber:          
-                 La ignorancia de los gentiles con respecto de la religión                judía (por ejemplo en el judaísmo está                totalmente prohibida la ingestión de sangre);             
-                 En el medioevo, el pan de la comunión creaba una                atmósfera emocional en la que se sentía que el                niño divino se escondía misteriosamente en el pan                compartido. El friar Bertoldo de Regensburg solía                preguntar: "¿quién quisiera morder la cabeza, la                mano o el pie del bebé?" En este contexto, el libelo                podría considerarse como una especie de proyección                colectiva: si detestamos ingerir sangre humana,                atribuyámoselo a otros.             
-                 Según una superstición difundida en Alemania, la                sangre, incluso la de cadáveres, podía curar.             
             En ese país ocurrió el primer caso, en Wuerzburg             1147. Un niño cristiano fue supuestamente crucificado por             judíos (el motivo de la cruz explica por qué los             libelos ocurrían generalmente en la época de la             Pascua). En Fulda (1235) se agregó otro motivo: los             judíos beben sangre cristiana con motivos medicinales. En             Munich (1286) se enfatiza que los judíos rechazan la pureza,             odian la inocencia del niño cristiano. Así             narró los hechos el monje Cesáreo de Heisterbach: "el             niño cristiano cantaba ‘Salve regina’ y como los             judíos no pudieron interrumpirlo, le cortaron la lengua y lo             despedazaron a hachazos".          
             Así lo explican ciudadanos de Tyrnau (Trnava) en 1494: "los             judíos necesitan sangre porque creen que la sangre del             cristiano es un buen remedio para curar la herida de la             circuncisión. Entre ellos tanto los hombres como las mujeres             sufren de la menstruación… Además tienen un             precepto antiguo y secreto, por el que están obligados a             derramar sangre cristiana en honor de Dios, en sacrificios diarios,             en algún lugar".          
          Inglaterra, España, Italia       
             En el caso de Norwich (1148) "los judíos compraron al             niño mártir William antes de la Pascua y lo             torturaron como a nuestro Señor, y durante el Viernes Santo             lo colgaron en una Cruz". Esa descripción se reitera en             Gloucester (1168) y en Lincoln (1255). En 1290, los judíos             fueron expulsados de una Inglaterra enrarecida por la             difusión de los libelos, y aun un siglo después de la             expulsión, Geoffrey Chaucer lo recoge en sus prólogos             a los Cuentos de Canterbury.          
             También la expulsión de España fue precedida             por una atmósfera hostil debida a los libelos. El de La             Guardia tuvo lugar en 1490-1491, y de inmediato se instituyó             el culto del Santo Niño mártir. El primer libelo             español data de 1182 en Saragosa, y el asunto terminó             por incluirse en la ley. El Código de las Siete             Partidas (1263) reza: "Hemos oido decir que en ciertos lugares             durante el Viernes Santo los judíos secuestran niños             y los colocan burlonamente sobre la cruz".          
             Detalles fueron agregándose a la historia, que asumió             grandes proporciones. En 1583 Fray Rodrigo de Yepes escribió             la Historia de la muerte y glorioso martirio del Santo Inocente,             que llaman de La Guardia (después de casi un siglo sin             judíos en España) y el argumento sirvió de             base para la obra de Lope de Vega El Niño Inocente de La             Guardia. En el siglo XVIII José de Canizares lo             adaptó en La Viva Imagen de Cristo y Gustavo Adolfo             Bécquer (1830-1870) en La rosa de pasión. En             1943 fueron republicados por Manuel Romero de Castilla bajo el             título de Singular suceso en el Reinado de los Reyes             Católicos.          
             Un caso crucial en Italia fue una especie de crónica             anunciada. Durante la Cuaresma de 1475, el franciscano Bernardino             da Feltre anunció que los pecados de los judíos             pronto serían revelados. El Jueves Santo un niño             llamado Simón desapareció, y al poco tiempo su             cadáver fue encontrado al lado de la casa del jefe de la             comunidad israelita. Todos los judíos, hombres, mujeres y             niños, fueron arrestados. Diecisiete de ellos fueron             sometidos a torturas durante quince días, después de             los cuales terminaron por "confesar". Uno de los judíos             murió en tormentos, seis quemados en la hoguera, y a los dos             que aceptaron convertirse se los estranguló. Al principio el             Papa Sixto IV detuvo los procedimientos judiciales, pero en 1478 su             bula Facit nos pietas aprobó el juicio. La propiedad             de los judíos ejecutados fue confiscada y a partir de             entonces, los judíos tuvieron prohibida la residencia en             Trento (hasta el siglo XVIII tenían aun prohibido el paso             por la ciudad). El niño Simón fue beatificado.          
             Después de este éxito, el fray Bernardino             urdió escenarios similares en Reggio, Bassano y Mantua, e             instó a la expulsión de los judíos de             Peruggia, Gubbio, Ravenna, y Campo San Pietro. Sus últimas             víctimas fueron los judios de Brescia, en 1494, el             año de su muerte. Al poco tiempo el propio Bernardino fue             beatificado, y la Iglesia tardó cinco siglos para anular la             beatificación de Simón, en 1965.          
             Con todo, la posición de la Iglesia y de los monarcas fue en             general contraria a los libelos. Después del mentado en             Fulda (1235), el emperador del Sacro Imperio Romano             Germánico, Federico II de Hohenstaufen, decidió             clarificar el caso definitivamente a fin de proceder: si los             judíos eran culpables se los mataría a todos; si eran             inocentes, se los exoneraria públicamente. Las autoridades             del clero, como no fueron capaces de llegar a una decisión             concluyente "creemos necesario… dirigirnos a gente que alguna vez             fue judía y se convirtió al culto de la fe cristiana;             ya que ellos, como oponentes, no guardarán silencio sobre             nada que puedan saber sobre este asunto entre los judíos".          
             En consecuencia, el emperador solicitó de reyes de Occidente             que enviaran "judíos conversos al cristianismo, decentes y             estudiosos, para tomar parte de un sínodo", que             eventualmente se expidió así: "No puede hallarse, en             el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, que los judíos             requieren de sangre humana. Por el contrario, esquivan la             contaminación con cualquier tipo de sangre". El documento,             que cita de varias fuentes judías, agrega que "hay una alta             probabilidad de que aquéllos para quienes está             prohibida incluso la sangre de animales permitidos, no pueden             desear sangre humana".          
             Otro pronunciamiento escrito fue el del Papa Inocencio IV en 1247:             "cristianos acusan falsamente… que los judíos llevan a             cabo un rito de comunión con el corazón de un             niño asesinado; y en cuanto se encuentra el cadáver             de una persona en cualquier sitio, se les hace recaer             maliciosamente la responsabilidad".          
             Pero la desaprobación de papas y emperadores no             impidió que los casos de libelos se multiplicaran, sobre             todo en Polonia, en donde el Consejo de las Tierras,             órgano representativo de los judíos, envió un             delegado al Vaticano, y logró que el cardenal Lorenzo             Ganganelli (más tarde Papa Clemente XIV) emprendiera otra             investigación exhaustiva. Ganganelli se sumó a             quienes se pronunciaron contra el libelo: "Debe comprenderse con             cuánta fe viviente deberíamos pedirle a Dios como el             salmista ‘líbrame de la calumnia de los hombres’. Espero que             la Santa Sede tome medidas para proteger a los judíos de             Polonia, del mismo modo en que San Bernardo, Gregorio IX e             Inocencio IV obraron en defensa de los judíos de Alemania y             de Francia".          
          En Tiempos Modernos       
             Desde el siglo XVII, los casos de libelo de sangre se extendieron a             Europa Oriental. En 1636 en Lublin, la viuda Feiguele se mantiene             firme ante el tormento. A partir del siglo XIX, judeófobos             hicieron conspicuo uso del libelo para incitar a las masas en             varios países, incluida Siria, en donde el affaire de             Damasco de 1840 introdujo el mal en el mundo musulmán.             Allí el influyente cónsul francés se             sumó a los libelistas mientras toda la comunidad era             arrestada y torturada, en el contexto de la pugna de las potencias             occidentales para influir en el Medio Oriente.          
             Con todo, el principal perpetuador del libelo de sangre en tiempos             modernos fue Rusia. Aquí se diseminó sin pausa             avalado por los zares, quienes en general tuvieron una actitud             mucho peor que la de papas y reyes medievales.          
             El primer caso en Rusia fue en Senno (cerca de Vitebsk, Pascua de             1799). Cuatro judíos fueron arrestrados despues de que el             cadáver de una mujer fuera encontrado cerca de una taberna             judía. Apóstatas proveyeron a la corte de extractos             de una traducción distorsionada de literatura             rabínica como el Shuljan Aruj y Shevet Iehuda.             Pese a que los acusados terminaron siendo liberados por falta de             pruebas, el poeta G.R. Derzhavin incluyó en su              Opinión elevada al zar acerca de la organización del             status de los judíos en Rusia, que "en estas comunidades             se hallan personas que perpetran el crimen, o por lo menos protegen             a perpetradores, de derramar sangre cristiana, de lo que los             judíos fueron sospechosos en varias épocas y en             diferentes países. Si bien opino que tales crímenes,             incluso si fueron cometidos a veces en la antigüedad, eran             llevados a cabo por fanáticos ignorantes, creo apropiado no             pasarlos por alto".          
             Entre 1805 y 1816 ocurrieron más casos y, para evitar su             mayor diseminación, el ministro de asuntos             eclesiásticos, A. Golistyn, envió una circular a los             jefes de gobernaciones el 6/3/1817, donde explicita que los             monarcas polacos y los papas invariablemente invalidaron los             libelos, y las cortes los`refutaron. La circular ordenaba que "de             aquí en adelante los judíos no sean acusados de             asesinar ninos cristianos, sin evidencia, y sobre el mero prejuicio             de que necesitan de sangre cristiana".          
             A pesar de la circular, el zar Alejandro I dio instrucciones de             revivir las acusaciones en Velizh. El juicio duró diez             años, y aunque los judíos fueron finalmente             exonerados, cabe reflexionar en la atmósfera que generaba un             juicio tan largo sobre un tema tan escabroso. El zar Nicolás             I se negó a firmar la circular de Golistyn, considerando que             "hay entre los judíos salvajes fanáticos o sectas que             requieren sangre cristiana para su ritual". El libelo             recibía así un sello oficial, y ocurrieron muchos en             Telz, Kovno (1827); Zaslav, Volhynia (1830); y Saratov (1853).          
             Otro comité especial designado en 1855 para investigar,             incluyó teólogos, orientalistas y apóstatas.             Revisaron manuscritos hebreos y publicaciones y, otra vez,             concluyeron que no había evidencia alguna del uso de sangre             cristiana entre los judíos.          
             En los años setenta del siglo pasado recrudeció la             judeofobia, y el libelo fue motivo habitual en la propaganda             literaria y la prensa. En alguna medida estas obras remedaban las             que se habían publicado en Alemania y Francia, en las que             "expertos" judeófobos "probaban" el libelo, como: Le             mystere du sang chez les juifs de tous les temps, de H.             Desportes (1859), prologada por Edouard Drumont; y Talmud in der             Theorie und Praxis, de Konstantin C. Pawlikowski (1866).          
             Dos ejemplos de esta literatura en Rusia son Sobre el uso de             sangre cristiana por sectas judías con propósitos             religiosos (1876) de H.Lutostansky, que agotó varias             ediciones, y El Talmud desenmascarado de J.Pranatis, que             sigue publicándose. Contra algunos de los calumniadores se             iniciaron juicios de difamación. Y las de crimen ritual             continuaban.          
             Con el fortalecimiento de la extrema derecha (Unión del             Pueblo Ruso) en la Tercera Duma, las autoridades necesitaban de             más casos que justificaran la judeofobia reinante. Uno muy             notorio fue el Caso Beilis (1911-1913), armado por el ministro de             justicia Shcheglovitov, que despertó la oposición de             centenares de intelectuales rusos, entre ellos V. Korolenko y             Máximo Gorki. La eventual exoneración de Beilis fue             una derrota para el régimen pero, otra vez, la             atmósfera de veneno judeófobo surgía con el             mero juicio, independientemente de sus resultados.          
             Cuando los nazis asumieron el poder en Alemania, utilizaron el             libelo en su propaganda. Reanimaron las investigaciones y los             juicios (Memel 1936, Bamberg 1937, Velhartice -Bohemia- 1940). El             1/5/1934 el periódico Der Stuermer dedicó al             tema una edición horrorífica con ilustraciones.             Hombres de ciencia alemanes colaboraron en la difusión.          
             Incluso para 1960 un periódico soviético de             Daguestán afirmó que los judíos devotos             necesitaban sangre de musulmanes para sus ritos.          
             Fuera de Alemania (donde en general ocurrienron un tercio de todos             los libelos) hubo cuatro casos en el siglo XX. El primero de             éstos fue el caso Hilsner. Tomás Masaryk, fundador y             primer presidente de la Checoslovaquia moderna, tomó una             activa postura en contra del mismo, "no para defenderlo a Hilsner             (el acusado, un joven vagabundo) sino para defender a los             cristianos de la superstición". Masaryk fue duramente             atacado y su cátedra universitaria fue suspendida debido a             las manifestaciones de estudiantes. Este caso también             creó una ola de tumultos judeofóbicos en Europa,             orquestados por el "especialista" vienés Ernst Schneider.          
             Los libelos ahondaron el estereotipo satánico del             judío y, otra vez, el problema no era que la Iglesia lo             difundiera. Por el contrario, vimos que usualmente se             oponía, y en general trataba de detener las matanzas, pero             con su característica ambivalencia. Los niños             "mártires" eran reverenciados como santos, tales como en los             casos de San Hugh de Lincoln, el Santo Niño Mártir de             La Guardia, y Simón de Trento. Cada año durante             siglos, los cristianos honraban la memoria de los puros inocentes             que habían sido supuestamente asesinados en espantosos             rituales judíos.          
          La Hostia y la Peste Negra       
             En el Cuarto Concilio Laterano de 1215 fue reconocida oficialmente             la doctrina de la Transubstanciación, según la cual             la hostia (galleta usada en la ceremonia de la Eucaristía)             se transforma en el cuerpo de Jesús. Los protestantes             eventualmente modificaron la doctrina y consideran que se trata             sólo de un símbolo del cuerpo mas no Jesús en             persona (que es el dogma católico hasta hoy).          
             Este segundo mito, el de la profanación de la hostia,             sostenía que los judíos secretamente las robaban de             las iglesias para torturarlas y reeditar los sufrimientos de             Jesús. Obviamente, había en esta superstición             mayor irracionalidad aun, puesto que los judíos claramente             descreían de toda transusbtanciación. Pero esta             acusación trajo más persecución y matanzas. La             mayor parte de los cuarenta casos principales se perpetraron en             Alemania y Austria.          
             El mito se basaba en los supuestos poderes sobrenaturales de la             hostia, y en el prejuicio de que los judíos anhelaban             renovar en Jesús los sufrimientos de la pasión. Su             perfidia era tal, que no abandonaban los tormentos aun cuando de la             hostia emanaran sangre o sonidos, o si echaba a volar. (La             explicación de la "sangre" es que un honguillo de color             escarlata puede formarse en comida rancia que se deja en lugares             secos. Se lo denomina Micrococcus prodigiosus).          
             La primera supesta profanacíon fue en Belitz (cerca de             Berlín) en 1243. Un grupo de judíos y judías             fueron quemados en la hoguera en lo que pasó a denominarse             Judenberg (monte de los judíos). En Italia hubo pocos             casos debido especialmente a la protección de los papas,             pero se expresó en el arte, como la              Desecración de Paolo Uccenno (1397-1475) hecha para el             altar de la Confraternidad del Santo Sacramento de Urbino.          
             De Inglaterra, los judíos fueron expulsados antes de que se             difundiera la desecración de la hostia, pero también             allí se reflejó en el arte, como en el Croxton             Sacrament Play, escrito en 1491, dos siglos después de             la expulsión.          
             Casos famosos fueron el de París de 1290; el de Bruselas de             1370 (que llevó a la destrucción de la judería             belga, se celebró en una fiesta especial y todavía se             lo ve grabado en las reliquias de la Iglesia de Santa             Gudule); el de Knoblauch en 1510, que resultó en treinta             ocho ejecuciones y la expulsión de los judíos de             Brandenburgo. Por lo menos dos casos son aún celebrados             localmente: el de Deggendorf, Bavaria, que data de 1337, y el de             Segovia de 1415, que supuestamente había producido un             terremoto, y resultó en la confiscación de la             sinagoga y la ejecución de los líderes judíos.          
             Precisamente en España el infante don Juan de Aragón             patrocinó algunas acusaciones. En la de Barcelona de 1367             varios sabios (como Hasdai Crescas, Nisim Gerondi e Isaac B.             Sheshet) se hallaban entre los arrestados con la comunidad entera             (hombres, mujeres y niños), encerrada en la sinagoga por             tres días sin comida. Como no confesaron, el rey             ordenó su libertad, y sólo tres judíos fueron             ejecutados. Diez años después hubo casos en Teruel y             Huesca.          
             El caso de Lisboa de 1671 se produjo cuando ya no había             judíos en Portugal. Por lo tanto, cuando la hostia de la             iglesia de Orivellas fue robada, un edicto real ordenó la             expulsión… de todos los Nuevos Cristianos. Las             supuestas desecraciones continuaron hasta el último caso, en             1836 en Bislad, Rumania.          
             El último mito de esta trilogía fue la ya mentada             Peste Negra. Entre 1348 y 1350 una epidemia múltiple s             (bubónica, septicémica y neumónica) causada             por el bacilo pasteurella pestis, arrasó a casi cien             millones de personas, un tercio de la población europea. En             centros de densidad poblacional, como monasterios, la tasa de             mortandad era superior. La racción popular fue extrema: o             bien se buscó refugio en el arrepentimiento y las             súplicas a Dios, o bien lanzándose al libertinaje y             el salvajismo. Lo curioso es que estas dos actitudes se combinaron             en que arremetían contra los judíos, quienes fueron             acusados de envenenar los pozos de agua para destruir la             cristiandad. En esos años miles de judíos fueron             masacrados.          
             La bula del Papa Clemente VI (26/9/1348) vino a defenderlos, y             definió la plaga como "pestilencia con que Dios aflige al             pueblo cristiano". La vasta mayoría de la población,             empero, la veía como pestis manufacta (artificial),             la forma más simple de entenderla (y después de tanta             matanza contra los judíos, podía sospecharse de que             en algún momento éstos buscarían venganza).          
             La primera acusación fue en septiembre de 1348 en Castillo             de Chillon del lago de Ginebra. Los judíos "confesaron" que             la plaga había sido diseminada por un judío de Savoy             guiado por un rabino que había preparado el veneno. Las             matanzas se extendieron entre España y Polonia, destruyendo             trescientas comunidades. Los llamados Flagelantes expiaban             sus pecados matando judíos a su paso.          
             Las matanzas se dieron especialmente en Alemania, aun cuando al             principio el emperador Carlos IV intentó defenderlos.             Después se sumó al fervor de las hordas y             concedió "perdón por cada transgresión que             incluía el asesinato y destrucción de judíos".             En muchas localidades los judíos fueron asesinados aun antes             de que la plaga llegara. En Mainz, seis mil judíos fueron             llevados a la hoguera, y en Estrasburgo dos mil judíos             fueron quemados en una pira gigantesca en el cementerio             judío.          
             El mito de los judíos envenenando pozos agravó su             imagen diabólica, y después de la Peste Negra el             status de los judios se había deteriorado por doquier.          
             Hubo en la Edad Media otros mitos que armaron el arsenal             judeofóbico, pero ninguno fue mortífero como los             mencionados. Uno adicional fue el del Judío Errante,             una figura de la leyenda cristiana condenada por Jesús a             vagar hasta su segunda venida, debido a que lo desairó o le             pegó en su camino a la crucifixión. Dio lugar a             muchos cuentos aun hasta este siglo. Nación aparentemente en             Bolonia en 1233, cuando peregrinos del monasterio de Ferrara             relataron que vieron a un judío en Armenia que había             presenciado la Pasión de Jesús, lo ofendió, se             arrepintió y se convirtió al cristianismo. Los             nombres del Judío Errante varían en idiomas y             tradiciones: Cartaphilus, Buttadeus, Votadio, Juan Espera en Dios,             Ajasuerus, Isaac Laquedem, y Der ewige Jude. Se transformó,             en efecto, en símbolo del pueblo judío todo, culpable             y errante en el mundo. Este mito influyó arte y literatura,             pero no produjo genocidios.          
             En contraste, la mentada trilogía generó             máximo sadismo, y transformó la voz              judío en sinónimo de diabólico. El             arte medieval muestra al judío con cuernos, cola, cara             satánica, postura grotesca, en compañía de             puercos y escorpiones.          
             En el siglo XVI se produjo un cisma en la Iglesia, y nació             el protestantismo, que entre otras facetas buscó recuperar             las raíces hebreas del cristianismo. Pero fueron infundadas             las esperanzas prematuras en que los judíos serían             respetados por una Iglesia de mayor compasión hacia ellos.             Lo veremos en nuestra próxima lección.