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La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 10

  A diferencia de Marx y otros socialistas sobre los que veníamos reflexionando, el arquitecto de la revolución bolchevique, Vladimir Lenin, demostró estar exento de judeofobia. Al oponerse a la judeofobia de los zares afirmó que "ningún grupo nacional en Rusia está tan oprimido y perseguido como el judío"…  Lamentablemente la actitud personal de Lenin fue eclipsada por el establishment comunista, que desde el comienzo negó específicamente a los judíos el derecho de autodefinirse…  La judeofobia se transformó, según August Bebel, en "el socialismo de los tontos", con la salvedad de que por primera vez un movimiento judeofóbico se ocupaba en insistir que no lo era: la campaña fue llevada a cabo según veremos, bajo el epíteto de antisionista.

 


 

Unidad 10: Rusia: entre Zares y Soviets (II)

Por: Gustavo Perednik   

A diferencia de Marx y otros socialistas sobre los que veníamos reflexionando, el arquitecto de la revolución bolchevique, Vladimir Lenin, demostró estar exento de judeofobia. Al oponerse a la judeofobia de los zares afirmó que "ningún grupo nacional en Rusia está tan oprimido y perseguido como el judío". De este modo Lenin pasó un doble examen: la admisión pública del sufrimiento israelita, y la predisposición a combatir la judeofobia.

Una tercera prueba de la que salió airoso es que nunca usó políticamente el odio antijudío. Por ejemplo, en sus discusiones con el Bund (partido socialista judío) Lenin no endilgó a su judeidad ser causa (ni siquiera parte) del problema. Tampoco se dejó arrastrar a ello cuando una joven hebrea atentó contra su vida.

Lamentablemente la actitud personal de Lenin fue eclipsada por el establishment comunista, que desde el comienzo negó específicamente a los judíos el derecho de autodefinirse. Sólo a ellos se prohibió toda aspiración nacional (no nos referimos solamente a la religión, ya que aquí los judíos no tuvieron el monopolio de la hostilidad comunista). El idioma hebreo fue declarado subversivo y se envió a prisión a quienes lo ense¤aban o estudiaban. Más aún, el gobierno comunista destruyó sistemáticamente la vibrante vida comunitaria judía en Rusia.

La judeofobia se transformó, según August Bebel, en "el socialismo de los tontos", con la salvedad de que por primera vez un movimiento judeofóbico se ocupaba en insistir que no lo era: la campa¤a fue llevada a cabo según veremos, bajo el epíteto de antisionista.

Desde 1919 el sionismo fue definido como movimiento contrarrevolucionario. Junto con él fueron prohibidas las cientos de escuelas judías del país. Los ejecutores de la obra de destrucción fueron principalmente las fieles Ievsektzia (secciones judías del Partido Comunista).

Después de la muerte de Lenin en 1924, José Stalin se transformó en dictador de Rusia por tres décadas. Durante ese lapso la judeofobia soviética se desembozó (el odio personal de Stalin por los judíos es evidente, entre otras fuentes, en las memorias de su hija). El "problema judío" era el que presentaba un grupo con características de pueblo pero para el que tal definición estaba ideológicamente prohibida (porque no podían exhibir con claridad territorio e idioma en común).

Para "problema" se propuso la solución de Birobidzhán, un área de 35.000 km2 en el lejano Este. Por medio del traslado de los judíos allí, el gobierno podía detener la expansión japonesa (el territorio linda con Machuria) y al mismo tiempo arrancar apoyo financiero de los judíos del exterior. Asimismo, las Ievsektsia veían en Birobidzhán una alternativa contra el sionismo.

El 28 de marzo de 1928 se tomó la decisión y unos días después comenzó la migración. Ese a¤o se prohibió toda publicación en hebreo y muchos escritores judíos fueron arrestados, mientras en Birobidzhán se establecían varias escuelas, un teatro y un periódico en ídish. Incluso mil quinientos judíos comunistas inmigraron desde el exterior. A pesar de la propaganda, empero, salvo el a¤o récord de 1941, los israelitas nunca llegaron a ser ni el diez por ciento de la población general de la región.

Para 1930, como las Ievsektsia habían conseguido la destrucción de la mayor parte de la vida cultural judía en la URSS, pasaron a ser innecesarias para el régimen y se procedió a su expedita eliminación. Sus líderes, aunque habían sido fieles stalinistas, fueron ejecutados (incluido el jefe Simón Dimanstein) o murieron en la cárcel (como el editor del diario Moishe Lirvakov). Como vimos en el caso alemán, ni siquiera la respuesta del auto-odio salvó a los intelectuales judíos. Osip Mandelshtam, uno de los más refinados poetas rusos de la historia, a pesar de haberse declarado "alérgico a los olores judíos y a los sonidos de la jerga judía" fue arrestado en 1934 y murió en un campo de detención del lejano Este.

Ese a¤o se le otorgó a Birobidzhán el status oficial de Región Autónoma Judía y el mentor del proyecto, Mijail Kalinin, predijo que "en una década será el único baluarte de la cultura nacional judía socialista". Dos a¤os después, empero, las purgas de Stalin marcaron una escalada judeofóbica. Ya no se censuraron los ataques populares antijudíos, y el gobierno se lanzó a la liquidación final de las instituciones judías y sus líderes. Fue un golpe del que ni siquiera Birobidzhán ya se repondría.

Hubo una circunstancia que, con todo, congeló la animosidad soviética contra los judíos. El nazismo entronizado no cesaba de fustigar a los comunistas como "lacayos judíos", lo que por reacción gestó una línea oficial antijudeófoba de parte del Kremlin. Entre 1934 y 1939 la URSS expresó "sentimientos fraternales para con el pueblo judío en reconocimiento a su participación en el socialismo" e incluso mencionaba el origen judío de Marx (un dato que se sustrajo de la Enciclopedia Soviética a partir de 1952).

Esa calidez se apagó con la firma en 1939 del pacto de no-agresión nazi-soviético que llevó a la Segunda Guerra Mundial dos semanas después. Stalin reemplazó a su principal diplomático (Litvinov, de origen judío) por Molotov (con quien los alemanes estuvieron dispuestos a firmar el tratado) y se comprometió ante Hitler a que el resto de los judíos encumbrados en Rusia también serían suplantados. El Kremlin felicitaba al Tercer Reich por "su lucha contra la religión judía", y la prensa y radio soviéticas escondieron sistemáticamente los informes acerca de la brutalidad judeofóbica del nazismo. Aun los comunistas alemanes que habían huido, fueron extraditados a Alemania, judíos incluidos.

Algunos argumentaron que todo era un ardid de Stalin para ganar tiempo y así armarse para la inevitable guerra con el Tercer Reich, pero fue obvio que los partidos comunistas por el mundo abandonaron toda crítica a los males del fascismo o a la judeofobia nazi.

Por ello, cuando un par de a¤os después Rusia fue invadida por Alemania, los soviéticos debieron esforzarse en recuperar la opinión pública mundial. Dos meses después de la invasión organizaron el Comité Anti-Fascista Judío (CAFI) conformado por figuras públicas e intelectuales. El 24 de agosto de 1941 los medios rusos anunciaban que "los representantes del pueblo judío se reunieron a fin de convocar a nuestros hermanos judíos a través del mundo para ayudar el esfuerzo bélico soviético".

A pesar de este gran giro, la condena soviética al nazismo se limitaba a vituperar "el asesinato de gente pacífica e inocente" pero se negó consistentemente a presentar a los judíos como blancos predilectos de los nazis. Por lo menos 200.000 judíos morían combatiendo en el Ejército Rojo, y muchísimos eran distinguidos por su heroísmo, pero los jerarcas stalinistas no interrumpieron la ejecución de militares judíos, quienes eventualmente fueron rehabilitados post-mortem después de la muerte de Stalin.

El CAFI, encabezado por Salomón Mijoels, publicó una revista en ídish, emitía un programa de radio, y en 1943 viajó en campa¤a recaudatoria a los EE.UU., Inglaterra y otros países. Las comunidades judías por doquier los recibieron con entusiasmo ya que su visita marcó el reinicio de los lazos entre los hebreos soviéticos y el resto de la judería, lazos que se habían cortado con la revolución bolchevique.

Una vez concluida la guerra, y a pesar de que las atrocidades nazis fueron reveladas al mundo, la ocultación del martirio judío continuó impávida. Toda referencia a que la ocupación alemana de la URSS había perjudicado especialmente a los judíos, era censurada por los voceros oficiales soviéticos por "crear tensiones étnicas". Los libros y películas acerca de la Segunda Guerra ignoraron constantemente la existencia del Holocausto, virtualmente hasta el punto de la negación. En una película rusa de casi una hora que se exhibía a quienes visitaban Auschwitz (allí habían sido asesinados un millón y medio de judíos) la palabra judíos no era pronunciada ni una sola vez.

El escritor ídish Vasili Grossman preparó un Libro Negro de los crímenes nazis contra los judíos en tierra soviética, pero el libro fue prohibido después de que hubo ingresado en la imprenta. Al régimen no le bastó negar el Holocausto (por omisión) sino que llevó esa política hasta el ultraje cuando usaba las atrocidades nazis precisamente para incrementar la judeofobia, por medio de vincular el nazismo con el sionismo.

Las publicaciones del CAFI fueron finalmente prohibidas, y en enero de 1948 su presidente Mijoels fue asesinado por la policía secreta soviética. Ese a¤o se perpetraron nuevas purgas para poner punto final a toda actividad judía. En Birobidzhán mismo se clausuraron el teatro y las escuelas ídish. La población judía de la Región Autónoma Judía había llegado entonces a 30.000 personas, y comenzó su rápida e irreversible disminución. El gran plan de emigración judía pasaba a la historia.

El CAFI fue liquidado con todas las instituciones que habían sobrevivido, recrudeció el embate contra el sionismo, y se lanzó una caza de brujas contra los nuevos enemigos, los Cosmopolitas. En efecto, para fines de 1948 los escritores judíos y las figuras públicas más prominentes ya habían sido arrestados. Durante un juicio secreto en 1952, fueron acusados de conspirar para separar la península de Crimea de la URSS y crear allí "una república judía burguesa que serviría de base militar para nuestros enemigos". Veintiséis escritores judíos (muchos de ellos leales stalinistas) fueron ejecutados el 12 de agosto de 1952 (desde entonces y hasta hace algunos a¤os, en esa fecha se expresaba el Día de Solidaridad con los Judíos de la URSS).

El término Cosmopolitas se aplicó peyorativamente en la URSS a los intelectuales judíos, a partir de noviembre de 1948, que fue el a¤o pico del chauvinismo ruso en su lucha contra la influencia occidental. El uso del término comenzó en diario Pravda, en denuncias contra los "que no tienen patria" (¡en el país del internacionalismo!). "Patriotas" rusos acudían a "desenmascarar" israelitas en las artes y las letras. Primero revelaban los nombres verdaderos de los judíos que usaban seudónimos, luego abultaban su influencia real, y finalmente "mostraban" cómo los judíos escondían su identidad detrás de nombres rusos para difundir desprecio por Rusia (ejemplo de este "desprecio" era que sugerían que escritores rusos habían sido influidos por poetas Cosmopolitas como Heine o Bialik).

Esta campa¤a fue el primer ataque oficial contra los judíos soviéticos como grupo. Aunque atemperó en mayo de 1949, se la considera el comienzo de los llamados A¤os Negros que se extendieron hasta la muerte de Stalin, y durante los que fueron arrestados también los principales rabinos (Epstein, Lev, Lubanov, etc.), muchos de los que murieron en campos de trabajo.

La judeofobia fue un importante instrumento de la política stalinista durante la Guerra Fría, extendida más allá de las fronteras de la URSS. En Checoslovaquia, por ejemplo, en 1952 fueron detenidos catorce jerarcas del Partido Comunista bajo acusación de conspirar contra el Estado. Once de ellos eran judíos, incluido el Secretario General del partido, Rudolf Slansky. El Proceso Slansky fue supervisado por agentes moscovitas especialmente enviados a Praga. Por primera vez en la historia, un foro comunista con autoridad proclamó abiertamente la existencia de una conspiración judía internacional.

Se reiteraba una y otra vez el origen judío de los acusados, y se atribuían sus supuestos crímenes a esa causa primera. La fiscalía los estigmatizaba como sionistas, aun cuando todos los acusados siempre se habían opuesto al sionismo. Durante el juicio, se atribuyó la crisis económica checa a "los judíos". (Me permito la digresión de recordar a mis estudiantes que hace un mes el Premier de Malasia Mahatie Mohamad, culpó a "los judíos" de la caída de la moneda malaya. Aunque en Malasia no hay ni un solo judío, las críticas que se oyeron contra la declaración fueron apagadas por una multitudinaria manifestación de apoyo popular a Mohamad).

En Praga de 1952, la embajada de Israel pasó a ser baldonada como un centro mundial de espionaje y de subversión anticheca. Ocho de los acusados fueron ejecutados y los tres restantes condenados a prisión perpetua. Cientos de judíos checos fueron arrojados a la cárcel, en muchos casos sin que siquiera mediara incriminación; otros eran enviados a campos de trabajo. (A fines de la década del cincuenta las víctimas del Proceso Slansky fueron rehabilitadas, pero las acusaciones contra el sionismo y el Estado de Israel no fueron rectificadas).

Con todo, también en el stalinismo, como había sido la judeofobia previa, lo peor aún estaba por venir. El 13 de enero de 1953, doce médicos (nueve de ellos judíos) fueron arrestados en Moscú y acusados de complotar para envenenar a los máximos líderes comunistas. El juicio resultante fue un eco de las acusaciones medievales contra los judíos, pero se interrumpió bruscamente cuando Stalin murió el 2 de marzo. Más tarde se informó que el dictador había previsto utilizar el Complot de los Médicos para expulsar a Siberia a unos dos millones de judíos.

La Era Post-Stalin

El heredero de Stalin, Nikita Kruschev, aunque fue también judeófobo, atenuó la locura de su predecesor. En 1958 llegó a admitir incluso que el proyecto de Birobidzhán había fracasado (no se privó, empero, de atribuir el fracaso a la "aversión judía hacia el trabajo colectivo y la disciplina grupal").

La nueva política (llamada destalinización) denunció las purgas y la brutalidad del dictador, pero no consideró que la judeofobia fuera uno de los vicios que debía corregirse. En 1961, siete de los ocho discursos grabados de Lenin fueron comercializados; el único excluido fue el que condenaba la judeofobia. Lo mismo ocurrió con la publicación de las obras completas de Gorki, Leskov y otros, de las que se excluyó cuidadosamente toda reprobación de la judeofobia.

Las diatribas contra el sionismo se exacerbaron, y exhibieron un tono antijudío más procaz. En 1963 la Academia Ucraniana de Ciencias publicó el virulento libro Judaísmo sin adornos de Trofim Kychko. Además, ese a¤o y el siguiente muchos judíos fueron víctimas de juicios públicos por "crímenes económicos" (especialmente el "crimen de la especulación"). De los ciento diez condenadas a muerte, setenta fueron judíos. En uno de esos juicios en Ucrania, doce personas fueron declaradas culpables. La mitad de ellos (los no-judíos) fueron enviados a prisión; los seis judíos fueron fusilados.

La judeofobia comunista siempre se autodefinió como antisionista, y difundió en efecto una grotesca caricatura, según la cual el propósito del sionismo no era realmente asegurar un hogar nacional para los judíos en Israel, sino conspirar para dominar el mundo entero, al viejo estilo de los Protocolos. A partir de la Guerra de los Seis Días (1967) los medios de prensa soviéticos constantemente se refirieron al Estado judío como un Estado nazi. Uno de los promotores del veneno, Iury Ivanov, escribió en 1969 ¡Cuidado, sionismo!, libro que fue bienvenido por la prensa soviética como "el primer trabajo científico y fundamental sobre este tema". A fin de persistir en esta propaganda, en 1983 se fundó en Moscú el Comité Antisionista, que en apenas un lustro sacó a la luz 48.000 publicaciones antisionistas.

En cuanto a la Rusia post-comunista, la peculiaridad de su judeofobia es que no es privativa del populacho. Intelectuales de renombre, científicos y ex-disidentes, la difunden en diarios importantes. Un grupo de estos escritores, los prosistas de la aldea (Valentin Rasputin, Vasily Belov y Victor Astafiev) sostienen que "los judíos instalan un clima corrupto, que poluciona la pureza del alma rusa honesta y buena". El matemático Igor Shafarevich atribuye la intrínseca maldad de la moderna sociedad tecnológica (la llama rusofobia) a la mentalidad judía. Para él, el judío encarna la civilización urbana, antítesis de la Rusia virtuosa y tradicional.

Los argumentos de la judeofobia rusa de hoy, son que "los judíos" mataron al zar e instigaron la revolución de 1917 y el terror subsecuente. Su ya conocido método es resaltar hasta el absurdo la presencia de por ejemplo Kaganovich en el Politburó comunista. (La desproporcionada presencia de un 15% de judíos en el liderazgo bolchevique -que en países como Hungría fue aun muy superior- tiene claras explicaciones que exceden el marco de este curso. Mas cabe aclarar que la mayoría de los judíos, o bien aceptaron resignadamente al hostil régimen zarista, o bien fueron mencheviques, socialdemócratas).

Otros mitos judeofóbicos de la Rusia actual son que "los judíos" (y no por ejemplo el biólogo Lysenko) destruyeron la biología en Rusia. Fueron "los judíos" (la referencia es al arquitecto Ginsburg) quienes demolieron los monumentos históricos de Moscú en la década de 1930.

En cuanto a otros tipos de izquierda allende la frontera rusa, cabe referirse a la Nueva Izquierda, que atrajo a miles de estudiantes y jóvenes europeos y norteamericanos desde la rebelión en Berkeley de 1964 hasta después del mayo francés de 1968 que llevó a la caída de de Gaulle. La Nueva Izquierda nunca tuvo una doctrina coherente (iban desde el maoísmo hasta el anarquismo, hippieismo, etc.) pero su aspecto judío es paradojalmente doble: notable desproporción en el liderazgo (que a veces llegaba hasta más de la mitad; recuérdese a Daniel Cohn-Bendit en Francia) y, a pesar de ello, un antisionismo virulento y obsesivo.

La Nueva Izquierda presentó a los árabes como el Tercer Mundo oprimido por Israel, y a éste como "representante de la tecnología occidental y un lacayo del imperialismo". Sus mentores no asumieron esa postura (se destacaban Marcuse y Sartre, y este último protestó contra el prejuicio de que "Israel es imperialista con sus kibutzim, y los árabes son socialistas con sus Estados feudales") pero fue la norma entre los jóvenes.

En Alemania el antisionismo se extremó. La SDS estudiantil en 1969 interrumpía todos los actos públicos en los que debía aparecer el Embajador de Israel. A fin de ese año terroristas de la Nueva Izquierda intentaron hacer estallar volar el salón de la comunidad judía de Berlín durante un homenaje a las víctimas del nazismo. En panfletos titulados Shalom y Napalm pregonaban la destrucción del Estado de Israel, y exigían a la izquierda alemana terminar con sus sentimientos de culpa con respecto del pueblo judío, que constituían un "antifascismo neurótico y retrovisor". Los líderes Ulrike Meinhof y Dieter Kunzelmann terminaron por unirse los fedayín árabes, y de esa asociación resultó, entre otros atentados, el famoso secuestro hacia Uganda del avión de Air France (1976). Sólo los pasajeros judíos fueron retenidos en Entebe, hasta que los rescató la fuerza aérea israelí.

El antisionismo es la forma más persistente de la judeofobia contemporánea. Mucho se ha escrito acerca de en qué medida se trata propiamente de odio antijudío. ¿Se puede ser antisionista sin judeofobia? El antisionismo descalifica los sentimientos y aspiraciones nacionales de los judíos (y sólo de los judíos) y considera a Israel (y sólo a Israel) un Estado ilegítimo. No estamos hablando aquí de la crítica a las políticas de Israel. Estas críticas no implican antisionismo ni su componente judeofóbico. Los desacuerdos políticos con algún gobierno de Israel, aun si son profundos, no son nuestro tema.

Nuestra materia es el vilipendio intransigente contra el Estado judío, formulado desde la convicción de que éste no tiene derecho a la existencia. Lo notable es que en rigor, Israel es uno de los pocos Estados cuya creación era indispensable para salvar miles de vidas. Así sintetizó Lord Byron la situación de los judíos en un poema de 1815: "El nido a la paloma contiene/ y al zorro su cueva oscura/ cada nación país tiene/ e Israel… -¡la sepultura!").

Aun cuando desde un punto de vista estrictamente teórico se podría ser antisionista y no judeofóbico, el antisionismo propone acciones que llevarían a la muerte de millones de judíos. Por ello en el mundo las dos expresiones de odio están íntimamente interlazadas, como muchas veces revelan sus propios voceros. Yakov Malik, embajador soviético en la ONU se quejó en 1973 de que "los sionistas se han presentado con la absurda ideología del Pueblo Elegido" (como es bien sabido, el concepto bíblico de Pueblo Elegido es parte del judaísmo; el sionismo no tiene nada que ver con él).

En una película de propaganda, la actriz Vanessa Redgrave actúa en danza erótica con el fusil de un guerrillero palestino. Cada vez que la película ataca a los judíos, aunque se usa claramente el término árabe por judío (Yahud) el subtítulo en inglés reza "sionistas".

La autodefinición de antisionistas es socialmente más aceptable para los judeófobos de hoy, después de que la judeofobia quedara tan descubierta en la Segunda Guerra. Martin Luther King resumió bien la distorsión cuando declaró: "Critican a los sionistas pero se refieren a los judíos. Se trata de antisemitismo."

El antisionismo comparte las características de la judeofobia que mencionamos en la primera lección. Ha transformado a Israel en "el judío" de los países. Uno de los muchos ejemplos de su obsesividad fue el congreso sobre "Derechos humanos en el Tercer Mundo" que tuvo lugar en Harvard en 1979. En momentos en que había masacres en Africa, dictaduras en Latinoamérica, o la Uganda de Idi Amin, el temario del congreso se redujo exclusivamente al "terrorismo y genocidio de la así llamada Nación de Israel". Lo notable es que de las docenas de pueblos sin Estado que hay en el mundo (cachemiros, tamiles, vascos, curdos, neocaldeonios, etc.) curiosamente, sólo los palestinos despiertan solidaridad internacional, y sin que se tengan en cuenta siquiera los métodos que utilizan.

Las expresiones del antisionismo son muy variadas. Desde el boycot árabe que hasta el día de hoy excluye a Israel de los mapas, hasta las caricaturas que presentan al israelí como el estereotipo judío repelente que aspira a dominar el mundo. Uno de sus más lamentables foros fueron las Naciones Unidas.

Un tercio del total de las condenas de la Asamblea de la ONU fueron contra Israel, una desproporción a todas luces sospechosa. El sionismo fue el único movimiento nacional permanentemente difamado en la ONU. El 10/11/75 fue declarado "racista" y el 14/12/79 "hegemonista". El 5/2/82 y el 24/4/82 se votó que Israel "no es Estado de paz", y esto era un paso previo a su expulsión. La judeofobia previa quería expulsar al judío de la humanidad; la contemporánea quiso hacer lo propio expulsando al Estado judío de la familia de las naciones.

A veces las declaraciones de la ONU no están exentas de la aureola de mito medieval, como cuando el 23/8/1983 se acusó a Israel de envenenar a escolares secundarias árabes. Agreguemos que la ONU condenó el rescate de los civiles secuestrados en Entebe (1976) y, como organismo creado en 1945 para promover la paz, rechazó los Acuerdos de Camp David (1979), que eran el primer tratado de paz entre Israel y un país árabe después de cinco guerras.

Hasta el momento de la invasión iraquí de Kuwait (1990) no hubo jamás en la ONU censura contra Estados árabes, a pesar de que éstos habían llevado a cabo decenas de guerras, usos de armas químicas, expulsiones, ejecuciones públicas, y vítores a secuestros de aviones, matanzas de deportistas o escolares, etc. El delegado del Irán de los ayatollas llegó a ocupar la vicepresidencia del Comité de la ONU para los Derechos Humanos en Ginebra.

Las agencias internacionales de noticias fueron otro marco proverbial para reescribir la historia del sionismo, presentándolo como un movimiento imperialista nacido para explotar y despojar a una nación pacífica y milenaria. Pocas veces se menciona en la prensa que jamás hubo un Estado árabe palestino, que Jerusalem nunca fue capital de pueblo alguno salvo de los judíos, y que hasta avanzado el siglo los meros términos de Palestina y palestinos eran aceptados sólo por los judíos, ya que los árabes de la zona contendían que eran parte de la Siria del Sur. Lo aclaró muy bien Zoher Mossein, jefe de la Oficina de Operaciones Militares de la Organización para la Liberación de Palestina en 1977: "No hay diferencia entre jordanos, palestinos y libaneses; somos miembros de una sola nación. Solamente por razones políticas nos cuidamos de enfatizar nuestra identidad como palestinos, ya que un separado Estado Palestina será un arma adicional para luchar contra el sionismo".

La tendencia de la prensa es, en términos generales, consistentemente antisionista. Los ejemplos abundan, y resaltaron especialmente durante la Guerra del Líbano (1982), cuando se mostraba a Israel como un país nazi. Ejemplos posteriores podrían ser El Israel imperial de John Chancellor, la película Sesenta minutos sobre los desórdenes en el templo en 1990, o Cuatro horas en Shatila de Jean Genêt en 1992, pero son virtualmente innumerables. Los medios de comunicación han distorsionado el objetivo del sionismo. En lugar de la recuperación de la Tierra de Israel para el perseguido pueblo judío, lo presentan como una despiadada aventura colonial.

Las principales agencias de noticias y redes de información, como Reuters y la BBC, han contribuido con esta fantasía, cada una por sus motivaciones. Aun prestigiosas publicaciones como la National Geographic, dedicó su edición de 1992 a Los Palestinos rastreando su historia a cinco mil a¤os, a una "Palestina" pre-israelita (recordemos que la palabra Palestina la acu¤aron los romanos en el siglo II). Amplia documentación de este fenómeno de "robar la historia judía" puede hallarse en el libro de David Bar-Illan Eye on the Media (1993).

Esto no quiere decir que la mayoría de las agencias noticiosas sean judeofóbicas, sino que, lamentablemente, la judeofobia todavía vende bien.

Dijimos que el antisionismo es una de las dos últimas manifestaciones de la judeofobia. De la otra, y también de la judeofobia en América, hablaremos en nuestra próxima clase.

 

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 9

… las peores víctimas de la judeofobia zarista fueron los niños. La causa principal fue un sistema de reclutamiento de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo. La ley establecía que la edad de conscripción obligatoria serían los doce (12) años, bajo el pretexto de excluir a quienes sostenían a sus familias. El objetivo lo aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos serán colocados en establecimientos de entrenamiento preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban cantonistas ("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales.

 


 

Unidad 09: Rusia: entre Zares y Soviets

Por: Gustavo Perednik   

Dedicamos las últimas dos lecciones a dos modelos de la judeofobia moderna, Francia y Alemania. Ahora pasaremos al tercer paradigma, el conspiracional. Hemos dicho que en la época moderna, el país con más libelos de sangre fue Rusia, donde el agravante adicional fue que, en contraste con los papas y monarcas de Occidente, los zares estimularon la calumnia.

El primer caso ruso ocurrió en Senno en 1799, cuando antes de la Pascua cuatro judíos fueron arrestados debido al hallazgo de un cadáver. Ese año se solicitó al poeta Gabriel Derzhavin que investigara. Su Opinión elevada al zar acerca de la organización del status de los judíos de Rusia denunció el "parasitismo económico" y que "en estas comunidades se hallan personas que perpetran el crimen, o que por lo menos protegen a quienes lo perpetran, de derramar sangre cristiana, de lo que los judíos fueron sospechosos en varias épocas en distintos países. Si bien considero que tales crímenes en la antigüedad fueron cometidos por fanáticos ignorantes, creo apropiado no pasarlos por alto".

Con este sello semioficial, el zar Alejandro I dio instrucciones para que el libelo fuera revivido en Velizh, en donde el juicio duró diez años. Y aunque los judíos probaron finalmente su inocencia, el mero debate público bastó para que el siguiente zar Nicolás I se negara a firmar una circular de 1817 que requería no incriminar a judíos sin evidencias. La judeofobia se exacerbaba mientras duraban esos procesos, cualesquiera fueran los veredictos.

Libelos en Kovno, Zaslav, Volhynia, Saratov, etc., llevaron a que en 1855 se designara otro comité investigador. Una vez más sus conclusiones fueron categóricas: no había ninguna evidencia para acusar a los judíos. Y sin embargo, la noticia del asesinato ritual se difundía sin pausa y "expertos" en el tema publicaban libros que "describían los modos" en que la sangre cristiana se utilizaba (ejemplos de libelistas en Rusia fueron Lutostansky y Pranatis, fuera de ella Desportes y Cholewa).

Después de la partición de Polonia a fines del siglo XVIII, el mayor bloque de israelitas quedó bajo dominio ruso; durante el siglo XIX la mitad de los judíos del mundo vivían en Rusia (aproximadamente cinco de los diez millones). La judeofobia se intensificaba agravada por los sucesivos juicios de asesinato ritual.

Los judíos tenían prohibido residir fuera de la Zona de Residencia (Catalina II había formulado una invitación a los extranjeros para que se radicaran en el país, pero explicitó: "todos, excepto los judíos". También la emperatriz Elizabeth, cuando le solicitaron la admisión de judíos con propósitos comerciales había replicado: "No acepto beneficios de los enemigos de Cristo").

Con todo, las peores víctimas de la judeofobia zarista fueron los niños. La causa principal fue un sistema de reclutamiento de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo. La ley establecía que la edad de conscripción obligatoria serían los doce (12) años, bajo el pretexto de excluir a quienes sostenían a sus familias. El objetivo lo aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos serán colocados en establecimientos de entrenamiento preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban cantonistas ("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales.

Sobre los hombros de los líderes comunitarios judíos se depositaba la responsabilidad de alcanzar altos cupos de adolescentes. Estos provenían de los hogares más pobres, de los que eran arrancados para siempre. Cada comunidad se veía en la obligación de recurrir a bravucones llamados jpers ("secuestradores" en idioma ídish) que arrebataban a los niños ante los gritos de padres y vecinos. Desde los ocho (8) años de edad, los niños eran aprisionados en el edificio de la comunidad y de allí los retiraba el ejército. El sistema se hizo más riguroso durante la Guerra de Crimea (1854) cuando la cuota se fijó en treinta conscriptos por cada mil judíos, y las bandas de jápers acechaban para cazar a sus víctimas.

De la Zona de Residencia, los niños eran transferidos hasta Siberia, en viaje de varias semanas. El pensador ruso Alexander Herzen registró su encuentro con un convoy de cantonistas en 1835, y la explicación que recibió del oficial a cargo: "un muchachito judío es una criatura debilucha y frágil… no está habituado a marchar en ciénagas por diez horas diarias, ni a comer galleta entre gente extraña, sin madre ni padre que lo mimen; por ende tosen y tosen hasta que se tosen ellos mismos a la tumba… Ni la mitad llegará a destino; mueren así nomás como moscas… Ya dejamos un tercio en el camino" dijo, señalando la tierra.

Durante las tres décadas en que hubo cantonismo, cuarenta mil niños judíos fueron reclutados. El nombre bíblico Be-emek Ha-Bajá, En el Valle de Lágrimas, que mencionamos hace tres clases, también fue el título de una novela del escritor ídish Mendele Mojer Sforim (m. 1917), en la que se narra ese horror (Peretz Smolenskin y otros escritores también incluyeron páginas escalofriantes sobre el tema).

Una vez en las barracas, los niños que sobrevivían eran entregados a sargentos que habían sido entrenados para "influir" en la religión de los mancebos. Los "educadores" usaban hambre, privación de sueño, azotes y varios otros tormentos hasta que se alcanzaba el bautismo, o la muerte. Después de la ceremonia, los jovencitos debían cambiar sus nombres, eran registrados como hijos de padrinos designados, y comenzaban el entrenamiento propiamente dicho. Sus nuevos camaradas frecuentemente les hacían recordar su origen judío por medio del maltrato y la humillación. El zar Nicolás I definía el cantonismo como "el método para corregir a los judíos del reino".

Un efecto colateral del sistema fue que muchos padres optaban (aunque reticentemente) por enviar a sus hijos a escuelas públicas o a colonias agrícolas, ya que así se los eximía de la conscripción. Por ello éstas pasaron a ser financiadas por el impuesto de vela, un gravamen sobre las velas para rituales judíos, tales como recordatorios y casamientos.

El Baile Y Su Fin

La deplorable situación de los judíos de Rusia hizo que creyeran que un zar con nuevas ideas personificaría un promisorio amanecer. Alejandro II es todavía llamado el Zar Libertador en la historiografía rusa, debido a su política liberal, la Era de las Grandes Reformas. En lo que se refiere a los judíos, el cantonismo fue abolido y la Zona de Residencia mitigada. Como escribe Jaim Potock en su historia de los judíos, los iluministas judíos en Rusia supusieron que comenzaba la Emancipación según el modelo occidental "y el baile comenzó". Pero no calcularon que el proceso liberador desataría un violento contragolpe.

Ya avanzados en el curso de judeofobia, podemos prever lo que ocurrió: como en Francia y Alemania, los judíos ingresaron en las artes y el periodismo, fueron abogados y dramaturgos, críticos y compositores, pintores y poetas. De súbito se los percibió notorios y ubicuos en la vida política y cultural del país. Y no a todos los gentiles los entusiasmó esta repentina participación judía en la vida de la patria. Estereotipos judíos repulsivos comenzaron a aparecer en las obras de Lermontov, Gogol y Pushkin. Dostoievsky fue más lejos y en La Cuestión Judía (1873) justificó la repulsa, acusando a los judíos de "explotadores, chupasangres de la población que los rodea, en especial de los pobres e ignorantes campesinos… Los rusos, ciudadanos del único país donde el cristianismo es aún fuerza dominante, son considerados por los judíos como bestias de carga". Para él, los judíos, sentados sobre sus bolsas de oro, tramaban contra Rusia desde el Oeste.

Pero el baile continuaba. La prensa y la literatura judía florecieron, especialmente en hebreo y en ídish; también en ruso. Zvi Dainow publicó en hebreo un sermón en honor del zar, y Lev Levanda llamaba a los judíos a "despertar bajo el cetro de Alejandro II". Y de golpe se apagaron las luces.

El 31 de marzo de 1881 fue una de las fecmás fatídicas de la historia judía. Marcó el mayor éxodo de judíos de la historia, cuando dos millones de ellos establecieron las comunidades judías de los EE.UU., de Latinoamérica, y de la Tierra de Israel.

El asesinato de Alejandro II, fue el trampolín para una furibunda reacción judeofóbica, so pretexto de que en la célula revolucionaria que asesinó al zar había una joven judía. El nuevo y precario régimen convocó a las masas culpando a "los judíos" del regicidio. Las viejas formas de la judeofobia rusa (Zona de Residencia, cantonismo, etc.) fueron reemplazadas a partir de Alejandro III por otras más temibles aún, como los pogroms ("embestida" en ruso) que eran ataques del populacho contra la población indefensa, con saqueos, incendios, violaciones y asesinatos.

El bao de sangre inspirado por el gobierno ocurrió en tres olas de furor creciente, y dejó decenas de miles de muertos, e incontables mutilados y heridos. El primero de los pogroms tuvo lugar en abril de 1881 en Yelizavetgrad. El nuevo ministro de interior, conde Nicolás Ignatiev, los denominó "actos de justicia espontánea del pueblo ruso explotado".

Por un lado, los grupos revolucionarios redoblaron su accionar; por el otro, surgieron organizaciones ultraconservadoras para combatirlos, y para que se revirtiera la liberalización de Alejandro II. Entre ellas la Liga Sagrada, la Unión del Pueblo Ruso, las Centurias Negras, la Nobleza Unificada. Su lema era "Golpea al judío y salva a Rusia". En cuanto a los bolcheviques y anarquistas, muchos aceptaron los pogroms, en los que veían un medio para despertar al pueblo, que eventualmente se volcaría contra el régimen. Su lema revolucionario era "Golpea a la burguesía y al judío!"

Ignatiev informó al zar acerca de la violencia desatada: "durante los últimos veinte años -escribe- los judíos gradualmente ganaron el comercio y la industria… hicieron todos los esfuerzos para explotar a la población general… Así han fomentado una ola de protesta, que cobró la infortunada forma de violencia… La justicia exige normas severas que alteren las relaciones entre los habitantes generales y los judíos, y protejan a los primeros de la dañina actividad de los últimos".

Estas "normas severas" fueron conocidas como las Leyes de Mayo, decretos "temporarios" que se aplicaron a los judíos hasta la revolución de 1917, y que les prohibían residir fuera de ciertas ciudades y aldeas (cien en total) y cancelaban todo contrato de compraventa con judíos en las áreas prohibidas. De este modo los comerciantes rurales se libraron de la competencia de sus colegas judíos, y los policías fueron dotados de un instrumento permanente de extorsión y maltrato a los judíos que aún vivían en regiones vedadas.

Gracias a presión internacional, un decreto proyectado fue abortado: la expulsión de todos los judíos a las planicies de Asia Central. Pero una restricción que sí se agregó en la nueva Rusia fue el Numerus Clausus ("números cerrados") para estudiantes judíos (esta práctica restrictiva prevaleció en muchos países, incluso en los EE.UU.). En julio de 1887 el Ministerio de Educación estipuló para los establecimientos secundarios y terciarios, un tope de 10% de judíos en las ciudades de la Zona de Residencia, 5% afuera de ella, y 3% en Moscú y Petersburgo. A veces estos topes incluían aun a judíos que se habían convertido al cristianismo.

Uno de los propulsores de estas restricciones fue el conde Constantino Pobedonostev, cuyo cargo era similar al de un ministro de religión. Como opinaba que los judíos tenían más talento que los rusos, temía que los dominaran. Por ello bregaba por la total rusificación y vaticinó el destino de los judíos de Rusia: "Un tercio morirá, un tercio emigrará y un tercio se asimilará".

Además de lo antedicho, la faceta de la judeofobia rusa que tuvo mayor influencia a largo plazo fue su modo de justificarse. La Ojrana, policía secreta del zar, procuraba explicar ideológicamente sus acciones por medio de un libro actualizara la vieja tradición demonológica. Había buenos precedentes.

El primero de ellos, según vimos, era la obra en cinco tomos del abate Barruel (el mismo que frustró el Sanhedrín de Napoleón) en la que mostraba la detestada Revolución Francesa como la culminación de una milenaria conspiración secreta. Tres libros que emparentaban la conspiración con los judíos aparecieron en 1869: uno alemán (El discurso del rabino de Hermann Goedsche), uno francés (El judío, el judaísmo y la judaización de los pueblos cristianos de Gougenot de Mousseaux, quien recibió "por su coraje" la bendición papal de Pío IX), y uno ruso (El libro del Kahal de Jacob Branfman).

También se citaba una fuente inglesa, que no surgía de textos judeofóbicos sino de una travesura literaria. Me refiero a Coningsby, la novela de Benjamín Disraeli publicada en 1844. En un párrafo el rico y aristocrático judío Sidonia refiere cómo durante sus travesías por Europa en busca de un préstamo, comprobaba que en cada país el ministro al que entrevistaba, era indefectiblemente judío. Y concluye con el siguiente comentario: "Ya ves, entonces, mi querido Coningsby, que el mundo está gobernado por personajes muy diferentes de los que imaginan quienes no están detrás del escenario" (capítulo XV del libro tercero). ¡Y esto había salido de la pluma de un judío que llegó a ser Primer Ministro! (Innecesario aclarar que quienes lo citaban para "demostrar el poder de los judíos" salteaban el hecho de que los varios ministros mencionados en la novela en rigor no eran judíos).

El mito reaparece hacia 1850 en muchos diarios alemanes que buscaban misteriosas raíces para la revolución de 1848. En la novela Biarritz de Goedsche, el capítulo En el cementerio judío de Praga refiere una reunión secreta nocturna durante la Fiesta de los Tabernáculos, en la que los delegados de las doce tribus de Israel planeaban una vez por siglo la toma del planeta.

Otra publicación en alemán, que para 1875 ya iba por la séptima edición, fue La conquista del mundo por los judíos, de un tal Millinger (alias Osman-Bey). Allí se señalaba como fuente del mal a la Alliance Israélite Universelle (aunque fundada en 1860, se la presentaba tan antigua como los judíos) y se auguraba que "En un mundo sin judíos las guerras serán menos frecuentes porque nadie lanzará a una nación contra la otra; cesarán el odio entre las clases y las revoluciones, porque los únicos capitales serán nacionales que jamás explotan a nadie… Tendremos ante nosotros la Edad de Oro, el ideal del progreso en sí. ¡Arrojad a los judíos al Africa! ¡Viva el principio de las nacionalidades y de las razas! ¡La Alliance Israélite Universelle sólo puede ser destruida mediante el exterminio total de la raza judía!".

Como varios señalaban a la Alliance de París como centro de la confabulación, allí fue donde la Ojrana (policía política del zar) instaló al agente Orgeyevsky con el objeto de "documentar" las siniestras actividades judías. El ministro Peter Stolypin descartó varias propuestas por "propaganda inadmisible para el gobierno", pero terminaron por aceptar un panfleto del místico Sergei Nilus, escrito por 1902.

El libro supuestamente contenía los "verdaderos" protocolos del congreso efectuado en Basilea (Suiza) un lustro antes (el Primer Congreso Sionista Mundial) que, aunque supuestamente había fingido el objetivo de establecer un hogar nacional para los judíos, en realidad se había convocado para un plan de dominación mundial. En dichos Protocolos de los Sabios de Sin, rabinos y líderes expresan sin vueltas su sed de sangre, maquinaciones y ansias de poder. La historia completa de cómo se fraguó el libro fue explicada por Norman Cohn en El mito de los Sabios de Sión (1967).

Durante los primeros tres lustros los Protocolos tuvieron poca influencia. Luego los rusos, motivados por un artículo publicado en el Morning Post de Londres (7/8/1917) que sugería la existencia de un gobierno judío secreto e internacional, decidieron enviar copias de los Protocolos a numerosos diarios europeos para "corroborar" la hipótesis.

El éxito de la patraña no tuvo precedentes. Millones de ejemplares se vendieron en más veinte idiomas. En los EE.UU. su gran mentor fue el magnate del automóvil, Henry Ford, quien durante los años veinte difundió la mentira en su diario The Dearborn Independent. También The Spectator londinense requirió en 1920 que se designara una Comisión Real para revisar si existía una confabulación judía internacional para destruir el cristianismo. De ser probada su existencia, "se justificará nuestra cautela para admitir judíos a la ciudadanía… Debemos arrastrar a los conspiradores a la luz, y mostrarle al mundo cuán malvada es esta plaga social".

¿Suena al Sínodo de Conversos del año 1235? ¿Beben los judíos sangre cristiana? ¿Nos dominan secretamente? La Comisión Real nunca fue erigida, gracias a que un corresponsal del diario The Times, Philip Graves, descubrió casualmente la novela en base de la cual se habían fraguado los Protocolos. Era una sátira contra Napoleón III escrita medio siglo antes (en 1865), Diálogos en el infierno de Maurice Joly, en la que los franceses (no los judíos) acumulaban poder. De 2.560 renglones, 1.040 habían sido copiados literalmente por Nilus, palabra por palabra. El editorial del Times del 18 de agosto de 1921 fue una resonante admisión del macabro error. Los Protocolos eran falsos y la conspiración judía mundial un nuevo mito judeofóbico.

Pero tal como había sucedido con el libelo de sangre, el hecho de que la patraña fuera racionalmente desenmascarada no disminuyó el odio. Los Protocolos siguieron difundiéndose y creyéndose como ninguna obra anterior. Aun en 1992 salió en primera página del diario Sovetskaia Rossiia una serie de artículos de Yoann (Metropolitano Ortodoxo Ruso de Petersburgo) que denunciaba con los Protocolos un complot judío del que Rusia era el primer blanco.

Nueva Esperanza, Nueva Frustración

Otra vez el déja vu. Nos hace recordar las esperanzas que despertó el iluminismo después de siglos de judeofobia cristiana. ¿Qué vemos ahora en el horizonte? Parece nuevamente la salvación de los judíos de los mitos acumulados, de la discriminación y el desprecio, las mentiras y leyendas. Es la Rusia del siglo XX en cuyo aire flotan racionalismo y socialismo, en la que los revolucionarios que luchan por la igualdad se mofan de las supersticiones del pasado y planifican la religión de la razón en un mundo de confraternidad. La revolución bolchevique pondría fin a la discriminación y la violencia de los zares… Pero oh sorpresa, muchos de sus portaestandartes mostraron ser ellos mismos judeófobos.

Entre ellos, los teóricos del anarquismo, quienes propugnaban la destrucción de todo el viejo régimen, salvo una parte. Así escribía en 1847 el francés Pierre Proudhon acerca de los judíos: "Esta raza lo envenena todo al entrometerse por doquier. Exigid su expulsión de Francia, a excepción de los hombres casados con mujeres francesas. Prohibid las sinagogas, no los admitáis en ningún empleo, procurad la abolición final de esta secta… El judío es el enemigo de la raza humana. Uno debe devolver esta raza al Asia o exterminarla… Por fuego o expulsión el judío debe desaparecer… Lo que los pueblos de la Edad Media detestaban por instinto, yo detesto por reflexión, y de modo irrevocable".

El principal teórico de la revolución, Carlos Marx, nació judío y fue bautizado a los seis años por su padre, Hirschel, hijo, yerno y hermano de rabinos, y descendiente de sabios talmúdicos. Hirschel cambió su nombre por Heinrich y se hizo protestante cuando un edicto prusiano de 1817 prohibió a los judíos ejercer la abogacía (fue uno de los miles a los que nos referimos, que se convirtieron al cristianismo con la reversión post-napoleónica de la Emancipación).

El primer ensayo de Carlos Marx, La Cuestión Judía (1844) fue en respuesta a Bruno Bauer, quien había condicionado la Emancipación de los judíos a que éstos abjuraran de su religión. Para Marx ni la apostasía era suficiente: "La nacionalidad quimérica del judío es la del comerciante… La base secular del judaísmo es la necesidad práctica, el interés propio. ¿Cuál es el culto mundano del judío? El chalaneo. ¿Cuál es su dios mundano? El dinero. La sociedad burguesa crea continuamente judíos… La emancipación del chalaneo y del dinero, y consecuentemente del judaísmo real, será la autoemancipación de nuestra era". La emancipación humana es, en el libro de Marx, un sinónimo de la abolición del judaísmo.

Hemos trazado dos contrastes. Uno, el del enciclopedismo con el contexto medieval del que provenía; otro, el del socialismo con su telón de fondo zarista. La pregunta es por qué estos dos movimientos basados en el racionalismo y la confraternidad estuvieron infestados de la judeofobia que caracterizaba el viejo orden. Aparentemente, las sociedades europeas estaban tan saturadas por siglos de odio antijudío, que fueron incapaces de producir un iluminismo o un socialismo libres del mal.

En un abarcador estudio, el historiador Zosa Szajkowski no pudo encontrar una sola palabra en defensa de los judíos en la literatura socialista francesa entre 1820 y 1920, aun cuando la mitad de ese lapso estuvo repleta de seiscientos pogroms. Como ejemplos de la judeofobia izquierdista, mencionamos a Toussenel, Fourier y Proudhon. Saint-Simon es la notable excepción. En cuanto a Marx, a partir de sus escritos y biografía, podemos reflexionar acerca de cuatro aspectos de la judeofobia, a saber:

A) Los judeófobos inflan la importancia de los judíos de los que disgustan, y enfatizan su judeidad aun cuando sea virtualmente inexistente. Así, para los nazis el comunismo era una ideología judía. Y dentro de la izquierda, el anarquista Mikhail Bakunin (quien consideraba a los judíos "una nación de explotadores") llamaba a Marx "un Moisés moderno". Por el contrario, cuando hay judíos importantes para su causa, los judeófobos se esmeran en empañar la judeidad. Así, el origen judío de Marx fue soslayado por los regímenes comunistas. En la edición de 1952 de la Enciclopedia Soviética se omitió toda mención al respecto.

B) Como los judíos eran acusados desde los dos flancos del espectro político con argumentos contradictorios, no tenían ninguna posibilidad de salir airosos de la acusación (como cuando se les censura a un tiempo el ser avaros y ostentosos, o entrometidos y muy cerrados). A pesar de su sufrimiento bajo los estados cristianos, los judíos fueron ulteriormente vistos por muchos librepensadores como el germen del cristianismo. Del mismo modo, la judeofobia de Marx y los marxistas no disuadió a los judeófobos anticomunistas de acusar a "los judíos" de haber creado el marxismo. Por esta razón, durante la guerra civil que siguió a la revolución bolchevique, las bandas de combatientes anticomunistas en Ucrania asesinaron a cincuenta mil judíos inocentes que residían en Ucrania.

C) Otro rasgo típicamente judeofóbico de Marx fue pasar por alto tanto el sufrimiento de los judíos como la existencia del odio antijudío en su época. Su antagonismo hacia los judíos se expresó en sus ensayos como en su correspondencia privada. Nunca tuvo una palabra de solidaridad para las víctimas de los pogroms, cuya inmigración a Londres comenzó mientras Marx vivía allí. Este "humanismo selectivo" es una característica de los judeófobos de izquierda, judíos y no-judíos por igual. En 1891 la reunión de la Segunda Internacional Socialista en Bruselas (que incluyó a muchos delegados judíos) rechazó una moción de condena a la creciente judeofobia. Cuando queramos desenmascarar tendencias judeofóbicas, debemos preguntar al sospechoso si la judeofobia realmente existe en el presente. Una respuesta negativa sería muy elocuente.

D) Marx también ejemplifica un fenómeno que exacerba la judeofobia: el que dio en llamarse judío ajudaico (como en el título del libro de Isaac Deutscher publicado de 1968, un año después de su muerte. El judío ajudaico es un revolucionario radical quien, aunque no tiene conexión alguna con el judaísmo, es percibido como "el judío" por la sociedad que aspira a destruir. El judío ajudaico simpatiza con todo perseguido, siempre y cuando no sea judío. Así lo definía Rosa Luxemburgo en una carta de 1916: "¿Para qué vienes a mí con tus penas judías? Me sicerca de las desdichadas víctimas de las de las plantaciones de caucho en Putumayo, o de los negros del Africa con cuyos cuerpos los europeos juegan a la pelota… No tengo un rincón para el ghetto reservado en mi corazón: me siento en mi hogar en todo el mundo, doquiera que haya nube, y pájaros y lágrimas humanas". En retrospectiva, esos judíos del ghetto en 1916 habrían gustosamente cambiado su destino con los trabajadores brasileños o africanos. Pero como lo dijera Irving Howe "aún en el más cálido de los corazones hay un lugar frío para los judíos".

En cuanto a los seguidores de Marx en la Rusia comunista, estudiaremos su judeofobia en nuestra próxima clase.

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 7

 … Mahoma no logró que los judíos lo aceptaran como un nuevo Moisés, y entonces se volvió en contra de ellos. Su frustración fue registrada en el Corán, y así proveyó a millones de musulmanes durante siglos, de una antipatía hacia los judíos que se suponía divinamente inspirada (suras 2:61, 2:97, 5:64 y 5:78). … El último libro de Martìn Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras (1543), llama a los judíos el Anticristo: "es más difícil convertirlos a ellos que al mismo satán". 

 


 

Unidad 07: El Islam, el Protestantismo y la Judeofobia Moderna

Por: Gustavo Perednik

  

Después de transitar por la judeofobia medieval a través de sus siete prácticas y tres mitos principales, nos quedó pendiente la pregunta de si el "valle de lágrimas" se dio paralelamente en las dos grandes ramas del tronco cristiano, la católica y la protestante.

Nuestra respuesta pondrá énfasis en el símil del protestantismo y el Islam: ambos comenzaron por procurar su validación en los judíos y, frustrados por el rechazo de éstos, devinieron en judeofóbicos.

Sin embargo, a diferencia del cristianismo, el Islam no emergió del seno del judaísmo. No fue judío su fundador y no arguyó consumar las profecías de Israel. Por ello, su careo con la judería careció de tensiones teológicas.

Cuando el Islam se expandió, los judíos que se encontraron bajo su égida, si bien no fueron exentos de degradación e inseguridad, su vida pocas veces incluyó las torturas, expulsiones y hogueras que les propinó el dominio cristiano.

El Islam nació en el siglo VII en Medina, de cuya comunidad judía Mahoma adoptó varias observancias para la nueva religión: la plegraria en dirección a Jerusalem (que eventualmente se cambió por La Meca), las leyes dietéticas (por ejemplo la prohibición de ingerir cerdo), o el ayuno del Día del Perdón (que fue reemplazado por el del mes de Ramadán). A pesar de este acercamiento, Mahoma no logró que los judíos lo aceptaran como un nuevo Moisés, y entonces se volvió en contra de ellos. Su frustración fue registrada en el Corán, y así proveyó a millones de musulmanes durante siglos, de una antipatía hacia los judíos que se suponía divinamente inspirada (suras 2:61, 2:97, 5:64 y 5:78).

El Pacto de Omar del año 720 fue el código legal musulmán que prescribía el tratamiento que se debía a los Dhimmis (o monoteístas no islámicos). De varios modos los Dhimmis debían aceptar status de inferioridad frente al musulmán: cederle su asiento o vestir atuendos diferentes, y abstenerse de cabalgar o de hacer pública su religión. A veces ello no bastaba: durante el siglo XI el califa Hakim ordenó que los judíos llevaran colgadas del cuello pelotas de más de dos kilos que les recordarían el becerro de oro que sus ancestros habían idolatrado.

De todos los países árabes los judios fueron obligados a irse. El único de ellos que tuvo comunidad judía y nunca fue gobernado por una potencia europea, fue el Yemen. En 1679 casi todos los judíos yemenitas fueron expulsados de las ciudades y aldeas, y la sinagoga de la capital, Sana, fue convertida en mezquita (aún existe y es llamada "mezquita de la expulsión"). Cuando Turquía ocupó el Yemen en 1872 y requirió que se detuviera la costumbre de niños musulmanes de arrojar piedras sobre los judíos, obtuvo como respuesta que no podía prohibirse lo que era una antigua costumbre religiosa a la que llamaban Ada. Hasta que los remanentes judíos partieron del Yemen en 1948, estaban obligados a vestir como mendigos y a los niños se les imponía el Islam cuando los padres morían.

El mito del libelo de sangre fue introducido en el mundo árabe en Damasco en 1840. Sólo después de una condena internacional se liberó a los judíos que sobrevivieron las torturas con que los castigaron, y el libelo se popularizó, y los judíos eran frecuentemente atacados (especialmente en Egipto y en Siria) so pretexto de que bebían sangre musulmana. El actual ministro de defensa de Siria, Mustafá Tlas, es autor de La Matzá de Sión, libro en el que defiende el libelo (¡en 1983!) y que el delegado sirio recomendó a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.

El Protestantismo

Volvamos a la cristiandad. La rama protestante, fundada por Martín Lutero en 1517, sostenía entre sus principios devolver el cristianismo a sus fuentes hebreas, en lugar de la interpretación helenística. En efecto, al comienzo hubo muchos protestantes que se acercaron al judaísmo, algunos en en la expectativa de que los judíos finalmente aceptarían la fe en Jesús si ésta se les presentaba con amor y con el énfasis en su origen hebraico. Pero también aquí, cuando esas expectativas probaron ser infundadas, la reacción fue judeofóbica.

El último libro de Lutero, Sobre los judíos y sus mentiras (1543), llama a los judíos el Anticristo: "es más difícil convertirlos a ellos que al mismo satán". Lutero exhortó a la violenta expulsión de los judíos de toda Alemania y aconsejó a los nobles de Europa: "Primeramente, sus sinagogas deben ser incendiadas, y lo que no sea consumido por el fuego que sea cubierto de inmundicia… Así sea hecho en honor de Dios y del cristianismo; que Dios vea que los cristianos no toleramos ni aprobamos tal mentira pública, maldición y blasfemia contra Su hijo y Sus cristianos. Segundamente, sus hogares deben ser igualmente derribados y destruidos. Porque perpetúan lo mismo que hacen en sus sinagogas. Colóqueselos en establos. En tercer lugar, príveselos de sus libros de oraciones y del Talmud, en los que se enseña idolatría, mentiras, maldiciones y blasfemias. En cuarto lugar, debería prohibirse a sus rabinos enseñar, bajo amenaza de muerte… La furia de Dios contra ellos es tan grande que están cada vez peor… Para resumirlo, estimados príncipes y nobles que tenéis judíos entre vuestras posesiones, si mi consejo no os es suficiente, buscad otro mejor para que vosotros, y todos nosotros, seamos libres de esta insoportable carga diabólica, los judíos".

Quien esto escribió era y es un reconocido teólogo, fundador de una nueva corriente religiosa mundial, y considerado por muchos como el padre del moderno alemán. Uno de los jerarcas nazis más brutales, Julius Streicher, arguyó en su defensa durante los juicios de Nürenberg que no había hecho sino cumplir con los consejos de Lutero.

La Judeofobia en la Modernidad

Hasta aquí hemos visto el desarrollo de la mitología judeofóbica en tres etapas: la antigüedad (los judíos son leprosos, adoradores de asnos, misántropos y haraganes), la Edad Media temprana (el pueblo judío es deicida y, por medio de su sufrimiento, un testimonio de la verdad del cristianismo), y la Edad Media tardía (los judíos beben sangre cristiana, envenenan los pozos de agua, y son socios del diablo). La principal diferencia entre los mitos paganos y los cristianos es que aquéllos eran básicamente culturales y éstos fueron teológicos: la premisa pasó a ser "Dios los odia".

¿Habría salvación? Pareciera que sí, puesto que en el horizonte se vislumbraba el fin de mitos y la discriminación, de desprecio, calumnias y crueles leyendas. El Siglo de las Luces (el XVIII) traía una atmósfera de racionalismo y enciclopedismo, en la que los librepensadores desechan las supersticiones y postulan una religión de la razón para un mundo de confraternidad. Pero oh sorpresa, ellos mismos no superaron los prejuicios judeofóbicos sino que los reafirmaron.

Cuando Emile Zola escribió que "los judíos como están hoy son la obra de nuestros mil ochocientos años de persecución idiota", entendía que la judeofobia era un problema de los gentiles, y que el modo de superar ésa y otras taras sociales era la educación. Y sin embargo, los responsables de educar e iluminar al pueblo, los que enarbolaban el estandarte de la revolución ideológica, eran judeófobos.

El principal de los autores de la famosa Enciclopédie (1765), Denis Diderot, señaló como virtud de los judíos que son el pueblo más antiguo y que nunca fueron politeístas, pero al mismo tiempo los consideró "ignorantes y supersticiosos". Paul D’Hollbach fue más lejos. En L’Esprit du Judaisme (1770) sostiene que el judaísmo es malo por naturaleza, y constituye corrupto origen del cristianismo. Moisés fue a sus ojos el más perjudicial de cuanto legislador hubo, transmisor de misantropía y parasitismo. El Dios de los judíos era sanguinario y los llevaba al genocidio; los patriarcas, eran lascivos y mentirosos; los profetas, fanáticos; la idea mesiánica, insana; los judíos, el pueblo más vil. (Es paradojal cómo después de dos milenios de sufrir bajo el yugo cristiano, D’Hollbach y otros venían ahora a culpar a los judíos por haber creado el cristianismo).

Digamos que, en términos generales, Montesquieu favoreció el otorgamiento de igualdad de derechos a los judíos y se solidarizó con su sufrimiento ("el judaísmo es una madre que dio a luz a dos hijas que le dieron mil golpes… si no quieres comportarte cristianamente, hazlo por lo menos como un ser humano"), pero también advirtió que "dondequiera haya dinero, hay judíos". Jean-Jacques Rousseau fue una notable excepción y tomó consistentemente una postura favorable a los judíos.

Pero el peor de los judeófobos iluministas fue quien encarnó las ideas de "libertad, igualdad y fraternidad", Voltaire, enemigo de la Iglesia y de la superstición. Su Diccionario Filosófico, en más de un cuarto de sus entradas arremete contra los judíos, "el pueblo más imbécil de la faz de la Tierra, enemigos de la humanidad, el más obtuso, cruel, absurdo…" Los judíos, que constituían el 1% de la población, son motivo de la entrada más larga del libro: "la nación más singular que el mundo ha visto; aunque en una visión política es la más despreciable de todas, sin embargo a los ojos de un filósofo vale la pena considerarla. …De un breve resumen de su historia resulta que los hebreos siempre fueron errantes o ladrones, esclavos o sediciosos. Son todavía vagabundos sobre la Tierra, aborrecidos por todos los hombres… Si preguntas cuál es la filosofía de los judíos, la respuesta será breve: no tienen ninguna… Los judíos nunca fueron filósofos ni geómetras ni astrónomos".

No es posible que Voltaire ignorara quiénes habían sido Maimónides o Spinoza, pero la judeofobia tiene la facultad de torcer el razonamiento del más razonable de los hombres. Y Voltaire toca el nervio mismo de la judeidad, porque si hubo un área en la que los judíos podían exhibir grandes logros, es la educación. Sin embargo, escribe Voltaire: "Estuvieron tan lejos de tener escuelas públicas para la instrucción de la juventud, que ni siquiera tienen un término en su idioma que exprese esa institución… Su estadía en Babilonia y Alejandría, durante la que podrían haber adquirido sabiduría y conocimientos, sólo los entrenó en la usura…"

Este gran racionalista llegó hasta a reafirmar el peor libelo: "vuestros sacerdotes siempre han sacrificado vidas humanas con sus sacras manos". Algunos historiadores sostienen que Voltaire en realidad deseaba atacar a la Iglesia, y lo hacía por medio de arremeter contra los judíos. Disentimos, porque Voltaire no tuvo reparos en embestir directa y abiertamente contra la Iglesia. Nunca necesitó hacerlo por interpósita persona. Firmaba sus cartas con el lema Écrasez l’infâme ("destruyan al infame", en referencia a la Iglesia) salvo aquellas cartas que enviaba a judíos, donde firmaba caballero cristiano de la cámara del rey muy cristiano.

"En suma -concluye el Diccionario- encontramos en ellos solamente un pueblo ignorante y bárbaro, que ha largamente unido la más sórdida avaricia con la más detestable superstición y el más insuperable odio por cada pueblo por el que son tolerados y del que se enriquecen. Empero, no debemos quemarlos".

La judeofobia de Voltaire, muy común entre los librepensadores dieciochescos, tuvo su excepción entre los ingleses, como John Locke y John Toland. Con todo, en Inglaterra la Emancipación completa no se logró hasta 1858, cuando el barón Lionel de Rothschild tomó lugar en el Parlamento, bajo un juramento especial para la ocasión.

Ese otorgamiento de igualdad de derechos es nuestro tema, puesto que la judeofobia moderna fue en efecto una reacción contra la Emancipación, que se dio en tres corrientes, ejemplificadas en sendos países: la socioeconómica (Francia), la racial (Alemania) y la conspiracional (Rusia).

Francia

La Asamblea Nacional revolucionaria debatió por dos años si la libertad, igualdad, fraternidad, debían aplicarse también a los judíos. Al final, en septiembre de 1791, se les otorgó libertades cívicas, y unos lustros después Napoleón asumió el deber de hacer de los judíos buenos franceses.

Presionado por quejas que llegaban desde Alsacia acerca de la práctica usuraria de los judíos, Napoleón convocó a una Asamblea de Notables Judíos que sesionó entre julio de 1806 y abril de 1807, integrada por ciento once rabinos y líderes comunitarios. Debían responder a doce preguntas acerca de los hábitos judíos, a saber: poligamia, divorcio, exogamia, patriotismo francés, la relación con los no-judíos, obediencia a la ley, designacíon de rabinos y marco de su autoridad, profesiones prohibidas, y la usura. Durante los últimos meses de las sesiones, se requirió de setenta y un asambleístas, mayoritariamente rabinos, que crearan en base de las respuestas dadas, leyes religiosas que fueran aceptadas por los judíos. Este grupo fue denominado el Sanhedrín napoleónico.

Napoleón no previó que la judeofobia francesa descargaría su oposición a la Emancipación de los judíos precisamente contra ese Sanhedrín (que representaba la integración israelita a Francia). El jesuita Agustín Barruel alertó al gobierno en 1807, de un complot judío internacional "que transformará iglesias en sinagogas", y que le había sido revelado por un personaje llamado Simonini, del que hasta hoy se ignora si realmente existió.

El término equivocado de Sanhedrín colaboró con la patraña, puesto que Barruel sostenía el absurdo de que "finalmente salía a la luz el Sanhedrín que había actuado clandestinamente durante quince siglos". Durante ese lapso los judíos habrían gobernado el mundo subrepticiamente (nadie parecía notar que por lo visto les había ido bastante mal en ese gobierno, puesto que les cupo mayormente el rol de víctimas). Napoleón disolvió abruptamente su Sanhedrín, y así nacía el primer mito judeofóbico de la modernidad: la conspiración judía mundial, del que hablaremos en la novena lección.

Los aires pre-emancipatoriales regresaban con su peor cara. Y si bien dijimos que el término Sanhedrín fue erróneo (puesto que insinuaba poderes legislativos y judiciales) también es claro que se trató de un mero detonante arbitrario, y de la causa de la judeofobia moderna (la judeofobia en cada época encuentra sus excusas).

El Papa Pío VII le creyó a Barruel, y tanto en los estados papales como en Alemania se revirtió la Emancipación apenas Napoleón fue derrocado (1815). Esos pocos años habían suscitado una gran ola de asimilación entre los judíos que golpeaban las puertas de la sociedad gentil mucho antes de que se abrieran. La vanguardia asimilacionista estuvo en Berlín. Hugo Valentin exageró en su libro Anti-Semitismo que "más judíos alemanes se bautizaron entre 1800 y 1818, que en los previos 1800 años juntos".

Los judíos aprendían con dolor que la judeofobia no se neutralizaba por medio de decretos gubernamentales, ni por doctrinas iluministas, ni por asimilación. La agitación judeofóbica crecía en muchas ciudades alemanas, y en 1819 llegó a un nuevo pico de violencia bajo el grito de Hep, hep, muerte a los judíos!. Las autoridades arguyeron que debían desposeer a los judíos de su Emancipación debido al malestar que ella creaba en las masas.

En Francia, varios filósofos convirtieron la reacción judeofóbica en una ideología. François Fourier (m. 1837) cuya escuela de reforma social se popularizó, consideraba que "el comercio es la fuente de todos los males y los judíos son la encarnación del comercio." Había sido un gran error emancipar a los esclavos y a los judíos, "la nación más despreciable". Su discípulo Alphonse Toussenel escribió en 1845 una obra en dos volúmenes llamada Los judíos, reyes de la época, que inspiró a una judeofobia rural conservadora que eventualmente devino en movimiento político. Toussenel, empero, advertía al lector que en su libro el término judío era utilizado en el sentido de banquero, usurero, pero aprobó abiertamente la persecución que los judíos habían sufrido hasta ese momento como pueblo.

Esta manipulación semántica le permitía incluir bajo el epíteto judío incluso a los países protestantes. Se trata de un juego de palabras. Es cierto que Toussenel era también antiprotestante, pero el hecho de que que acusa a los judíos de todo aquello que le disgusta ilustra la esencia de la judeofobia.

Porque Toussenel censuraba la influencia protestante, pero no proponía destruir a los protestantes como grupo. En el mismo sentido, es incorrecto aseverar que D’Hollbach eran tanto judeofóbico como era anticristiano, o que Stalin era tan judeofóbico como antirreligioso, o que Hitler era tanto anti-judío como anti-comunista. Una cosa es expresar reservas sobre ideas (¡incluso si esa idea viene del judaísmo!) y otra muy diferente es atacar a un grupo que encarna todo "mal" que el agresor detesta.

La paranoia judeofóbica en Francia llegó a su clímax con el libro Francia judía (1886) de Edouard Drumont, en donde se "demostraba" cómo Francia estaba subyugada por "los" judíos, y que en poco tiempo alcanzó centenares de ediciones. En 1889 Drumont fundó la Liga Antisemita (homónima de la Wilhelm Marr en nuestra primera lección) y a los pocos años fue elegido diputado.

El estereotipo de judíos presentados como dominadores de una nación fue repetido muchas veces por nacionalistas de muchos países. Un tal Horacio Calderón publicó hace unas décadas su versión Argentina Judía. El método usual es mencionar los nombres de judíos que son banqueros, editores de diarios, industriales, etc., y después amontonar este poder en la deducción de que pertenece en su conjunto a un grupo solapadamente coordinado: "los" judíos. (El absurdo es parecido al de quien atribuyera poder financiero a "los gordos" por descubrir a muchos banqueros pasados de peso, clamara contra una prensa poseída por "los" miopes porque muchos periodistas usan lentes. Y sin embargo, así es la maniobra: se hacen resaltar los judíos que están es posiciones elevadas y se despierta la sospecha de que actúan bajo coordinación secreta: "los" judíos).

Que muchos franceses aún están infectados por este prejuicio, se puso en evidencia en marzo de este año cuando Jean-Marie Le Pen, líder opositor que recibió apoyo del 15% de la población, acusó al presidente de Francia de estar controlado por "los judíos". La cúspide de la línea judeofóbica francesa fue el affaire Dreyfus.

Alfred Dreyfus, capitán del ejército francés, fue arrestado en 1894 y juzgado por una corte marcial bajo el cargo de traición. Un documento militar secreto (el "bordereau") enviado al agregado militar de la embajada alemana en París, llegó a las manos del servicio de inteligencia francés. El veredicto contra Dreyfus, su degradación, y encarcelamiento en la Isla del Diablo, y su ulterior reahabilitación en 1906, fueron traumáticos para Francia y para el mundo judío en su conjunto. Durante esa década, líderes franceses de alto rango fueron probados cómplices de un escándalo judeofóbico de mayores proporciones.

Los franceses se dividieron en Dreyfusistas (en general liberales y socialistas) y anti-Dreyfusistas (monarquistas, reaccionarios y la Iglesia). El diario La Civiltá Cattolica (que aún hasta hace un siglo difundía el libelo de sangre y mantuvo su judeofobia incluso después de la Segunda Guerra Mundial) se sumó apasionadamente a los anti-Dreyfusistas.

El aspecto más abrumador no fue la probadísima inocencia de Dreyfus, y ni siquiera que se lo perseguía por ser judío, sino la violenta reacción las masas bajo el grito de "muerte a los judíos", provocado por la inculpación de un judío bajo un cargo relativamente menor. Que esto ocurriera en el país de la igualdad de derechos, generó estupor entre los judíos por doquier, y probó que la asimilación no inmunizaba a los contra la judeofobia.

Esa fue la conclusión de un periodista vienés que llegó a París a fin de cubrir el affaire Dreyfus, y parcialmente debido a él se decidió a crear la Organización Sionista Mundial, Teodoro Herzl.

Ecos del affaire Dreyfus reverberaron en Francia por una generación. Durante la Segunda Guerra su eco se reconocía en la división entre el gobierno de Vichy y las fuerza de Francia Libre. Lo curioso es que el máximo líder de esta última, Charles de Gaulle en 1967, llamó a los judíos "pueblo elitista y dominador". Y dicha expresión pública del presidente de Francia se escuchaba sólo veinte años después de que él mismo combatiera al régimen que había asesinado a un tercio de los "dominadores".

En Francia la judeofobia fue mayormente ecnónomica y política. No se centraba en lo cultural (como la del mundo pagano) ni en lo teológico (como la medieval). Produjo el mito moderno de que los judíos gobiernan todo, en cuyo origen volveremos a detenernos. Y tampoco se basó en principios raciales como la que se desarrolló en Alemania, y será motivo de nuestra próxima clase.

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 6

… los judeófobos más virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo) reverenciados como santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la abolición de los derechos a los judíos en Nápoles y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las deudas que cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde, debido a sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron torturados y quemados vivos; muchos fueron empujados al suicidio.

 


Unidad 06: La Mitología judeófoba

Por: Gustavo Perednik

 

El sufrimiento que venimos estudiando fue relatado en un libro de 1558 de Josef Ha-kohen, bajo el bíblico título de El Valle de Lágrimas (Emek Ha-Bajá). Refiere "las penas que cayeron sobre nosotros desde el día del exilio de Judea de su tierra". Tres preguntas pueden formularse acerca de esas lágrimas.

La primera: por qué los judíos siempre sufren. Respuesta: si al decir por qué aludimos a las causas de la judeofobia, bueno, precisamente ése es el tema de nuestro curso, y para el final habrá explicaciones.

Pero si el por qué sugiere que debe de haber cierta paranoia si encontramos a los judíos siempre como víctimas, nuestra respuesta es que la judeofobia es en efecto una enfermedad social enorme que consiste en el odio hacia los judíos, y por ende, siempre los tuvo como víctimas principales. Persistió por milenios exterminando judíos, alcanzó un genocidio de seis millones hace cincuenta años (un tercio de la población judía mundial) y sigue con vitalidad para continuar.

La segunda pregunta es si la gigantesca magnitud de la judeofobia acaso significa que todo el mundo odia (u odió) a los judíos. La respuesta es no, no todo el mundo está enfermo de judeofobia, pero no es la parte sana el objeto de nuestro estudio, aun cuando es mayoritaria.

La tercera pregunta es si el clero de la Iglesia medieval era unánime en su letal postura judeofóbica. Otra vez, la respuesta es no. Incluso en períodos en los que la postura teológica de la Iglesia era judeofóbica, en el plano individual hubo eclesiásticos que rechazaron la violencia contra los judíos. Desde antaño hay ejemplos de obispos y sacerdotes que intentaron proteger a los judíos.

Cuando la sinagoga de Ravenna fue incendiada (c.550), Teodorico ordenó que la población católica la reconstruyera y flagelara a los incendiarios. Durante la primera cruzada el Obispo Comas salvó a los judíos de Praga. En la segunda, Bernardo de Clairvaux defendió activamente a los judíos que eran asesinados.

El problema, sin embargo, es que los judeófobos más virulentos de la Iglesia fueron (y siguen siendo) reverenciados como santos. El crimen de la judeofobia se cometía con virtual impunidad. El fray Juan Capristano (m. 1456) instó a la abolición de los derechos a los judíos en Nápoles y otras ciudades, incluyendo la cancelación de las deudas que cristianos hubieran contraído para con ellos. Más tarde, debido a sus actividades en Breslau, muchos judíos fueron torturados y quemados vivos; muchos fueron empujados al suicidio.

La abolición de los derechos de los judíos en Polonia por Casimiro IV también fue resultado de las maniobras de Capistrano, e inició una ola de desmanes antijudíos. Ni siquiera les permitió a los judíos escapar ese destino: fue el responsable de un edicto papal que prohibía el transporte de judíos a la Tierra de Israel. Durante su vida, recibió tanto el mote de "azote de los judíos" como el cargo de Inquisidor papal. Más de dos siglos después de su muerte fue canonizado y, desde entonces, cada 28 de marzo los católicos reverencian su memoria.

El mensaje de la Iglesia era, cuando menos, incoherente. Difundía la enseñanza del desprecio, pero ocasionalmente intentaba detener a los despreciadores que se apresuraban en cometer horrendos crímenes; el intento era tardío e insuficiente. Esta postura nunca varió radicalmente. Por ello uno de los primeros historiadores del Holocausto, Raul Hilberg, fue capaz de trazar una tabla que muestra cómo cada una de las principales Leyes de Nürenberg de la Alemania nazi tenía su precedente en la legislación eclesiástica.

La declaración de la Conferencia de Obispos Holandeses de 1995 fue un punto de inflexión en la historia de la Iglesia, al admitir que hay un sendero directo que une la teología del Nuevo Testamento con Auschwitz.

También durante la Segunda Guerra la posición del Vaticano reflejó esta habitual ambivalencia, cuando sus reservas acerca del nazismo se limitaron a proteger a católicos "no-arios". Es cierto que las encíclicas de la Iglesia y sus pronunciamientos rechazaban el dogma racista y cuestionaban algunas tesis nazis como erróneas, pero siempre omitieron criticar, o siquiera mencionar, el ataque específico contra los judíos. En 1938, Pío XI supuestamente condenó a los cristianos judeofóbicos, pero esta condena fue omitida por todos los diarios de Italia que informaron sobre el mensaje papal. Su sucesor, el germanófilo Pío XII, ya desde 1942 había recibido información sobre el asesinato de judíos en los campos. A pesar de ello restringió todos sus pronunciamientos públicos a expresiones muy cuidadosamente formuladas de simpatía por "todas las víctimas de la injusticia".

La neutralidad y el silencio del papa continaron incluso cuando los alemanes cercaron a ocho mil judíos de Roma en 1943. Mil de ellos, mayormente mujeres y niños, fueron transportados a Auschwitz. Al mismo tiempo, con la anuencia papal, más de cuatro mil judíos encontraron refugio en muchos monasterios de Roma (algunas decenas en el Vaticano mismo).

Sin duda, el papa no tenía poder como para detener el Holocausto, pero podría haber salvado miles de vidas si hubiera adoptado públicamente una posición contra el nazismo. Hitler, Goebbels y muchos otros cabecillas nazis, murieron como miembros de la Iglesia Católica, y nunca fueron excomulgados (lo que contrasta con el hecho, por ejemplo, de que el presidente argentino Juan D. Perón fue excomulgado cuando en 1955 atacó la influencia de la Iglesia, y unos pocos meses después fue derrocado).

Un sacerdote católico lideró el régimen nazi de Eslovaquia, y tambíen fueron católicos un cuarto de los miembros de las SS, así como casi la mitad de la población del Gran Reich Alemán.

La resuelta reacción del Episcopado alemán contra el programa nazi de eutanasia, logró que virtualmente se suspendiera el plan. Pero los judíos no avivaron en la Iglesia la compasión que despertaron los insanos y los retardados. Respecto de los judíos, la Iglesia estuvo interesada más en salvar sus almas que sus cuerpos. Las cancillerías diocesanas incluso proveyeron al régimen nazi de los registros de las iglesias, con datos personales acerca del marco religioso del que provenían sus feligreses.

Cuando las deportaciones de los judíos alemanes comenzaron en octubre de 1941, el episcopado limitó su intervención a suplicar por los que se habían convertido al cristianismo. Los obispos recibieron informes sobre la matanza de judíos en los campos de muerte, pero su reacción pública se limitó a vagos pronunciamientos vagos que eludían el mero término judíos.

Hubo, claro, excepciones, tanto nacionales como individuales. Una de éstas fue el prelado berlinés Bernhard Lichtenberg, quien rezó públicamente por los judíos (y falleció en su camino a Dachau). Una nación excepcional fue Holanda, en donde ya en 1934 la Iglesia prohibió la participación de católicos en el movimiento nazi. Ocho años después los obispos protestaron públicamente ante las primeras deportaciones de judíos holandeses, y en mayo de 1943 prohibieron la colaboración de policías católicos en las cazas de judíos, aun a costa de que así debieran perder sus puestos. Muchos judíos salvaron sus vidas gracias a las audaces acciones de rescate de clérigos menores, monjes, y laicos católicos.

Ahora pasaremos a lo fundamental que quedó pendiente de nuestra última lección: los tres principales mitos cristianos inventados en la Edad Media, a través de los cuales la judeofobia fue transmitida desde el siglo XIV.

Libelo de Sangre o Asesinato Ritual

Este es una de las expresiones máximas de histeria colectiva y crueldad humanas. Se trata de la acusación de que los judíos asesinan a no-judíos (especialmente cristianos) a los efectos de utilizar su sangre en la Pascua u otros rituales.

Hubo cientos de libelos, que en general seguían el mismo esquema. Se hallaba un cadáver (usualmente el de un niño, y más frecuentemente cerca de la Pascua cristiana), los judíos eran acusados de haberlo asesinado para usar ritualmente su sangre. Los principales rabinos o líderes comunitarios eran detenidos y se los torturaba hasta que confesaban que en efecto eran culpables del crimen. El resultado era la expulsión de toda la comunidad de esa comarca, tormentos para una buena parte de sus miembros, o bien el exterminio expedito de todos ellos. Generación tras generación, judíos fueron torturados en Europa y comunidades enteras fueros masacradas o dispersadas debido a este mito.

Algunos aspectos son indispensables para entender la enormidad del libelo, a saber:

  1. La ignorancia de los gentiles con respecto de la religión judía (por ejemplo en el judaísmo está totalmente prohibida la ingestión de sangre);
  2. En el medioevo, el pan de la comunión creaba una atmósfera emocional en la que se sentía que el niño divino se escondía misteriosamente en el pan compartido. El friar Bertoldo de Regensburg solía preguntar: "¿quién quisiera morder la cabeza, la mano o el pie del bebé?" En este contexto, el libelo podría considerarse como una especie de proyección colectiva: si detestamos ingerir sangre humana, atribuyámoselo a otros.
  3. Según una superstición difundida en Alemania, la sangre, incluso la de cadáveres, podía curar.

En ese país ocurrió el primer caso, en Wuerzburg 1147. Un niño cristiano fue supuestamente crucificado por judíos (el motivo de la cruz explica por qué los libelos ocurrían generalmente en la época de la Pascua). En Fulda (1235) se agregó otro motivo: los judíos beben sangre cristiana con motivos medicinales. En Munich (1286) se enfatiza que los judíos rechazan la pureza, odian la inocencia del niño cristiano. Así narró los hechos el monje Cesáreo de Heisterbach: "el niño cristiano cantaba ‘Salve regina’ y como los judíos no pudieron interrumpirlo, le cortaron la lengua y lo despedazaron a hachazos".

Así lo explican ciudadanos de Tyrnau (Trnava) en 1494: "los judíos necesitan sangre porque creen que la sangre del cristiano es un buen remedio para curar la herida de la circuncisión. Entre ellos tanto los hombres como las mujeres sufren de la menstruación… Además tienen un precepto antiguo y secreto, por el que están obligados a derramar sangre cristiana en honor de Dios, en sacrificios diarios, en algún lugar".

Inglaterra, España, Italia

En el caso de Norwich (1148) "los judíos compraron al niño mártir William antes de la Pascua y lo torturaron como a nuestro Señor, y durante el Viernes Santo lo colgaron en una Cruz". Esa descripción se reitera en Gloucester (1168) y en Lincoln (1255). En 1290, los judíos fueron expulsados de una Inglaterra enrarecida por la difusión de los libelos, y aun un siglo después de la expulsión, Geoffrey Chaucer lo recoge en sus prólogos a los Cuentos de Canterbury.

También la expulsión de España fue precedida por una atmósfera hostil debida a los libelos. El de La Guardia tuvo lugar en 1490-1491, y de inmediato se instituyó el culto del Santo Niño mártir. El primer libelo español data de 1182 en Saragosa, y el asunto terminó por incluirse en la ley. El Código de las Siete Partidas (1263) reza: "Hemos oido decir que en ciertos lugares durante el Viernes Santo los judíos secuestran niños y los colocan burlonamente sobre la cruz".

Detalles fueron agregándose a la historia, que asumió grandes proporciones. En 1583 Fray Rodrigo de Yepes escribió la Historia de la muerte y glorioso martirio del Santo Inocente, que llaman de La Guardia (después de casi un siglo sin judíos en España) y el argumento sirvió de base para la obra de Lope de Vega El Niño Inocente de La Guardia. En el siglo XVIII José de Canizares lo adaptó en La Viva Imagen de Cristo y Gustavo Adolfo Bécquer (1830-1870) en La rosa de pasión. En 1943 fueron republicados por Manuel Romero de Castilla bajo el título de Singular suceso en el Reinado de los Reyes Católicos.

Un caso crucial en Italia fue una especie de crónica anunciada. Durante la Cuaresma de 1475, el franciscano Bernardino da Feltre anunció que los pecados de los judíos pronto serían revelados. El Jueves Santo un niño llamado Simón desapareció, y al poco tiempo su cadáver fue encontrado al lado de la casa del jefe de la comunidad israelita. Todos los judíos, hombres, mujeres y niños, fueron arrestados. Diecisiete de ellos fueron sometidos a torturas durante quince días, después de los cuales terminaron por "confesar". Uno de los judíos murió en tormentos, seis quemados en la hoguera, y a los dos que aceptaron convertirse se los estranguló. Al principio el Papa Sixto IV detuvo los procedimientos judiciales, pero en 1478 su bula Facit nos pietas aprobó el juicio. La propiedad de los judíos ejecutados fue confiscada y a partir de entonces, los judíos tuvieron prohibida la residencia en Trento (hasta el siglo XVIII tenían aun prohibido el paso por la ciudad). El niño Simón fue beatificado.

Después de este éxito, el fray Bernardino urdió escenarios similares en Reggio, Bassano y Mantua, e instó a la expulsión de los judíos de Peruggia, Gubbio, Ravenna, y Campo San Pietro. Sus últimas víctimas fueron los judios de Brescia, en 1494, el año de su muerte. Al poco tiempo el propio Bernardino fue beatificado, y la Iglesia tardó cinco siglos para anular la beatificación de Simón, en 1965.

Con todo, la posición de la Iglesia y de los monarcas fue en general contraria a los libelos. Después del mentado en Fulda (1235), el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II de Hohenstaufen, decidió clarificar el caso definitivamente a fin de proceder: si los judíos eran culpables se los mataría a todos; si eran inocentes, se los exoneraria públicamente. Las autoridades del clero, como no fueron capaces de llegar a una decisión concluyente "creemos necesario… dirigirnos a gente que alguna vez fue judía y se convirtió al culto de la fe cristiana; ya que ellos, como oponentes, no guardarán silencio sobre nada que puedan saber sobre este asunto entre los judíos".

En consecuencia, el emperador solicitó de reyes de Occidente que enviaran "judíos conversos al cristianismo, decentes y estudiosos, para tomar parte de un sínodo", que eventualmente se expidió así: "No puede hallarse, en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, que los judíos requieren de sangre humana. Por el contrario, esquivan la contaminación con cualquier tipo de sangre". El documento, que cita de varias fuentes judías, agrega que "hay una alta probabilidad de que aquéllos para quienes está prohibida incluso la sangre de animales permitidos, no pueden desear sangre humana".

Otro pronunciamiento escrito fue el del Papa Inocencio IV en 1247: "cristianos acusan falsamente… que los judíos llevan a cabo un rito de comunión con el corazón de un niño asesinado; y en cuanto se encuentra el cadáver de una persona en cualquier sitio, se les hace recaer maliciosamente la responsabilidad".

Pero la desaprobación de papas y emperadores no impidió que los casos de libelos se multiplicaran, sobre todo en Polonia, en donde el Consejo de las Tierras, órgano representativo de los judíos, envió un delegado al Vaticano, y logró que el cardenal Lorenzo Ganganelli (más tarde Papa Clemente XIV) emprendiera otra investigación exhaustiva. Ganganelli se sumó a quienes se pronunciaron contra el libelo: "Debe comprenderse con cuánta fe viviente deberíamos pedirle a Dios como el salmista ‘líbrame de la calumnia de los hombres’. Espero que la Santa Sede tome medidas para proteger a los judíos de Polonia, del mismo modo en que San Bernardo, Gregorio IX e Inocencio IV obraron en defensa de los judíos de Alemania y de Francia".

En Tiempos Modernos

Desde el siglo XVII, los casos de libelo de sangre se extendieron a Europa Oriental. En 1636 en Lublin, la viuda Feiguele se mantiene firme ante el tormento. A partir del siglo XIX, judeófobos hicieron conspicuo uso del libelo para incitar a las masas en varios países, incluida Siria, en donde el affaire de Damasco de 1840 introdujo el mal en el mundo musulmán. Allí el influyente cónsul francés se sumó a los libelistas mientras toda la comunidad era arrestada y torturada, en el contexto de la pugna de las potencias occidentales para influir en el Medio Oriente.

Con todo, el principal perpetuador del libelo de sangre en tiempos modernos fue Rusia. Aquí se diseminó sin pausa avalado por los zares, quienes en general tuvieron una actitud mucho peor que la de papas y reyes medievales.

El primer caso en Rusia fue en Senno (cerca de Vitebsk, Pascua de 1799). Cuatro judíos fueron arrestrados despues de que el cadáver de una mujer fuera encontrado cerca de una taberna judía. Apóstatas proveyeron a la corte de extractos de una traducción distorsionada de literatura rabínica como el Shuljan Aruj y Shevet Iehuda. Pese a que los acusados terminaron siendo liberados por falta de pruebas, el poeta G.R. Derzhavin incluyó en su Opinión elevada al zar acerca de la organización del status de los judíos en Rusia, que "en estas comunidades se hallan personas que perpetran el crimen, o por lo menos protegen a perpetradores, de derramar sangre cristiana, de lo que los judíos fueron sospechosos en varias épocas y en diferentes países. Si bien opino que tales crímenes, incluso si fueron cometidos a veces en la antigüedad, eran llevados a cabo por fanáticos ignorantes, creo apropiado no pasarlos por alto".

Entre 1805 y 1816 ocurrieron más casos y, para evitar su mayor diseminación, el ministro de asuntos eclesiásticos, A. Golistyn, envió una circular a los jefes de gobernaciones el 6/3/1817, donde explicita que los monarcas polacos y los papas invariablemente invalidaron los libelos, y las cortes los`refutaron. La circular ordenaba que "de aquí en adelante los judíos no sean acusados de asesinar ninos cristianos, sin evidencia, y sobre el mero prejuicio de que necesitan de sangre cristiana".

A pesar de la circular, el zar Alejandro I dio instrucciones de revivir las acusaciones en Velizh. El juicio duró diez años, y aunque los judíos fueron finalmente exonerados, cabe reflexionar en la atmósfera que generaba un juicio tan largo sobre un tema tan escabroso. El zar Nicolás I se negó a firmar la circular de Golistyn, considerando que "hay entre los judíos salvajes fanáticos o sectas que requieren sangre cristiana para su ritual". El libelo recibía así un sello oficial, y ocurrieron muchos en Telz, Kovno (1827); Zaslav, Volhynia (1830); y Saratov (1853).

Otro comité especial designado en 1855 para investigar, incluyó teólogos, orientalistas y apóstatas. Revisaron manuscritos hebreos y publicaciones y, otra vez, concluyeron que no había evidencia alguna del uso de sangre cristiana entre los judíos.

En los años setenta del siglo pasado recrudeció la judeofobia, y el libelo fue motivo habitual en la propaganda literaria y la prensa. En alguna medida estas obras remedaban las que se habían publicado en Alemania y Francia, en las que "expertos" judeófobos "probaban" el libelo, como: Le mystere du sang chez les juifs de tous les temps, de H. Desportes (1859), prologada por Edouard Drumont; y Talmud in der Theorie und Praxis, de Konstantin C. Pawlikowski (1866).

Dos ejemplos de esta literatura en Rusia son Sobre el uso de sangre cristiana por sectas judías con propósitos religiosos (1876) de H.Lutostansky, que agotó varias ediciones, y El Talmud desenmascarado de J.Pranatis, que sigue publicándose. Contra algunos de los calumniadores se iniciaron juicios de difamación. Y las de crimen ritual continuaban.

Con el fortalecimiento de la extrema derecha (Unión del Pueblo Ruso) en la Tercera Duma, las autoridades necesitaban de más casos que justificaran la judeofobia reinante. Uno muy notorio fue el Caso Beilis (1911-1913), armado por el ministro de justicia Shcheglovitov, que despertó la oposición de centenares de intelectuales rusos, entre ellos V. Korolenko y Máximo Gorki. La eventual exoneración de Beilis fue una derrota para el régimen pero, otra vez, la atmósfera de veneno judeófobo surgía con el mero juicio, independientemente de sus resultados.

Cuando los nazis asumieron el poder en Alemania, utilizaron el libelo en su propaganda. Reanimaron las investigaciones y los juicios (Memel 1936, Bamberg 1937, Velhartice -Bohemia- 1940). El 1/5/1934 el periódico Der Stuermer dedicó al tema una edición horrorífica con ilustraciones. Hombres de ciencia alemanes colaboraron en la difusión.

Incluso para 1960 un periódico soviético de Daguestán afirmó que los judíos devotos necesitaban sangre de musulmanes para sus ritos.

Fuera de Alemania (donde en general ocurrienron un tercio de todos los libelos) hubo cuatro casos en el siglo XX. El primero de éstos fue el caso Hilsner. Tomás Masaryk, fundador y primer presidente de la Checoslovaquia moderna, tomó una activa postura en contra del mismo, "no para defenderlo a Hilsner (el acusado, un joven vagabundo) sino para defender a los cristianos de la superstición". Masaryk fue duramente atacado y su cátedra universitaria fue suspendida debido a las manifestaciones de estudiantes. Este caso también creó una ola de tumultos judeofóbicos en Europa, orquestados por el "especialista" vienés Ernst Schneider.

Los libelos ahondaron el estereotipo satánico del judío y, otra vez, el problema no era que la Iglesia lo difundiera. Por el contrario, vimos que usualmente se oponía, y en general trataba de detener las matanzas, pero con su característica ambivalencia. Los niños "mártires" eran reverenciados como santos, tales como en los casos de San Hugh de Lincoln, el Santo Niño Mártir de La Guardia, y Simón de Trento. Cada año durante siglos, los cristianos honraban la memoria de los puros inocentes que habían sido supuestamente asesinados en espantosos rituales judíos.

La Hostia y la Peste Negra

En el Cuarto Concilio Laterano de 1215 fue reconocida oficialmente la doctrina de la Transubstanciación, según la cual la hostia (galleta usada en la ceremonia de la Eucaristía) se transforma en el cuerpo de Jesús. Los protestantes eventualmente modificaron la doctrina y consideran que se trata sólo de un símbolo del cuerpo mas no Jesús en persona (que es el dogma católico hasta hoy).

Este segundo mito, el de la profanación de la hostia, sostenía que los judíos secretamente las robaban de las iglesias para torturarlas y reeditar los sufrimientos de Jesús. Obviamente, había en esta superstición mayor irracionalidad aun, puesto que los judíos claramente descreían de toda transusbtanciación. Pero esta acusación trajo más persecución y matanzas. La mayor parte de los cuarenta casos principales se perpetraron en Alemania y Austria.

El mito se basaba en los supuestos poderes sobrenaturales de la hostia, y en el prejuicio de que los judíos anhelaban renovar en Jesús los sufrimientos de la pasión. Su perfidia era tal, que no abandonaban los tormentos aun cuando de la hostia emanaran sangre o sonidos, o si echaba a volar. (La explicación de la "sangre" es que un honguillo de color escarlata puede formarse en comida rancia que se deja en lugares secos. Se lo denomina Micrococcus prodigiosus).

La primera supesta profanacíon fue en Belitz (cerca de Berlín) en 1243. Un grupo de judíos y judías fueron quemados en la hoguera en lo que pasó a denominarse Judenberg (monte de los judíos). En Italia hubo pocos casos debido especialmente a la protección de los papas, pero se expresó en el arte, como la Desecración de Paolo Uccenno (1397-1475) hecha para el altar de la Confraternidad del Santo Sacramento de Urbino.

De Inglaterra, los judíos fueron expulsados antes de que se difundiera la desecración de la hostia, pero también allí se reflejó en el arte, como en el Croxton Sacrament Play, escrito en 1491, dos siglos después de la expulsión.

Casos famosos fueron el de París de 1290; el de Bruselas de 1370 (que llevó a la destrucción de la judería belga, se celebró en una fiesta especial y todavía se lo ve grabado en las reliquias de la Iglesia de Santa Gudule); el de Knoblauch en 1510, que resultó en treinta ocho ejecuciones y la expulsión de los judíos de Brandenburgo. Por lo menos dos casos son aún celebrados localmente: el de Deggendorf, Bavaria, que data de 1337, y el de Segovia de 1415, que supuestamente había producido un terremoto, y resultó en la confiscación de la sinagoga y la ejecución de los líderes judíos.

Precisamente en España el infante don Juan de Aragón patrocinó algunas acusaciones. En la de Barcelona de 1367 varios sabios (como Hasdai Crescas, Nisim Gerondi e Isaac B. Sheshet) se hallaban entre los arrestados con la comunidad entera (hombres, mujeres y niños), encerrada en la sinagoga por tres días sin comida. Como no confesaron, el rey ordenó su libertad, y sólo tres judíos fueron ejecutados. Diez años después hubo casos en Teruel y Huesca.

El caso de Lisboa de 1671 se produjo cuando ya no había judíos en Portugal. Por lo tanto, cuando la hostia de la iglesia de Orivellas fue robada, un edicto real ordenó la expulsión… de todos los Nuevos Cristianos. Las supuestas desecraciones continuaron hasta el último caso, en 1836 en Bislad, Rumania.

El último mito de esta trilogía fue la ya mentada Peste Negra. Entre 1348 y 1350 una epidemia múltiple s (bubónica, septicémica y neumónica) causada por el bacilo pasteurella pestis, arrasó a casi cien millones de personas, un tercio de la población europea. En centros de densidad poblacional, como monasterios, la tasa de mortandad era superior. La racción popular fue extrema: o bien se buscó refugio en el arrepentimiento y las súplicas a Dios, o bien lanzándose al libertinaje y el salvajismo. Lo curioso es que estas dos actitudes se combinaron en que arremetían contra los judíos, quienes fueron acusados de envenenar los pozos de agua para destruir la cristiandad. En esos años miles de judíos fueron masacrados.

La bula del Papa Clemente VI (26/9/1348) vino a defenderlos, y definió la plaga como "pestilencia con que Dios aflige al pueblo cristiano". La vasta mayoría de la población, empero, la veía como pestis manufacta (artificial), la forma más simple de entenderla (y después de tanta matanza contra los judíos, podía sospecharse de que en algún momento éstos buscarían venganza).

La primera acusación fue en septiembre de 1348 en Castillo de Chillon del lago de Ginebra. Los judíos "confesaron" que la plaga había sido diseminada por un judío de Savoy guiado por un rabino que había preparado el veneno. Las matanzas se extendieron entre España y Polonia, destruyendo trescientas comunidades. Los llamados Flagelantes expiaban sus pecados matando judíos a su paso.

Las matanzas se dieron especialmente en Alemania, aun cuando al principio el emperador Carlos IV intentó defenderlos. Después se sumó al fervor de las hordas y concedió "perdón por cada transgresión que incluía el asesinato y destrucción de judíos". En muchas localidades los judíos fueron asesinados aun antes de que la plaga llegara. En Mainz, seis mil judíos fueron llevados a la hoguera, y en Estrasburgo dos mil judíos fueron quemados en una pira gigantesca en el cementerio judío.

El mito de los judíos envenenando pozos agravó su imagen diabólica, y después de la Peste Negra el status de los judios se había deteriorado por doquier.

Hubo en la Edad Media otros mitos que armaron el arsenal judeofóbico, pero ninguno fue mortífero como los mencionados. Uno adicional fue el del Judío Errante, una figura de la leyenda cristiana condenada por Jesús a vagar hasta su segunda venida, debido a que lo desairó o le pegó en su camino a la crucifixión. Dio lugar a muchos cuentos aun hasta este siglo. Nación aparentemente en Bolonia en 1233, cuando peregrinos del monasterio de Ferrara relataron que vieron a un judío en Armenia que había presenciado la Pasión de Jesús, lo ofendió, se arrepintió y se convirtió al cristianismo. Los nombres del Judío Errante varían en idiomas y tradiciones: Cartaphilus, Buttadeus, Votadio, Juan Espera en Dios, Ajasuerus, Isaac Laquedem, y Der ewige Jude. Se transformó, en efecto, en símbolo del pueblo judío todo, culpable y errante en el mundo. Este mito influyó arte y literatura, pero no produjo genocidios.

En contraste, la mentada trilogía generó máximo sadismo, y transformó la voz judío en sinónimo de diabólico. El arte medieval muestra al judío con cuernos, cola, cara satánica, postura grotesca, en compañía de puercos y escorpiones.

En el siglo XVI se produjo un cisma en la Iglesia, y nació el protestantismo, que entre otras facetas buscó recuperar las raíces hebreas del cristianismo. Pero fueron infundadas las esperanzas prematuras en que los judíos serían respetados por una Iglesia de mayor compasión hacia ellos. Lo veremos en nuestra próxima lección.

 

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 5

En el medievo la realeza protegía a "sus judíos" mientras le resultaban útiles, y hasta tanto no estallara el clamor de los deudores empobrecidos. Cuando el resentimiento de las masas hervía debido a los altos impuestos, el rey transformaba a los judíos en chivos expiatorios, se unía a la furia popular, y echaba mano a la mitología judeofóbica… Así ocurrió casi en cada país europeo.
 


Unidad 05: La Judeofobia medieval

Por: Gustavo Perednik

Vimos cómo a partir del cristianismo fue gestándose una judeofobia novedosa, más grave, que alcanzó su acérrimo punto durante el siglo IV, llamado por Flannery "el más funesto". La teología de odio hacia los judíos se expresó en bulas papales, y en la persecución a los judíos por medio de sermones y bautismos por la fuerza, quemas y prohibiciones de libros, disputas y ghettos.

En esta lección añadiremos dos prácticas: las expulsiones sistemáticas de judíos, que también fueron la política a partir del mentado siglo IV, y las matanzas en gran escala, que comenzaron en el siglo XI.

Hubo precedentes de expulsiones en Roma (tres veces: en el 139 a.e.c., en el 19 e.c. por Tiberio y en el 50 e.c. por Claudio); y en Jerusalem, a la que los judíos tuvieron prohibida la entrada entre el 135 y el 638. Pero las expulsiones posteriores incluyeron la remoción de judíos de países enteros y por períodos extensos (por ejemplo, para fines del siglo XIII, ya habían sido expulsados de Inglaterra, Francia y Alemania).

Debido a las persecuciones, y a las restricciones a sus ocupaciones, cuando un judío llegaba a enriquecerse, optaba por invertir sus bienes en contante y sonante, y no en bienes inmuebles. Por ello, frecuentemente era utilizado por los reyes como prestamista oficial del cual obtener recursos al contado, con la ventaja adicional de que dichas operaciones no estarían sometidas a las limitaciones eclesiásticas en materia de préstamo a interés.

Asimismo, el rey unificaba las actividades financieras por medio de colocar al judío como colector de los impuestos que cobraba a los campesinos. Así, a los ojos de éstos el judío agravaba su imagen por medio de la odiosa tarea, que era su modo de garantizar su incierta existencia.

La realeza protegía a "sus judíos" mientras le resultaban útiles, y hasta tanto no estallara el clamor de los deudores empobrecidos. Cuando el resentimiento de las masas hervía debido a los altos impuestos, el rey transformaba a los judíos en chivos expiatorios, se unía a la furia popular, y echaba mano a la mitología judeofóbica. Se atribuía visos de "buen cristiano" aun cuando sus móviles hubieran sido meramente económicos. Y al rey se asociaban comerciantes y artesanos cristianos que repentinamente se veían libres de la competencia de los judíos. Así ocurrió casi en cada país europeo.

En Inglaterra, durante la guerra civil de 1262, los judíos fueron atacados en muchas localidades; sólo en Londres mil quinientos fueron asesinados. En el 1279 todos los judíos de la ciudad fueron arrestados bajo cargo de que adulteraban la moneda del reino. Después de un juicio en Londres, doscientos ochenta fueron ejecutados y el rey Eduardo I ordenó la expulsión de todos los demás, apropiándose de todas sus posesiones. El plazo para abandonar el reino fue el Día de Todos los Santos del año 1290.

En octubre, dieciséis mil judíos partieron a Francia y Bélgica; muchos de ellos perecieron apenas cruzado el río Thames en el que un capitán los hacía ahogarse. La readmisión de los judíos a Inglaterra se produjo sólo en 1650.

Francia los expulsó de la mayor parte de su territorio en 1306 (y los que eventualmente regresaron, volvieron a ser expulsados en 1394) y no fueron oficialmente readmitidos hasta 1789. De las diversas regiones de Alemania fueron expulsados mayormente durante la Peste Negra, a la que nos referiremos en la próxima lección. En Rusia la residencia de los judíos fue prohibida entre el siglo V y 1772 (cuando masas judías fueron incorporadas desde los anexados Polonia-Lituania). En 1495 fueron expulsados de Lituania, y readmitidos ocho años después. Expulsiones de ciudades específicas hubo muchas, como Praga en 1744 o Moscú en 1891.

La expulsión más destacada es la de España, en 1492, que removió por virtualmente medio milenio a casi trescientos mil judíos, la mayor comunidad hebrea de la época, que había producido filósofos, astrónomos, poetas, médicos y notables contribuciones al Siglo de Oro español.

Después de la boda entre Fernando e Isabel, que unificó los tronos de Castilla y Aragón en 1479, la homogeneidad nacional española se transformó en un objetivo real, y los judíos (y más tarde los conversos) fueron percibidos como una amenaza a dicho objetivo.

Al principio, los Reyes Católicos continuaron usando funcionarios judíos y conversos, pero ulteriormente requirieron del papa que extendiera a su reino las actividades de la Inquisición. En el 1480 dos dominicos fueron designados inquisidores y en los seis años siguientes más de setecientos conversos fueron quemados en la hoguera. Tomás de Torquemada, confesor de la reina, fue nombrado Inquisidor General en el 1483, y la institución impuso el terror a los judíos de aldea en aldea. En una década la Inquisición condenó a trece mil conversos, hombres y mujeres.

La marcha hacia la completa unidad religiosa fue vigorizada cuando cayó el último bastión del poder musulmán en España, con la entrada triunfal de los Reyes Católicos en Granada, el 2 de enero del 1492. La presencia de miles de conversos que se mantenían secretamente fieles al judaísmo, fue considerada un escándalo que probaba que no bastaban la segregación de los judíos y restricciones a sus derechos: los Nuevos Cristianos aún debían ser alejados de la influencia de judía.

El edicto de expulsión total fue firmado en Granada y en mayo comenzó el gran éxodo. A partir de entonces, la vieja preocupación acerca de los Nuevos Cristianos se transformó en una obsesión contra aquellos que habían permanecido. Se prohibió a los Marranos y sus descendientes ejercer cargos públicos, así como la pertenencia a corporaciones, colegios, órdenes, e incluso la residencia en ciertas ciudades.

Los roles públicos fueron reservados en exclusividad a los cristianos de "ascendencia impecable", es decir quienes no eran sospechosos de antepasados judíos cualesquiera. Si no quedaban judíos, pues el odio judeofóbico necesitó de otro continente para descargarse: los Nuevos Cristianos. Con el transcurso del tiempo, fueron redoblándose los esfuerzos para desenterrar todo resabio de antepasados "impuros" que hubiera sido pasado por alto.

En Portugal, la discriminación legal entre Viejos y Nuevos Cristianos fue abolida oficialmente sólo en 1773. España fue más lejos: hasta 1860 se exigía pureza de sangre para ingresar a la academia militar, y la más prestigiosa de sus escuelas, la San Bartolomé de Salamanca, se ufanaba de que rechazaba todo candidato sobre el que se corriera el más mínimo rumor de contar con antepasados judíos. Pero nadie podía estar absolutamente seguro de tener "pureza de sangre desde tiempo inmemorial", por lo que la mancha era negociable por medio de testigos sobornados, genealogías barajadas y documentos falsificados.

Con todo, el más atroz de los sufrimientos judíos aún no ha sido abordado. Lo descripto hasta ahora fue muchas veces considerado un mal menor, ya que la acechanza de genocidios siempre se cernía sobre los judios. Así se infiere por ejemplo de los escritos de un conocido filósofo y rabino, el Maharal de Praga. Este anota que la era del exilio que a él le había tocado en suerte era tolerable porque el principal sufrimiento se limitaba a las expulsiones. Así reza un poema de Eljanan Helin de Frankfurt de 1692: "partimos en júbilo y en tristeza; aflicción, debido a la destrucción y la desgracia. Mas nos alegramos de haber escapado con tantos sobrevivientes". También en Tevie el Lechero, la famosa obra de Scholem Aleijem (1894), toma las expulsiones con ligereza: la razón por la que usamos sombreros, deduce, es que debemos estar siempre preparados para partir en cualquier momento.

Sin embargo, las expulsiones no sólo significaban ingentes pérdidas de propiedad, sino un debilitamiento de cuerpo y de espíritu. Dejaron una marca indeleble en el pueblo judío y su devenir, con sentimientos de extranjería. Los judíos eran como empujados a los márgenes de la historia. Considérese que después de 1492 no había judíos abiertamente identificados a lo largo y ancho de toda la costa europea del Atlántico Norte, durante un período en el que allí estaba el centro del mundo.

Matanzas Totales: Ocho Ejemplos

Pero la peor parte del martirio judío fueron sin duda las matanzas, que desde la antigüedad habían tenido lugar esporádicamente, y desde las Cruzadas fueron sistemáticas. La judeofobia fue superando su crueldad a lo largo de los siglos, y cada superlativo iba empequeñeciéndose por eventos posteriores.

Matanzas bajo dominio cristiano, datan ya de los primeros siglos. En Antioquía (ciudad que asumió en el Este la importancia de Alejandría) facciones enfrentadas (los azules y los verdes) terminaron por masacrar judíos e incendiar la sinagoga de Daphne junto con los huesos de las víctimas (circa 480). El emperador Zenón se limitó a comentar entonces que hubiera sido preferible quemar a los judíos vivos.

Pero esas masacres ocasionales devinieron en norma durante la primera mitad de este milenio, el período en el que la Iglesia alcanzó el cenit de su poder. A modo de resumen, digamos que los principales genocidios de judíos en la primera mitad del milenio tuvieron lugar en el transcurso de cada una de las tres primeras Cruzadas, y de cuatro campañas judeofóbicas que las sucedieron. Añadiré a su enumeración, el año y el nombre de los cabecillas, a saber: la Primera Cruzada (Godofredo de Bouillon, 1096); la Segunda Cruzada (el monje Radulph, 1144); la Tercera Cruzada (Ricardo Corazón de León, 1190); los Judenschachters (Rindfleisch, 1298); los Pastoureaux (el fray Pedro Olligen, 1320); los Armleder (John Zimberlin, 1337); y la Muerte Negra (Federico de Meissen, 1348).

Como escribiera Flannery, para encontrar en la historia de los judíos un año más fatídico que 1096, habría que remontarse a mil años antes hasta la caida de Jerusalem, o a casi nueve siglos después hasta el Holocausto. Todo comenzó el 27 de noviembre del 1095 en la ya mencionada ciudad de Clermont-Ferrand, cuando durante la clausura de un concilio, el Papa Urbano II convocó una campaña "para liberar Tierra Santa del infiel musulmán". Hordas de caballeros, monjes, nobles y campesinos, se lanzaron sin organización a la aventura, pero eventualmente optaron por comenzar la purga de los "infieles locales", y acometieron ferozmente contra los judíos de Lorena y Alsacia, exterminando a todos los que se negaban a bautizarse. Corrió el rumor de que el líder Godofredo había jurado no poner en marcha la cruzada hasta tanto no se vengara la crucifixión con sangre judía, y que no toleraría más la existencia de judíos.

En efecto, un común denominador de las matanzas enumeradas fue el intento de barrer a la población judía íntegra, niños incluidos. Los judíos franceses advirtieron del peligro a sus correligionarios alemanes, pero infructuosamente. A lo largo del valle del Rhin, las tropas, incentivadas por predicadores como Pedro el Hermitaño, ofrecieron a cada una de las comunidades judías la opción de la muerte o el bautismo. En Speyer, mientras los crusados rodeaban la sinagoga, en donde se había refugiado la comunidad presa del pánico, una mujer reinició la tradición de Kidush Hashem, la aceptación voluntaria del martirio para gloria de Dios. Cientos de judíos se suicidaron y algunos aun sacrificaban primero a sus propios hijos. En Ratisbon, los cruzados sumergieron a la comunidad judía entera en el río Danubio a modo de bautismo colectivo. Las matanzas se sucedían en Treves y Neuss, en las aldeas a lo largo del Rhin y el Danubio, Worms, Mainz, Bohemia y Praga.

El fin del viaje era Jerusalem, en donde los crusados hallaron a los judíos agolpados en sus sinagogas y procedieron a incendiarlas (1099). Los pocos sobrevivientes fueron vendidos como esclavos, algunos de los cuales fueron eventualmente redimidos por comunidades judías de Italia. Pero la comunidad judía de Jerusalem quedó destruida por un siglo. En los primeros seis meses de la Primera Cruzada aproximadamente diez mil judíos fueron asesinados, que constituían en esa época un tercio de las poblaciones judías de Alemania y el norte de Francia.

En el año 1144, los cruzados perdieron Edessa, y se temió por la suerte del Reino Latino de Jerusalem. El Papa Eugenio III convocó la Segunda Cruzada, y sus sucesores "judaizaron" la marcha. Se estipuló que no debía pagarse interés sobre el dinero que se tomara de de judíos para financiar la cruzada (nótese que desde el siglo XIII el término cruzada se aplicó a toda campaña de la que la Iglesia se veía políticamente beneficiada).

En el 1146 el monje Radulph exhortó a los cruzados a vengarse en "los que crucificaron a Jesús". Centenares de judíos del Rhineland cayeron ante las hordas incitadas que los aplastaban al grito de Hep, Hep! (esta consigna, que probablemente era la abreviatura del latín Jerusalem se ha perdido, fue un lema judeofóbico muy popular en Alemania, y así se denominaron los tumultos contra judíos alemanes en 1819).

Brutalidades se perpetraron en Colonia y Wuezburg en Alemania, y en Carenton y Sully en Francia. El famoso maestro Rabenu Jacob Tam fue acuchillado cinco veces en recuerdo de las heridas sufridas por Jesús. Pedro de Cluny (llamado el Venerable) solicitó que el rey de Francia castigara a los judíos por "macular el cristianismo. No debería matárselos, sino hacerlos sufrir tormentos espantosos y prepararlos para una existencia peor que la muerte". Puede verse que el pretendido celo religioso de estos judeófobos no era sino una máscara para poder descargar sus instintos más sádicos, ideológicamente justificados.

La tregua que se dio a los judíos europeos después de de las dos primeras cruzadas, fue balanceada por las persecuciones a las que los sometieron los almohades en España y Noráfrica. Pero cuando Saladino puso fin al reino crusado en Jerusalem, una Tercera Cruzada fue lanzada, a la que se sumaron con entusiasmo el emperador de Alemania y el rey Felipe Augusto de Francia, quien ya había hecho quemar a cien judíos en Bray, como castigo por el ahorcamiento de uno de sus oficiales que había asesinado a un judío.

La novedad de la Tercera Cruzada fue que repercutió más en Inglaterra, que en las dos primeras había tenido un rol menor. Las comunidades judías de Lynn, Norwich y Stamford, fueron íntegramente destruidas. En York, los judíos se refugiaron en el castillo, al que se le puso sitio, y en el que se autoinmolaron a comienzo de la Pascua hebrea.

Para los judíos, las Cruzadas pasaron a simbolizar la inveterada hostilidad del cristianismo. Trescientos rabinos emigraron en el 1211 a Eretz Israel, en la certeza de que si permanecían en Europa Occidental pocas serían sus posibilidades de sobrevivir. Y como lo rubrica Flannery "los que decidieron quedarse terminaron lamentando su decisión". Al mismo tiempo, el recuerdo de los mártires fue para los judíos una fuente de inspiración para las generaciones posteriores: Dios los había puesto a prueba y demostraron ser héroes. Su martirio fue percibido como una victoria, símbolo del pueblo entero. La mayoría de los que se convirtieron por la fuerza pudieron ulteriormente regresar al judaísmo… y terminaron siendo víctimas de las matanzas que estallaron después. En la percepción del cristiano, el judío se había transformado en el implacable enemigo de su fe.

Las Cruzadas revelaron en toda su dimensión el peligro físico en el que se hallaban los judíos, lo que resultó en dos efectos. En principio, los judíos se mudaron mudarse a ciudades fortificadas en las que serían menos vulnerables (esto puede ser una explicación parcial del carácter urbano de los judíos que fue mencionado en la segunda lección). Segundamente, se instituyó el status de "siervos de la cámara real". Los judíos compraron la protección de emperadores y reyes a un elevado precio. Se consideraba que tendrían un privilegio si se los protegía del fanatismo de las masas y de la rapacidad de los barones. Pero en poco tiempo la supuesta protección se transformó en un artificio para enriquecer la Corona.

La teología ayudaba. El Papa Inocencio III proclamó la "servidumbre perpetua de los judíos" y el jurista Enrique de Bracton (m.1268) definió que "el judío no puede tener nada de su propiedad. Todo lo que adquiere lo adquiere para el rey". Para el siglo XIII era un buen negocio poseer algunos judíos, antes de que fueran eventualmente masacrados. Y las matanzas que sucedieron a las Cruzadas probaron ser las más sombrías.

En Rottingen en 1298 un noble llamado Rindfleisch incitó a las masas, que quemaron en la hoguera a la comunidad íntegra. Luego sus Judenschachters (asesinos de judíos) atravesaron Austria y Alemania saqueando, incendiando y asesinando judíos a su paso. Ciento cuarenta comunidades fueron diezmadas; cien mil judíos asesinados.

En el 1306 el rey de Francia hizo arrestar a todos los judíos en un mismo día y les ordenó abandonar el país en el plazo de un mes. Cien mil lo hicieron y se asentaron en comarcas vecinas; nueve años después fueron readmitidos… para ser nuevamente masacrados.

Un monje benedictino lideró a los Pastoureaux (pastorcitos) en una especie de cruzada que destruyó ciento viente comunidades. En reacción a la matanza de los Pastoureaux en Castelsarrasin y otras localidades entre el 10 y el 12 de junio del 1320, el vizconde de Tolosa comandó una tropa para detener a los revoltosos, y cargó veinticuatro carros de Pastoureaux, a fin de encarcelarlos en el castillo de la ciudad. Sin embargo, el populacho vino en socorro de los saqueadores y los liberó. En efecto, otra característica común de los genocidios es el grado pasmoso de apoyo campesino con el que contaban. Y como es habitual en la judeofobia, lo peor estaba por venir.

En el 1336 John Zimberlin, un iluminado que había "recibido un llamado para vengar la muerte de Cristo matando judíos" lideró a cinco mil enardecidos armados, que usaban bandas de cuero en los brazos (los Armleder) y se lanzaron al asesinato de los judíos alsacianos. En Ribeauville fueron masacrados mil quinientos. Finalmente, el 28 de agosto del 1339 se concluyó un acuerdo entre el obispo de Estrasburgo y Zimberlin, que puso fin a los desmanes.

El séptimo genocidio mencionado en la lista fue el de la Muerte Negra. Una plaga mató a alrededor de un tercio de la población de Europa entre 1348 y 1350 (casi cien millones de personas). Las comunidades judías de Europa fueron exterminadas por el populacho enloquecido por tanta muerte. ¿Quién podía ser culpable de la plaga sino el archiconspirador y envenenador, el judío?

El emperador Carlos IV ofreció inmunidad a los que atacaran judíos, otorgándoles sus propiedades a los favoritos de la corte… ¡incluso antes de que una matanza tuviera lugar! Por ejemplo, le ofreció al arzobispo de Trier los bienes de los judíos "que ya han sido muertos o lo sean en el futuro" y a un margrave de Nurenberg la elección de las casas de judíos "cuando la próxima matanza se lleve a cabo".

Debido a Hitler que superó a todos, se tiene poco en cuenta los genocidios previos. El ucraniano Bogdan Chmielnicky fue eventualmente olvidado al perder su rol de peor genocida judeofóbico. Combatió la dominación polaca de su país asesinando a más de cien mil judíos en 1648-1649, y hasta hoy es reverenciado como héroe nacional de Ucrania. Así lo describió el cronista de la época, Natan Hanover en su libro Ieven Metzula ("El fango profundo") págs. 31-32: "A algunos de los judíos les arrancaban la piel y arrojaban su cuero a los perros. A otros les cortaban las manos y los pies y arrojaban a los judíos al camino en donde eran finalmente pisoteados por caballos… Muchos eran enterrados vivos. A los infantes se los mataba en el pecho de la madre; a muchos niños se los despedazaba como pescado. Desgarraban los vientres de las mujeres preñadas, extraían a los bebés no nacidos y se los tiraban a las madres en las caras. A algunas les abrían el vientre y reemplazaban el feto con gatos vivos y las dejaban así, asegurándose primero de cortarles las manos para que las mujeres no pudieran sacarse el gato de su cuerpo… No hubo nunca en el mundo una muerte no-natural que no les infligieran".

La pregunta acerca de cuán profundo debe de ser un odio que lleve a semejantes atrocidades, tendrá respuesta parcial en la próxima clase, cuando nos refiramos a la mitología judeofóbica que las sostuvo. Pero adelantemos que tanta muerte atroz debe ser motivo de reflexión. Máximo Kahn, un intelectual judío que escapó de Alemania y se radicó en la Argentina, escribió en 1944: "La muerte de los judíos es, quizá, la más enigmática de todas las muertes; ciertamente es la más acusadora. Durante dos mil quinientos años se ha venido matando a los judíos en vez de permitir que mueran… Se empezó a matar judíos con tanto éxtasis que la muerte natural ya no les causó terror… los judíos se agarraron a la muerte natural como si fuera vida, como si fuera luz del sol, canto de pájaros, fragancia de flores o amor. Nada les pareció tan apetecible como poder morir sin huellas de homicidio en el cuerpo. Su vida se convirtió en esperar la muerte. Es de extrañar que la palabra judío no se haya vuelto sinónimo de moribundo… el judaísmo es una salud incurable".

El odio ilimitado que se descargó contra los judíos estaba sostenido por un cuerpo mitológico que vamos a revisar en la próxima lección.

 

 

 

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 4

…el principal filósofo medieval cristiano, Tomás de Aquino, en 1270 escribía: "Como consecuencia de su pecado, los judíos están destinados a servidumbre perpetua. Los soberanos de los Estados pueden tratar las posesiones de los judíos como si fueran propias, con la única provisión de no privarlos de lo necesario para mantenerse vivos". Esta recomendación fue gradualmente aceptada por los gobiernos seculares.

 


 

Unidad 04: El medioevo temprano y el martirio judío

Por: Gustavo Perednik

 

 Concluimos nuestra última lección con el libro de Jules Isaac, quien supervisaba la enseñanza de historia en el Ministerio de Educación de Francia. Cuando en 1943 deportaron y asesinaron a toda su familia, Isaac decidió dedicar el resto de su vida al estudio de la judeofobia. En particular, se propuso refutar tres enseñanzas de la historiografía patrística, a saber:

  1. que los judíos son deicidas,
  2. que su dispersión fue un castigo divino por el rechazo de Jesús como el Mesías,
    que su religión estaba corrupta en esa época.

La actitud católica medieval de desprecio a los judíos no excluyó tampoco al principal filósofo medieval cristiano, Tomás de Aquino, citado en nuestra última lección, y quien en 1270 escribía: "Como consecuencia de su pecado, los judíos están destinados a servidumbre perpetua. Los soberanos de los Estados pueden tratar las posesiones de los judíos como si fueran propias, con la única provisión de no privarlos de lo necesario para mantenerse vivos". Esta recomendación fue gradualmente aceptada por los gobiernos seculares. Bajo influencia de la visión de la Iglesia y sus disposiciones, los judíos fueron sometidos a restricciones, impuestos especiales, y la obligación de usar distintivos en las ropas, entre otras limitaciones.

Si la enseñanza del deprecio se hubiera limitado a la teología, habría causado a los judíos humillación y pesares, pero no habría llegado a ser, como lo fue, motivo de atroces sufrimientos. En la conciencia del cristiano fue penetrando la convicción de que cuando se quería descargar un golpe al diablo, podía hacerse por medio de golpear al judío.

Antes de estudiar cómo la teología de los Padres de la Iglesia se tradujo en acción, veamos cómo se expresó en la ley. El Código de Teodosio II del año 438 fue la primera colección oficial de estatutos imperiales que sancionaban la inferioridad civil del judío, definido como "enemigo de las leyes romanas y de la suprema majestad" y fue la base sobre la que se regularon los asuntos judíos de ahí en adelante. Así, de las bulas medievales (una bula es un edicto del Papa; bullum es sello en latín) muchas fueron abiertamente judeofóbicas. Vayan algunos ejemplos:

Etsi non displiceat (1205, Inocencio III) requiere del rey terminar con las "maldades" de los judíos; In generali concilio (1218, Honorio III) exige que los judíos usen ropa especial; Si vera sunt (1239) resultó en la frecuente quema de libros sagrados judíos; Vineam Soreth (1278, Nicolás III) establecía la selección de hombres capacitados para predicar el cristianismo a los judíos; Sancta mater ecclesia (1584, Gregorio XIII) exigía a los judíos de Roma enviar cada sábado cien hombres y cincuenta mujeres para escuchar sermones conversionistas en la iglesia; Cum nimis absurdum (1555, Pablo IV) limitaba las actividades de los judíos y prohibía su contacto con los cristianos; Hebraeorum gens (1569, Pío) acusaba a los judíos de magia y otros males, y ordenaba su expulsión de casi todos los territorios papales; Vices eius nos (1577, Gregorio XIII) demandaba que los judíos de Roma y otros estados papales que enviaran enviar delegaciones a la iglesia.

No siempre esta legislación orientó a reyes y gobernantes. En el año 830, el obispo Agobardo de Lyons, llamado "el hombre más culto de su tiempo", se alarmó por las relaciones amistosas que privaban entre su grey y los judíos de la ciudad, que propseraban y lograban que su religión fuera respetada. Agobardo levantó cargos contra los judíos ante el rey Luis el Piadoso, requiriendo un retorno al Código Teodosiano. Su iniciativa no fue bien recibida: el rey, fiel a la línea que había establecido su padre Carlomagno, permaneció bien predispuesto hacia los judíos. Años después, tampoco el rey Carlos el Calvo aceptó ratificar las normas judeofóbicas del Concilio Eclesiástico de Meaux (845) como le demandaba el obispo Amulo, sucesor y discípulo de Agobardo.

Aquellos reyes fueron los últimos representantes de la era carolingia, durante la que los judíos gozaron de igualdad de derechos. En contraste, por el año 950 el emperador bizantino Constantino VII promulgó un juramento especial, el Juramentum Judaeorum, que los judíos estaban obligados a tomar en los pleitos con no-judíos. Así fue hasta por lo menos el siglo XVIII. Tanto el texto y el ritual del juramento, expresaban una automaldición impuesta, como podemos ver por ejemplo en el Schwabenspiegel alemán de 1275: "Sobre los bienes por los que este hombre te lleva a juicio… ayudame Dios que has creado cielos y tierra… para que si comes seas impuro… y la tierra te trague… sea verdad lo que has jurado… y que siempre permanezcan sobre ti la sangre y la maldición que tu prosapia ha traído sobre sí misma cuando al torturar a Jesucristo dijeron ‘Sea su sangre sobre nosotros y nuestros hijos’: es verdad… Te ayuden Dios y tu juramento. Amén".

Juramentos, distintivos y restricciones fueron una pequeña parte del repertorio judeofóbico medieval. Una síntesis completa del martirio judío sería muy compleja, porque abarca diferentes geografías y cronologías. Pero plantearemos a continuación siete prácticas que eran comunes en Europa, a saber: el bautismo forzado, los sermones impuestos, las disputas públicas, la quema de libros judíos, los ghettos, las expulsiones y los genocidios.

Imposición de Bautismos y Sermones

Cuando el cristianismo se transformó en la religión dominante en el Imperio Romano (s.IV), multitudes de judíos fueron obligados a bautizarse. El primer relato detallado se remonta al año 418 en la isla de Minorca. Una ola de conversiones forzadas se expandió por Europa desde que en 614 el Emperador Heraclio prohibió la práctica del judaísmo en el Imperio Bizantino. Muchos lo siguieron, como Basilio I que lanzó una campaña en el 873. Durante las Cruzadas miles de judíos fueron bautizados por la fuerza, especialmente en la región del Rhineland. En todos los casos las masas tomaba la ley en sus manos y se imponían a creyentes que se habían preparado para el martirio.

Con todo, la posición oficial de la Iglesia tendió a seguir al Papa Gregorio I (540-604, Padre de la Iglesia medieval) en el sentido de el bautismo no podía ser suministrado por la fuerza. El problema era la definición de forzoso. ¿Acaso incluía el bautismo bajo amenaza de muerte? ¿Y cuán forzoso era el bautismo bajo el temor de castigos a largo plazo? ¿Y el de niños?

Por ejemplo, el obispo de Clermont-Ferrand, después de que una horda destruyó la sinagoga de la ciudad, recomendó a los judíos el 14 de mayo del 576: "Si estáis dispuestos a creer como yo, convertiros en uno de nuestra feligresía y seré vuestro pastor; pero si no estáis dispuestos, partid de este lugar". Alrededor de quinientos judíos de Clermont se convirtieron, y hubo celebraciones en la cristiandad. Los otros judíos partieron a Marsella. ¿Podía definirse aquella conversión como forzada? O si no, en el 938 el papa le indicó al arzobispo de Mainz que expulsara a los judíos de su diócesis si se negaban a convertirse voluntariamente (insistió en que no se aplicara "la fuerza").

Dijimos que el otro dilema fueron los casos de niños. ¿A qué edad podía el bautismo considerarse "voluntario" y no un gesto comprado por bagatelas? El mentado Agobardo en el 820 reunió a todos los niños judíos y bautizó a los que no habían sido alejados a tiempo por sus padres, si le parecían dispuestos a aceptar el cristianismo.

Una de las cláusulas de la Constitutio pro Judaeis, promulgada por papas sucesivos entre los siglos XII y XV, declaraba categóricamente que ningún cristiano debía usar la violencia para forzar judíos al bautismo. Lo que no decía era qué debía hacerse en los casos en que la conversión ya había sido impuesta: si era válida de todos modos o si el judío podía retornar a su fe.

La respuesta es que la condena eclesiástica al bautismo forzado no se modificó, pero su actitud respecto de problemas post-facto se endureció con el transcurrir de los siglos. En una carta de 1201, el Papa Inocencio III estableció que un judío que se sometía al bautismo bajo amenazas, de todos modos había expresado una voluntad de aceptar el sacramento, y por ello no le era permitido renunciar a él posteriormente.

Para el cristianismo medieval, el retorno a la vieja fe era una herejía punible con la muerte. Incluso en el año 1747 el Papa XIV decidió que una vez bautizado un niño, aun ilegalmente, debía ser considerado cristiano y educado en consecuencia.

Así ocurrió con las olas de bautismos forzados más tardías, en el reino de Nápoles durante las últimas décadas del siglo XIII, y en España en 1391, que comenzó con los desmanes que liderara el archidiácono Ferrant Martinez. Cientos de judíos fueron masacrados y comunidades enteras convertidas por la fuerza, y su trágica secuela fue el fenómeno de los marranos (una voz peyorativa para denominar a los Nuevos Cristianos y sus descendientes). Esta gente continuó practicando el judaísmo parcial y clandestinamente, hasta después del siglo XVIII.

En Portugal, miles de judíos se asentaron después de su expulsión de la vecina España en 1492. El rey Manuel decidió que para purgar su reino de la herejía, no era necesario expulsar a sus súbditos judíos, quienes constituían un valuable patrimonio económico. En vez de ello, se embarcó en una campaña sistemática de conversiones forzadas inicialmente dirigidas contra los niños, quienes eran arrancados de los brazos de sus padres en la esperanza de que los adultos los siguieran en la cristianización.

La furia de las conversiones en Portugal explica tanto el hecho de que para 1497 no había un sólo judío abiertamente practicante en el país, y también por qué el fenómeno del marranismo fue más tenaz allí hasta el día de hoy.

Un nuevo capítulo en la historia del bautismo forzado comenzó en 1543 con el establecimiento de la Casa de los Catecúmenes (candidatos a la conversión) primero en Roma y luego en muchas otras ciudades. Una década después el papa impuso un impuesto a las sinagogas a fin de costear a los Catecúmenes (ese pago se abolió sólo en 1810).

El converso potencial era adoctrinado por cuarenta días, al cabo de los cuales decidía si convertirse o regresar al ghetto. Toda persona que por cualquier excusa era considerada con inclinaciones al cristianismo, podía ser internada en la Casa de los Catecúmenes para explorar sus intenciones.

Para agravar las cosas, corría una superstición popular según la cual quien lograba la conversión de un infiel se aseguraba así el paraíso. Un tropel de ese tipo de procedimientos se esparció a lo largo y ancho del mundo católico. A mediados del siglo XVIII los jesuitas desempeñaron un rol protagónico en la práctica.

Varios casos fueron notorios. En 1762 una horda se avalanzó sobre el hijo del rabino de Carpentras, y lo bautizó en una zanja, por lo que el joven debió abandonar a su familia. En 1783 fueron secuestrados los niños Terracina para ser bautizados, y se generó una revuelta en el ghetto de Roma. En 1858, la policía papal secuestró de su hogar en el ghetto de Bolonia a Edgardo Mortara, de seis años, quien había sido secretamente bautizado por una doméstica que lo creyó mortalmente enfermo.

Los Mortara trataron en vano de recuperar a su hijo. Napoleón III, Cavour y Francisco José estuvieron entre los que protestaron el secuestro, y Moisés Montefiore viajó al Vaticano en un esfuerzo estéril por convencer al papa de que ordenara la liberación del niño. La fundación de la Alliance Israélite Universelle en 1860 "para defender los derechos civiles de los judíos" fue en parte una reacción a este caso.

El papa rechazó los pedidos de clemencia y, sólo en 1870, cuando cesó el poder de la policía papal, el niño salió en libertad. Ya no era Edgardo: el joven había decidido adoptar el nombre papal Pío, era un novicio de la orden de los agustinos y un ardiente conversionista en seis idiomas. Su trágico fin fue que falleció en Bélgica en 1940, un par de semanas antes de la invasión alemana que le habría impuesto un retorno a su identidad judia.

Durante el segundo cuarto del siglo pasado, el imperio ruso instituyó el sistema de los cantonistas, sobre los que hablaremos en otra lección, y que involucraba el virtual secuestro de niños judíos a fin de hacerlos servir militarmente durante varias décadas, con la explícita intención de que abandonaran el judaísmo.

En cuanto a la imposición de sermones a los judíos, también fue pionero el mentado Agobardo. En su Epistola de baptizandis Hebraeis (año 820) señala que bajo sus órdenes la clerecía de Lyons iba todos los sábados a predicar en las sinagogas, con asistencia obligatoria de los judíos. El sistema se regularizó con la fundación de la Orden Dominica (1216). Una ley de Jaime I de Aragón (1242) que recibió aprobación papal, se refiere a la obligatoriedad de la asistencia. El mismo rey dio la arenga en la sinagoga. En 1279 el rey Eduardo I impuso la práctica en Inglaterra. El siglo XV encontró, entre los predicadores más destacados, a Vicente Ferrer en España y Fra Matteo di Girgenti en Sicilia. La práctica se exacerbó a partir de la Contrarreforma, que vino acompañada por una reacción judeófoba.

En Roma, cien judíos y cincuenta judías debían asistir a una iglesia designada para recibir sermones, generalmente de apóstatas que debían ser pagados por la misma comunidad judía. La supervisión de bedeles con varas, aseguraba que nadie se distrajera. Michel de Montaigne registra que en Roma en el 1581 escuchó un sermón de Andrea del Monte, cuyo lenguaje fue tan brutal que los judíos pidieron protección a la curia papal. En 1630 los jesuitas iniciaron los sermones en Praga, y el emperador Ferdinando II los instituyó en en el auditorio de la universidad de Viena, adonde debían asistir doscientos judíos, una parte fija de los cuales debían ser adolescentes.

La imposición de sermones se prolongó por un milenio. Los derogaron la Revolución Francesa, y las tropas napoleónicas que fueron difundiendo las ideas revolucionarias por Europa. Después de la caída de Napoleón, se restablecieron en Italia al regresar el gobierno papal, pero Pío IX finalmente los abolió en 1846. Para esa época el poeta Robert Browning trató de reflejar el sentir judío durante los sermones:

"…cuando entró con alaridos el verdugo en nuestra cerca,
nos aguijoneó como perros hacia el redil de esta iglesia.
Su mano, que había destripado mi talega
ahora desborda para ahogar mis creencias.
Pecan en mí hombres raros que a su Dios me llevan".

Disputas y Quemas de Libros

La proscripción de la literatura judía comenzó en el siglo XIII, como un derivado de la decisión de 1199, por la que el Papa Inocencio III advirtió a los legos que las Escrituras debían quedar bajo interpretación exclusiva del clero.

En el 1236, el apóstata Nicolás Donin envió desde París un memorandum al Papa Gregorio IX, en el que formulaba treinta y cinco cargos contra el Talmud (que era blasfemo, antieclesiástico, etc). El papa terminó por enviar un resumen de las acusaciones a los eclesiásticos franceses, ordenando que se aprovechara la ausencia de los judíos de sus casas mientras rezaban en las sinagogas, y se confiscara sus libros (3/3/1240). Además se instruía a las Ordenes Dominica y Franciscana en París que "hicieran quemar en la hoguera los libros en los que se encuentraran errores" de corte doctrinario. Indicaciones similares se enviaron a los reyes de Francia, Inglaterra, España y Portugal.

Recordemos que el Talmud no empezó a traducirse hasta el siglo pasado, y que su idioma original, el arameo, era conocido sólo por los judíos o los estudiosos del tema. Por ello cuando el hebraísta cristiano Andrea Masio repudió las censuras y quemas de libros judíos, adujo que una condena cardenalicia sobre esos libros era tan válida como la opinión de un ciego sobre diversos colores.

Como consecuencia de la circular de Gregorio IX, también se llevó a cabo la primera disputa religiosa pública entre judíos y cristianos, en París, entre el 25 y el 27 junio del 1240. El Rabí Iejiel que debió defender públicamente al Talmud, no logró evitar que un comité inquisitorial lo condenara. En junio de 1242, miles de volúmenes fueron quemados públicamente.

La práctica fue convirtiéndose en norma, y muchos papas posteriores promovieron la quema del Talmud. Otra disputa famosa se efectuó en Barcelona en el 1263, después de la cual Jaime I de Aragón ordenó a los judíos borrar del Talmud referencias supuestamente anticristianas, so pena de quemar sus libros. También la disputa de Tortosa (1413) concluyó restringidendo los estudios de los judíos de Aragón.

Un nuevo ímpetu se dio a las prohibiciones de libros judíos en 1431 cuando en el Concilio de Basilea, la bula del papa Eugenio IV directamente prohibió a los judíos el estudio del Talmud.

Los ataques contra el Talmud se extremaron durante el período de la Contrarreforma en Italia, a mediados del siglo XVI. En agosto de 1553 el papa designó al Talmud "blasfemia" y lo condenó a la hoguera junto con otras fuentes de sabiduría rabínica. El día de Rosh Hashaná de ese año (5 de septiembre) se construyó una una pira gigantesca en Campo de Fiori en Roma, los libros judíos se secuestraron de las casas mientras los judíos rezaban en las sinagogas, y se quemaron públicamente miles de ejemplares.

Por orden inquisitorial, el procedimiento se repitió en los Estados papales, en Bolonia, Ravena, Ferrara, Mantua, Urbino, Florencia, Venecia y Cremona.

Unos años después Pío IV levantó la prohibición del Talmud (1564) pero la frecuente confiscación de libros judíos continuó hasta el siglo XVIII. El Talmud fue probablemente el libro más vilipendiado de la historia humana. A fin de escribir su tratado de dos mil páginas Endecktes Judemthum (El judaísmo desenmascarado) de 1699, Johannes Eisenmenger pasó veinte años estudiando en una ieshivá (academia de estudios talmúdicos), tan profundo era su odio por un libro que mantenía al judaísmo viviente.

Durante los dos últimos siglos, "expertos" de diversa índole fabricaron una vasta literatura que "revelaba las blasfemias" del Talmud (una literatura inútil hoy en día, cuando el Talmud está al alcance de todos por medio de las muchas traducciones a los principales idiomas).

El último auto-de-fe contra el Talmud fue en 1757 en Kamenets (Polonia) donde el obispo Nicolás Dembowski ordenó la quema de mil copias del Talmud.

Otra práctica judeofóbica medieval fue el establecimiento de barrios para judíos, rodeados de muros que permanecían sellados de noche y podían traspasarse sólo con permisos oficiales. El término ghetto con que se los designaba, pudo surgir del barrio en Venecia, que estaba cerca de una fundición (getto en italiano) y que en 1516 se transformó en residencia obligada de los judíos. O podría derivar del arameo guet, término relativo a separación.

Aunque en muchos casos nacía voluntariamente (por necesidades de cementerio, premisas para mikve o baño ritual, etc.) fueron mayormente resultado de la tendencia eclesiástica que desde el siglo IV aislaba y humillaba a los judíos. La disposición oficial, con todo, se promulgó sólo en el Tercer Concilio Laterano (1179) que prohibió a cristianos y judíos residir juntos. Ghettos famosos hasta la Reforma fueron el de Londres (1276), Bolonia (1417) y Turín (1425).

Como en el caso de las otras prácticas ya mencionadas, los ghettos se difundieron más cuando la Iglesia reaccionó contra la Reforma, una reacción que en general agravó la situación de los judíos en las regiones que permanecieron católicas. Desde la segunda mitad del siglo XVI ghettos fueron introducidos, primero en Italia y luego en el imperio austríaco. En Venecia se creó como una institución estable (1516) y en Roma, los judíos fueron obligados a trasladarse y se les amuralló (fue el 26/7/1555 que coincidió con la trágica conmemoración del 9 del mes de Av).

En los países musulmanes, comenzó enteramente voluntario, y así permaneció bajo el imperio otomano. Allí, cuando en los siglos XIX-XX se levantó la obligación de residir en el ghetto, la mayoría optó por permanecer en ellos.

En 1796 las tropas republicanas francesas demolieron todas las murallas de los ghettos en Italia. Con la caída de Napoleón (1815) hubo un fallido intento de restablecerlos. Los portones del de Roma fueron finalmente destruidos en 1848, y no volvió a construirse ghettos hasta el ascenso del nazismo en Europa.

El ghetto fue central en el devenir de la judeofobia, puesto que fortalecía el estereotipo del judío demoníaco. Una figura que, aun si accedía a contactos con los cristianos durante el día, regresaba a la noche a su antro amurallado y a sus prácticas despreciadas.

Y además, como a los ghettos no se les permitía expandirse, eran en general insalubres y superpoblados. Se suponía que la degradación y humillación del judío llevaría ulteriormente a su cristianización. Por ello, el publicista católico G.B.Roberti exclamó ante un ghetto del siglo XVIII que "era una mejor prueba de la religión de Jesucristo, que una escuela entera de teólogos".

Las dos últimas prácticas que anunciamos fueron las más brutales: expulsiones y genocidios, que serán analizadas en la próxima lección.

 

La actitud católica medieval de desprecio a los judíos no excluyó tampoco al principal filósofo medieval cristiano, Tomás de Aquino, citado en nuestra última lección, y quien en 1270 escribía: "Como consecuencia de su pecado, los judíos están destinados a servidumbre perpetua. Los soberanos de los Estados pueden tratar las posesiones de los judíos como si fueran propias, con la única provisión de no privarlos de lo necesario para mantenerse vivos". Esta recomendación fue gradualmente aceptada por los gobiernos seculares. Bajo influencia de la visión de la Iglesia y sus disposiciones, los judíos fueron sometidos a restricciones, impuestos especiales, y la obligación de usar distintivos en las ropas, entre otras limitaciones.

¿Es el egoí­smo idolatrí­a?

En serjudío.com, Yehuda nos enseña en el tema ”La causa del mal” que en la base de todos absolutamente todos los males provocados por la persona se encuentra el así llamado Ietzer-Ha Rá que significa la tendencia a lo negativo, que si le damos nombre es egoísmo. (Les recomiendo que vean en esta misma página el tema “Esa Tendencia” donde Yehuda enseña clara y detalladamente lo que es Ietzer-Ha Rá)

Siguiendo con el tema La causa del mal, Yehuda nos enseña que existen dos modalidades del egoísmo, una constructiva y otra nociva. Me referiré a la nociva a través de esta pregunta ¿Es el egoísmo una forma de idolatría?

Vayamos al Diccionario de la Real Academia (Drae) para ver el significado de cada palabra.

 

Egoísmo:   (del latín ego, yo) Inmoderado y excesivo amor que uno tiene a si mismo, y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin cuidarse del de los demás.

Idolatría:   1- Adoración que se da a los ídolos y falsas deidades

2- Amor excesivo y vehemente a una persona.

 

Solo partiendo de estas dos definiciones podemos afirmar que el egoísmo si es idolatría, porque desde el momento que el centro de atención de todo lo que se mueve  a mi alrededor y rige mi vida soy yo y todo lo que hago y espero está basado nada más que en mi propio beneficio sin importarme beneficiar a mi prójimo, da como resultado que el hombre con el egoísmo se diviniza, es decir se convierte en su propio dios, lo que según el concepto enumerado arriba es idolatría.

 

Uno de los siete Preceptos Universales que debo cumplir me demanda no adorar o servir espiritualmente a nada ni nadie fuera de El (D-os), porque solamente El es digno de adoración y servicio y si existe un solo D-os Infinito y Supremo sobre todas las cosas, no debo entonces reemplazar al Ser Supremo por ídolos limitados ya sean otros seres o uno mismo. Es más en el libro del Gentil Justo de (Chaim Clorfene y Yakov Rogalsky) dice de la idolatría:

La esencia de las Siete LEYES universales es la prohibición en contra de la idolatría. Aquel que reverencia a una deidad, distinta del Creador, niega el fundamento de la religión y rechaza la completitud de las Siete Leyes Universales. Por otro lado, “quién se guarda a si mismo de la idolatría” demuestra creer en D-os y afirma la completitud de las Siete Leyes.

Por lo tanto queda claro que el egoísmo es una forma de idolatría.

 

En varios de los temas que Yehuda expone en Serjudío.com nos enseña claramente las consecuencias nefastas que trae el egoísmo a la vida del hombre, como por ejemplo, que el egoísmo es un cáncer emocional y espiritual que debilita y acaba con la vida del que lo padece y probablemente de quién esta a su alcance. El egoísmo es la raíz y la finalidad de todas las acciones y actitudes negativas humanas. También dice que otra forma de idolatría es la egolatría, el egoísmo exacerbado, pues no solo niega a D-os sino también al prójimo. El que es movido por el egoísmo siempre es llevado a la infelicidad, a la espera desesperada, pues nunca se calma el corazón, ya que jamás para de esperar más y más provecho para  sí.

 

Cada uno de nosotros tiene en su interior una cierta medida de egoísmo y como vimos al comienzo, es bueno en su medida constructiva si la aprendemos a usar, pero es importante empezar a trabajar en la nociva para cambiarla desde ya. Mientras más pronto la corrijamos dando a nuestro prójimo la ayuda necesaria de acuerdo a nuestras capacidades reales y sin esperar nada a cambio, absolutamente nada,  porque si doy esperando algo a cambio sigo en el mismo egoísmo.

 

Cuando decidimos voluntariamente enrumbarnos por el Camino Derecho porque esta ruta es buena y apropiada como esta escrito “Tu caminarás en Sus Caminos” (Deut. 30.16) debemos seguir su ejemplo. Así como D-os es Compasivo, el hombre debe ser compasivo, Así como D-os es llamado Misericordioso el hombre debe ser misericordioso. Es obligación del hombre seguir el ejemplo de D-os a lo máximo de sus capacidades. (extraído  del libro El Gentil Justo de Chaim Clorfene y Yakov Rogalsky)

 

¿Cual es la cura del egoísmo?

 

–    Debemos tener siempre una actitud bondadosa y una disposición positiva para el servicio a nuestro prójimo.

–    Debemos compartir lo nuestro con el prójimo sin esperar absolutamente Nada a cambio y Nada es Nada. Sabemos que cuando ayudamos al prójimo trascendemos el mal.

–    Es posible trasformar el egoísmo en voluntad de dar, (altruismo). Hay que tener en cuenta que: Hay quiénes reparten y les es añadido más, y hay quiénes retienen indebidamente, sólo para acabar en escasez (Mishlei / Proverbios 11:24). Y no olvidar que: La persona generosa será prosperada, y el que sacia a otros también será saciado. (Mishlei / Proverbios 11:25)

 

Les dejo este relato y un buen consejo digno de imitar (extraído de serjudío.com de la Parashá Vaietze  Amor sin lejanías)

 

Era por todos conocido el hecho de que el Rabino daba para caridad más del máximo establecido por los Sabios para tal finalidad, que es un 20% de los ingresos netos. Ante esta ruptura de una norma rabínica, los discípulos estaban consternados por su extraña actitud. A lo cual respondió el justo y venerable rabino: Si bien tienen: No es correcto que la persona se atreva a contravenir las sentencias de nuestros sabios, pues aquel que se aventura mas allá de los límites, entra en el escabroso terreno que lleva a la perdición.

Pero tu sabes que cuando llega el momento en que cada uno de nosotros es juzgado ante el divino Trono, prestan fiel testimonio nuestros actos que hemos realizado en vida. Cada acto acorde con los preceptos se constituye en un defensor nuestro, en tanto que cada uno de nuestros actos erróneos o pecaminosos, se erige como un acusador, y el Juez juzga a partir de estos testimonios prestados por nuestros actos.

Yo prefiero que cuando se levanten para acusarme, sea por esta pasión mía de ayudar al prójimo necesitado, más allá de los límites impuestos por los justos Sabios en lugar de recibir acusaciones por egoísmo, avaricia, codicia, estafa, idolatría y tantas otras dolencias para el espíritu.

Te aconsejo que jamás contravengas las órdenes de los Sabios, te pido que no me juzgues  tan severamente pues soy humano y débil, y estoy habituado a pecar de esta manera.

 

Norma Medina

Creerse o ser…

Pregunta.

realmente ,me llama la atencion el sitio,de la misma forma en que se ejerce ,la observancia de las siete leyes de los hijos de Noe,soy judio ,no observante ,y realmente me ha impresionado ,es mas ,desconocia ,ese grupo ,o esa condicion ,e inclusive para mi es nuevo el nombre de Noajida. pero ,como siempre estamos aprendiendo,para mi ,es parte de ese aprendizaje,que es bien recibido. Quizas sea mucho pedir ,hacer alguna que otra pregunta,que pueda interpretarse como torpe ,pero querria esclarecerme ,para saber ,aun mas ……….. Los rabinos a travez de este pacto ,aceptan a uno como judio? Ustedes se sienten judios? o solo son como entiendo seguidores de las siete leyes de Noe’? quizas ,quisiera hacerle mas preguntas ,pero ,como estoy abrumado,y como este es un hecho ,totalmente nuevo en mi vida ,me ha impactado. Los saludo ,con el respeto mas sincero , Rolando G.

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Resp. 95 – Comenzando por las bases

Hola: Les escribo de Guatemala, es una ciudad muy bella, pero tiene unas tradiciones que me molestan desde que era un niño, pero la verdad es que necesito que me informen o me proporcionen los correos de algunos de sus Coordinadores , a mi me parece muy interesante este sitio, con mucho respeto les escribo estas lineas, ya que algunos correos a veces no son leidos y yo escribo para tener contacto con Ustedes muy respetuosamente
sin mentiras, sin mascarasy sin engaños necesito informacion de como sus Coordinadores obtienen la informacion dí­­a a dí­­a de sus ciudades , asi como yo les dire como se comportan los vecinos de mi ciudad , esto lo hago no por hacer misiones ni nada de eso, ya se que los misioneros son muy astutos y mentirosos.
La mayoria de misioneros que conozco me tratan de convertir y mi eso me molesta mucho ya se que parecen Judios pero se muy claramente que no lo son, y como no conozco algún Rabino por mi ciudad, no se con quien consultar sobre esta situación , mis familiares en su mayoria son catolicos y algunos son evangelicos y me dan mucha pena que se comporten asi, no he encontrado alguna forma de hablarles, y a veces hago algún intento y lo que resulta es que me escuchan un tiempo , luego como que les entro por un oido y salió por el otro el comentario que les dije, y eso me tiene con algún resentimiento que necesito desahogar sin lastimar a alguien.
Por eso necesito alguna forma o método Noají­­da para hacerlos entrar en razón , se que si tubiera en mis manos una Torá con la ayuda de un Rabino, encontraria alguna solución pero como NO , me cuesta mucho asi,
Gracias por leer este comentario y no quiero ser abusivo con estas palabras pero realmente necesito salir de esta situación caótica que vive mi pais , se que los comentarios que ustedes tienen en su WEB son autenticos y no quiero que se cierre este sitio, ya que ha sido de mucha ayuda a mi alma con la terapia sana que leo en este sitio WEB FULVIDA .
Por eso les pido las direcciones de sus Coordinadores, al menos si cierran el sitio me queda alguna direccion donde escribir cuando cierren este sitio WEB tan maravilloso que encontre.
Les repito Gracias y
tengamos Shalom.
M. Gomez

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Unos malos y otros perversos

A hablar con D-s, se le dice rezar.
A responderle cuando nos contesta: esquizofrenia

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Estaba un Rabino comiendo carne  y llega un señor y le dice:

!Rabbi he pecado!

Y el rabbí contesta: No hijo, es carne.

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Una señora va a hablar con el Rabí y le dice:
Rabbí  tengo dos loritas que lo único que dicen es:
¡Somos prostitutas y queremos gozar! Me da una vergüenza cuando van visitas a mi casa y las loras lo único que dicen son esas palabrotas.
El Rabbí le dice:
No se preocupe, tráigame a las dos loras que yo tengo dos loritos los cuales están muy bien educados, rezan y leen la Tanaj, lo más probable es que los loros les enseñen cosas buenas.
Al otro día llega la señora con las loritas y el rabbí metió en la jaula con los loros que estaban rezando y las loras diciendo, somos prostitutas y queremos gozar, en eso se levanta uno de los loros y le dice al hermano:

¡Deja el siddur que nuestros rezos dieron resultados!

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Va un hombre corriendo porque lo persigue un león de repente el hombre se arrodilla y dice:
Altisimo, te pido que este león se vuelva noájida.
El león se arrodilla y dice:
Hashem, bendice estos alimentos que voy a consumir.

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-Moré Ribco, cada que veo a un hombre tiemblo toda.
– ¿Y qué edad tienes?
-84.

-¡Ahhhh, tranquila que eso es parkinson!

 

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El mejor empresario de la historia ha sido Noé: ¡Mantuvo su empresa a flote mientras el resto del mundo estaba en liquidación!

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En la sinagoga : ¿Rabbí, qué puedo hacer con mis pecados?

-Ora, hijo.

-Las tres y cuarto, ¿pero qué puedo hacer con mis pecados?

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Todos los hombres son iguales
Atte: Eva

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– Cuando yo ayuno… ¿tú hayas dos?
– Y si yo oro… ¿tú plata?

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El ratoncito corriendo hacia donde está su mamá, despues de haber visto un murciélago: ¡Mamá, mamá, he visto un ángel!

 

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Frases de religión:
* «¿Aprendiste las tablas?» (Mamá de Moisés)
* «Madre hay una sola» (Caín y Abel)
* «Siempre que llueve hay paro»(Noé)
* «Adiós preciosa, ¿estás sola?» (Adán a Eva)
* «Lo que mata es la humedad» (Egipcio cruzando el Mar Rojo)

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¿Quién fue el primer profeta roquero?
-Moisés
¿Por qué?
-Porque dijo: ¡¡Ahí viene la Plaga!!

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¿Cual es el mejor ajedrecista del mundo?
Moises, porque hizo tablas con Dios.

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TALMUD: «Quien duerme no puede pecar»
FILOSOFO: «Quien peca antes, duerme mejor»

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Le dice un rabino ya entrado en años a un niño

-¿Para quién es esa colecta, chiquillo?
– Para Dios, señor.
– Entonces tráela para aquí que a Dios lo voy a ver antes que tú!

 

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Rabí me acuso de haber robado una cuerda
– Pero eso no es pecado!
– Ya, pero es que había una vaca atada a la otra punta!

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Adán le dice a D-s:
Mira Hashem: todos los animales tienen su compañera. Los osos a
las osas, los pollos a las gallinas, los jirafos a las jirafas y
yo no tengo nada. No me podrías dar una?.
Y D-s contestó: «Ufff, eso es muy caro, tendrías que darme un pie,
una mano, un ojo, dos huesos, un riñón, un pulmón y unos dos litros
de sangre.
Que vá -contestó Adán- y por una costilla qué me dás?

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Un día D-s le dijo a Adán: «Hijo mio, quisiera que hicieras
algo por mi», a lo que Adán respondió, claro ,
con muchísimo gusto, ¿qué quieres que haga?
Y D-s dijo: Baja hacia aquél valle Y Adán preguntó: Pero Señor, ¿qué es
un valle? Y D-s le explicó.
Luego le dijo D-s: «Atraviesa el río» Y Adán preguntó: ¿qué es un río?
y D-s le explicó. Prosiguió D-s diciéndole: «Sube aquella montaña»
Y Adán preguntó: ¿qué es una Montaña?
Y D-s le explicó. Luego D-s le dijo a Adán: «Al
otro lado de la montaña encontrarás una caverna»
Y Adán nuevamente preguntó: ¿y qué es una caverna?
Y D-s le explicó. Y D-s dijo: «en esa caverna
encontrarás a una mujer» Y Adán preguntó: ¿Y qué es una mujer?
Y D-s le explicó.
Luego le dijo: «Quiero que vayas y te reproduzcas»
Y Adán preguntó: ¿Y eso cómo se hace Señor?
Y D-s le explicó. Así que Adán bajó al valle, atravesó
el río, subió a la montaña, entró a la
caverna y encontró a la mujer… cinco minutos después
volvio. D-s le dijo disgustado: ¿Qué pasa ahora? y
Adán pregunto: Señor, ¿Qué es un dolor de cabeza???