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MISIONEROS: PAULISTAS por la lí­nea de ESAU

            En la vida existen muchas cosas que maravillan al mundo, en primera instancia por su ocurrencia solapada u escondida, hipocresía teatral, cosas que hacen posible que se manifieste de forma teatral la real personalidad de personas que de una manera concurrente y apegada a su estilo, buscan satisfacer sus intereses personales.

 

He dado por llamar a estas “ACTORES DEL PROTAGONISMO ESCENICO” dignos de un oscar de la academia por su actuación en los diferentes niveles o áreas de la vida, actores que en su mayor parte de existencia, han encontrando la forma de cegar a sus interlocutores, manifestando una participación escénica, pero no protagónica, llevando sobre si los laureles de otros que de manera silente o apabullados por la autoridad,  realizan un trabajo protagónico, como diríamos en mi tierra, …ganando indulgencias con escapulario ajeno…”

 

En un abrir y cerrar de ojos nos encontraremos sumergidos en la historia de Esau y Jacob, comparando especialmente a Esau con Saulo de Tarso, encontrando similitudes que llaman poderosamente la atención, puntos de coincidencia producto de la manifestación del hombre verdadero que había en cada uno de estos personajes de la historia bíblica y de la historia neotestamentaria.

 

Cuando hacemos un análisis a partir del escenario bíblico nos encontramos con un Esau que vendió su primogenitura por un plato de lentejas, cosa de conocimiento si se quiere general, un hombre que tuvo en poco el despreciar la providencia que le daría su padre Isaac producto de la herencia de la primogenitura, herencia que vendió a su hermano Jacob a quien muchos tildaron de ladrón, de perverso y de engañador, pero que en un estudio a conciencia de lo escrito sobre la negociación entre Esau y Jacob  encontramos que no hubo engaño en la compra de la primogenitura por parte de Jacob, entonces Esau era el engañador pues era quien reclamaba la bendición de Isaac a su primogenitura, una bendición que venia unida a la  primogenitura que  había vendido.

 

            Con todo esto, en esta breve introducción, podemos comparar la vida y lealtad a sus principios de los descendientes de Esau con Pablo y los misioneros actuales. Encontramos a un Esau que mostraba su rudeza y brutalidad, por no decir falta de inteligencia y sabiduría, hombre que a simple vista parecía bueno pero que manifestaba el engaño y la maldad haciéndose pasar por santo, que engañaba al papá pero nunca pudo engañar a su mamá, cosa que muchos desconocen por falta del complemento de la Torá Oral que explica el versículo "…era Esav [Esau] hombre experto en caza…" (Bereshit / Génesis 25:27), que no sólo cazaba animales en el campo sino cazaba personas con sus palabras y tenía convencido al padre de que él era un santo. De que sus acciones eran puras y acordes a la ley, cuando en realidad todo eso era una máscara de palabras complicadas, que venían a ocultar la verdad: la maldad e hipocresía que anidaba en su corazón y se manifestaba en sus acciones ocultas.

 

Cosas estas comunes en nuestros días, cuando vemos grupos misioneros y no solo misioneros, también políticos cuyas estrategias manifiestan los principios y valores retorcidos de la vida de Esau, quien se apreciaba de hacer las cosas bien, pero que lamentablemente, estaba escudándose en una posición viciada y corrompida, en la búsqueda de ganarse el corazón de sus jerarcas y porque no las arcas financieras que se abrían  frente a sus vidas.

Veamos a largo trazo algunas de las estrategias de Esau, y vayamos haciendo memoria de lo que plantean los misioneros seguidores de la “doctrina paulista”, ojo cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

 

Primero: Dice la Palabra de Dios que "…era Esav [Esau] hombre experto en caza" (Bereshit / Génesis 25:27), pero analizando un poco estas palabras podemos decir que también era un experto en la caza de las mentes de los hombres que estaban a su alrededor, ejemplo su padre el cual conocía solo lo que Esau le manifestaba, pues su corazón estaba con los hombres del mundo, una cosa era en la casa de habitación y otra muy diferente era el hombre del mundo, aunque en el fondo era lo mismo “cazador”; por ello se “casó” o se “unió” con dos jóvenes Heteas (Judit y Basemat) y luego solo por contrariar a su padre Isaac, se casó con una mujer de Canaan (Mahalat),  como esperando que Dios obrara en él por casarse con una descendiente de Abraham por el lado de Ismael, mostró así  las hilachas, el desgaste moral  y porque no espiritual en su vida., al contaminarse, mezclarse, integrarse, al mundo que lo rodeaba olvidándose de los preceptos divinos inculcados por sus padres.

 

En todo esto encontramos a Pablo, un hombre que como muchos plantea un protagonismo escénico, en base a engaños y falsedades, estrategia muy usada por su predecesor Esau. Se decía judío nacido en Tarso de Cilicia, “…instruido…, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios…” Hechos 22:3,  mas luego de manera contradictoria estrictamente manifestando su posición de engañador dice en I Corintios 9:20  “… me he hecho a los judíos como judío, a los que están sujetos a la Ley (aunque yo no este sujeto a la Ley) como sujeto a la Ley…”;  como es que está instruido en la Ley de sus padres y luego dice de sí mismo que se ha hecho pasar como judío a los judíos; ¿Era o no era judío? O acaso ¿Era uno de aquellos que se decía ser judío y no lo era? Otra observación lateral que se observa es que se decía era judío conforme a la Ley de nuestros padres, pero  el no se sujetaba a la Ley  pues decía de sí mismo que se presentaba como sujeto a la Ley ante quienes efectivamente estaban sujetos a la Ley, entonces, era un engañador, un fraude.

 

Un protagonismo escénico que lo llevó a integrarse al mundo que lo rodeaba, no sólo a integrarse sino a contaminarse con las costumbres paganas de ese tiempo, se hizo idólatra cambiando al Dios de sus padres por un hombre al cual seguir, se mezcló con su mundo y ya no tenía una identidad propia. ¡Qué triste resultado de ver una mente enferma que ha perdido la memoria y a olvidado las enseñanzas paternas! Podríamos decir que sufrió de alguna enfermedad neurológica en su defensa (lo que explicaría que oyera voces, viera luces, se desmayara, etc.), pero… no tiene excusa…. Lo hizo a sabiendas de lo que estaba haciendo, con pleno conocimiento de sus mentiras, de su maldad, de sus disfraces que usaba para estafar y engañar y perjudicar al mundo con sus infernales enseñanzas.

 

            Entonces encontramos a una sarta de engañadores, misioneros de Jesús, que aprendieron su estrategia,  de Pablo, que fue el primero en decir que hay que hacerse pasar por lo que no se es, para lograr los objetivos religiosos, paganos, de engañar al mundo, para conseguir la “victoria” de desparramar a su Jesús por el mundo… ¿crees que esto es estar “…conforme a las enseñanzas de nuestros padres…”?

 

            Segundo: Cuando decimos se “casó” es porque literalmente contrajo nupcias con dos jóvenes heteas, unión que trajo amargura y dolor a sus padres (Isaac y Rebeca). Con esta unión Esau manifestó su rebeldía, primeramente a los principios elementales de su familia dados por  Dios  y en segundo lugar a los principios enseñados por sus padres.

 

            Esta unión aparte de demostrar su rebeldía manifestó su integración a los paradigmas establecidos por estas sociedades paganas, patrones sociales que desvirtuaban la obediencia al Dios uno y único y lo mezclaba con sociedades idólatras que lo alejaban de su familia y de la bendición de Dios.

 

            Si a estas alturas comparamos la vida de Pablo con la de Esau, encontraríamos ciertamente un gran parecido. Saulo como se le conocía, se aparto de los principios  fundamentales, preceptos dados por Dios, y se sumergió en las conductas y creencias de los paganos. Se apartó de la verdadera enseñanza de sus padres, para seguir las enseñanzas de los hombres, se dejó deslumbrar por lo que estaba de moda y “vendía” bien.

 

            Se dejó llevar de la moda, ese modismo mató el recuerdo de las POCAS enseñanzas que había recibido de sus mayores, y trajo consigo una nueva interpretación paganizada de las Escrituras, tergiversando las enseñanzas de Israel por nuevas ideas, totalmente ajenas a Dios y a la Verdad. Entonces, se observa la no aceptación de los mandamientos dados por Dios, la rebeldía manifestada claramente en desacatar los preceptos divinos, por obedecer los mandamientos de los hombres. Era entonces un matrimonio intelectual con las corrientes doctrinarias paganas, una unión totalmente desaprobada por Dios.

 

            Desobediencia esta que manifiesta el querer protagonizar su propia destrucción, producto o consecuencia de la desobediencia a Dios  y a sus padres. Así mismo quiso escribir con una aparente santidad, manifestando un falso cumplimiento cabal de la Ley pero sin sujetarse a ella, una máscara de santidad ante el pueblo al cual se presentaba o se mostraba con un camuflaje judío bajo el cual se escondía la verdadera identidad social, la Idolatría pagana, pues no era obediente a los preceptos de Dios.

 

            Ciertamente Saulo era un hombre con máscara de santidad,  máscara que buscaba su propio beneficio, al obtener una posición preponderante en medio de la sociedad pagana en la cual se desenvolvía y en medio de la cual se iba integrando al ser maestro o intérprete de una nueva visión de las religiones romanas existentes pero que deseaban hacer ver como cumplimiento de la Palabra de Dios.

 

            Saulo siempre se presento como judío, entraba a la sinagoga en día de reposo, tomó posición y mezcló enseñanzas con falsas doctrinas y engañó a muchos con palabras lisonjeras, manifestación de la elocuencia en el hablar, para poder engañar a los indoctos, a los faltos de conocimiento, a quienes adoctrinó para creer aun sin ver si era cierto o no, lo que comúnmente llamamos “fe ciega” encegueciendo con artimañas y artilugios de error a aquellos que sin conocimiento, se dejaron llevar como nubes por el viento.

 

            Tercero: Esau manifiesta su desorden moral buscando la compensación, había vendido la primogenitura, más él  todavía quería la bendición de su padre Isaac, bendicion que es la herencia material, el beneficio financiero, ese era supuestamente el propósito de buscar Esau la bendicion de parte de Isaac, era entonces la transmisión de la herencia o propiedad familiar, y porque no decirlo las aspiraciones y las promesas espirituales del padre al hijo mayor a su primogénito.

 

            En otras palabras el momento culminante de la transmisión del legado material y espiritual de una generación a otra, cosa que desestimó Esau cuando vendió la primogenitura y ahora anhelaba retomar, robando el derecho a primogenitura que había vendido a su hermano Jacob. Acá vemos pues a un hombre sin escrúpulos que decididamente buscaba su propio beneficio. (Algunos presentan el engaño de Jacob a Isaac para obtener la herencia como un acto egoísta de su parte, cosa totalmente errónea pues la primogenitura era por derecho suya. El egoísta en todo caso era Esau quien quiso robar la herencia de la primogenitura que había vendido voluntariamente).

 

            Cuando comparamos a Saulo con Esau, vemos un hombre egocéntrico, sin principios que veía el aparecimiento de una nueva forma religiosa donde el podía tomar una posición de privilegio, estaba pues en el momento de la oportunidad y qué mejor situación como para hacer lo que hizo Esau, buscar una compensación, dentro de los judíos solo era un supuesto zelote, un perseguidor de sectas falsas, pero si lograba entrar como así hizo, en medio de los paganos, pues así como no le costaba hacerse “…a los judíos como judío…” mucho menos le costaría hacerse pasar por pagano a  los paganos o gentil a los gentiles.

 

            Vemos pues una sarta de mentiras unidas en un mar de cruentas rebeldías hacia el Señor nuestro Dios, Hombres que siempre fueron presentados por los mercaderes de la vida como personas santas y honestas buscando vender un producto nuevo para el beneplácito de sus plataformas financieras, personas que no eran mas que artistas dignos de un Óscar de la Academia, hipócritas que  disfrazados de seguidores y cumplidores de la Torá, engañaron y vilipendiaron el mensaje santo de la Torá, hombres que pervirtieron los mandamientos de Dios, apartaron sus oídos de la bendita Palabra, hombres que dejaron la Luz de la Tora y se perdieron en las sombras de la confusión. Artistas que se presentaron como santos y no eran más que santurrones con caras lavadas por la incesante búsqueda de una plataforma financiera que supliera sus necesidades.

 

            ¿Son esos los pastores o supuestos rabinos “mesiánicos” que todavía permites que te manipulen y estafen?

 

Texto escrito con la colaboración y enseñanzas del Moré Yehuda Ribco

Tiene la culpa el Diablo?

Los cristianos se excusan de sus pecados echándole la culpa a otros. Según ellos tratan de hacer el bien, pero el diablo los tienta y los obliga a hacer el mal.

Se les ha enseñado a los Cristianos desde niños que existe un Diablo, un Satán que tiene tanto poder aquí en la tierra como lo tiene D-s en los cielos.

La mayor parte de los Cristianos no tienen la menor idea de que D-s creo el mal. Seguir leyendo Tiene la culpa el Diablo?

Desde el corazón

Algunos noájidas me hicieron notar algo que yo no conocía y que no comprendía cuando gente aún aferrada a paradigmas idolátricos me consultaba.
Me explicaron la diferencia que hacen los idólatras de Jesús con respecto a orar y rezar… ¡sorpresa para mí!

¿Rezar u orar?

Yo no sé qué distinguen esos idólatras, pero déjenme darles una breve lección acerca del rezar, orar, elevar plegarias, o como le quieran decir a esta actividad.

Usaré la palabra rezar, orar, elevar plegarias indistintamente, pues desde el punto de vista de los fieles al Eterno esos vocablos son intercambiables totalmente, no existiendo ninguna diferencia en el sentido de ellos.
Espero que esté claro desde el principio mismo.

El rezar es una actividad que nace en lo profundo del espíritu humano.
El espíritu busca con ansia el encuentro con el Padre celestial, como un sediento en el desierto el espíritu anhela esa adhesión con el Eterno.
Como la mayoría de las personas están en ignorancia acerca de las cosas realmente espirituales, o para peor se hallan inmersas en el hedor de las falsas creencias, la oración se transforma en un hecho material, en un pedido o clamor o ruego que apunta hacia el plano material (aunque se lo quiera disfrazar con un tinte de espiritualidad).
De hecho, rezar para pedir cosas materiales NO está mal, pues es admitir con humildad el lugar que nos corresponde, en donde hay un Padre celestial absolutamente dador, y un humanidad desesperada, necesitada, carente que solamente puede ser saciada a través de la Misericordia divina.
Claro, cuando el pedido se transforma en clamor, en exigencia, en demanda, en abuso… la persona está demostrando su falta de humildad, su corrupción espiritual, su irrespeto por el Eterno, que es Rey de reyes, además de Padre, por lo cual jamás debemos tomarnos el atrevimiento de creernos dignos de dar órdenes al Hacedor.

Así pues, de una necesidad espiritual pura surge el rezo, que puede ser correcto, acertado, espiritual… o desgraciadamente puede desbarrancarse detrás de falsas ideas, detrás de deseos impuros, o de la ignorancia radical.

Para prevenir a la persona de errores, de falsas presunciones, de desmanes o de errores es que existe el rezo pre-establecido, aquel que ha sido compuesto por los verdaderos Sabios, conocedores profundos de las cosas celestiales, así como de las complejidades humanas.
Estos Sabios compusieron diversos rezos, que en general son encontrados en el libro de rezos del judaísmo. Este libro no debe ser usado por el noájida, pues está diseñado para suplir las necesidades de la identidad espiritual judía, no la noájida. Por tanto, estamos trabajando para editar un texto acorde con la espiritualidad noájida.
Este rezo preestablecido es una pauta, una ayuda, una guía, una necesidad, pero en modo alguno sustituye la voluntad, el sentido, la intención, el calor del alma que cada uno debe imprimir a los rezos.
Pues, un rezo preestablecido dicho de manera rutinaria, automática, aburrida, carente de ánimo, es como perder de vista el verdadero objetivo de la plegaria.

Por otra parte, y además, existe el rezo voluntario, aquel que surge de la creatividad personal y que es absolutamente individual.
Es el rezo que nace de los deseos, expectativas, temores, etc. personales.
Por supuesto, la frescura y originalidad son bienvenidos, en tanto no conduzcan a la persona hacia el error. Quizás se equivoque al usar ciertos adjetivos, o en el énfasis «pedigüeño», o en olvidar que el rezo debe incluir alabanzas, pedidos y agradecimientos, o cualquier otro error, más o menos grave.

En resumen, lo que debemos tener en claro a la hora de querer comunicarnos con el Padre celestial es que nuestras palabras deben surgir desde el corazón, sea que estemos leyendo oraciones escritas por Sabios o las que nos brotan de nuestro ser. Todas, siempre, desde el corazón.
Es por esto que en la gran Tradición espiritual se llamó al rezo como «servicio del corazón», pues eso es lo que fundamenta la expresión de la pasión del alma por el Eterno.

Shavuot y noájidas

¡Shalom!

En la festividad de Shavuot recordamos la Revelación del Eterno al Pueblo de Israel, en el monte Sinaí a los 50 días de haber salido de Egipto. En aquel 6 de Siván del 2448 (año de la Creación; 1312 AEC), en un imborrable evento el Eterno entregó a la nación judía la Torá:

  • Los tres primeros tomos del Pentateuco (Torá Escrita), que serían completados al final de la travesía de 40 años por el desierto.

  • La Torá Oral, que es la inseparable compañera de la Torá Escrita, pues alumbra los pasajes poco claros, explaya las normas de conducta, dota de dinamismo a la letra inmodificable de la Torá.

  • Las Tablas de la Alianza las cuales llevaban grabadas el Decálogo (erróneamente conocido como «Diez Mandamientos»).

Desde un punto de vista literal así como metafórico el día de Shavuot es considerado como el de las nupcias de Dios con Israel, siendo la Torá el contrato nupcial inquebrantable entre ambos1. La novia, Israel, aceptó la propuesta matrimonial y desde entonces (y por siempre) los cónyuges se mantienen enlazados (a pesar de las desavenencias que puedan surgir del contacto cotidiano).

El profeta Isaías es muy explícito al respecto:

«Porque tu marido es tu Hacedor; el Eterno de los Ejércitos es su nombre. Tu Redentor, el Santo de Israel, será llamado Elokim de toda la tierra.» (Ieshaiá / Isaías 54:5)2

El profeta Ezequiel incluso es más detallado:

«Pasé junto a ti y te miré, y he aquí que estabas en tu tiempo de amar. Entonces extendí sobre ti Mis alas y cubrí tu desnudez. Te hice juramento y entré en pacto contigo; y fuiste mía, dice el Señor Elokim.» (Iejezkel / Ezequiel 16:8)

Matrimonio perpetuo, sin divorcios ni «nuevos pactos», que se fortalecerá en la Era Mesiánica:

«Te desposaré conMigo para siempre; te desposaré conMigo en justicia y derecho, en lealtad y compasión. Yo te desposaré conMigo en fidelidad, y conocerás al Eterno.» (Hoshea / Oseas 2:21-22)

Al aprender acerca de este aspecto «conyugal» en la relación entre Dios (el Novio) y el Pueblo judío (la Novia), no es de extrañar que la Torá no estableciera una semana de festejos, como en las otras fiestas de peregrinación (Pesaj y Sucot), sino tan solo un día3 de íntimo regocijo. No hay actos solemnes que efectuar, a diferencia de como se ofrendaba antaño públicamente el sacrificio de Pesaj en la fiesta que lleva su nombre; ni aparatosas chozas que habitar, tal como se sigue haciendo para Sucot. Es un día de dicha y pausa para el espíritu, sin ostentaciones públicas. A lo sumo, en épocas del Templo, cada granjero llevaba las primicias de sus frutos en modestos canastos de mimbre4, tal como la pareja de novios se debe presentar en toda su pureza en el día de sus esponsales, para ofrecerse mutuamente sus «primicias».

Así planteadas las cosas, ¿qué pueden hacer los noájidas en Shavuot? No es una celebración que les corresponda por derecho, puesto que la Torá ha sido dada a Israel, y como vemos es una celebración íntima, «de la pareja» en su aniversario de bodas.

Por tanto, al igual que con la mayoría de las festividades y tiempos consagrados, los noájidas NO DEBEN apropiarse de esta festividad, ni celebrarla a la manera en que los judíos lo hacen.

Sin embargo, tienen abierta la puerta para marcarlo como un «día especial» en su calendario anual, puesto que:

  • se regocijan por la alegría de sus hermanos judíos;

  • la Revelación de Dios en Sinaí y la entrega de la Torá al pueblo judíos sirve como punto de referencia para aceptar la guía de los maestros judíos apegados a la Tradición5; y

  • junto con la entrega de la Torá a Israel, el Eterno reconfirmó como válido y perenne el Pacto que había establecido con las otras naciones de la tierra, es decir, con los noájidas. Por tanto, en Shavuot los noájidas NO celebran la entrega de SUS leyes, pero sí la confirmación de su pacto noájico con Dios6.

¿Cómo pueden hacer de este día uno «especial», sin inventar una nueva religión, cosa que está severamente prohibido por Dios?

Te daré algunas ideas, que quizás tú puedas adoptar y compartir con tus allegados y comunidad noájica:

  • Cena festiva con familia y amigos. Que el motivo de la misma sea la alegría de reconocer que el Creador no ha dejado el mundo librado al azar, sino que constantemente vela por nosotros, y por esto ha establecido buenas leyes que debemos cumplir.

  • Reunión especial de estudios de las partes permitidas de Torá para noájidas. Dedica con esmero tiempo para el estudio de los mandamientos que debes cumplir como noájidas, de modo tal de hacer del estudio algo más que un momento de reflexión «filosófica».

  • Relee el relato de la Revelación en Sinaí, Shemot / Éxodo del capítulo 18 al 20, y guíate con enseñanzas de maestros verdaderamente judíos, para aprender sin caer en error.

  • Por supuesto, hazte un momento para orar al Eterno, y entre las líneas de tu conversación con Él agradéceLe por Su bondad de haber entregado la Torá a Israel y el camino noájida para ti.

  • Por supuesto, ayuda a tu prójimo judío a que celebre esta festividad tal como él debe hacerlo. Si el judío es tu empleado, dale franco este día y proponle que se conecte con alguna comunidad judía para aprender (si no sabe) lo que debe hacer. Si el judío es tu vecino, salúdalo por la festividad de Shavuot, y pregúntale si le puedes ayudar en alguna cosa. Si tu vecino es judío y poco conocedor de sus tradiciones, pídele que visite serjudio.com, o cualquier otro sitio kosher de judaísmo, ANTES de Shavuot. En fin, sé creativo para darle una mano a tu hermano judío.

  • Dona dinero para obras de beneficencia, centros de estudio de judaísmo, fundaciones que promueven el noajismo. Recuerda que el corazón generoso es especialmente cuidado por el Padre. Y ten presente que de la manera como compartes de lo que has recibido como bendición, es como del Cielo comparten contigo bendiciones.

Un gran abrazo a todos mis hermanos, noájidas y judíos, que a pesar de las dificultades aman intensamente a Dios y desean servirLo y por tanto aman a su prójimo y le ayudan.

Y un afectuoso saludo a ti, hermana/o y amiga/o, que todavía estás bajo el liderazgo equivocado pero que sabes que pronto te liberarás y nos acompañarás en el Camino del Bien y de Luz.

Shalom y bendiciones, cuídate y goza de lo permitido

Moré Yehuda Ribco


«La persona generosa será prosperada, y el que sacia a otros también será saciado.» (Mishlei / Proverbios 11:25) Haga clic aquí para saber cómo colaborar con nosotros… GRACIAS!

Notas:

1- Así lo ve el Midrash, la Torá Oral que Dios reveló a Moshé, y que llegó hasta nuestros días a través de la transmisión oral. y la obra de los Sabios de Israel. El Midrash nos enseña incluso que muchos de los elementos de la boda judía son tomados del encuentro que se produjo en el monte Sinaí hace tantos cientos de años. El palio nupcial en recuerdo del monte que estaba por encima del Pueblo; las velas, en recuerdo a los relámpagos que surcaban el cielo; la quebradura de un vaso, como las Tablas de la Alianza rotas al final de la ceremonia nupcial; entre otros elementos (ver TB Brajot 47a; Pirkei deRabbí Eliezer 41 y 45; Jatam Sofer en Iturei Torá; al Tashbetz Katán 464 y 465; Rashi a Shemot 19:17).

Es de hacer notar que en muchas comunidades sefarditas antes de la lectura de la Torá, con el heijal abierto, se lee una ketubá -contrato nupcial- preparado por el R. Iosef Najara, que celebra el matrimonio entre el Eterno e Israel.

2- En las Escrituras, diez ocasiones se menciona el matrimonio de Dios con Israel. Es en consonancia con esta identidad «femenina» de Israel en esta festividad que no hay héroes en Shavuot, ni personajes masculinos a recordar; sino una mujer, Rut la moabita, que habiendo nacido gentil decidió con intensa voluntad convertirse al judaísmo legalmente. Además, Rut es recordada también por el matrimonio que contrajo luego de su conversión; unión que a la postre traería al mundo la semilla de la redención final, pues de sus descendencia nació el rey David y de allí vendrá el futuro monarca de Israel: el Mashiaj.

3- Por cuestiones históricas que no vienen al caso explicar ahora, en la diáspora se celebra Shavuot durante dos días consecutivos, el 6 y 7 de Siván.

4- Ver Devarim / Deuteronomio 26:1-16.

5- «Entonces Moshé [Moisés] subió para encontrarse con Elokim, y el Eterno lo llamó desde el monte, diciendo: -Así dirás a la casa de Iaacov [Jacob] y anunciarás a los Hijos de Israel: Vosotros habéis visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo os he levantado a vosotros sobre alas de águilas y os he traído a Mí. Ahora pues, si de veras escucháis Mi voz y guardáis Mi pacto, seréis para Mí un pueblo especial entre todos los pueblos. Porque Mía es toda la tierra, y vosotros Me seréis un reino de sacerdotes y una nación santa.’ Éstas son las palabras que dirás a los Hijos de Israel.» (Shemot / Éxodo 19:3-6)

El ser un pueblo de sacerdotes, significa estar encargados de hacer llegar las cosas del Eterno a los que nos son parte del pueblo de sacerdotes, es decir, a los gentiles.

6- «Moshé, nuestro maestro, entregó la Torá exclusivamente a Israel, por orden del Eterno… al gentil que no se quiere convertir al judaísmo no se lo obliga a aceptar los mandamientos de la Torá ni a estudiarla; no obstante, Moshé reconfirmó por orden del Eterno que los gentiles deben adoptar para sí los preceptos que Dios le había ordenado a Noaj y sus descendientes… el gentil debe cumplir con los preceptos para las naciones porque es lo que ha ordenado Dios en Su Torá y lo ha declarado por intermedio de Moshé…» (Maimónides, Hiljot Melajim 8:10, 11)

Texto originalmente publicado en serjudio.com

El Alzheimer del pueblo palestino

NMI Digital-Caracas. Un chiste macabro dice que la enfermedad de Alzheimer brinda un gran beneficio: sólo permite conocer gente nueva… Pero causa el enorme daño de borrar la propia historia. Y esto no es un chiste. La tragedia palestina, al marginar la historia, obtura sus vías de solución. Se ha dicho que los palestinos “no pierden la oportunidad de perder la oportunidad”. Y esto es así porque no recuerdan sus propios errores y, en consecuencia, no advierten que pueden hallar su independencia y prosperidad a la vuelta de la esquina.

¿Qué cosas tan importantes han olvidado? Por razones de espacio, sólo puedo brindar una síntesis.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Palestina estaba bajo el mandato colonial de Gran Bretaña. La comunidad judía profundizó su lucha emancipadora porque, desde finales del siglo XIX, venía construyendo su Estado y no aceptaba algo que no fuera la independencia. Había fundado centenares de kibutz, escuelas, hospitales, caminos, granjas, teatros, forestó yermos, canalizó el agua y hasta edificó Tel Aviv sobre dunas de arena.

Creó la primera universidad, la primera orquesta sinfónica y el primer instituto científico del Medio Oriente. Tenía aparato administrativo y fuerzas de defensa. Gran Bretaña, que contaba con el apoyo de la comunidad árabe de Palestina y de la Liga Árabe que ella misma había ayudado a fundar, elevó el problema a las Naciones Unidas con la esperanza de que condenasen las pretensiones judías y pudiese continuar su mandato.

Se formó un comité integrado por países neutrales que recomendó el fin del tiempo colonial británico y la partición de Palestina en dos Estados: uno árabe y otro judío. Las fronteras del Estado judío fueron dibujadas según las poblaciones predominantemente judías y el resto fue adjudicado al Estado árabe. Ambos se mantendrían unidos por cruces territoriales y la complementación económica.

¿Qué pasó? Los judíos aceptaron el veredicto. Aunque no se les hacía un regalo, porque Israel ya existía gracias al sudor de sus habitantes, se legitimaba su anhelo de soberanía. Los árabes, en cambio, rechazaron la oferta y proclamaron su intención de arrojar a todos los judíos al mar. En efecto, apenas Israel proclamó su independencia, siete ejércitos árabes violaron la decisión de las Naciones Unidas y se arrojaron sobre el exiguo territorio. Los judíos carecían de armas: nadie se las vendía porque consideraban imposible que pudiesen sobrevivir. El único país que accedió a proporcionárselas fue Checoslovaquia, porque suponía que el socialismo del flamante Estado lo llevaría a la órbita soviética.

En conclusión, si la agresión árabe hubiese triunfado, no existiría Israel. Pero la historia fue distinta. La guerra la quisieron y forzaron los árabes, no Israel. Y perdieron. Ahí comenzó la tragedia palestina. Por culpa de sus dirigentes. De haber actuado con sensatez, en 1947 ya hubieran tenido su Estado propio.

Luego de la derrota, los países vencidos se apoderaron de lo que quedaba de Palestina. Gaza pasó a ser administrada por Egipto y Cisjordania fue anexada al reino de Transjordania, que cambió su nombre por Jordania. En consecuencia, los territorios que hubieran correspondido al Estado árabe palestino fueron devorados por esos dos países, no por Israel. Pero durante dieciocho años ni una sola voz egipcia, jordana o palestina reclamó convertirlos en un Estado independiente, con Jerusalén Este de capital. Jerusalén Este había quedado en manos jordanas, pero no fue convertida en su capital ni fue a visitarla ningún jefe de Estado árabe; era un villorrio marginal donde, eso sí, se destruyeron las centenarias sinagogas, se arrancaron lápidas del Monte de los Olivos para construir letrinas y se prohibió el acceso de los judíos al Muro de las Lamentaciones.

Los palestinos perdieron otra vez la oportunidad de proclamar su Estado en Gaza y Cisjordania. Llegó el año de 1967. Los Estados árabes, impulsados por el entonces presidente de Egipto, Gamal Abdel Naser, decidieron terminar con Israel. Bloquearon el Golfo de Akaba y exigieron el retiro de las tropas de Naciones Unidas que evitaban el encontronazo de los enemigos. Pese a los desesperados ruegos de Israel, las Naciones Unidas se marcharon y dejaron libre la ruta de la matanza. Pero Israel, que no tenía ocasión suicida, no esperó a que fuera demasiado tarde, a que la mano del verdugo lo agarrase del cuello. Estalló la Guerra de los Seis Días.

La victoria israelí fue impresionante. Pero no cambió la realidad: Israel seguía siendo un pequeño Estado en medio del océano árabe. En consecuencia, tendió la mano a sus enemigos y ofreció negociaciones de paz que incluían la devolución de territorios. Los líderes árabes se reunieron en Jartum para dar su respuesta. Y la respuesta fueron los arrogantes y famosos “tres noes”: no al reconocimiento, no a las negociaciones y no a la paz con el Estado de Israel.

Los palestinos volvieron a perder esa oportunidad. Ahora olvidan que un halcón como Menahem Begín, para obtener la paz con Egipto, le reintegró generosamente hasta el último grano de arena del Sinaí. Y que además le obsequió pozos petrolíferos, rutas, aeropuertos, los complejos turísticos de Taba y Sharm El Sheik, desmantelando incluso la ciudad judía de Yamit, construida entre Gaza y el Sinaí. Vale la pena recordar que quien estuvo a cargo de la penosa tarea de sacar a los colonos israelíes de la península fue el entonces general Ariel Sharón.

Debo obviar otros hechos para referirme a la última, magnífica y ya olvidada oportunidad desperdiciada. Sucedió en Camp David II. El Primer Ministro israelí, Ehud Barak, más pacifísta que Rabin, le ofreció a la Autoridad Nacional Palestina todo lo que pretendía (menos la autodestrucción, por supuesto). Arafat replicaba con un monocorde no. Clinton le reprochó, irritado: “Basta de decir no: haga sus propias propuestas”. No las hubo. No las hubo porque habrían conducido a la paz.

El líder israelí volvió triste: había ofrecido sin resultado mucho más de lo que su pueblo aceptaría. Arafat volvió alegre porque continuaría la guerra que lo mantiene en la primera página de los diarios de todo el mundo. Su vida de combatiente le otorga más laureles que la aburrida administración de un país. Era obvio que pocos días después iba a lanzar la segunda, innecesaria y criminal Intifada.

Digámoslo sin cobardía: entre la creación de un Estado palestino pacífico y la promocionada Intifada, ¡Arafat eligió la Intifada! Si ahora no existe un Estado palestino independiente es por voluntad de la dirigencia palestina, no de Israel. Hay que denunciar esta verdad simple y dura. De lo contrario, se ahondará en la estéril tragedia que enluta al Medio Oriente y que demora una solución que está al alcance de la mano.

La enfermedad de Alzheimer impide recordar que esta Intifada fue decidida antes de Camp David, como confesó el ministro palestino de Comunicaciones.

No estalló contra Sharon, que ni siquiera era ministro, sino contra el pacifista Barak, quien durante los cinco meses que le quedaban en el gobierno recurrió a todas las declaraciones y negociaciones posibles, directas e indirectas, para que cesara la violencia y continuara el proceso de paz. No hubo caso, no hubo un solo día sin ataques palestinos y el efecto inevitable fue el triunfo electoral del Primer Ministro Ariel Sharón.

Desde hace décadas, en Israel actúa el Movimiento Paz Ahora, que dinamiza a un millón de adherentes. ¿Qué movimiento por la paz existe entre los palestinos? No pido que reúnan cien mil, ni diez mil. ¡Me conformaría con sólo mil! Pero eso no es posible porque su dirigencia ha estimulado la pérdida de memoria y un desmesurado crecimiento del odio. Los palestinos, después de cada nueva frustración, se dedican a matar judíos. “Habrá paz”, dijo Golda Meir, “cuando amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”.

Esta también es una simple y dolorosa verdad.

Marcos Aguinis

Dí­a de la Madre

En muchas partes del mundo se celebra el día de hoy, el segundo domingo de Mayo, el "Día de la Madre".
Como suele ocurrir, esta jornada está sumamente teñida de un sentido materialista, comercial.
En la TV nos bombardean con ideas para regalar a mamá: electrodomésticos, DVDs, libros, perfumes, cremas, masas, postres, viajes, ropa, zapatos, celulares, etc.
Por donde vayamos la gente anda de compras, al menos un ramillete de flores para la madre, esa que hay una sola (y para la suegra, esa que… bueno… la suegra…).
Están incluso los que visitan el cementerio, para hacerle un rato de compañía a la difunta madre.
Es un día especial, no hay dudas.

Algunas personas me habían preguntado si un noájida puede participar de este día, pues en su vida anterior, cuando eran esclavos de la más perversa de las idolatrías (la de Jesús), les habían inculcado que es "pecado, satanás, infernal, etc." este día.

La respuesta es simple.
¡Por supuesto que podemos alegrar a nuestras madres este día!
Podemos incrementar nuestro amor, respeto y veneración por ellas.
Hacer este día el inicio de una mejor relación con nuestros padres e hijos.
Agradecer, aunque sea simplemente con un "gracias" a nuestra madre por tanto que nos ha dado.
Perdonar, que es tan difícil, a nuestra madre por aquellas torpezas con las que nos dañó.
Aprender de sus consejos, ejemplos, errores y aciertos.
En fin, es un día para aprovechar por completo y que tengamos dicha y crecimiento.

Si esta fecha hubiera sido el 15 de Agosto, o en cualquier otra fecha idolátrica.
Si "la Madre", fuera "la madre de algún dios", o "la Madre Tierra", o "la Madre celestial", por supuesto que estaría terminantemente prohibido participar de cualquier celebración, ni siquiera podríamos -como fieles a Dios- expresar algún gesto particular hacia nuestras madres este día.
Pero, el origen de esta celebración es laica, ajena -hasta donde estoy informado- de raíces idolátricas o de otras perversiones.

Así pues, celebremos este día, compremos algún regalito si tenemos el deseo y el dinero para hacerlo; pero recordemos que las mamás suelen querer algo más que un objeto envuelto en papel de regalo… las mamás suelen querer a sus hijos.

Un muy feliz día para mamá, para mi señora, para mi suegra y para todas esas mamás que hacen que este mundo sea un buen lugar para vivir.

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 12

  Einstein es autor de la teoría del chivo expiatorio que, sin embargo, es insuficiente. Ella se limita a describir cómo la judeofobia puede utilizarse, pero no por qué existe…   En cuanto al caso de la Iglesia, su rol en la historia de la judeofobia fue central y paradójico. Así lo definió James Darmesteter en 1892: "El odio de la gente contra el judío es obra de la Iglesia, que los protege de las furias que ella misma ha desatado". Algo similar puede decirse de los ataques obsesivos que sufre Israel. La ONU no es responsable por el terrorismo contra los judíos, pero por medio de reiteradamente perdonar ese terror y sistemáticamente condenar a Israel, alienta al terrorista haciéndolo sentir socio de la comunidad internacional en su lucha contra el sionismo.

 


 

Unidad 12: Teorías acerca de la judeofobia; una perspectiva

Por: Gustavo Perednik   

Hemos transitado un camino de odio sin parangón. Le pusimos el nombre apropiado y delineamos la mitología que lo sostuvo. Vimos la verdad del sacerdote Edward Flannery cuando escribió que la judeofobia "es el odio más antiguo y más profundo de la historia humana. Otros odios pudieron haberlo sobrepasado en un momento determinado, pero todos ellos regresaron oportunamente a un papel apropiado en el basurero de la historia".

Uno de los propósitos centrales de nuestro curso es precisamente despertar la conciencia acerca de la singularidad del fenómeno, un monstruo de dimensiones que no permiten reducirlo a simple "prejuicio de grupo", como a veces hacen personas bienintencionadas, judíos y no-judíos por igual. Un ejemplo bastará para explicarnos.

Ana Frank escribió en su diario íntimo durante el Holocausto: "Quién nos ha infligido este mal? Quién nos ha hecho a los judíos diferentes de todos los pueblos? Quién ha permitido que suframos tan terriblemente hasta ahora?… Siempre permaneceremos judíos, y así lo deseamos". Sin embargo, los autores de la versión de Broadway del Diario de Ana Frank le hacen decir a la nia: "No somos el único pueblo que ha debido sufrir… a veces es una raza y a veces otra…" Con esta metamorfosis la judeofobia queda universalizada, y pasa artificialmente a ser parte de un odio más general y abarcativo. Este método no ayuda a entender el fenómeno. Por ello en ésta, nuestra última clase, intentaremos no caer en el error, y explicaremos la judeofobia sin privarla de su singularidad.

Cinco Pensamientos Sionistas

Albert Einstein escribió la siguiente parábola: Una vez un joven pastor le dijo a un caballo: "Tú eres el animal más noble de la Tierra. Tu felicidad sería completa si no fuera por el ciervo traicionero. Desde su juventud viene trabajando para que sus patas corran más que las tuyas. Así se te adelanta a los pozos de agua. Pero no desesperes. Mi sabiduría y mi guía te liberarán de tu estado ignominioso". Enceguido por envidia y odio por el ciervo, el caballo aceptó. Se sometió a la brida del pastor, perdió su libertad y fue esclavo del joven. El caballo representa un pueblo; el joven, una clase o pandilla que aspira al poder absoluto; el ciervo, a los judíos. El caballo sufre, y cuando ve al ágil ciervo su vanidad es aguijoneada.

La explicación de Einstein se conoce como la teoría del chivo expiatorio, según la cual la judeofobia es orquestada por líderes que desean desviar el descontento popular. Al confrontarse con su inhabilidad para satisfacer a sus subordinados, los gobernantes frecuentemente recurrieron a buscar "el Otro", algún grupo distinto de la mayoría, a fin de achacarle el descontento reinante. En la historia europea, los judíos fueron el "Otro" más permanente.

Sin embargo, la teoría del chivo expiatorio es insuficiente. Ella se limita a describir cómo la judeofobia puede utilizarse, pero no por qué existe. Para que haya chivo expiatorio judío, los judeófobos deben estar allí desde el comienzo. Además, no todo estallido judeofóbico fue el resultado directo de que reyes o jefes desviaran resentimientos.

El hecho es que una vez que la judeofobia se arraigó en la cultura europea, cobró vida propia, y fue transmitida de padres a hijos generación tras generación. Esa "vida propia" es nuestro tema, no sus usos múltiples. La judeofobia fue parte del "sentido común" en la mayor parte de las sociedades europeas una vez cristianizadas. En la primera clase citamos al húngaro que definía como judeófobo a quien "odia a los judíos más de lo necesario". Ese "sentido común" sobrevivía mucho después de que se olvidara quién los puso en funcionamiento y por qué.

Los mitos que estudiamos fueron el intento de la sociedad gentil de justificar este odio culturalmente aceptado y heredado. Los gentiles no atacaron a los judíos "debido a que" creían que éstos habían matado a Dios. Casi al revés: fueron creando el mito del deicidio a fin de atacar a los judíos y de este modo ventilar sus frustraciones e ira, y descargarlas en los hombros de una población indefensa.

En cuanto a por qué precisamente los judíos debieron ser "ciervos", Einstein da un paso más allá del chivo emisario, y dice: "Porque había judíos entre todas las naciones y porque estaban demasiado dispersos como para poder defenderse a sí mismos contra la violencia desatada contra ellos".

En otras palabras, los judíos serían atacados por su indefensión. La hipótesis fue planteada allá por 1860 por Peretz Smolenskin, un filósofo del nacionalismo judío que fundó el mensuario hebreo Hashajar. Para Smolenskin, las raíces de la judeofobia yacen en el desprecio ante la inferioridad nacional de los judíos, y por ello el mal podía revertirse sólo si había una autoafirmación práctica de la nación judía. Smolenskin no se equivocó cuando advertía que los ataques judeofóbicos en Rusia y en Alemania no eran aberraciones temporarias como querían unos, sino el adelanto de horrores peores que vendrían.

Muchos otros pensadores sionistas tuvieron la visión de percibir ese carácter dinámico e insaciable de la judeofobia. Algunos sugirieron que acechaba aun la destrucción física total de los judíos. Uno fue Moisés Lilienblum quien al presenciar los pogroms de 1881, atribuyó las raíces de la judeofobia a instintos hostiles de la sociedad gentil. Ningún decreto de igualdad podría garantizar la convivencia con los judíos. Al usar el término "instintos", Lilienblum aludía a la antigedad y la profundidad de la judeofobia, que permitían una manipulación fácil y constante.

Su contemporáneo León Pinsker coincidió, pero fue aun más lejos (tal vez demasiado): como la judeofobia es una enfermedad hereditaria que puede rastrearse a más de dos mil aos, es sencillamente incurable. Incluso la refutación racional más convincente de todos y cada uno de sus mitos, no tendría éxito en desmantelar los su estructura mental y su práctica, ni tampoco el impulso maligno que la alimenta. Como vimos, Pinsker acuó la palabra "judeofobia". Para él, los judíos eran un "pueblo fantasma". El mundo veía en ellos la horrorosa imagen de un cadáver caminante. Carecían de unidad, estructura, tierra y bandera, eran un pueblo que había cesado de existir y sin embargo continuaban con una semblanza de vida. Eran siempre huéspedes y nunca anfitriones. Y como el miedo a los fantasmas es innato, dice Pinsker, no sorprende que este temor crezca aun más cuando se trata de una nación aparentemente muerta, que se muestra como viva. Ese encono abstracto, casi platónico, llevó al mundo a ver en los judíos como grupo, la responsabilidad por los crímenes (reales o supuestos) de cada uno de sus miembros. El terror del fantasma judío fue heredado y fortalecido con el transcurso de innumerables generaciones. La judeofobia era para Pinsker una hija bastarda de la demonología. Con profundas raíces en todas las razas, el miedo al judío-fantasma era una psicosis hereditaria.

En los aos cuarenta, otro visionario sionista, Zeev Jabotinsky, hablaba del "antisemitismo de las cosas" en contraste con el "antisemitismo de los hombres". En algunos casos la judeofobia era parte de la sociedad y no necesitaba de la aquiescencia de los hombres. Volvía una y otra vez incluso si no se la provocaba.

Todas esas explicaciones fueron formuladas por pensadores sionistas, que vieron en la judeofobia una respuesta casi instintiva de las naciones hacia el judío desprotegido. La desprotección de los judíos, a pesar del mito judeofóbico que seala lo contrario, era (y es) evidente. Los judíos no pudieron evitar que un tercio de ellos fuera asesinado hace medio siglo; ni siquiera lograron convencer a los gobiernos occidentales a bombardear los campos de la muerte o las vías férreas que conducían hacia ellos, ni que EE.UU. declarara la guerra a Hitler (Washington entró tardíamente a la guerra en respuesta a la agresión japonesa en Pearl Harbor).

Las teorías presentadas son por ende sionistas, porque intentan enfrentar la judeofobia por medio de darles a los judíos poder real para de, como por ejemplo en un Estado propio. Pero además de las teorías de la indefensión, hay muchas otras. Hasta el momento ningún trabajo las ha presentado todas. Siguen algunas, categorizadas en cuatro disciplinas.

Sociología y Psicología

Las teorías sociológicas se centran en qué rol le cupo a los judíos en diversas sociedades, rol que los expuso a un encono especial. Por ejemplo ser prestamistas durante la Edad Media, o "siervos de cámara" de reyes y nobles, o colectores de impuestos de los campesinos. Por estos roles, Fritz Lentz ve en la judeofobia una forma del rencor que puede sentir el proletario hacia los ricos.

Desde una perspectiva similar, Bernard Lazare contendió en El anti-Semitismo, su historia y sus causas (1894) que la utilidad de la judeofobia era que empujaría el socialismo (Lazare se corrigió después del caso Dreyfus). Las explicaciones económicas llegan hasta a atribuir a los judíos todo el sistema económico, tal como Henri Pirenne hace derivar de ellos el advenimiento de la modernidad, o Werner Sombart, quien en 1911 consideró que los judíos eran la causa del capitalismo.

Hechas estas exageraciones a un lado, debemos tener en cuenta que los factores económicos no crean la judeofobia; sólo la exacerban. Los judíos fueron perseguidos en los estados económicos más diversos. Más judeofobia sufrieron las masas pobres de Rusia que los empresarios del Canadá. En cierto modo, la posición socioeconómica de los judíos fue consecuencia (y no causa) de la judeofobia. Si los judíos se dedicaron a prestar dinero, es porque las probabilidades de las inminentes expulsiones los obligaban a invertir en contante y sonante, y no en propiedades. O porque la posesión de tierras les era prohibida. O porque otras profesiones les estaban vedadas en corporaciones que sólo aceptaban cristianos. Así lo resumieron Prager y Telushkin: "Los judíos no fueron odiados porque prestaban dinero. Prestaban dinero porque eran odiados".

En muchas ocasiones, entonces, los judíos aparentaban poder porque sus cargos los transformaban en cara pública de las elites que gobernaban. Algo similar ocurre cuando ejercen de abogados, médicos, maestros, psicólogos o asistentes sociales, y por ello parecen detentar un poder en rigor inexistente.

La explicación sociológica arguye que como los judíos parecen tener poder, son blanco predilecto de la ira cuando el sistema social acucia a los sectores más necesitados. De acuerdo con Michael Lerner en esto precisamente radica la singularidad de la opresión de los judíos: una vulnerabilidad escondida, sin que importe cuánta seguridad económica o influencia política lleguen a tener judíos en el plano individual. Los judíos no pueden estar seguros de que no serán nuevamente blancos de ataques populares si la sociedad en la que viven entra en períodos de grave presión económica o conflictos políticos.

Pero para entender por qué los judíos parecen tener poder, debemos dejar la economía y sumergirnos en la psicología. Las teorías psicológicas sobre la judeofobia resuelven una falla de las teorías económicas: a diferencias de éstas, revisan más al victimario que a la víctima. Una muy difundida teoría psicológica fue la de Jean-Paul Sartre, quien describió (1966) al judeófobo como "el hombre que tiene miedo. No de los judíos sino de sí mismo, de su propia conciencia, de su libertad…" Para Sartre, la judeofobia es "el miedo de estar vivo".

A pesar de su mentada ventaja la teoría psicológica es insuficiente, porque considera la judeofobia virtualmente como una psicopatología. La judeofobia es maldad, pero la maldad no es una enfermedad.

Filosofía y Antropología

Michael Lerner atribuye la judeofobia parcialmente al impulso antiautoritario del judaísmo, con su implícito desafío a toda clase gobernante. Elites en el mundo antiguo tendían a gobernar por medio de una combinación de la fuerza bruta y una ideología que exaltara la estructura social como estática y sagrada. A veces se usaban los viejos mitos de dioses gobernando la naturaleza, y otras la racionalidad de Platón en La Repblica. En ambos casos, la existencia judía era el testimonio viviente de que esos mitos e ideologías eran invenciones para perpetuar las necesidades de los gobernantes. Los judíos, por el contrario, exhibían una historia según la cual habían podido superar el escalón social más degradado, la esclavitud, y pasaron a gobernarse exitosamente a sí mismos. Mientras los judíos existieran, las elites estaban equivocadas y podía cuestionarse su gobierno.

Esta faceta de la historia judía podría haberse salteado si la narración de los orígenes judíos se hubiera mantenido en cuentos infrecuentes. Pero la religión judía en su conjunto se basaba en contar y volver a contar esa historia. La piedra angular de la observancia judía, el Shabat, debía conmemorarse "en recuerdo del Exodo de Egipto", y separaba un día en el cual ningún poder terrenal podía hacer que el judío trabajase. La mera idea de que el oprimido ponía los límites de la opresión era en sí revolucionaria, la primera gran real victoria contra el esclavizador, y un recuerdo permanente de que la opresión podía superarse.

No importaba cuán intensa y desesperadamente judíos en el plano individual trataban de soslayar esos aspectos de su religión, y de identificarse con los poderes imperiales y sus valores. El espíritu de libertad hacía del judío el pueblo más rebelde de la antigedad, el pueblo que con mayor tenacidad se rebeló contra el poder helenístico y luego el romano.

Los judíos se diferenciaban precisamente porque seguían normas que parecían subvertir el orden establecido, ni se subordinaban a los poderes imperiales. Esto estimulaba la desconfianza de los gobernantes, que deseaban que sus súbditos descreyeran del judío antes de que al confraternizar oyeran los ideales de libertad de los judíos.

Otro teórico del asunto, Maurice Samuel, entre 1924 y 1950 mostraba a la judeofobia no como un problema judío, sino una aflicción de los gentiles a la que los judíos debieron habituarse. El judío le ha puesto al mundo los grilletes de la ley moral. Por ello el hombre occidental lo recela, en "el gran odio" del alma amoral pagana. Una posición similar asumen Prager y Telushkin en su Por qué los judíos? de 1983: la más alta calidad de la vida judía despertaría la envidia constante e intransigente del mundo no-judío.

Por su parte, Eliane Amado Levy-Valensi ofreció su propia interpretación durante los aos sesenta: la judeofobia es el resultado del fracaso de los gentiles al robar la historia judía para ellos. "El judaísmo era ya una religión antigua que poseía una gran literatura, con grandes héroes y sabios en su pasado, y además una promesa divina de un futuro más glorioso. El cristianismo no poseía ello. Desde el mismo comienzo, por lo tanto, los cristianos reclamaron la Biblia, al principio como antesala de Jesús pero luego como exclusivamente suya". La lucha de los palestinos podría ser explicada desde la misma perspectiva. Incluso Jesús es presentado por ellos como "un palestino". La falta de una larga historia propia, produce una clase especial de envidia hacia el largo pasado de los judíos.

Aunque ninguna teoría puede explicarla totalmente, la combinación de varias de ellas puede ser útil para entender la enfermedad social que es la judeofobia.

Conclusiones

Nuestra revisión de la judeofobia puede llevarnos a varias conclusiones, a saber:

  1. La judeofobia le permite a la gente ventilar sus instintos sádicos. Uno puede violentar, humillar y matar, y tendrá un aparato ideológico entero antiguo y establecido, que viene a defender la libre brutalidad.
  2. Al combatir a los judíos, un pueblo del que mucho se ha escrito y hablado, el judeófobo se siente más importante que si enfrentara a un grupo desconocido.
  3. Como grupo, los judíos muchas veces despiertan sentimientos de culpa entre los gentiles. Ello puede deberse al hecho de que la moralidad fue virtualmente iniciada con la Biblia de los judíos, y por ello encarnarían las prohibiciones éticas, o si no por la forma en la que los judíos fueron perseguidos (ésta no sólopuede despertar sentimientos de culpa, sino también temor, ya que podría suponerse algún tipo de venganza).
  4. La judeofobia es una actitud intrínsecamente irracional de una sociedad generalmente racional. Un judío es atacado como tal, y si otro judío reacciona ante la agresión, es cuestionado por etnocéntrico, preocupado sólo por los propios. Los comunistas (y para el caso, también por ejemplo la BBC de Londres) sostenían que no deseaban enfatizar el aspecto judío de las víctimas para que su defensa no fuera demasiado estrecha. Si consideramos los dos últimos ataques contra la comunidad judía en la Argentina (la Embajada en 1992 y la AMIA en 1994) en ambos casos surgieron voces que acusaban a los judíos de haber sido los perpetradores y los provocaban a que ellos dieran las explicaciones del caso. El judío es atacado y se pone en la defensiva.
    Constantin Brunner destacó la irracionalidad de la judeofobia, como un egoísmo grupal contrapuesto al pensamiento racional. Pero no consideró suficientemente la característica más notoria de esta irracionalidad, y es que muchas veces es exhibida por gente muy racional, lo que le da mayor credibilidad. En el caso de Voltaire dijimos que la judeofobia puede torcer la razón del más razonable, y en el caso de Alemania en forma conjunta, la judeofobia floreció y llegó a su clímax precisamente en el país de la filosofía, con apoyo activo de gigantes del pensamiento desde Fichte y Wagner hasta Heidegger. Muchos cabecillas nazis eran intelectuales y artistas.
  5. Las fuentes de la judeofobia son notoriamente hipócritas. Los judíos fueron quemados en la hoguera por la religión del amor, calumniados por los precursores de un iluminismo fraternal, y discriminados por la ideología de la igualdad.
  6. La judeofobia es practicada en por lo menos dos niveles. Uno es directo y agresivo, el otro es sutil y consiste en pasar por alto el primer nivel. En otras palabras, uno puede revisar el odio antijudío no sólo al mirar qué se siente frente a los judíos sino, y mejor aún, qué se opina de los judeófobos. En artículo de mi autoría (que puedo enviar por E-mail al estudiante interesado) muestro cómo se dio esa judeofobia solapada en el caso de la mencionada novela La Bolsa de Julián Martel.

En cuanto al caso de la Iglesia, su rol en la historia de la judeofobia fue central y paradójico. Así lo definió James Darmesteter en 1892: "El odio de la gente contra el judío es obra de la Iglesia, que los protege de las furias que ella misma ha desatado". Algo similar puede decirse de los ataques obsesivos que sufre Israel. La ONU no es responsable por el terrorismo contra los judíos, pero por medio de reiteradamente perdonar ese terror y sistemáticamente condenar a Israel, alienta al terrorista haciéndolo sentir socio de la comunidad internacional en su lucha contra el sionismo.

Muchos coincidirían con el arzobispo Theodor Kohn (m.1915), él mismo una víctima de la judeofobia racial, en el hecho de que "es una condición enferma que sólo el tiempo podrá curar". Pero aparentemente el paso del tiempo de por sí no es suficiente y debe producirse acción. La Iglesia es uno de los factores que está en mejores condiciones para producirla. En la repelencia pots-Holocausto frente a lo que la Europa cristiana le había hecho a los judíos, la Iglesia Católica ha eliminado sus oraciones y enseanzas más agresivas. Pero aún no se ha comprometido en una consideración de raíz acerca de cómo ella misma ha generado judeofobia. Poco esfuerzo se ha hecho para instruir a los cristianos sobre el rol que el cristianismo en general tuvo en generar una cultura judeofóbica, y la mayoría de los cristianos permanecen inconscientes de ello.

El poeta católico francés Paul Claudel escribió varias obras sobre la confrontación entre la judería y la cristiandad. Paulatinamente fue liberándose del prejuicio tradicional y desarrolló una visión original del pueblo judío. Su conciencia acerca de la responsabilidad de la cristiandad por el Holocausto, lo llevó a sugerir a su embajador en el Vaticano, en 1945, que el Papa instituyera una ceremonia de expiación por los crímenes perpetrados contra los judíos. Del mismo modo, durante el juicio contra Eichmann en Jerusalem (1961) obispos alemanes pidieron de todos los católicos alemanes que pronunciaran una plegaria pidiendo perdón. Y en 1994, cuando el Vaticano finalmente estableció relaciones con el Estado de Israel, William Rees-Mogg publicó en el Times de Londres un llamado a un acto de contrición general: "Las iglesias cristianas deberían hacer algún acto formal de contrición por lo que ha ocurrido en estos dos mil aos… debemos disculparnos por las matanzas, por la Inquisición, por los ghettos, por los distintivos, las expulsiones, las acusaciones del asesinato ritual, y por sobre todo, por el fracaso de la cristiandad en percibir a tiempo, o denunciar a tiempo, la maldad del Holocausto en toda su dimensión".

Con estas reflexiones el curso llega a su fin. Quiero agradecerles vuestros comentarios y preguntas, y la profundidad con la que muchos han encarado el tema. Espero que el material provisto les sirva en vuestras actividades y estudios. Mi dirección de E-mail gustavop@jazo.org.il; permanece abierta para todos, y siempre será un gusto aclararles dudas, enviarles material, o intercambiar ideas.

 

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 10

  A diferencia de Marx y otros socialistas sobre los que veníamos reflexionando, el arquitecto de la revolución bolchevique, Vladimir Lenin, demostró estar exento de judeofobia. Al oponerse a la judeofobia de los zares afirmó que "ningún grupo nacional en Rusia está tan oprimido y perseguido como el judío"…  Lamentablemente la actitud personal de Lenin fue eclipsada por el establishment comunista, que desde el comienzo negó específicamente a los judíos el derecho de autodefinirse…  La judeofobia se transformó, según August Bebel, en "el socialismo de los tontos", con la salvedad de que por primera vez un movimiento judeofóbico se ocupaba en insistir que no lo era: la campaña fue llevada a cabo según veremos, bajo el epíteto de antisionista.

 


 

Unidad 10: Rusia: entre Zares y Soviets (II)

Por: Gustavo Perednik   

A diferencia de Marx y otros socialistas sobre los que veníamos reflexionando, el arquitecto de la revolución bolchevique, Vladimir Lenin, demostró estar exento de judeofobia. Al oponerse a la judeofobia de los zares afirmó que "ningún grupo nacional en Rusia está tan oprimido y perseguido como el judío". De este modo Lenin pasó un doble examen: la admisión pública del sufrimiento israelita, y la predisposición a combatir la judeofobia.

Una tercera prueba de la que salió airoso es que nunca usó políticamente el odio antijudío. Por ejemplo, en sus discusiones con el Bund (partido socialista judío) Lenin no endilgó a su judeidad ser causa (ni siquiera parte) del problema. Tampoco se dejó arrastrar a ello cuando una joven hebrea atentó contra su vida.

Lamentablemente la actitud personal de Lenin fue eclipsada por el establishment comunista, que desde el comienzo negó específicamente a los judíos el derecho de autodefinirse. Sólo a ellos se prohibió toda aspiración nacional (no nos referimos solamente a la religión, ya que aquí los judíos no tuvieron el monopolio de la hostilidad comunista). El idioma hebreo fue declarado subversivo y se envió a prisión a quienes lo ense¤aban o estudiaban. Más aún, el gobierno comunista destruyó sistemáticamente la vibrante vida comunitaria judía en Rusia.

La judeofobia se transformó, según August Bebel, en "el socialismo de los tontos", con la salvedad de que por primera vez un movimiento judeofóbico se ocupaba en insistir que no lo era: la campa¤a fue llevada a cabo según veremos, bajo el epíteto de antisionista.

Desde 1919 el sionismo fue definido como movimiento contrarrevolucionario. Junto con él fueron prohibidas las cientos de escuelas judías del país. Los ejecutores de la obra de destrucción fueron principalmente las fieles Ievsektzia (secciones judías del Partido Comunista).

Después de la muerte de Lenin en 1924, José Stalin se transformó en dictador de Rusia por tres décadas. Durante ese lapso la judeofobia soviética se desembozó (el odio personal de Stalin por los judíos es evidente, entre otras fuentes, en las memorias de su hija). El "problema judío" era el que presentaba un grupo con características de pueblo pero para el que tal definición estaba ideológicamente prohibida (porque no podían exhibir con claridad territorio e idioma en común).

Para "problema" se propuso la solución de Birobidzhán, un área de 35.000 km2 en el lejano Este. Por medio del traslado de los judíos allí, el gobierno podía detener la expansión japonesa (el territorio linda con Machuria) y al mismo tiempo arrancar apoyo financiero de los judíos del exterior. Asimismo, las Ievsektsia veían en Birobidzhán una alternativa contra el sionismo.

El 28 de marzo de 1928 se tomó la decisión y unos días después comenzó la migración. Ese a¤o se prohibió toda publicación en hebreo y muchos escritores judíos fueron arrestados, mientras en Birobidzhán se establecían varias escuelas, un teatro y un periódico en ídish. Incluso mil quinientos judíos comunistas inmigraron desde el exterior. A pesar de la propaganda, empero, salvo el a¤o récord de 1941, los israelitas nunca llegaron a ser ni el diez por ciento de la población general de la región.

Para 1930, como las Ievsektsia habían conseguido la destrucción de la mayor parte de la vida cultural judía en la URSS, pasaron a ser innecesarias para el régimen y se procedió a su expedita eliminación. Sus líderes, aunque habían sido fieles stalinistas, fueron ejecutados (incluido el jefe Simón Dimanstein) o murieron en la cárcel (como el editor del diario Moishe Lirvakov). Como vimos en el caso alemán, ni siquiera la respuesta del auto-odio salvó a los intelectuales judíos. Osip Mandelshtam, uno de los más refinados poetas rusos de la historia, a pesar de haberse declarado "alérgico a los olores judíos y a los sonidos de la jerga judía" fue arrestado en 1934 y murió en un campo de detención del lejano Este.

Ese a¤o se le otorgó a Birobidzhán el status oficial de Región Autónoma Judía y el mentor del proyecto, Mijail Kalinin, predijo que "en una década será el único baluarte de la cultura nacional judía socialista". Dos a¤os después, empero, las purgas de Stalin marcaron una escalada judeofóbica. Ya no se censuraron los ataques populares antijudíos, y el gobierno se lanzó a la liquidación final de las instituciones judías y sus líderes. Fue un golpe del que ni siquiera Birobidzhán ya se repondría.

Hubo una circunstancia que, con todo, congeló la animosidad soviética contra los judíos. El nazismo entronizado no cesaba de fustigar a los comunistas como "lacayos judíos", lo que por reacción gestó una línea oficial antijudeófoba de parte del Kremlin. Entre 1934 y 1939 la URSS expresó "sentimientos fraternales para con el pueblo judío en reconocimiento a su participación en el socialismo" e incluso mencionaba el origen judío de Marx (un dato que se sustrajo de la Enciclopedia Soviética a partir de 1952).

Esa calidez se apagó con la firma en 1939 del pacto de no-agresión nazi-soviético que llevó a la Segunda Guerra Mundial dos semanas después. Stalin reemplazó a su principal diplomático (Litvinov, de origen judío) por Molotov (con quien los alemanes estuvieron dispuestos a firmar el tratado) y se comprometió ante Hitler a que el resto de los judíos encumbrados en Rusia también serían suplantados. El Kremlin felicitaba al Tercer Reich por "su lucha contra la religión judía", y la prensa y radio soviéticas escondieron sistemáticamente los informes acerca de la brutalidad judeofóbica del nazismo. Aun los comunistas alemanes que habían huido, fueron extraditados a Alemania, judíos incluidos.

Algunos argumentaron que todo era un ardid de Stalin para ganar tiempo y así armarse para la inevitable guerra con el Tercer Reich, pero fue obvio que los partidos comunistas por el mundo abandonaron toda crítica a los males del fascismo o a la judeofobia nazi.

Por ello, cuando un par de a¤os después Rusia fue invadida por Alemania, los soviéticos debieron esforzarse en recuperar la opinión pública mundial. Dos meses después de la invasión organizaron el Comité Anti-Fascista Judío (CAFI) conformado por figuras públicas e intelectuales. El 24 de agosto de 1941 los medios rusos anunciaban que "los representantes del pueblo judío se reunieron a fin de convocar a nuestros hermanos judíos a través del mundo para ayudar el esfuerzo bélico soviético".

A pesar de este gran giro, la condena soviética al nazismo se limitaba a vituperar "el asesinato de gente pacífica e inocente" pero se negó consistentemente a presentar a los judíos como blancos predilectos de los nazis. Por lo menos 200.000 judíos morían combatiendo en el Ejército Rojo, y muchísimos eran distinguidos por su heroísmo, pero los jerarcas stalinistas no interrumpieron la ejecución de militares judíos, quienes eventualmente fueron rehabilitados post-mortem después de la muerte de Stalin.

El CAFI, encabezado por Salomón Mijoels, publicó una revista en ídish, emitía un programa de radio, y en 1943 viajó en campa¤a recaudatoria a los EE.UU., Inglaterra y otros países. Las comunidades judías por doquier los recibieron con entusiasmo ya que su visita marcó el reinicio de los lazos entre los hebreos soviéticos y el resto de la judería, lazos que se habían cortado con la revolución bolchevique.

Una vez concluida la guerra, y a pesar de que las atrocidades nazis fueron reveladas al mundo, la ocultación del martirio judío continuó impávida. Toda referencia a que la ocupación alemana de la URSS había perjudicado especialmente a los judíos, era censurada por los voceros oficiales soviéticos por "crear tensiones étnicas". Los libros y películas acerca de la Segunda Guerra ignoraron constantemente la existencia del Holocausto, virtualmente hasta el punto de la negación. En una película rusa de casi una hora que se exhibía a quienes visitaban Auschwitz (allí habían sido asesinados un millón y medio de judíos) la palabra judíos no era pronunciada ni una sola vez.

El escritor ídish Vasili Grossman preparó un Libro Negro de los crímenes nazis contra los judíos en tierra soviética, pero el libro fue prohibido después de que hubo ingresado en la imprenta. Al régimen no le bastó negar el Holocausto (por omisión) sino que llevó esa política hasta el ultraje cuando usaba las atrocidades nazis precisamente para incrementar la judeofobia, por medio de vincular el nazismo con el sionismo.

Las publicaciones del CAFI fueron finalmente prohibidas, y en enero de 1948 su presidente Mijoels fue asesinado por la policía secreta soviética. Ese a¤o se perpetraron nuevas purgas para poner punto final a toda actividad judía. En Birobidzhán mismo se clausuraron el teatro y las escuelas ídish. La población judía de la Región Autónoma Judía había llegado entonces a 30.000 personas, y comenzó su rápida e irreversible disminución. El gran plan de emigración judía pasaba a la historia.

El CAFI fue liquidado con todas las instituciones que habían sobrevivido, recrudeció el embate contra el sionismo, y se lanzó una caza de brujas contra los nuevos enemigos, los Cosmopolitas. En efecto, para fines de 1948 los escritores judíos y las figuras públicas más prominentes ya habían sido arrestados. Durante un juicio secreto en 1952, fueron acusados de conspirar para separar la península de Crimea de la URSS y crear allí "una república judía burguesa que serviría de base militar para nuestros enemigos". Veintiséis escritores judíos (muchos de ellos leales stalinistas) fueron ejecutados el 12 de agosto de 1952 (desde entonces y hasta hace algunos a¤os, en esa fecha se expresaba el Día de Solidaridad con los Judíos de la URSS).

El término Cosmopolitas se aplicó peyorativamente en la URSS a los intelectuales judíos, a partir de noviembre de 1948, que fue el a¤o pico del chauvinismo ruso en su lucha contra la influencia occidental. El uso del término comenzó en diario Pravda, en denuncias contra los "que no tienen patria" (¡en el país del internacionalismo!). "Patriotas" rusos acudían a "desenmascarar" israelitas en las artes y las letras. Primero revelaban los nombres verdaderos de los judíos que usaban seudónimos, luego abultaban su influencia real, y finalmente "mostraban" cómo los judíos escondían su identidad detrás de nombres rusos para difundir desprecio por Rusia (ejemplo de este "desprecio" era que sugerían que escritores rusos habían sido influidos por poetas Cosmopolitas como Heine o Bialik).

Esta campa¤a fue el primer ataque oficial contra los judíos soviéticos como grupo. Aunque atemperó en mayo de 1949, se la considera el comienzo de los llamados A¤os Negros que se extendieron hasta la muerte de Stalin, y durante los que fueron arrestados también los principales rabinos (Epstein, Lev, Lubanov, etc.), muchos de los que murieron en campos de trabajo.

La judeofobia fue un importante instrumento de la política stalinista durante la Guerra Fría, extendida más allá de las fronteras de la URSS. En Checoslovaquia, por ejemplo, en 1952 fueron detenidos catorce jerarcas del Partido Comunista bajo acusación de conspirar contra el Estado. Once de ellos eran judíos, incluido el Secretario General del partido, Rudolf Slansky. El Proceso Slansky fue supervisado por agentes moscovitas especialmente enviados a Praga. Por primera vez en la historia, un foro comunista con autoridad proclamó abiertamente la existencia de una conspiración judía internacional.

Se reiteraba una y otra vez el origen judío de los acusados, y se atribuían sus supuestos crímenes a esa causa primera. La fiscalía los estigmatizaba como sionistas, aun cuando todos los acusados siempre se habían opuesto al sionismo. Durante el juicio, se atribuyó la crisis económica checa a "los judíos". (Me permito la digresión de recordar a mis estudiantes que hace un mes el Premier de Malasia Mahatie Mohamad, culpó a "los judíos" de la caída de la moneda malaya. Aunque en Malasia no hay ni un solo judío, las críticas que se oyeron contra la declaración fueron apagadas por una multitudinaria manifestación de apoyo popular a Mohamad).

En Praga de 1952, la embajada de Israel pasó a ser baldonada como un centro mundial de espionaje y de subversión anticheca. Ocho de los acusados fueron ejecutados y los tres restantes condenados a prisión perpetua. Cientos de judíos checos fueron arrojados a la cárcel, en muchos casos sin que siquiera mediara incriminación; otros eran enviados a campos de trabajo. (A fines de la década del cincuenta las víctimas del Proceso Slansky fueron rehabilitadas, pero las acusaciones contra el sionismo y el Estado de Israel no fueron rectificadas).

Con todo, también en el stalinismo, como había sido la judeofobia previa, lo peor aún estaba por venir. El 13 de enero de 1953, doce médicos (nueve de ellos judíos) fueron arrestados en Moscú y acusados de complotar para envenenar a los máximos líderes comunistas. El juicio resultante fue un eco de las acusaciones medievales contra los judíos, pero se interrumpió bruscamente cuando Stalin murió el 2 de marzo. Más tarde se informó que el dictador había previsto utilizar el Complot de los Médicos para expulsar a Siberia a unos dos millones de judíos.

La Era Post-Stalin

El heredero de Stalin, Nikita Kruschev, aunque fue también judeófobo, atenuó la locura de su predecesor. En 1958 llegó a admitir incluso que el proyecto de Birobidzhán había fracasado (no se privó, empero, de atribuir el fracaso a la "aversión judía hacia el trabajo colectivo y la disciplina grupal").

La nueva política (llamada destalinización) denunció las purgas y la brutalidad del dictador, pero no consideró que la judeofobia fuera uno de los vicios que debía corregirse. En 1961, siete de los ocho discursos grabados de Lenin fueron comercializados; el único excluido fue el que condenaba la judeofobia. Lo mismo ocurrió con la publicación de las obras completas de Gorki, Leskov y otros, de las que se excluyó cuidadosamente toda reprobación de la judeofobia.

Las diatribas contra el sionismo se exacerbaron, y exhibieron un tono antijudío más procaz. En 1963 la Academia Ucraniana de Ciencias publicó el virulento libro Judaísmo sin adornos de Trofim Kychko. Además, ese a¤o y el siguiente muchos judíos fueron víctimas de juicios públicos por "crímenes económicos" (especialmente el "crimen de la especulación"). De los ciento diez condenadas a muerte, setenta fueron judíos. En uno de esos juicios en Ucrania, doce personas fueron declaradas culpables. La mitad de ellos (los no-judíos) fueron enviados a prisión; los seis judíos fueron fusilados.

La judeofobia comunista siempre se autodefinió como antisionista, y difundió en efecto una grotesca caricatura, según la cual el propósito del sionismo no era realmente asegurar un hogar nacional para los judíos en Israel, sino conspirar para dominar el mundo entero, al viejo estilo de los Protocolos. A partir de la Guerra de los Seis Días (1967) los medios de prensa soviéticos constantemente se refirieron al Estado judío como un Estado nazi. Uno de los promotores del veneno, Iury Ivanov, escribió en 1969 ¡Cuidado, sionismo!, libro que fue bienvenido por la prensa soviética como "el primer trabajo científico y fundamental sobre este tema". A fin de persistir en esta propaganda, en 1983 se fundó en Moscú el Comité Antisionista, que en apenas un lustro sacó a la luz 48.000 publicaciones antisionistas.

En cuanto a la Rusia post-comunista, la peculiaridad de su judeofobia es que no es privativa del populacho. Intelectuales de renombre, científicos y ex-disidentes, la difunden en diarios importantes. Un grupo de estos escritores, los prosistas de la aldea (Valentin Rasputin, Vasily Belov y Victor Astafiev) sostienen que "los judíos instalan un clima corrupto, que poluciona la pureza del alma rusa honesta y buena". El matemático Igor Shafarevich atribuye la intrínseca maldad de la moderna sociedad tecnológica (la llama rusofobia) a la mentalidad judía. Para él, el judío encarna la civilización urbana, antítesis de la Rusia virtuosa y tradicional.

Los argumentos de la judeofobia rusa de hoy, son que "los judíos" mataron al zar e instigaron la revolución de 1917 y el terror subsecuente. Su ya conocido método es resaltar hasta el absurdo la presencia de por ejemplo Kaganovich en el Politburó comunista. (La desproporcionada presencia de un 15% de judíos en el liderazgo bolchevique -que en países como Hungría fue aun muy superior- tiene claras explicaciones que exceden el marco de este curso. Mas cabe aclarar que la mayoría de los judíos, o bien aceptaron resignadamente al hostil régimen zarista, o bien fueron mencheviques, socialdemócratas).

Otros mitos judeofóbicos de la Rusia actual son que "los judíos" (y no por ejemplo el biólogo Lysenko) destruyeron la biología en Rusia. Fueron "los judíos" (la referencia es al arquitecto Ginsburg) quienes demolieron los monumentos históricos de Moscú en la década de 1930.

En cuanto a otros tipos de izquierda allende la frontera rusa, cabe referirse a la Nueva Izquierda, que atrajo a miles de estudiantes y jóvenes europeos y norteamericanos desde la rebelión en Berkeley de 1964 hasta después del mayo francés de 1968 que llevó a la caída de de Gaulle. La Nueva Izquierda nunca tuvo una doctrina coherente (iban desde el maoísmo hasta el anarquismo, hippieismo, etc.) pero su aspecto judío es paradojalmente doble: notable desproporción en el liderazgo (que a veces llegaba hasta más de la mitad; recuérdese a Daniel Cohn-Bendit en Francia) y, a pesar de ello, un antisionismo virulento y obsesivo.

La Nueva Izquierda presentó a los árabes como el Tercer Mundo oprimido por Israel, y a éste como "representante de la tecnología occidental y un lacayo del imperialismo". Sus mentores no asumieron esa postura (se destacaban Marcuse y Sartre, y este último protestó contra el prejuicio de que "Israel es imperialista con sus kibutzim, y los árabes son socialistas con sus Estados feudales") pero fue la norma entre los jóvenes.

En Alemania el antisionismo se extremó. La SDS estudiantil en 1969 interrumpía todos los actos públicos en los que debía aparecer el Embajador de Israel. A fin de ese año terroristas de la Nueva Izquierda intentaron hacer estallar volar el salón de la comunidad judía de Berlín durante un homenaje a las víctimas del nazismo. En panfletos titulados Shalom y Napalm pregonaban la destrucción del Estado de Israel, y exigían a la izquierda alemana terminar con sus sentimientos de culpa con respecto del pueblo judío, que constituían un "antifascismo neurótico y retrovisor". Los líderes Ulrike Meinhof y Dieter Kunzelmann terminaron por unirse los fedayín árabes, y de esa asociación resultó, entre otros atentados, el famoso secuestro hacia Uganda del avión de Air France (1976). Sólo los pasajeros judíos fueron retenidos en Entebe, hasta que los rescató la fuerza aérea israelí.

El antisionismo es la forma más persistente de la judeofobia contemporánea. Mucho se ha escrito acerca de en qué medida se trata propiamente de odio antijudío. ¿Se puede ser antisionista sin judeofobia? El antisionismo descalifica los sentimientos y aspiraciones nacionales de los judíos (y sólo de los judíos) y considera a Israel (y sólo a Israel) un Estado ilegítimo. No estamos hablando aquí de la crítica a las políticas de Israel. Estas críticas no implican antisionismo ni su componente judeofóbico. Los desacuerdos políticos con algún gobierno de Israel, aun si son profundos, no son nuestro tema.

Nuestra materia es el vilipendio intransigente contra el Estado judío, formulado desde la convicción de que éste no tiene derecho a la existencia. Lo notable es que en rigor, Israel es uno de los pocos Estados cuya creación era indispensable para salvar miles de vidas. Así sintetizó Lord Byron la situación de los judíos en un poema de 1815: "El nido a la paloma contiene/ y al zorro su cueva oscura/ cada nación país tiene/ e Israel… -¡la sepultura!").

Aun cuando desde un punto de vista estrictamente teórico se podría ser antisionista y no judeofóbico, el antisionismo propone acciones que llevarían a la muerte de millones de judíos. Por ello en el mundo las dos expresiones de odio están íntimamente interlazadas, como muchas veces revelan sus propios voceros. Yakov Malik, embajador soviético en la ONU se quejó en 1973 de que "los sionistas se han presentado con la absurda ideología del Pueblo Elegido" (como es bien sabido, el concepto bíblico de Pueblo Elegido es parte del judaísmo; el sionismo no tiene nada que ver con él).

En una película de propaganda, la actriz Vanessa Redgrave actúa en danza erótica con el fusil de un guerrillero palestino. Cada vez que la película ataca a los judíos, aunque se usa claramente el término árabe por judío (Yahud) el subtítulo en inglés reza "sionistas".

La autodefinición de antisionistas es socialmente más aceptable para los judeófobos de hoy, después de que la judeofobia quedara tan descubierta en la Segunda Guerra. Martin Luther King resumió bien la distorsión cuando declaró: "Critican a los sionistas pero se refieren a los judíos. Se trata de antisemitismo."

El antisionismo comparte las características de la judeofobia que mencionamos en la primera lección. Ha transformado a Israel en "el judío" de los países. Uno de los muchos ejemplos de su obsesividad fue el congreso sobre "Derechos humanos en el Tercer Mundo" que tuvo lugar en Harvard en 1979. En momentos en que había masacres en Africa, dictaduras en Latinoamérica, o la Uganda de Idi Amin, el temario del congreso se redujo exclusivamente al "terrorismo y genocidio de la así llamada Nación de Israel". Lo notable es que de las docenas de pueblos sin Estado que hay en el mundo (cachemiros, tamiles, vascos, curdos, neocaldeonios, etc.) curiosamente, sólo los palestinos despiertan solidaridad internacional, y sin que se tengan en cuenta siquiera los métodos que utilizan.

Las expresiones del antisionismo son muy variadas. Desde el boycot árabe que hasta el día de hoy excluye a Israel de los mapas, hasta las caricaturas que presentan al israelí como el estereotipo judío repelente que aspira a dominar el mundo. Uno de sus más lamentables foros fueron las Naciones Unidas.

Un tercio del total de las condenas de la Asamblea de la ONU fueron contra Israel, una desproporción a todas luces sospechosa. El sionismo fue el único movimiento nacional permanentemente difamado en la ONU. El 10/11/75 fue declarado "racista" y el 14/12/79 "hegemonista". El 5/2/82 y el 24/4/82 se votó que Israel "no es Estado de paz", y esto era un paso previo a su expulsión. La judeofobia previa quería expulsar al judío de la humanidad; la contemporánea quiso hacer lo propio expulsando al Estado judío de la familia de las naciones.

A veces las declaraciones de la ONU no están exentas de la aureola de mito medieval, como cuando el 23/8/1983 se acusó a Israel de envenenar a escolares secundarias árabes. Agreguemos que la ONU condenó el rescate de los civiles secuestrados en Entebe (1976) y, como organismo creado en 1945 para promover la paz, rechazó los Acuerdos de Camp David (1979), que eran el primer tratado de paz entre Israel y un país árabe después de cinco guerras.

Hasta el momento de la invasión iraquí de Kuwait (1990) no hubo jamás en la ONU censura contra Estados árabes, a pesar de que éstos habían llevado a cabo decenas de guerras, usos de armas químicas, expulsiones, ejecuciones públicas, y vítores a secuestros de aviones, matanzas de deportistas o escolares, etc. El delegado del Irán de los ayatollas llegó a ocupar la vicepresidencia del Comité de la ONU para los Derechos Humanos en Ginebra.

Las agencias internacionales de noticias fueron otro marco proverbial para reescribir la historia del sionismo, presentándolo como un movimiento imperialista nacido para explotar y despojar a una nación pacífica y milenaria. Pocas veces se menciona en la prensa que jamás hubo un Estado árabe palestino, que Jerusalem nunca fue capital de pueblo alguno salvo de los judíos, y que hasta avanzado el siglo los meros términos de Palestina y palestinos eran aceptados sólo por los judíos, ya que los árabes de la zona contendían que eran parte de la Siria del Sur. Lo aclaró muy bien Zoher Mossein, jefe de la Oficina de Operaciones Militares de la Organización para la Liberación de Palestina en 1977: "No hay diferencia entre jordanos, palestinos y libaneses; somos miembros de una sola nación. Solamente por razones políticas nos cuidamos de enfatizar nuestra identidad como palestinos, ya que un separado Estado Palestina será un arma adicional para luchar contra el sionismo".

La tendencia de la prensa es, en términos generales, consistentemente antisionista. Los ejemplos abundan, y resaltaron especialmente durante la Guerra del Líbano (1982), cuando se mostraba a Israel como un país nazi. Ejemplos posteriores podrían ser El Israel imperial de John Chancellor, la película Sesenta minutos sobre los desórdenes en el templo en 1990, o Cuatro horas en Shatila de Jean Genêt en 1992, pero son virtualmente innumerables. Los medios de comunicación han distorsionado el objetivo del sionismo. En lugar de la recuperación de la Tierra de Israel para el perseguido pueblo judío, lo presentan como una despiadada aventura colonial.

Las principales agencias de noticias y redes de información, como Reuters y la BBC, han contribuido con esta fantasía, cada una por sus motivaciones. Aun prestigiosas publicaciones como la National Geographic, dedicó su edición de 1992 a Los Palestinos rastreando su historia a cinco mil a¤os, a una "Palestina" pre-israelita (recordemos que la palabra Palestina la acu¤aron los romanos en el siglo II). Amplia documentación de este fenómeno de "robar la historia judía" puede hallarse en el libro de David Bar-Illan Eye on the Media (1993).

Esto no quiere decir que la mayoría de las agencias noticiosas sean judeofóbicas, sino que, lamentablemente, la judeofobia todavía vende bien.

Dijimos que el antisionismo es una de las dos últimas manifestaciones de la judeofobia. De la otra, y también de la judeofobia en América, hablaremos en nuestra próxima clase.

 

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 9

… las peores víctimas de la judeofobia zarista fueron los niños. La causa principal fue un sistema de reclutamiento de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo. La ley establecía que la edad de conscripción obligatoria serían los doce (12) años, bajo el pretexto de excluir a quienes sostenían a sus familias. El objetivo lo aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos serán colocados en establecimientos de entrenamiento preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban cantonistas ("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales.

 


 

Unidad 09: Rusia: entre Zares y Soviets

Por: Gustavo Perednik   

Dedicamos las últimas dos lecciones a dos modelos de la judeofobia moderna, Francia y Alemania. Ahora pasaremos al tercer paradigma, el conspiracional. Hemos dicho que en la época moderna, el país con más libelos de sangre fue Rusia, donde el agravante adicional fue que, en contraste con los papas y monarcas de Occidente, los zares estimularon la calumnia.

El primer caso ruso ocurrió en Senno en 1799, cuando antes de la Pascua cuatro judíos fueron arrestados debido al hallazgo de un cadáver. Ese año se solicitó al poeta Gabriel Derzhavin que investigara. Su Opinión elevada al zar acerca de la organización del status de los judíos de Rusia denunció el "parasitismo económico" y que "en estas comunidades se hallan personas que perpetran el crimen, o que por lo menos protegen a quienes lo perpetran, de derramar sangre cristiana, de lo que los judíos fueron sospechosos en varias épocas en distintos países. Si bien considero que tales crímenes en la antigüedad fueron cometidos por fanáticos ignorantes, creo apropiado no pasarlos por alto".

Con este sello semioficial, el zar Alejandro I dio instrucciones para que el libelo fuera revivido en Velizh, en donde el juicio duró diez años. Y aunque los judíos probaron finalmente su inocencia, el mero debate público bastó para que el siguiente zar Nicolás I se negara a firmar una circular de 1817 que requería no incriminar a judíos sin evidencias. La judeofobia se exacerbaba mientras duraban esos procesos, cualesquiera fueran los veredictos.

Libelos en Kovno, Zaslav, Volhynia, Saratov, etc., llevaron a que en 1855 se designara otro comité investigador. Una vez más sus conclusiones fueron categóricas: no había ninguna evidencia para acusar a los judíos. Y sin embargo, la noticia del asesinato ritual se difundía sin pausa y "expertos" en el tema publicaban libros que "describían los modos" en que la sangre cristiana se utilizaba (ejemplos de libelistas en Rusia fueron Lutostansky y Pranatis, fuera de ella Desportes y Cholewa).

Después de la partición de Polonia a fines del siglo XVIII, el mayor bloque de israelitas quedó bajo dominio ruso; durante el siglo XIX la mitad de los judíos del mundo vivían en Rusia (aproximadamente cinco de los diez millones). La judeofobia se intensificaba agravada por los sucesivos juicios de asesinato ritual.

Los judíos tenían prohibido residir fuera de la Zona de Residencia (Catalina II había formulado una invitación a los extranjeros para que se radicaran en el país, pero explicitó: "todos, excepto los judíos". También la emperatriz Elizabeth, cuando le solicitaron la admisión de judíos con propósitos comerciales había replicado: "No acepto beneficios de los enemigos de Cristo").

Con todo, las peores víctimas de la judeofobia zarista fueron los niños. La causa principal fue un sistema de reclutamiento de judíos, promulgado en 1827, conocido como Cantonismo. La ley establecía que la edad de conscripción obligatoria serían los doce (12) años, bajo el pretexto de excluir a quienes sostenían a sus familias. El objetivo lo aclaraba la propia ley, al fijar que "los menores judíos serán colocados en establecimientos de entrenamiento preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar el cristianismo". Los niños así reclutados se llamaban cantonistas ("cantones" eran las barracas de entrenamiento) y se los disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales.

Sobre los hombros de los líderes comunitarios judíos se depositaba la responsabilidad de alcanzar altos cupos de adolescentes. Estos provenían de los hogares más pobres, de los que eran arrancados para siempre. Cada comunidad se veía en la obligación de recurrir a bravucones llamados jpers ("secuestradores" en idioma ídish) que arrebataban a los niños ante los gritos de padres y vecinos. Desde los ocho (8) años de edad, los niños eran aprisionados en el edificio de la comunidad y de allí los retiraba el ejército. El sistema se hizo más riguroso durante la Guerra de Crimea (1854) cuando la cuota se fijó en treinta conscriptos por cada mil judíos, y las bandas de jápers acechaban para cazar a sus víctimas.

De la Zona de Residencia, los niños eran transferidos hasta Siberia, en viaje de varias semanas. El pensador ruso Alexander Herzen registró su encuentro con un convoy de cantonistas en 1835, y la explicación que recibió del oficial a cargo: "un muchachito judío es una criatura debilucha y frágil… no está habituado a marchar en ciénagas por diez horas diarias, ni a comer galleta entre gente extraña, sin madre ni padre que lo mimen; por ende tosen y tosen hasta que se tosen ellos mismos a la tumba… Ni la mitad llegará a destino; mueren así nomás como moscas… Ya dejamos un tercio en el camino" dijo, señalando la tierra.

Durante las tres décadas en que hubo cantonismo, cuarenta mil niños judíos fueron reclutados. El nombre bíblico Be-emek Ha-Bajá, En el Valle de Lágrimas, que mencionamos hace tres clases, también fue el título de una novela del escritor ídish Mendele Mojer Sforim (m. 1917), en la que se narra ese horror (Peretz Smolenskin y otros escritores también incluyeron páginas escalofriantes sobre el tema).

Una vez en las barracas, los niños que sobrevivían eran entregados a sargentos que habían sido entrenados para "influir" en la religión de los mancebos. Los "educadores" usaban hambre, privación de sueño, azotes y varios otros tormentos hasta que se alcanzaba el bautismo, o la muerte. Después de la ceremonia, los jovencitos debían cambiar sus nombres, eran registrados como hijos de padrinos designados, y comenzaban el entrenamiento propiamente dicho. Sus nuevos camaradas frecuentemente les hacían recordar su origen judío por medio del maltrato y la humillación. El zar Nicolás I definía el cantonismo como "el método para corregir a los judíos del reino".

Un efecto colateral del sistema fue que muchos padres optaban (aunque reticentemente) por enviar a sus hijos a escuelas públicas o a colonias agrícolas, ya que así se los eximía de la conscripción. Por ello éstas pasaron a ser financiadas por el impuesto de vela, un gravamen sobre las velas para rituales judíos, tales como recordatorios y casamientos.

El Baile Y Su Fin

La deplorable situación de los judíos de Rusia hizo que creyeran que un zar con nuevas ideas personificaría un promisorio amanecer. Alejandro II es todavía llamado el Zar Libertador en la historiografía rusa, debido a su política liberal, la Era de las Grandes Reformas. En lo que se refiere a los judíos, el cantonismo fue abolido y la Zona de Residencia mitigada. Como escribe Jaim Potock en su historia de los judíos, los iluministas judíos en Rusia supusieron que comenzaba la Emancipación según el modelo occidental "y el baile comenzó". Pero no calcularon que el proceso liberador desataría un violento contragolpe.

Ya avanzados en el curso de judeofobia, podemos prever lo que ocurrió: como en Francia y Alemania, los judíos ingresaron en las artes y el periodismo, fueron abogados y dramaturgos, críticos y compositores, pintores y poetas. De súbito se los percibió notorios y ubicuos en la vida política y cultural del país. Y no a todos los gentiles los entusiasmó esta repentina participación judía en la vida de la patria. Estereotipos judíos repulsivos comenzaron a aparecer en las obras de Lermontov, Gogol y Pushkin. Dostoievsky fue más lejos y en La Cuestión Judía (1873) justificó la repulsa, acusando a los judíos de "explotadores, chupasangres de la población que los rodea, en especial de los pobres e ignorantes campesinos… Los rusos, ciudadanos del único país donde el cristianismo es aún fuerza dominante, son considerados por los judíos como bestias de carga". Para él, los judíos, sentados sobre sus bolsas de oro, tramaban contra Rusia desde el Oeste.

Pero el baile continuaba. La prensa y la literatura judía florecieron, especialmente en hebreo y en ídish; también en ruso. Zvi Dainow publicó en hebreo un sermón en honor del zar, y Lev Levanda llamaba a los judíos a "despertar bajo el cetro de Alejandro II". Y de golpe se apagaron las luces.

El 31 de marzo de 1881 fue una de las fecmás fatídicas de la historia judía. Marcó el mayor éxodo de judíos de la historia, cuando dos millones de ellos establecieron las comunidades judías de los EE.UU., de Latinoamérica, y de la Tierra de Israel.

El asesinato de Alejandro II, fue el trampolín para una furibunda reacción judeofóbica, so pretexto de que en la célula revolucionaria que asesinó al zar había una joven judía. El nuevo y precario régimen convocó a las masas culpando a "los judíos" del regicidio. Las viejas formas de la judeofobia rusa (Zona de Residencia, cantonismo, etc.) fueron reemplazadas a partir de Alejandro III por otras más temibles aún, como los pogroms ("embestida" en ruso) que eran ataques del populacho contra la población indefensa, con saqueos, incendios, violaciones y asesinatos.

El bao de sangre inspirado por el gobierno ocurrió en tres olas de furor creciente, y dejó decenas de miles de muertos, e incontables mutilados y heridos. El primero de los pogroms tuvo lugar en abril de 1881 en Yelizavetgrad. El nuevo ministro de interior, conde Nicolás Ignatiev, los denominó "actos de justicia espontánea del pueblo ruso explotado".

Por un lado, los grupos revolucionarios redoblaron su accionar; por el otro, surgieron organizaciones ultraconservadoras para combatirlos, y para que se revirtiera la liberalización de Alejandro II. Entre ellas la Liga Sagrada, la Unión del Pueblo Ruso, las Centurias Negras, la Nobleza Unificada. Su lema era "Golpea al judío y salva a Rusia". En cuanto a los bolcheviques y anarquistas, muchos aceptaron los pogroms, en los que veían un medio para despertar al pueblo, que eventualmente se volcaría contra el régimen. Su lema revolucionario era "Golpea a la burguesía y al judío!"

Ignatiev informó al zar acerca de la violencia desatada: "durante los últimos veinte años -escribe- los judíos gradualmente ganaron el comercio y la industria… hicieron todos los esfuerzos para explotar a la población general… Así han fomentado una ola de protesta, que cobró la infortunada forma de violencia… La justicia exige normas severas que alteren las relaciones entre los habitantes generales y los judíos, y protejan a los primeros de la dañina actividad de los últimos".

Estas "normas severas" fueron conocidas como las Leyes de Mayo, decretos "temporarios" que se aplicaron a los judíos hasta la revolución de 1917, y que les prohibían residir fuera de ciertas ciudades y aldeas (cien en total) y cancelaban todo contrato de compraventa con judíos en las áreas prohibidas. De este modo los comerciantes rurales se libraron de la competencia de sus colegas judíos, y los policías fueron dotados de un instrumento permanente de extorsión y maltrato a los judíos que aún vivían en regiones vedadas.

Gracias a presión internacional, un decreto proyectado fue abortado: la expulsión de todos los judíos a las planicies de Asia Central. Pero una restricción que sí se agregó en la nueva Rusia fue el Numerus Clausus ("números cerrados") para estudiantes judíos (esta práctica restrictiva prevaleció en muchos países, incluso en los EE.UU.). En julio de 1887 el Ministerio de Educación estipuló para los establecimientos secundarios y terciarios, un tope de 10% de judíos en las ciudades de la Zona de Residencia, 5% afuera de ella, y 3% en Moscú y Petersburgo. A veces estos topes incluían aun a judíos que se habían convertido al cristianismo.

Uno de los propulsores de estas restricciones fue el conde Constantino Pobedonostev, cuyo cargo era similar al de un ministro de religión. Como opinaba que los judíos tenían más talento que los rusos, temía que los dominaran. Por ello bregaba por la total rusificación y vaticinó el destino de los judíos de Rusia: "Un tercio morirá, un tercio emigrará y un tercio se asimilará".

Además de lo antedicho, la faceta de la judeofobia rusa que tuvo mayor influencia a largo plazo fue su modo de justificarse. La Ojrana, policía secreta del zar, procuraba explicar ideológicamente sus acciones por medio de un libro actualizara la vieja tradición demonológica. Había buenos precedentes.

El primero de ellos, según vimos, era la obra en cinco tomos del abate Barruel (el mismo que frustró el Sanhedrín de Napoleón) en la que mostraba la detestada Revolución Francesa como la culminación de una milenaria conspiración secreta. Tres libros que emparentaban la conspiración con los judíos aparecieron en 1869: uno alemán (El discurso del rabino de Hermann Goedsche), uno francés (El judío, el judaísmo y la judaización de los pueblos cristianos de Gougenot de Mousseaux, quien recibió "por su coraje" la bendición papal de Pío IX), y uno ruso (El libro del Kahal de Jacob Branfman).

También se citaba una fuente inglesa, que no surgía de textos judeofóbicos sino de una travesura literaria. Me refiero a Coningsby, la novela de Benjamín Disraeli publicada en 1844. En un párrafo el rico y aristocrático judío Sidonia refiere cómo durante sus travesías por Europa en busca de un préstamo, comprobaba que en cada país el ministro al que entrevistaba, era indefectiblemente judío. Y concluye con el siguiente comentario: "Ya ves, entonces, mi querido Coningsby, que el mundo está gobernado por personajes muy diferentes de los que imaginan quienes no están detrás del escenario" (capítulo XV del libro tercero). ¡Y esto había salido de la pluma de un judío que llegó a ser Primer Ministro! (Innecesario aclarar que quienes lo citaban para "demostrar el poder de los judíos" salteaban el hecho de que los varios ministros mencionados en la novela en rigor no eran judíos).

El mito reaparece hacia 1850 en muchos diarios alemanes que buscaban misteriosas raíces para la revolución de 1848. En la novela Biarritz de Goedsche, el capítulo En el cementerio judío de Praga refiere una reunión secreta nocturna durante la Fiesta de los Tabernáculos, en la que los delegados de las doce tribus de Israel planeaban una vez por siglo la toma del planeta.

Otra publicación en alemán, que para 1875 ya iba por la séptima edición, fue La conquista del mundo por los judíos, de un tal Millinger (alias Osman-Bey). Allí se señalaba como fuente del mal a la Alliance Israélite Universelle (aunque fundada en 1860, se la presentaba tan antigua como los judíos) y se auguraba que "En un mundo sin judíos las guerras serán menos frecuentes porque nadie lanzará a una nación contra la otra; cesarán el odio entre las clases y las revoluciones, porque los únicos capitales serán nacionales que jamás explotan a nadie… Tendremos ante nosotros la Edad de Oro, el ideal del progreso en sí. ¡Arrojad a los judíos al Africa! ¡Viva el principio de las nacionalidades y de las razas! ¡La Alliance Israélite Universelle sólo puede ser destruida mediante el exterminio total de la raza judía!".

Como varios señalaban a la Alliance de París como centro de la confabulación, allí fue donde la Ojrana (policía política del zar) instaló al agente Orgeyevsky con el objeto de "documentar" las siniestras actividades judías. El ministro Peter Stolypin descartó varias propuestas por "propaganda inadmisible para el gobierno", pero terminaron por aceptar un panfleto del místico Sergei Nilus, escrito por 1902.

El libro supuestamente contenía los "verdaderos" protocolos del congreso efectuado en Basilea (Suiza) un lustro antes (el Primer Congreso Sionista Mundial) que, aunque supuestamente había fingido el objetivo de establecer un hogar nacional para los judíos, en realidad se había convocado para un plan de dominación mundial. En dichos Protocolos de los Sabios de Sin, rabinos y líderes expresan sin vueltas su sed de sangre, maquinaciones y ansias de poder. La historia completa de cómo se fraguó el libro fue explicada por Norman Cohn en El mito de los Sabios de Sión (1967).

Durante los primeros tres lustros los Protocolos tuvieron poca influencia. Luego los rusos, motivados por un artículo publicado en el Morning Post de Londres (7/8/1917) que sugería la existencia de un gobierno judío secreto e internacional, decidieron enviar copias de los Protocolos a numerosos diarios europeos para "corroborar" la hipótesis.

El éxito de la patraña no tuvo precedentes. Millones de ejemplares se vendieron en más veinte idiomas. En los EE.UU. su gran mentor fue el magnate del automóvil, Henry Ford, quien durante los años veinte difundió la mentira en su diario The Dearborn Independent. También The Spectator londinense requirió en 1920 que se designara una Comisión Real para revisar si existía una confabulación judía internacional para destruir el cristianismo. De ser probada su existencia, "se justificará nuestra cautela para admitir judíos a la ciudadanía… Debemos arrastrar a los conspiradores a la luz, y mostrarle al mundo cuán malvada es esta plaga social".

¿Suena al Sínodo de Conversos del año 1235? ¿Beben los judíos sangre cristiana? ¿Nos dominan secretamente? La Comisión Real nunca fue erigida, gracias a que un corresponsal del diario The Times, Philip Graves, descubrió casualmente la novela en base de la cual se habían fraguado los Protocolos. Era una sátira contra Napoleón III escrita medio siglo antes (en 1865), Diálogos en el infierno de Maurice Joly, en la que los franceses (no los judíos) acumulaban poder. De 2.560 renglones, 1.040 habían sido copiados literalmente por Nilus, palabra por palabra. El editorial del Times del 18 de agosto de 1921 fue una resonante admisión del macabro error. Los Protocolos eran falsos y la conspiración judía mundial un nuevo mito judeofóbico.

Pero tal como había sucedido con el libelo de sangre, el hecho de que la patraña fuera racionalmente desenmascarada no disminuyó el odio. Los Protocolos siguieron difundiéndose y creyéndose como ninguna obra anterior. Aun en 1992 salió en primera página del diario Sovetskaia Rossiia una serie de artículos de Yoann (Metropolitano Ortodoxo Ruso de Petersburgo) que denunciaba con los Protocolos un complot judío del que Rusia era el primer blanco.

Nueva Esperanza, Nueva Frustración

Otra vez el déja vu. Nos hace recordar las esperanzas que despertó el iluminismo después de siglos de judeofobia cristiana. ¿Qué vemos ahora en el horizonte? Parece nuevamente la salvación de los judíos de los mitos acumulados, de la discriminación y el desprecio, las mentiras y leyendas. Es la Rusia del siglo XX en cuyo aire flotan racionalismo y socialismo, en la que los revolucionarios que luchan por la igualdad se mofan de las supersticiones del pasado y planifican la religión de la razón en un mundo de confraternidad. La revolución bolchevique pondría fin a la discriminación y la violencia de los zares… Pero oh sorpresa, muchos de sus portaestandartes mostraron ser ellos mismos judeófobos.

Entre ellos, los teóricos del anarquismo, quienes propugnaban la destrucción de todo el viejo régimen, salvo una parte. Así escribía en 1847 el francés Pierre Proudhon acerca de los judíos: "Esta raza lo envenena todo al entrometerse por doquier. Exigid su expulsión de Francia, a excepción de los hombres casados con mujeres francesas. Prohibid las sinagogas, no los admitáis en ningún empleo, procurad la abolición final de esta secta… El judío es el enemigo de la raza humana. Uno debe devolver esta raza al Asia o exterminarla… Por fuego o expulsión el judío debe desaparecer… Lo que los pueblos de la Edad Media detestaban por instinto, yo detesto por reflexión, y de modo irrevocable".

El principal teórico de la revolución, Carlos Marx, nació judío y fue bautizado a los seis años por su padre, Hirschel, hijo, yerno y hermano de rabinos, y descendiente de sabios talmúdicos. Hirschel cambió su nombre por Heinrich y se hizo protestante cuando un edicto prusiano de 1817 prohibió a los judíos ejercer la abogacía (fue uno de los miles a los que nos referimos, que se convirtieron al cristianismo con la reversión post-napoleónica de la Emancipación).

El primer ensayo de Carlos Marx, La Cuestión Judía (1844) fue en respuesta a Bruno Bauer, quien había condicionado la Emancipación de los judíos a que éstos abjuraran de su religión. Para Marx ni la apostasía era suficiente: "La nacionalidad quimérica del judío es la del comerciante… La base secular del judaísmo es la necesidad práctica, el interés propio. ¿Cuál es el culto mundano del judío? El chalaneo. ¿Cuál es su dios mundano? El dinero. La sociedad burguesa crea continuamente judíos… La emancipación del chalaneo y del dinero, y consecuentemente del judaísmo real, será la autoemancipación de nuestra era". La emancipación humana es, en el libro de Marx, un sinónimo de la abolición del judaísmo.

Hemos trazado dos contrastes. Uno, el del enciclopedismo con el contexto medieval del que provenía; otro, el del socialismo con su telón de fondo zarista. La pregunta es por qué estos dos movimientos basados en el racionalismo y la confraternidad estuvieron infestados de la judeofobia que caracterizaba el viejo orden. Aparentemente, las sociedades europeas estaban tan saturadas por siglos de odio antijudío, que fueron incapaces de producir un iluminismo o un socialismo libres del mal.

En un abarcador estudio, el historiador Zosa Szajkowski no pudo encontrar una sola palabra en defensa de los judíos en la literatura socialista francesa entre 1820 y 1920, aun cuando la mitad de ese lapso estuvo repleta de seiscientos pogroms. Como ejemplos de la judeofobia izquierdista, mencionamos a Toussenel, Fourier y Proudhon. Saint-Simon es la notable excepción. En cuanto a Marx, a partir de sus escritos y biografía, podemos reflexionar acerca de cuatro aspectos de la judeofobia, a saber:

A) Los judeófobos inflan la importancia de los judíos de los que disgustan, y enfatizan su judeidad aun cuando sea virtualmente inexistente. Así, para los nazis el comunismo era una ideología judía. Y dentro de la izquierda, el anarquista Mikhail Bakunin (quien consideraba a los judíos "una nación de explotadores") llamaba a Marx "un Moisés moderno". Por el contrario, cuando hay judíos importantes para su causa, los judeófobos se esmeran en empañar la judeidad. Así, el origen judío de Marx fue soslayado por los regímenes comunistas. En la edición de 1952 de la Enciclopedia Soviética se omitió toda mención al respecto.

B) Como los judíos eran acusados desde los dos flancos del espectro político con argumentos contradictorios, no tenían ninguna posibilidad de salir airosos de la acusación (como cuando se les censura a un tiempo el ser avaros y ostentosos, o entrometidos y muy cerrados). A pesar de su sufrimiento bajo los estados cristianos, los judíos fueron ulteriormente vistos por muchos librepensadores como el germen del cristianismo. Del mismo modo, la judeofobia de Marx y los marxistas no disuadió a los judeófobos anticomunistas de acusar a "los judíos" de haber creado el marxismo. Por esta razón, durante la guerra civil que siguió a la revolución bolchevique, las bandas de combatientes anticomunistas en Ucrania asesinaron a cincuenta mil judíos inocentes que residían en Ucrania.

C) Otro rasgo típicamente judeofóbico de Marx fue pasar por alto tanto el sufrimiento de los judíos como la existencia del odio antijudío en su época. Su antagonismo hacia los judíos se expresó en sus ensayos como en su correspondencia privada. Nunca tuvo una palabra de solidaridad para las víctimas de los pogroms, cuya inmigración a Londres comenzó mientras Marx vivía allí. Este "humanismo selectivo" es una característica de los judeófobos de izquierda, judíos y no-judíos por igual. En 1891 la reunión de la Segunda Internacional Socialista en Bruselas (que incluyó a muchos delegados judíos) rechazó una moción de condena a la creciente judeofobia. Cuando queramos desenmascarar tendencias judeofóbicas, debemos preguntar al sospechoso si la judeofobia realmente existe en el presente. Una respuesta negativa sería muy elocuente.

D) Marx también ejemplifica un fenómeno que exacerba la judeofobia: el que dio en llamarse judío ajudaico (como en el título del libro de Isaac Deutscher publicado de 1968, un año después de su muerte. El judío ajudaico es un revolucionario radical quien, aunque no tiene conexión alguna con el judaísmo, es percibido como "el judío" por la sociedad que aspira a destruir. El judío ajudaico simpatiza con todo perseguido, siempre y cuando no sea judío. Así lo definía Rosa Luxemburgo en una carta de 1916: "¿Para qué vienes a mí con tus penas judías? Me sicerca de las desdichadas víctimas de las de las plantaciones de caucho en Putumayo, o de los negros del Africa con cuyos cuerpos los europeos juegan a la pelota… No tengo un rincón para el ghetto reservado en mi corazón: me siento en mi hogar en todo el mundo, doquiera que haya nube, y pájaros y lágrimas humanas". En retrospectiva, esos judíos del ghetto en 1916 habrían gustosamente cambiado su destino con los trabajadores brasileños o africanos. Pero como lo dijera Irving Howe "aún en el más cálido de los corazones hay un lugar frío para los judíos".

En cuanto a los seguidores de Marx en la Rusia comunista, estudiaremos su judeofobia en nuestra próxima clase.

La Naturaleza de la Judeofobia (G. Perednik) – Unidad 8

  Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi: "Casi toda ideología y nacionalidad europea había estado saturada con odio contra el judío cuando los nazis consumaron la "solución final". En las décadas y siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista habían considerado intolerable la existencia de los judíos. En un análisis final, todos se habrían opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no podría haberlo hecho".

 


Unidad 08: La judeofobia alemana; el fenómeno del autoodio judío

Por: Gustavo Perednik   

El primero de los tres paradigmas de la judeofobia moderna fue el francés, estudiado en la última clase. Ahora pasaremos al racista, que aunque también fue inaugurado en un libro francés, alcanzó su nadir en Alemania. En su Ensayo acerca de la desigualdad de las razas humanas (1853) Joseph De Gobineau sostenía que las diferencias físicas entre las razas humanas conllevan jerarquías intelectuales y morales. Aunque éste era el primer libro en desarrollar la teoría, el racismo como prejuicio, empero, es tan antiguo como la civilización, y aun Platón y Aristóteles arguyeron que los griegos habían nacido para ser libres y los bárbaros eran esclavos naturales.

La tradición antirracista, por su parte, fue una contribución judía que el cristianismo difundió. Su primer ejemplo es provisto en el Talmud, cuando explica el motivo por el que Adán es el único ancestro humano: para que nadie pueda jamás atribuir superioridad a sus antepasados.

Y aunque el prejuicio racial fue omnipresente en la historia europea, en el siglo XVIII se formalizó a partir de los estudios antropológicos. Linné emparejaba el color de piel con tendencias mentales y morales, y para Buffon el hombre blanco era la norma, "el rey de la creación", mientras los negros constituían una raza degenerada. Para Voltaire los negros eran una especie intermedia entre el blanco y el mono. En este contexto dieciochesco, los judíos encajaban como una nación sui generis, pero incluida en la raza blanca.

El siglo XIX complicó las cosas debido a que las luchas nacionales empujaron a los estudiosos a acrecentar el número de supuestas razas y subrazas. El énfasis mayor en Alemania se debe a dos razones: 1) Hasta 1870 sus muchas divisiones políticas internas habían incrementado el fervor nacionalista; y 2) la mayoría de los monarcas europeos eran de ascendencia germánica (recuérdese además que la monarquía dividía a la sociedad medieval en tres estratos: plebe, clero y nobleza, y ésta era considerada la superior, de "sangre azul").

El filósofo Johann Fichte enseñaba que el alemán era la lengua original de Europa (Ursprache) y los alemanes la nación original (Urvolk). Incluso fuera de Alemania hubo algunos partidarios del "Germanismo" o "Teutonismo". Con todo, la visión de Fichte no se quedaba en la superioridad alemana y reflexionaba especialmente acerca de los judíos: "¿Darles derechos civiles? No hay otro modo de hacerlo sino cortarles una noche todas sus cabezas y reemplazarlas por otras cabezas que no contengan un solo pensamiento judío. ¿Cómo podemos defendernos de ellos? No veo alternativa sino conquistar su tierra prometida y despacharlos a todos allí. Si se les otorgan derechos civiles van a pisotear a los otros ciudadanos".

Junto a la antropología y la filososfia, otra disciplina académica estimulaba a los racistas: la lingüística. Ya desde los descubrimientos de William Jones en 1786 y la Ley de Grimm de 1822, se deducía de la afinidad entre el sánscrito, griego y latín, que había un origen común de idiomas indoeuropeos (incluídos celta y gótico, supuestamente el más antiguo de los germánicos). Se tuvo por cierto que las lenguas europeas derivaban del sánscrito, y las naciones que las hablaban pertenecían a la raza aria (que en sánscrito significa "noble").

El contraste de la llamada raza aria fue la "semita", de la que supuestamente derivaban las naciones que habían hablado lenguas semitas en el pasado. Lassen argüía que "los semitas no poseen el equilibrio armonioso entre todos los poderes del intelecto, tan característico de los indogermánicos" y su colega francés Ernest Renan condenaba "la espantosa simplicidad de la mentalidad semita". Todas las creaciones del espíritu humano (con la posible excepción de la religión) fueron atribuídas a los "arios" y por ello los alemanes, los más "puros", debían eludir mezclarse con razas inferiores. Debido a esa pretendida "pureza teutónica", los estudiosos alemanes optaron por la denominación indogermánica.

Durante la primera mitad del siglo pasado se hicieron muchos esfuerzos para racionalizar el odio. Bruno Bauer en Die Judenfrage (1843) denuesta el "espíritu nacional judío" y el compositor Richard Wagner escribe en La judería en la música (1850): "Debemos explicarnos por qué nos repele la naturaleza y personalidad de los judíos… Para compreder nuestra repugnancia instintiva por la esencia primaria del judío, consideremos primero cómo fue posible que el judío deviniera en músico…"

Las justificaciones científicas no provenían sólo desde lo sociológico. Un pionero que había pasado inadvertido fue Karl Grattenauer, quien en 1803 había ofrecido una explicación de vanguardia de por qué los judíos tienen mal olor: hay un fedor judaico producido por cierto amonium pyro-oleosum.

La creencia de que los judíos constituían una raza separada, oriental, se difundió ampliamente durante la segunda mitad del siglo pasado, y en Alemania se tradujo también al mundo de la política. Bajo gobierno de Bismarck, se entendió cínicamente que la judeofobia podía servir de instrumento para completar la unificación de Alemania. Como ironizara en retrospectiva Israel Zangwill (1920): "Si no hubiera judíos, habría que inventarlos para uso de los políticos… son indispensables como antítesis de una panacea; causa garantizada de todos los males". En efecto, a fines de siglo surgen en Alemania partidos políticos abiertamente judeófobos, con tres fundamentos ideológicos, a veces combinados: el económico, el religioso, y el voelkish (nacional-racial). Aunque al principio no tuvieron muchos afiliados, su propaganda seducía a grandes sectores de la población.

Podemos notar una diferencia con el modelo francés. Mientras en Alemania, Austria y Hungría, el uso político de la judeofobia fue una reacción inmediata al otorgamiento de Emancipación a los judíos, Francia, por el contrario, ya había vivido ochenta años de Emancipación cuando fue plagada por formas organizadas de judeofobia.

El primero en organizar el uso de la judeofobia como levadura para un movimiento de masas fue Adolf Stoecker en Berlín. Su Partido de Trabajadores Cristiano-Socialistas (1878) no atrajo votos con una plataforma de ética social cristiana, así que la cambió por una judeofóbica, que inspiró a todo un movimiento estudiantil antijudío a partir del Verein Deutscher Studenten de 1881. Con apoyo conservador, Stoecker fue electo al Reichstag. Para esa época se creaba la mentada Liga de los Antisemitas de Wilhelm Marr, dedicada ésta a temas étnicos más que a soioeconómicos. Y un famoso académico, Heinrich von Treitschke, les otorgó respetabilidad al denominar a todo exceso antijudío "una reacción brutal y natural del sentimiento nacional alemán contra un elemento extranjero". Treitschke acuñó la máxima Die Juden sind unser Unglück! ("-los judíos son nuestra desgracia!") que medio siglo después se transformó en lema de los nazis.

En 1882 se reunió en Dresden el Primer Congreso Antijudío, azuzado por un libelo de sangre en Tisza-Eszlar. Con delegados de Alemania, Austria y Hungría, creó la Alianza Antijudía Universal. Hubo más congresos en Chemnitz 1883, Kassel 1886 y Bochum 1889. Los racistas más pendencieros terminaron por escindirse del partido de Stoecker y en 1886 Otto Boeckel fue elegido al Reichstag como el primer judeófobo per se. A los pocos a¤os fundó el Partido Popular Antisemita, y dieciséis candidatos judeófobos fueron electos al Reichstag en 1893. En 1895, por primera vez en la historia, un partido llegaba al poder con una plataforma judeófoba. Fue el Partido Social Cristiano de Viena, cuyo líder, Karl Lueger, mientras era burgomaestre de la ciudad, recibió la visita de un joven admirador llamado Adolf Hitler.

También a principios de esa década se propuso la doctrina de la judeofobia racial. Para su iniciador, Eugen Dühring "habrá un problema judío aún si cada judío le da la espalda a su religión y se une a una de nuestras principales iglesias… Son precisamente los judíos bautizados los que penetran más profundamente… los judíos deben ser definidos solamente en base de la raza".

En 1899 Houston Chamberlain (yerno de Wagner) elaboró cabalmente la antítesis ario-semita en Los fundamentos del siglo XIX, voluminoso manual de los académicos judeófobos, que explicaba cómo desde la antigüedad "…los arios cometieron el fatal error de proteger a los judíos (bajo el rey persa Ciro) y así permitieron que el germen de la intolerancia semítica esparciera su veneno por la Tierra durante milenios, una maldición contra todo lo que es noble y una vergüenza para el cristianismo". No todos los racistas coincidieron en esto. Por ejemplo, los neopaganos como Alfred Rosenberg y Walter Darré, consideraron el cristianismo como una ense¤anza "típicamente semítica" que socavaba el espíritu "germánico" por medio de una mentalidad de esclavos. Esas diferencias acerca de qué es ario y qué es semita, fue precisamente el problema que nunca resolvieron los racistas.

Su solución fue simple: todo lo bueno era apropiado para "los arios" y lo malo era "semita". Para Chamberlain, por ejemplo, el ideal era el nórdico rubio y dolicocéfalo, entre los que no dudó en incluir nada menos que a Dante Alighieri, e incluso al Rey David y a Jesús. Pero como los gustos de los racistas variaban, algunos resultados de su método fueron tragicómicos. Goethe por ejemplo, era para Chamberlain un "ario perfecto y puro"; para Fritz Lentz, un "híbrido teutónico-asiático"; para Otto Hauser, "un mestizo, puesto que en el Fausto hay centenares de versos lastimosamente malos".

Sin duda aquí radica la paradoja de este racismo: en la vastísima literatura acerca del "veneno judío", y a pesar de la enorme infraestructura montada para combatirlo, no se dio jamás una definición racial del judío. Nunca llegaron más allá de definirlo como alguien cuyos abuelos profesaron la religión judía. Así y todo, algunos fanáticos construyeron sistemas escatológicos muy elaborados en los que la lucha entre la raza aria y la semita era la contrapartida de la lucha final entre Dios y fuerzas diabólicas.

El hecho es que para 1900 la existencia de una raza aria era tenida por la mayoría como una verdad científica, y ya había todo un enorme aparato teórico que denunciaba la "influencia judía" en el arte, las leyes, la medicina, filosofía, literatura, etc. Un ejemplo particularmente escandaloso (aunque menor) fue la obra del campeón mundial de ajedrez Alexander Alekhine, Ajedrez ario contra ajedrez judío en la que se sostiene que los judíos juegan al ajedrez de un modo distinto, hiperdefensivo y oportunista.

La judeofobia racial no dejó salida a los judíos, y algunos encontraron una única reacción posible.

El Auto-Odio Judío

Miles de judíos habían dejado de lado su tradición décadas antes de los escritos racistas. Muchos, nacidos en familias religiosas y educados en ieshivot talmúdicas, abandonaron el judaísmo apenas se pusieron en contacto con la cultura alemana. El hijo de uno de aquellos judíos fue el máximo poeta Heinrich Heine, para quien "el judaísmo no es una religión sino una desgracia" y quien se bautizó ("pero no me convertí", aclaraba). El escritor Moritz Saphir fue aun más lejos: "el judaísmo es una deformidad de nacimiento, corregible por cirurgía bautismal".

Pero cuando la Emancipación se revirtió en Alemania, y los judíos fueron nuevamente confrontados con un odio sistemático que no les permitía en modo alguno liberarse de la carga de su judeidad, apareció un fenómeno muy singular: el auto-odio judío. Ese precisamente fue el título del libro de Theodor Lessing, que en 1930, examinó las biografías de seis judíos que odiaron su ascendencia. Algunos se suicidaron en consecuencia, incluido el conocido psiquiatra y filósofo autríaco Otto Weininger.

Casos de autoodio judío había habido en la antigüedad, como el del sobrino de Filón, Tiberio, que hizo masacrar a los judíos. Y también en la Edad Media hubo casos como Petrus Alfonsi, Nicholas Donin, Pablo Christiani, Avner de Burgos, Guglielmo Moncada y Alessandro Franceschi. Pero todos ellos habían tenido la opción de la apostasía, y aun pudieron unirse al sector más judeofóbico de la Iglesia a fin de perseguir a los judíos.

La novedad de la nueva etapa judeofóbica en Austria y Alemania de este siglo, fue que no dejaba escapatoria alguna, y llevó al auto-odio judío a los mismos abismos que la judeofobia gentil. La Organización de Judíos Nacional-Alemanes fue creada para apoyar "el renacimiento nacional alemán" (nazismo) en el cual esperaban cumplir un rol como judíos (eventualmente recibieron ese rol en Auschwitz).

Uno de los casos que estudió Lessing fue el del periodista vienés Arthur Trebitsch, quien se convirtió al cristianismo, escribió un libro judeófobo, y ofreció sus servicios a los nazis de Austria. Cuando sintió que todo era insuficiente, escribió: "Me fuerzo a no pensarlo, pero no lo logro. Se piensa dentro de mí… está allí todo el tiempo, doloroso, feo, mortal: el conocimiento de mi ascendencia. Tanto como un leproso lleva su repulsiva enfermedad escondida bajo su ropa y sin embargo sabe de ella en cada momento, así cargo yo la vergüenza y la desgracia, la culpa metafísica de ser judío. ¿Qué son todos los sufrimientos e inhibiciones que vienen de afuera en comparación con el infierno que llevo dentro? La judeidad radica en la misma existencia. Es imposible sacudírsela de encima. Del mismo modo en que un perro o un cerdo no pueden evitar ser lo que son, no puedo yo arrancarme de los lazos eternos de la existencia que me mantienen en el eslabón intermedio entre el hombre y el animal: los judíos. Siento como si yo tengo que cargar sobre mis hombros toda la culpa acumulada de esa maldita casta de hombres cuya sangre venenosa me contamina. Siento como si yo, yo solo, tengo que hacer penitencia por cada crimen que esta gente está cometiendo contra la germanidad. Y a los alemanes me gustaría gritarles: Permaneced firmes! No tengáis piedad! Ni siquiera conmigo! Alemanes, vuestros muros deben permanecer herméticos contra la penetración. Para que nunca se infiltre la traición por ningún orificio… Cerrad vuestros corazones y oidos a quienes aun claman desde afuera por ser admitidos. Todo está en juego! Permanezca fuerte y leal, Alemania, la última peque¤a fortaleza del arianismo! Abajo con estos pobres pestilentes! Quemad este nido de avispas! Incluso si junto con los injustos, cien justos son destruidos. ¿Qué importan ellos? ¿Qué importamos nosotros? ¿Qué importo yo? No! No tengan piedad! Se los ruego."

Si consideramos que los postulados judeofóbicos raciales habían penetrado por doquier en Alemania, se entiende el meteorítico crecimiento del nazismo, sobre todo si agregamos la simplicidad de su postura maniquea, que seduce a las masas. De veinte mil afiliados en 1923, el Partido Nazi recibió en 1930 dos millones y medio de votos, elevando a sus representantes en el Reichstag de 12 a 107. Dos a¤os después, ya eran 230. Cuando ascendieron al poder en 1933, el dogma judeófobo era una mitología filtrada en todos los órdenes de la vida, que sirvió para justificar el Holocausto.

El insulto a los judíos servía para enseñar a la juventud alemana el rechazo del pacifismo sentimental. Los maestros lo hacían en clase reprimiendo "debilidades" de otros niños. Siglos de odio acumulado se descargaron contra una población indefensa atrapada en Europa. El judío ya no era el chivo emisario, ni siquiera un miembro de una raza inferior. Era el culpable de todo mal: la derrota alemana en la Gran Guerra (tal acusación era llamada "la teoría de la pu¤alada en la espalda"), la inflación, el crimen, todo. El judío era el destructor inherente, el envenenador de la pureza. Y era incorregible. Sólo restaba una "Solución Final", que el slogan nazi explicitó claramente: Juda Verrecke! (judería, pereced!).

Al comienzo se fingió legalidad, se simuló autodefensa nacional. Luego el programa se aceleró: aislamiento, pauperización, expulsión, exterminio. Pero incluso antes de que el gobierno actuase, las tropas de asalto nazis, la policía y los afiliados del partido tomaron la acción en sus propias manos. Las golpizas, los boycots económicos, y los asesinatos de judíos fueron experiencias cotidianas. Se condenó al ostracismo a los judíos que ejercían como abogados, médicos, maestros, periodistas, académicos y artistas. Los ni¤os judíos eran insultados en las escuelas, por compa¤eros y por maestros, y regresaban a sus casas golpeados, pálidos y temblorosos. Una estrella amarilla debia exhibirse en la ropa, los libros de judíos eran incendiados en público.

Antes de que concluyera 1933, los judíos alemanes eran hombres desesperados, mujeres sollozantes y ni¤os aterrorizados. En septiembre de 1935 las Leyes de Nürenberg cancelaron la ciudadanía de todos los judíos, quienes pasaron a ser "huéspedes". La única salida era la emigración o el suicidio. Se limitó la salida de bienes del país, y para 1938 no podía sacarse ni siquiera un marco. Esta medida enriquecía al gobierno con cada partida, y también hacía del judío un inmigrante aun más indeseable en los países a los que presentaba su solicitud.

La Noche de los Cristales (10/11/1938) fue el horror: ultrajes, asesinatos, saqueos y violaciones. Los judíos corrían presas del pánico mientras hordas de nazis los perseguían. Más de cien judíos fueron asesinados, treinta y cinco mil arrestados (y eventualmente enviados a los campos de muerte), siete mil quinientos negocios saqueados y seiscientas sinagogas incendiadas, mientras los altoparlantes anunciaban: "se requiere de todo judío que decida colgarse, que tenga la amabilidad de colocar en su boca un papel con su nombre, para que sea identificado". El Holocausto había comenzado.

La historia del Holocausto excedería el marco de este curso. En síntesis, una nación entera se trasformó en el brazo ejecutor de la judeofobia más brutal. Y era la nación más civilizada del planeta. Se aplicó la "ideología" nazi, o sea la remoción de los judíos de la sociedad humana, por medio de etiquetarlos como parásitos, como un virus infeccioso que amenazaba al mundo. La mitología judeofóbica llevó así a la pérdida de seis millones de vidas de judíos (un tercio del total) y Adolf Hitler despojaba la judeofobia de todos sus disfraces y desnudaba su esencia. Instintos sádicos descontrolados fueron protegidos por la ley, por el estado, por el silencio del mundo. Tanto la conferencia internacional de Evian (1938) como la de Bermuda (1943) no pudieron proveer a los judíos de un solo sitio en el que refugiarse. Y las puertas de la Tierra de Israel permanecieron selladas por los británicos que devolvían a Europa los barcos cargados de refugiados judíos, o los hundían y así condenaban a miles de judíos fugitivos a ahogarse en el mar.

Millones de judíos que habían rechazado o postergado las propuestas sionistas de emigración, y confiaban que la seguridad del pueblo judío sería defendida por los ideales liberales de Europa, por una legislación justa, y por democrátas por doquier, descubrieron con estupor que incluso sus vecinos y amigos no-judíos no se levantaron a protegerlos, ni incluso a esconderlos. Hubo, sí, miles de "justos entre los gentiles" que expresaron solidaridad con los judíos, algunos incluso arriesgando así sus propias vidas. Pero a pesar de ellos, el panorama global fue de tétrica desilusión para los que creyeron que la judeofobia estaba por superarse.

La opresión de los judíos caía en niveles cada vez peores. Desde legislación discriminatoria hasta exclusión de empleos de los que subsistir, desde actos de violencia contra individuos en las calles hasta campa¤as contra negocios de judíos, desde deportaciones y degradación, hasta el exterminio, y la mayoría de los gentiles cubrieron sus ojos, cerraron sus puertas a los que buscaban refugio y, con demasiada frecuencia, fueron partícipes del asesinato de judíos, arrebatándoles sus pertenencias y delatando sus escondrijos. Aun más que durante las matanzas medievales, los alemanes tuvieron éxito en el genocidio debido a la abrumadora coooperación que recibieron de los ciudadanos de los países ocupados.

Todos los pedidos de los judíos fueron virtualmente desoídos, incluída la solicitud de que se bombardearan los hornos crematorios de Auschwitz, donde un millón y medio de judíos fueron asesinados después de inenarrables sufrimientos. Los ejércitos aliados se negaron a bombardear el campo de muerte, por temor de que sus propios ciudadanos sintieran que habían sido arrastados a una "guerra judía".

Llamar racismo a la "ideología" nazi es otro empe¤o por desjudaizar el Holocausto. Sólo en lo que concernía a los judíos fueron los nazis consistentemente "racistas". Sus principales aliados fueron pueblos latinos y asiáticos, Italia y Japón, y flirtearon con otro pueblo supuestamente "semita", los árabes. Es sabido que cuando el líder de los árabes-palestinos, Hajj Amin Al-Husseini, visitó a Alfred Rosenberg en mayo de 1943, se le prometió que se daría instrucciones a la prensa para que limitara el uso de la voz "anti-semitismo" porque sonaba al oído como si incluyera el mundo árabe, que era mayormente germanófilo. Husseini participó del golpe pronazi en Irak en 1941, y residió en Alemania por el resto de la guerra. Recrutó a los voluntarios musulmanes para el ejército alemán y exhortaba al Reich a extender la "solución final" a Palestina.

El hecho es que el odio nazi se focalizó en los judíos con la virtual exclusión de toda otra "raza" (incluídos los gitanos que, aunque fueron muertos en masa, a diferencia de los judíos, en la visión de los nazis no pasaron de ser marginales).

No fue debido al racismo que los nazis odiaban a los judíos, sino al revés: para ejercer su honda judeofobia utilizaron argumentos racistas. No fue para adquirir poder que los nazis atacaron al "chivo expiatorio" judío, sino al revés, o como Hitler escribiera, ya derrotado, en su diario, en abril de 1945: "Por encima de todo encargo al gobierno y al pueblo a resistir sin misericordia al envenenador de todas las naciones, el judío internacional".

Así resumen Prager y Telushkin la judeofobia nazi: "Casi toda ideología y nacionalidad europea había estado saturada con odio contra el judío cuando los nazis consumaron la "solución final". En las décadas y siglos que la precedieron, elementos esenciales del pensar cristiano, socialista, nacionalista, iluminista y post-iluminista habían considerado intolerable la existencia de los judíos. En un análisis final, todos se habrían opuesto a lo que Hitler hizo pero, sin ellos, Hitler no podría haberlo hecho".

En cuanto al rol específico de la Iglesia, fue objeto este mes de un simposio vaticano bajo el título de "Raíces de antijudaísmo en círculos cristianos". Allí tanto el teologo Georges Cottier como la autoridad vaticana, el padre Remi Hoeckman, convocaron a un "histórico examen de conciencia por parte de los cristianos, a fin de que el fin del milenio coincida con el fin del antisemitismo, del desprecio que los cristianos han tenido por el judaísmo y los judíos".